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EDITORIAL
3 mayo 2012
www.worldpressfreedomday.org
La ‘prensa libre’ también
puede mentir
Por Alain Gresh,
director adjunto,
Le Monde Diplomatique y autor
del blog ‘Nouvelles d’Orient’, Francia.
Alain Gresh ha publicado diversos libros entre los que se
incluyen Les Cent
clefs du ProcheOrient, Fayard,
2011, y De quoi la
Palestine est-elle le
nom? Les liens qui libèrent, 2010.
Corría el final de los años 80, en plena Perestroika. La Unión Soviética se abría a una información plural, los debates causaban furor en
Moscú o Leningrado. Una delegación de periodistas soviéticos fue
invitada a Estados Unidos para estudiar el fenómeno de la ‘liberta de
prensa’. Visitaron los principales medios, viajaron a diferentes estados y fueron recibidos, finalmente, por periodistas estadounidenses
que les interrogaron sobre sus conclusiones. “Es sorprendente”, respondió uno de los delegados soviéticos. “Aquí no existe la censura y,
sin embargo, todo el mundo piensa lo mismo”.
Apócrifa o no, esta anécdota está cargada de significado. Muestra que la libertad de los medios y de los profesionales de la información es el meollo de la cuestión; no solo en aquellos países que restringen oficialmente la libertad de informar sino también en las democracias. En 20022003, mientras Estados Unidos preparaba la guerra contra Irak, cabeceras tan prestigiosas como
New York Times o Washington Post retransmitieron todas las mentiras de la Administración Bush
sin verificarlas, desempeñando así una labor de pura propaganda; meses más tarde hicieron acto
de contrición. Ya durante la guerra de 1990-1991, algunos medios europeos y estadounidenses
habían retomado las fábulas de la propaganda de los aliados: sobre el ejército iraquí –“el cuarto
ejército del mundo”, decían– o sobre los soldados iraquíes, que “habían desenchufado incubadoras en un hospital de maternidad en Kuwait” (estado que, por otra parte, había contratado a una
agencia de comunicación con este fin).
Estos ejemplos ponen de manifiesto que la situación de los medios en el mundo democrático
no es en absoluto fácil. Dos obstáculos se interponen entre ellos y su capacidad de informar a la
opinión pública. En primer lugar está la cuestión de la propiedad, que hace que los medios pertenezcan a grupos privados (Lagardère en Francia o General Electric en Estados unidos), a veces incluso a empresas proveedoras de armas. Una vez le pregunté a un colega de la radio Europe 1
sobre la represión de los curdos en el Irak de Saddam Hussein; me respondió que si había olvidado quién era el propietario de la emisora: Lagardère, que suministraba armas al régimen iraquí.
El otro obstáculo tiene que ver con el funcionamiento de los medios en “una sociedad del espectáculo”, donde nada importa más que la puesta en escena, el componente espectacular.
¿Cómo explicar sin imágenes y en un minuto de emisión televisiva la crisis de Mali o la represión
de Bahréin? ¿Cómo hacer comprender la complejidad de los sucesos en Asia o en Oriente
Próximo, cuando, por razones económicas, la mayoría de los diarios reducen el número de sus
enviados especiales al extranjero?
La problemática de la libertad de prensa y de los periodistas en el mundo es sin duda importante, especialmente allí donde nuestros colegas son arrestados, encarcelados e incluso asesinados. Pero esta problemática no puede hacernos olvidar que estas cuestiones se plantean también
–si bien de otra forma– en las democracias, y que son igualmente cruciales para el devenir de
nuestras sociedades.

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