RACIONALISMO CRISTIANO Versión al español por Adelina
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RACIONALISMO CRISTIANO Versión al español por Adelina
RACIONALISMO CRISTIANO Versión al español por Adelina González Bermúdez de la 45ªEdición © Racionalismo Cristão, 1914 La Dirección de Acción Doctrinaria de la Casa Jefe del Racionalismo Cristiano coordinó los trabajos de revisión, actualización, diagramación e impresión de este libro. Impreso en el Brasil. La reproducción de este libro, total o parcial, no deberá ser efectuada Sin autorización previa por escrito del editor, sean cuales fueren los medios empleados. Las direcciones de las casas racionalistas cristianas pueden ser obtenidas por el teléfono 0xx212117-2100 (dentro de Brasil) y 55212117-2100 (desde otros países), y en el sitio del Racionalismo Cristiano en internet. Dirección para correspondencia: Casa Jefe del Racionalismo Cristiano Rua Jorge Rudge, 119 Villa Isabel – Río de Janeiro – RJ – Brasil CEP 20550-220 [email protected] Site: racionalismocristao.net Casa Jefe del Jefe del Racionalismo Cristiano, Rio de Janeiro-Brasil SUMARIO Al lector Lineamientos generales Capítulo 1 - Evolución Capítulo 2 - Fuerza y Materia Capítulo 3 - Espacio Capítulo 4 - Espíritu Capítulo 5 - Pensamiento Capítulo 6 - Libre Albedrío Capítulo 7 - Aureola Capítulo 8 - Encarnación del espíritu Capítulo 9 - Desencarnación del espíritu Capítulo 10 –Mediumnidad y médiums – Fenómenos físicos y síquicos Capítulo 11 – Desequilibrio síquico Capítulo 12- Normalización síquica Capítulo 13 – Valor Capítulo 14 – Carácter Capítulo 15 – Familia y educación de los hijos Síntesis de los principios racionalistas cristianos Conclusión Libros editados por el Racionalismo Cristiano AL LECTOR La finalidad de este libro es esclarecer a sus lectores, de forma concisa y sencilla, sobre el significado del vivir terreno de un punto de vista espiritualista, explanando principios, a través de los cuales puedan formar una concepción coherente del Todo Universal – de la Vida del Universo en su aspecto amplio y constructivo – y con el identificarse como participantes de un proceso evolutivo. Desde tiempos remotos, el ser humano se cuestiona sobre los misterios de la vida: quiere saber de dónde vino y cuál será su futuro, saber que sucede después de su muerte y cuál es la finalidad de la vida. Son interrogaciones que han permanecido a lo largo del tiempo. El deseo de comprender el aparentemente obscuro mundo de lo trascendente llevó a la humanidad a la creación de mitos y fantasías. En el seno de los llamados fenómenos espíritas fueron generados los primeros mitos, relacionados al problema de la existencia. En base a ellos se determinaba lo que debería ser habitualmente aceptado y lo que no era permitido admitir acerca del Universo. Así fue durante mucho tiempo, hasta florecer la idea de testificar las teorías a través del experimento. El método experimental, base de la ciencia moderna, contribuyó para derribar mitos y tabúes, pero instauró un alejamiento entre la ciencia y las concepciones de naturaleza espiritual. En la actualidad, en tanto, la propia postura científica comienza a despojar de validez ese alejamiento. Se forma una onda de interés respecto a métodos de investigación diferentes de los tradicionales. Es que se constatan similitud entre la teoría física actual, apoyada en el método experimental y algunos conceptos metafísicos, originados en pesquisas mediúmnicas, o sea, investigaciones basadas en capacidades perceptivas que ultrapasan las posibilidades de los cinco sentidos humanos. En ese contexto, tal vez prenuncio de un cambio de paradigma en el concepto del método científico, que resurgen y se renuevan, de forma más nítida, los estudios hechos en el campo de la espiritualidad. En ese campo, los resultados escapan a los límites interpuestos por la propia ciencia. No obstante, no es por el hecho que, en la investigación seria de un fenómeno metafísico, exista evidencias externas, resistentes al filtro de las experimentaciones repetidas, que se debe reducir la importancia de las evidencias internas relativas a la esencia del espíritu como partícula de un Todo Universal del cual es inseparable e indistinguible. La investigación en el campo extrasensorial trata con el aspecto trascendente de la vida. Por eso y por ser vasta y profunda, presenta dificultades relacionadas a la construcción de una síntesis unificadora. Algunas veces, sus resultados se pierden en digresiones de naturaleza intelectual y en muchas otras, se desvanecen en consideraciones místicas y fantasiosas. Luiz de Mattos, humanista y conocedor profundo de la espiritualidad, codificó el Racionalismo Cristiano, doctrina esclarecedora, para responder a los cuestionamientos más íntimos sobre la existencia y ofrecer una guía segura para el transitar de las personas en este mundo. Formuló el postulado básico de que el Universo está constituido de Fuerza y Materia; delineó de manera clara los principios que deben regir la vida en la Tierra; y estableció, apoyado en el estudio, normas de conducta para un vivir consciente, equilibrado y armónico. Sin vanidad y dentro de la realidad fenoménica en que se desdobla el proceso evolutivo, Luiz de Mattos contempló los aspectos teóricos de la espiritualidad, sin descuidarse de las implicaciones consecuentes de ese saber, en la vida práctica. El Racionalismo Cristiano fue codificado por Luiz de Mattos entre 1910, año de fundación de la Doctrina y 1914, cuando publicó la primera edición del libro entonces titulado “Espiritismo Racional y Científico (cristiano)”. En el periodo comprendido entre 1915 y 1926, año de su fallecimiento, fueron publicadas tres mil ediciones más, siempre actualizadas por el maestro espiritualista. La denominación original permaneció hasta la décima cuarta edición, en 1940. A partir de la décima quinta, en 1942, la obra pasó a tener el título actual. En 1939, y por primera vez, el texto doctrinario entonces vigente fue traducido del portugués para el inglés. La actual edición se encuentra disponible simultáneamente en los dos idiomas. La traducción para el inglés objetivó mantener el estilo, la fluidez de los parágrafos y el escrito conforme el original en portugués, dentro de las posibilidades de cada lengua. De forma adecuada, el lenguaje de algunos trechos de esta edición fue actualizada de modo a ser fácilmente comprendida por los estudiosos de la espiritualidad, conservándose el contenido filosófico de los quince capítulos de la edición anterior, dispuestos en un ordenamiento que posibilita a los investigadores en general desarrollar una línea de raciocinio que los lleve a conclusiones propias. El Editor Noviembre de 2015 LINEAMIENTOS GENERALES El Racionalismo Cristiano es una filosofía espiritualista que trata de la evolución del espíritu. Explica, a través de la razón y del raciocinio, lo que somos y lo que hacemos en el planeta-escuela que es la Tierra. Racionalismo Cristiano expresa la unión de dos conceptos orientadores que manifiesta todo el contenido filosófico de la Doctrina. El primero – RACIONALISMO – está ligado al procedimiento dentro del raciocinio, de la lógica y de la razón. Tenemos que buscar la razón a través de la acción del raciocinio o del pensamiento bien orientado. El raciocinio, cuando elevado, trabajado en profundidad y cuidado, es esclarecedor y su uso criteriosamente esmerado es práctica que conduce a conclusiones acertadas sobre la vida. Raciocinar con conciencia es promover bases sólidas para alcanzar las convicciones verdaderas, es desvendar, es encontrar lo que se procura en lo enmarañado de las ideas. El segundo concepto – CRISTIANO – asociado a RACIONALISMO, completa el sentido revelador de la Doctrina: un código de conducta que reúne principios espiritualistas y preceptos del cristianismo. Cuando decimos código de conducta, nos referimos al procedimiento de la persona ante la colectividad y a sí misma. Ser cristiano es ser honrado, y el ser humano honrado es prudente, moderado, valeroso y justo. Ser racionalista cristiano es vivir la vida terrena bajo normas espiritualistas del más alto padrón. Es saber preparar al espíritu para la vida presente y futura como ser esclarecido, consciente de su estado y de sus condiciones espirituales. El Racionalismo Cristiano es un conjunto de enseñanzas espiritualistas completo, porque transmite al ser humano el conocimiento de sí mismo, siendo capaz de mostrar lo que es más importante y fundamental – el propio yo – remoto, presente y futuro, del cual dependen la salud, el bienestar, la felicidad, y, con eso un mundo menos agresivo, más tolerante, más justo y comprensivo. Hoy, como en el pasado, los que estudian los problemas y conflictos humanos saben que la educación espiritual podrá hacer de cada persona un ser pacífico y honrado. Para eso, no obstante, hay necesidad de extinguir del sentido común la irrealidad en que viven muchas de ellas. Es indispensable que se deshagan de las ideas y de las enseñanzas inexactas sobre la existencia, que tanta confusión ha producido en aquellas personas que buscan el entendimiento de los hechos transcendentales de la vida. Es triste que eso aun acontezca, una vez que en posesión de tan útiles y necesarios, de tan valiosos e imprescindibles conocimientos, no andaría el ser humano, hace mucho tiempo, queriendo protección y amparo de entes divinales, porque habría aprendido a confiar en sí mismo y a buscar amparo y protección en el poder inmenso e invencible de su fuerza de voluntad y de sus buenos pensamientos. El Racionalismo Cristiano con la publicación de este libro no hace una revelación inédita. Desde la antigüedad hasta la era en que vivimos, el espiritualismo es objeto de estudios de filósofos, investigadores, intelectuales, inclusive de mujeres y hombres de ciencia deseosos de colocar a la humanidad a la par de lo que hay respecto de la vida espiritual. En la codificación de sus principios, el Racionalismo Cristiano afirma ser el Universo compuesto de Fuerza y Materia. La Fuerza – que incita y moviliza todos los cuerpos (Materia) – es el principio inteligente que penetra todo el Universo. Ese Principio Inteligente es comprendido por la mayoría de las personas como Dios, que el Racionalismo Cristiano prefiere denominar Fuerza Creadora, Gran Foco o Inteligencia Universal, de la cual somos una partícula, una emanación, que contiene los mismos los mismos atributos en forma latente, para ser desarrollados y perfeccionados en las innúmeras existencias por la que pasamos en la Tierra. La Fuerza Creadora mantiene el Universo regido por leyes evolutivas, a las cuales están todos sujetos, no admitiendo así el Racionalismo Cristiano probaciones, predestinaciones ni milagros. La doctrina racionalista cristiana enseña que todos los actos de nuestra vida transcurren del empleo del libre albedrío, facultad espiritual controlada por el pensamiento, por el raciocinio y por la voluntad. Por eso, conforme pensamos así seremos; lo que de mal deseáramos al prójimo a nosotros mismos estaremos deseando; y lo que de bien hacemos, en nuestro beneficio redundará, pues seremos aquello que quisiéramos ser. Enseña, pues, a no cultivar sentimientos de odio, de envidia o de malquerer. El ser humano apenas comienza a raciocinar en las primeras fases de la evolución, siente de manera vaga y confusa, la existencia de la Inteligencia Universal, que no es capaz de definir. Nace de ahí su inclinación adoratriz, que las condiciones por falta de preparación espiritual en que vive plenamente justifican. Se comprende entonces, perfectamente, que determinada parte de la humanidad no tenga una concepción de la espiritualidad que vaya más allá del culto a los elementos de la naturaleza, por faltarle bases de entendimiento para removerla de la perplejidad adoradora a que se entrega. Al observador atento no es difícil evaluar el grado de espiritualidad de los seres por la tendencia que manifiestan para la adoración, así como la mayor o menor intensidad de esa tendencia. El modo de adorar y lo que es adorado varían, a medida que la conciencia de la vida va despertando, hasta llegar al punto de poder alejar de sí el sentimiento de adoración. Los seres que hoy veneran cosas abstractas como los que reverencian los elementos de la naturaleza, después de alcanzar el necesario esclarecimiento espiritual, hallarán esa veneración tan impropia como ingenua. No es preciso poseer mucha imaginación para comprender lo que esas incoherencias representan en el delicado periodo de formación del carácter en la infancia, y de cómo influyen en la fase adulta, para embotarle el raciocinio y dificultar su expansión en el amplio terreno de la espiritualidad. Cuando los seres humanos llegaren a comprender que son, como espíritus, fuerza, inteligencia y poder; cuando se convencieren de que poseen atributos espirituales para vencer racionalmente cualquier dificultad; cuando adquirieren la conciencia de su condición de partículas de un Todo Universal armónico –inseparable de él – que es el Gran Foco, caerán por tierra las concepciones iniciales de protección. En el conocimiento de la vida en su aspecto amplio están los lúcidos elementos de convicción, por medio de los cuales las personas podrán liberarse de las concepciones que las tienen presas a los milagros, a los misterios, a lo sobrenatural. No hay seres privilegiados ni protecciones. Todos, sin excepción, están sujetos a los mismos principios, a las mismas reglas, al mismo proceso evolutivo. Invariablemente, hacen igual curso y recorren igual ciclo, en el que existe un alto y meritorio principio de justicia. Precisan convencerse de que no podrán contar con el auxilio de nadie para liberarse de las consecuencias de los errores que cometieren y tendrán que rescatarlos con acciones elevadas, cualquiera sea el número de existencias para eso necesarias. Por cierto pensarán más detenidamente, antes de practicar un acto impropio. Interesa resaltar el modo por el cual la persona procesa su marcha evolutiva, en que conquista, paso a paso, la independencia espiritual. Quien supiere evaluar el peso de la responsabilidad que carga con sus actos, ciertamente hará todo lo posible para afirmarse en las enseñanzas que transmiten el conocimiento de hechos espirituales. El Racionalismo Cristiano, sin otro interés que no sea el de despertar a la humanidad para la realidad de la vida, se propone trasmitir los esclarecimientos que se necesita para alcanzar una condición espiritual más clara que facilite su vivir. Los estudiosos del Racionalismo Cristiano aprenden a confiar en sí mismos, en su capacidad espiritual y en el poder de la voluntad para luchar y vencer. No son por eso adoradores, ni pedigüeños, ni quejumbrosos. Saben que son grandes los obstáculos que surgen, a cada paso en el camino de la vida, pero que los podrán vencer con los propios recursos morales de que disponen. Así, se hace necesario que cada uno cumpla su deber, realizando la parte que le incumbe, con la atención, los ojos, el alma encauzada para el fin principal de la existencia, que es la evolución espiritual. En los principios racionalistas cristianos se consolidan conceptos y orientaciones de comportamiento íntegro para las personas que lo quieran practicar. El conocimiento de la vida real es un proceso continuo de estudio. Por eso, el Racionalismo cristiano hace un llamado elocuente y constante al estudio y al raciocinio, en el sentido de que la humanidad comprenda la necesidad imperiosa de entregarse al perseverante esfuerzo, para tornarse cada vez mejor y crecer espiritualmente. Este libro, dentro de su natural sencillez, es muy profundo y debe ser visto por el lector como un base de conocimientos espiritualistas, cuya cimentación es forzosa erguir por esfuerzo propio. Se trata de un trabajo serio de pesquisa y elucidación para lectura y consulta, capaz de abrir nuevos horizontes, con la amplitud de visión panorámica que coloca delante de los ojos perspectivas que podrán contribuir para imprimir nueva orientación a la vida, y hacer con que ella se modifique, a cada paso, para mejor, alcanzando un sentido más práctico, más amplio, más objetivo, más segura y auténtico. Llegando a este punto, el lector debe estar interesado en saber los conocimientos que trasmite la escuela filosófica que es el Racionalismo Cristiano. Su interés va ser ampliamente atendido en las páginas siguientes, en que verá los problemas de la vida evaluados, en un lenguaje franco, sencillo y objetivo. Sentirá, a través de la lectura de cada capítulo, el calor del mensaje que la Doctrina dirige a la humanidad, con lo que espera contribuir para que la paz entre los seres humanos se establezca y el mundo se torne fraterno y mejor. CAPÍTULO 1 Evolución La evolución es el principio fundamental de la vida en el Universo. En ella reside la base del entendimiento de todo cuanto pasa dentro y fuera del alcance visual humano. No hay explicación lógica ni racional para la existencia si la evolución no es debidamente considerada. La evolución estará siempre presente, siempre viva, siempre actuante en todas las manifestaciones de la vida, desde que ésta comienza a despuntar. La evolución se hace sentir en todo en la Tierra: en la semilla que brota para transformarse en una flor; en el árbol que se agiganta y fructifica en la trayectoria de un ciclo; en el ser que se perfecciona frecuentando la escuela; en el desarrollo de las artes, las letras, las ciencias, de las actividades sociales y/o productivas. El ser humano surgió en este mundo como resultado de la acción constructiva del principio inteligente en los diversos dominios de la naturaleza. Esa marcha evolutiva prosigue sin interrupción o alteración. Los espíritus que ahora inician su progreso en cuerpo humano encuentran en la actualidad condiciones más favorables al desarrollo mental. Una cosa, por ende, es segura: la evolución tiene que ser operada, a cualquier costo. Así lo determinan las leyes naturales e inmutables que rigen el Universo. Y esas leyes evolutivas son indiferentes a la pretensión de los que piensan poder eludirlas o anularlas. La sucesión de existencias o multiplicidad de vidas corpóreas de una individualidad consciente, el espíritu, denominada reencarnación, es condición esencial a su progreso. Debe, por eso, la persona imprimir una orientación superior a la vida, para acortar el proceso de su evolución, esforzándose por ser trabajadora y progresista, teniendo siempre la atención dirigida para el perfeccionamiento de la propia personalidad. La historia de la humanidad está señalada por innumerables marcos indicativos de su larga, de su inmensa trayectoria evolutiva. Y, porque es imposible recorrer todo ese extenso camino en una sola existencia física, muchos se niegan a admitir la evolución, para no verse forzados a reconocer la reencarnación como el elemento por el cual ella se procesa. Bastaría que reflexionasen, para comprender que ninguna oposición seria puede ser hecha a las leyes evolutivas. Sin ellas todas las personas permanecerían en el mismo grado de espiritualidad. La idea de evolución, aplicada al vasto dominio de la espiritualidad, coordina y amplía nuestra concepción del Universo, dando significado a los diversos fenómenos de la vida. Al iniciarse el proceso evolutivo, cada partícula de la Inteligencia Universal cuenta con las mismas posibilidades, los mismos recursos, se encuentra en idénticas condiciones y posee iguales valores latentes. Por eso, se desarrolla en la misma proporción hasta alcanzar la condición de espíritu, que es cuando pasa a poseer cuerpo humano, y así a disponer del libre albedrío, para conducirse por su cuenta y riesgo. El mal uso del libre albedrío retarda la evolución espiritual. Luego, las personas que usaren mejor el libre albedrío – es evidente – conseguirán evolucionar más que otras menos cuidadosas, en el mismo número de encarnaciones. El observador que quisiere “ver” tiene delante de los ojos el cuadro de la evolución del espíritu en la vida terrena. No existen dos individuos iguales, aunque los haya semejantes. Cada uno está promoviendo su progreso a su modo y a su esfuerzo, de acuerdo con el procedimiento que ha adoptado en el transcurso de las existencias pasadas, en un periodo de miles de años. Ahí está una de las razones que explican la gran heterogeneidad de mentalidades, disparidad de sentimientos y divergencias de conceptos que se observan en los pueblos. Es que el número de existencias vividas varía en cada individuo, como también varía el aprovechamiento que cada uno logró, así como el esfuerzo realizado. Puede haber quien haya perdido doscientas venidas a la Tierra como consecuencia de vidas y más vidas desordenadas, y, quien en igual periodo, haya perdido, apenas, veinte. Éste, sin duda, está mucho más evolucionado que aquel. La evolución espiritual es, por tanto, resultado del esfuerzo, de la voluntad, de las aspiraciones de progresar. Asimismo toda persona está sujeta a las contingencias de la vida terrena, algunas de las cuales escapan enteramente a su voluntad, como las epidemias, las calamidades públicas, los cataclismos geológicos. De ahí la necesidad de encarar con simpatía y elevación de sentimientos al semejante que se encuentre en situación desfavorable en cualquier región del planeta, pues toda la humanidad constituye una única familia habitando, pasajeramente, este mundo, para realizar su progreso espiritual. Humanización debe ser el lema común; cooperación y confraternización representan los elementos capaces de destruir la animosidad entre las personas. Por más agitadas que sean las conturbaciones terrenas, corresponde al ser humano pensar con elevación y proceder con benevolencia. En la escuela, no se puede recriminar al alumno de primer año por no saber tanto como el de quinto. De igual forma, los que evolucionan en este mundo escuela, la Tierra, por pertenecer a la más variada graduación espiritual, accionan según corresponda a su grado de evolución y no van más allá de sus posibilidades. Se engañan, entonces, los que se juzgan perfectos en materia de espiritualidad. De nada vale cerrar los ojos a la realidad espiritual, porque a costo de nuevas experiencias, de prolongadas meditaciones, de estudio, de trabajo, de sufrimientos derivados de las luchas que todos emprenden en la Tierra, tendrán que conquistar los grados de espiritualidad que les faltare para alcanzar el conocimiento de esa realidad, con la fuerza de convicción resultante de la evidencia de los hechos. Espiritualidad e intelectualidad son cualidades diferentes que la persona perfecciona independientemente, pudiendo avanzar más en el desarrollo de uno que del otro, en el curso de cada existencia. Indispensables, ambos, a la evolución del espíritu, tendrán que ser alcanzados con esfuerzo y determinación. El crecimiento espiritual obedece, como el intelectual, a una complejidad de aptitudes, de conocimientos, de experiencias que el espíritu obtiene cumpliendo fases de un proceso evolutivo, en el cual se incluyen las múltiples encarnaciones en diferentes lugares. Todos saben que los pueblos difieren unos de otros. Esa diferencia es más acentuada, aún, de país para país, donde se verifican hábitos, costumbres, tendencias, gustos, inclinaciones y temperamentos muy desiguales. En cada uno de esos agrupamientos humanos, el espíritu cuenta con determinadas condiciones para desarrollar facultades que, confrontando con el desarrollo ya adquirido por otros, siente que están atrasados. Ninguna persona posee solamente defectos o cualidades. Ambos son características que hacen parte de su personalidad moral. La lucha que emprende tiene por fin reducir las imperfecciones y aumentar las virtudes, desde que comienza a despertar para el lado evolutivo de la vida. Así como la suma de individuos representa un pueblo, su formación moral indica el resultado parcelado de las cualidades y defectos de ese mismo agrupamiento social. Por ser así, es que cada uno da su mayor o menor contribución para la variación del nivel moral del pueblo en cuyo medio deliberó evolucionar. Por lo tanto, quien hace evolucionar al planeta son sus habitantes. En los albores de la civilización, ellos poseían un grado de evolución muy por debajo del actual. El conocimiento y comprensión de las cosas son frutos de la evolución del espíritu, y, parte de la humanidad ya considera la vida bajo un aspecto que se aproxima, cada vez más, de la espiritualidad. Es lamentable que el ser humano transforme el extenso camino de la evolución espiritual en un estrecho, áspero y sinuoso camino repleto de obstáculos difíciles de transponer. Tendrá que comprender, tarde o temprano, que la humanidad camina en la misma dirección y para alcanzar idéntico fin – el perfeccionamiento espiritual -, solamente alcanzable por el esfuerzo propio bien orientado, por el trabajo individual disciplinado y por la conquista del saber a costo de intensa y permanente actividad. Siendo así, es necesario ser consciente y aprender a confiar en sí mismo, seguro de que son inmensos los recursos que posee para llevar a buen término cada existencia física. Con ese pensamiento quedará sincronizado con la corriente de la evolución, por la que hará su ascensión espiritual, sin grandes tropiezos y sin mayores sacrificios. CAPITULO 2 Fuerza y Materia Muchos intentos han sido hechos por diversas escuelas filosóficas para explicar lo que son Fuerza y Materia, en su concepción genérica. De modo general, esas explicaciones no convincentes e insatisfactorias, contribuyeron en muchos casos, para aumentar la confusión y la duda existente en el ser humano con respecto a la vida en su aspecto más profundo. Fuerza y Materia constituyen tema que puede ser comprendido sin grandes reflexiones teóricas, por los principios racionalistas cristianos. Afirma el Racionalismo Cristiano que el Universo está compuesto de Fuerza y Materia. La Fuerza es el principio inteligente, inmaterial, activo y transformador. La Materia es el elemento pasivo y maleable. En la doctrina racionalista cristiana, el Principio Inteligente es también designado frecuentemente como: Fuerza Creadora, Gran Foco o Inteligencia Universal. Como Fuerza y Materia se resume y se explica la vida en su aspecto amplio. El progreso de su conocimiento reduce los errores en que tantos inciden. Y ¿Qué es la vida sino la acción permanente de la Fuerza sobre la Materia? La materia es el campo de manifestación del Principio Inteligente. Existen diversos estados de materia, que varían conforme la densidad de cada una. Las densidades se refieren a grados de sutileza que definen condiciones distintas de aquellas que existen entre los conocidos estados: sólido, líquido y gaseoso de la materia física. Los tipos de materia más diáfanos que el de la materia física reciben la denominación de materia fluídica. El Principio Inteligente mantiene el Universo (en todas sus dimensiones) regido por leyes evolutivas, que son naturales e inmutables. Naturales, por recorrer una secuencia lógica en el proceso de la evolución, e inmutables, por ser absolutas, amplias, libres de cualquier dependencia o sujeción. En ese sentido, no hay lugar para lo imprevisto, para el acaso o la duda, todo está conexo y tiene su razón de ser. En lo que refiere al espíritu: la evolución se procesa a través de incontables existencias terrenas en cuerpo humano, y sólo por medio de ellas el raciocinio se desarrolla en el amplio camino de la espiritualidad, bajo cuya luz el misticismo pierde la forma, el sentido, la significación, para dar lugar solamente a lo que el buen sentido y la lógica admiten como verdadero, con fundamento en las lecciones aprendidas durante la vida. Fuera del entendimiento sobre Fuerza y Materia, nadie encontrará solución para los desafíos que la vida presenta. La definición de Fuerza y Materia se sitúa, pues, dentro de la lógica de los fenómenos síquicos ampliamente divulgados por el Racionalismo Cristiano. Es un vasto campo de estudio y reflexión, que ofrece al ser humano la oportunidad de librarse de la influencia de preconceptos e intolerancias. Dentro de los principios racionalistas cristianos están las responsabilidades y los deberes del ser humano, que necesita comprender bien para convencerse de que toda vez que infringe las leyes evolutivas, retarda la marcha de su evolución y adquiere débitos espirituales de consecuencias imprevisibles. Cuanto más segura, más nítida y real sea la comprensión de la acción del Principio Inteligente sobre la Materia, o sea, del espíritu sobre el cuerpo físico, más profundo y alcanzable será el entendimiento del estudioso sobre el aspecto espiritual del vivir terreno. Al saber su composición real, al conocer el proceso del propio desarrollo evolutivo, al percibir la naturaleza espiritual de todo lo que le acontece, el lector podrá conducir la vida y los desafíos que se presenten con el necesario aprovechamiento. Tanto en la constitución de los sistemas estelares como en la estructuración de las partículas atómicas, la Inteligencia Universal actúa acorde a una línea de acción evolutiva en que, gradualmente, se van acentuando las vibraciones de la vida e intensificándose las manifestaciones de inteligencia. La ciencia, en sus constantes investigaciones, clasificó más de una centena de elementos básicos de la materia organizada, dando a la partícula fundamental de esos elementos el nombre de átomo. En el átomo, la partícula del Principio Inteligente apenas se torna perceptible por su manifestación vibratoria. Ya en los microorganismos, además de vibración, revela acción intencional de movimiento. Las partículas del Principio Inteligente evolucionan, a través de transformaciones sucesivas de la materia organizada, dándoles formas cada vez más complejas. Así pues, El Principio Inteligente, accionando en obediencia a las leyes evolutivas, utiliza Materia en su estado primario, y, con ella, forma estructuras, realiza fenómenos incontables e indescriptibles que escapan a la apreciación común, considerando los limitados recursos de este planeta. Por consiguiente, en el Universo hay, solamente transformaciones de la Materia y evolución de las partículas del Principio Inteligente. Las innumerables estructuras compuestas en combinaciones múltiples de partículas de materia organizada se manifiestan en esas transformaciones. Composición y descomposición, agregación y desagregación de estructuras son el resultado de la acción mecánica de la vida. Así, de cambio en cambio de un cuerpo para otro más adecuado, va evolucionando la emanación del Principio Inteligente, hasta alcanzar condiciones que le permitan, ya como espíritu, evolucionar en cuerpo humano, en situación de ejercer la facultad del libre albedrío y asumir las responsabilidades inherentes a esa facultad. Como espíritu, encarna innumerables veces, adquiriendo siempre más conocimientos, más experiencia, mayor capacidad de raciocinio, más clara concepción de la vida. El espíritu hace su trayectoria en este planeta en condiciones apropiadas a su estado de adelanto, pasando en cada encarnación a vivenciar situaciones que le proporcionen mayor progreso, hasta terminar la etapa de evolución inherente a este mundo. Por lo tanto, la Materia no evoluciona ni posee atributos. Estos son exclusivos del Principio Inteligente y se exteriorizan en los diversos dominios de la naturaleza. Los atributos espirituales que los seres humanos demuestran, constituyen apenas un reducido número de aquellos que pueden revelar espíritus más esclarecidos que, en virtud del mayor grado de evolución, ya no necesitan volver a este planeta. Quien quisiere profundizar en la investigación de este importante tema, encontrará amplio campo para desarrollar el raciocinio, fortalecer sus convicciones y concluir que, en el universo fenoménico en el que vivimos, esos dos principios: Fuerza y Materia, están en la raíz de todos los hechos y cuestiones existenciales. CAPITULO 3 Espacio Por más que el ser humano de expansión a sus conocimientos, por más que los analice y profundice, no podrá penetrar en toda la extensión infinita del espacio. La mente, aunque avance hasta cierto punto, queda siempre sin alcanzar la meta extrema, que se encuentra bajo el dominio de valores absolutos. Antes de llegar a cuestiones más profundas sobre la naturaleza del Universo, el ser humano necesita adquirir conocimientos imprescindibles para su evolución en la Tierra, esforzándose por aprender las innumerables lecciones que aún no asimiló y que preceden mucho a aquellas que envuelven las trascendentes concepciones del Universo (en todas sus dimensiones). Referente al Espacio, lo que la inteligencia humana ya puede comprender, viene siendo revelado por la ciencia que reúne tales conocimientos. El sistema solar, del cual hace parte la Tierra, se compone de un reducido número de planetas girando en torno al Sol. El planeta Tierra, que sirve de escuela de perfeccionamiento para millones de espíritus en evolución, es, como muchos otros planetas, semejante a una partícula de polvo, en relación al espacio. Pertenece al modesto sistema solar que integra la galaxia denominada Vía Láctea, que contiene millones de estrellas. Es importante no perder de vista que existen galaxias incomparablemente mayores, como también hay soles en la galaxia a que pertenece el pequeño planeta en que vivimos, mucho más grande que nuestro Sol, a pesar de ser éste tan grande en relación a la Tierra, que llega a contener más de un millón de veces su volumen. La luz emitida por las estrellas, como la del Sol, no debe ser confundida con la luz astral, que es reflejo de la acción del Principio Inteligente sobre la Materia en sus dimensiones más sutiles. La oscuridad de la noche nada significa para el espíritu, pues éste observa a través de la luz astral, que penetra todos los cuerpos, hasta el más ínfimo lugar en el espacio. Día y noche tienen significado relacionado, únicamente, con la vida en este planeta. La unidad de medida usada para evaluar las distancias astronómicas, es la distancia que recorre la luz en el espacio de un año, tomándose por base su velocidad, que es cerca de trescientos mil kilómetros por segundo. Con esa altísima velocidad, va de un polo al otro de la Tierra en una pequeña fracción de segundo. Ya la distancia del Sol a la Tierra es atravesada en ocho minutos, aproximadamente. Sin embargo, para atravesar la galaxia de nuestro sistema solar, de un extremo al otro más alejado, lleva miles de años. La distancia de una galaxia a otra más próxima es de tal magnitud que ultrapasa la capacidad de apreciación de la mayoría de las personas. A pesar de eso, una galaxia, con sus millones de sistemas solares, no representa más que una insignificante isla en el océano, en comparación al espacio infinito, o, menos aún, que un punto en el Universo. Esa relación de grandezas invita a meditar en la magnificencia del Universo y en la modestísima participación de nuestro planeta en su composición. Si la Tierra es de modesta composición, de igual modo sus habitantes; modestos en inteligencia, en saber, en nivel de espiritualidad. La Inteligencia Universal tiene poder ilimitado, y de ella emana el pensamiento en su expresión máxima. Nada existe en el Universo sin razón de ser. Ninguna creación fue obra del acaso, ya que todo obedece a una determinación rigurosamente preestablecida. El sentido de la creación, aquí empleado, indica transformación de la Materia por la acción del Principio Inteligente. La idealización de un mundo como el nuestro corresponde a las exigencias de la evolución. Así, en cada existencia en cuerpo humano, la emanación del Principio Inteligente, o sea el espíritu, promueve su evolución en este planeta hasta determinado límite. De ahí por delante prosigue en otro medio, en que las condiciones síquicas y físicas obedecen a sistematización diferente. No hay exageración en afirmar que una única partícula es tan importante como el propio Todo, porque éste no podría existir sin ella, ni ella sin él. Sus leyes y los acontecimientos más sorprendentes que puedan ocurrir son consecuencia lógica del desdoblamiento de la propia vida, llena de acciones y reacciones, de causas y efectos. El espacio está repleto de Fuerza y Materia. El equilibrio de las leyes evolutivas se revela tanto en el macro como en el microcosmo, tanto en lo inconmensurablemente grande como en lo inconmensurablemente pequeño. La vida se extiende ininterrumpidamente, con la manifestación de las más variadas vibraciones, mismo fuera del alcance visual del ser humano. Para el Principio Inteligente todas las grandezas se confunden, porque Él está en toda parte y en cualquier tiempo. Espacio y tiempo, son dos relatividades que interesan sólo a los medios físicos. A medida que evoluciona, va el espíritu tornándose conocedor de las cosas del espacio. Si en la Tierra, hay tanto para aprender, mucho más aún, en el Universo, donde el espacio ofrece campo de estudio. El Universo, representa la evolución en marcha. Las nociones de Espacio, Universo y Evolución, consideradas desde el punto de vista de la espiritualidad, se entrelazan unas a otras como eslabones de una misma cadena. Para la Inteligencia Universal existe, con respecto a espacio y tiempo, solamente una especie de presente eterno, idea que aún no puede ser bien comprendida en este mundo de grandes limitaciones. Las velocidades, por más altas que sean, no pasan de expresiones relativas, igualmente subordinadas al medio físico, pues, otros principios, otras leyes, rigen en el campo espiritual. El espíritu, por ejemplo, puede hacerse presente, simultáneamente, tanto en un mundo como en otro, disponiendo para ello del campo imantado de Fuerza afín, dentro de su radio de acción espiritual. Contemplando al Universo en meditación sobre su grandeza, al investigar el sentido transformador de la vida y el poder ilimitado de la Inteligencia Universal, el ser humano ha de concientizarse del extenso camino que recorrerá en el sendero de la evolución, si no estuviere demasiadamente dominado por las emociones terrenas. Los grandes espíritus que vinieron a este mundo para auxiliar el progreso de la humanidad lo hicieron movidos por la acción consciente del deber; jamás para atender la voluntad de quien quiere que sea, y, mucho menos, de un supuesto ente protector. En la esfera espiritual no hay padres ni hijos. Lo que sí existe, en verdad, es una gran comunión de espíritus en una graduación evolutiva, en que todos, sin excepción, tienen origen común: la Inteligencia Universal. En la Tierra han encarnado, aunque extraordinariamente, espíritus de evolución superior al medio, para auxiliar a la humanidad a progresar, pues cuanto más adelantado el espíritu, mayor es la voluntad que siente de auxiliar a otros a evolucionar. De ahí la razón de someterse, voluntariamente al sacrificio de volver a este mundo, cuando la vida, en los campos correspondientes a su adelantamiento, aunque siempre trabajosa, transcurre en un ambiente de incomparable bienestar común a todos. Negar a espíritus superiores el mérito de haber conquistado la evolución espiritual a costa de grandes luchas, de mucho trabajo, de sufrimientos en múltiples existencias, considerar los altos atributos que poseen al privilegio de supuesta descendencia ilustre o divina es error que cometen, además de desconocimiento de la vida espiritual. ¿Quién demuestra mayor valor: el líder que ascendió al puesto con esfuerzo y merecimiento propios, después de vencer todas las etapas que lo llevaron a la plenitud de la experiencia y del saber, o el que fue colocado en esa posición en base a jerarquía de antepasados? Un número incontable de personas clasifica los espíritus de elevada sabiduría en la segunda posición. Para esas, el valor de admirables y evolucionados espíritus está más en sus orígenes de que en los propios méritos, cuando, en verdad, deben exclusivamente a sí mismos todo cuanto adquirieron y continúan a adquirir para aumentar, aún más, sus valiosos atributos espirituales. Los espíritus, en el transcurrir del proceso evolutivo, se distribuyen en mundos de escolaridad y mundos de estadio. Los mundos de escolaridad son de naturaleza idéntica a la del planeta Tierra. A ellos llegan espíritus de diferentes grados de desarrollo, que encarnan para promover entre si el intercambio de conocimientos intelectuales, morales y espirituales. Nuestro planeta es un mundo de escolaridad en que espíritus hacen su evolución en periodos que varían mucho de espíritu para espíritu, pero que se elevan siempre a miles de años. Los mundos de estadio son aquellos de donde los espíritus parten para comenzar o dar continuidad al proceso evolutivo. Es para allí que retornan los espíritus al final de una encarnación. En los mundos de estadio no se conocen cansancio, indolencia o displicencia ni se deja para después lo que debe ser hecho en el momento exacto. La fatiga y la negligencia resultan de trabajos materiales inherentes a los mundos de escolaridad, que no alcanzan al espíritu. De acuerdo con el grado de desarrollo, los espíritus hacen su evolución partiendo de los siguientes mundos de estadio: • Densos • Opacos • Intermedios • Diáfanos • Luz purísima Cada mundo de preparación se subdivide en clases y cada clase abriga espíritus del mismo grado de adelanto. Mundos y clases son aquí mencionados, tal la importancia del asunto, para facilitar la comprensión del lector y darle un sistema de referencia, en las consideraciones sobre el proceso de adelantamiento espiritual. Los espíritus que hacen su evolución en este planeta pertenecen a los mundos densos, opacos e intermedios. Después que alcanzaren los mundos diáfanos, solo eventualmente algún espíritu retorna al planeta en cuerpo humano, no por exigencia de su evolución, sino para auxiliar a la humanidad a levantarse espiritualmente, en una bella y espontánea manifestación de abnegación y desprendimiento. Incontable número de otros, de igual categoría, se dedican, principalmente por intermedio de las casas racionalistas cristianas, a auxiliar, en forma astral, el progreso de los habitantes de este planeta. Cuando dejan la atmósfera fluídica de la Tierra, los espíritus retornan a los respectivos mundos de preparación, de donde ascienden, si hubo apreciable crecimiento espiritual, a las clases a que se hacen merecedores. Para la ascensión de una clase a la siguiente no existen privilegios ni protecciones. El principio de justicia se fundamenta en las leyes evolutivas. Todos tienen que enfrentar idénticas dificultades y llegar al triunfo por el esfuerzo propio. El mal aprovechamiento de una existencia resulta, inapelablemente, en la necesidad de repetirla, teniendo el espíritu que pasar por las mismas atribulaciones, hasta conseguir dominar los vicios y las debilidades, y recuperar el tiempo perdido. Conforme se encuentra explicado en el Capítulo 9 de este libro, titulado “Desencarnación del espíritu”, cuando el espíritu está en el mundo de preparación que le es propio, tiene conocimiento de lo que pasa en los mundos de clases inferiores a la suya, pero ignora lo que ocurre en las superiores. Constatando, sin embargo, las enormes ventajas de la ascensión a clases de mayor evolución, queda bajo incontenible voluntad de subir en la escala evolutiva, a fin de alcanzar nuevos conocimientos y conquistar más amplios atributos espirituales. En el mundo correspondiente a su clase, y bajo orientación de otros más evolucionados, el espíritu traza proyectos para la nueva existencia en cuerpo humano que quiere, intensamente, aprovechar al máximo. Su mayor esperanza es no perder tiempo en la Tierra, no fracasar, no tornar inútil su venida al planeta. En los mundos de escolaridad como la Tierra, las emociones hacen parte de la vida cotidiana. Esas emociones son experimentadas, indistintamente, por todos los habitantes. Cuando el espíritu se torna superior a las sensaciones de la pobreza y de la fortuna, que complementan el cuadro de las referidas emociones, ahí, si, el sentido de la vida espiritual comienza a despertar. Todos precisan tomar conciencia de que, en el concierto universal, participan de un proceso de perfeccionamiento, con responsabilidades intransferibles y, por lo tanto, deben esforzarse para tener en cuenta sus atribuciones. Existe un deber que a todos alcanza igualmente: trabajar para evolucionar. Miles de personas que viven en este planeta se sienten aprensivas por falta de una brújula orientadora, que es el esclarecimiento espiritual. Si no hubiese sido parcialmente desimantada la que trajeron para la civilización espíritus altamente evolucionados, entre ellos Jesús, con sus magníficas enseñanzas, otros miles de seres habrían, hace mucho, concluido su evolución en la Tierra y estarían ejerciendo sus actividades en otras regiones del espacio. El Racionalismo Cristiano, a través de sus enseñanzas espiritualistas, ofrece a la humanidad una brújula orientadora para el conocimiento de la realidad sobre la vida espiritual. Colocada en práctica, abreviará el número de encarnaciones por la que pasa el espíritu en el planeta-escuela Tierra para hacer su evolución. CAPÍTULO 4 Espíritu El espíritu es inteligencia, es vida, es poder creador y realizador. En él no hay materia en ninguno de sus estados; es, por lo tanto, inmaterial. Emanación individualizada de la Inteligencia Universal, así se conserva en toda la trayectoria que hace en el proceso de evolución. El espíritu es indivisible, eterno, y evoluciona para el perfeccionamiento cada vez mayor. Como partícula del Principio Inteligente, es inseparable de él y subsiste a cualquier transformación, no habiendo nada que pueda destruirlo. En el Capítulo 2 de este libro, titulado “Fuerza y Materia”, quedó evidenciada la evolución de las partículas del Principio Inteligente, desde su estado primario hasta cuando adquieren suficiente desarrollo para incitar y movilizar un cuerpo humano. Se da la denominación de espíritu, a la emanación del Principio Inteligente, desde que inicia el proceso evolutivo en cuerpo humano, denominación que mantiene de ahí por delante en su camino evolutivo. En el espacio universal, en que el Principio Inteligente vibra sin interrupción, acusando permanente acción consciente y constantes demostraciones de vida, el espíritu se manifiesta por movimientos vibratorios. Los principales atributos del espíritu, inherentes al Todo, son: • Inteligencia • Raciocinio • Voluntad • Conciencia de sí mismo • Dominio propio • Equilibrio síquico • Lógica • Percepción • Sensibilidad • Capacidad de concepción • Inteligencia La inteligencia, como atributo maestro del espíritu, orienta a los demás, perfeccionándolos y contribuyendo para tornarlos mejores y más eficientes. De la inteligencia dependen, pues, los otros atributos espirituales que germinan, expanden, crecen, amplían y perfeccionan, de acuerdo con la evolución del espíritu. La inteligencia es la base del raciocinio, proveyéndole de los medios necesarios a su desdoblamiento. Ella da alcance al horizonte del espíritu, es el instrumento capaz de clarear la mente del ser humano, proporcionándole mayor discernimiento sobre la vida espiritual. Gran aliada de la perfección, la inteligencia hace con que la persona reconozca sus fallas y procure evitarlas. • Raciocinio El raciocinio constituye valioso atributo espiritual del que dispone el ser humano para analizar los hechos de la vida y extraer de los acontecimientos las lecciones que le pudieren ser útiles. El raciocinio es como una luz proyectada sobre los problemas difíciles de la existencia, para tornarlos claros y comprensibles. Además de orientar al espíritu en el curso de su evolución, él es un poderoso instrumento de defensa contra el convencionalismo mundano, contra el fanatismo, contra las mistificaciones de cualquier naturaleza, que producen subordinaciones indicadoras de formas agudas o amenas del desequilibrio síquico. • Voluntad La voluntad es poderosa fuerza que impulsa al ser para llegar al triunfo, no existiendo dificultad u obstáculo – dentro, naturalmente, de las limitaciones humanas – que no sea capaz de superar. Ella tiene el poder de subyugar al desánimo, la timidez, las debilidades, las pasiones, los vicios, los deseos desmedidos, cuando el ser humano sabe utilizar, conscientemente, ese atributo espiritual. Es común que las personas confundan voluntad con deseo, a pesar de ser, en verdad, cosas diferentes. Cuando el ser humano es envuelto por un deseo inferior y posee la voluntad suficientemente ejercitada para el bien, ésta interviene, domina y vence el deseo. La fuerza de voluntad es la llama interior que conduce a la victoria a quienes la saben alimentar, mismo en las luchas más arduas y difíciles de la vida. Es el resultado de una serie de sucesos alcanzados por el espíritu, con esfuerzo y decisión, en las existencias anteriores en cuerpo humano y, como enunciado de valor, una fortaleza indestructible para quien sea. • Conciencia de sí mismo La conciencia de sí mismo hace con que el ser humano no se exceda en sus posibilidades, dispersando, en pura pérdida, las energías que posee. Ella significa, pues, la auto-apreciación en su real sentido, no dando lugar a la exaltación de la vanidad ni a la falsa modestia, ya que la magnitud y el valor espiritual son encarados siempre dentro de una rigurosa visualización normal. En posesión de la conciencia de sí mismo, la persona procede con simplicidad, imparcialidad y respeto a los semejantes, por saber que todos tienen origen común y hacen, sin distinción, el mismo curso evolutivo. • Dominio propio El dominio propio asegura al ser humano el control íntimo, evitando actos impulsivos y actitudes impensadas que le puedan llevar a cometer desatinos, muchos de los cuales irreparables, del que se arrepentirá más tarde, como sucede la mayoría de las veces. La persona necesita estar siempre alerta y vigilante, consciente que es fuerza espiritual que vibra incesantemente, atrayendo y repeliendo otras vibraciones de pensamientos. Corrientes favorables y desfavorables a su progreso y bienestar llenan el espacio, cruzándose en todas direcciones. De ahí la necesidad del dominio propio, para no dejarse influenciar por irradiaciones adversas, procediendo, únicamente, de acuerdo con su voluntad. • Equilibrio síquico El equilibrio síquico proviene de la agudeza de los sentidos, del temperamento bien ajustado a las realidades de la vida, de la comprensión exacta de las posibilidades y de la justa apreciación de los hechos. La calma, la serenidad, la moderación, actitudes ponderadas, reflexión, criterio y buen sentido son cualidades reveladoras del equilibrio síquico, por medio del cual la persona, en el torbellino de la existencia terrena, procede con mayor seguridad y se abstiene de la práctica de errores comunes. Luego, el perfeccionamiento de ese atributo debe ser objeto de constantes cuidados, pues él desempeña un papel de la más alta significación en el proceso de la evolución espiritual. • Lógica La lógica es un atributo que da a cada persona coherencia en sus actitudes, congruencia en la concentración de las ideas y ordenación en los pensamientos. Es, por excelencia, resultante de la educación y del progreso espiritual del ser humano, posibilitando que, de acuerdo con su preparación evolutiva, formule sus conjeturas con bases firmes, objetivas y reales. Sin perfeccionamiento espiritual, la lógica es de todo imposible. Así, ninguna afirmación podrá tener bases sólidas, si no fuere firmemente apoyada en ese importante atributo. • Percepción En la percepción pesan determinados factores síquicos que representan valores reales, fácilmente reconocibles. De ella son fuertes componentes los recursos de la intuición y de la inspiración, que poseen importancia destacada entre los demás atributos espirituales y las propias acciones humanas. Íntimamente ligada al poder de inspiración del espíritu, a su agudeza, perspicacia y sensibilidad, la capacidad de percepción, además, ejerce notable influencia en el terreno de la observación, revelándole aquello que las conveniencias tantas veces esconden. Cuando la prudencia interviene, cautelosa, en las resoluciones de una persona, es aún su capacidad de percepción que le abastece de los elementos de decisión. • Sensibilidad La sensibilidad es el atributo que dispone el espíritu para sentir las corrientes vibratorias del medio ambiente, va más allá de las apariencias. Es por la sensibilidad que se percibe el sentimiento afín que congrega, que une, que hermana a los seres de idénticos ideales y de iguales aspiraciones. Es la sensibilidad, además, el instrumento de la alegría y del dolor: dolor que hace a la persona concentrarse en sí misma y despertar para el cumplimiento del deber y comprender la realidad de la vida. • Capacidad de concepción En la capacidad de concepción están el genio inventivo, las creaciones del pensamiento y la fuerza ingeniosa realizadora de todas las transformaciones y mejoramientos. Esencialmente constructiva, a ella se debe, como elemento propulsor, el desarrollo progresivo de la humanidad. Tanto en las artes como en las ciencias, letras y todos los sectores de las actividades humanas, la capacidad de concepción ocupa posición de inconfundible relevancia. La formación de las riquezas le es debida, así como las abnegaciones, los desprendimientos y las renuncias, por ser ella cultivada, por lo general, en beneficio de la colectividad. Los atributos del espíritu son innumerables, aumentan y se desarrollan en razón directa al crecimiento espiritual de cada persona, constituyendo su carácter. El carácter, como tantos otros atributos, evidencia inequívocamente, la evolución espiritual. Quien posee firmeza de carácter dan siempre los mejores y más admirables ejemplos de rectitud en todos los actos de la vida. Como resultado de la combinación armónica de los atributos ya mencionados y de tantos otros, el carácter revela suficiente madurez espiritual y efectivas condiciones para la ascensión a la clase evolutiva más elevada. CAPITULO 5 Pensamiento El pensamiento es una vibración del espíritu, una manifestación de la inteligencia, un poder espiritual. Al alcanzar determinada fase evolutiva, el espíritu siente necesidad de dar expansión a sus conocimientos, de extender los horizontes de la inteligencia y fortalecer los principios morales que fuere perfeccionando en cada existencia. Pensar es raciocinar, es crear imágenes, es concebir ideas, es construir para el presente y para el futuro. Es por el pensamiento que la persona descubre, esclarece, resuelve los problemas de la vida. El espíritu imprime al pensamiento la propia fuerza de que está dotado. El pensamiento, como el sonido y la luz, también hace todo su trayecto en ondas vibratorias, quedando registrado a través de formas, en el océano de materia fluídica de que está repleto el Universo y que puede tornarse conocido de otros espíritus, desde el instante en que es emitido. Todo el proceso evolutivo queda grabado en ese campo de materia fluídica. De ahí, la imposibilidad de ser alterada la verdad en la vida espiritual. Los pensamientos anteceden a las acciones. Así, todo lo que es hecho, actos dignos o indignos son el resultado de pensamientos también dignos o indignos. “Quien mal hace, para sí lo hace”, dice, con sabiduría, un axioma popular. Los pensamientos quedan ligados a su fuente de origen, mientras permaneciere el sentimiento que los generó. Crean condiciones propiciadoras de salud o de enfermedad, de alegría o de tristeza, de triunfo o de fracaso, de bien o de malestar. Formando corrientes que se cruzan en todas las direcciones, los pensamientos tienen como fuente alimentadora a los propios seres humanos y a los espíritus desencarnados que los emiten. Muchas de esas corrientes son muy avasalladoras. Con frecuencia, llegan hasta ejercer un predominio acentuado sobre las benéficas, por causa de la inferioridad de pensamientos y sentimientos en que está saturada la atmósfera fluídica de la Tierra. Pensando mal, el ser humano no sólo transmite, sino que también capta en la misma intensidad, quiera o no, pensamientos afines, y sufre efectos de los pensamientos maléficos. Esas corrientes producen los más serios daños como disturbios físicos y síquicos. La educación, la disciplina y el fortalecimiento de la voluntad tienen importancia fundamental en la acción de gobernar los pensamientos. Aprendiendo a fortalecerse con sentimientos repletos de valor, la persona creará en torno de sí una barrera fluídica de gran rigidez que los pensamientos maléficos de los espíritus obsesores no tendrán fuerza para quebrantar. Temores e indecisiones conducen al fracaso. Ánimo resuelto para pensar y deliberar es condición que se impone. El pensamiento racionalmente optimista debe prevalecer, siempre y siempre, porque, cuando aliado a la acción, se constituye en una fuerza capaz de demoler los más serios obstáculos. Pensamientos de valor y coraje, de firmeza y decisión, atraen vibraciones de otros pensamientos de formación idéntica, produciendo un ambiente de confianza capaz de conducir al suceso. La persona jamás deberá dejarse abatir. Un revés significa nada más que un incidente pasajero. Debe servir para llamar la atención por algo que fue descuidado, o que le era desconocido. Muchas veces, hasta llega serle útil. De cualquier modo, siempre habrá una experiencia para recoger y una lección para guardar de cada fracaso que ocurre. En la vida, nada sucede por acaso. Todo tiene su explicación, su razón de ser. Nadie puede aprender solamente con el éxito, pues también se aprende, y mucho, con el fracaso. La felicidad, la salud y el bienestar no serían tan deseados, si fuesen desconocidas la desgracia, la enfermedad y la miseria. Ante esto, nadie debe desalentarse. El lema es presentir el mal para evitarlo, para combatirlo, para destruirlo, y concebir el bien para conquistarlo, para atraerlo, para integrarlo a los hábitos y costumbres de todos los días. La buena conducta refleja la acción soberana del buen pensamiento, que sobresale, por representar una fuerza motriz de prodigiosa capacidad para superar obstáculos. Esa fuerza del pensamiento varía con la educación de la voluntad. La voluntad débil anima el pensamiento débil, y, la voluntad fuerte, el pensamiento vigoroso. No es pues dando acogimiento a las vibraciones enfermizas de pesimismo, de desánimo, de malquerer, de envidia, de ingratitud, de odio, de venganza, de perversidad y de la indolencia que el ser se fortalece y resuelve sus problemas. Antes, entorpece la mente y se arruina con esas vibraciones. El pensamiento se cultiva, se perfecciona y se fortalece por el poder consciente de la voluntad. Pensamientos fuertes son claros, firmes y bien definidos. Con mayor facilidad se concretiza un ideal cuando se sabe pensar firmemente y se pone en acción la fuerza de voluntad dirigida para el bien. Saber concentrarse en determinado asunto, dando alas a la imaginación con el propósito y el empeño de estudiarlo bien, de descubrir todas sus graduaciones, toda la multiplicidad de aspectos, todas las diferentes formas de interpretación, constituye ejercicio de excepcional importancia para llegar a conclusiones acertadas sobre el objeto de ese estudio. En todos los casos, sin embargo, el estudioso necesita ejercer severo control sobre sí mismo, para no colocar en la apreciación de los hechos, su simpatía, intereses egoístas, o la influencia de presunción y del convencimiento de que se encuentre imbuido, pues la falta de ese control, contribuye, invariablemente, para una visión deformada de las cosas, y acaba por llevarlo a conclusiones falsas. Para ser constructivo, progresista, realizador y útil al Todo Universal, el pensamiento precisa ser límpido, cristalino y libre de los desvíos espirituales ocasionados por el vivir sin método, por la egolatría y por la presupuesta infalibilidad de las opiniones que conducen al fanatismo de las ideas fijas. Es común oír decir que la unión hace la fuerza. Nada más exacto, tanto en el sentido espiritual como en lo material. Varios individuos de mala índole e inferior educación, religados unos a otros y a terceros por pensamientos afines, producen vibraciones mucho más perniciosas de que las emitidas apenas por uno de ellos. La influencia del medio es de suma importancia para el bienestar del ser humano. Toda persona aprende con la disciplina racionalista cristiana a prepararse mentalmente, siempre que tuviere que penetrar en cualquier ambiente conturbado. Esa preparación consiste en el pensamiento vibrado con sabiduría, elevación, consciencia y confianza en sí mismo. Por atracción al Astral Superior – espíritus que detentan grado elevado de espiritualidad y, por eso, no necesitan encarnar para evolucionar, también denominados Fuerzas Superiores por el Racionalismo Cristiano – el pensamiento emitido por persona síquicamente sana y esclarecida crece en vigor, en la medida de las necesidades del momento, se amplía, expande y supera cualquier corriente de pensamientos inferiores. Las vibraciones de pensamientos de diversos espíritus encarnados van formando corrientes. En razón de la cualidad de esos pensamientos, las corrientes formadas pueden ser positivas o negativas, ejerciendo enorme influencia sobre el comportamiento humano, tanto para el bien cuanto para el mal. Por la ley evolutiva de atracción, todos están religados a esas corrientes, alimentándolas o siendo influenciados por ellas. El conocimiento de ese fenómeno hace parte del esclarecimiento espiritual, siendo de gran valor para el lector saber porque es tan importante controlar los pensamientos, no permitiendo que queden librados, a merced de las influencias de esas corrientes, principalmente las de fácil acceso, como son las corrientes negativas. La fuerza del pensamiento tiene como medida el grado de evolución espiritual del ser humano, y, como límite, la capacidad que éste posee de utilizar sus atributos espirituales. Deberá ser siempre desarrollada con el objetivo de favorecer el bien común. Desde que el ser se desarrolle en la conciencia de sí mismo y se identifique con sus poderosas facultades latentes, encontrará en la fuerza del pensamiento el instrumento seguro y eficaz para la realización de anhelos y aspiraciones, y mantener su salud física y síquica. La literatura médica registra innumerables casos de enfermedades graves cuyas curas, consideradas por muchos milagrosas, apenas se debieron a la acción espiritual de los propios enfermos. Con pensamientos elevados, atrajeron a las Fuerzas Superiores, fortaleciendo sus espíritus y mejorando la respuesta del organismo al tratamiento prescrito. La persona crea la imagen por el pensamiento y, sólo después, la materializa para determinado fin. Véanse las maravillas de la pintura universal. Obsérvese la riqueza, la grandiosidad de las obras que consagraron e inmortalizaron tantos y tantos maestros de las bellas artes, a través de los tiempos. Pues ninguna de ellas fue impresa en la tela sin que el pintor la hubiese concebido mentalmente en todos sus detalles. Lo mismo sucede con el ingeniero. Antes de diseñar el edificio, la máquina, los proyecta en sus mínimos pormenores. Con el pensamiento en acción, primero idealiza el esbozo, después corrige las posibles fallas, hasta que la imagen de lo que va exteriorizar y materializar esté más o menos perfecta. De toda obra humana, sin excepción, el espíritu creó la imagen por la acción del pensamiento, y, sólo después la materializó. Si así ocurre en la Tierra, mucho más en el espacio superior, donde el poder del pensamiento creador es incomparablemente mayor. Evolución significa, por encima de todo, Poder Creador. Cuanto más evolucionado fuere el espíritu, más poderosos se tornan el pensamiento y la capacidad creadora. Un espíritu en el inicio de la trayectoria evolutiva, por más nefasta que sea su actividad, no puede ultrapasar ciertos límites impuestos por la pobreza mental y del raciocinio de que es dotado. Ya un espíritu evolucionado, si fuese a utilizar los recursos de su inteligencia para el mal, podría causar obra verdaderamente devastadora. El pensamiento vigoroso emana del espíritu fuerte, experimentado; en cada existencia bien aprovechada él trabaja, conscientemente, para mejorar, todavía más, su personalidad síquica. Es en la secuencia de ese progreso que el poder del pensamiento se desarrolla y con él la capacidad de concebir, de crear, de realizar obras, cada cual más importante. Si esto es posible en un mundo tan modesto, de tan reducida evolución espiritual como el nuestro, imagínese el extraordinario poder de realización de los espíritus altamente evolucionados, cuyas actividades son ejercidas en campos más elevados. El gran repositorio de la sabiduría no está en la Tierra, sino en el espacio superior. Los progresos de la moderna tecnología no serían aún conocidas, si muchos de sus descubrimientos no hubiesen sido transmitidas a los seres humanos por la vía de la intuición, vale decir, por la fuerza del pensamiento, delante del cual todas las distancias se anulan. De las riquezas espirituales que el ser perfecciona en este planeta, asume papel de excepcional relevancia el pensamiento, de cuyo poder concentrado depende la racional solución de todos los problemas de la vida. CAPÍTULO 6 Libre albedrío El libre albedrío es una facultad espiritual orientada por el raciocinio y controlada por la voluntad. Cuanto mayor fuere el poder de raciocinar, más fácil se torna el gobierno del libre albedrío. Libre albedrío quiere decir libertad plena de acción, tanto para el bien como para el mal. Practican el bien – y promueven la evolución – las personas que procuran mejorar sus hábitos, mejorando las características individuales, y que valorizan el respeto a las costumbres, sometiéndose a las normas de convivencia propias del contexto social en que viven. Las que, por acciones o pensamientos, hacen retardar esa evolución, inciden en el mal que acabará, tarde o temprano, por alcanzarlas, con mayor o menor dureza. La facultad del libre albedrío comienza a despuntar cuando la partícula inteligente asciende a la fase evolutiva que le da condiciones para encarnar en cuerpo humano. En esa fase, como es comprensible, el conocimiento sobre el proceso de la evolución es incipiente. La persona, sin embargo, ya posee conciencia del bien y del mal. El mal uso del libre albedrío resulta de la corta capacidad de raciocinar acertadamente, de la adquisición de vicios y malas costumbres y del cultivo de sentimientos inferiores. Bajo la influencia de esas perniciosas adquisiciones, enemigas de la salud y de la evolución espiritual, la persona queda saturada de vibraciones inferiores que la hacen perder el respeto por sí misma, llevándola a cometer actitudes reprobables. Todo mal aumenta de volumen cuando practicado conscientemente, y quien así procede tendrá, sin ninguna duda, un triste y doloroso despertar. Usar el libre albedrío como instrumento contra el semejante, servirse de él para injuriar, intrigar, escarnecer, calumniar y desmoralizar al prójimo constituye error de máxima reprobación. Escapan los seres, en cuanto pueden, de la justicia terrena, que tantas y tantas veces yerra en la apreciación de los hechos humanos, pero, jamás escaparán a la Ley evolutiva de causa y efecto, que los harán recoger, en el debido tiempo, el fruto de las semillas que hubieran sembrado en la Tierra. No es un tribunal astral, como se podrá suponer, que va imponer la justicia espiritual al delincuente. Es el propio espíritu desencarnado que se somete a ella voluntariamente, en el momento en que – en el mundo espiritual a que pertenece, despojado de todas las influencias de este planeta – procede en detenido examen de sus actos, en que ni uno sólo escapa a su apreciación y a su juzgamiento. Evaluado su grado de evolución, que lo obliga a una nueva jornada evolutiva en cuerpo físico, el espíritu se dispone a dar lo máximo de sí para recuperar, lo más rápido posible, el tiempo que perdió en la Tierra en la última existencia. La perversidad es una demostración inequívoca de la falta de esclarecimiento espiritual. Ella significa que el espíritu no está todavía convenientemente pulido, y torna claro que sus vibraciones son idénticas a las de camadas espirituales de ínfimo desarrollo del sentido humanitario. El libre albedrío de la persona, en tales circunstancias, refleja desacierto de la orientación, del estado evolutivo del propio espíritu. En la medida en que crece la intensidad de la vibración del espíritu, va disminuyendo la posibilidad de dejarse inducir por las corrientes vibratorias de inferior especie y de practicar acciones que la conciencia reprueba. Por lo tanto, el espíritu vibra con la intensidad correspondiente a su grado de progreso. Cuanto mayor fuere esa intensidad, más acentuado es el conocimiento de la vida, más evidente el poder de acción espiritual, más seguro el control de los actos humanos y más perfeccionado el uso del libre albedrío. La evolución – nunca está demás repetir – está regida por leyes naturales e inmutables, que jamás se alteran en el tiempo y en el espacio. A sus normas imperativas nadie puede esquivarlas. Esas leyes colocan a todos en el mismo riguroso nivel de igualdad en lo tocante a los medios de que cada cual dispone para hacer uso, con toda libertad, del patrimonio espiritual que fuere conquistando, de manera más rápida o más lenta, conforme la dirección que haya dado a su libre albedrío. La evolución puede ser retardada por indolencia, displicencia o negligencia del ser humano. Esa situación de indiferencia, de relajamiento y abandono de los deberes que la vida impone es muchas veces atribuida a la supuesta predestinación o al yugo del destino inexorable y cruel, contra los cuales muchas personas piensan que sería inútil luchar. Ese modo infundado de encarar cosas tan serias casi siempre resulta en daños morales y/o materiales. El ser humano tiene suficiente poder para cambiar, en cualquier momento, los rumbos de la vida, manejando, correctamente, el libre albedrío. Él es, el artífice de su futuro bueno o malo, del triunfo o del fracaso. La persona espiritualmente esclarecida prepara hoy el día de mañana. Eso significa que el futuro será el que estuviere siendo proyectado y trabajado en el presente. Como hay mucho que hacer, le cumple estar siempre atento a los deberes, procurando utilizar el libre albedrío en acciones que preserven su futuro de consecuencias perjudiciales y le faciliten la jornada. El dolor moral – acompañado de desorientación – produce vibraciones susceptibles de atraer y retener influencias y fluidos deletéreos. No obstante, si la persona posee algún conocimiento de la vida y perciba las asociaciones existentes entre el cuerpo y el espíritu – sin perder de vista la precariedad y transitoriedad de los valores terrenos – comprenderá la necesidad de oponer reacción inmediata al sufrimiento, para no dejarse dominar por él, así como los pensamientos de debilidad que podrán conducir al abatimiento espiritual, causa de tantos trastornos síquicos y males físicos como la depresión. A nadie le es solicitado más de lo que puede dar. El buen uso del libre albedrío está dentro de la capacidad de cada uno. ¿Por qué entonces, cometer errores que hacen de la vida un tormento? ¿Por qué tantos se dejan absorber por las bulliciosas emociones relacionadas a un vivir materializado, tan precario como engañador? Es, pues, de máximo interés humano el conocimiento de la responsabilidad que cada ser tiene en el gobierno de su facultad de arbitrar. Esa responsabilidad hace parte integrante de la vida, siendo por eso irrecusable e intransferible. Es inútil negarla, como es inútil intentar escapar a sus consecuencias. El perdón para crímenes, fraudes y prevaricaciones no tiene ningún sentido en la vida espiritual. Lo que se impone, por encima de todo, es la necesidad imperiosa e improrrogable que cada persona enfrente con determinación, coraje y valor los problemas y las responsabilidades de la vida. El error para poder ser evitado, necesita ser reconocido. Son incalculables los males resultantes del desconocimiento de lo que representa el libre albedrío en la existencia humana, pues, con esa facultad bien conducida, no habría tantas encarnaciones mal aprovechadas. Gran parte de la humanidad poco sabe del libre albedrío. Muchas personas creen que la vida se limita a un único pasaje por este planeta y por eso accionan de manera inconsecuente, lo que contribuye para la pérdida de oportunidades preciosas que este planeta escuela ofrece para la evolución espiritual. ¿Cuándo se decidirá la humanidad a despertar para la realidad de la vida? ¿Cuándo se sentirá con fuerzas para romper con las anticuadas corrientes de pensamiento que dificultan el progreso espiritual? Sin duda que: son muchas las jornadas del espíritu en las sucesivas etapas por la Tierra. Todas ellas, sin embargo, podrán ser superadas sin repeticiones, si los principios racionalistas cristianos fueren rigurosamente observados, y de ellos forma parte destacada el buen uso del libre albedrío. CAPÍTULO 7 Aureola Todos los cuerpos físicos, cualesquiera sean, poseen una base fluídica. Esa base penetra y se expande más allá de sus límites físicos, formando una cobertura que los médiums videntes perciben como si fuese una nube, denominada aureola o campo áurico. La materia organizada (física) y los diversos niveles de materia fluídicas son campos de manifestaciones del Principio Inteligente. Los campos áuricos reflejan esas manifestaciones. La visión física apenas puede distinguir los colores del espectro solar y sus asociaciones. Existen, no obstante, otros innumerables que, aunque escapando a los ojos humanos, hacen parte de la serie de colores de la aureola. La visión astral, cuando comienza a desarrollarse, apenas distingue la porción de mayor densidad de la aureola. Su observación más profunda es posible solamente por médiums que poseen la videncia suficientemente afinada. La coloración de la aureola de los minerales se presenta, de cierto modo, constante. En los vegetales, la vida ya demuestra acción evolutiva más avanzada y variable. Por ejemplo: los árboles, en la plenitud de su existencia, y las maderas, en su utilización industrial, presentan aureolas diferentes, que corresponden a la transformación operada con su manipulación. En los animales inferiores, aumenta la variación de los colores de las aureolas, que se alteran de acuerdo con las condiciones de salud, con el estado de calma o de irritabilidad, de coraje o de temor, de buena o de mala nutrición y, aún, con la edad viril o de senilidad. La aureola humana es la que presenta mayor complejidad de análisis, por la gran variación se colores. Su lectura sólo podrá ser efectuada con exactitud por espíritus evolucionados, conocedores de toda la sutileza de alternación y combinación de los colores, ya que en un mismo color, cada tonalidad posee significado particular, y cada combinación de dos o más colores o tonalidades exige nuevas interpretaciones. Cuando la persona se mantiene en estado de calma y de tranquilidad, su aureola manifiesta un color propio, reveladora del grado de evolución del espíritu, pues revela sus tendencias, capacidad de raciocinio, nivel de inteligencia, naturaleza de los pensamientos y grado de sensibilidad de conciencia. Como resultado de eso es que se modifica de individuo para individuo, el color habitual o propio de la aureola. Y ese color habitual o propio va cambiando, paulatinamente, a medida que el carácter es perfeccionado, con la eliminación progresiva de los sentimientos inferiores. La aureola está sujeta, además, a alteraciones repentinas y pasajeras. Basta que la persona se deje envolver por una emoción o pasión cualquiera o fuere acometida por determinado sentimiento, para que su aureola tome, inmediatamente, el color que ese estado síquico traduce. Es que emociones, pasiones y sentimientos momentáneos producen vibraciones correspondientes, y éstas, dominando el campo áurico, se imponen con su color propio. Por lo tanto, los colores habituales de la aureola definen, de modo general, el carácter del individuo, al paso que los colores pasajeros expresan las mutaciones de pensamientos y emociones delante los problemas de la vida. Durante el sueño, se puede observar la aureola del cuerpo físico, cuando el espíritu se aleja con el cuerpo fluídico, sin rompimiento de los vínculos vitales. Verificándose su color blanquecino y transparente, como si fuese constituida por hilos de cabellos extendidos, si el cuerpo estuviere sano, y, curvos y caídos, cuando está enfermo. Más densa junto al cuerpo físico, tornándose más transparente, más tenue, diáfana, a medida que se distancia de él. Los dos extremos opuestos, en la gama de los sentimientos alimentados por el espíritu, son identificados, en el campo áurico, por las tonalidades clara y oscura. Entre los extremos hay inmensa variedad de colores, cada cual definiendo pensamientos, emociones, sentimientos y, de un modo general, el grado de evolución del espíritu. La tonalidad clara, límpida, cristalina, demuestra la forma más elevada del desarrollo espiritual. La oscura, empañada, representa los más bajos sentimientos. Los espíritus del Astral Superior se manifiestan en cuerpo fluídico, invariablemente, por intermedio de tonalidades claras. En la secuencia de la evolución espiritual, cada individuo bien intencionado procura despojarse de los defectos que va notando en su propia personalidad, pero conserva los que se le escapan. Ese procedimiento, asimismo, varía de persona a persona. Unas, mientras se empeñan en combatir la vanidad, se olvidan de la avaricia; otras, esforzándose por dominar la envidia, se dejan llevar por la lujuria, y así por delante. A pesar de que la aureola permanezca oculta, en parte, a la visión humana, la persona necesita habituarse a ser honesta, leal, verdadera, no por miedo de que otros descubran la inferioridad de su personalidad interior, pero si por deber de conciencia, por dignidad propia, por el respeto que debe a sí misma y por el esclarecimiento relacionado con la vida. El carácter del ser humano se pule, se perfecciona, se consolida, bajo condiciones estructurales indestructibles, de manera que, en cualquier situación, las actitudes que practica revelen siempre la calidad de sus atributos morales. CAPÍTULO 8 Encarnación del espíritu La Tierra es un mundo escuela, una oficina de aprendizaje y trabajo, un ambiente adecuado donde el espíritu promueve su evolución en tiempo más o menos extenso, de acuerdo con el aprovechamiento alcanzado en cada una de las numerosas encarnaciones por las que necesita pasar en el planeta. Conforme consta en el Capítulo 3 de este libro, titulado “Espacio”, los espíritus, en sus mundos de estadio, están distribuidos por clases, según la evolución de cada uno. Los que cumplen etapas del proceso evolutivo aquí en la Tierra pertenecen, con excepción de casos especiales, a los mundos densos, opacos o intermedios. Los espíritus se mezclan intensamente al encarnar, formando pueblos de estructuras heterogéneas, como conviene a un mundo de aprendizaje como es la Tierra. Los seres que saben más, los que disponen de mayor formación, de mayor bagaje de experiencia, enseñan a los que saben menos aquello que, por su turno, aprendieron de otros. Para asimilar bien las lecciones de la vida, necesitan encontrar en los semejantes cualidades y conocimientos que aún no poseen. Exactamente por ese hecho es que se ve, con frecuencia, personas de espiritualidad muy diferentes en una misma familia. Determinado a encarnar y, tomando en consideración las perspectivas relacionadas a su grado evolutivo, el espíritu escoge dentro de lo que está a su alcance, la nación, la familia, grupo étnico y otras condiciones que le puedan favorecer en el proceso de desarrollo. En el momento de la concepción se forma una conexión de naturaleza vibratoria entre el espíritu y el óvulo fertilizado. Al dejar las dimensiones más sutiles, que constituyen su mundo de preparación, proyectándose en los niveles más compactos de la materia física, el espíritu se incluye con campos relacionados al planeta, recogiendo de cada uno materia fluídica necesaria a la manifestación y expansión de sus atributos y de sus facultades. Cada campo posee funciones específicas. Hay, por ejemplo, lo que está asociado a las emociones y lo que está ligado a los sentimientos, entre tantos otros. El conjunto de lo extraído por el espíritu de los diferentes campos genera un campo individualizado a él ligado por vibraciones, denominado cuerpo fluídico. Es a través de ese cuerpo fluídico que el espíritu interaccionará con su cuerpo físico en formación. La radiación proveniente de las vibraciones del espíritu sobre el cuerpo fluídico originará en torno al cuerpo físico su campo áurico, o halo luminoso que puede ser captado a través de la percepción extrasensorial de los médiums videntes. A medida que el cuerpo físico se desarrolla en el útero materno, el espíritu comienza a ligarse a él, gradualmente, a partir del tercer mes de gestación, a través de cordones fluídicos. El espíritu toma posesión del cuerpo físico en ocasión del nacimiento. No obstante, el despertar para la realidad terrena sólo se hace paulatinamente, extendiéndose hasta, más o menos, el séptimo año de vida, edad en que se consolidan las ligazones entre el cuerpo fluídico y el físico. En los primeros años de existencia, los niños viven parcialmente ligadas a las dimensiones síquicas y eso es evidenciado cuando muchos de ellos están absortos, conversando con amiguitos invisibles, viendo cosas y oyendo voces que, a los adultos, suenan como invenciones y fantasías. Tales fenómenos, no obstante, cesan con el tiempo y los niños pasan a focalizar la atención en la realidad física que les rodean. En esa fase, ellos son también muy susceptibles a las influencias síquicas del medio en que viven. Se presentan sin reservas y revelan, desde tierna edad, tendencias plasmadas en anteriores encarnaciones del espíritu. Es el momento más adecuado para definir y colocar en práctica criterios educacionales que los conduzcan al crecimiento espiritual. Es importante, por eso, que los adultos, principalmente los padres, sean conscientes de esos hechos, a fin de orientarlos con acierto, proporcionándoles un ambiente síquico favorable al desarrollo de una personalidad espiritualmente equilibrada. Simplificando, se puede decir que el ser humano en el planeta Tierra está constituido por: ● Espíritu (principio inteligente e inmaterial) ● Cuerpo fluídico (materia sutil) ● Cuerpo físico (materia densa) Con esa estructura ejercerá las funciones terrenas, cumpliendo una de las más importantes determinaciones de las leyes evolutivas: la Ley de las reencarnaciones. El espíritu, para el cual está dirigida la atención del lector, es quien gobierna los dos cuerpos – el fluídico y el físico - siendo, por tanto, responsable por todas las manifestaciones de la vida. Las transformaciones por las cuales pasa la materia, a la que están sujetos los dos cuerpos mencionados, jamás alcanzan al espíritu. Inmaterial, eterno e inmutable en su esencia, él ofrece admirables demostraciones de potencialidad y valor a medida que evoluciona. El cuerpo fluídico es, entonces, la ligazón entre el espíritu y el cuerpo físico del ser. Él está preso al espíritu en razón de la vibración permanente de éste, y penetra todo el cuerpo humano. Durante el sueño, el espíritu se aleja con el cuerpo fluídico – del cual no se aparta nunca – sin interrumpir la unión con el cuerpo físico, al cual continúa a transmitir el calor y la vida a través de los cordones fluídicos mencionados. Por más extensas que sean las distancias que separan al espíritu del cuerpo físico, jamás la conexión entre ellos se interrumpe, no sólo porque tal interrupción significaría la desencarnación del espíritu, como por la naturaleza de los cordones fluídicos, que se extienden sin límites. Siendo así, el espíritu y el cuerpo fluídico solamente dejan definitivamente el cuerpo físico después de su fallecimiento. El cuerpo físico es una admirable obra de la Inteligencia Universal, capaz de proporcionar al espíritu los recursos materiales necesarios para efectuar en el planeta Tierra un curso de perfeccionamiento en innumerables encarnaciones, indispensables a su ascensión a un ambiente de mayor espiritualidad, un plano más elevado de la evolución. La ciencia médica se ocupa con el cuerpo físico, estudiándolo en sus mínimos detalles. Y no es pequeño el número de científicos que ya admiten que los desórdenes del espíritu –que incluyen las perturbaciones emocionales – la causa de gran parte de los desarreglos físicos, formando todo un cuadro de anomalías y enfermedades, cuyo origen ya no constituye secreto para ellos. El espíritu al encarnar se aísla de su pasado, se olvida por completo de las existencias anteriores, apenas retiene en el cuerpo fluídico las enseñanzas oriundas de las experiencias por las cuales pasó y las tendencias resultantes del uso que hizo del libre albedrío. Eso representa una gran bien: 1º porque posibilita la convivencia con espíritus que por ventura fueron sus desafectos en existencias pasadas, re-aproximándose de ellos sin resentimientos o malquerencias; 2º porque el espíritu, sin la visión temporaria de los errores del pasado, que tantas veces humillan, avergüenza y hasta subyugan, aniquilando la voluntad, mejor se condiciona para una nueva existencia, en cada pasaje terreno. Todo lo bueno adquirido con esfuerzo y trabajo conserva para siempre, y ese patrimonio espiritual le presta valiosa colaboración en cada encarnación, facilitando la conquista de nuevos conocimientos, de nuevas cualidades y de mejor perfeccionamiento de sus atributos y de sus facultades. Así han hecho y continúan a hacer millones de espíritus en su trayectoria por este mundo, en una extensa serie de encarnaciones. El ser humano pasa por diferentes fases, en cada una de las cuales podrá recoger valiosas enseñanzas. Esas fases son: • Infancia, • Juventud, • Madurez y • Vejez. En todas ellas tienen deberes a cumplir, trabajos a realizar, obligaciones a satisfacer. La dinámica de la vida exige acción permanente. Pero, acción dignificante, provechosa y constructiva, en beneficio propio y del semejante. Las cuatro fases mencionadas só lo poseen sentido en el plano físico. Ellas se relacionan, únicamente con el desarrollo y la duración de la existencia terrena, sirviendo para establecer la diversidad de experiencias y enseñanzas en el curso de una encarnación. Se da el nombre de infancia al periodo que se extiende desde el nacimiento a la pubertad. En ella se construye la base que irá a sustentar la formación del carácter. El miedo es uno de los perniciosos males que más inquietan, angustian y martirizan al ser humano. Sus semillas pueden comenzar a germinar en la infancia, cuando tantas cosas erradas son inculcadas en la mente de los niños. Ciertos cuentos infantiles, en que aparecen bichos comilones, fantasmas, lobisones y tantas invenciones, muchas veces causantes del complejo de temor que se va apoderando de los niños y por la nefasta influencia que tal complejo pasa a ejercer durante toda la vida. Combatir, durante el proceso de educación de los niños, todo cuanto pueda contribuir para tornarlos tímidos y miedosos, evitando, necesariamente, los caminos extremos que conduzcan a la imprevisión y a la temeridad, es deber que se impone a todos los que tuvieren parte de responsabilidad para con ellos. Es de importancia fundamental las enseñanzas que fueren suministradas al niño en esa delicadísima etapa de la vida, a través de lecciones del más alto sentido moral y, sobre todo, de ejemplos repletos de valor, para que sean bien asimilados y contribuyan para la formación de una personalidad valerosa. A la infancia siguen los años de juventud, que se sitúan entre lo que se concibe generalmente por menor y por adulto. La juventud comienza en la pubertad, extendiéndose hasta la madurez, que es la edad de la razón, en que están presentes, de modo general, las más altas aspiraciones y los grandes ideales de la vida. A esas aspiraciones, a esos ideales, no es extraño el sentido de espiritualidad, principalmente si en la infancia el niño tuvo la felicidad de recibir principios educativos elevados. Una nación será grande en la medida que pudiere confiar en su juventud, para lo cual se dirigen, permanentemente, las esperanzas de los más viejos. A la juventud continúa la madurez, en que el ser humano tiene, a su favor, la experiencia alcanzada en los períodos anteriores de la vida. Él podrá ser, en esa etapa, un timonero seguro y competente, sirviéndole de mucho la suma de conocimientos adquiridos. La persona alcanza el apogeo en la madurez. Su cuerpo físico alcanzó la vitalidad máxima, permitiendo al espíritu transmitirle la plenitud de su capacidad constructiva. La vejez representa la última etapa de la vida. Eso es comprensible: el cuerpo físico no es más que la máquina al servicio del espíritu, del que recibe calor, acción, movimiento y vida. Esa máquina, como todas las máquinas – está sujeta a la acción del tiempo, a los desarreglos y desgastes que son mayores o menores, de acuerdo con el cuidado que se le fuere dispensando. Y, convengamos, no faltan los desatentos, los indiferentes y los desprolijos. Algunos se entorpecen con los vicios, que producen en el cuerpo físico daños que a menudo son irreparables, acarreando su ruina. La vida bien vivida conduce a una vejez sana y feliz. En esa fase, sin embargo, aunque plenamente lúcido, el ser humano no puede, como es comprensible, manifestar la misma fortaleza, vigor y dinamismo revelados en los períodos anteriores. Y eso se debe por la natural disminución de la capacidad física. Las actividades en este mundo son diversas y son muchos los medios por los cuales se procesa la evolución. No obstante, ni todos los seres humanos cuentan con iguales posibilidades, pero lo que importa, por encima de todo, es dignificar el sentido de la vida, mismo en los trabajos más rudos y humildes. Son felices las personas que saben dar al mundo inequívocos ejemplos de valor y honradez. El interés por el bienestar general, el comportamiento familiar, la preocupación constante direccionada para la educación de la prole, la disciplina y el amor al trabajo son algunos de esos ejemplos. La moral social se define por el grado de evolución espiritual. Cada pueblo posee una concepción propia de la vida. Mismo así cuanto más se avanza en el terreno de la civilización, más patentes y fuertes se evidencian los preceptos de la moral y de la honra. La educación de los seres humanos no se limita al período de la infancia, en que más influyen los padres. Preparados para dirigirse por sí mismos, ya adultos, deben ir recogiendo el mayor acopio de experiencia que les fuere posible alcanzar, a través de la observación y del testimonio de las cosas que ocurren en su entorno o del que hubieren tomado conocimiento. El éxito o el fracaso de los otros, las causas, las razones, los motivos de las alegrías o de los sufrimientos por los que pasan, constituyen valiosas lecciones que deben aprovechar todas las personas, para no incidir en los errores que causaron dolor y el perjuicio ajeno y para poder tomar los mismos caminos que llevaron al semejante al triunfo y al bienestar. Los variados niveles sociales que existen en la Tierra se justifican, en parte, por los errores de sus habitantes, en razón de la etapa de evolución espiritual en que se encuentran y de la educación deficiente que reciben. Las diferencias sociales pueden ser minimizadas con mejor acceso a padrones más elevados de cultura, escolaridad y civilidad. No se puede ahorrar esfuerzos individuales ni colectivos, pues esa lucha es de todos. Sin embargo, más importante que la cultura y educación es la espiritualidad. A medida que la persona se esclarece sobre su propósito en la Tierra, se torna más sensible. Percibe, con facilidad, los errores y deslices que cometió, sabe que se desvió del camino evolutivo que planificó en su mundo de preparación, y procura corregirse, rápidamente. El individuo mal educado restringe su campo de acción al propio nivel en que vive, tornándose indeseable en los planos superiores de educación. De ahí la necesidad que tiene toda persona de no ahorrar esfuerzos en el sentido de mejorar sus condiciones sociales, contribuyendo para la elevación de los índices de civilización en el planeta. Si la persona se inferioriza ante del prójimo cuando practica acciones condenables, reveladoras de escasez de principios morales y educativos, mas inferior se sentiría y con vergüenza de sí misma, si tuviese la conciencia espiritual vigilante y despierta para apreciarlas y analizarlas. Vivir con eficiencia implica cuidar de la salud moral y física, participar activamente del esfuerzo común de la humanidad para mejorar las condiciones del mundo, procediendo siempre con disciplina, método y orden. Los seres deben respetarse a sí mismos y al prójimo, ya que no es concebible una existencia terrena digna y bien ajustada al interés común sin respeto. Tratar sin respeto al semejante es revelar carencia de principios educativos y cometer una indignidad. El respeto debe existir entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos y, de modo general, entre todos los seres. No hay germen más pernicioso y destructor del sentimiento de amistad que la falta de respeto. La intimidad no exime, de ninguna manera, el tratamiento irrespetuoso. El principio de autoridad -indisociable de la fidelidad a los dictámenes de la moral, de la moderación y de la justicia - jamás deberá ser ejercido con despotismo e intolerancia. Aunque muchas personas se impongan por el temor que sus actos infunden, la verdadera autoridad, la más auténtica, la más legítima es magnánima y justa, tornando a aquellos que la ejercen queridos y respetados. Eso no quiere decir que abdiquen ellas del derecho – y hasta del deber – de actuar con firmeza cuando fuere necesario. Lo que no deben, nunca, es excederse o de tornarse prepotentes y arbitrarios. Quien tiene autoridad precisa reflexionar bastante antes de tomar cualquier medida, para reducir al mínimo la posibilidad de cometer equívocos y practicar injusticias. Todos los habitantes de este mundo escuela son imperfectos. Unos, evidentemente, más que otros. No hay, pues, quien no esté sujeto a errores. Muchos de esos errores son involuntarios. Otros resultan del mal uso del libre albedrío. Se dice que: “errar es humano”, nada más cierto, sin embargo, una vez convencido del error, cumple a cada uno honestamente reconocerlo y esforzarse para no volver a errar. Esconder los errores en lugar de combatirlos es práctica común, pero altamente perjudicial al perfeccionamiento del espíritu. La mayoría de las personas excepcionalmente proceden con imparcialidad y justicia en el juzgamiento de sus propios actos. Aún aquellas que encaran con severidad las malas acciones ajenas, para las cuales tienen siempre palabras de censura y condenación, no escapan a la tendencia general con relación a las propias faltas, que es la de justificativa amplia, indulgente y absolutoria. Con ese procedimiento, los errores acaban por incorporarse a los hábitos y costumbres humanos, perdiendo el individuo el respeto que debe a sí mismo y corrompiendo su carácter y dignidad. Lo que todos deben hacer es encarar, valientemente, las faltas cometidas y disponerse a eliminarlas con el poder de la voluntad. La integridad deberá constituirse en permanente preocupación del ser humano, que mucho logrará si consigue perfeccionar, por lo menos, una de las muchas facetas de ese precioso tesoro moral. Nadie puede llegar al fin del ciclo de encarnaciones terrenas mientras no hubiere alcanzado elevado nivel de integridad. En este mundo no faltan subterfugios astutamente creados para proporcionar situaciones ventajosas, pero deshonestas. Los débiles siempre capitulan ante ellos. Los fuertes resisten, los que resisten vencen, y las victorias fortalecen. Pues es de la suma de esas victorias que se forman seres verdaderamente íntegros. Pero, entiéndase: no se perfecciona la conducta moral apenas porque no se vende la conciencia. Es preciso más, es necesario sentir la vida en toda la grandeza y plenitud, para reconocer que solamente es perfectamente íntegro quien – además de la honra – está siempre dispuesto a contribuir para el bien general, y es justo, digno, leal y valeroso. El perfeccionamiento debe tornarse la principal preocupación del ser humano en los diversos ramos de la actividad. Para eso, tienen necesidad de esmerarse en el desempeño de sus obligaciones, procurando ejecutar el trabajo con la dedicación de que fuere capaz. Sin la atención, interés, conocimiento, esfuerzo, alegría, buen humor y la inexorable disposición de alcanzar resultados positivos, no se camina para el perfeccionamiento, y éste, invariablemente ligado a la evolución, es la razón principal de la venida del espíritu a la Tierra. No hay posibilidad de progreso espiritual fuera del campo del perfeccionamiento. El perfeccionamiento moral, deberá ser el objetivo fundamental de los seres humanos. Conquistarlo, en todas las oportunidades y por todos los medios, es deber que se impone a los que desean realmente progresar, aprovechando bien la existencia. Como no tienen tiempo a perder, deben procurar aprender hoy lo que aun ayer no sabían, conscientes de que cada conocimiento nuevo representa más un bien, más un valor que se incorpora al patrimonio espiritual. A los que no tuvieron la felicidad de frecuentar escuelas, es importante recordar que la Tierra es un mundo donde aprenderán las más variadas lecciones, pues buenas enseñanzas no faltan. Muchas son las materias que componen el curso que compete al espíritu hacer en los innumerables pasajes por este planeta. Los alumnos desprolijos, desatentos y reacios, deben siempre repetir las lecciones. Si la humanidad se compenetrase de lo que representa una existencia bien aprovechada, no se constatarían en la Tierra tantas faltas morales y poco caso en la Tierra por los valores espirituales. Cuanto más adelantado fuere el ser humano, más reconoce la inmensa distancia que lo separa del saber absoluto, que exige una eternidad de estudios. El verdadero sabio no pierde la conciencia de sus limitaciones, por eso se esfuerza por aprender siempre más y más. De modo general es modesto y sin pretensión, al contrario de los individuos que andan siempre preocupados en exhibirse y en hacerse pasar por alguien de gran talento e importancia. Muchos de éstos no perciben al ridículo que se exponen cuando hacen de sí mismos – de su inteligencia, de su bondad, de su valor – el objeto de la conversación. El alarde de atributos hipotéticos o reales no le queda bien a nadie. Por eso, hay necesidad de comedimiento al hablar, de moderación en los gestos y en las actitudes que deberán constituir un sano hábito en la vida de los seres humanos, para conducirse siempre con ejemplar dignidad. Los ejemplos de honradez constituyen la más alta contribución que se puede dar a la sociedad. La honradez no se limita a la puntualidad en los pagos y a la exactitud en las transacciones. Ella exige, por encima de todo, firmeza de carácter, sentimientos elevados, desprendimiento y valor, lealtad inflexible y rectitud en el cumplimiento del deber. El Universo, considerado en sí mismo, es todo movimiento, acción y expansión. Los grandes artífices del progreso del mundo fueron trabajadores incansables. Y los ejemplos de dedicación al trabajo son de los más útiles a la causa de la humanidad. Los que viven en la ociosidad no pasan de aprovechadores del trabajo ajeno, aun mismo cuando disponen de fortuna y se juzguen grandes personajes. El ser humano se ennoblece y dignifica tanto con el trabajo brazal como en el intelectual, artístico o científico. Lo que da provecho al espíritu no es la naturaleza del trabajo, sino el valor moral y la satisfacción con que es realizado. Siendo así, todos deben procurar el trabajo, que corresponda a su vocación para ejecutarlo con alegría y entusiasmo, no considerándolo un castigo, ya que sin él jamás darían un paso en el camino de la evolución. Constituyen acciones meritorias del más alto interés humano las obras culturales que se escriben, las escuelas que se instalan, las bibliotecas que se fundan, las organizaciones científicas que se establecen y los trabajos que se realizan con la finalidad de instituir e incrementar, en todo el planeta, el intercambio intelectual, material y espiritual entre los seres. Bajo ese aspecto, se incluyen también las iniciativas destinadas a fomentar la producción mineral, agrícola, industrial y tecnológica que preserven el medio ambiente y contribuyan para el bienestar de la colectividad. Desempeñarse en cualquier función exige celo, dedicación e interés por alcanzar el mejor resultado posible. Los ejemplos deben partir de todos, ya que sólo tiene autoridad para exigir aquel que sabe cumplir sus deberes. La falta de celo en el desempeño de cualquier función hiere al carácter, menoscaba su conducta, empaña al individuo, equivocándose contra sí misma la persona cuya actividad se caracterice por el descuido, desprolijidad y negligencia. El trabajo humano, aunque parezca aislado, es de coordinación y cooperación mutua, estando directamente interesados todos los seres. Los que ejecutan mal su parte por falta de celo y dedicación revelan cualidades negativas y pobreza en el sentido de responsabilidad. El tiempo para ser bien aprovechado, se debe organizar una planificación inteligente de trabajo, de manera que los compromisos sean ejecutados en hora apropiada. Trabajar, descansar y recrearse necesidades humanas igualmente imperiosas para producir un mismo resultado: que es el bienestar físico y espiritual. Cada cual debe escoger el horario que mejor le sirva a sus conveniencias y a las exigencias del trabajo, pero sin descuidar el reposo y el recreo. Solamente así encontrará placer en el trabajo, provecho en el descanso y alegría en la diversión, factores que contribuirán para la salud y el bienestar. Siempre que los recursos lo permitieren, la economía no debe afectar la buena presentación ni la plena suficiencia en la vida material, moral e intelectual del ser humano. Tan condenable es el desperdicio como la mezquindad y la avaricia. Todos deben repeler los vicios, abstenerse de lo superfluo, oponerse al desperdicio y al despilfarro, pero sin privarse de lo necesario. Es necesario comprender que los bienes materiales pertenecen a la Tierra y que en ella quedarán, siendo los seres humanos nada más que administradores o, usuarios temporarios de esos bienes. Proceder egoístamente, esclavizarse a los valores puramente materiales, en la falsa suposición que de ellos depende la felicidad, es un engaño, y de los más graves, en el que incurren gran número de seres. El patrimonio que acumula la persona a lo largo de cada jornada terrena está representado, exclusivamente, por las acciones meritorias que practica. Son, en verdad, los únicos bienes que lleva consigo – bienes que colmará de alegría y felicidad en el campo espiritual. Todos los seres humanos están dotados, entre otras, de la facultad de intuición: más receptiva y sensible en unos que en otros. Por medio de ésta, espíritus desencarnados que deambulan en la atmósfera fluídica de la Tierra en estado de perturbación – en su conjunto designados de astral inferior por el Racionalismo Cristiano interfieren en la vida de las personas, instigándolas – cuando éstas no reaccionan por medio del pensamiento activado por la voluntad consciente – a cometer los peores actos, haciéndoles llegar, frecuentemente, al desequilibrio síquico. Contra esas influencias son inútiles las peticiones infundadas a hipotéticos protectores, generalmente formuladas por los que desconocen estos principios básicos y fundamentales de la vida universal: atracción y repulsión, acción y reacción, causa y efecto. Así siendo, los seres precisan conocer la acción del pensamiento, el poder de la voluntad, la fuerza síquica de atracción, que tanto podrá ser ejercitada para el bien como para el mal, acorde la naturaleza de los pensamientos y sentimientos que la dinamizan y, consecuentemente, los recursos que –indistintamente- poseen para atraer el bien y repeler el mal. Los deberes materiales y morales deben estar siempre presentes en la conciencia de todos, pues la vida reclama, a cada paso, una actitud, un movimiento, un gesto, una palabra que traduzca el cumplimiento del deber. Cumplir el deber significa: ser honrado, respetarse a sí mismo y actuar con dignidad, elevación y conciencia esclarecida. Cabe al individuo mantenerse siempre vigilante, siempre atento a los deberes, convencido de que, si dejare de cumplirlos en una existencia, los estará, inevitablemente, acumulando para las siguientes. Si tantos equívocos se cometen en la Tierra es porque los seres humanos no se toman el trabajo de raciocinar detenidamente antes de practicar cualquier acto, para prever las consecuencias. Por comodidad, por indolencia o pereza mental, muchos atribuyen a los otros la tarea de pensar por ellos y pasan a aceptar como propias las ideas ajenas. Así nacen movimientos de naturaleza dogmática con numerosos seguidores propensos a creer en lo que los otros creen o fingen creer, por más absurdos que sean los objetivos visados. El raciocinio cuanto más se ejercita más se desarrolla. De ahí la necesidad de mejorar el pensamiento. Con el poder penetrante que el raciocinio posee, no es difícil distinguir lo racional de lo absurdo, lo lógico de lo ilógico, lo verdadero de lo falso, y con convicción, divisar el camino que lleva al esclarecimiento espiritual. CAPITULO 9 Desencarnación del espíritu La vida humana está organizada de tal manera que los acontecimientos ocurren en época apropiada, cuando no son contrariadas las leyes naturales en el transcurrir de la existencia. La violación de las leyes evolutivas – dentro de las cuales se destacan la ley de las reencarnaciones, la ley de causa y efecto y la ley de atracción – el motivo frecuente de perturbaciones y desequilibrios que, alterando el ritmo natural de vida, acarrean sufrimientos para las personas. La evolución del espíritu en cuerpo humano requiere tiempo, trabajo, superación de los obstáculos y desprendimiento. Normalmente, la desencarnación deberá ocurrir en la vejez. Pero, para que eso acontezca, es preciso que el ser cuide de la salud física y síquica. El cuerpo humano es como la flor o el fruto: nace, crece, vigoriza y fenece. Cuando no permite más las condiciones para la evolución del espíritu se impone, pues, una solución lógica que es la desencarnación. La desencarnación del espíritu es un fenómeno natural en la vida humana. Ella significa lo opuesto a la encarnación. Al cesar la vibración del espíritu, y. consecuentemente, ocurre el rompimiento de los cordones fluídicos que ligan el cuerpo fluídico al cuerpo físico, el espíritu se aleja con el cuerpo fluídico que, progresivamente va desprendiéndose de la materia fluídica correspondientes a los diversos campos de manifestación relacionados al planeta, recogidas en el proceso de la encarnación. El retorno al mundo de estadio es hecho en más o menos tiempo y depende del estado de conciencia en que el espíritu se desprende del cuerpo físico. En la medida que pasa de un campo de manifestación para otro más sutil, el espíritu transporta en el cuerpo fluídico los fundamentos de las facultades y atributos que desarrolló en su vivir en el mundo físico. Así procede, de campo en campo, hasta alcanzar el mundo de preparación, donde recoge las informaciones relacionadas a su grado de evolución, como factor condicionante para una nueva jornada evolutiva o determinante de ascensión espiritual. Ningún detalle, ningún movimiento, ningún hecho referente a las encarnaciones anteriores deja de ser objeto de análisis del espíritu. Por la acción vibratoria del pensamiento, él tiene grabado en materia fluídica, con la más absoluta fidelidad, todos los actos de cada encarnación, desde su origen, y continúa grabándolos eternamente como se fuesen films cinematográficos, cuyas escenas pueden ser vistas en cualquier época y en cualquier momento. Muchos espíritus, después de la desencarnación, permanecen, por acción del propio pensamiento, coligados para los acontecimientos de la vida terrena y permanecen, temporalmente, presos a los campos acordes con su estado síquico. Algunos, recogidos en sí mismos, agotan anhelos generados en contingencias de la vida física; otros quedan en estado de perturbación o enredados en las tramas de la vida de los seres encarnados, influenciándolos y constituyendo, en su conjunto, lo que se llama astral inferior. Muchos factores en la Tierra, tales como polución ambiental, cambios bruscos de temperatura, insalubridad de ciertas regiones, sismos, brotes epidémicos, abundantes medios de contaminación, vicios de toda especie, inclusive de drogas, y, aún, la influencia perniciosa de los espíritus del astral inferior contribuyen para el fallecimiento prematuro de las personas. Además de eso, se debe considerar la existencia de determinados fenómenos sociales generadores de conflictos, como la inseguridad urbana y las guerras. La desencarnación prematura significa siempre un retardo en la evolución del espíritu y un medio de repararlo es la reencarnación. Pero ella no es de fácil obtención, por ser numerosos los espíritus a reencarnar, ultrapasando las posibilidades existentes. Por ende la necesidad de esperar. Para no perder tiempo, muchos deciden encarnar en medios desfavorables, dispuestos a enfrentar cualquier dificultad. La constatación de que otros espíritus, de la misma clase, ascendieron a clase superior, porque se esforzaron más y supieron aprovechar mejor el tiempo durante la existencia en la Tierra, no deja de causarles tristeza, no propiamente por esa ascensión, sino por el hecho de no poderlos acompañar y tener que distanciarse de ellos, perdiendo el contacto con viejos y queridos amigos, compañeros de largas jornadas y muchas y muchas encarnaciones. Ese contacto, mientras tanto – lo saben los espíritus en sus planos – podrá ser restablecido. ¿De qué manera? La respuesta es simple: si una persona anda más lento que otra que camina más deprisa, se distancian. Y, si la que va delante no está dispuesta a reducir los pasos, la que lleva desventaja tendrá que aumentar los suyos, si quisiere alcanzarla. Pues es eso precisamente que hacen muchos espíritus cuando toman decisión de encarnar, resueltos a enfrentar las dificultades de la vida terrena, que saben son pasajeras, para enriquecerse de conocimientos y valores morales que los habilitan a ascender a la clase evolutiva inmediata. Con ánimo fuerte y redoblado esfuerzo, consiguen recuperar el tiempo perdido y re aproximarse de los antiguos compañeros. El espíritu de una determinada clase puede observar lo que pasa con otros espíritus de su misma clase y de las anteriores, no así con relación a las clases superiores. Una vez separado del espíritu, el cuerpo físico se desintegra, y sus componentes pasan a constituir otras formas de vida. Es natural el sentimiento de los que quedan, delante de la ausencia de los que parten. Sentimiento, si, desesperación, no. La tristeza es comprensible, la mortificación, jamás. Si la humanidad comprendiese que los hechos ocurren dentro de condiciones naturales, de acuerdo con la condición espiritual de cada ser, o a ellos sujetos, no se mortificaría ni se dejaría abatir por la desesperación y angustias a que constantemente se entrega. El esclarecimiento de cómo se procesa la evolución es un gran bien, por ser el medio capaz de llevar a la persona a encarar con naturalidad la desencarnación del espíritu, por el reconocimiento de tratarse de un hecho normal en el curso de la vida. El espíritu desencarnado no pierde contacto con los que aquí quedaron. A través del pensamiento, no sólo los irradia, como, también, recibe de ellos vibraciones mentales. Basta que haya sintonía. No obstante, cuando el que desencarna permanece preso a las influencias terrenas, esas irradiaciones pueden, con frecuencia, ser perjudiciales al encarnado y revestirse de un carácter obsesionante. Parientes y amigos precisan, pues, auxiliar al ente querido con pensamientos elevados por ocasión del fallecimiento, para que el espíritu ascienda a su mundo de estadio, donde la vida es sentida realmente, con plena conciencia de su eternidad, sin las influencias perturbadoras del plano terrestre. El espíritu constata con alegría al dejar la atmósfera fluídica de la Tierra, lo que hizo de bueno, y, con tristeza, las acciones reprobables. Son entonces desnecesarios e inútiles los pedidos a supuestos juzgadores divinos, para que se compadezcan de las faltas por él cometidas. Es oportuno también esclarecer que locales donde se hacen evocaciones a seres desencarnados –como los cementerios, entre otros – constituyen puntos de atracción del astral inferior, en razón de las corrientes fluídicas afines formadas por los pensamientos de desaliento de los allí presentes. Por eso, cuando alguien sintiere, por ejemplo, el deber de acompañar a familiares de un ser que falleció, debe desviar el pensamiento de corrientes debilitadas y erguirlo sereno, claro, límpido, consciente al Astral Superior, para que el espíritu pueda ser encaminado a su mundo de estadio, libre de sus ligazones con la materia y de las influencias originarias desagradables existentes en el planeta. de las emociones Ningún espíritu encarna teniendo como punto de partida el astral inferior. Él obligatoriamente retorna al mundo correspondiente a su clase, y, solamente de su mundo, podrá venir a re-encarnar. No es sin decepción y sufrimiento que muchos espíritus ven caer el castillo de fantasías que construyeron en la mente con el material ofrecido por el misticismo que aún predomina. Tan grande es el apego a esas ilusiones que ni mismo en estado de semi consciencia espiritual son capaces de raciocinar, para tener el esclarecimiento que tantos beneficios les proporcionaría. En tal estado – y porque el cuerpo fluídico les da la impresión del cuerpo físico – los espíritus quedan vagando por la atmósfera fluídica de la Tierra y se disgustan con la falta de atención de las personas que no perciben su presencia. Así, se perturban, pierden la noción de su estado y quedan en una situación de completa perplejidad. Con el correr del tiempo, se van familiarizando con el ambiente y estableciendo conocimiento con otros espíritus, en idéntica situación. Al penetrar en el astral inferior, los espíritus observan el cuadro de la vida material terrena como siempre lo conocieran. Interaccionando con los demás desencarnados, por la acción del pensamiento, como si estuviesen hablando, pueden oír el mismo timbre del sonido que les da la idea de ser de la propia voz. Ese fenómeno es perfectamente comprensible: los pensamientos se propagan a través de ondas y formas y las condiciones de comunicación se realizan de acuerdo con las afinidades vibratorias. Los espíritus en el astral inferior quedan completamente engañados respecto a la vida y en dependencia de ser despertados para ella. Y ese despertar no es fácil, si tomamos en cuenta la influencia del ambiente perturbador que los envuelve. Sin la lucidez indispensable al esclarecimiento del embotado sentido del deber, permanecen en una situación inferior a la que mantenían cuando encarnados, pues no tienen posibilidad de mejorar su estado espiritual. Tal situación contribuye para que el espíritu se acomode en el astral inferior por desconocer los males que le advienen de esa permanencia en un medio de poca espiritualidad, con la circunstancia agravante de almacenar, para rescate futuro, carga más o menos pesadas, conforme la actividad a que se entregó en ese ambiente. Cuando el ser humano no posee esclarecimiento respecto a la espiritualidad, son las cosas íntimamente relacionadas con la materia que más lo influencian en los momentos que anteceden y siguen a la desencarnación, de la cual comúnmente no lo percibe. Esa influencia es aún mayor cuando el espíritu vivió dominado por los vicios, con el pensamiento dirigido a las ilusiones terrenas. Al desencarnar en esas condiciones, incontable número de espíritus pasan, entonces, a actuar sobre las personas, y esa actuación, cuando persistente, acaba por tornarse síquicamente obsesiva. Es ese el deseo que los lleva a permanecer en el astral inferior, en una ocupación semejante a la que tuvieron como encarnados. Procuran ejercer esa actividad donde encuentran seres con mediumnidad desarrollada y sin el conocimiento de los recursos de defensa espiritual proporcionados por la disciplina racionalista cristiana. Los espíritus en estado de perturbación en la atmósfera fluídica de la Tierra no pueden evitar las influencias nocivas del ambiente en que están y por eso sus actuaciones siempre son perjudiciales, cualquiera sea el grado de evolución que hayan alcanzado. En el astral inferior, los espíritus dan expansión a los vicios que alimentaron en cuerpo humano. Así, si tienen voluntad de fumar, se aproximan de las personas que están fumando y experimentan, por inducción, el mismo placer que ellas sienten. De igual modo proceden con relación a los demás deseos, de ahí concluyéndose que los seres poseedores de vicios pueden servir, como instrumentos inconscientes, a la satisfacción de prácticas viciosas alimentadas por los espíritus del astral inferior. Todavía hay un punto a esclarecer: ni siempre los deseos viciosos parten de las propias personas. Muchas veces son los espíritus del astral inferior que acompañándolas, despiertan en ellas el deseo y los intuyen para saciarlos. La gravedad de la asistencia de espíritus del astral inferior no está solamente en que el ser humano quede supeditado a las malas influencias intuitivas que resultan en desatinos, en resentimientos infundados, en conflictos domésticos, en prevaricaciones e infidelidades, existe también el riesgo de accidentes y desastres motivados por el estado de perturbación al que someten a sus asistidos. A esos males, se acrecienta el debilitamiento del sistema de autodefensa del organismo, pudiendo llevar a las personas a contraer enfermedades o agravarlas. La perversidad con que pueden accionar los espíritus del astral inferior es casi ilimitada. Muchos y muchos infortunios son debidos a la acción dañina de esos espíritus. Como los espíritus del astral inferior no ignoran que todos los seres poseen mediumnidad intuitiva, se aprovechan de ella para infundir en sus mentes ideas absurdas y disparatadas. De ahí la razón de ciertas personas tener manía de persecución, de ver las cosas siempre por el lado negativo, y otras de suponerse que son víctimas de enfermedades diversas. Cumple destacar – y es de mucha importancia – que ni todos los males de que es víctima la humanidad son producidos por la acción de espíritus del astral inferior. Cada ser humano posee tendencias, temperamento, modo particular de sentir y ver las cosas, libre albedrío para tomar decisiones e individualidad propia. A él cabe, por consiguiente, la responsabilidad directa por los sucesos o fracasos que tuviere en la vida. Si es verdad que los espíritus del astral inferior son atraídos por pensamientos afines e intervienen en la vida de las personas causando diversos males o agravando los ya existentes, no es menos verdad que ellas pueden defenderse perfectamente de ellos con las poderosas armas del pensamiento y de la voluntad. En la Tierra, hay seres que gobiernan y otros que son gobernados. Antes de alcanzar sus mundos de preparación, muchos de esos espíritus, cuando desencarnan, permanecen en la atmósfera fluídica de la Tierra conservando las mismas inclinaciones de mando y de obediencia. Se forman, así, las falanges de espíritus u obsesores, siempre dirigidas por un jefe. Si él es perverso, también lo son sus seguidores, pues lo que los une es, precisamente, la afinidad de sentimientos. Las falanges formadas coordinan sus actividades perjudiciales con las de los individuos que se entregan en el vivir terreno a las mismas prácticas. La falanges que se disponen a colaborar en los más excedidos actos de incivilidad asisten a los individuos más violentos y perversos, del mismo modo que otras falanges, de instintos menos agresivos, asisten a los de sentimientos idénticos, inclusive los que mercadean con la credulidad ajena. La mayoría de los casos de locura, de las desavenencias, discusiones, agresiones, intrigas, tumultos, desórdenes, conflictos y de las convulsiones motivadas por pasiones es incitada por el astral inferior. Los espíritus que permanecen en ese ambiente están, en su mayoría, envueltos en fluidos densos, impregnados de corrientes vibratorias negativas con la corrupción, la mentira, envidia, ingratitud, hipocresía, traición, falsedad, odio, celos y otros sentimientos equivalentes. Intentando envolver a las personas incautas, accionan frecuentemente con astucia y suavidad, falseando los más puros y nobles sentimientos y las más dulces y melodiosas expresiones de amor al prójimo. En el astral inferior no impera solamente la maldad. En el mismo ambiente de almas desvirtuadas se encuentran otras que tuvieron intención de ser buenas en vida física. No obstante, es bueno insistir que esos espíritus poco pueden hacer de útil a la humanidad. La razón se comprende fácilmente: sus mejores intenciones son neutralizadas por la acción fluídica del ambiente. Solamente en el mundo relativo a su grado evolutivo, para donde tendrán que seguir antes de volver a encarnar, es que los espíritus libres de toda perturbación alcanzan plena lucidez. No todos los espíritus que desencarnan quedan en el astral inferior. Muchos ascienden inmediatamente a los mundos de su clase sin detenerse en la atmósfera fluídica de la Tierra. Éstos son los que supieron vivir la vida siguiendo principios espiritualistas, los que vieron en el trabajo honrado una de las serias razones de la vida. Los seres que así viven, atraen frecuentemente, a las Fuerzas Superiores, que los asisten, principalmente en el momento del fallecimiento del cuerpo físico, auxiliando a sus espíritus a trasladarse para los mundos a que pertenecen. Dondequiera que se encuentre una persona a irradiar pensamientos elevados, hay un polo de atracción, un instrumento a servicio de las Fuerzas Superiores para su obra de saneamiento del planeta, con varios puntos de apoyo en la Tierra, pues, sin tal soporte, el trabajo sería más difícil o mismo imposible. Son ejemplo las casas racionalistas cristianas, donde se forman corrientes fluídicas por las vibraciones del pensamiento de personas esclarecidas con respecto a sus deberes espirituales. Para ello, conservan la mente limpia y se mantienen en condiciones de reaccionar contra cualquier influencia maléfica. Con el auxilio de esas corrientes, los espíritus del Astral Superior penetran en la atmósfera fluídica de la Tierra, arrebatando espíritus del astral inferior de toda índole. Ya sabemos que el espíritu realiza su progreso encarnando en este planeta, hasta alcanzar los mundos más diáfanos de estadio. De ahí en adelante la evolución se procesa en campo espiritual más elevado: el Astral Superior. Entre muchos otros deberes, tienen los espíritus del Astral superior el de contribuir para el progreso de los seres humanos, respetando el libre albedrio de cada uno. El establecimiento de polos de atracción suficientemente fuertes facilita la acción de los espíritus del Astral Superior en el planeta Tierra. Para eso, además de los seres humanos esclarecidos que les sirven de apoyo, cuentan con la cooperación de espíritus de mundos opacos que están a su servicio. Esos espíritus deberían hacer su evolución encarnando, como generalmente acontece. Pero fueron tantas las encarnaciones mal aprovechadas y muchos los sufrimientos por el que pasaron por lo que optaron trabajar en plano astral, sabiendo que es más lento el progreso espiritual. Siendo así pesa a su favor el hecho de no tener pérdida de tiempo, como sucede en la Tierra, donde miles y miles de personas se dejan dominar por las ilusiones de la vida material. Los espíritus de los mundos opacos poseen cuerpos fluídicos compuestos de materia de relativa densidad y con ellos pueden fácilmente trasladarse en la atmósfera fluídica de la Tierra, disciplinados rigurosamente por el Astral Superior. Esa actividad es muy valiosa, ya que pueden penetrar en cualquier ambiente, por más densos que sean y en estrecha colaboración con las Fuerzas Superiores en las reuniones públicas y de desdoblamiento realizadas en las casas racionalistas cristianas, se promueven grandes limpiezas síquicas en la atmósfera fluídica de la Tierra, arrebatando espíritus, algunos perversos obsesores. Aspectos engañosos de la vida material pueden aturdir al espíritu, sólo cuando está encarnado o en el astral inferior. En su mundo de estadio la vida real se presenta límpida, libre de todas las influencias e ilusiones terrenas. En él los deberes tienen una sola interpretación, no habiendo, por eso, sofismas, modos de ver, alternativas, situaciones dobles, vacilaciones, dudas o incertidumbre. Deber asumido es deber cumplido. En los mundos de preparación, los espíritus se preparan para cumplir una nueva etapa en su proceso de crecimiento. Los que pertenecen a determinada clase del mismo mundo, están en el mismo nivel de evolución. En un planeta escuela, como es la Tierra se mezclan e interaccionan espíritus de diferentes clases dando la posibilidad de auxiliar, confraternizar e intercambiar conocimientos, proporcionando así una vasta gama de experiencias a los que conviven en él. Grande es el papel que esa desigualdad de valores representa en el proceso evolutivo de la humanidad. Esa desigualdad es tan importante, tan valiosa y necesaria, que hasta los miembros de una misma familia son, generalmente, de grados diferentes de espiritualidad. Cuando retorna al mundo a que pertenece, el espíritu con auxilio de otros más evolucionados revé toda la encarnación pasada. La examina, detenida y minuciosamente, verifica, observa lo que realizó en las encarnaciones anteriores, analiza y estudia la posición en que se encuentra, con el fin de establecer un nuevo plan para su evolución. CAPÍTULO 10 Mediumnidad y médiums – Fenómenos físicos y síquicos Una de las facultades del espíritu que más reclama la atención y pormenorizado estudio es la mediúmnica, de la cual, lentamente, las organizaciones científicas ya comienzan a ocuparse. Es sin duda, esa área del conocimiento que será cada vez más estudiada con el progresivo desarrollo espiritual de la humanidad. La mediumnidad es un modo de percibir cosas, hechos o fenómenos, más allá de los que posibilitan los sentidos humanos. Ella se manifiesta a través de múltiples maneras, en diferentes grados de percepción, de acuerdo con la sensibilidad espiritual de cada uno, siendo, también, una facultad innata en todos los seres humanos, sin excepción, que disponen, por lo menos, de la mediumnidad intuitiva, la cual varía, de persona a persona, de conformidad con el desarrollo que va obteniendo en las múltiples existencias. No hay solamente la Mediumnidad intuitiva. Existen algunas que son peculiares en algunas personas. Las modalidades mediúmnicas que en general se observan en este mundo son, entre otras, la intuitiva, la olfativa, la vidente, la auditiva, la Sicográfica y la de incorporación, con los correspondientes fenómenos de desdoblamiento, de materialización, de levitación y de transporte. La mediumnidad es muy útil cuando bien utilizada y muy nociva cuando se coloca al servicio del mal. Los buenos o malos pensamientos se atraen en razón directa de su afinidad, siendo el instrumento de captación la facultad mediúmnica. La atmósfera fluídica de la Tierra está repleta tanto de espíritus como de pensamientos, resultando de eso las vibraciones de corrientes distintas, unas favorables y otras desfavorables al progreso espiritual. Toda persona de carácter bien formado que mantenga el pensamiento dirigido para las realizaciones útiles y alimente el deseo sincero de progresar espiritualmente, esforzándose por alcanzar ese objetivo, será rodeada por las corrientes del bien, fortalecidas por la irradiación de las Fuerzas Superiores. Con esa asistencia benéfica, el éxito es más fácil. Cuando la persona se predispone a la práctica del mal, sus vibraciones espirituales establecen polos de atracción de las corrientes afines del astral inferior y pasan los espíritus obsesores, valiéndose de la mediumnidad intuitiva de ese ser, pasan a influenciarlo mentalmente, para llevarlo a cometer desatinos. El hecho, en sí, no tiene nada de extraordinario: las malas intenciones reflejadas en los pensamientos encuentran, en la atmósfera fluídica de la Tierra, corrientes organizadas que se asocian con tales intenciones, por la identidad formada entre vibraciones de la misma naturaleza. Quienes – ricos o pobres, humildes o poderosos – viven al margen de los buenos preceptos morales; los que practican oculta u ostensivamente, acciones indignas; los que traen esculpida en el rostro la máscara de la bondad, escondiendo en el alma las más feas villanías; los asesinos, los ladrones, los embusteros, los valentones, los traidores, los desleales, los falsos, los hipócritas, los mentirosos, los agitadores, los pusilánimes, los vagos y todos los malhechores, son en su mayoría, seres subyugados a obsesores que los tornan instrumentos dóciles a su voluntad y los llevan a practicar las más abominables acciones. Los obsesores encuentran todas las facilidades en el ambiente de la vida física, debido a la mediumnidad intuitiva de los seres y de la corriente de apoyo que los malos pensamientos humanos les favorecen. Cuanto más desarrollada estuviere la mediumnidad, mayores son los peligros a que está expuesta la persona en su vivir cotidiano. Por eso, es de mucha importancia, que cada uno se esfuerce por conocer el grado de desarrollo de su facultad mediúmnica, para poder orientarse acertadamente en el control de los pensamientos. Muchos locos son médiums que llegaron a ese lamentable estado por no tener noción de su facultad mediúmnica. La locura es, generalmente, producto del desconocimiento de la vida espiritual. Por esta razón, es necesario que las personas estudien la mediumnidad en sus varios aspectos y peculiaridades, para ser conscientes de que precisan dar orientación sana a sus vidas. La facultad mediúmnica varía, en sus manifestaciones, de persona a persona, de acuerdo con su temperamento, sentimiento que anima y grado de sensibilidad. Debido al alcance de la mediumnidad intuitiva, que, insistimos, es común a todas las personas, en este libro el término “médium” es apenas aplicado a los que poseen más de una modalidad mediúmnica. Se denomina mediumnidad de incorporación aquella en que la acción del espíritu actuante es fácilmente notada sobre el cuerpo físico del médium. Si muchas de las facultades mediúmnicas pueden pasar desapercibidas, no sucede lo mismo con la de incorporación, cuya observación a nadie escapa en el momento de la actuación. Podrán darle otros nombres, atribuirle otras causas para justificar lo ignorado, pero la verdad es una sola y, más temprano o más tarde, el reconocimiento de la mediumnidad, como facultad espiritual, tendrá que imponerse, por su evidencia, como todas las cosas palpables de la Tierra. En el conjunto de médiums a servicio del Racionalismo Cristiano, son encontradas diversas modalidades mediúmnicas, siendo la de incorporación, o de entrelazamiento fluídico, la forma de Mediumnidad usada dentro de las corrientes organizadas en la Casa Jefe y en las filiales del Racionalismo Cristiano. Siendo así, en este libro, se da más atención a la Mediumnidad de entrelazamiento fluídico. El médium de incorporación no necesita de concentración para recibir la influencia de los espíritus del astral inferior, pues su sensibilidad está de tal forma predispuesta que le basta la acción del pensamiento para ser brutal o blandamente actuado, conforme los sentimientos que animaren al espíritu actuante. En la mediumnidad de incorporación, el espíritu actúa sobre el médium, transmitiendo vibraciones del campo sutil en el que se encuentra para el plano físico. Hay una sintonía de naturaleza fluídica que propicia la comunicación entre sí. En las casas racionalistas cristianas esa tarea es conducida por las Fuerzas Superiores, que todo coordinan, y el médium sabe que está siendo actuado. Como no pierde el control de sí mismo, se abstiene de proferir palabras inconvenientes, en caso sean intuidas cuando transmite pensamientos captados de espíritus del astral inferior. En la mediumnidad intuitiva, esa unión fluídica, más intensa, no se hace necesaria. Las intuiciones surgen como ideas, que la persona, frecuentemente, confunde con sus propios pensamientos. En todas las camadas sociales hay individuos que poseen, sin saberlo, además de la intuitiva, la mediumnidad de incorporación. Por mantenerse en ese desconocimiento espiritual, unas acaban practicando el suicidio, otras desaparecen en desastres, muchas llenan los hospitales, las penitenciarías, y gran parte de ellas, con la facultad menos desarrollada, viven provocando desórdenes, se pierden en el juego, se deprimen en las drogas y se arruinan en la sensualidad desenfrenada. Los espíritus que deambulan en el astral inferior perciben rápidamente identifican a las personas que poseen la mediumnidad de incorporación, al notar la facilidad con que reciben sus vibraciones dañinas, lo que no ocurre con los demás. Con eso, quien fuere dotado con esa facultad será, fatalmente, víctima de tales espíritus, si no estuviere esclarecido sobre la vida espiritual y preparado para repeler las influencias maléficas. En el astral inferior, se encuentran los espíritus alcahuetes, intrigantes, desleales, facciosos, amantes de discusiones, que encuentran en la mediumnidad de incorporación - de las personas portadores de esa modalidad mediúmnica - campo abierto para satisfacer los deseos malignos que alimentan y saciar sus malas pasiones, cuando la disciplina preconizada por el Racionalismo Cristiano no es practicada. Es bueno no perder de vista que los afines se atraen y que cada uno se revela de acuerdo con su modo de pensar. Quien gusta de la maledicencia, de embustes, de intrigas, produce pensamientos correspondientes y atrae obsesores de igual gusto. Si el autor de tales pensamientos es médium de incorporación, la situación se torna mucho más grave, por quedar sujeto a recibir constantes cargas de los espíritus obsesores afines que lo incitan contra sus desafectos y contra los enemigos de los propios obsesores. La disciplina del pensamiento, es práctica indispensable a todos, pero muy especialmente para los médiums. Éstos, aunque muchas veces bien intencionados, pueden ser víctimas de celadas de espíritus del astral inferior y cometer desatinos de graves consecuencias. El médium necesita seleccionar a las personas con las que se relaciona y evitar conversaciones inadecuadas. Las preocupaciones en demasía y los trabajos excesivos no son recomendables. Debe cuidarse física y síquicamente, para mantener en buena forma la capacidad de reacción contra el desánimo y el desaliento. El trabajo, además de constituir fuerte estímulo para el cuerpo físico, es la más provechosa de las distracciones para el espíritu, cuya atención debe estar constantemente dirigida para cosas útiles y honestas. No hay duda de que todos tienen necesidad de descanso, reposo y recreación en las horas apropiadas. Nunca, sin embargo, deberá alguien entregarse a la ociosidad, siempre perjudicial, y más aun tratándose de un médium. Para ingresar en los trabajos de la Doctrina Racionalista Cristiana, los médiums necesitan tener una vida rigurosamente disciplinada, a fin de mantenerse, material y espiritualmente, en plena condición de equilibrio y de salud, para cumplir bien sus delicados deberes. La discusión acalorada constituye fuerte imán de atracción de los espíritus del astral inferior. De ahí nacen el desentendimiento, la amargura y el resentimiento, que tanto contribuyen para destruir la armonía y la afectividad. Los médiums, por ser muy sensibles y vibrátiles, se dejan fácilmente conmover con lo que los otros dicen o hacen, que se ajuste o choque con las emociones de su temperamento. De ahí la necesidad de esclarecimiento espiritual, para saber defenderse de las fuerzas maléficas y que, tienen como punto de apoyo, a los miles de médiums incautos desconocedores de esa facultad, dispersos en el planeta. Las recomendaciones aquí mencionadas se dirigen a todos los seres, especialmente la limpieza síquica en el hogar, práctica de higiene mental representada por vibraciones de pensamientos – irradiaciones dirigidas por siete minutos a las Fuerzas Superiores – capaz de ejercer la limpieza fluídica del ambiente en que se encuentran, y que objetiva alejar espíritus del astral inferior, que dan preferencia a los médiums, para ejercer sobre ellos acción perniciosa y perturbadora. El ejercicio diario de la limpieza síquica contribuye para que las personas conserven la mente limpia y divisen con clareza los caminos a tomar en la resolución de los problemas de la vida. Además de eso, la práctica de esa norma disciplinaria favorece la formación de una personalidad serena, confiada y esclarecida, indispensable al ejercicio de la mediumnidad. Quien desarrolla la mediumnidad fuera de las corrientes fluídicas organizadas en las casas racionalistas cristianas corre todos los riesgos, inclusive el desequilibrio síquico. La garantía del médium está precisamente en saber resguardarse de la acción de los espíritus del astral inferior, para no tornarse instrumento inconsciente al servicio de la perversidad y de la mistificación de esas fuerzas del mal. Ni todos los médiums pueden desarrollar su facultad bajo la seguridad de la disciplina aconsejada por el Racionalismo Cristiano. En tal caso, no deben desarrollarla. Conservándola como está, apenas conscientes del grado de sensibilidad que le es adicional. Esa sensibilidad es muy útil en el sentido de poder percibir cosas que pasan, sin que sea necesario relatarlas. Las aspiraciones, las intenciones, las maquinaciones trabajadas por los pensamientos quedan registradas en el espacio, y pueden ser percibidas por la sensibilidad súper vibrátil del médium. A pesar que todos los médiums no puedan servirse de las corrientes fluídicas organizadas por el Astral Superior para su desarrollo, disponen, de esa magnífica modalidad sensitiva para trasmitir consejos previsibles, evitando la práctica de actos perjudiciales. Con todo, es condición primordial que el médium lleve vida sana, bajo la inspiración de las enseñanzas racionalistas cristianas, para evitar que sea intuido por el astral inferior y se sienta desmoralizado con la aceptación de mistificaciones de los obsesores. Así siendo, reafirmamos: para vivir con aprovechamiento, el ser debe conocerse a sí mismo, partiendo del principio básico y fundamental de que es un compuesto de Principio Inteligente y Materia. El Principio Inteligente es el espíritu. La Materia – cuerpo humano - es apenas el vehículo, el instrumento, el medio del cual se sirve el espíritu para promover su evolución en la Tierra. La materia no tiene facultades. Esas, siendo innumerables, pertenecen al espíritu, es conveniente señalar que solamente pequeña parte de ellas es revelada en la vida terrena. Por lo tanto, la facultad mediúmnica es de las más importantes, por la influencia que ejerce en la existencia de cada ser humano. Los fenómenos físicos, difiriendo en su clasificación de los de naturaleza síquica, son ocasionados por el mismo poder creador y poseen, en esencia, un mismo origen. Como el Universo se compone de Principio Inteligente y Materia, tanto en las manifestaciones físicas como en las síquicas, el agente es siempre uno – la Inteligencia Universal – presentándose de múltiples maneras. Los sentidos más comunes que se observan en el organismo humano – como la visión, la audición, el tacto, el olfato y el gusto – no se originan, como muchos piensan, en el cuerpo físico, sino en el espíritu, que los exterioriza por medio de órganos adecuados, que no funcionan sin las vibraciones y el impulso que les son transmitidos, semejante al violín cuyas cuerdas, para producir sonidos precisan ser tocadas por el violinista con el arco. Ni todas las facultades pueden ser manifestadas por el espíritu, cuando encarnado. El sentido telepático, común en el plano astral, es una de esas facultades. En la situación actual del mundo, la comunicación a distancia de pensamientos y sentimientos entre dos o más personas sería bastante peligrosa, ya que se constituiría en una válvula de retención de las imperfecciones humanas, que precisan ser conscientemente combatidas y no guardadas en lo íntimo de cada ser. En los mundos propios, los espíritus se comunican por pensamientos. En la Tierra, por mucho y mucho tiempo, el lenguaje articulado y escrito perdurará como forma de las personas exteriorizar los pensamientos y sentimientos. Los fenómenos síquicos se manifiestan de acuerdo con el grado de evolución y las peculiaridades de cada espíritu. La mediumnidad, que se manifiesta por varias modalidades, trae al conocimiento humano inequívocas demostraciones de esos fenómenos. Esto porque la sensibilidad de los médiums es más refinada que la de los demás seres, lo que les permite entrar en contacto con vibraciones del campo astral. Las vibraciones armónicas – que se unen y ajustan – se asocian entre sí. El médium es el elemento que actúa de conexión entre los dos planos – el físico y el campo astral- siendo esa la razón por la cual los fenómenos síquicos se revelan por su intermedio. Cuanto más sensible es la persona, mayores posibilidades tiene de captar vibraciones. De esas vibraciones, que son diferentes unas de otras, la atmósfera fluídica de la Tierra está repleta, pudiendo cada vibración captada producir una revelación o un fenómeno correspondiente. Las retinas de los ojos humanos pueden captar las vibraciones de la luz solar, pero no la de luz astral, a no ser cuando interviene el médium con esa sensibilidad, a través del fenómeno, muy conocido, de la videncia. Independientemente de la modalidad mediúmnica que posean, en determinadas condiciones síquicas, los médiums pueden desdoblarse, siendo ese fenómeno de gran utilidad cuando practicado disciplinadamente. Se entiende por desdoblamiento el alejamiento del espíritu y de su cuerpo fluídico del cuerpo físico del médium, por algunos momentos, quedando a él ligado por cordones fluídicos. Lo que ocurre con todos durante el sueño, ocurre con el médium despierto, en trabajos de desdoblamiento. La seguridad de los instrumentos mediúmnicos, en ese caso, es asegurada por las Fuerzas Superiores que coordinan los desdoblamientos realizados en las Casa Jefe y en las filiales del Racionalismo Cristiano. El trabajo de las Fuerzas Superiores constituye una de las más notables realizaciones en el campo de la espiritualidad, por los resultados benéficos a favor de la humanidad. Dentro de los fenómenos de orden síquico, son las materializaciones, las levitaciones y los transportes de objetos los que más impresionan a las personas desconocedoras de los poderes espirituales. Algunos de esos fenómenos son producidos por espíritus zumbones del astral inferior que, actuando invisiblemente, lanzan objetos y producen ruidos, o por individuos a ellos aliados que hacen mal uso de la facultad mediúmnica para obtener ventajas, generalmente pecuniarias. No son raros también los médiums que así proceden, en condenables prácticas, con la intención de alcanzar efectos sensacionalistas, como hay otros que andan implicados en prácticas espíritas que sólo avasallan al alma, interesados en atraer a los incautos desconocedores de lo que es el espiritualismo auténtico. Es sabido que la materia física tiene como partícula menor, que conserva las propiedades químicas de un elemento, al átomo, de ínfima dimensión, imperceptible a la visión normal del ser humano. Pero, como su existencia es real, él está ahí componiendo y formando todos los cuerpos y pasando, invisiblemente, de uno para otro, bajo la acción de una fuerza. Esa fuerza que transporta un átomo de igual modo puede transportar innumerables de ellos, sin que por ello se altere el equilibrio Universal. Las leyes que imperan en esta acción son del campo astral, independientes de las que se conocen en el mundo físico. Todos pueden sentir en este planeta el resultado de los fenómenos naturales que transcurren de la acción del Principio Inteligente, accionando, combinada y equilibradamente, en el concierto armónico del Universo. Al ser humano en general no es difícil constatar la fuerza de gravedad y la fuerza magnética existentes en la Tierra, que juntas a otras, menos perceptibles, mantienen el planeta en perfecto equilibrio. Con intensidad regulada por el Principio Inteligente para mantener la estabilidad del Todo Universal, esas fuerzas actúan directamente sobre los demás cuerpos que, de forma coordenada, se movilizan incesantemente en el espacio. Las fuerzas que actúan para producir fenómenos síquicos son originadas por la acción de espíritus, por ser partículas de la Inteligencia Universal, de la cual poseen poderes semejantes, sin embargo limitados al estado de evolución ya alcanzado. De acuerdo con el desarrollo, cuenta el espíritu con suficiente fuerza para, por la acción del pensamiento, modificar o alterar determinadas condiciones físicas. Los fenómenos síquicos – quede esto bien claro – se realizan por la acción del pensamiento de espíritus encarnados o desencarnados, accionando aislada o conjuntamente. La levitación se sitúa en tal caso, pues solamente es posible cuando la fuerza del pensamiento fuere suficientemente intensificada para anular la fuerza de gravedad que actúa sobre un cuerpo. Cuando eso sucede, el cuerpo es levitado, en cualquier punto del espacio en obediencia a la fuerza que lo mantiene. Una segunda fuerza, también oriunda del poder del pensamiento, puede ser aplicada para dar movimiento direccional al cuerpo. De igual modo son operadas las materializaciones. En la levitación y transporte operan fuerzas del pensamiento que se contraponen a la gravedad e imprimen movimiento. En las materializaciones, además de esas dos, existe otra que interfiere en la fuerza de cohesión existente entre los átomos, anulándola en el acto de la desmaterialización y utilizándola, enseguida en la materialización. En todos estos fenómenos nada hay de sobrenatural. Lo que ocurre, en verdad, son manifestaciones del Principio Inteligente, en sus numerosas realizaciones. Lo que está mencionado, con relación a los poderes espirituales, representa una pequeña parte de aquellos poderes que el espíritu manifestará, cuando alcanzare alto grado de evolución y pase a desarrollarse en los elevados dominios del Astral Superior. Por ser fuerza y poder, el espíritu crece en potencial a medida que evoluciona y en proporción de esa evolución. Sus pensamientos se concretizan en ideales tanto más elevados cuanto mayor fuere la concentración de sus poderes espirituales. CAPITULO 11 Desequilibrio síquico Siendo uno de los males que más sufre la humanidad, el peligro mayor del desequilibrio síquico está precisamente en no ser percibida, en sus aspectos menos chocantes, por la falta de conocimiento sobre las actividades de los espíritus en los diversos campos astrales, sobre las facultades mediúmnicas y otros asuntos relacionados a los principios espiritualistas que el Racionalismo Cristiano divulga. El desequilibrio síquico puede presentarse de forma sutil, amena, periódica, permanente, suave o violenta. En las formas sutiles y amenas, se manifiesta por manías, pavores, exquisiteces, fobias, tics, extravagancias, pasiones, fanatismos, cobardía, indolencia y por todos los excesos, como los sexuales, los de comer, los de reír o de llorar, y muchos otros. En el Capítulo 10 de este libro, titulado “Mediumnidad y médiums – fenómenos físicos y síquicos”, vimos como accionan los espíritus obsesores sobre las personas que los atraen con pensamientos afines. A pesar de toda la acción nefasta que espíritus del astral inferior ejercen sobre la humanidad, forzoso es reconocer que el desequilibrio síquico cabe, en gran parte, a los propios portadores, por haber, cuando síquicamente sanas, alimentado pensamientos y practicado acciones, con que formaron las corrientes de atracción en que se apoyaron los obsesores. Pensamientos de perversidad, de venganza, de odio y otros semejantes vibran en todas las direcciones en la atmósfera fluídica de la Tierra, estableciéndose inmediatamente contacto entre quien los emite y los espíritus obsesores. Los hechos cotidianos eso confirman. Los espíritus del astral inferior están ligados, por estrecha afinidad, a las personas mal humoradas, a las vengativas, envidiosas, irritadas y deshonestas, así como aquellas que alimentan debilidades y vicios. Esas personas, aún mismo cuando no aparentan estar síquicamente desequilibradas, crean un clima profundamente dañino a sí mismas, a los miembros de la familia y a aquellos con quienes conviven, forzados, unos y otros, a participar del mismo ambiente, sin los esclarecimientos capaces de minimizar los efectos perniciosos de la mala asistencia astral. El resultado es, casi siempre, el desequilibrio síquico, en cualquiera de las formas, suave o violenta. Ni siempre el espíritu obsesor tiene conciencia del mal que produce. Es también víctima de los errores que practicó cuando encarnado, por el desconocimiento de la vida espiritual. Esa lamentable falta de conocimiento lo hace deambular en la atmósfera fluídica de la Tierra, llevado por falsas creencias y persuadido de que nada más existe para los que desencarnan, más allá del ilusorio medio en que pasaron a vivir. Procura, entonces, desarrollar cualquier actividad en ese ambiente, pasando a intuir a los que fueron sus parientes, amigos y conocidos, suponiendo que practica buena acción, o por sentir placer en esa actividad. Tales intuiciones, si son aceptadas, facilitan y estimulan para otras, estableciendo intensa coparticipación de espíritus del astral inferior con personas que tienen pensamientos afines. Cuando eso sucede, la puerta para el desequilibro síquico está abierta. Los obsesores, siempre que la afinidad fuere intensa, no se apartan de la persona síquicamente débil escogida, por el placer que tienen de permanecer donde se sienten bien. Cuando el desequilibrio síquico es provocado por espíritus que fueron enemigos del desequilibrado, la acción perturbadora es ejercida con mayor violencia contra él, tornándose comunes las crisis furiosas. La concepción de la muerte resulta de un concepto de la vida completamente equivocado. En verdad, la muerte no existe. El espíritu es imperecedero, no muere. Apenas el cuerpo físico se extingue, cuando ocurre la desencarnación del espíritu. Luego, las personas deben esforzarse por rehacerse, lo más deprisa posible, del choque causado por el fallecimiento de parientes y amigos, para no debilitarse espiritualmente. Dice la sabiduría popular, con justa razón, “lo que no tiene remedio lo que remediado está”. Es inútil permanecer lamentándose y mortificándose por una situación pasada. La preocupación debe estar dirigida para el presente, del cual depende el futuro. Pensar es atraer. Todos los que se unen por el pensamiento a espíritus desencarnados que permanecen en el astral inferior no sólo los está atrayendo y perturbando, como también retardando su traslado para el mundo de estadio espiritual, estimulándolos a permanecer en contacto con las cosas terrenas, inclusive los problemas de la vida familiar, y cooperando para tornarlos obsesores. Conviene insistir: los espíritus que llevaron en vida física una existencia irregular, materializada y con muchos errores permanecen en el astral inferior, algunos por mucho tiempo, muchos accionando perversamente contra los seres incautos. Su preocupación es la intuición para el mal. Se sirven, para eso, de personas de voluntad débil, que usan como instrumentos pasivos para la consumación de sus actos. De ahí los homicidios, los suicidios y tantas otras calamidades sociales. Esos espíritus actúan aisladamente o en falanges obsesoras bien adiestradas, para mejor alcanzar sus objetivos. Sus organizaciones poseen vigías atentos, ubicados en varios lugares, prontos para dar la señal en el instante preciso y para promover la convocación de otros obsesores, para la acción en conjunto. Como la unión hace la fuerza, los obsesores obtienen, generalmente, resultados satisfactorios sobre los seres desprevenidos y ajenos a sus tramas, apoderándose de ellos y llevándolos a cometer acciones desequilibradas, con los sentidos enteramente perturbados. Este esclarecimiento contribuye para que las personas puedan evitar la influencia obsesora y para impedir que fuerzas externas interfieran en su yo interior y en sus actos. Los conocedores de la vida espiritual, que tienen conciencia del valor de las poderosas fuerzas que se llaman: voluntad y pensamiento, son capaces de mantener distantes a los obsesores. Recordamos al lector que son varios los caminos que llevan al desequilibrio síquico, perturbación causada por el mal uso del libre albedrío, por la voluntad mal educada, por los vicios, por los desórdenes sexuales, por el descontrol en los actos cotidianos, por el nerviosismo incontenible, por los deseos insuperables, por la ambición desmedida, por el temperamento voluntarioso. Es oportuno también recordar que, al hacer mal uso del libre albedrío, el ser humano sufre consecuencias negativas derivadas de la ley de causa y efecto. Esa facultad – el libre albedrío – asegura a cada uno el derecho de conducirse por sí mismo, con libertad e independencia de acción, pero el individuo se torna responsable por todos los actos que practica. Con el raciocinio bien ejercitado en la solución de los problemas que constantemente se presentan, teniendo siempre en mente el aspecto honrado de la cuestión, todos pueden mantenerse dentro de las reglas de buena conducta, haciendo, así, uso adecuado del libre albedrío. Los que se alejan de ese camino lo hacen porque quieren, porque se dejaron debilitar, y el debilitamiento da la oportunidad de atracción de espíritus del astral inferior que, en mayor o menor espacio de tiempo, acaban por producir el desequilibrio síquico. La voluntad mal educada proviene de la indolencia, de la indiferencia y negligencia para con las cosas serias de la vida. El indolente está siempre esperando que otros hagan lo que él mismo debe hacer. No le gusta de horarios y tiene horror a la disciplina. Enemigo del trabajo y del orden, nada hace por el progreso. Está, por eso, situado en el plano de los individuos que viven del esfuerzo del trabajo ajeno. Mientras el mundo exige actividad, dinamismo y acción, el indolente observa lo que pasa, sin voluntad de participar activamente del movimiento que reclama su presencia. Nadie se puede eximir del deber de trabajar y de procurar en el trabajo la verdadera satisfacción de la vida. La Tierra es una oficina de trabajo permanente, en que todos deben ser operarios activos y diligentes. Los individuos que así no proceden quedan colocados espiritualmente en un plano inferior de la vida y, más allá de perder un precioso tiempo en el proceso de evolución, se asocian a espíritus del astral inferior, con los cuales se rodean, por fuerza de la ley de atracción. En los desórdenes sexuales están los gérmenes del materialismo obsesionante, cuyos pilares son la lujuria y otros vicios. Subyugado a ese estado, el ser humano da expansión a instintos embrutecidos, proporcionando franco acogimiento a los espíritus del astral inferior, sus afines, que concurren para su desequilibrio síquico. Todos los actos cotidianos precisan ser ejecutados con criterio y honestidad. La organización social obedece a un esquema cuyos lineamientos principales definen la posición que las personas deben adoptar en el intercambio de las relaciones humanas, sin perder de vista el debido respeto a si propio y al semejante. Para ese fin, es importante tener control en las actitudes, dominio sobre sí mismas y el raciocinio en acción. El descontrol en pensamientos, actos y palabras, además de generar ofensas y, muchas veces, arrepentimientos, produce causa de frecuentes resentimientos que demoran pasar y crean antipatías y enemistades. Los espíritus del astral inferior gustan de aprovecharse de los seres descontrolados e irritables, que no piensan antes de hablar, para divertirse con los efectos de su actuación. Personas descontroladas son, pues, instrumentos del astral inferior y, si no están síquicamente desequilibradas, caminan para ese deplorable estado. El nerviosismo desenfrenado trae irritación, intolerancia, irreflexión e imprudencia; males que conducen a deplorable estado síquico, por lo que debe ser severamente controlado, por ser el agente de perturbación que más facilita la actuación de espíritus obsesores. El portador de disturbio emocional generalmente cuida poco de la salud y no se esfuerza por dominar sus ímpetus. El resultado es estar siempre cayendo en las mallas insidiosas del astral inferior, siguiendo el camino desastroso de la perturbación espiritual. Deseos insuperables son aspiraciones inalcanzables. Hay individuos de ambición desmedida que nunca se contentan con lo que poseen. Siempre quejumbrosos, creen que merecen más, viviendo en permanente estado de insatisfacción. Es perfectamente racional, y hasta elogiable, que cada ser humano procure mejorar las condiciones de vida y no se ahorre esfuerzos para alcanzar esa mejoría. Eso no se consigue con desánimo y lamentaciones, que sólo sirven para agravar las situaciones difíciles y debilitar las energías espirituales. La ambición sin límites, asociada a la revuelta íntima, produce mal humor, del cual se aprovechan espíritus del astral inferior para actuar sobre los revoltosos, insuflándoles en la mente los más sombríos pensamientos, capaces de llevarlos al desequilibrio síquico y por vía de ellas a otros males. La Ley de Atracción no falla y a ella todos están sujetos. El ser humano precisa compenetrarse de la transitoriedad de las cosas que pertenecen a la Tierra. La esclavización a los valores materiales, tan fácilmente perecederas, además de retardar la evolución espiritual, ha causado muchos y muchos sufrimientos. La ambición comedida es natural; la desenfrenada, una forma de desequilibrio síquico, en que el egoísmo y la egolatría influyen decisivamente. Los ambiciosos descomedidos no miran los medios para obtener los fines: lesionan, usurpan y monopolizan. Los domina la idea obsesiva de la ganancia rápida, misma a través de maniobras extorsivas. Para esos, no existen contemplaciones ni medios términos. La determinación es avanzar. Planifican golpes osados, no importándoles herir los preceptos de moral y honradez. El mundo está lleno de ellos. Están divididos en dos grandes bloques: uno, en la Tierra, de personas actuando con enorme desembarazo y astucia, y otro, igualmente activo y astucioso, en el astral inferior, compuesto de espíritus que procedían, en este mundo, como proceden diariamente sus actuales pares encarnados. Los dos bloques, íntimamente asociados, gozan de la misma voluptuosidad que alimenta la idea fija de uno y de otro. El temperamento voluntarioso refleja la personalidad egocéntrica de los que entienden que la razón está exclusivamente de su lado, y de los que quieren imponer a los otros sus propias ideas. Esos individuos están frecuentemente en choque con los demás, y nada es más estimulante para los espíritus del astral inferior de que asistir a los choques humanos. Eso instiga a los obsesores y como siempre están a la espera del momento propicio que les permita la actuación, el individuo voluntarioso vive marcado por ellos. A cada momento perciben la oportunidad de armar un conflicto que, en la falta de otra ocupación, ésta les resulta absorbente. El voluntarioso se irrita fácilmente cuando el punto de vista ajeno no coincide con el suyo, tornándose un fomentador de contrariedades. No es preciso destacar lo que esa forma de desequilibrio síquico, a más de ser muy común, representa para los seres humanos. Traicioneramente, ella va penetrando, con lentitud, en el subconsciente, hasta tomar cuenta de la persona. Ésta, no percibe de la persuasión de que está siendo víctima, no reacciona, no se opone, no da importancia al mal que, por fuerza del hábito, acaba por tornarse agradable, facilitando el dominio de los obsesores, que pasan a ser más actuantes, más violentos y difíciles de alejar. Todo cuidado es poco, y solamente el conocimiento de cómo se procesa la evolución espiritual asegura al individuo las condiciones y los medios de defenderse de las influencias obsesivas. Las atracciones apasionantes son las más peligrosas, por el placer e impulso provocativo con que instigan a las víctimas para caer en sus seductoras redes. Hasta los esclarecidos principiantes ruedan, en ciertas ocasiones, por ese abismo. Hay momentos en la vida en que los embates morales, algunos de gran intensidad, sacuden despiadadamente al alma humana. Cuando ésta se apoya en el conocimiento espiritual, no le faltarán fuerzas para reaccionar y dominar la situación. Ese conocimiento es su escudo más fuerte, porque, cuando bien manejado, lleva siempre al triunfo. Por eso nadie se debe dejar abatir. Muchas veces, el fallecimiento de un ser querido, hecho natural en la vida, conduce al ser al inconformismo, a la aflicción y a la desesperación. Con eso, el espíritu desencarnado, inconsciente de su estado, se aflige, sufre, procura intuir al encarnado para calmarlo y, como no lo consigue, acaba por tornarse obsesor, perturbando y llevando al intuido al desequilibrio síquico. El mejor procedimiento de las personas que quedan para con las que parten es elevar el pensamiento a las Fuerzas Superiores, con firmeza y convicción, envolviendo sus espíritus en la ternura y en el calor de la irradiación amiga, para auxiliarlos a traspasar la atmósfera fluídica de la Tierra y seguir para sus mundos de estadio espiritual. Parte de la humanidad es víctima de desequilibrio síquico, por ignorar los recursos que tienen a su alcance para evitar o librarse de ello. En razón de ese desconocimiento, se empeña el Racionalismo Cristiano en ofrecer al lector un trayecto seguro para una vida sana y evolutiva. Algunos síntomas, cuando ocurren con frecuencia, pueden indicar un estado inicial de desequilibrio síquico: 1. Reírse sin motivo o en pretexto de cosas triviales; 2. llorar sin razón; 3. comer exageradamente; 4. estar siempre con sueño; 5. sentir placer en la ociosidad; 6. tener ideas fijas; 7. exteriorizar manías; 8. gesticular y hablar solito; 9. oír y ver cosas fantásticas; 10. vivir en un mundo distante, soñadoramente; 11. demostrar fanatismo; 12. dejarse dominar por pasiones; 13. tener explosiones temperamentales; 14. tener prevenciones injustificadas; 15. tener tics; 16. repetir, mecánicamente, las mismas expresiones; 17. expresarse licenciosamente; 18. usar palabrotas; 19. mistificar, engañar; 20. mentir; 21. revelar cobardía; 22. adoptar prácticas viciosas; 23. gustar de ostentación; 24. gastar por encima de lo que puede; 25. provocar o alimentar discusiones; 26. ser implicante; 27. ser inoportuno; 28. molestar al prójimo; 29. ser huraño o malhumorado; 30. hacerse el tonto gracioso; 31. descuidarse de las obligaciones en el trabajo; y 32. eximirse de los deberes familiares. Cualquiera de esas actitudes citadas predispone al desequilibrio síquico, mismo que no constituya un estado de anomalía mental. No está demás insistir en este punto: el lenguaje de los espíritus desencarnados es el pensamiento. Por el pensamiento, se identifican los sentimientos de las personas, sus intenciones y tendencias, y de eso se prevalecen los obsesores para estimular, por la intuición, los vicios y las debilidades humanas. Así siendo, por higiene síquica, nadie debe religarse mentalmente a intrigantes, calumniadores, desafectos y a seres de malos sentimientos en general. Pensar en ellos es atraer su mala asistencia espiritual, recibir influencias malignas y correr el riesgo de desequilibrio síquico. CAPÍTULO 12 Normalización Síquica La normalización síquica de una persona es conseguida, con mejores resultados, cuando es asistida por las Fuerzas Superiores en las corrientes fluídicas formadas en las reuniones públicas de limpieza síquica y esclarecimiento espiritual realizas en las casas racionalistas cristianas por militantes de la Doctrina – auxiliares que dan colaboración espontánea durante los trabajos espiritualistas. Las personas asistidas quedan en sillas adecuadas, sentadas una de cada lado de la mesa de los trabajos, auxiliados por dos militantes de la casa que realiza la reunión pública, encargados de aplicar los procedimientos disciplinarios recomendados para esos casos. Se destaca el sacudimiento, cuya finalidad es ayudar a las Fuerzas Superiores en la tarea de despegar de los asistidos los miasmas fluídicos dejados por los espíritus obsesores que los acompañaban, y que les fuera arrebatado en cuanto ingresaron en el recinto de la Casa. Confiados y concentrados, los demás auxiliares sentados a la mesa irradian a las Fuerzas Superiores, para fortalecer la corriente fluídica y facilitar la acción normalizadora. Mientras tanto, la reunión pública prosigue con serenidad y seguridad. Limpios de los miasmas fluídicos dejados por los espíritus obsesores, los asistidos se calman, sintiendo profundo abatimiento en virtud de la pérdida de energía que les fue extraída por los obsesores. Los asistidos, sin embargo, aún no están recuperados. La desorganización síquica provocada por el obsesor fue grande, y el equilibrio, tanto mental cuanto físico, precisa ser restaurado. En ese estado de debilidad, si el asistido no pudiere contar en su casa con personas que lo asistan, aplicándole la disciplina y la orientación recomendada por el Racionalismo Cristiano, estará sujeto a atraer otro obsesor dificultando o imposibilitando su normalización. Los pensamientos afines son siempre el imán de atracción entre los espíritus obsesores y las personas portadoras de trastorno síquico. Los obsesores escogen sus víctimas de acuerdo con la afinidad que por ellas sienten o con los sentimientos que los animan en relación a ellas. Es oportuno recordar que los espíritus del astral inferior conservan las mismas costumbres y vicios que tenían cuando encarnados. Así, para alimentar las exigencias de su yo materializado, que sienten intensamente, envuelven a las personas con las cuales tienen afinidad, y que las puedan satisfacer, aunque ilusoriamente. Hay obsesores que en vida física fueron dependientes de hábitos viciosos como por ejemplo, del alcohol, cigarro, drogas, juego, de sexo, todos empeñados en mantener sus deseos desmedidos. Las vibraciones armónicas del obsesor con los de la persona síquicamente perturbada se ajustan y se encajan de tal manera unas con las otras que se torna difícil la separación. Tales particularidades no pueden ser olvidadas en la recuperación del asistido. En ese período, en los locales en que haya una casa racionalista cristiana, es de fundamental importancia que, acompañado de un responsable –e también educador - frecuente regularmente las reuniones públicas y practique los valores racionalistas cristianos. Oyendo las doctrinaciones del Astral Superior y las explanaciones del presidente de la reunión, no obstante su estado aún de perturbación, alguna cosa de lo que escucha quedará grabada en su mente, produciendo efectos benéficos. El responsable también adquiere, por ese medio, conocimientos que lo habilitan a continuar el proceso de normalización del asistido en el hogar. La normalización síquica de un ser rencoroso y vengativo es siempre problemática porque el asistido está asociado a falanges de espíritus del astral inferior. En tal circunstancia, si el libre albedrío continúa a ser empleado para el mal, la recuperación síquica difícilmente será conseguida. El éxito de la fase de recuperación es más lento para ser alcanzado, por depender de la reeducación del pensamiento, de la voluntad y de la reacción contra nuevas obsesiones. Los vicios quedan tan arraigados en la persona que ella sólo los deja con mucho esfuerzo. Bajo influencia de la recuperadora disciplina racionalista cristiana, comienza a raciocinar y a dominar los propios vicios y aquellos que fueron desarrollados por los obsesores, y, cuando se le torna fácil ese dominio, no se dejará perturbar más. La normalización síquica de los niños es conseguida a través de la normalización y del esclarecimiento espiritual de los padres y de las demás personas con quien ellos conviven, en razón de la mala asistencia astral que envuelve a los familiares. Todos deben frecuentar, asiduamente, las casas racionalistas cristianas en las localidades donde hubiere, o haciendo la limpieza síquica en el hogar diariamente, conforme la disciplina recomendada por el Racionalismo Cristiano. Los niños también se normalizan con el cambio de ambiente, cuando son retiradas del medio donde actúan los espíritus del astral inferior –atraídos por los vicios y malos pensamientos de los adultospara otro local en que el vivir ameno sea pautado por los principios que este libro explana. CAPITULO 13 VALOR El valor, que todos lo poseen en mayor o menor grandeza, es uno de los ángulos determinantes de la personalidad humana. Cuanto más se consolida el carácter en el rigor del trabajo cotidiano y en la lucha dirigida para la práctica del bien, más el ser humano siente la necesidad de poner a prueba su valor, a fin de que los resultados correspondan a los esfuerzos empleados. Siempre que alguien, al definirse por una conducta, tuviere que recurrir al propio valor y de él valerse para trazar la directriz a seguir, acrecienta en su acervo de buenas conductas más fortaleza, más un estímulo, más una partícula enriquecedora. Todos tienen la oportunidad de externarlo, a cada paso, por algún hecho, por reposar en el verdadero bienestar íntimo que satisfaga la conciencia, alegra el semblante y, como recompensa mayor, transmite a la persona el agradable sentimiento del deber cumplido. El ejercicio es tan necesario al cuerpo como a la mente. El ejercicio de la mente consiste en la práctica habitual de actos y pensamientos de valor, que necesitan ser estimulados desde la infancia. Esos actos y pensamientos pueden ser revelados en el hogar, cuando el adolescente asume la responsabilidad de sus faltas, cuando se solidariza con las dificultades de los padres y hermanos, cuando es capaz de un gesto de desprendimiento y renuncia a favor del prójimo. Los actos de valor se revelan también en la escuela, cuando el estudiante sabe ganar y perder en las competencias deportivas, cuando procede con empeño y dignidad en el estudio y en los exámenes, cuando reconoce los esfuerzos paternos y todo hace para tornarse merecedor del sacrificio de ellos. Ejercitadas por el adolescente esas elevadas cualidades morales, entrará él en la segunda fase de la juventud con una preparación moral en que se reflejarán, nítidamente, los lineamientos de valor de que es dotado. Eso lo habilitará a resistir a las tentaciones propias de la edad, a seguir sus convicciones, a vivir con método y disciplina, a encarar el trabajo como un bien necesario al progreso, dispensando al semejante el mismo respeto que exige para sí. En la edad madura, en que conserva en lo íntimo el precioso tesoro representado por las enseñanzas acumuladas en la adolescencia y en la juventud, el ser humano necesita contar con ese buen caudal, para no ser influenciado por los errores y vicios que se encuentran en el medio ambiente. Actitudes correctas, por encima de todo sin temores, si es preciso con arrojo, si el momento lo exigiere – pero siempre serenas y tranquilas, ponderadas y justas, inflexibles y rectas – son características del valor. Quien vive bajo los dictámenes de la honra y del deber, quien modela los hábitos y costumbres con la argamasa del amor al prójimo y se mantiene constantemente bajo el estímulo dinámico de las vibraciones del bien, crea en su alrededor una barrera fluídica impenetrable a las arremetidas del mal. El valor de la persona comienza con el dominio de sí misma y consiste en saber controlar los pensamientos, subyugar los ímpetus y las inclinaciones reprobables. Si tuviere que ejercer cargos de dirección, necesita dar ejemplos de serenidad, de coraje y de honra, conteniéndose delante de los cuadros emotivos que la vida ofrece, para no descontrolarse ni causar perjuicio a los colaboradores. Los actos de justicia son practicados, generalmente, cuando la persona procede con imparcialidad e interés por la verdad. Por eso, ser justo, valeroso y honrado debe constituir la más seria aspiración del ser humano. Pero, nadie puede ser justo sin ser tolerante y moderado, sin comprender la vida en su complejidad, en su aspecto espiritual y en su contenido realista. La comprensión clara y verdadera de la vida habilita al ser humano a acelerar el desarrollo y el perfeccionamiento de sus cualidades. Esa comprensión le proporciona un sentimiento práctico de renuncia a las cosas terrenas, por la certeza de la transitoriedad de su permanencia en este planeta y que son de uso provisorio las riquezas materiales, con las cuales solamente podrá conseguir algunos objetivos de limitado alcance. La actitud de renuncia, desprendimiento, abnegación, sacrificio y solidaridad humana es el resultado de comprensión superior de la vida, que aproxima fraternalmente a los seres unos de otros. No obstante, no debe confundirse: ese elevado sentimiento espiritual de renuncia con el desinterés por las cosas, originado por los desengaños y desilusiones que hacen de ciertos individuos seres apáticos, escépticos, solitarios, bohemios, exóticos, fanáticos. La persona esclarecida, y por eso mismo fuerte, no se deja abatir por desilusiones. Comprende las causas de las debilidades y maldades humanas, no confía en perfecciones, sabe que no existen y acepta los acontecimientos con entendimiento racional. Verdadera, leal, honesta y equilibrada, ella no se olvida, de los momentos difíciles de la vida, de que su integridad moral debe estar por encima de todos los intereses, y no teme que su posición inflexible la desvíe del cumplimiento del deber y de la práctica del bien. El mal – téngase siempre en mente – jamás prevalecerá sobre el bien. El mal acciona transitoriamente, en un período de tiempo que marca su propia destrucción. Todos los actos malos damnifican gravemente el carácter de quien los practica, y dejan surcos en su personalidad difíciles de borrar. Fortalecer, pues, el valor personal, para resistir a los procedimientos indignos, es una necesidad imperiosa e inquebrantable. No son pocos los egoístas e inescrupulosos que, con falsas apariencias, viven a engañar al prójimo, procurando sacar provecho de todas las situaciones. Indiferentes a la desgracia ajena, solamente se complacen con la satisfacción de sus intereses, por más viles que sean. Con ese procedimiento despreciable, cavan, sin apercibirse, el propio abismo, para cuyo fondo están caminando y del cual solamente podrán salir a costo de grandes angustias. Los gestos de grandeza en que relucen los índices auténticos del valor son los que más dignifican a las personas y les proporcionan la anhelada felicidad. Ningún ser consciente podrá preferir la acción negativa a la positiva, el nada por el todo, el atraso por el progreso, la duda por la certeza, el fracaso por el éxito, el miedo por el coraje, la oscuridad por la luz. Los que efectúan el cambio de lo bello por lo horrendo, en el simbolismo de estas comparaciones, ponen de lado el buen sentido y están al sabor de una conciencia apática, totalmente desfigurada en la apreciación de los valores auténticos. El Racionalismo Cristiano en todas sus obras, propugna por la transformación de ese estado de conciencia lamentable en que se encuentra la humanidad, motivada en parte, por su entrega a un oscurantismo que entorpece el entendimiento del proceso evolutivo de la vida y de los deberes del ser humano. Las buenas o malas acciones atraen para su agente, como consecuencia, por fuerza de las leyes evolutivas que rigen el Todo Universal, un resultado que corresponde, invariablemente, a la naturaleza de los pensamientos que las generan. Se engañan aquellos que piensan poder escapar a los efectos de sus actos a través del perdón o de otros medios. No existen perdones en el campo espiritual. Urge, entonces, raciocinar para bien vivir. Es necesario proceder con independencia, valiéndose, cada cual, de los propios recursos morales de que dispusiere. Quien hiciere el mal tendrá que rescatarlo, inapelablemente, más temprano o más tarde. Solamente los actos de valor engrandecen la personalidad y dignifican el carácter. Quien los practica se torna un colaborador eficaz en la obra de espiritualización de la humanidad. CAPITULO 14 Carácter El carácter del ser humano es representado por la suma de sus cualidades morales, en que se destacan las virtudes y el conjunto de valores espirituales conquistados paulatinamente en el transcurrir de múltiples existencias y por las conductas que pueden ser medidas por la firmeza y rectitud con que procede en sus actos cotidianos. Más que en la honestidad de la conducta en las transacciones comerciales o en el ejercicio de alguna función, el buen carácter se revela por el intransigente repudio a la cobardía, a la intriga, a la envidia, a las actitudes dudosas, a la prevaricación, a la deslealtad, a los movimientos traicioneros, en fin a todas las acciones indignas. Ni siempre el individuo culto posee el mejor carácter, pues algunos de ellos hacen de la cultura un instrumento de sutileza. No se puede negar la ventaja y más que la ventaja, la necesidad de instrucción y de cultura, por ofrecer gran contribución al desarrollo de la inteligencia y de la capacidad de raciocinar - medios por los cuales la persona analiza, confronta, deduce y concluye- para obtener los mejores resultados. En cualquier sector de la actividad –y no apenas en las lides literarias y científicas – el ser humano puede ejercitarse en el desarrollo de su inteligencia: en la industria, comercio, agricultura, escuelas y en el hogar. Cualquier ambiente de trabajo honrado ofrece constantes oportunidades para el perfeccionamiento del carácter, siempre obedeciendo a un progreso normal en que no caben transformaciones radicales ni regeneraciones brevísimas. Jamás, se podrá operar sin esfuerzo, buena voluntad y, encima de todo, sin la consciencia esclarecida, aliada a la noción del deber y al interés en cumplirlo. El carácter virtuoso es uno de los más ricos y preciosos bienes del espíritu. Sin embargo su conquista, no es fácil; al contrario, requiere prolongados períodos de meditación en numerosas existencias, a lo largo de las cuales las observaciones y conclusiones van madurando bajo la ardua prueba de la experiencia. Sólo después de incontables desengaños y de sufrir muchas injusticias e ingratitudes es que la persona mide, en lo íntimo de su naturaleza espiritual, la extensión de las imperfecciones humanas y se indigna contra ellas. Así, de repudio en repudio a las máculas morales, se va liberando de las acciones inferiores para colocarse, por convicción extraída del esclarecimiento, dentro de una línea rígida de una modelar conducta. Siendo así, padres y profesores que estuvieren en condiciones de transmitir a hijos y discípulos –referente a la rectitud del carácter- el lenguaje vivo y altisonante del ejemplo, ejercerán sobre ellos excepcional influencia, que se traducirá en confianza, respeto y admiración. No es exageración la afirmación de que el mundo carece, cada vez más, de padres y profesores competentes y responsables, pues los que lo son poseen en sus manos prodigiosos instrumentos de formación, con lo que mucho contribuyen para el perfeccionamiento del carácter de los que están a sus cuidados. La tarea del profesor no se debe limitar a la instrucción pedagógica de los alumnos. La escuela, por complementar el hogar, impone a los maestros el irrecusable deber de llevar conceptos modeladores a los discípulos, capaces de tornarlos buenos ciudadanos. Si la acción de los profesores es altamente meritoria en el perfeccionamiento del carácter de los alumnos, de mayor relevancia es, aún, la de los padres, a quien compete el inexcusable deber de observar las líneas generales del carácter de los hijos, cuando pequeños, por ser esa la fase en que la corrección ofrece mejores resultados. El criterio, la equidad, el buen sentido, puntualidad, lealtad, armonía, coraje, rectitud, buen humor, dignidad, gratitud, educación, fidelidad, comedimiento, veracidad, respeto mutuo, bien como el celo son virtudes que modelan y enriquecen el carácter, para los cuales se dirige el ser humano deseoso de conquistarlas. En la definición de las líneas del carácter, todos deberán considerar el medio término, la posición equidistante de los extremos, en que el equilibrio se establece y resplandecen las cualidades, los ideales constructivos, que engrandecen al espíritu, haciéndolo crecer en la escala ascendente de la evolución. El miedo y la temeridad son dos extremos, en cuyo punto medio está el coraje - virtud componente de la fisonomía del carácter. En posiciones extremas se sitúan el perdulario y el avariento, pero el comedido queda en el centro, que representa la posición ideal para los seres de carácter bien formado. También la malquerencia y la adoración se localizan en puntos extremos, pero la amistad y la virtud tienen lugar destacado en el centro. Tanto la malquerencia como la adoración crean situaciones condenables: en cuanto la malquerencia despierta el sentimiento de aversión, odio y venganza, con los más perniciosos efectos para el agente, la adoración conduce al temor, al servilismo, a la subyugación de las iniciativas, a la alienación de la voluntad, a la falta de confianza del individuo en sí mismo, siempre en desprestigio personal y en flagrante anulación de su propio valor. En ambos los sentimientos, aquí apenas citados como ejemplo, la evolución se retarda. Trabajar cada vez más para perfeccionar el carácter, significa generar riqueza moral de insuperable valor. La mejor fortuna a que el ser humano puede aspirar es la que se obtiene a través de acciones ennoblecedoras que resultan del uso correcto de los atributos espirituales y reflejan siempre la grandeza del carácter. CAPITULO 15 Familia y educación de los hijos Las sociedades bien constituidas tienen como base la familia. Cuando las familias se distinguen por el cultivo de las superiores cualidades morales, su contribución para elevar los índices de perfeccionamiento de las colectividades es excelente. Así como la fuerza de cohesión mantiene unidas las células del cuerpo humano, también las familias necesitan ligarse unas a otras como células de un todo, y componer una sociedad homogénea, progresista y pacífica, inclinada al desarrollo de las más significativas virtudes. Esa unión sólo podrá resultar de la afinidad de sentimientos elevados, de las nobles aspiraciones alimentadas, de la solidaridad en los actos de perfeccionamiento y en la conjugación de los esfuerzos empleados en beneficios de todos. Cuanto mayor fuere el número de núcleos familiares a desarrollar entre sí esa armonía, más elevados serán los índices de moralidad y honradez en el medio ambiente. El comportamiento de la colectividad, reflejando el estado de la mayoría de sus componentes, representa el nivel medio de perfeccionamiento de un pueblo, revelando su capacidad productiva y realizadora. En esas condiciones, crece de importancia la constitución de la familia, a través del verdadero entrelazamiento de los cónyuges para las responsabilidades del hogar y la perpetuación de la especie. A los que se casan es indispensable la comprensión de que los deberes y derechos de cada cónyuge son iguales y complementarios en la estructuración de la familia. Es en la asociación de ideales dirigidos para el mismo fin, realizados con sensibilidad y dedicación, que se forman y se consolidan los lazos espirituales que unen la pareja. Entonces, al constituir familia, los cónyuges deben estar decididos a honrarla y a dignificarla. Cometen grave error si, por acción u omisión contribuyen para desmoronamiento del hogar y la ruina de la familia. Las colectividades, que conforman las naciones serán grandes y respetadas siempre que los fundamentos de su constitución moral, representados por eslabones espirituales que entrelazan las familias unas a otras, poseyeren una unión suficientemente fuerte para repeler las influencias perturbadoras producidas por las vibraciones de la egolatría, de la corrupción, del sensualismo desenfrenado y de la inmoralidad. El hogar es el núcleo donde deben ser ejercitadas las virtudes del afecto, lealtad, fidelidad, tolerancia, desprendimiento, renuncia, respeto y de la comunión de sentimientos, es una escuela de perfeccionamiento moral y un campo de desarrollo síquico. Entre los cónyuges debe existir absoluta confianza. Para eso, es necesario que actúen siempre con franqueza. No deben practicar ningún acto del cual se preocupen en ocultarlo y del que puedan avergonzarse. Aunque grandes son las responsabilidades que pesan sobre la pareja, no son mayores que la de su capacidad de soportarlas. La vida en el hogar será mucho más feliz si cada cónyuge se hiciere merecedor a la confianza irrestricta y al apoyo moral del otro. La fidelidad y el cumplimiento del deber delante la familia dignifica el carácter y reflejan la conducta trazada en el campo espiritual para una existencia. Pensamientos honestos y fuerza de voluntad son recursos poderosos que deben usar para protegerse de la influencia y fluidos perniciosos del astral inferior, en cuanto percibieren la afinidad de un sentimiento inclinado a la prevaricación. La mujer y el hombre se complementan en el hogar como dos medidas de compensación, siendo necesario que haya esfuerzo permanente para desempeñar bien su papel. Unidos, cumplirán la ardua y dignificante tarea; distanciados, sembrarán discordia y desentendimiento, y la obra quedará por hacerse. Así, los que se unen por el casamiento tienen el deber de auxiliarse mutuamente, bajo la influencia de las vibraciones armónicas del entendimiento y de comprensión. A los componentes de un hogar jamás deberán faltarle la serenidad y el buen humor, cuyo cultivo es de mayor necesidad. Inconciliable con el pesimismo, el buen humor abre camino al triunfo, ya que desarma los pensamientos derrotistas y los recelos infundados, alejando el nerviosismo. La persona bien humorada refleja alegría en su semblante, confianza en sí misma y dispone de lo esencial para gozar de buena salud. El hogar exige de sus integrantes desprendimiento y tolerancia, para tener entre ellos armonía y entendimiento, y no se debiliten los lazos de amistad que los deben unir cada vez más sólidamente. Téngase siempre presente que todos son imperfectos, susceptibles de incurrir en errores. Como los errores son fáciles de cometer y difíciles de reparar, se impone, para evitarlos, permanente vigilancia. Por esa razón, posibles fallas no deben ser encaradas con indignación o revuelta, sino con calma y comprensión, para lo que es necesario dominar el temperamento impulsivo o violento. El temperamento de la pareja puede diferir del hombre para la mujer, como difiere el de los hijos. Esa diferencia es perfectamente comprensible desde que se tomen en cuenta las diversas clases espirituales existentes en los miembros de una misma familia. Una de las grandes virtudes humanas consiste en saber respetar el punto de vista ajeno, y jamás perder el hábito de la cortesía. Los padres, verdaderamente conscientes de los deberes familiares, no son los que se limitan a procrear, sino los que miden y pesan las responsabilidades que deviene de la paternidad y maternidad y se preparan para cumplir, de forma consciente, los compromisos que esa condición impone. La autoridad moral de los padres tiene como fundamento más importante a los actos y ejemplos de sus vidas, y esa autoridad será mayor o menor acorde a la franqueza, sensatez y honestidad de sus procedimientos. Una de las más elevadas misiones de los padres es la educación de los hijos. En la obra de edificación espiritual de la humanidad desempeña un papel de mayor relevancia, en el cumplimiento del cual precisan esforzarse por orientar a los hijos dentro de moldes de conducta moral impregnada de virtudes. Los niños poseen subconsciente amoldable, que los torna sensibles a recibir la influencia de la orientación que les fuere suministrada –educación que debe ser pautada en los principios de honestidad, de amor al trabajo y a la verdad- para tornarse, en el futuro, buenos ciudadanos. Los hijos, necesitan oír los ponderados consejos de los padres, para precaverse contra los riesgos y peligros a que quedan sujetos en el curso de la vida. Un viejo y sabio aforismo enseña que nadie puede dar lo que no posee. Para eso, padres y madres necesitan estar preparados para suministrar a los hijos una educación a la altura de las exigencias de la vida. Los niños poseen un inmenso poder de asimilación, graban en su subconsciente, indeleblemente, lo que ven a los adultos hacer, y procuran imitarlos. Por eso, no es posible disociar hogar de la escuelaque es por encima de todo - en la que los padres, que son los maestros, están continuamente suministrando a los alumnos –los hijos- lecciones y ejemplos de disciplina, orden, honradez, dignidad, coraje, lealtad y sinceridad, entre otros valores. El trabajo de educar se inicia en la cuna. Ya temprano, la criatura comienza a manifestar inclinaciones y tendencias que precisan recibir estímulos cuando buenas, y, corrección educativa, siempre que sean irrazonables e inconvenientes. Las responsabilidades del matrimonio son inmensas, exigiendo de la esposa y del marido, para la educación de los hijos, además de vigilancia permanente, todo el valor, sacrificio y espíritu de renuncia de que fueren capaces. Esa educación deberá ocupar el primer plano en el interés de los padres y no deberán nunca prescindir de suministrarla. Se recomienda que los padres no atemoricen a los hijos con gritos y amenazas, sino que procedan con calma, comprensión y entendimiento para conquistarles la confianza, la amistad y el respeto. En vez del castigo físico – que es una violencia familiar inaceptable en el seno de la familia – los padres deberán optar por la supresión de regalías, por determinado espacio de tiempo. La censura delante de extraños es del todo inconveniente, por humillar al niño y al joven, y herirles la sensibilidad. Un buen procedimiento educativo consiste en que padre y madre conversen frecuentemente con los hijos, aprovechando esos momentos para comentar las fallas que hayan observado y auxiliarlos a corregirse, indicándoles lo que precisan hacer. Para que haya consenso en esas orientaciones educativas transmitidas a los hijos, los padres deben entenderse previamente a fin de evitar opiniones conflictivas que pueden confundir y desorientar a los educandos. El modo de proceder de muchos padres, descargando sobre los hijos la rabia que poseen y haciendo de ellos la válvula de escape de su nerviosismo, mal humor y frustraciones, no es sólo, apenas, una actitud equivocada, sino un comportamiento delictivo, por contribuir para que los hijos los vean como unos brutos, pasando a esconder las acciones que antes practicaban en presencia de los padres y tornándose falsos y disimulados, a fin de huir a la reprensión. Los consejos paternos deben ser suministrados siempre que se hicieren necesarios y oportunos. La vigilancia atenta y permanente, con la finalidad de descubrir las fallas del carácter que fueren siendo reveladas, indicará el momento adecuado. Falta de respeto, descortesía, desorden, desprolijidad, mentira, intriga, fingimiento, cinismo, maldad, delación, deslealtad, cobardía y vanidad son indicios denunciadores de fallas en el carácter de los niños y jóvenes, exigiendo de los padres una acción cuidadosa, a través de amonestaciones educativas, que deberán ser suministradas con amor e interés, en consideraciones claras, objetivas e incisivas. En la educación de los hijos debe imperar siempre – y por encima de todo – la sinceridad, la lealtad, la justicia y la verdad. La curiosidad natural de los pequeños seres debe ser satisfecha, nunca por medio de las mentiras convencionales, siempre desacreditadoras, sino, con explicaciones racionales y convincentes, al alcance del intelecto infantil y juvenil. En la obra de la naturaleza nada existe de feo o vergonzoso, cuando los límites de la moral son respetados. A los padres que se dispusieren a raciocinar y a hacer buen uso de la inteligencia, no les faltarán recursos de lenguaje para transmitir a los hijos una idea sana, sobre la sexualidad y orientación adecuada referente a las infecciones epidémicas, las drogas, el tabaquismo, el alcoholismo y demás vicios. Los hijos necesitan ser habituados a confiar en los padres para que éstos puedan orientarlos, esclarecerlos y ayudarlos a buscar solución para sus problemas. Esa confianza, sin embargo, dejará de existir, si los progenitores no tuvieren moralidad, decencia, comedimiento, sensatez, brío, coherencia y conducta ejemplar, o sea, si no procedieren como desean que los hijos procedan. Control y vigilancia discretos son dos prácticas que deben estar siempre presentes en la acción educativa suministrada por los padres. “Dime con quién andas y te diré quién eres”, e ahí lo que un viejo proverbio previene. Las malas compañías son siempre perjudiciales, y la tendencia para el mal es una realidad, tanto más que para ella concurren la influencia siempre dañina del astral inferior y los errores acumulados en existencias pasadas. Son incontables los desvíos que se verifican por influencias de las malas compañías, de las libertades excesivas, del consentimiento por encima de lo razonable, de las facilidades y concesiones aparentemente inofensivas. Niños y jóvenes deben procurar en el hogar, y no fuera de él, el consejo sano, el ambiente ameno y confortador, el refugio contra las tentaciones y los peligros. Aunque las transformaciones radicales no sean posibles, ni mismo en la propia convivencia del hogar, en él, pueden ser alcanzadas grandes conquistas para el perfeccionamiento de la personalidad. Cuando eso no pudiese ser conseguido, debido a la rebeldía temperamental de ciertos jóvenes, cualquier mejoramiento deberá ser motivo de regocijo, porque esa conquista, por diminuta que parezca, tiene siempre su valor. Por corresponder ese objetivo a una acción constructiva cuyos resultados se multiplican de generación en generación, nunca serán demasiados los esfuerzos dispensados por los padres en la educación de los hijos. Esa actitud deberá ser fundamentad, invariablemente, en la importante trilogía: trabajo, honradez y disciplina. En el fondo del alma, los hijos, aunque no lo demuestren, son siempre agradecidos a los padres, cuando sienten el interés que tienen por su futuro. Toda acción educativa debe tener como finalidad y fuente de inspiración el deseo sincero de los padres de fortalecer el carácter de los hijos. La remodelación de la humanidad comienza por la remodelación de las costumbres de la familia. De ahí la necesidad de ser siempre elevados los índices de respetabilidad en los hogares, para que las naciones puedan tener una dirección a la altura de su desarrollo espiritual y de su conciencia moral. El bienestar y la felicidad de un pueblo fácilmente se miden por los sentimientos que lo unen al hogar y a la familia. SÍNTESIS DE LOS PRINCIPIOS RACIONALISTAS CRISTIANOS Una vez reconocida la importancia del pensamiento como fuerza poderosa de atracción tanto del bien como para el mal, debe el ser humano, en su beneficio y de aquellos con quienes conviva, orientar su vida de modo a poner en práctica los conocimientos adquiridos. Para eso, necesita adoptar, como reglas normativas de conducta, los principios racionalistas cristianos que mejor se ajusten a las ocasiones, para obtener éxito en sus emprendimientos y tener buena asistencia espiritual. Algunos de esos principios pueden ser así resumidos: 1. Fortalecer la voluntad para la práctica del bien; 2. Identificar, para poder repeler los malos pensamientos y hacer buen uso del libre albedrío; 3. Cultivar pensamientos elevados a favor del semejante; 4. No desear para los otros lo que no se quiera para sí; 5. Extender su auxilio a quien lo necesite, cuando los medios y la oportunidad lo permitieren, pero no contribuir para sustentar la ociosidad y los vicios de quien quiere que sea; 6. Tener consideración por el punto de vista ajeno, principalmente cuando lo manifestado sea hecho con sinceridad; 7. No religarse por el pensamiento a personas malignas, inconvenientes y síquicamente desequilibradas; 8. Combatir la maledicencia; 9. Eliminar del hábito común la discusión acalorada; 10. Conservar en plena forma la higiene mental y física; 11. Ejercer el poder de la voluntad contra la irritación; 12. Mantener el equilibrio de las emociones en el análisis de los hechos, para no afectar la serenidad necesaria; 13. Adoptar, como norma disciplinaria, el hábito sano de solamente tomar decisiones que se inspiren en el firme propósito de hacer el bien, accionando, para eso, con ponderación, justicia, serenidad y valor. 14. Conducirse respetuosamente en el lenguaje y en las actitudes; 15. No descuidar de la cortesía y puntualidad, por ser éstas reflejos de la buena educación; 16. Promover, por todos los medios la longevidad, en atención al principio de que de la salud del cuerpo depende del buen estado del alma; 17. Cultivar permanentemente el buen humor, por medio del cual las células orgánicas reciben influencias saludables; 18. Usar comedimiento en el hablar, vestir, trabajar, dormir, alimentar y recrear; 19. Dedicarse integralmente a la seguridad y estabilidad del hogar; y 20. Perfeccionar al máximo el sentimiento fraternal de la amistad para con las personas de bien, con la finalidad de intensificar la corriente armónica afín del planeta, en beneficio común. Como dos son las corrientes que envuelven la Tierra – la del bien y la del mal – el ser humano debe vibrar en armonía con una u otra, por ser imposible quedar en la posición de neutralidad. Es lógico y sensato que se muna de los preciosos requisitos que lo mantengan ligado a la corriente del bien. CONCLUSIÓN La mente humana, se desarrolla con el ejercicio constante del raciocinio y podrá expandirse mucho más a partir del momento en que una mayor parte de la humanidad despierte para el estudio y la reflexión sobre los hechos transcendentes de la vida. Después de un minucioso y profundo análisis del contenido de esta obra y de haber obtenido sus propias conclusiones, fruto, naturalmente, de consideraciones hechas a través de la razón, esperamos que ese análisis lo haya despertado para la importancia de la espiritualidad en su vivir terreno o que los conocimientos aquí explanados hayan ido al encuentro de su forma de pensar y actuar en cuanto a los porqués de la vida. Si los objetivos del Racionalismo Cristiano, con la edición de este libro, fueren alcanzados, permítanos invitarlo a profundizarse en el estudio, a través de la lectura de los libros “La vida fuera de la materia” y “Práctica del Racionalismo Cristiano” en sus últimas ediciones, que desdoblan y consubstancian el tema, y también a practicar la disciplina recomendada, que consiste en un vivir consciente, equilibrado y armónico. El Racionalismo Cristiano estimula al lector a creer en sí mismo, a confiar en la acción de su voluntad y en la fuerza prodigiosa e inmensurable de su pensamiento. Seguros de los principios racionalistas cristianos, al colocarlos en práctica desarrollará la capacidad creadora con relativa facilidad, y podrá contar con espléndido material para el perfeccionamiento de los atributos morales y de una personalidad recta, consciente, inquebrantable y vigorosa. Solamente el conocimiento de la vida espiritual y del origen común de todos los seres dará a la humanidad la condición de vislumbrar nuevos horizontes en la Tierra, a través de los cuales encontrará los caminos que le llevarán a la soñada paz, como resultado de la fraternidad plena, a establecerse entre los pueblos. -.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.- LIBROS EDITADOS POR EL RACIONALISMO CRISTIANO Obras esenciales de la Doctrina RACIONALISMO CRISTIANO - 45ª edición en portugués CHRISTIAN RATIONALISM - 45ª edición en Inglés LA VIDA FUERA DE LA MATERIA – 24 ª edición. Texto e ilustraciones muestran y explican la asistencia del Astral Superior en las casas racionalistas cristianas; la ligazón de los seres humanos a las Fuerzas Superiores y a los espíritus del astral inferior; el campo áurico; los males resultantes de las debilidades y de los vicios y los fenómenos conocidos como visiones y hechos sobrenaturales. INCORPOREAL LIFE – 24ª edición – en Inglés. PRÁCTICA DEL RACIONALISMO CRISTIANO – 13ª edición en portugués Dirigida a los militantes, en razón de fijar normas disciplinares a ser observadas en las casas racionalistas cristianas, incluye orientaciones de interés de los estudiosos e investigadores de la Doctrina. Obras complementarias: LA LLAVE DE LA SABIDURIA – de Fernando Faría – 3ª edición. En lenguaje dirigido para los jóvenes, aborda el Universo y la evolución del espíritu. LA FELICIDAD EXISTE – de Luiz de Souza – 14ª edición. Desdoblamientos de los principios racionalistas cristianos, que ayudan a vencer los problemas de la vida y a evitar los errores tan comunes que las personas cometen, en su propio perjuicio. LA MUERTE NO INTERRUMPE LA VIDA - de Luiz de Souza – 10ªedición. Lo que llamamos muerte marca la conclusión de una jornada y el comienzo de otra, pero nunca el fin de lo que no termina: la vida espiritual. ANTONIO COTTAS, UNA LECCION DE VIDA – de Galdino Rodrigues de Andrade. Biografía de quien consolidó el Racionalismo Cristiano. AL ENCUENTRO DE UNA NUEVA ERA – de Luiz de Souza – 8ª edición. Valiosa contribución a los estudiosos de los porqués de la vida. CARTAS DOCTRINARIAS – Volumen 26 – de Antonio Cottas – 2ª edición. Desdoblamientos de los principios racionalistas cristianos, a través de respuestas de Antonio Cottas a correspondencias recibidas en la Casa Jefe, registrando hechos de mayor alcance sobre la vida del ser humano. CIENCIA ESPÍRITA – DE Antonio Pinheiro Guedes – 8ª edición. Importante contribución para el estudio de la espiritualidad. COLECCIÓN CLÁSICOS DEL RACIONALISMO CRISTIANO. Volumen 3 – de Luiz de Mattos. 3ª edición y Volumen 2 – de Luiz de Mattos. Reúnen artículos, pronunciamientos y lecciones del codificador de la Doctrina, abordando variados aspectos del vivir humano. COLECCIÓN CLÁSICOS DEL RACIONALISMO CRISTIANO, Volumen 3 – de María Cottas. Reúne artículos y pronunciamientos hechos por la ilustre escritora, hija de Luiz de Mattos y esposa de Antonio Cottas en vida física, y lecciones, en campo astral, de ese espíritu de luz intensa. COLECCIÓN LENTES MÁGICOS – LAS AVENTURAS DE LA FAMILIA MATTOS – volumen 1: conociendo la Fuerza y la Materia; volumen 2: Pensamiento y sus corrientes, de autoría de Wilson Carnevalli Filho y Marcos Rocha, y Volumen 3: Explorando la ley de atracción, de Wilson Carnevalli Filho. Historias ilustradas que permiten a los niños y jóvenes comprender el Racionalismo Cristiano de forma entretenida. COMO LLEGUÉ A LA VERDAD – de María de Oliveira – 9ª edición. La autora describe interesantes fenómenos ocurridos con ella. CONCEPTOS RACIONALISTAS C RISTIANOS – Folleto distribuido gratuitamente a los asistentes que comparecen por primera vez a una reunión pública realizada en las casas racionalistas cristianas. Contiene nociones importantes sobre la Doctrina, tales como los principios doctrinarios, las leyes evolutivas, la comprensión de lo que sea una reunión pública, entre otras peculiaridades. FOLLETO DE LIMPIEZA SÍQUICA –Distribuido gratuitamente en las reuniones públicas de limpieza síquica y esclarecimiento espiritual realizadas en las casas racionalistas cristianas o accediendo a través del sitio www.racionalismocristao.net, inclusive en audio. Con informaciones de fácil manejo y consulta rápida, enseña como practicar la disciplina de la limpieza síquica en el hogar y obtener a través de ella equilibrio interior y tranquilidad espiritual. LLUIZ DE MATTOS: SU VIDA, SU OBRA – de Galdino Rodrigues de Andrade – 2ª edición. Biografía del codificador del Racionalismo Cristiano. PARA CUANDO LOS REVESES LLEGAREN – de Fernando Faria – 4ª edición. El libro contiene seleccionados trechos de lecciones del Astral Superior en la Casa Jefe del Racionalismo Cristiano. PENSAMIENTOS PARA BIEN VIVIR – Caruso Samel – 4ª edición. Preceptos y mensajes que fortalecen al ser humano en la lucha por la vida. RACIONALISMO CRISTIANO Y CIENCIA EXPERIMENTAL – DE Glaci Ribeiro da Silva – Vol. 1 (2ª edición) y 2. Médica e investigadora, muestra cuanto la ciencia experimental se beneficiará cuando diere la debida importancia a la vida síquica. RACIONALISMO CRISTIANO RESPONDE – de Fernando Faria – 7ª edición. Explica los principios racionalistas cristianos en lenguaje sencillo, en forma de preguntas y respuestas. REFLEXIONES SOBRE LOS SENTIMIENTOS. De Caruso Samel – 4ª edición. Despierta en el lector la comprensión del papel de los sentimientos en el desarrollo del carácter, con el mejoramiento de las virtudes. RETROSPECTIVA DOCTRINARIA – de Ulyseses Claudio Pereira – 3ª edición. Como doctrinador en la Filial Santos, muestra la grandiosidad de las enseñanzas racionalistas cristianas en lecciones del Astral Superior en la Casa Cuna. SABER VIVIR – de Pompeu Cantarelli – 3ª edición. Conjunto de artículos de cuño moral y educativo, organizada por el periodista José Alves Martins. VALOR DE LOS SENTIMIENTOS – de Caruso Samel. Lleva al lector a reflexionar sobre los sentimientos y las emociones, a través del desdoblamiento de los principios del Racionalismo Cristiano. VIBRACIONES DE LA INTELIGENCIA UNIVERSAL – de Luiz de Mattos - 10ª edición. Reúne páginas literarias elegidas del codificador del Racionalismo Cristiano, en su estilo vibrante e inconfundible de un gran periodista y doctrinador.