RACIONALISMO CRISTIANO Versión al español por Adelina

Transcripción

RACIONALISMO CRISTIANO Versión al español por Adelina
RACIONALISMO CRISTIANO
Versión al español por Adelina González Bermúdez de la
45ªEdición
© Racionalismo Cristão, 1914
La Dirección de Acción Doctrinaria de la Casa Jefe del Racionalismo Cristiano coordinó
los trabajos de revisión, actualización, diagramación e impresión de este libro.
Impreso en el Brasil. La reproducción de este libro, total o parcial, no deberá ser
efectuada
Sin autorización previa por escrito del editor, sean cuales fueren los medios empleados.
Las direcciones de las casas racionalistas cristianas pueden ser obtenidas
por el teléfono
0xx212117-2100 (dentro de Brasil) y 55212117-2100 (desde otros países), y en el sitio del
Racionalismo Cristiano en internet.
Dirección para correspondencia:
Casa Jefe del Racionalismo Cristiano
Rua Jorge Rudge, 119
Villa Isabel – Río de Janeiro – RJ – Brasil
CEP 20550-220
[email protected]
Site: racionalismocristao.net
Casa Jefe del Jefe del Racionalismo Cristiano, Rio de Janeiro-Brasil
SUMARIO
Al lector
Lineamientos generales
Capítulo 1 - Evolución
Capítulo 2 - Fuerza y Materia
Capítulo 3 - Espacio
Capítulo 4 - Espíritu
Capítulo 5 - Pensamiento
Capítulo 6 - Libre Albedrío
Capítulo 7 - Aureola
Capítulo 8 - Encarnación del espíritu
Capítulo 9 - Desencarnación del espíritu
Capítulo 10 –Mediumnidad y médiums – Fenómenos físicos y
síquicos
Capítulo 11 – Desequilibrio síquico
Capítulo 12- Normalización síquica
Capítulo 13 – Valor
Capítulo 14 – Carácter
Capítulo 15 – Familia y educación de los hijos
Síntesis de los principios racionalistas cristianos
Conclusión
Libros editados por el Racionalismo Cristiano
AL LECTOR
La finalidad de este libro es esclarecer a sus lectores, de forma
concisa y sencilla, sobre el significado del vivir terreno de un punto de
vista espiritualista, explanando principios, a través de los cuales
puedan formar una concepción coherente del Todo Universal – de la
Vida del Universo en su aspecto amplio y constructivo – y con el
identificarse como participantes de un proceso evolutivo.
Desde tiempos remotos, el ser humano se cuestiona sobre los
misterios de la vida: quiere saber de dónde vino y cuál será su futuro,
saber que sucede después de su muerte y cuál es la finalidad de la
vida. Son interrogaciones que han permanecido a lo largo del tiempo.
El deseo de comprender el aparentemente obscuro mundo de lo
trascendente llevó a la humanidad a la creación de mitos y fantasías.
En el seno de los llamados fenómenos espíritas fueron generados los
primeros mitos, relacionados al problema de la existencia. En base a
ellos se determinaba lo que debería ser habitualmente aceptado y lo
que no era permitido admitir acerca del Universo.
Así fue durante mucho tiempo, hasta florecer la idea de testificar
las teorías a través del experimento.
El método experimental, base de la ciencia moderna, contribuyó
para derribar mitos y tabúes, pero instauró un alejamiento entre la
ciencia y las concepciones de naturaleza espiritual. En la actualidad,
en tanto, la propia postura científica comienza a despojar de validez
ese alejamiento. Se forma una onda de interés respecto a métodos de
investigación diferentes de los tradicionales. Es que se constatan
similitud entre la teoría física actual, apoyada en el método
experimental y algunos conceptos metafísicos, originados en
pesquisas mediúmnicas, o sea, investigaciones basadas en
capacidades perceptivas que ultrapasan las posibilidades de los cinco
sentidos humanos.
En ese contexto, tal vez prenuncio de un cambio de paradigma
en el concepto del método científico, que resurgen y se renuevan, de
forma más nítida, los estudios hechos en el campo de la espiritualidad.
En ese campo, los resultados escapan a los límites interpuestos por la
propia ciencia. No obstante, no es por el hecho que, en la
investigación seria de un fenómeno metafísico, exista evidencias
externas, resistentes al filtro de las experimentaciones repetidas, que
se debe reducir la importancia de las evidencias internas relativas a la
esencia del espíritu como partícula de un Todo Universal del cual es
inseparable e indistinguible.
La investigación en el campo extrasensorial trata con el aspecto
trascendente de la vida. Por eso y por ser vasta y profunda, presenta
dificultades relacionadas a la construcción de una síntesis unificadora.
Algunas veces, sus resultados se pierden en digresiones de
naturaleza intelectual y en muchas otras, se desvanecen en
consideraciones místicas y fantasiosas.
Luiz de Mattos, humanista y conocedor profundo de la
espiritualidad, codificó el Racionalismo Cristiano, doctrina
esclarecedora, para responder a los cuestionamientos más íntimos
sobre la existencia y ofrecer una guía segura para el transitar de las
personas en este mundo. Formuló el postulado básico de que el
Universo está constituido de Fuerza y Materia; delineó de manera
clara los principios que deben regir la vida en la Tierra; y estableció,
apoyado en el estudio, normas de conducta para un vivir consciente,
equilibrado y armónico.
Sin vanidad y dentro de la realidad fenoménica en que se
desdobla el proceso evolutivo, Luiz de Mattos contempló los aspectos
teóricos de la espiritualidad, sin descuidarse de las implicaciones
consecuentes de ese saber, en la vida práctica.
El Racionalismo Cristiano fue codificado por Luiz de Mattos entre
1910, año de fundación de la Doctrina y 1914, cuando publicó la
primera edición del libro entonces titulado “Espiritismo Racional y
Científico (cristiano)”. En el periodo comprendido entre 1915 y 1926,
año de su fallecimiento, fueron publicadas tres mil ediciones más,
siempre actualizadas por el maestro espiritualista. La denominación
original permaneció hasta la décima cuarta edición, en 1940. A partir
de la décima quinta, en 1942, la obra pasó a tener el título actual.
En 1939, y por primera vez, el texto doctrinario entonces vigente
fue traducido del portugués para el inglés. La actual edición se
encuentra disponible simultáneamente en los dos idiomas. La
traducción para el inglés objetivó mantener el estilo, la fluidez de los
parágrafos y el escrito conforme el original en portugués, dentro de las
posibilidades de cada lengua.
De forma adecuada, el lenguaje de algunos trechos de esta
edición fue actualizada de modo a ser fácilmente comprendida por los
estudiosos de la espiritualidad, conservándose el contenido filosófico
de los quince capítulos de la edición anterior, dispuestos en un
ordenamiento que posibilita a los investigadores en general desarrollar
una línea de raciocinio que los lleve a conclusiones propias.
El Editor
Noviembre de 2015
LINEAMIENTOS GENERALES
El Racionalismo Cristiano es una filosofía espiritualista que
trata de la evolución del espíritu. Explica, a través de la razón y del
raciocinio, lo que somos y lo que hacemos en el planeta-escuela que
es la Tierra.
Racionalismo Cristiano expresa la unión de dos conceptos
orientadores que manifiesta todo el contenido filosófico de la Doctrina.
El primero – RACIONALISMO – está ligado al procedimiento dentro
del raciocinio, de la lógica y de la razón. Tenemos que buscar la razón
a través de la acción del raciocinio o del pensamiento bien orientado.
El raciocinio, cuando elevado, trabajado en profundidad y cuidado, es
esclarecedor y su uso criteriosamente esmerado es práctica que
conduce a conclusiones acertadas sobre la vida. Raciocinar con
conciencia es promover bases sólidas para alcanzar las convicciones
verdaderas, es desvendar, es encontrar lo que se procura en lo
enmarañado de las ideas.
El segundo concepto – CRISTIANO – asociado a
RACIONALISMO, completa el sentido revelador de la Doctrina: un
código de conducta que reúne principios espiritualistas y preceptos del
cristianismo. Cuando decimos código de conducta, nos referimos al
procedimiento de la persona ante la colectividad y a sí misma. Ser
cristiano es ser honrado, y el ser humano honrado es prudente,
moderado, valeroso y justo. Ser racionalista cristiano es vivir la vida
terrena bajo normas espiritualistas del más alto padrón. Es saber
preparar al espíritu para la vida presente y futura como ser
esclarecido, consciente de su estado y de sus condiciones
espirituales.
El Racionalismo Cristiano es un conjunto de enseñanzas
espiritualistas completo, porque transmite al ser humano el
conocimiento de sí mismo, siendo capaz de mostrar lo que es más
importante y fundamental – el propio yo – remoto, presente y futuro,
del cual dependen la salud, el bienestar, la felicidad, y, con eso un
mundo menos agresivo, más tolerante, más justo y comprensivo.
Hoy, como en el pasado, los que estudian los problemas y
conflictos humanos saben que la educación espiritual podrá hacer de
cada persona un ser pacífico y honrado. Para eso, no obstante, hay
necesidad de extinguir del sentido común la irrealidad en que viven
muchas de ellas. Es indispensable que se deshagan de las ideas y de
las enseñanzas inexactas sobre la existencia, que tanta confusión ha
producido en aquellas personas que buscan el entendimiento de los
hechos transcendentales de la vida.
Es triste que eso aun acontezca, una vez que en posesión de tan
útiles y necesarios, de tan valiosos e imprescindibles conocimientos,
no andaría el ser humano, hace mucho tiempo, queriendo protección y
amparo de entes divinales, porque habría aprendido a confiar en sí
mismo y a buscar amparo y protección en el poder inmenso e
invencible de su fuerza de voluntad y de sus buenos pensamientos.
El Racionalismo Cristiano con la publicación de este libro no
hace una revelación inédita. Desde la antigüedad hasta la era en que
vivimos, el espiritualismo es objeto de estudios de filósofos,
investigadores, intelectuales, inclusive de mujeres y hombres de
ciencia deseosos de colocar a la humanidad a la par de lo que hay
respecto de la vida espiritual.
En la codificación de sus principios, el Racionalismo Cristiano
afirma ser el Universo compuesto de Fuerza y Materia. La Fuerza –
que incita y moviliza todos los cuerpos (Materia) – es el principio
inteligente que penetra todo el Universo. Ese Principio Inteligente es
comprendido por la mayoría de las personas como Dios, que el
Racionalismo Cristiano prefiere denominar Fuerza Creadora, Gran
Foco o Inteligencia Universal, de la cual somos una partícula, una
emanación, que contiene los mismos los mismos atributos en forma
latente, para ser desarrollados y perfeccionados en las innúmeras
existencias por la que pasamos en la Tierra.
La Fuerza Creadora mantiene el Universo regido por leyes
evolutivas, a las cuales están todos sujetos, no admitiendo así el
Racionalismo Cristiano probaciones, predestinaciones ni milagros. La
doctrina racionalista cristiana enseña que todos los actos de nuestra
vida transcurren del empleo del libre albedrío, facultad espiritual
controlada por el pensamiento, por el raciocinio y por la voluntad. Por
eso, conforme pensamos así seremos; lo que de mal deseáramos al
prójimo a nosotros mismos estaremos deseando; y lo que de bien
hacemos, en nuestro beneficio redundará, pues seremos aquello que
quisiéramos ser. Enseña, pues, a no cultivar sentimientos de odio, de
envidia o de malquerer.
El ser humano apenas comienza a raciocinar en las primeras
fases de la evolución, siente de manera vaga y confusa, la existencia
de la Inteligencia Universal, que no es capaz de definir. Nace de ahí su
inclinación adoratriz, que las condiciones por falta de preparación
espiritual en que vive plenamente justifican. Se comprende entonces,
perfectamente, que determinada parte de la humanidad no tenga una
concepción de la espiritualidad que vaya más allá del culto a los
elementos de la naturaleza, por faltarle bases de entendimiento para
removerla de la perplejidad adoradora a que se entrega.
Al observador atento no es difícil evaluar el grado de
espiritualidad de los seres por la tendencia que manifiestan para la
adoración, así como la mayor o menor intensidad de esa tendencia. El
modo de adorar y lo que es adorado varían, a medida que la
conciencia de la vida va despertando, hasta llegar al punto de poder
alejar de sí el sentimiento de adoración.
Los seres que hoy veneran cosas abstractas como los que
reverencian los elementos de la naturaleza, después de alcanzar el
necesario esclarecimiento espiritual, hallarán esa veneración tan
impropia como ingenua.
No es preciso poseer mucha imaginación para comprender lo
que esas incoherencias representan en el delicado periodo de
formación del carácter en la infancia, y de cómo influyen en la fase
adulta, para embotarle el raciocinio y dificultar su expansión en el
amplio terreno de la espiritualidad.
Cuando los seres humanos llegaren a comprender que son,
como espíritus, fuerza, inteligencia y poder; cuando se convencieren
de que poseen atributos espirituales para vencer racionalmente
cualquier dificultad; cuando adquirieren la conciencia de su condición
de partículas de un Todo Universal armónico –inseparable de él – que
es el Gran Foco, caerán por tierra las concepciones iniciales de
protección. En el conocimiento de la vida en su aspecto amplio están
los lúcidos elementos de convicción, por medio de los cuales las
personas podrán liberarse de las concepciones que las tienen presas
a los milagros, a los misterios, a lo sobrenatural.
No hay seres privilegiados ni protecciones. Todos, sin excepción,
están sujetos a los mismos principios, a las mismas reglas, al mismo
proceso evolutivo. Invariablemente, hacen igual curso y recorren igual
ciclo, en el que existe un alto y meritorio principio de justicia. Precisan
convencerse de que no podrán contar con el auxilio de nadie para
liberarse de las consecuencias de los errores que cometieren y
tendrán que rescatarlos con acciones elevadas, cualquiera sea el
número de existencias para eso necesarias. Por cierto pensarán más
detenidamente, antes de practicar un acto impropio.
Interesa resaltar el modo por el cual la persona procesa su
marcha evolutiva, en que conquista, paso a paso, la independencia
espiritual. Quien supiere evaluar el peso de la responsabilidad que
carga con sus actos, ciertamente hará todo lo posible para afirmarse
en las enseñanzas que transmiten el conocimiento de hechos
espirituales. El Racionalismo Cristiano, sin otro interés que no sea el
de despertar a la humanidad para la realidad de la vida, se propone
trasmitir los esclarecimientos que se necesita para alcanzar una
condición espiritual más clara que facilite su vivir.
Los estudiosos del Racionalismo Cristiano aprenden a confiar en
sí mismos, en su capacidad espiritual y en el poder de la voluntad para
luchar y vencer. No son por eso adoradores, ni pedigüeños, ni
quejumbrosos. Saben que son grandes los obstáculos que surgen, a
cada paso en el camino de la vida, pero que los podrán vencer con los
propios recursos morales de que disponen. Así, se hace necesario que
cada uno cumpla su deber, realizando la parte que le incumbe, con la
atención, los ojos, el alma encauzada para el fin principal de la
existencia, que es la evolución espiritual.
En los principios racionalistas cristianos se consolidan conceptos
y orientaciones de comportamiento íntegro para las personas que lo
quieran practicar. El conocimiento de la vida real es un proceso
continuo de estudio. Por eso, el Racionalismo cristiano hace un
llamado elocuente y constante al estudio y al raciocinio, en el sentido
de que la humanidad comprenda la necesidad imperiosa de
entregarse al perseverante esfuerzo, para tornarse cada vez mejor y
crecer espiritualmente.
Este libro, dentro de su natural sencillez, es muy profundo y
debe ser visto por el lector como un base de conocimientos
espiritualistas, cuya cimentación es forzosa erguir por esfuerzo propio.
Se trata de un trabajo serio de pesquisa y elucidación para lectura y
consulta, capaz de abrir nuevos horizontes, con la amplitud de visión
panorámica que coloca delante de los ojos perspectivas que podrán
contribuir para imprimir nueva orientación a la vida, y hacer con que
ella se modifique, a cada paso, para mejor, alcanzando un sentido
más práctico, más amplio, más objetivo, más segura y auténtico.
Llegando a este punto, el lector debe estar interesado en saber
los conocimientos que trasmite la escuela filosófica que es el
Racionalismo Cristiano. Su interés va ser ampliamente atendido en las
páginas siguientes, en que verá los problemas de la vida evaluados,
en un lenguaje franco, sencillo y objetivo. Sentirá, a través de la
lectura de cada capítulo, el calor del mensaje que la Doctrina dirige a
la humanidad, con lo que espera contribuir para que la paz entre los
seres humanos se establezca y el mundo se torne fraterno y mejor.
CAPÍTULO 1
Evolución
La evolución es el principio fundamental de la vida en el
Universo. En ella reside la base del entendimiento de todo cuanto
pasa dentro y fuera del alcance visual humano. No hay explicación
lógica ni racional para la existencia si la evolución no es debidamente
considerada. La evolución estará siempre presente, siempre viva,
siempre actuante en todas las manifestaciones de la vida, desde que
ésta comienza a despuntar.
La evolución se hace sentir en todo en la Tierra: en la semilla
que brota para transformarse en una flor; en el árbol que se agiganta y
fructifica en la trayectoria de un ciclo; en el ser que se perfecciona
frecuentando la escuela; en el desarrollo de las artes, las letras, las
ciencias, de las actividades sociales y/o productivas.
El ser humano surgió en este mundo como resultado de la
acción constructiva del principio inteligente en los diversos dominios
de la naturaleza. Esa marcha evolutiva prosigue sin interrupción o
alteración. Los espíritus que ahora inician su progreso en cuerpo
humano encuentran en la actualidad condiciones más favorables al
desarrollo mental.
Una cosa, por ende, es segura: la evolución tiene que ser
operada, a cualquier costo. Así lo determinan las leyes naturales e
inmutables que rigen el Universo. Y esas leyes evolutivas son
indiferentes a la pretensión de los que piensan poder eludirlas o
anularlas.
La sucesión de existencias o multiplicidad de vidas corpóreas de
una individualidad consciente, el espíritu, denominada reencarnación,
es condición esencial a su progreso. Debe, por eso, la persona
imprimir una orientación superior a la vida, para acortar el proceso de
su evolución, esforzándose por ser trabajadora y progresista, teniendo
siempre la atención dirigida para el perfeccionamiento de la propia
personalidad.
La historia de la humanidad está señalada por innumerables
marcos indicativos de su larga, de su inmensa trayectoria evolutiva. Y,
porque es imposible recorrer todo ese extenso camino en una sola
existencia física, muchos se niegan a admitir la evolución, para no
verse forzados a reconocer la reencarnación como el elemento por el
cual ella se procesa. Bastaría que reflexionasen, para comprender que
ninguna oposición seria puede ser hecha a las leyes evolutivas. Sin
ellas todas las personas permanecerían en el mismo grado de
espiritualidad.
La idea de evolución, aplicada al vasto dominio de la
espiritualidad, coordina y amplía nuestra concepción del Universo,
dando significado a los diversos fenómenos de la vida.
Al iniciarse el proceso evolutivo, cada partícula de la Inteligencia
Universal cuenta con las mismas posibilidades, los mismos recursos,
se encuentra en idénticas condiciones y posee iguales valores
latentes.
Por eso, se desarrolla en la misma proporción hasta alcanzar la
condición de espíritu, que es cuando pasa a poseer cuerpo humano, y
así a disponer del libre albedrío, para conducirse por su cuenta y
riesgo.
El mal uso del libre albedrío retarda la evolución espiritual. Luego, las
personas que usaren mejor el libre albedrío – es evidente –
conseguirán evolucionar más que otras menos cuidadosas, en el
mismo número de encarnaciones.
El observador que quisiere “ver” tiene delante de los ojos el
cuadro de la evolución del espíritu en la vida terrena. No existen dos
individuos iguales, aunque los haya semejantes. Cada uno está
promoviendo su progreso a su modo y a su esfuerzo, de acuerdo con
el procedimiento que ha adoptado en el transcurso de las existencias
pasadas, en un periodo de miles de años.
Ahí está una de las razones que explican la gran heterogeneidad
de mentalidades, disparidad de sentimientos y divergencias de
conceptos que se observan en los pueblos. Es que el número de
existencias vividas varía en cada individuo, como también varía el
aprovechamiento que cada uno logró, así como el esfuerzo realizado.
Puede haber quien haya perdido doscientas venidas a la Tierra como
consecuencia de vidas y más vidas desordenadas, y, quien en igual
periodo, haya perdido, apenas, veinte. Éste, sin duda, está mucho más
evolucionado que aquel. La evolución espiritual es, por tanto, resultado
del esfuerzo, de la voluntad, de las aspiraciones de progresar.
Asimismo toda persona está sujeta a las contingencias de la vida
terrena, algunas de las cuales escapan enteramente a su voluntad,
como las epidemias, las calamidades públicas, los cataclismos
geológicos. De ahí la necesidad de encarar con simpatía y elevación
de sentimientos al semejante que se encuentre en situación
desfavorable en cualquier región del planeta, pues toda la humanidad
constituye una única familia habitando, pasajeramente, este mundo,
para realizar su progreso espiritual. Humanización debe ser el lema
común; cooperación y confraternización representan los elementos
capaces de destruir la animosidad entre las personas.
Por más agitadas que sean las conturbaciones terrenas,
corresponde al ser humano pensar con elevación y proceder con
benevolencia. En la escuela, no se puede recriminar al alumno de
primer año por no saber tanto como el de quinto. De igual forma, los
que evolucionan en este mundo escuela, la Tierra, por pertenecer a la
más variada graduación espiritual, accionan según corresponda a su
grado de evolución y no van más allá de sus posibilidades. Se
engañan, entonces, los que se juzgan perfectos en materia de
espiritualidad. De nada vale cerrar los ojos a la realidad espiritual,
porque a costo de nuevas experiencias, de prolongadas meditaciones,
de estudio, de trabajo, de sufrimientos derivados de las luchas que
todos emprenden en la Tierra, tendrán que conquistar los grados de
espiritualidad que les faltare para alcanzar el conocimiento de esa
realidad, con la fuerza de convicción resultante de la evidencia de los
hechos.
Espiritualidad e intelectualidad son cualidades diferentes que la
persona perfecciona independientemente, pudiendo avanzar más en el
desarrollo de uno que del otro, en el curso de cada existencia.
Indispensables, ambos, a la evolución del espíritu, tendrán que ser
alcanzados con esfuerzo y determinación. El crecimiento espiritual
obedece, como el intelectual, a una complejidad de aptitudes, de
conocimientos, de experiencias que el espíritu obtiene cumpliendo
fases de un proceso evolutivo, en el cual se incluyen las múltiples
encarnaciones en diferentes lugares.
Todos saben que los pueblos difieren unos de otros. Esa
diferencia es más acentuada, aún, de país para país, donde se
verifican hábitos, costumbres, tendencias, gustos, inclinaciones y
temperamentos muy desiguales. En cada uno de esos agrupamientos
humanos, el espíritu cuenta con determinadas condiciones para
desarrollar facultades que, confrontando con el desarrollo ya adquirido
por otros, siente que están atrasados.
Ninguna persona posee solamente defectos o cualidades.
Ambos son características que hacen parte de su personalidad moral.
La lucha que emprende tiene por fin reducir las imperfecciones y
aumentar las virtudes, desde que comienza a despertar para el lado
evolutivo de la vida. Así como la suma de individuos representa un
pueblo, su formación moral indica el resultado parcelado de las
cualidades y defectos de ese mismo agrupamiento social. Por ser así,
es que cada uno da su mayor o menor contribución para la variación
del nivel moral del pueblo en cuyo medio deliberó evolucionar.
Por lo tanto, quien hace evolucionar al planeta son sus
habitantes. En los albores de la civilización, ellos poseían un grado de
evolución muy por debajo del actual. El conocimiento y comprensión
de las cosas son frutos de la evolución del espíritu, y, parte de la
humanidad ya considera la vida bajo un aspecto que se aproxima,
cada vez más, de la espiritualidad.
Es lamentable que el ser humano transforme el extenso camino
de la evolución espiritual en un estrecho, áspero y sinuoso camino
repleto de obstáculos difíciles de transponer. Tendrá que comprender,
tarde o temprano, que la humanidad camina en la misma dirección y
para alcanzar idéntico fin – el perfeccionamiento espiritual -, solamente
alcanzable por el esfuerzo propio bien orientado, por el trabajo
individual disciplinado y por la conquista del saber a costo de intensa y
permanente actividad.
Siendo así, es necesario ser consciente y aprender a confiar en
sí mismo, seguro de que son inmensos los recursos que posee para
llevar a buen término cada existencia física. Con ese pensamiento
quedará sincronizado con la corriente de la evolución, por la que hará
su ascensión espiritual, sin grandes tropiezos y sin mayores
sacrificios.
CAPITULO 2
Fuerza y Materia
Muchos intentos han sido hechos por diversas escuelas
filosóficas para explicar lo que son Fuerza y Materia, en su
concepción genérica. De modo general, esas explicaciones no
convincentes e insatisfactorias, contribuyeron en muchos casos, para
aumentar la confusión y la duda existente en el ser humano con
respecto a la vida en su aspecto más profundo.
Fuerza y Materia constituyen tema que puede ser comprendido
sin grandes reflexiones teóricas, por los principios racionalistas
cristianos.
Afirma el Racionalismo Cristiano que el Universo está
compuesto de Fuerza y Materia. La Fuerza es el principio inteligente,
inmaterial, activo y transformador. La Materia es el elemento pasivo y
maleable. En la doctrina racionalista cristiana, el Principio Inteligente
es también designado frecuentemente como: Fuerza Creadora, Gran
Foco o Inteligencia Universal.
Como Fuerza y Materia se resume y se explica la vida en su
aspecto amplio. El progreso de su conocimiento reduce los errores en
que tantos inciden.
Y ¿Qué es la vida sino la acción permanente de la Fuerza sobre
la Materia?
La materia es el campo de manifestación del Principio
Inteligente. Existen diversos estados de materia, que varían conforme
la densidad de cada una.
Las densidades se refieren a grados de sutileza que definen
condiciones distintas de aquellas que existen entre los conocidos
estados: sólido, líquido y gaseoso de la materia física. Los tipos de
materia más diáfanos que el de la materia física reciben la
denominación de materia fluídica.
El Principio Inteligente mantiene el Universo (en todas sus
dimensiones) regido por leyes evolutivas, que son naturales e
inmutables. Naturales, por recorrer una secuencia lógica en el proceso
de la evolución, e inmutables, por ser absolutas, amplias, libres de
cualquier dependencia o sujeción. En ese sentido, no hay lugar para lo
imprevisto, para el acaso o la duda, todo está conexo y tiene su razón
de ser.
En lo que refiere al espíritu: la evolución se procesa a través de
incontables existencias terrenas en cuerpo humano, y sólo por medio
de ellas el raciocinio se desarrolla en el amplio camino de la
espiritualidad, bajo cuya luz el misticismo pierde la forma, el sentido, la
significación, para dar lugar solamente a lo que el buen sentido y la
lógica admiten como verdadero, con fundamento en las lecciones
aprendidas durante la vida.
Fuera del entendimiento sobre Fuerza y Materia, nadie
encontrará solución para los desafíos que la vida presenta. La
definición de Fuerza y Materia se sitúa, pues, dentro de la lógica de los
fenómenos síquicos ampliamente divulgados por el Racionalismo
Cristiano. Es un vasto campo de estudio y reflexión, que ofrece al ser
humano la oportunidad de librarse de la influencia de preconceptos e
intolerancias.
Dentro de los principios racionalistas cristianos están las
responsabilidades y los deberes del ser humano, que necesita
comprender bien para convencerse de que toda vez que infringe las
leyes evolutivas, retarda la marcha de su evolución y adquiere débitos
espirituales de consecuencias imprevisibles.
Cuanto más segura, más nítida y real sea la comprensión de la
acción del Principio Inteligente sobre la Materia, o sea, del espíritu
sobre el cuerpo físico, más profundo y alcanzable será el
entendimiento del estudioso sobre el aspecto espiritual del vivir
terreno.
Al saber su composición real, al conocer el proceso del propio
desarrollo evolutivo, al percibir la naturaleza espiritual de todo lo que le
acontece, el lector podrá conducir la vida y los desafíos que se
presenten con el necesario aprovechamiento.
Tanto en la constitución de los sistemas estelares como en la
estructuración de las partículas atómicas, la Inteligencia Universal
actúa acorde a una línea de acción evolutiva en que, gradualmente, se
van acentuando las vibraciones de la vida e intensificándose las
manifestaciones de inteligencia.
La ciencia, en sus constantes investigaciones, clasificó más de
una centena de elementos básicos de la materia organizada, dando a
la partícula fundamental de esos elementos el nombre de átomo.
En el átomo, la partícula del Principio Inteligente apenas se torna
perceptible por su manifestación vibratoria. Ya en los
microorganismos, además de vibración, revela acción intencional de
movimiento.
Las partículas del Principio Inteligente evolucionan, a través de
transformaciones sucesivas de la materia organizada, dándoles
formas cada vez más complejas.
Así pues, El Principio Inteligente, accionando en obediencia a las
leyes evolutivas, utiliza Materia en su estado primario, y, con ella,
forma estructuras, realiza fenómenos incontables e indescriptibles que
escapan a la apreciación común, considerando los limitados recursos
de este planeta.
Por
consiguiente,
en
el
Universo
hay,
solamente
transformaciones de la Materia y evolución de las partículas del
Principio Inteligente. Las innumerables estructuras compuestas en
combinaciones múltiples de partículas de materia organizada se
manifiestan
en
esas
transformaciones.
Composición
y
descomposición, agregación y desagregación de estructuras son el
resultado de la acción mecánica de la vida.
Así, de cambio en cambio de un cuerpo para otro más
adecuado, va evolucionando la emanación del Principio Inteligente,
hasta alcanzar condiciones que le permitan, ya como espíritu,
evolucionar en cuerpo humano, en situación de ejercer la facultad del
libre albedrío y asumir las responsabilidades inherentes a esa
facultad.
Como espíritu, encarna innumerables veces, adquiriendo
siempre más conocimientos, más experiencia, mayor capacidad de
raciocinio, más clara concepción de la vida.
El espíritu hace su trayectoria en este planeta en condiciones
apropiadas a su estado de adelanto, pasando en cada encarnación a
vivenciar situaciones que le proporcionen mayor progreso, hasta
terminar la etapa de evolución inherente a este mundo.
Por lo tanto, la Materia no evoluciona ni posee atributos. Estos
son exclusivos del Principio Inteligente y se exteriorizan en los
diversos dominios de la naturaleza.
Los atributos espirituales que los seres humanos demuestran,
constituyen apenas un reducido número de aquellos que pueden
revelar espíritus más esclarecidos que, en virtud del mayor grado de
evolución, ya no necesitan volver a este planeta.
Quien quisiere profundizar en la investigación de este importante
tema, encontrará amplio campo para desarrollar el raciocinio,
fortalecer sus convicciones y concluir que, en el universo fenoménico
en el que vivimos, esos dos principios: Fuerza y Materia, están en la
raíz de todos los hechos y cuestiones existenciales.
CAPITULO 3
Espacio
Por más que el ser humano de expansión a sus conocimientos,
por más que los analice y profundice, no podrá penetrar en toda la
extensión infinita del espacio. La mente, aunque avance hasta cierto
punto, queda siempre sin alcanzar la meta extrema, que se encuentra
bajo el dominio de valores absolutos.
Antes de llegar a cuestiones más profundas sobre la naturaleza
del Universo, el ser humano necesita adquirir conocimientos
imprescindibles para su evolución en la Tierra, esforzándose por
aprender las innumerables lecciones que aún no asimiló y que
preceden mucho a aquellas que envuelven las trascendentes
concepciones del Universo (en todas sus dimensiones).
Referente al Espacio, lo que la inteligencia humana ya puede
comprender, viene siendo revelado por la ciencia que reúne tales
conocimientos.
El sistema solar, del cual hace parte la Tierra, se compone de un
reducido número de planetas girando en torno al Sol.
El planeta Tierra, que sirve de escuela de perfeccionamiento
para millones de espíritus en evolución, es, como muchos otros
planetas, semejante a una partícula de polvo, en relación al espacio.
Pertenece al modesto sistema solar que integra la galaxia denominada
Vía Láctea, que contiene millones de estrellas. Es importante no
perder de vista que existen galaxias incomparablemente mayores,
como también hay soles en la galaxia a que pertenece el pequeño
planeta en que vivimos, mucho más grande que nuestro Sol, a pesar
de ser éste tan grande en relación a la Tierra, que llega a contener
más de un millón de veces su volumen.
La luz emitida por las estrellas, como la del Sol, no debe ser
confundida con la luz astral, que es reflejo de la acción del Principio
Inteligente sobre la Materia en sus dimensiones más sutiles. La
oscuridad de la noche nada significa para el espíritu, pues éste
observa a través de la luz astral, que penetra todos los cuerpos, hasta
el más ínfimo lugar en el espacio. Día y noche tienen significado
relacionado, únicamente, con la vida en este planeta.
La unidad de medida usada para evaluar las distancias
astronómicas, es la distancia que recorre la luz en el espacio de un
año, tomándose por base su velocidad, que es cerca de trescientos mil
kilómetros por segundo. Con esa altísima velocidad, va de un polo al
otro de la Tierra en una pequeña fracción de segundo. Ya la distancia
del Sol a la Tierra es atravesada en ocho minutos, aproximadamente.
Sin embargo, para atravesar la galaxia de nuestro sistema solar, de un
extremo al otro más alejado, lleva miles de años.
La distancia de una galaxia a otra más próxima es de tal
magnitud que ultrapasa la capacidad de apreciación de la mayoría de
las personas. A pesar de eso, una galaxia, con sus millones de
sistemas solares, no representa más que una insignificante isla en el
océano, en comparación al espacio infinito, o, menos aún, que un
punto en el Universo.
Esa relación de grandezas invita a meditar en la magnificencia
del Universo y en la modestísima participación de nuestro planeta en
su composición. Si la Tierra es de modesta composición, de igual
modo sus habitantes; modestos en inteligencia, en saber, en nivel de
espiritualidad.
La Inteligencia Universal tiene poder ilimitado, y de ella emana el
pensamiento en su expresión máxima. Nada existe en el Universo sin
razón de ser. Ninguna creación fue obra del acaso, ya que todo
obedece a una determinación rigurosamente preestablecida. El
sentido de la creación, aquí empleado, indica transformación de la
Materia por la acción del Principio Inteligente. La idealización de un
mundo como el nuestro corresponde a las exigencias de la evolución.
Así, en cada existencia en cuerpo humano, la emanación del
Principio Inteligente, o sea el espíritu, promueve su evolución en este
planeta hasta determinado límite. De ahí por delante prosigue en otro
medio, en que las condiciones síquicas y físicas obedecen a
sistematización diferente.
No hay exageración en afirmar que una única partícula es tan
importante como el propio Todo, porque éste no podría existir sin ella,
ni ella sin él. Sus leyes y los acontecimientos más sorprendentes que
puedan ocurrir son consecuencia lógica del desdoblamiento de la
propia vida, llena de acciones y reacciones, de causas y efectos.
El espacio está repleto de Fuerza y Materia. El equilibrio de las
leyes evolutivas se revela tanto en el macro como en el microcosmo,
tanto en lo inconmensurablemente grande como en lo
inconmensurablemente
pequeño.
La
vida
se
extiende
ininterrumpidamente, con la manifestación de las más variadas
vibraciones, mismo fuera del alcance visual del ser humano.
Para el Principio Inteligente todas las grandezas se confunden,
porque Él está en toda parte y en cualquier tiempo. Espacio y tiempo,
son dos relatividades que interesan sólo a los medios físicos.
A medida que evoluciona, va el espíritu tornándose conocedor
de las cosas del espacio. Si en la Tierra, hay tanto para aprender,
mucho más aún, en el Universo, donde el espacio ofrece campo de
estudio. El Universo, representa la evolución en marcha. Las nociones
de Espacio, Universo y Evolución, consideradas desde el punto de
vista de la espiritualidad, se entrelazan unas a otras como eslabones
de una misma cadena.
Para la Inteligencia Universal existe, con respecto a espacio y
tiempo, solamente una especie de presente eterno, idea que aún no
puede ser bien comprendida en este mundo de grandes limitaciones.
Las velocidades, por más altas que sean, no pasan de
expresiones relativas, igualmente subordinadas al medio físico, pues,
otros principios, otras leyes, rigen en el campo espiritual. El espíritu,
por ejemplo, puede hacerse presente, simultáneamente, tanto en un
mundo como en otro, disponiendo para ello del campo imantado de
Fuerza afín, dentro de su radio de acción espiritual.
Contemplando al Universo en meditación sobre su grandeza, al
investigar el sentido transformador de la vida y el poder ilimitado de la
Inteligencia Universal, el ser humano ha de concientizarse del extenso
camino que recorrerá en el sendero de la evolución, si no estuviere
demasiadamente dominado por las emociones terrenas.
Los grandes espíritus que vinieron a este mundo para auxiliar el
progreso de la humanidad lo hicieron movidos por la acción consciente
del deber; jamás para atender la voluntad de quien quiere que sea, y,
mucho menos, de un supuesto ente protector.
En la esfera espiritual no hay padres ni hijos. Lo que sí existe, en
verdad, es una gran comunión de espíritus en una graduación
evolutiva, en que todos, sin excepción, tienen origen común: la
Inteligencia Universal.
En la Tierra han encarnado, aunque extraordinariamente,
espíritus de evolución superior al medio, para auxiliar a la humanidad
a progresar, pues cuanto más adelantado el espíritu, mayor es la
voluntad que siente de auxiliar a otros a evolucionar. De ahí la razón
de someterse, voluntariamente al sacrificio de volver a este mundo,
cuando la vida, en los campos correspondientes a su adelantamiento,
aunque siempre trabajosa, transcurre en un ambiente de incomparable
bienestar común a todos.
Negar a espíritus superiores el mérito de haber conquistado la
evolución espiritual a costa de grandes luchas, de mucho trabajo, de
sufrimientos en múltiples existencias, considerar los altos atributos que
poseen al privilegio de supuesta descendencia ilustre o divina es error
que cometen, además de desconocimiento de la vida espiritual.
¿Quién demuestra mayor valor: el líder que ascendió al puesto
con esfuerzo y merecimiento propios, después de vencer todas las
etapas que lo llevaron a la plenitud de la experiencia y del saber, o el
que fue colocado en esa posición en base a jerarquía de
antepasados?
Un número incontable de personas clasifica los espíritus de
elevada sabiduría en la segunda posición. Para esas, el valor de
admirables y evolucionados espíritus está más en sus orígenes de que
en los propios méritos, cuando, en verdad, deben exclusivamente a sí
mismos todo cuanto adquirieron y continúan a adquirir para aumentar,
aún más, sus valiosos atributos espirituales.
Los espíritus, en el transcurrir del proceso evolutivo, se
distribuyen en mundos de escolaridad y mundos de estadio.
Los mundos de escolaridad son de naturaleza idéntica a la del
planeta Tierra. A ellos llegan espíritus de diferentes grados de
desarrollo, que encarnan para promover entre si el intercambio de
conocimientos intelectuales, morales y espirituales. Nuestro planeta es
un mundo de escolaridad en que espíritus hacen su evolución en
periodos que varían mucho de espíritu para espíritu, pero que se
elevan siempre a miles de años.
Los mundos de estadio son aquellos de donde los espíritus
parten para comenzar o dar continuidad al proceso evolutivo. Es para
allí que retornan los espíritus al final de una encarnación.
En los mundos de estadio no se conocen cansancio, indolencia o
displicencia ni se deja para después lo que debe ser hecho en el
momento exacto. La fatiga y la negligencia resultan de trabajos
materiales inherentes a los mundos de escolaridad, que no alcanzan al
espíritu.
De acuerdo con el grado de desarrollo, los espíritus hacen su
evolución partiendo de los siguientes mundos de estadio:
• Densos
• Opacos
• Intermedios
• Diáfanos
• Luz purísima
Cada mundo de preparación se subdivide en clases y cada clase
abriga espíritus del mismo grado de adelanto. Mundos y clases son
aquí mencionados, tal la importancia del asunto, para facilitar la
comprensión del lector y darle un sistema de referencia, en las
consideraciones sobre el proceso de adelantamiento espiritual.
Los espíritus que hacen su evolución en este planeta pertenecen
a los mundos densos, opacos e intermedios. Después que alcanzaren
los mundos diáfanos, solo eventualmente algún espíritu retorna al
planeta en cuerpo humano, no por exigencia de su evolución, sino
para auxiliar a la humanidad a levantarse espiritualmente, en una bella
y espontánea manifestación de abnegación y desprendimiento.
Incontable número de otros, de igual categoría, se dedican,
principalmente por intermedio de las casas racionalistas cristianas, a
auxiliar, en forma astral, el progreso de los habitantes de este planeta.
Cuando dejan la atmósfera fluídica de la Tierra, los espíritus
retornan a los respectivos mundos de preparación, de donde
ascienden, si hubo apreciable crecimiento espiritual, a las clases a que
se hacen merecedores.
Para la ascensión de una clase a la siguiente no existen
privilegios ni protecciones. El principio de justicia se fundamenta en las
leyes evolutivas. Todos tienen que enfrentar idénticas dificultades y
llegar al triunfo por el esfuerzo propio. El mal aprovechamiento de una
existencia resulta, inapelablemente, en la necesidad de repetirla,
teniendo el espíritu que pasar por las mismas atribulaciones, hasta
conseguir dominar los vicios y las debilidades, y recuperar el tiempo
perdido.
Conforme se encuentra explicado en el Capítulo 9 de este libro,
titulado “Desencarnación del espíritu”, cuando el espíritu está en el
mundo de preparación que le es propio, tiene conocimiento de lo que
pasa en los mundos de clases inferiores a la suya, pero ignora lo que
ocurre en las superiores. Constatando, sin embargo, las enormes
ventajas de la ascensión a clases de mayor evolución, queda bajo
incontenible voluntad de subir en la escala evolutiva, a fin de alcanzar
nuevos conocimientos y conquistar más amplios atributos espirituales.
En el mundo correspondiente a su clase, y bajo orientación de
otros más evolucionados, el espíritu traza proyectos para la nueva
existencia en cuerpo humano que quiere, intensamente, aprovechar al
máximo. Su mayor esperanza es no perder tiempo en la Tierra, no
fracasar, no tornar inútil su venida al planeta.
En los mundos de escolaridad como la Tierra, las emociones
hacen parte de la vida cotidiana. Esas emociones son
experimentadas, indistintamente, por todos los habitantes. Cuando el
espíritu se torna superior a las sensaciones de la pobreza y de la
fortuna, que complementan el cuadro de las referidas emociones, ahí,
si, el sentido de la vida espiritual comienza a despertar.
Todos precisan tomar conciencia de que, en el concierto
universal, participan de un proceso de perfeccionamiento, con
responsabilidades intransferibles y, por lo tanto, deben esforzarse para
tener en cuenta sus atribuciones. Existe un deber que a todos alcanza
igualmente: trabajar para evolucionar.
Miles de personas que viven en este planeta se sienten
aprensivas por falta de una brújula orientadora, que es el
esclarecimiento espiritual. Si no hubiese sido parcialmente
desimantada la que trajeron para la civilización espíritus altamente
evolucionados, entre ellos Jesús, con sus magníficas enseñanzas,
otros miles de seres habrían, hace mucho, concluido su evolución en
la Tierra y estarían ejerciendo sus actividades en otras regiones del
espacio.
El Racionalismo Cristiano, a través de sus enseñanzas
espiritualistas, ofrece a la humanidad una brújula orientadora
para el conocimiento de la realidad sobre la vida espiritual.
Colocada en práctica, abreviará el número de encarnaciones por la
que pasa el espíritu en el planeta-escuela Tierra para hacer su
evolución.
CAPÍTULO 4
Espíritu
El espíritu es inteligencia, es vida, es poder creador y realizador.
En él no hay materia en ninguno de sus estados; es, por lo tanto,
inmaterial. Emanación individualizada de la Inteligencia Universal, así
se conserva en toda la trayectoria que hace en el proceso de
evolución.
El espíritu es indivisible, eterno, y evoluciona para el
perfeccionamiento cada vez mayor. Como partícula del Principio
Inteligente, es inseparable de él y subsiste a cualquier transformación,
no habiendo nada que pueda destruirlo.
En el Capítulo 2 de este libro, titulado “Fuerza y Materia”, quedó
evidenciada la evolución de las partículas del Principio Inteligente,
desde su estado primario hasta cuando adquieren suficiente desarrollo
para incitar y movilizar un cuerpo humano.
Se da la denominación de espíritu, a la emanación del Principio
Inteligente, desde que inicia el proceso evolutivo en cuerpo humano,
denominación que mantiene de ahí por delante en su camino
evolutivo.
En el espacio universal, en que el Principio Inteligente vibra sin
interrupción, acusando permanente acción consciente y constantes
demostraciones de vida, el espíritu se manifiesta por movimientos
vibratorios.
Los principales atributos del espíritu, inherentes al Todo, son:
•
Inteligencia
•
Raciocinio
•
Voluntad
•
Conciencia de sí mismo
•
Dominio propio
•
Equilibrio síquico
•
Lógica
•
Percepción
•
Sensibilidad
•
Capacidad de concepción
• Inteligencia
La inteligencia, como atributo maestro del espíritu, orienta a los
demás, perfeccionándolos y contribuyendo para tornarlos mejores y
más eficientes. De la inteligencia dependen, pues, los otros atributos
espirituales que germinan, expanden, crecen, amplían y perfeccionan,
de acuerdo con la evolución del espíritu.
La inteligencia es la base del raciocinio, proveyéndole de los
medios necesarios a su desdoblamiento. Ella da alcance al horizonte
del espíritu, es el instrumento capaz de clarear la mente del ser
humano, proporcionándole mayor discernimiento sobre la vida
espiritual.
Gran aliada de la perfección, la inteligencia hace con que la
persona reconozca sus fallas y procure evitarlas.
• Raciocinio
El raciocinio constituye valioso atributo espiritual del que dispone el
ser humano para analizar los hechos de la vida y extraer de los
acontecimientos las lecciones que le pudieren ser útiles.
El raciocinio es como una luz proyectada sobre los problemas
difíciles de la existencia, para tornarlos claros y comprensibles.
Además de orientar al espíritu en el curso de su evolución, él es un
poderoso instrumento de defensa contra el convencionalismo
mundano, contra el fanatismo, contra las mistificaciones de cualquier
naturaleza, que producen subordinaciones indicadoras de formas
agudas o amenas del desequilibrio síquico.
• Voluntad
La voluntad es poderosa fuerza que impulsa al ser para llegar al
triunfo, no existiendo dificultad u obstáculo – dentro, naturalmente, de
las limitaciones humanas – que no sea capaz de superar. Ella tiene el
poder de subyugar al desánimo, la timidez, las debilidades, las
pasiones, los vicios, los deseos desmedidos, cuando el ser humano
sabe utilizar, conscientemente, ese atributo espiritual.
Es común que las personas confundan voluntad con deseo, a pesar
de ser, en verdad, cosas diferentes. Cuando el ser humano es
envuelto por un deseo inferior y posee la voluntad suficientemente
ejercitada para el bien, ésta interviene, domina y vence el deseo.
La fuerza de voluntad es la llama interior que conduce a la victoria a
quienes la saben alimentar, mismo en las luchas más arduas y difíciles
de la vida. Es el resultado de una serie de sucesos alcanzados por el
espíritu, con esfuerzo y decisión, en las existencias anteriores en
cuerpo humano y, como enunciado de valor, una fortaleza
indestructible para quien sea.
• Conciencia de sí mismo
La conciencia de sí mismo hace con que el ser humano no se
exceda en sus posibilidades, dispersando, en pura pérdida, las
energías que posee. Ella significa, pues, la auto-apreciación en su real
sentido, no dando lugar a la exaltación de la vanidad ni a la falsa
modestia, ya que la magnitud y el valor espiritual son encarados
siempre dentro de una rigurosa visualización normal.
En posesión de la conciencia de sí mismo, la persona procede con
simplicidad, imparcialidad y respeto a los semejantes, por saber que
todos tienen origen común y hacen, sin distinción, el mismo curso
evolutivo.
• Dominio propio
El dominio propio asegura al ser humano el control íntimo, evitando
actos impulsivos y actitudes impensadas que le puedan llevar a
cometer desatinos, muchos de los cuales irreparables, del que se
arrepentirá más tarde, como sucede la mayoría de las veces.
La persona necesita estar siempre alerta y vigilante, consciente que
es fuerza espiritual que vibra incesantemente, atrayendo y repeliendo
otras vibraciones de pensamientos. Corrientes favorables y
desfavorables a su progreso y bienestar llenan el espacio, cruzándose
en todas direcciones. De ahí la necesidad del dominio propio, para no
dejarse influenciar por irradiaciones adversas, procediendo,
únicamente, de acuerdo con su voluntad.
• Equilibrio síquico
El equilibrio síquico proviene de la agudeza de los sentidos, del
temperamento bien ajustado a las realidades de la vida, de la
comprensión exacta de las posibilidades y de la justa apreciación de
los hechos.
La calma, la serenidad, la moderación, actitudes ponderadas,
reflexión, criterio y buen sentido son cualidades reveladoras del
equilibrio síquico, por medio del cual la persona, en el torbellino de la
existencia terrena, procede con mayor seguridad y se abstiene de la
práctica de errores comunes. Luego, el perfeccionamiento de ese
atributo debe ser objeto de constantes cuidados, pues él desempeña
un papel de la más alta significación en el proceso de la evolución
espiritual.
• Lógica
La lógica es un atributo que da a cada persona coherencia en sus
actitudes, congruencia en la concentración de las ideas y ordenación
en los pensamientos. Es, por excelencia, resultante de la educación y
del progreso espiritual del ser humano, posibilitando que, de acuerdo
con su preparación evolutiva, formule sus conjeturas con bases firmes,
objetivas y reales.
Sin perfeccionamiento espiritual, la lógica es de todo imposible. Así,
ninguna afirmación podrá tener bases sólidas, si no fuere firmemente
apoyada en ese importante atributo.
• Percepción
En la percepción pesan determinados factores síquicos que
representan valores reales, fácilmente reconocibles. De ella son
fuertes componentes los recursos de la intuición y de la inspiración,
que poseen importancia destacada entre los demás atributos
espirituales y las propias acciones humanas.
Íntimamente ligada al poder de inspiración del espíritu, a su
agudeza, perspicacia y sensibilidad, la capacidad de percepción,
además, ejerce notable influencia en el terreno de la observación,
revelándole aquello que las conveniencias tantas veces esconden.
Cuando la prudencia interviene, cautelosa, en las resoluciones de
una persona, es aún su capacidad de percepción que le abastece de
los elementos de decisión.
• Sensibilidad
La sensibilidad es el atributo que dispone el espíritu para sentir las
corrientes vibratorias del medio ambiente, va más allá de las
apariencias. Es por la sensibilidad que se percibe el sentimiento afín
que congrega, que une, que hermana a los seres de idénticos ideales
y de iguales aspiraciones.
Es la sensibilidad, además, el instrumento de la alegría y del dolor:
dolor que hace a la persona concentrarse en sí misma y despertar
para el cumplimiento del deber y comprender la realidad de la vida.
• Capacidad de concepción
En la capacidad de concepción están el genio inventivo, las
creaciones del pensamiento y la fuerza ingeniosa realizadora de todas
las transformaciones y mejoramientos. Esencialmente constructiva, a
ella se debe, como elemento propulsor, el desarrollo progresivo de la
humanidad.
Tanto en las artes como en las ciencias, letras y todos los sectores
de las actividades humanas, la capacidad de concepción ocupa
posición de inconfundible relevancia. La formación de las riquezas le
es debida, así como las abnegaciones, los desprendimientos y las
renuncias, por ser ella cultivada, por lo general, en beneficio de la
colectividad.
Los atributos del espíritu son innumerables, aumentan y se
desarrollan en razón directa al crecimiento espiritual de cada persona,
constituyendo su carácter.
El
carácter,
como
tantos
otros
atributos,
evidencia
inequívocamente, la evolución espiritual. Quien posee firmeza de
carácter dan siempre los mejores y más admirables ejemplos de
rectitud en todos los actos de la vida.
Como resultado de la combinación armónica de los atributos ya
mencionados y de tantos otros, el carácter revela suficiente madurez
espiritual y efectivas condiciones para la ascensión a la clase evolutiva
más elevada.
CAPITULO 5
Pensamiento
El pensamiento es una vibración del espíritu, una manifestación
de la inteligencia, un poder espiritual.
Al alcanzar determinada fase evolutiva, el espíritu siente
necesidad de dar expansión a sus conocimientos, de extender los
horizontes de la inteligencia y fortalecer los principios morales que
fuere perfeccionando en cada existencia.
Pensar es raciocinar, es crear imágenes, es concebir ideas, es
construir para el presente y para el futuro. Es por el pensamiento que
la persona descubre, esclarece, resuelve los problemas de la vida.
El espíritu imprime al pensamiento la propia fuerza de que está
dotado. El pensamiento, como el sonido y la luz, también hace todo su
trayecto en ondas vibratorias, quedando registrado a través de formas,
en el océano de materia fluídica de que está repleto el Universo y que
puede tornarse conocido de otros espíritus, desde el instante en que
es emitido. Todo el proceso evolutivo queda grabado en ese campo de
materia fluídica. De ahí, la imposibilidad de ser alterada la verdad en la
vida espiritual.
Los pensamientos anteceden a las acciones. Así, todo lo que es
hecho, actos dignos o indignos son el resultado de pensamientos
también dignos o indignos. “Quien mal hace, para sí lo hace”, dice, con
sabiduría, un axioma popular.
Los pensamientos quedan ligados a su fuente de origen,
mientras permaneciere el sentimiento que los generó. Crean
condiciones propiciadoras de salud o de enfermedad, de alegría o de
tristeza, de triunfo o de fracaso, de bien o de malestar.
Formando corrientes que se cruzan en todas las direcciones, los
pensamientos tienen como fuente alimentadora a los propios seres
humanos y a los espíritus desencarnados que los emiten. Muchas de
esas corrientes son muy avasalladoras. Con frecuencia, llegan hasta
ejercer un predominio acentuado sobre las benéficas, por causa de la
inferioridad de pensamientos y sentimientos en que está saturada la
atmósfera fluídica de la Tierra. Pensando mal, el ser humano no sólo
transmite, sino que también capta en la misma intensidad, quiera o no,
pensamientos afines, y sufre efectos de los pensamientos maléficos.
Esas corrientes producen los más serios daños como disturbios físicos
y síquicos.
La educación, la disciplina y el fortalecimiento de la voluntad
tienen importancia fundamental en la acción de gobernar los
pensamientos. Aprendiendo a fortalecerse con sentimientos repletos
de valor, la persona creará en torno de sí una barrera fluídica de gran
rigidez que los pensamientos maléficos de los espíritus obsesores no
tendrán fuerza para quebrantar.
Temores e indecisiones conducen al fracaso. Ánimo resuelto
para pensar y deliberar es condición que se impone. El pensamiento
racionalmente optimista debe prevalecer, siempre y siempre, porque,
cuando aliado a la acción, se constituye en una fuerza capaz de
demoler los más serios obstáculos. Pensamientos de valor y coraje, de
firmeza y decisión, atraen vibraciones de otros pensamientos de
formación idéntica, produciendo un ambiente de confianza capaz de
conducir al suceso.
La persona jamás deberá dejarse abatir. Un revés significa nada
más que un incidente pasajero. Debe servir para llamar la atención por
algo que fue descuidado, o que le era desconocido. Muchas veces,
hasta llega serle útil. De cualquier modo, siempre habrá una
experiencia para recoger y una lección para guardar de cada fracaso
que ocurre.
En la vida, nada sucede por acaso. Todo tiene su explicación, su
razón de ser. Nadie puede aprender solamente con el éxito, pues
también se aprende, y mucho, con el fracaso. La felicidad, la salud y el
bienestar no serían tan deseados, si fuesen desconocidas la
desgracia, la enfermedad y la miseria.
Ante esto, nadie debe desalentarse. El lema es presentir el mal
para evitarlo, para combatirlo, para destruirlo, y concebir el bien para
conquistarlo, para atraerlo, para integrarlo a los hábitos y costumbres
de todos los días.
La buena conducta refleja la acción soberana del buen
pensamiento, que sobresale, por representar una fuerza motriz de
prodigiosa capacidad para superar obstáculos. Esa fuerza del
pensamiento varía con la educación de la voluntad. La voluntad débil
anima el pensamiento débil, y, la voluntad fuerte, el pensamiento
vigoroso. No es pues dando acogimiento a las vibraciones enfermizas
de pesimismo, de desánimo, de malquerer, de envidia, de ingratitud,
de odio, de venganza, de perversidad y de la indolencia que el ser se
fortalece y resuelve sus problemas. Antes, entorpece la mente y se
arruina con esas vibraciones.
El pensamiento se cultiva, se perfecciona y se fortalece por el
poder consciente de la voluntad. Pensamientos fuertes son claros,
firmes y bien definidos. Con mayor facilidad se concretiza un ideal
cuando se sabe pensar firmemente y se pone en acción la fuerza de
voluntad dirigida para el bien.
Saber concentrarse en determinado asunto, dando alas a la
imaginación con el propósito y el empeño de estudiarlo bien, de
descubrir todas sus graduaciones, toda la multiplicidad de aspectos,
todas las diferentes formas de interpretación, constituye ejercicio de
excepcional importancia para llegar a conclusiones acertadas sobre el
objeto de ese estudio. En todos los casos, sin embargo, el estudioso
necesita ejercer severo control sobre sí mismo, para no colocar en la
apreciación de los hechos, su simpatía, intereses egoístas, o la
influencia de presunción y del convencimiento de que se encuentre
imbuido, pues la falta de ese control, contribuye, invariablemente, para
una visión deformada de las cosas, y acaba por llevarlo a conclusiones
falsas.
Para ser constructivo, progresista, realizador y útil al Todo
Universal, el pensamiento precisa ser límpido, cristalino y libre de los
desvíos espirituales ocasionados por el vivir sin método, por la
egolatría y por la presupuesta infalibilidad de las opiniones que
conducen al fanatismo de las ideas fijas.
Es común oír decir que la unión hace la fuerza. Nada más
exacto, tanto en el sentido espiritual como en lo material. Varios
individuos de mala índole e inferior educación, religados unos a otros y
a terceros por pensamientos afines, producen vibraciones mucho más
perniciosas de que las emitidas apenas por uno de ellos.
La influencia del medio es de suma importancia para el bienestar
del ser humano. Toda persona aprende con la disciplina racionalista
cristiana a prepararse mentalmente, siempre que tuviere que penetrar
en cualquier ambiente conturbado. Esa preparación consiste en el
pensamiento vibrado con sabiduría, elevación, consciencia y confianza
en sí mismo.
Por atracción al Astral Superior – espíritus que detentan grado
elevado de espiritualidad y, por eso, no necesitan encarnar para
evolucionar, también denominados Fuerzas Superiores por el
Racionalismo Cristiano – el pensamiento emitido por persona
síquicamente sana y esclarecida crece en vigor, en la medida de las
necesidades del momento, se amplía, expande y supera cualquier
corriente de pensamientos inferiores.
Las vibraciones de pensamientos de diversos espíritus
encarnados van formando corrientes. En razón de la cualidad de esos
pensamientos, las corrientes formadas pueden ser positivas o
negativas, ejerciendo enorme influencia sobre el comportamiento
humano, tanto para el bien cuanto para el mal. Por la ley evolutiva de
atracción, todos están religados a esas corrientes, alimentándolas o
siendo influenciados por ellas. El conocimiento de ese fenómeno hace
parte del esclarecimiento espiritual, siendo de gran valor para el lector
saber porque es tan importante controlar los pensamientos, no
permitiendo que queden librados, a merced de las influencias de esas
corrientes, principalmente las de fácil acceso, como son las corrientes
negativas.
La fuerza del pensamiento tiene como medida el grado de
evolución espiritual del ser humano, y, como límite, la capacidad que
éste posee de utilizar sus atributos espirituales. Deberá ser siempre
desarrollada con el objetivo de favorecer el bien común. Desde que el
ser se desarrolle en la conciencia de sí mismo y se identifique con sus
poderosas facultades latentes, encontrará en la fuerza del
pensamiento el instrumento seguro y eficaz para la realización de
anhelos y aspiraciones, y mantener su salud física y síquica.
La literatura médica registra innumerables casos de
enfermedades graves cuyas curas, consideradas por muchos
milagrosas, apenas se debieron a la acción espiritual de los propios
enfermos. Con pensamientos elevados, atrajeron a las Fuerzas
Superiores, fortaleciendo sus espíritus y mejorando la respuesta del
organismo al tratamiento prescrito.
La persona crea la imagen por el pensamiento y, sólo después,
la materializa para determinado fin. Véanse las maravillas de la pintura
universal. Obsérvese la riqueza, la grandiosidad de las obras que
consagraron e inmortalizaron tantos y tantos maestros de las bellas
artes, a través de los tiempos. Pues ninguna de ellas fue impresa en la
tela sin que el pintor la hubiese concebido mentalmente en todos sus
detalles.
Lo mismo sucede con el ingeniero. Antes de diseñar el edificio,
la máquina, los proyecta en sus mínimos pormenores. Con el
pensamiento en acción, primero idealiza el esbozo, después corrige
las posibles fallas, hasta que la imagen de lo que va exteriorizar y
materializar esté más o menos perfecta.
De toda obra humana, sin excepción, el espíritu creó la imagen
por la acción del pensamiento, y, sólo después la materializó. Si así
ocurre en la Tierra, mucho más en el espacio superior, donde el poder
del pensamiento creador es incomparablemente mayor.
Evolución significa, por encima de todo, Poder Creador. Cuanto
más evolucionado fuere el espíritu, más poderosos se tornan el
pensamiento y la capacidad creadora.
Un espíritu en el inicio de la trayectoria evolutiva, por más
nefasta que sea su actividad, no puede ultrapasar ciertos límites
impuestos por la pobreza mental y del raciocinio de que es dotado. Ya
un espíritu evolucionado, si fuese a utilizar los recursos de su
inteligencia para el mal, podría causar obra verdaderamente
devastadora.
El pensamiento vigoroso emana del espíritu fuerte,
experimentado; en cada existencia bien aprovechada él trabaja,
conscientemente, para mejorar, todavía más, su personalidad síquica.
Es en la secuencia de ese progreso que el poder del pensamiento se
desarrolla y con él la capacidad de concebir, de crear, de realizar
obras, cada cual más importante.
Si esto es posible en un mundo tan modesto, de tan reducida
evolución espiritual como el nuestro, imagínese el extraordinario poder
de realización de los espíritus altamente evolucionados, cuyas
actividades son ejercidas en campos más elevados.
El gran repositorio de la sabiduría no está en la Tierra, sino en el
espacio superior. Los progresos de la moderna tecnología no serían
aún conocidas, si muchos de sus descubrimientos no hubiesen sido
transmitidas a los seres humanos por la vía de la intuición, vale decir,
por la fuerza del pensamiento, delante del cual todas las distancias se
anulan.
De las riquezas espirituales que el ser perfecciona en este
planeta, asume papel de excepcional relevancia el pensamiento, de
cuyo poder concentrado depende la racional solución de todos los
problemas de la vida.
CAPÍTULO 6
Libre albedrío
El libre albedrío es una facultad espiritual orientada por el
raciocinio y controlada por la voluntad. Cuanto mayor fuere el poder de
raciocinar, más fácil se torna el gobierno del libre albedrío.
Libre albedrío quiere decir libertad plena de acción, tanto para el
bien como para el mal.
Practican el bien – y promueven la evolución – las personas que
procuran mejorar sus hábitos, mejorando las características
individuales, y que valorizan el respeto a las costumbres,
sometiéndose a las normas de convivencia propias del contexto social
en que viven. Las que, por acciones o pensamientos, hacen retardar
esa evolución, inciden en el mal que acabará, tarde o temprano, por
alcanzarlas, con mayor o menor dureza.
La facultad del libre albedrío comienza a despuntar cuando la
partícula inteligente asciende a la fase evolutiva que le da condiciones
para encarnar en cuerpo humano. En esa fase, como es comprensible,
el conocimiento sobre el proceso de la evolución es incipiente. La
persona, sin embargo, ya posee conciencia del bien y del mal.
El mal uso del libre albedrío resulta de la corta capacidad de
raciocinar acertadamente, de la adquisición de vicios y malas
costumbres y del cultivo de sentimientos inferiores. Bajo la influencia
de esas perniciosas adquisiciones, enemigas de la salud y de la
evolución espiritual, la persona queda saturada de vibraciones
inferiores que la hacen perder el respeto por sí misma, llevándola a
cometer actitudes reprobables. Todo mal aumenta de volumen cuando
practicado conscientemente, y quien así procede tendrá, sin ninguna
duda, un triste y doloroso despertar.
Usar el libre albedrío como instrumento contra el semejante,
servirse de él para injuriar, intrigar, escarnecer, calumniar y
desmoralizar al prójimo constituye error de máxima reprobación.
Escapan los seres, en cuanto pueden, de la justicia terrena, que
tantas y tantas veces yerra en la apreciación de los hechos humanos,
pero, jamás escaparán a la Ley evolutiva de causa y efecto, que los
harán recoger, en el debido tiempo, el fruto de las semillas que
hubieran sembrado en la Tierra.
No es un tribunal astral, como se podrá suponer, que va imponer
la justicia espiritual al delincuente. Es el propio espíritu desencarnado
que se somete a ella voluntariamente, en el momento en que – en el
mundo espiritual a que pertenece, despojado de todas las influencias
de este planeta – procede en detenido examen de sus actos, en que
ni uno sólo escapa a su apreciación y a su juzgamiento. Evaluado su
grado de evolución, que lo obliga a una nueva jornada evolutiva en
cuerpo físico, el espíritu se dispone a dar lo máximo de sí para
recuperar, lo más rápido posible, el tiempo que perdió en la Tierra en
la última existencia.
La perversidad es una demostración inequívoca de la falta de
esclarecimiento espiritual. Ella significa que el espíritu no está todavía
convenientemente pulido, y torna claro que sus vibraciones son
idénticas a las de camadas espirituales de ínfimo desarrollo del
sentido humanitario. El libre albedrío de la persona, en tales
circunstancias, refleja desacierto de la orientación, del estado evolutivo
del propio espíritu.
En la medida en que crece la intensidad de la vibración del
espíritu, va disminuyendo la posibilidad de dejarse inducir por las
corrientes vibratorias de inferior especie y de practicar acciones que la
conciencia reprueba.
Por lo tanto, el espíritu vibra con la intensidad correspondiente a
su grado de progreso. Cuanto mayor fuere esa intensidad, más
acentuado es el conocimiento de la vida, más evidente el poder de
acción espiritual, más seguro el control de los actos humanos y más
perfeccionado el uso del libre albedrío.
La evolución – nunca está demás repetir – está regida por leyes
naturales e inmutables, que jamás se alteran en el tiempo y en el
espacio. A sus normas imperativas nadie puede esquivarlas. Esas
leyes colocan a todos en el mismo riguroso nivel de igualdad en lo
tocante a los medios de que cada cual dispone para hacer uso, con
toda libertad, del patrimonio espiritual que fuere conquistando, de
manera más rápida o más lenta, conforme la dirección que haya dado
a su libre albedrío.
La evolución puede ser retardada por indolencia, displicencia o
negligencia del ser humano. Esa situación de indiferencia, de
relajamiento y abandono de los deberes que la vida impone es
muchas veces atribuida a la supuesta predestinación o al yugo del
destino inexorable y cruel, contra los cuales muchas personas piensan
que sería inútil luchar. Ese modo infundado de encarar cosas tan
serias casi siempre resulta en daños morales y/o materiales. El ser
humano tiene suficiente poder para cambiar, en cualquier momento,
los rumbos de la vida, manejando, correctamente, el libre albedrío. Él
es, el artífice de su futuro bueno o malo, del triunfo o del fracaso.
La persona espiritualmente esclarecida prepara hoy el día de
mañana. Eso significa que el futuro será el que estuviere siendo
proyectado y trabajado en el presente. Como hay mucho que hacer, le
cumple estar siempre atento a los deberes, procurando utilizar el libre
albedrío en acciones que preserven su futuro de consecuencias
perjudiciales y le faciliten la jornada.
El dolor moral – acompañado de desorientación – produce
vibraciones susceptibles de atraer y retener influencias y fluidos
deletéreos. No obstante, si la persona posee algún conocimiento de la
vida y perciba las asociaciones existentes entre el cuerpo y el espíritu
– sin perder de vista la precariedad y transitoriedad de los valores
terrenos – comprenderá la necesidad de oponer reacción inmediata al
sufrimiento, para no dejarse dominar por él, así como los
pensamientos de debilidad que podrán conducir al abatimiento
espiritual, causa de tantos trastornos síquicos y males físicos como la
depresión.
A nadie le es solicitado más de lo que puede dar. El buen uso
del libre albedrío está dentro de la capacidad de cada uno. ¿Por qué
entonces, cometer errores que hacen de la vida un tormento? ¿Por
qué tantos se dejan absorber por las bulliciosas emociones
relacionadas a un vivir materializado, tan precario como engañador?
Es, pues, de máximo interés humano el conocimiento de la
responsabilidad que cada ser tiene en el gobierno de su facultad de
arbitrar. Esa responsabilidad hace parte integrante de la vida, siendo
por eso irrecusable e intransferible. Es inútil negarla, como es inútil
intentar escapar a sus consecuencias. El perdón para crímenes,
fraudes y prevaricaciones no tiene ningún sentido en la vida espiritual.
Lo que se impone, por encima de todo, es la necesidad
imperiosa e improrrogable que cada persona enfrente con
determinación, coraje y valor los problemas y las responsabilidades de
la vida.
El error para poder ser evitado, necesita ser reconocido. Son
incalculables los males resultantes del desconocimiento de lo que
representa el libre albedrío en la existencia humana, pues, con esa
facultad bien conducida, no habría tantas encarnaciones mal
aprovechadas.
Gran parte de la humanidad poco sabe del libre albedrío.
Muchas personas creen que la vida se limita a un único pasaje por
este planeta y por eso accionan de manera inconsecuente, lo que
contribuye para la pérdida de oportunidades preciosas que este
planeta escuela ofrece para la evolución espiritual.
¿Cuándo se decidirá la humanidad a despertar para la realidad
de la vida? ¿Cuándo se sentirá con fuerzas para romper con las
anticuadas corrientes de pensamiento que dificultan el progreso
espiritual?
Sin duda que: son muchas las jornadas del espíritu en las
sucesivas etapas por la Tierra. Todas ellas, sin embargo, podrán ser
superadas sin repeticiones, si los principios racionalistas cristianos
fueren rigurosamente observados, y de ellos forma parte destacada el
buen uso del libre albedrío.
CAPÍTULO 7
Aureola
Todos los cuerpos físicos, cualesquiera sean, poseen una base
fluídica. Esa base penetra y se expande más allá de sus límites
físicos, formando una cobertura que los médiums videntes perciben
como si fuese una nube, denominada aureola o campo áurico.
La materia organizada (física) y los diversos niveles de materia
fluídicas son campos de manifestaciones del Principio Inteligente. Los
campos áuricos reflejan esas manifestaciones.
La visión física apenas puede distinguir los colores del espectro
solar y sus asociaciones. Existen, no obstante, otros innumerables
que, aunque escapando a los ojos humanos, hacen parte de la serie
de colores de la aureola.
La visión astral, cuando comienza a desarrollarse, apenas
distingue la porción de mayor densidad de la aureola. Su observación
más profunda es posible solamente por médiums que poseen la
videncia suficientemente afinada.
La coloración de la aureola de los minerales se presenta, de
cierto modo, constante. En los vegetales, la vida ya demuestra acción
evolutiva más avanzada y variable. Por ejemplo: los árboles, en la
plenitud de su existencia, y las maderas, en su utilización industrial,
presentan aureolas diferentes, que corresponden a la transformación
operada con su manipulación.
En los animales inferiores, aumenta la variación de los colores
de las aureolas, que se alteran de acuerdo con las condiciones de
salud, con el estado de calma o de irritabilidad, de coraje o de temor,
de buena o de mala nutrición y, aún, con la edad viril o de senilidad.
La aureola humana es la que presenta mayor complejidad de
análisis, por la gran variación se colores. Su lectura sólo podrá ser
efectuada con exactitud por espíritus evolucionados, conocedores de
toda la sutileza de alternación y combinación de los colores, ya que en
un mismo color, cada tonalidad posee significado particular, y cada
combinación de dos o más colores o tonalidades exige nuevas
interpretaciones.
Cuando la persona se mantiene en estado de calma y de
tranquilidad, su aureola manifiesta un color propio, reveladora del
grado de evolución del espíritu, pues revela sus tendencias, capacidad
de raciocinio, nivel de inteligencia, naturaleza de los pensamientos y
grado de sensibilidad de conciencia.
Como resultado de eso es que se modifica de individuo para
individuo, el color habitual o propio de la aureola. Y ese color habitual
o propio va cambiando, paulatinamente, a medida que el carácter es
perfeccionado, con la eliminación progresiva de los sentimientos
inferiores.
La aureola está sujeta, además, a alteraciones repentinas y
pasajeras. Basta que la persona se deje envolver por una emoción o
pasión cualquiera o fuere acometida por determinado sentimiento,
para que su aureola tome, inmediatamente, el color que ese estado
síquico traduce. Es que emociones, pasiones y sentimientos
momentáneos producen vibraciones correspondientes, y éstas,
dominando el campo áurico, se imponen con su color propio. Por lo
tanto, los colores habituales de la aureola definen, de modo general, el
carácter del individuo, al paso que los colores pasajeros expresan las
mutaciones de pensamientos y emociones delante los problemas de la
vida.
Durante el sueño, se puede observar la aureola del cuerpo físico,
cuando el espíritu se aleja con el cuerpo fluídico, sin rompimiento de
los vínculos vitales. Verificándose su color blanquecino y transparente,
como si fuese constituida por hilos de cabellos extendidos, si el cuerpo
estuviere sano, y, curvos y caídos, cuando está enfermo. Más densa
junto al cuerpo físico, tornándose más transparente, más tenue,
diáfana, a medida que se distancia de él.
Los dos extremos opuestos, en la gama de los sentimientos
alimentados por el espíritu, son identificados, en el campo áurico, por
las tonalidades clara y oscura. Entre los extremos hay inmensa
variedad de colores, cada cual definiendo pensamientos, emociones,
sentimientos y, de un modo general, el grado de evolución del espíritu.
La tonalidad clara, límpida, cristalina, demuestra la forma más
elevada del desarrollo espiritual. La oscura, empañada, representa los
más bajos sentimientos.
Los espíritus del Astral Superior se manifiestan en cuerpo
fluídico, invariablemente, por intermedio de tonalidades claras.
En la secuencia de la evolución espiritual, cada individuo bien
intencionado procura despojarse de los defectos que va notando en su
propia personalidad, pero conserva los que se le escapan. Ese
procedimiento, asimismo, varía de persona a persona. Unas, mientras
se empeñan en combatir la vanidad, se olvidan de la avaricia; otras,
esforzándose por dominar la envidia, se dejan llevar por la lujuria, y así
por delante.
A pesar de que la aureola permanezca oculta, en parte, a la
visión humana, la persona necesita habituarse a ser honesta, leal,
verdadera, no por miedo de que otros descubran la inferioridad de su
personalidad interior, pero si por deber de conciencia, por dignidad
propia, por el respeto que debe a sí misma y por el esclarecimiento
relacionado con la vida.
El carácter del ser humano se pule, se perfecciona, se consolida,
bajo condiciones estructurales indestructibles, de manera que, en
cualquier situación, las actitudes que practica revelen siempre la
calidad de sus atributos morales.
CAPÍTULO 8
Encarnación del espíritu
La Tierra es un mundo escuela, una oficina de aprendizaje y
trabajo, un ambiente adecuado donde el espíritu promueve su
evolución en tiempo más o menos extenso, de acuerdo con el
aprovechamiento alcanzado en cada una de las numerosas
encarnaciones por las que necesita pasar en el planeta.
Conforme consta en el Capítulo 3 de este libro, titulado
“Espacio”, los espíritus, en sus mundos de estadio, están distribuidos
por clases, según la evolución de cada uno. Los que cumplen etapas
del proceso evolutivo aquí en la Tierra pertenecen, con excepción de
casos especiales, a los mundos densos, opacos o intermedios.
Los espíritus se mezclan intensamente al encarnar, formando
pueblos de estructuras heterogéneas, como conviene a un mundo de
aprendizaje como es la Tierra. Los seres que saben más, los que
disponen de mayor formación, de mayor bagaje de experiencia,
enseñan a los que saben menos aquello que, por su turno,
aprendieron de otros. Para asimilar bien las lecciones de la vida,
necesitan encontrar en los semejantes cualidades y conocimientos
que aún no poseen. Exactamente por ese hecho es que se ve, con
frecuencia, personas de espiritualidad muy diferentes en una misma
familia.
Determinado a encarnar y, tomando en consideración las
perspectivas relacionadas a su grado evolutivo, el espíritu escoge
dentro de lo que está a su alcance, la nación, la familia, grupo étnico y
otras condiciones que le puedan favorecer en el proceso de desarrollo.
En el momento de la concepción se forma una conexión de naturaleza
vibratoria entre el espíritu y el óvulo fertilizado.
Al dejar las dimensiones más sutiles, que constituyen su mundo
de preparación, proyectándose en los niveles más compactos de la
materia física, el espíritu se incluye con campos relacionados al
planeta, recogiendo de cada uno materia fluídica necesaria a la
manifestación y expansión de sus atributos y de sus facultades.
Cada campo posee funciones específicas. Hay, por ejemplo, lo
que está asociado a las emociones y lo que está ligado a los
sentimientos, entre tantos otros.
El conjunto de lo extraído por el espíritu de los diferentes
campos genera un campo individualizado a él ligado por vibraciones,
denominado cuerpo fluídico. Es a través de ese cuerpo fluídico que el
espíritu interaccionará con su cuerpo físico en formación.
La radiación proveniente de las vibraciones del espíritu sobre el
cuerpo fluídico originará en torno al cuerpo físico su campo áurico, o
halo luminoso que puede ser captado a través de la percepción
extrasensorial de los médiums videntes.
A medida que el cuerpo físico se desarrolla en el útero materno,
el espíritu comienza a ligarse a él, gradualmente, a partir del tercer
mes de gestación, a través de cordones fluídicos.
El espíritu toma posesión del cuerpo físico en ocasión del
nacimiento. No obstante, el despertar para la realidad terrena sólo se
hace paulatinamente, extendiéndose hasta, más o menos, el séptimo
año de vida, edad en que se consolidan las ligazones entre el cuerpo
fluídico y el físico.
En los primeros años de existencia, los niños viven parcialmente
ligadas a las dimensiones síquicas y eso es evidenciado cuando
muchos de ellos están absortos, conversando con amiguitos invisibles,
viendo cosas y oyendo voces que, a los adultos, suenan como
invenciones y fantasías.
Tales fenómenos, no obstante, cesan con el tiempo y los niños
pasan a focalizar la atención en la realidad física que les rodean. En
esa fase, ellos son también muy susceptibles a las influencias síquicas
del medio en que viven. Se presentan sin reservas y revelan, desde
tierna edad, tendencias plasmadas en anteriores encarnaciones del
espíritu. Es el momento más adecuado para definir y colocar en
práctica criterios educacionales que los conduzcan al crecimiento
espiritual. Es importante, por eso, que los adultos, principalmente los
padres, sean conscientes de esos hechos, a fin de orientarlos con
acierto, proporcionándoles un ambiente síquico favorable al desarrollo
de una personalidad espiritualmente equilibrada.
Simplificando, se puede decir que el ser humano en el planeta
Tierra está constituido por:
● Espíritu (principio inteligente e inmaterial)
● Cuerpo fluídico (materia sutil)
● Cuerpo físico (materia densa)
Con esa estructura ejercerá las funciones terrenas, cumpliendo
una de las más importantes determinaciones de las leyes evolutivas: la
Ley de las reencarnaciones.
El espíritu, para el cual está dirigida la atención del lector, es
quien gobierna los dos cuerpos – el fluídico y el físico - siendo, por
tanto, responsable por todas las manifestaciones de la vida.
Las transformaciones por las cuales pasa la materia, a la que
están sujetos los dos cuerpos mencionados, jamás alcanzan al
espíritu. Inmaterial, eterno e inmutable en su esencia, él ofrece
admirables demostraciones de potencialidad y valor a medida que
evoluciona.
El cuerpo fluídico es, entonces, la ligazón entre el espíritu y el
cuerpo físico del ser. Él está preso al espíritu en razón de la vibración
permanente de éste, y penetra todo el cuerpo humano.
Durante el sueño, el espíritu se aleja con el cuerpo fluídico – del
cual no se aparta nunca – sin interrumpir la unión con el cuerpo físico,
al cual continúa a transmitir el calor y la vida a través de los cordones
fluídicos mencionados.
Por más extensas que sean las distancias que separan al
espíritu del cuerpo físico, jamás la conexión entre ellos se interrumpe,
no sólo porque tal interrupción significaría la desencarnación del
espíritu, como por la naturaleza de los cordones fluídicos, que se
extienden sin límites. Siendo así, el espíritu y el cuerpo fluídico
solamente dejan definitivamente el cuerpo físico después de su
fallecimiento.
El cuerpo físico es una admirable obra de la Inteligencia
Universal, capaz de proporcionar al espíritu los recursos materiales
necesarios para efectuar en el planeta Tierra un curso de
perfeccionamiento en innumerables encarnaciones, indispensables a
su ascensión a un ambiente de mayor espiritualidad, un plano más
elevado de la evolución.
La ciencia médica se ocupa con el cuerpo físico, estudiándolo en
sus mínimos detalles. Y no es pequeño el número de científicos que
ya admiten que los desórdenes del espíritu –que incluyen las
perturbaciones emocionales – la causa de gran parte de los
desarreglos físicos, formando todo un cuadro de anomalías y
enfermedades, cuyo origen ya no constituye secreto para ellos.
El espíritu al encarnar se aísla de su pasado, se olvida por
completo de las existencias anteriores, apenas retiene en el cuerpo
fluídico las enseñanzas oriundas de las experiencias por las cuales
pasó y las tendencias resultantes del uso que hizo del libre albedrío.
Eso representa una gran bien: 1º porque posibilita la convivencia con
espíritus que por ventura fueron sus desafectos en existencias
pasadas, re-aproximándose de ellos sin resentimientos o
malquerencias; 2º porque el espíritu, sin la visión temporaria de los
errores del pasado, que tantas veces humillan, avergüenza y hasta
subyugan, aniquilando la voluntad, mejor se condiciona para una
nueva existencia, en cada pasaje terreno. Todo lo bueno adquirido con
esfuerzo y trabajo conserva para siempre, y ese patrimonio espiritual
le presta valiosa colaboración en cada encarnación, facilitando la
conquista de nuevos conocimientos, de nuevas cualidades y de mejor
perfeccionamiento de sus atributos y de sus facultades. Así han hecho
y continúan a hacer millones de espíritus en su trayectoria por este
mundo, en una extensa serie de encarnaciones.
El ser humano pasa por diferentes fases, en cada una de las
cuales podrá recoger valiosas enseñanzas.
Esas fases son:
• Infancia,
• Juventud,
• Madurez y
• Vejez.
En todas ellas tienen deberes a cumplir, trabajos a realizar,
obligaciones a satisfacer. La dinámica de la vida exige acción
permanente. Pero, acción dignificante, provechosa y constructiva, en
beneficio propio y del semejante. Las cuatro fases mencionadas só lo
poseen sentido en el plano físico. Ellas se relacionan, únicamente con
el desarrollo y la duración de la existencia terrena, sirviendo para
establecer la diversidad de experiencias y enseñanzas en el curso de
una encarnación.
Se da el nombre de infancia al periodo que se extiende desde el
nacimiento a la pubertad. En ella se construye la base que irá a
sustentar la formación del carácter.
El miedo es uno de los perniciosos males que más inquietan,
angustian y martirizan al ser humano. Sus semillas pueden comenzar
a germinar en la infancia, cuando tantas cosas erradas son inculcadas
en la mente de los niños. Ciertos cuentos infantiles, en que aparecen
bichos comilones, fantasmas, lobisones y tantas invenciones, muchas
veces causantes del complejo de temor que se va apoderando de los
niños y por la nefasta influencia que tal complejo pasa a ejercer
durante toda la vida.
Combatir, durante el proceso de educación de los niños, todo
cuanto pueda contribuir para tornarlos tímidos y miedosos, evitando,
necesariamente, los caminos extremos que conduzcan a la
imprevisión y a la temeridad, es deber que se impone a todos los que
tuvieren parte de responsabilidad para con ellos. Es de importancia
fundamental las enseñanzas que fueren suministradas al niño en esa
delicadísima etapa de la vida, a través de lecciones del más alto
sentido moral y, sobre todo, de ejemplos repletos de valor, para que
sean bien asimilados y contribuyan para la formación de una
personalidad valerosa.
A la infancia siguen los años de juventud, que se sitúan entre lo
que se concibe generalmente por menor y por adulto.
La juventud comienza en la pubertad, extendiéndose hasta la
madurez, que es la edad de la razón, en que están presentes, de
modo general, las más altas aspiraciones y los grandes ideales de la
vida. A esas aspiraciones, a esos ideales, no es extraño el sentido de
espiritualidad, principalmente si en la infancia el niño tuvo la felicidad
de recibir principios educativos elevados.
Una nación será grande en la medida que pudiere confiar en su
juventud, para lo cual se dirigen, permanentemente, las esperanzas de
los más viejos.
A la juventud continúa la madurez, en que el ser humano tiene, a
su favor, la experiencia alcanzada en los períodos anteriores de la
vida. Él podrá ser, en esa etapa, un timonero seguro y competente,
sirviéndole de mucho la suma de conocimientos adquiridos.
La persona alcanza el apogeo en la madurez. Su cuerpo físico
alcanzó la vitalidad máxima, permitiendo al espíritu transmitirle la
plenitud de su capacidad constructiva.
La vejez representa la última etapa de la vida. Eso es
comprensible: el cuerpo físico no es más que la máquina al servicio
del espíritu, del que recibe calor, acción, movimiento y vida. Esa
máquina, como todas las máquinas – está sujeta a la acción del
tiempo, a los desarreglos y desgastes que son mayores o menores, de
acuerdo con el cuidado que se le fuere dispensando. Y, convengamos,
no faltan los desatentos, los indiferentes y los desprolijos. Algunos se
entorpecen con los vicios, que producen en el cuerpo físico daños que
a menudo son irreparables, acarreando su ruina.
La vida bien vivida conduce a una vejez sana y feliz. En esa
fase, sin embargo, aunque plenamente lúcido, el ser humano no
puede, como es comprensible, manifestar la misma fortaleza, vigor y
dinamismo revelados en los períodos anteriores. Y eso se debe por la
natural disminución de la capacidad física.
Las actividades en este mundo son diversas y son muchos los
medios por los cuales se procesa la evolución. No obstante, ni todos
los seres humanos cuentan con iguales posibilidades, pero lo que
importa, por encima de todo, es dignificar el sentido de la vida, mismo
en los trabajos más rudos y humildes.
Son felices las personas que saben dar al mundo inequívocos
ejemplos de valor y honradez. El interés por el bienestar general, el
comportamiento familiar, la preocupación constante direccionada para
la educación de la prole, la disciplina y el amor al trabajo son algunos
de esos ejemplos.
La moral social se define por el grado de evolución espiritual.
Cada pueblo posee una concepción propia de la vida. Mismo así
cuanto más se avanza en el terreno de la civilización, más patentes y
fuertes se evidencian los preceptos de la moral y de la honra.
La educación de los seres humanos no se limita al período de la
infancia, en que más influyen los padres. Preparados para dirigirse por
sí mismos, ya adultos, deben ir recogiendo el mayor acopio de
experiencia que les fuere posible alcanzar, a través de la observación
y del testimonio de las cosas que ocurren en su entorno o del que
hubieren tomado conocimiento.
El éxito o el fracaso de los otros, las causas, las razones, los
motivos de las alegrías o de los sufrimientos por los que pasan,
constituyen valiosas lecciones que deben aprovechar todas las
personas, para no incidir en los errores que causaron dolor y el
perjuicio ajeno y para poder tomar los mismos caminos que llevaron al
semejante al triunfo y al bienestar.
Los variados niveles sociales que existen en la Tierra se
justifican, en parte, por los errores de sus habitantes, en razón de la
etapa de evolución espiritual en que se encuentran y de la educación
deficiente que reciben.
Las diferencias sociales pueden ser minimizadas con mejor
acceso a padrones más elevados de cultura, escolaridad y civilidad.
No se puede ahorrar esfuerzos individuales ni colectivos, pues esa
lucha es de todos.
Sin embargo, más importante que la cultura y educación es la
espiritualidad. A medida que la persona se esclarece sobre su
propósito en la Tierra, se torna más sensible. Percibe, con facilidad,
los errores y deslices que cometió, sabe que se desvió del camino
evolutivo que planificó en su mundo de preparación, y procura
corregirse, rápidamente.
El individuo mal educado restringe su campo de acción al propio
nivel en que vive, tornándose indeseable en los planos superiores de
educación. De ahí la necesidad que tiene toda persona de no ahorrar
esfuerzos en el sentido de mejorar sus condiciones sociales,
contribuyendo para la elevación de los índices de civilización en el
planeta.
Si la persona se inferioriza ante del prójimo cuando practica
acciones condenables, reveladoras de escasez de principios morales y
educativos, mas inferior se sentiría y con vergüenza de sí misma, si
tuviese la conciencia espiritual vigilante y despierta para apreciarlas y
analizarlas.
Vivir con eficiencia implica cuidar de la salud moral y física,
participar activamente del esfuerzo común de la humanidad para
mejorar las condiciones del mundo, procediendo siempre con
disciplina, método y orden.
Los seres deben respetarse a sí mismos y al prójimo, ya que no
es concebible una existencia terrena digna y bien ajustada al interés
común sin respeto. Tratar sin respeto al semejante es revelar carencia
de principios educativos y cometer una indignidad. El respeto debe
existir entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos y, de
modo general, entre todos los seres. No hay germen más pernicioso y
destructor del sentimiento de amistad que la falta de respeto. La
intimidad no exime, de ninguna manera, el tratamiento irrespetuoso.
El principio de autoridad -indisociable de la fidelidad a los
dictámenes de la moral, de la moderación y de la justicia - jamás
deberá ser ejercido con despotismo e intolerancia. Aunque muchas
personas se impongan por el temor que sus actos infunden, la
verdadera autoridad, la más auténtica, la más legítima es magnánima
y justa, tornando a aquellos que la ejercen queridos y respetados. Eso
no quiere decir que abdiquen ellas del derecho – y hasta del deber –
de actuar con firmeza cuando fuere necesario. Lo que no deben,
nunca, es excederse o de tornarse prepotentes y arbitrarios. Quien
tiene autoridad precisa reflexionar bastante antes de tomar cualquier
medida, para reducir al mínimo la posibilidad de cometer equívocos y
practicar injusticias.
Todos los habitantes de este mundo escuela son imperfectos.
Unos, evidentemente, más que otros. No hay, pues, quien no esté
sujeto a errores. Muchos de esos errores son involuntarios. Otros
resultan del mal uso del libre albedrío. Se dice que: “errar es humano”,
nada más cierto, sin embargo, una vez convencido del error, cumple a
cada uno honestamente reconocerlo y esforzarse para no volver a
errar. Esconder los errores en lugar de combatirlos es práctica común,
pero altamente perjudicial al perfeccionamiento del espíritu.
La mayoría de las personas excepcionalmente proceden con
imparcialidad y justicia en el juzgamiento de sus propios actos. Aún
aquellas que encaran con severidad las malas acciones ajenas, para
las cuales tienen siempre palabras de censura y condenación, no
escapan a la tendencia general con relación a las propias faltas, que
es la de justificativa amplia, indulgente y absolutoria. Con ese
procedimiento, los errores acaban por incorporarse a los hábitos y
costumbres humanos, perdiendo el individuo el respeto que debe a sí
mismo y corrompiendo su carácter y dignidad. Lo que todos deben
hacer es encarar, valientemente, las faltas cometidas y disponerse a
eliminarlas con el poder de la voluntad.
La integridad deberá constituirse en permanente preocupación
del ser humano, que mucho logrará si consigue perfeccionar, por lo
menos, una de las muchas facetas de ese precioso tesoro moral.
Nadie puede llegar al fin del ciclo de encarnaciones terrenas mientras
no hubiere alcanzado elevado nivel de integridad.
En este mundo no faltan subterfugios astutamente creados para
proporcionar situaciones ventajosas, pero deshonestas. Los débiles
siempre capitulan ante ellos. Los fuertes resisten, los que resisten
vencen, y las victorias fortalecen. Pues es de la suma de esas victorias
que se forman seres verdaderamente íntegros. Pero, entiéndase: no
se perfecciona la conducta moral apenas porque no se vende la
conciencia. Es preciso más, es necesario sentir la vida en toda la
grandeza y plenitud, para reconocer que solamente es perfectamente
íntegro quien – además de la honra – está siempre dispuesto a
contribuir para el bien general, y es justo, digno, leal y valeroso.
El perfeccionamiento debe tornarse la principal preocupación del
ser humano en los diversos ramos de la actividad. Para eso, tienen
necesidad de esmerarse en el desempeño de sus obligaciones,
procurando ejecutar el trabajo con la dedicación de que fuere capaz.
Sin la atención, interés, conocimiento, esfuerzo, alegría, buen
humor y la inexorable disposición de alcanzar resultados positivos, no
se camina para el perfeccionamiento, y éste, invariablemente ligado a
la evolución, es la razón principal de la venida del espíritu a la Tierra.
No hay posibilidad de progreso espiritual fuera del campo del
perfeccionamiento.
El perfeccionamiento moral, deberá ser el objetivo fundamental
de los seres humanos. Conquistarlo, en todas las oportunidades y por
todos los medios, es deber que se impone a los que desean realmente
progresar, aprovechando bien la existencia. Como no tienen tiempo a
perder, deben procurar aprender hoy lo que aun ayer no sabían,
conscientes de que cada conocimiento nuevo representa más un bien,
más un valor que se incorpora al patrimonio espiritual.
A los que no tuvieron la felicidad de frecuentar escuelas, es
importante recordar que la Tierra es un mundo donde aprenderán las
más variadas lecciones, pues buenas enseñanzas no faltan. Muchas
son las materias que componen el curso que compete al espíritu hacer
en los innumerables pasajes por este planeta. Los alumnos
desprolijos, desatentos y reacios, deben siempre repetir las lecciones.
Si la humanidad se compenetrase de lo que representa una
existencia bien aprovechada, no se constatarían en la Tierra tantas
faltas morales y poco caso en la Tierra por los valores espirituales.
Cuanto más adelantado fuere el ser humano, más reconoce la
inmensa distancia que lo separa del saber absoluto, que exige una
eternidad de estudios. El verdadero sabio no pierde la conciencia de
sus limitaciones, por eso se esfuerza por aprender siempre más y
más. De modo general es modesto y sin pretensión, al contrario de los
individuos que andan siempre preocupados en exhibirse y en hacerse
pasar por alguien de gran talento e importancia. Muchos de éstos no
perciben al ridículo que se exponen cuando hacen de sí mismos – de
su inteligencia, de su bondad, de su valor – el objeto de la
conversación.
El alarde de atributos hipotéticos o reales no le queda bien a
nadie. Por eso, hay necesidad de comedimiento al hablar, de
moderación en los gestos y en las actitudes que deberán constituir un
sano hábito en la vida de los seres humanos, para conducirse siempre
con ejemplar dignidad. Los ejemplos de honradez constituyen la más
alta contribución que se puede dar a la sociedad.
La honradez no se limita a la puntualidad en los pagos y a la
exactitud en las transacciones. Ella exige, por encima de todo, firmeza
de carácter, sentimientos elevados, desprendimiento y valor, lealtad
inflexible y rectitud en el cumplimiento del deber.
El Universo, considerado en sí mismo, es todo movimiento,
acción y expansión. Los grandes artífices del progreso del mundo
fueron trabajadores incansables. Y los ejemplos de dedicación al
trabajo son de los más útiles a la causa de la humanidad. Los que
viven en la ociosidad no pasan de aprovechadores del trabajo ajeno,
aun mismo cuando disponen de fortuna y se juzguen grandes
personajes.
El ser humano se ennoblece y dignifica tanto con el trabajo
brazal como en el intelectual, artístico o científico. Lo que da provecho
al espíritu no es la naturaleza del trabajo, sino el valor moral y la
satisfacción con que es realizado. Siendo así, todos deben procurar el
trabajo, que corresponda a su vocación para ejecutarlo con alegría y
entusiasmo, no considerándolo un castigo, ya que sin él jamás darían
un paso en el camino de la evolución.
Constituyen acciones meritorias del más alto interés humano las
obras culturales que se escriben, las escuelas que se instalan, las
bibliotecas que se fundan, las organizaciones científicas que se
establecen y los trabajos que se realizan con la finalidad de instituir e
incrementar, en todo el planeta, el intercambio intelectual, material y
espiritual entre los seres. Bajo ese aspecto, se incluyen también las
iniciativas destinadas a fomentar la producción mineral, agrícola,
industrial y tecnológica que preserven el medio ambiente y contribuyan
para el bienestar de la colectividad.
Desempeñarse en cualquier función exige celo, dedicación e
interés por alcanzar el mejor resultado posible. Los ejemplos deben
partir de todos, ya que sólo tiene autoridad para exigir aquel que sabe
cumplir sus deberes.
La falta de celo en el desempeño de cualquier función hiere al
carácter,
menoscaba su conducta, empaña al individuo,
equivocándose contra sí misma la persona cuya actividad se
caracterice por el descuido, desprolijidad y negligencia.
El trabajo humano, aunque parezca aislado, es de coordinación
y cooperación mutua, estando directamente interesados todos los
seres. Los que ejecutan mal su parte por falta de celo y dedicación
revelan cualidades negativas y pobreza en el sentido de
responsabilidad.
El tiempo para ser bien aprovechado, se debe organizar una
planificación inteligente de trabajo, de manera que los compromisos
sean ejecutados en hora apropiada. Trabajar, descansar y recrearse
necesidades humanas igualmente imperiosas para producir un mismo
resultado: que es el bienestar físico y espiritual. Cada cual debe
escoger el horario que mejor le sirva a sus conveniencias y a las
exigencias del trabajo, pero sin descuidar el reposo y el recreo.
Solamente así encontrará placer en el trabajo, provecho en el
descanso y alegría en la diversión, factores que contribuirán para la
salud y el bienestar.
Siempre que los recursos lo permitieren, la economía no debe
afectar la buena presentación ni la plena suficiencia en la vida
material, moral e intelectual del ser humano. Tan condenable es el
desperdicio como la mezquindad y la avaricia. Todos deben repeler los
vicios, abstenerse de lo superfluo, oponerse al desperdicio y al
despilfarro, pero sin privarse de lo necesario.
Es necesario comprender que los bienes materiales pertenecen
a la Tierra y que en ella quedarán, siendo los seres humanos nada
más que administradores o, usuarios temporarios de esos bienes.
Proceder egoístamente, esclavizarse a los valores puramente
materiales, en la falsa suposición que de ellos depende la felicidad, es
un engaño, y de los más graves, en el que incurren gran número de
seres.
El patrimonio que acumula la persona a lo largo de cada jornada
terrena está representado, exclusivamente, por las acciones meritorias
que practica. Son, en verdad, los únicos bienes que lleva consigo –
bienes que colmará de alegría y felicidad en el campo espiritual.
Todos los seres humanos están dotados, entre otras, de la
facultad de intuición: más receptiva y sensible en unos que en otros.
Por medio de ésta, espíritus desencarnados que deambulan en la
atmósfera fluídica de la Tierra en estado de perturbación – en su
conjunto designados de astral inferior por el Racionalismo Cristiano interfieren en la vida de las personas, instigándolas – cuando éstas no
reaccionan por medio del pensamiento activado por la voluntad
consciente – a cometer los peores actos, haciéndoles llegar,
frecuentemente, al desequilibrio síquico. Contra esas influencias son
inútiles las peticiones infundadas a hipotéticos protectores,
generalmente formuladas por los que desconocen estos principios
básicos y fundamentales de la vida universal: atracción y repulsión,
acción y reacción, causa y efecto.
Así siendo, los seres precisan conocer la acción del
pensamiento, el poder de la voluntad, la fuerza síquica de atracción,
que tanto podrá ser ejercitada para el bien como para el mal, acorde la
naturaleza de los pensamientos y sentimientos que la dinamizan y,
consecuentemente, los recursos que –indistintamente- poseen para
atraer el bien y repeler el mal. Los deberes materiales y morales
deben estar siempre presentes en la conciencia de todos, pues la vida
reclama, a cada paso, una actitud, un movimiento, un gesto, una
palabra que traduzca el cumplimiento del deber.
Cumplir el deber significa: ser honrado, respetarse a sí mismo y
actuar con dignidad, elevación y conciencia esclarecida. Cabe al
individuo mantenerse siempre vigilante, siempre atento a los deberes,
convencido de que, si dejare de cumplirlos en una existencia, los
estará, inevitablemente, acumulando para las siguientes.
Si tantos equívocos se cometen en la Tierra es porque los seres
humanos no se toman el trabajo de raciocinar detenidamente antes de
practicar cualquier acto, para prever las consecuencias. Por
comodidad, por indolencia o pereza mental, muchos atribuyen a los
otros la tarea de pensar por ellos y pasan a aceptar como propias las
ideas ajenas. Así nacen movimientos de naturaleza dogmática con
numerosos seguidores propensos a creer en lo que los otros creen o
fingen creer, por más absurdos que sean los objetivos visados.
El raciocinio cuanto más se ejercita más se desarrolla. De ahí la
necesidad de mejorar el pensamiento. Con el poder penetrante que el
raciocinio posee, no es difícil distinguir lo racional de lo absurdo, lo
lógico de lo ilógico, lo verdadero de lo falso, y con convicción, divisar el
camino que lleva al esclarecimiento espiritual.
CAPITULO 9
Desencarnación del espíritu
La vida humana está organizada de tal manera que los
acontecimientos ocurren en época apropiada, cuando no son
contrariadas las leyes naturales en el transcurrir de la existencia.
La violación de las leyes evolutivas – dentro de las cuales se
destacan la ley de las reencarnaciones, la ley de causa y efecto y la
ley de atracción – el motivo frecuente de perturbaciones y
desequilibrios que, alterando el ritmo natural de vida, acarrean
sufrimientos para las personas.
La evolución del espíritu en cuerpo humano requiere tiempo,
trabajo, superación de los obstáculos y desprendimiento.
Normalmente, la desencarnación deberá ocurrir en la vejez. Pero, para
que eso acontezca, es preciso que el ser cuide de la salud física y
síquica.
El cuerpo humano es como la flor o el fruto: nace, crece, vigoriza
y fenece. Cuando no permite más las condiciones para la evolución
del espíritu se impone, pues, una solución lógica que es la
desencarnación.
La desencarnación del espíritu es un fenómeno natural en la vida
humana. Ella significa lo opuesto a la encarnación. Al cesar la
vibración del espíritu, y. consecuentemente, ocurre el rompimiento de
los cordones fluídicos que ligan el cuerpo fluídico al cuerpo físico, el
espíritu se aleja con el cuerpo fluídico que, progresivamente va
desprendiéndose de la materia fluídica correspondientes a los diversos
campos de manifestación relacionados al planeta, recogidas en el
proceso de la encarnación.
El retorno al mundo de estadio es hecho en más o menos tiempo
y depende del estado de conciencia en que el espíritu se desprende
del cuerpo físico. En la medida que pasa de un campo de
manifestación para otro más sutil, el espíritu transporta en el cuerpo
fluídico los fundamentos de las facultades y atributos que desarrolló en
su vivir en el mundo físico. Así procede, de campo en campo, hasta
alcanzar el mundo de preparación, donde recoge las informaciones
relacionadas a su grado de evolución, como factor condicionante para
una nueva jornada evolutiva o determinante de ascensión espiritual.
Ningún detalle, ningún movimiento, ningún hecho referente a las
encarnaciones anteriores deja de ser objeto de análisis del espíritu.
Por la acción vibratoria del pensamiento, él tiene grabado en materia
fluídica, con la más absoluta fidelidad, todos los actos de cada
encarnación, desde su origen, y continúa grabándolos eternamente
como se fuesen films cinematográficos, cuyas escenas pueden ser
vistas en cualquier época y en cualquier momento.
Muchos espíritus, después de la desencarnación, permanecen,
por acción del propio pensamiento, coligados para los acontecimientos
de la vida terrena y permanecen, temporalmente, presos a los campos
acordes con su estado síquico. Algunos, recogidos en sí mismos,
agotan anhelos generados en contingencias de la vida física; otros
quedan en estado de perturbación o enredados en las tramas de la
vida de los seres encarnados, influenciándolos y constituyendo, en su
conjunto, lo que se llama astral inferior.
Muchos factores en la Tierra, tales como polución ambiental,
cambios bruscos de temperatura, insalubridad de ciertas regiones,
sismos, brotes epidémicos, abundantes medios de contaminación,
vicios de toda especie, inclusive de drogas, y, aún, la influencia
perniciosa de los espíritus del astral inferior contribuyen para el
fallecimiento prematuro de las personas. Además de eso, se debe
considerar la existencia de determinados fenómenos sociales
generadores de conflictos, como la inseguridad urbana y las guerras.
La desencarnación prematura significa siempre un retardo en la
evolución del espíritu y un medio de repararlo es la reencarnación.
Pero ella no es de fácil obtención, por ser numerosos los espíritus a
reencarnar, ultrapasando las posibilidades existentes. Por ende la
necesidad de esperar.
Para no perder tiempo, muchos deciden encarnar en medios
desfavorables, dispuestos a enfrentar cualquier dificultad. La
constatación de que otros espíritus, de la misma clase, ascendieron a
clase superior, porque se esforzaron más y supieron aprovechar mejor
el tiempo durante la existencia en la Tierra, no deja de causarles
tristeza, no propiamente por esa ascensión, sino por el hecho de no
poderlos acompañar y tener que distanciarse de ellos, perdiendo el
contacto con viejos y queridos amigos, compañeros de largas jornadas
y muchas y muchas encarnaciones.
Ese contacto, mientras tanto – lo saben los espíritus en sus
planos – podrá ser restablecido. ¿De qué manera? La respuesta es
simple: si una persona anda más lento que otra que camina más
deprisa, se distancian. Y, si la que va delante no está dispuesta a
reducir los pasos, la que lleva desventaja tendrá que aumentar los
suyos, si quisiere alcanzarla. Pues es eso precisamente que hacen
muchos espíritus cuando toman decisión de encarnar, resueltos a
enfrentar las dificultades de la vida terrena, que saben son pasajeras,
para enriquecerse de conocimientos y valores morales que los
habilitan a ascender a la clase evolutiva inmediata. Con ánimo fuerte y
redoblado esfuerzo, consiguen recuperar el tiempo perdido y re
aproximarse de los antiguos compañeros.
El espíritu de una determinada clase puede observar lo que pasa
con otros espíritus de su misma clase y de las anteriores, no así con
relación a las clases superiores.
Una vez separado del espíritu, el cuerpo físico se desintegra, y sus
componentes pasan a constituir otras formas de vida.
Es natural el sentimiento de los que quedan, delante de la
ausencia de los que parten. Sentimiento, si, desesperación, no. La
tristeza es comprensible, la mortificación, jamás.
Si la humanidad comprendiese que los hechos ocurren dentro de
condiciones naturales, de acuerdo con la condición espiritual de cada
ser, o a ellos sujetos, no se mortificaría ni se dejaría abatir por la
desesperación y angustias a que constantemente se entrega.
El esclarecimiento de cómo se procesa la evolución es un gran
bien, por ser el medio capaz de llevar a la persona a encarar con
naturalidad la desencarnación del espíritu, por el reconocimiento de
tratarse de un hecho normal en el curso de la vida.
El espíritu desencarnado no pierde contacto con los que aquí
quedaron. A través del pensamiento, no sólo los irradia, como,
también, recibe de ellos vibraciones mentales. Basta que haya
sintonía. No obstante, cuando el que desencarna permanece preso a
las influencias terrenas, esas irradiaciones pueden, con frecuencia, ser
perjudiciales al encarnado y revestirse de un carácter obsesionante.
Parientes y amigos precisan, pues, auxiliar al ente querido con
pensamientos elevados por ocasión del fallecimiento, para que el
espíritu ascienda a su mundo de estadio, donde la vida es sentida
realmente, con plena conciencia de su eternidad, sin las influencias
perturbadoras del plano terrestre.
El espíritu constata con alegría al dejar la atmósfera fluídica de la
Tierra, lo que hizo de bueno, y, con tristeza, las acciones reprobables.
Son entonces desnecesarios e inútiles los pedidos a supuestos
juzgadores divinos, para que se compadezcan de las faltas por él
cometidas.
Es oportuno también esclarecer que locales donde se hacen
evocaciones a seres desencarnados –como los cementerios, entre
otros – constituyen puntos de atracción del astral inferior, en razón de
las corrientes fluídicas afines formadas por los pensamientos de
desaliento de los allí presentes.
Por eso, cuando alguien sintiere, por ejemplo, el deber de
acompañar a familiares de un ser que falleció, debe desviar el
pensamiento de corrientes debilitadas y erguirlo sereno, claro,
límpido, consciente al Astral Superior, para que el espíritu pueda ser
encaminado a su mundo de estadio, libre de sus ligazones con la
materia y de las influencias originarias
desagradables existentes en el planeta.
de
las
emociones
Ningún espíritu encarna teniendo como punto de partida el astral
inferior. Él obligatoriamente retorna al mundo correspondiente a su
clase, y, solamente de su mundo, podrá venir a re-encarnar.
No es sin decepción y sufrimiento que muchos espíritus ven caer
el castillo de fantasías que construyeron en la mente con el material
ofrecido por el misticismo que aún predomina. Tan grande es el apego
a esas ilusiones que ni mismo en estado de semi consciencia
espiritual son capaces de raciocinar, para tener el esclarecimiento que
tantos beneficios les proporcionaría.
En tal estado – y porque el cuerpo fluídico les da la impresión del
cuerpo físico – los espíritus quedan vagando por la atmósfera fluídica
de la Tierra y se disgustan con la falta de atención de las personas
que no perciben su presencia. Así, se perturban, pierden la noción de
su estado y quedan en una situación de completa perplejidad. Con el
correr del tiempo, se van familiarizando con el ambiente y
estableciendo conocimiento con otros espíritus, en idéntica situación.
Al penetrar en el astral inferior, los espíritus observan el cuadro
de la vida material terrena como siempre lo conocieran.
Interaccionando con los demás desencarnados, por la acción del
pensamiento, como si estuviesen hablando, pueden oír el mismo
timbre del sonido que les da la idea de ser de la propia voz. Ese
fenómeno es perfectamente comprensible: los pensamientos se
propagan a través de ondas y formas y las condiciones de
comunicación se realizan de acuerdo con las afinidades vibratorias.
Los espíritus en el astral inferior quedan completamente
engañados respecto a la vida y en dependencia de ser despertados
para ella. Y ese despertar no es fácil, si tomamos en cuenta la
influencia del ambiente perturbador que los envuelve. Sin la lucidez
indispensable al esclarecimiento del embotado sentido del deber,
permanecen en una situación inferior a la que mantenían cuando
encarnados, pues no tienen posibilidad de mejorar su estado
espiritual.
Tal situación contribuye para que el espíritu se acomode en el
astral inferior por desconocer los males que le advienen de esa
permanencia en un medio de poca espiritualidad, con la circunstancia
agravante de almacenar, para rescate futuro, carga más o menos
pesadas, conforme la actividad a que se entregó en ese ambiente.
Cuando el ser humano no posee esclarecimiento respecto a la
espiritualidad, son las cosas íntimamente relacionadas con la materia
que más lo influencian en los momentos que anteceden y siguen a la
desencarnación, de la cual comúnmente no lo percibe. Esa influencia
es aún mayor cuando el espíritu vivió dominado por los vicios, con el
pensamiento dirigido a las ilusiones terrenas.
Al desencarnar en esas condiciones, incontable número de
espíritus pasan, entonces, a actuar sobre las personas, y esa
actuación, cuando persistente, acaba por tornarse síquicamente
obsesiva. Es ese el deseo que los lleva a permanecer en el astral
inferior, en una ocupación semejante a la que tuvieron como
encarnados. Procuran ejercer esa actividad donde encuentran seres
con mediumnidad desarrollada y sin el conocimiento de los recursos
de defensa espiritual proporcionados por la disciplina racionalista
cristiana.
Los espíritus en estado de perturbación en la atmósfera fluídica
de la Tierra no pueden evitar las influencias nocivas del ambiente en
que están y por eso sus actuaciones siempre son perjudiciales,
cualquiera sea el grado de evolución que hayan alcanzado.
En el astral inferior, los espíritus dan expansión a los vicios que
alimentaron en cuerpo humano. Así, si tienen voluntad de fumar, se
aproximan de las personas que están fumando y experimentan, por
inducción, el mismo placer que ellas sienten. De igual modo proceden
con relación a los demás deseos, de ahí concluyéndose que los seres
poseedores de vicios pueden servir, como instrumentos inconscientes,
a la satisfacción de prácticas viciosas alimentadas por los espíritus del
astral inferior.
Todavía hay un punto a esclarecer: ni siempre los deseos
viciosos parten de las propias personas. Muchas veces son los
espíritus del astral inferior que acompañándolas, despiertan en ellas el
deseo y los intuyen para saciarlos.
La gravedad de la asistencia de espíritus del astral inferior no
está solamente en que el ser humano quede supeditado a las malas
influencias intuitivas que resultan en desatinos, en resentimientos
infundados, en conflictos domésticos, en prevaricaciones e
infidelidades, existe también el riesgo de accidentes y desastres
motivados por el estado de perturbación al que someten a sus
asistidos. A esos males, se acrecienta el debilitamiento del sistema de
autodefensa del organismo, pudiendo llevar a las personas a contraer
enfermedades o agravarlas.
La perversidad con que pueden accionar los espíritus del astral
inferior es casi ilimitada. Muchos y muchos infortunios son debidos a la
acción dañina de esos espíritus.
Como los espíritus del astral inferior no ignoran que todos los
seres poseen mediumnidad intuitiva, se aprovechan de ella para
infundir en sus mentes ideas absurdas y disparatadas. De ahí la razón
de ciertas personas tener manía de persecución, de ver las cosas
siempre por el lado negativo, y otras de suponerse que son víctimas
de enfermedades diversas.
Cumple destacar – y es de mucha importancia – que ni todos los
males de que es víctima la humanidad son producidos por la acción de
espíritus del astral inferior. Cada ser humano posee tendencias,
temperamento, modo particular de sentir y ver las cosas, libre albedrío
para tomar decisiones e individualidad propia. A él cabe, por
consiguiente, la responsabilidad directa por los sucesos o fracasos
que tuviere en la vida.
Si es verdad que los espíritus del astral inferior son atraídos por
pensamientos afines e intervienen en la vida de las personas
causando diversos males o agravando los ya existentes, no es menos
verdad que ellas pueden defenderse perfectamente de ellos con las
poderosas armas del pensamiento y de la voluntad.
En la Tierra, hay seres que gobiernan y otros que son
gobernados. Antes de alcanzar sus mundos de preparación, muchos
de esos espíritus, cuando desencarnan, permanecen en la atmósfera
fluídica de la Tierra conservando las mismas inclinaciones de mando y
de obediencia. Se forman, así, las falanges de espíritus u obsesores,
siempre dirigidas por un jefe. Si él es perverso, también lo son sus
seguidores, pues lo que los une es, precisamente, la afinidad de
sentimientos. Las falanges formadas coordinan sus actividades
perjudiciales con las de los individuos que se entregan en el vivir
terreno a las mismas prácticas.
La falanges que se disponen a colaborar en los más excedidos
actos de incivilidad asisten a los individuos más violentos y perversos,
del mismo modo que otras falanges, de instintos menos agresivos,
asisten a los de sentimientos idénticos, inclusive los que mercadean
con la credulidad ajena.
La mayoría de los casos de locura, de las desavenencias,
discusiones, agresiones, intrigas, tumultos, desórdenes, conflictos y de
las convulsiones motivadas por pasiones es incitada por el astral
inferior. Los espíritus que permanecen en ese ambiente están, en su
mayoría, envueltos en fluidos densos, impregnados de corrientes
vibratorias negativas con la corrupción, la mentira, envidia, ingratitud,
hipocresía, traición, falsedad, odio, celos y otros sentimientos
equivalentes. Intentando envolver a las personas incautas, accionan
frecuentemente con astucia y suavidad, falseando los más puros y
nobles sentimientos y las más dulces y melodiosas expresiones de
amor al prójimo.
En el astral inferior no impera solamente la maldad. En el mismo
ambiente de almas desvirtuadas se encuentran otras que tuvieron
intención de ser buenas en vida física. No obstante, es bueno insistir
que esos espíritus poco pueden hacer de útil a la humanidad. La razón
se comprende fácilmente: sus mejores intenciones son neutralizadas
por la acción fluídica del ambiente.
Solamente en el mundo relativo a su grado evolutivo, para donde
tendrán que seguir antes de volver a encarnar, es que los espíritus
libres de toda perturbación alcanzan plena lucidez.
No todos los espíritus que desencarnan quedan en el astral
inferior. Muchos ascienden inmediatamente a los mundos de su clase
sin detenerse en la atmósfera fluídica de la Tierra. Éstos son los que
supieron vivir la vida siguiendo principios espiritualistas, los que vieron
en el trabajo honrado una de las serias razones de la vida.
Los seres que así viven, atraen frecuentemente, a las Fuerzas
Superiores, que los asisten, principalmente en el momento del
fallecimiento del cuerpo físico, auxiliando a sus espíritus a trasladarse
para los mundos a que pertenecen.
Dondequiera que se encuentre una persona a irradiar
pensamientos elevados, hay un polo de atracción, un instrumento a
servicio de las Fuerzas Superiores para su obra de saneamiento del
planeta, con varios puntos de apoyo en la Tierra, pues, sin tal soporte,
el trabajo sería más difícil o mismo imposible. Son ejemplo las casas
racionalistas cristianas, donde se forman corrientes fluídicas por las
vibraciones del pensamiento de personas esclarecidas con respecto a
sus deberes espirituales. Para ello, conservan la mente limpia y se
mantienen en condiciones de reaccionar contra cualquier influencia
maléfica. Con el auxilio de esas corrientes, los espíritus del Astral
Superior penetran en la atmósfera fluídica de la Tierra, arrebatando
espíritus del astral inferior de toda índole.
Ya sabemos que el espíritu realiza su progreso encarnando en
este planeta, hasta alcanzar los mundos más diáfanos de estadio. De
ahí en adelante la evolución se procesa en campo espiritual más
elevado: el Astral Superior. Entre muchos otros deberes, tienen los
espíritus del Astral superior el de contribuir para el progreso de los
seres humanos, respetando el libre albedrio de cada uno.
El establecimiento de polos de atracción suficientemente fuertes
facilita la acción de los espíritus del Astral Superior en el planeta
Tierra. Para eso, además de los seres humanos esclarecidos que les
sirven de apoyo, cuentan con la cooperación de espíritus de mundos
opacos que están a su servicio. Esos espíritus deberían hacer su
evolución encarnando, como generalmente acontece. Pero fueron
tantas las encarnaciones mal aprovechadas y muchos los sufrimientos
por el que pasaron por lo que optaron trabajar en plano astral,
sabiendo que es más lento el progreso espiritual. Siendo así pesa a su
favor el hecho de no tener pérdida de tiempo, como sucede en la
Tierra, donde miles y miles de personas se dejan dominar por las
ilusiones de la vida material.
Los espíritus de los mundos opacos poseen cuerpos fluídicos
compuestos de materia de relativa densidad y con ellos pueden
fácilmente trasladarse en la atmósfera fluídica de la Tierra,
disciplinados rigurosamente por el Astral Superior. Esa actividad es
muy valiosa, ya que pueden penetrar en cualquier ambiente, por más
densos que sean y en estrecha colaboración con las Fuerzas
Superiores en las reuniones públicas y de desdoblamiento realizadas
en las casas racionalistas cristianas, se promueven grandes limpiezas
síquicas en la atmósfera fluídica de la Tierra, arrebatando espíritus,
algunos perversos obsesores.
Aspectos engañosos de la vida material pueden aturdir al
espíritu, sólo cuando está encarnado o en el astral inferior. En su
mundo de estadio la vida real se presenta límpida, libre de todas las
influencias e ilusiones terrenas. En él los deberes tienen una sola
interpretación, no habiendo, por eso, sofismas, modos de ver,
alternativas, situaciones dobles, vacilaciones, dudas o incertidumbre.
Deber asumido es deber cumplido.
En los mundos de preparación, los espíritus se preparan para
cumplir una nueva etapa en su proceso de crecimiento. Los que
pertenecen a determinada clase del mismo mundo, están en el mismo
nivel de evolución.
En un planeta escuela, como es la Tierra se mezclan e
interaccionan espíritus de diferentes clases dando la posibilidad de
auxiliar, confraternizar e intercambiar conocimientos, proporcionando
así una vasta gama de experiencias a los que conviven en él. Grande
es el papel que esa desigualdad de valores representa en el proceso
evolutivo de la humanidad. Esa desigualdad es tan importante, tan
valiosa y necesaria, que hasta los miembros de una misma familia
son, generalmente, de grados diferentes de espiritualidad.
Cuando retorna al mundo a que pertenece, el espíritu con auxilio
de otros más evolucionados revé toda la encarnación pasada. La
examina, detenida y minuciosamente, verifica, observa lo que realizó
en las encarnaciones anteriores, analiza y estudia la posición en que
se encuentra, con el fin de establecer un nuevo plan para su
evolución.
CAPÍTULO 10
Mediumnidad y médiums –
Fenómenos físicos y síquicos
Una de las facultades del espíritu que más reclama la atención y
pormenorizado estudio es la mediúmnica, de la cual, lentamente, las
organizaciones científicas ya comienzan a ocuparse. Es sin duda, esa
área del conocimiento que será cada vez más estudiada con el
progresivo desarrollo espiritual de la humanidad.
La mediumnidad es un modo de percibir cosas, hechos o
fenómenos, más allá de los que posibilitan los sentidos humanos. Ella
se manifiesta a través de múltiples maneras, en diferentes grados de
percepción, de acuerdo con la sensibilidad espiritual de cada uno,
siendo, también, una facultad innata en todos los seres humanos, sin
excepción, que disponen, por lo menos, de la mediumnidad intuitiva, la
cual varía, de persona a persona, de conformidad con el desarrollo
que va obteniendo en las múltiples existencias.
No hay solamente la Mediumnidad intuitiva. Existen algunas que
son peculiares en algunas personas. Las modalidades mediúmnicas
que en general se observan en este mundo son, entre otras, la
intuitiva, la olfativa, la vidente, la auditiva, la Sicográfica y la de
incorporación,
con
los
correspondientes
fenómenos
de
desdoblamiento, de materialización, de levitación y de transporte.
La mediumnidad es muy útil cuando bien utilizada y muy nociva
cuando se coloca al servicio del mal. Los buenos o malos
pensamientos se atraen en razón directa de su afinidad, siendo el
instrumento de captación la facultad mediúmnica.
La atmósfera fluídica de la Tierra está repleta tanto de espíritus
como de pensamientos, resultando de eso las vibraciones de
corrientes distintas, unas favorables y otras desfavorables al progreso
espiritual.
Toda persona de carácter bien formado que mantenga el
pensamiento dirigido para las realizaciones útiles y alimente el deseo
sincero de progresar espiritualmente, esforzándose por alcanzar ese
objetivo, será rodeada por las corrientes del bien, fortalecidas por la
irradiación de las Fuerzas Superiores. Con esa asistencia benéfica, el
éxito es más fácil.
Cuando la persona se predispone a la práctica del mal, sus
vibraciones espirituales establecen polos de atracción de las corrientes
afines del astral inferior y pasan los espíritus obsesores, valiéndose de
la mediumnidad intuitiva de ese ser, pasan a influenciarlo
mentalmente, para llevarlo a cometer desatinos.
El hecho, en sí, no tiene nada de extraordinario: las malas
intenciones reflejadas en los pensamientos encuentran, en la
atmósfera fluídica de la Tierra, corrientes organizadas que se asocian
con tales intenciones, por la identidad formada entre vibraciones de la
misma naturaleza.
Quienes – ricos o pobres, humildes o poderosos – viven al
margen de los buenos preceptos morales; los que practican oculta u
ostensivamente, acciones indignas; los que traen esculpida en el
rostro la máscara de la bondad, escondiendo en el alma las más feas
villanías; los asesinos, los ladrones, los embusteros, los valentones,
los traidores, los desleales, los falsos, los hipócritas, los mentirosos,
los agitadores, los pusilánimes, los vagos y todos los malhechores,
son en su mayoría, seres subyugados a obsesores que los tornan
instrumentos dóciles a su voluntad y los llevan a practicar las más
abominables acciones.
Los obsesores encuentran todas las facilidades en el ambiente
de la vida física, debido a la mediumnidad intuitiva de los seres y de la
corriente de apoyo que los malos pensamientos humanos les
favorecen.
Cuanto más desarrollada estuviere la mediumnidad, mayores
son los peligros a que está expuesta la persona en su vivir cotidiano.
Por eso, es de mucha importancia, que cada uno se esfuerce por
conocer el grado de desarrollo de su facultad mediúmnica, para poder
orientarse acertadamente en el control de los pensamientos.
Muchos locos son médiums que llegaron a ese lamentable
estado por no tener noción de su facultad mediúmnica. La locura es,
generalmente, producto del desconocimiento de la vida espiritual. Por
esta razón, es necesario que las personas estudien la mediumnidad
en sus varios aspectos y peculiaridades, para ser conscientes de que
precisan dar orientación sana a sus vidas.
La facultad mediúmnica varía, en sus manifestaciones, de
persona a persona, de acuerdo con su temperamento, sentimiento que
anima y grado de sensibilidad.
Debido al alcance de la mediumnidad intuitiva, que, insistimos,
es común a todas las personas, en este libro el término “médium” es
apenas aplicado a los que poseen más de una modalidad mediúmnica.
Se denomina mediumnidad de incorporación aquella en que la
acción del espíritu actuante es fácilmente notada sobre el cuerpo físico
del médium. Si muchas de las facultades mediúmnicas pueden pasar
desapercibidas, no sucede lo mismo con la de incorporación, cuya
observación a nadie escapa en el momento de la actuación.
Podrán darle otros nombres, atribuirle otras causas para justificar
lo ignorado, pero la verdad es una sola y, más temprano o más tarde,
el reconocimiento de la mediumnidad, como facultad espiritual, tendrá
que imponerse, por su evidencia, como todas las cosas palpables de
la Tierra.
En el conjunto de médiums a servicio del Racionalismo Cristiano,
son encontradas diversas modalidades mediúmnicas, siendo la de
incorporación, o de entrelazamiento fluídico, la forma de Mediumnidad
usada dentro de las corrientes organizadas en la Casa Jefe y en las
filiales del Racionalismo Cristiano. Siendo así, en este libro, se da más
atención a la Mediumnidad de entrelazamiento fluídico.
El médium de incorporación no necesita de concentración para
recibir la influencia de los espíritus del astral inferior, pues su
sensibilidad está de tal forma predispuesta que le basta la acción del
pensamiento para ser brutal o blandamente actuado, conforme los
sentimientos que animaren al espíritu actuante.
En la mediumnidad de incorporación, el espíritu actúa sobre el
médium, transmitiendo vibraciones del campo sutil en el que se
encuentra para el plano físico. Hay una sintonía de naturaleza fluídica
que propicia la comunicación entre sí. En las casas racionalistas
cristianas esa tarea es conducida por las Fuerzas Superiores, que
todo coordinan, y el médium sabe que está siendo actuado. Como no
pierde el control de sí mismo, se abstiene de proferir palabras
inconvenientes, en caso sean intuidas cuando transmite pensamientos
captados de espíritus del astral inferior.
En la mediumnidad intuitiva, esa unión fluídica, más intensa, no
se hace necesaria. Las intuiciones surgen como ideas, que la persona,
frecuentemente, confunde con sus propios pensamientos.
En todas las camadas sociales hay individuos que poseen, sin
saberlo, además de la intuitiva, la mediumnidad de incorporación. Por
mantenerse en ese desconocimiento espiritual, unas acaban
practicando el suicidio, otras desaparecen en desastres, muchas
llenan los hospitales, las penitenciarías, y gran parte de ellas, con la
facultad menos desarrollada, viven provocando desórdenes, se
pierden en el juego, se deprimen en las drogas y se arruinan en la
sensualidad desenfrenada.
Los espíritus que deambulan en el astral inferior perciben
rápidamente identifican a las personas que poseen la mediumnidad
de incorporación, al notar la facilidad con que reciben sus vibraciones
dañinas, lo que no ocurre con los demás. Con eso, quien fuere dotado
con esa facultad será, fatalmente, víctima de tales espíritus, si no
estuviere esclarecido sobre la vida espiritual y preparado para repeler
las influencias maléficas.
En el astral inferior, se encuentran los espíritus alcahuetes,
intrigantes, desleales, facciosos, amantes de discusiones, que
encuentran en la mediumnidad de incorporación - de las personas
portadores de esa modalidad mediúmnica - campo abierto para
satisfacer los deseos malignos que alimentan y saciar sus malas
pasiones, cuando la disciplina preconizada por el Racionalismo
Cristiano no es practicada.
Es bueno no perder de vista que los afines se atraen y que cada
uno se revela de acuerdo con su modo de pensar. Quien gusta de la
maledicencia, de embustes, de intrigas, produce pensamientos
correspondientes y atrae obsesores de igual gusto. Si el autor de tales
pensamientos es médium de incorporación, la situación se torna
mucho más grave, por quedar sujeto a recibir constantes cargas de los
espíritus obsesores afines que lo incitan contra sus desafectos y
contra los enemigos de los propios obsesores.
La disciplina del pensamiento, es práctica indispensable a todos,
pero muy especialmente para los médiums. Éstos, aunque muchas
veces bien intencionados, pueden ser víctimas de celadas de espíritus
del astral inferior y cometer desatinos de graves consecuencias.
El médium necesita seleccionar a las personas con las que se
relaciona y evitar conversaciones inadecuadas. Las preocupaciones
en demasía y los trabajos excesivos no son recomendables. Debe
cuidarse física y síquicamente, para mantener en buena forma la
capacidad de reacción contra el desánimo y el desaliento.
El trabajo, además de constituir fuerte estímulo para el cuerpo
físico, es la más provechosa de las distracciones para el espíritu, cuya
atención debe estar constantemente dirigida para cosas útiles y
honestas.
No hay duda de que todos tienen necesidad de descanso,
reposo y recreación en las horas apropiadas. Nunca, sin embargo,
deberá alguien entregarse a la ociosidad, siempre perjudicial, y más
aun tratándose de un médium.
Para ingresar en los trabajos de la Doctrina Racionalista
Cristiana, los médiums necesitan tener una vida rigurosamente
disciplinada, a fin de mantenerse, material y espiritualmente, en plena
condición de equilibrio y de salud, para cumplir bien sus delicados
deberes.
La discusión acalorada constituye fuerte imán de atracción de los
espíritus del astral inferior. De ahí nacen el desentendimiento, la
amargura y el resentimiento, que tanto contribuyen para destruir la
armonía y la afectividad.
Los médiums, por ser muy sensibles y vibrátiles, se dejan
fácilmente conmover con lo que los otros dicen o hacen, que se ajuste
o choque con las emociones de su temperamento. De ahí la necesidad
de esclarecimiento espiritual, para saber defenderse de las fuerzas
maléficas y que, tienen como punto de apoyo, a los miles de médiums
incautos desconocedores de esa facultad, dispersos en el planeta.
Las recomendaciones aquí mencionadas se dirigen a todos los
seres, especialmente la limpieza síquica en el hogar, práctica de
higiene mental representada por vibraciones de pensamientos –
irradiaciones dirigidas por siete minutos a las Fuerzas Superiores –
capaz de ejercer la limpieza fluídica del ambiente en que se
encuentran, y que objetiva alejar espíritus del astral inferior, que dan
preferencia a los médiums, para ejercer sobre ellos acción perniciosa y
perturbadora.
El ejercicio diario de la limpieza síquica contribuye para que las
personas conserven la mente limpia y divisen con clareza los caminos
a tomar en la resolución de los problemas de la vida. Además de eso,
la práctica de esa norma disciplinaria favorece la formación de una
personalidad serena, confiada y esclarecida, indispensable al ejercicio
de la mediumnidad.
Quien desarrolla la mediumnidad fuera de las corrientes fluídicas
organizadas en las casas racionalistas cristianas corre todos los
riesgos, inclusive el desequilibrio síquico. La garantía del médium está
precisamente en saber resguardarse de la acción de los espíritus del
astral inferior, para no tornarse instrumento inconsciente al servicio de
la perversidad y de la mistificación de esas fuerzas del mal.
Ni todos los médiums pueden desarrollar su facultad bajo la
seguridad de la disciplina aconsejada por el Racionalismo Cristiano.
En tal caso, no deben desarrollarla. Conservándola como está, apenas
conscientes del grado de sensibilidad que le es adicional. Esa
sensibilidad es muy útil en el sentido de poder percibir cosas que
pasan, sin que sea necesario relatarlas. Las aspiraciones, las
intenciones, las maquinaciones trabajadas por los pensamientos
quedan registradas en el espacio, y pueden ser percibidas por la
sensibilidad súper vibrátil del médium.
A pesar que todos los médiums no puedan servirse de las
corrientes fluídicas organizadas por el Astral Superior para su
desarrollo, disponen, de esa magnífica modalidad sensitiva para
trasmitir consejos previsibles, evitando la práctica
de actos
perjudiciales. Con todo, es condición primordial que el médium lleve
vida sana, bajo la inspiración de las enseñanzas racionalistas
cristianas, para evitar que sea intuido por el astral inferior y se sienta
desmoralizado con la aceptación de mistificaciones de los obsesores.
Así siendo, reafirmamos: para vivir con aprovechamiento, el ser
debe conocerse a sí mismo, partiendo del principio básico y
fundamental de que es un compuesto de Principio Inteligente y
Materia. El Principio Inteligente es el espíritu. La Materia – cuerpo
humano - es apenas el vehículo, el instrumento, el medio del cual se
sirve el espíritu para promover su evolución en la Tierra.
La materia no tiene facultades. Esas, siendo innumerables,
pertenecen al espíritu, es conveniente señalar que solamente pequeña
parte de ellas es revelada en la vida terrena.
Por lo tanto, la facultad mediúmnica es de las más importantes,
por la influencia que ejerce en la existencia de cada ser humano.
Los fenómenos físicos, difiriendo en su clasificación de los de
naturaleza síquica, son ocasionados por el mismo poder creador y
poseen, en esencia, un mismo origen. Como el Universo se compone
de Principio Inteligente y Materia, tanto en las manifestaciones físicas
como en las síquicas, el agente es siempre uno – la Inteligencia
Universal – presentándose de múltiples maneras.
Los sentidos más comunes que se observan en el organismo
humano – como la visión, la audición, el tacto, el olfato y el gusto – no
se originan, como muchos piensan, en el cuerpo físico, sino en el
espíritu, que los exterioriza por medio de órganos adecuados, que no
funcionan sin las vibraciones y el impulso que les son transmitidos,
semejante al violín cuyas cuerdas, para producir sonidos precisan ser
tocadas por el violinista con el arco.
Ni todas las facultades pueden ser manifestadas por el espíritu,
cuando encarnado. El sentido telepático, común en el plano astral, es
una de esas facultades. En la situación actual del mundo, la
comunicación a distancia de pensamientos y sentimientos entre dos o
más personas sería bastante peligrosa, ya que se constituiría en una
válvula de retención de las imperfecciones humanas, que precisan ser
conscientemente combatidas y no guardadas en lo íntimo de cada ser.
En los mundos propios, los espíritus se comunican por
pensamientos. En la Tierra, por mucho y mucho tiempo, el lenguaje
articulado y escrito perdurará como forma de las personas exteriorizar
los pensamientos y sentimientos.
Los fenómenos síquicos se manifiestan de acuerdo con el grado
de evolución y las peculiaridades de cada espíritu. La mediumnidad,
que se manifiesta por varias modalidades, trae al conocimiento
humano inequívocas demostraciones de esos fenómenos. Esto porque
la sensibilidad de los médiums es más refinada que la de los demás
seres, lo que les permite entrar en contacto con vibraciones del campo
astral. Las vibraciones armónicas – que se unen y ajustan – se
asocian entre sí.
El médium es el elemento que actúa de conexión entre los dos
planos – el físico y el campo astral- siendo esa la razón por la cual los
fenómenos síquicos se revelan por su intermedio.
Cuanto más sensible es la persona, mayores posibilidades tiene
de captar vibraciones. De esas vibraciones, que son diferentes unas
de otras, la atmósfera fluídica de la Tierra está repleta, pudiendo cada
vibración captada producir una revelación o un fenómeno
correspondiente.
Las retinas de los ojos humanos pueden captar las vibraciones
de la luz solar, pero no la de luz astral, a no ser cuando interviene el
médium con esa sensibilidad, a través del fenómeno, muy conocido,
de la videncia.
Independientemente de la modalidad mediúmnica que posean,
en determinadas condiciones síquicas, los médiums pueden
desdoblarse, siendo ese fenómeno de gran utilidad cuando practicado
disciplinadamente.
Se entiende por desdoblamiento el alejamiento del espíritu y de
su cuerpo fluídico del cuerpo físico del médium, por algunos
momentos, quedando a él ligado por cordones fluídicos.
Lo que ocurre con todos durante el sueño, ocurre con el médium
despierto, en trabajos de desdoblamiento. La seguridad de los
instrumentos mediúmnicos, en ese caso, es asegurada por las
Fuerzas Superiores que coordinan los desdoblamientos realizados en
las Casa Jefe y en las filiales del Racionalismo Cristiano. El trabajo de
las Fuerzas Superiores constituye una de las más notables
realizaciones en el campo de la espiritualidad, por los resultados
benéficos a favor de la humanidad.
Dentro de los fenómenos de orden síquico, son las
materializaciones, las levitaciones y los transportes de objetos los que
más impresionan a las personas desconocedoras de los poderes
espirituales. Algunos de esos fenómenos son producidos por espíritus
zumbones del astral inferior que, actuando invisiblemente, lanzan
objetos y producen ruidos, o por individuos a ellos aliados que hacen
mal uso de la facultad mediúmnica para obtener ventajas,
generalmente pecuniarias.
No son raros también los médiums que así proceden, en
condenables prácticas, con la intención de alcanzar efectos
sensacionalistas, como hay otros que andan implicados en prácticas
espíritas que sólo avasallan al alma, interesados en atraer a los
incautos desconocedores de lo que es el espiritualismo auténtico.
Es sabido que la materia física tiene como partícula menor, que
conserva las propiedades químicas de un elemento, al átomo, de
ínfima dimensión, imperceptible a la visión normal del ser humano.
Pero, como su existencia es real, él está ahí componiendo y formando
todos los cuerpos y pasando, invisiblemente, de uno para otro, bajo la
acción de una fuerza.
Esa fuerza que transporta un átomo de igual modo puede
transportar innumerables de ellos, sin que por ello se altere el
equilibrio Universal. Las leyes que imperan en esta acción son del
campo astral, independientes de las que se conocen en el mundo
físico.
Todos pueden sentir en este planeta el resultado de los
fenómenos naturales que transcurren de la acción del Principio
Inteligente, accionando, combinada y equilibradamente, en el concierto
armónico del Universo.
Al ser humano en general no es difícil constatar la fuerza de
gravedad y la fuerza magnética existentes en la Tierra, que juntas a
otras, menos perceptibles, mantienen el planeta en perfecto equilibrio.
Con intensidad regulada por el Principio Inteligente para mantener la
estabilidad del Todo Universal, esas fuerzas actúan directamente
sobre los demás cuerpos que, de forma coordenada, se movilizan
incesantemente en el espacio.
Las fuerzas que actúan para producir fenómenos síquicos son
originadas por la acción de espíritus, por ser partículas de la
Inteligencia Universal, de la cual poseen poderes semejantes, sin
embargo limitados al estado de evolución ya alcanzado.
De acuerdo con el desarrollo, cuenta el espíritu con suficiente
fuerza para, por la acción del pensamiento, modificar o alterar
determinadas condiciones físicas. Los fenómenos síquicos – quede
esto bien claro – se realizan por la acción del pensamiento de espíritus
encarnados o desencarnados, accionando aislada o conjuntamente.
La levitación se sitúa en tal caso, pues solamente es posible
cuando la fuerza del pensamiento fuere suficientemente intensificada
para anular la fuerza de gravedad que actúa sobre un cuerpo. Cuando
eso sucede, el cuerpo es levitado, en cualquier punto del espacio en
obediencia a la fuerza que lo mantiene. Una segunda fuerza, también
oriunda del poder del pensamiento, puede ser aplicada para dar
movimiento direccional al cuerpo.
De igual modo son operadas las materializaciones. En la
levitación y transporte operan fuerzas del pensamiento que se
contraponen a la gravedad e imprimen movimiento. En las
materializaciones, además de esas dos, existe otra que interfiere en la
fuerza de cohesión existente entre los átomos, anulándola en el acto
de la desmaterialización y utilizándola, enseguida en la
materialización.
En todos estos fenómenos nada hay de sobrenatural. Lo que
ocurre, en verdad, son manifestaciones del Principio Inteligente, en
sus numerosas realizaciones.
Lo que está mencionado, con relación a los poderes espirituales,
representa una pequeña parte de aquellos poderes que el espíritu
manifestará, cuando alcanzare alto grado de evolución y pase a
desarrollarse en los elevados dominios del Astral Superior.
Por ser fuerza y poder, el espíritu crece en potencial a medida
que evoluciona y en proporción de esa evolución. Sus pensamientos
se concretizan en ideales tanto más elevados cuanto mayor fuere la
concentración de sus poderes espirituales.
CAPITULO 11
Desequilibrio síquico
Siendo uno de los males que más sufre la humanidad, el peligro
mayor del desequilibrio síquico está precisamente en no ser percibida,
en sus aspectos menos chocantes, por la falta de conocimiento sobre
las actividades de los espíritus en los diversos campos astrales, sobre
las facultades mediúmnicas y otros asuntos relacionados a los
principios espiritualistas que el Racionalismo Cristiano divulga.
El desequilibrio síquico puede presentarse de forma sutil,
amena, periódica, permanente, suave o violenta. En las formas sutiles
y amenas, se manifiesta por manías, pavores, exquisiteces, fobias,
tics, extravagancias, pasiones, fanatismos, cobardía, indolencia y por
todos los excesos, como los sexuales, los de comer, los de reír o de
llorar, y muchos otros.
En el Capítulo 10 de este libro, titulado “Mediumnidad y médiums
– fenómenos físicos y síquicos”, vimos como accionan los espíritus
obsesores sobre las personas que los atraen con pensamientos
afines. A pesar de toda la acción nefasta que espíritus del astral
inferior ejercen sobre la humanidad, forzoso es reconocer que el
desequilibrio síquico cabe, en gran parte, a los propios portadores, por
haber, cuando síquicamente sanas, alimentado pensamientos y
practicado acciones, con que formaron las corrientes de atracción en
que se apoyaron los obsesores.
Pensamientos de perversidad, de venganza, de odio y otros
semejantes vibran en todas las direcciones en la atmósfera fluídica de
la Tierra, estableciéndose inmediatamente contacto entre quien los
emite y los espíritus obsesores. Los hechos cotidianos eso confirman.
Los espíritus del astral inferior están ligados, por estrecha
afinidad, a las personas mal humoradas, a las vengativas, envidiosas,
irritadas y deshonestas, así como aquellas que alimentan debilidades
y vicios. Esas personas, aún mismo cuando no aparentan estar
síquicamente desequilibradas, crean un clima profundamente dañino a
sí mismas, a los miembros de la familia y a aquellos con quienes
conviven, forzados, unos y otros, a participar del mismo ambiente, sin
los esclarecimientos capaces de minimizar los efectos perniciosos de
la mala asistencia astral. El resultado es, casi siempre, el desequilibrio
síquico, en cualquiera de las formas, suave o violenta.
Ni siempre el espíritu obsesor tiene conciencia del mal que
produce. Es también víctima de los errores que practicó cuando
encarnado, por el desconocimiento de la vida espiritual. Esa
lamentable falta de conocimiento lo hace deambular en la atmósfera
fluídica de la Tierra, llevado por falsas creencias y persuadido de que
nada más existe para los que desencarnan, más allá del ilusorio medio
en que pasaron a vivir. Procura, entonces, desarrollar cualquier
actividad en ese ambiente, pasando a intuir a los que fueron sus
parientes, amigos y conocidos, suponiendo que practica buena acción,
o por sentir placer en esa actividad. Tales intuiciones, si son
aceptadas, facilitan y estimulan para otras, estableciendo intensa
coparticipación de espíritus del astral inferior con personas que tienen
pensamientos afines. Cuando eso sucede, la puerta para el
desequilibro síquico está abierta.
Los obsesores, siempre que la afinidad fuere intensa, no se
apartan de la persona síquicamente débil escogida, por el placer que
tienen de permanecer donde se sienten bien. Cuando el desequilibrio
síquico es provocado por espíritus que fueron enemigos del
desequilibrado, la acción perturbadora es ejercida con mayor violencia
contra él, tornándose comunes las crisis furiosas.
La concepción de la muerte resulta de un concepto de la vida
completamente equivocado. En verdad, la muerte no existe. El espíritu
es imperecedero, no muere. Apenas el cuerpo físico se extingue,
cuando ocurre la desencarnación del espíritu. Luego, las personas
deben esforzarse por rehacerse, lo más deprisa posible, del choque
causado por el fallecimiento de parientes y amigos, para no debilitarse
espiritualmente. Dice la sabiduría popular, con justa razón, “lo que no
tiene remedio lo que remediado está”. Es inútil permanecer
lamentándose y mortificándose por una situación pasada. La
preocupación debe estar dirigida para el presente, del cual depende el
futuro.
Pensar es atraer. Todos los que se unen por el pensamiento a
espíritus desencarnados que permanecen en el astral inferior no sólo
los está atrayendo y perturbando, como también retardando su
traslado para el mundo de estadio espiritual, estimulándolos a
permanecer en contacto con las cosas terrenas, inclusive los
problemas de la vida familiar, y cooperando para tornarlos obsesores.
Conviene insistir: los espíritus que llevaron en vida física una
existencia irregular, materializada y con muchos errores permanecen
en el astral inferior, algunos por mucho tiempo, muchos accionando
perversamente contra los seres incautos. Su preocupación es la
intuición para el mal. Se sirven, para eso, de personas de voluntad
débil, que usan como instrumentos pasivos para la consumación de
sus actos. De ahí los homicidios, los suicidios y tantas otras
calamidades sociales. Esos espíritus actúan aisladamente o en
falanges obsesoras bien adiestradas, para mejor alcanzar sus
objetivos. Sus organizaciones poseen vigías atentos, ubicados en
varios lugares, prontos para dar la señal en el instante preciso y para
promover la convocación de otros obsesores, para la acción en
conjunto.
Como la unión hace la fuerza, los obsesores obtienen,
generalmente, resultados satisfactorios sobre los seres desprevenidos
y ajenos a sus tramas, apoderándose de ellos y llevándolos a cometer
acciones desequilibradas, con los sentidos enteramente perturbados.
Este esclarecimiento contribuye para que las personas puedan evitar
la influencia obsesora y para impedir que fuerzas externas interfieran
en su yo interior y en sus actos. Los conocedores de la vida espiritual,
que tienen conciencia del valor de las poderosas fuerzas que se
llaman: voluntad y pensamiento, son capaces de mantener distantes
a los obsesores.
Recordamos al lector que son varios los caminos que llevan al
desequilibrio síquico, perturbación causada por el mal uso del libre
albedrío, por la voluntad mal educada, por los vicios, por los
desórdenes sexuales, por el descontrol en los actos cotidianos, por el
nerviosismo incontenible, por los deseos insuperables, por la ambición
desmedida, por el temperamento voluntarioso.
Es oportuno también recordar que, al hacer mal uso del libre
albedrío, el ser humano sufre consecuencias negativas derivadas de la
ley de causa y efecto. Esa facultad – el libre albedrío – asegura a cada
uno el derecho de conducirse por sí mismo, con libertad e
independencia de acción, pero el individuo se torna responsable por
todos los actos que practica.
Con el raciocinio bien ejercitado en la solución de los problemas
que constantemente se presentan, teniendo siempre en mente el
aspecto honrado de la cuestión, todos pueden mantenerse dentro de
las reglas de buena conducta, haciendo, así, uso adecuado del libre
albedrío. Los que se alejan de ese camino lo hacen porque quieren,
porque se dejaron debilitar, y el debilitamiento da la oportunidad de
atracción de espíritus del astral inferior que, en mayor o menor espacio
de tiempo, acaban por producir el desequilibrio síquico.
La voluntad mal educada proviene de la indolencia, de la
indiferencia y negligencia para con las cosas serias de la vida. El
indolente está siempre esperando que otros hagan lo que él mismo
debe hacer. No le gusta de horarios y tiene horror a la disciplina.
Enemigo del trabajo y del orden, nada hace por el progreso. Está, por
eso, situado en el plano de los individuos que viven del esfuerzo del
trabajo ajeno. Mientras el mundo exige actividad, dinamismo y acción,
el indolente observa lo que pasa, sin voluntad de participar
activamente del movimiento que reclama su presencia.
Nadie se puede eximir del deber de trabajar y de procurar en el
trabajo la verdadera satisfacción de la vida. La Tierra es una oficina de
trabajo permanente, en que todos deben ser operarios activos y
diligentes. Los individuos que así no proceden quedan colocados
espiritualmente en un plano inferior de la vida y, más allá de perder un
precioso tiempo en el proceso de evolución, se asocian a espíritus del
astral inferior, con los cuales se rodean, por fuerza de la ley de
atracción.
En los desórdenes sexuales están los gérmenes del
materialismo obsesionante, cuyos pilares son la lujuria y otros vicios.
Subyugado a ese estado, el ser humano da expansión a instintos
embrutecidos, proporcionando franco acogimiento a los espíritus del
astral inferior, sus afines, que concurren para su desequilibrio síquico.
Todos los actos cotidianos precisan ser ejecutados con criterio y
honestidad. La organización social obedece a un esquema cuyos
lineamientos principales definen la posición que las personas deben
adoptar en el intercambio de las relaciones humanas, sin perder de
vista el debido respeto a si propio y al semejante. Para ese fin, es
importante tener control en las actitudes, dominio sobre sí mismas y el
raciocinio en acción. El descontrol en pensamientos, actos y palabras,
además de generar ofensas y, muchas veces, arrepentimientos,
produce causa de frecuentes resentimientos que demoran pasar y
crean antipatías y enemistades.
Los espíritus del astral inferior gustan de aprovecharse de los
seres descontrolados e irritables, que no piensan antes de hablar, para
divertirse con los efectos de su actuación. Personas descontroladas
son, pues, instrumentos del astral inferior y, si no están síquicamente
desequilibradas, caminan para ese deplorable estado.
El nerviosismo desenfrenado trae irritación, intolerancia,
irreflexión e imprudencia; males que conducen a deplorable estado
síquico, por lo que debe ser severamente controlado, por ser el agente
de perturbación que más facilita la actuación de espíritus obsesores.
El portador de disturbio emocional generalmente cuida poco de
la salud y no se esfuerza por dominar sus ímpetus. El resultado es
estar siempre cayendo en las mallas insidiosas del astral inferior,
siguiendo el camino desastroso de la perturbación espiritual.
Deseos insuperables son aspiraciones inalcanzables. Hay
individuos de ambición desmedida que nunca se contentan con lo que
poseen. Siempre quejumbrosos, creen que merecen más, viviendo en
permanente estado de insatisfacción.
Es perfectamente racional, y hasta elogiable, que cada ser
humano procure mejorar las condiciones de vida y no se ahorre
esfuerzos para alcanzar esa mejoría. Eso no se consigue con
desánimo y lamentaciones, que sólo sirven para agravar las
situaciones difíciles y debilitar las energías espirituales.
La ambición sin límites, asociada a la revuelta íntima, produce
mal humor, del cual se aprovechan espíritus del astral inferior para
actuar sobre los revoltosos, insuflándoles en la mente los más
sombríos pensamientos, capaces de llevarlos al desequilibrio síquico y
por vía de ellas a otros males.
La Ley de Atracción no falla y a ella todos están sujetos. El ser
humano precisa compenetrarse de la transitoriedad de las cosas que
pertenecen a la Tierra. La esclavización a los valores materiales, tan
fácilmente perecederas, además de retardar la evolución espiritual, ha
causado muchos y muchos sufrimientos.
La ambición comedida es natural; la desenfrenada, una forma de
desequilibrio síquico, en que el egoísmo y la egolatría influyen
decisivamente. Los ambiciosos descomedidos no miran los medios
para obtener los fines: lesionan, usurpan y monopolizan. Los domina
la idea obsesiva de la ganancia rápida, misma a través de maniobras
extorsivas. Para esos, no existen contemplaciones ni medios términos.
La determinación es avanzar. Planifican golpes osados, no
importándoles herir los preceptos de moral y honradez. El mundo está
lleno de ellos. Están divididos en dos grandes bloques: uno, en la
Tierra, de personas actuando con enorme desembarazo y astucia, y
otro, igualmente activo y astucioso, en el astral inferior, compuesto de
espíritus que procedían, en este mundo, como proceden diariamente
sus actuales pares encarnados. Los dos bloques, íntimamente
asociados, gozan de la misma voluptuosidad que alimenta la idea fija
de uno y de otro.
El temperamento voluntarioso refleja la personalidad egocéntrica
de los que entienden que la razón está exclusivamente de su lado, y
de los que quieren imponer a los otros sus propias ideas. Esos
individuos están frecuentemente en choque con los demás, y nada es
más estimulante para los espíritus del astral inferior de que asistir a los
choques humanos. Eso instiga a los obsesores y como siempre están
a la espera del momento propicio que les permita la actuación, el
individuo voluntarioso vive marcado por ellos. A cada momento
perciben la oportunidad de armar un conflicto que, en la falta de otra
ocupación, ésta les resulta absorbente.
El voluntarioso se irrita fácilmente cuando el punto de vista ajeno
no coincide con el suyo, tornándose un fomentador de contrariedades.
No es preciso destacar lo que esa forma de desequilibrio síquico, a
más de ser muy común, representa para los seres humanos.
Traicioneramente, ella va penetrando, con lentitud, en el
subconsciente, hasta tomar cuenta de la persona. Ésta, no percibe de
la persuasión de que está siendo víctima, no reacciona, no se opone,
no da importancia al mal que, por fuerza del hábito, acaba por tornarse
agradable, facilitando el dominio de los obsesores, que pasan a ser
más actuantes, más violentos y difíciles de alejar.
Todo cuidado es poco, y solamente el conocimiento de cómo se
procesa la evolución espiritual asegura al individuo las condiciones y
los medios de defenderse de las influencias obsesivas.
Las atracciones apasionantes son las más peligrosas, por el
placer e impulso provocativo con que instigan a las víctimas para caer
en sus seductoras redes. Hasta los esclarecidos principiantes ruedan,
en ciertas ocasiones, por ese abismo.
Hay momentos en la vida en que los embates morales, algunos
de gran intensidad, sacuden despiadadamente al alma humana.
Cuando ésta se apoya en el conocimiento espiritual, no le faltarán
fuerzas para reaccionar y dominar la situación. Ese conocimiento es
su escudo más fuerte, porque, cuando bien manejado, lleva siempre al
triunfo. Por eso nadie se debe dejar abatir.
Muchas veces, el fallecimiento de un ser querido, hecho natural
en la vida, conduce al ser al inconformismo, a la aflicción y a la
desesperación. Con eso, el espíritu desencarnado, inconsciente de su
estado, se aflige, sufre, procura intuir al encarnado para calmarlo y,
como no lo consigue, acaba por tornarse obsesor, perturbando y
llevando al intuido al desequilibrio síquico.
El mejor procedimiento de las personas que quedan para con las
que parten es elevar el pensamiento a las Fuerzas Superiores, con
firmeza y convicción, envolviendo sus espíritus en la ternura y en el
calor de la irradiación amiga, para auxiliarlos a traspasar la atmósfera
fluídica de la Tierra y seguir para sus mundos de estadio espiritual.
Parte de la humanidad es víctima de desequilibrio síquico, por
ignorar los recursos que tienen a su alcance para evitar o librarse de
ello. En razón de ese desconocimiento, se empeña el Racionalismo
Cristiano en ofrecer al lector un trayecto seguro para una vida sana y
evolutiva.
Algunos síntomas, cuando ocurren con frecuencia, pueden
indicar un estado inicial de desequilibrio síquico:
1. Reírse sin motivo o en pretexto de cosas triviales;
2. llorar sin razón;
3. comer exageradamente;
4. estar siempre con sueño;
5. sentir placer en la ociosidad;
6. tener ideas fijas;
7. exteriorizar manías;
8. gesticular y hablar solito;
9. oír y ver cosas fantásticas;
10. vivir en un mundo distante, soñadoramente;
11. demostrar fanatismo;
12. dejarse dominar por pasiones;
13. tener explosiones temperamentales;
14. tener prevenciones injustificadas;
15. tener tics;
16. repetir, mecánicamente, las mismas expresiones;
17. expresarse licenciosamente;
18. usar palabrotas;
19. mistificar, engañar;
20. mentir;
21. revelar cobardía;
22. adoptar prácticas viciosas;
23. gustar de ostentación;
24. gastar por encima de lo que puede;
25. provocar o alimentar discusiones;
26. ser implicante;
27. ser inoportuno;
28. molestar al prójimo;
29. ser huraño o malhumorado;
30. hacerse el tonto gracioso;
31. descuidarse de las obligaciones en el trabajo; y
32. eximirse de los deberes familiares.
Cualquiera de esas actitudes citadas predispone al desequilibrio
síquico, mismo que no constituya un estado de anomalía mental.
No está demás insistir en este punto: el lenguaje de los espíritus
desencarnados es el pensamiento. Por el pensamiento, se identifican
los sentimientos de las personas, sus intenciones y tendencias, y de
eso se prevalecen los obsesores para estimular, por la intuición, los
vicios y las debilidades humanas. Así siendo, por higiene síquica,
nadie debe religarse mentalmente a intrigantes, calumniadores,
desafectos y a seres de malos sentimientos en general. Pensar en
ellos es atraer su mala asistencia espiritual, recibir influencias
malignas y correr el riesgo de desequilibrio síquico.
CAPÍTULO 12
Normalización Síquica
La normalización síquica de una persona es conseguida, con
mejores resultados, cuando es asistida por las Fuerzas Superiores en
las corrientes fluídicas formadas en las reuniones públicas de limpieza
síquica y esclarecimiento espiritual realizas en las casas racionalistas
cristianas por militantes de la Doctrina – auxiliares que dan
colaboración espontánea durante los trabajos espiritualistas.
Las personas asistidas quedan en sillas adecuadas, sentadas
una de cada lado de la mesa de los trabajos, auxiliados por dos
militantes de la casa que realiza la reunión pública, encargados de
aplicar los procedimientos disciplinarios recomendados para esos
casos. Se destaca el sacudimiento, cuya finalidad es ayudar a las
Fuerzas Superiores en la tarea de despegar de los asistidos los
miasmas fluídicos dejados por los espíritus obsesores que los
acompañaban, y que les fuera arrebatado en cuanto ingresaron en el
recinto de la Casa.
Confiados y concentrados, los demás auxiliares sentados a la
mesa irradian a las Fuerzas Superiores, para fortalecer la corriente
fluídica y facilitar la acción normalizadora. Mientras tanto, la reunión
pública prosigue con serenidad y seguridad. Limpios de los miasmas
fluídicos dejados por los espíritus obsesores, los asistidos se calman,
sintiendo profundo abatimiento en virtud de la pérdida de energía que
les fue extraída por los obsesores.
Los asistidos, sin embargo, aún no están recuperados. La
desorganización síquica provocada por el obsesor fue grande, y el
equilibrio, tanto mental cuanto físico, precisa ser restaurado. En ese
estado de debilidad, si el asistido no pudiere contar en su casa con
personas que lo asistan, aplicándole la disciplina y la orientación
recomendada por el Racionalismo Cristiano, estará sujeto a atraer otro
obsesor dificultando o imposibilitando su normalización.
Los pensamientos afines son siempre el imán de atracción entre
los espíritus obsesores y las personas portadoras de trastorno síquico.
Los obsesores escogen sus víctimas de acuerdo con la afinidad que
por ellas sienten o con los sentimientos que los animan en relación a
ellas.
Es oportuno recordar que los espíritus del astral inferior
conservan las mismas costumbres y vicios que tenían cuando
encarnados. Así, para alimentar las exigencias de su yo materializado,
que sienten intensamente, envuelven a las personas con las cuales
tienen afinidad, y que las puedan satisfacer, aunque ilusoriamente.
Hay obsesores que en vida física fueron dependientes de
hábitos viciosos como por ejemplo, del alcohol, cigarro, drogas, juego,
de sexo, todos empeñados en mantener sus deseos desmedidos. Las
vibraciones armónicas del obsesor con los de la persona síquicamente
perturbada se ajustan y se encajan de tal manera unas con las otras
que se torna difícil la separación.
Tales particularidades no pueden ser olvidadas en la
recuperación del asistido. En ese período, en los locales en que haya
una casa racionalista cristiana, es de fundamental importancia que,
acompañado de un responsable –e también educador - frecuente
regularmente las reuniones públicas y practique los valores
racionalistas cristianos. Oyendo las doctrinaciones del Astral Superior
y las explanaciones del presidente de la reunión, no obstante su
estado aún de perturbación, alguna cosa de lo que escucha quedará
grabada en su mente, produciendo efectos benéficos. El responsable
también adquiere, por ese medio, conocimientos que lo habilitan a
continuar el proceso de normalización del asistido en el hogar.
La normalización síquica de un ser rencoroso y vengativo es
siempre problemática porque el asistido está asociado a falanges de
espíritus del astral inferior. En tal circunstancia, si el libre albedrío
continúa a ser empleado para el mal, la recuperación síquica
difícilmente será conseguida.
El éxito de la fase de recuperación es más lento para ser
alcanzado, por depender de la reeducación del pensamiento, de la
voluntad y de la reacción contra nuevas obsesiones. Los vicios quedan
tan arraigados en la persona que ella sólo los deja con mucho
esfuerzo. Bajo influencia de la recuperadora disciplina racionalista
cristiana, comienza a raciocinar y a dominar los propios vicios y
aquellos que fueron desarrollados por los obsesores, y, cuando se le
torna fácil ese dominio, no se dejará perturbar más.
La normalización síquica de los niños es conseguida a través de
la normalización y del esclarecimiento espiritual de los padres y de las
demás personas con quien ellos conviven, en razón de la mala
asistencia astral que envuelve a los familiares. Todos deben
frecuentar, asiduamente, las casas racionalistas cristianas en las
localidades donde hubiere, o haciendo la limpieza síquica en el hogar
diariamente, conforme la disciplina recomendada por el Racionalismo
Cristiano.
Los niños también se normalizan con el cambio de ambiente,
cuando son retiradas del medio donde actúan los espíritus del astral
inferior –atraídos por los vicios y malos pensamientos de los adultospara otro local en que el vivir ameno sea pautado por los principios
que este libro explana.
CAPITULO 13
VALOR
El valor, que todos lo poseen en mayor o menor grandeza, es
uno de los ángulos determinantes de la personalidad humana.
Cuanto más se consolida el carácter en el rigor del trabajo
cotidiano y en la lucha dirigida para la práctica del bien, más el ser
humano siente la necesidad de poner a prueba su valor, a fin de que
los resultados correspondan a los esfuerzos empleados. Siempre que
alguien, al definirse por una conducta, tuviere que recurrir al propio
valor y de él valerse para trazar la directriz a seguir, acrecienta en su
acervo de buenas conductas más fortaleza, más un estímulo, más una
partícula enriquecedora. Todos tienen la oportunidad de externarlo, a
cada paso, por algún hecho, por reposar en el verdadero bienestar
íntimo que satisfaga la conciencia, alegra el semblante y, como
recompensa mayor, transmite a la persona el agradable sentimiento
del deber cumplido.
El ejercicio es tan necesario al cuerpo como a la mente. El
ejercicio de la mente consiste en la práctica habitual de actos y
pensamientos de valor, que necesitan ser estimulados desde la
infancia. Esos actos y pensamientos pueden ser revelados en el
hogar, cuando el adolescente asume la responsabilidad de sus faltas,
cuando se solidariza con las dificultades de los padres y hermanos,
cuando es capaz de un gesto de desprendimiento y renuncia a favor
del prójimo.
Los actos de valor se revelan también en la escuela, cuando el
estudiante sabe ganar y perder en las competencias deportivas,
cuando procede con empeño y dignidad en el estudio y en los
exámenes, cuando reconoce los esfuerzos paternos y todo hace para
tornarse merecedor del sacrificio de ellos. Ejercitadas por el
adolescente esas elevadas cualidades morales, entrará él en la
segunda fase de la juventud con una preparación moral en que se
reflejarán, nítidamente, los lineamientos de valor de que es dotado.
Eso lo habilitará a resistir a las tentaciones propias de la edad, a
seguir sus convicciones, a vivir con método y disciplina, a encarar el
trabajo como un bien necesario al progreso, dispensando al semejante
el mismo respeto que exige para sí.
En la edad madura, en que conserva en lo íntimo el precioso
tesoro representado por las enseñanzas acumuladas en la
adolescencia y en la juventud, el ser humano necesita contar con ese
buen caudal, para no ser influenciado por los errores y vicios que se
encuentran en el medio ambiente.
Actitudes correctas, por encima de todo sin temores, si es
preciso con arrojo, si el momento lo exigiere – pero siempre serenas y
tranquilas, ponderadas y justas, inflexibles y rectas – son
características del valor.
Quien vive bajo los dictámenes de la honra y del deber, quien
modela los hábitos y costumbres con la argamasa del amor al prójimo
y se mantiene constantemente bajo el estímulo dinámico de las
vibraciones del bien, crea en su alrededor una barrera fluídica
impenetrable a las arremetidas del mal.
El valor de la persona comienza con el dominio de sí misma y
consiste en saber controlar los pensamientos, subyugar los ímpetus y
las inclinaciones reprobables. Si tuviere que ejercer cargos de
dirección, necesita dar ejemplos de serenidad, de coraje y de honra,
conteniéndose delante de los cuadros emotivos que la vida ofrece,
para no descontrolarse ni causar perjuicio a los colaboradores.
Los actos de justicia son practicados, generalmente, cuando la
persona procede con imparcialidad e interés por la verdad. Por eso,
ser justo, valeroso y honrado debe constituir la más seria aspiración
del ser humano. Pero, nadie puede ser justo sin ser tolerante y
moderado, sin comprender la vida en su complejidad, en su aspecto
espiritual y en su contenido realista.
La comprensión clara y verdadera de la vida habilita al ser
humano a acelerar el desarrollo y el perfeccionamiento de sus
cualidades. Esa comprensión le proporciona un sentimiento práctico
de renuncia a las cosas terrenas, por la certeza de la transitoriedad de
su permanencia en este planeta y que son de uso provisorio las
riquezas materiales, con las cuales solamente podrá conseguir
algunos objetivos de limitado alcance.
La actitud de renuncia, desprendimiento, abnegación, sacrificio y
solidaridad humana es el resultado de comprensión superior de la
vida, que aproxima fraternalmente a los seres unos de otros. No
obstante, no debe confundirse: ese elevado sentimiento espiritual de
renuncia con el desinterés por las cosas, originado por los desengaños
y desilusiones que hacen de ciertos individuos seres apáticos,
escépticos, solitarios, bohemios, exóticos, fanáticos.
La persona esclarecida, y por eso mismo fuerte, no se deja
abatir por desilusiones. Comprende las causas de las debilidades y
maldades humanas, no confía en perfecciones, sabe que no existen y
acepta los acontecimientos con entendimiento racional. Verdadera,
leal, honesta y equilibrada, ella no se olvida, de los momentos difíciles
de la vida, de que su integridad moral debe estar por encima de todos
los intereses, y no teme que su posición inflexible la desvíe del
cumplimiento del deber y de la práctica del bien.
El mal – téngase siempre en mente – jamás prevalecerá sobre el
bien. El mal acciona transitoriamente, en un período de tiempo que
marca su propia destrucción. Todos los actos malos damnifican
gravemente el carácter de quien los practica, y dejan surcos en su
personalidad difíciles de borrar. Fortalecer, pues, el valor personal,
para resistir a los procedimientos indignos, es una necesidad
imperiosa e inquebrantable.
No son pocos los egoístas e inescrupulosos que, con falsas
apariencias, viven a engañar al prójimo, procurando sacar provecho de
todas las situaciones. Indiferentes a la desgracia ajena, solamente se
complacen con la satisfacción de sus intereses, por más viles que
sean. Con ese procedimiento despreciable, cavan, sin apercibirse, el
propio abismo, para cuyo fondo están caminando y del cual solamente
podrán salir a costo de grandes angustias.
Los gestos de grandeza en que relucen los índices auténticos
del valor son los que más dignifican a las personas y les proporcionan
la anhelada felicidad.
Ningún ser consciente podrá preferir la acción negativa a la
positiva, el nada por el todo, el atraso por el progreso, la duda por la
certeza, el fracaso por el éxito, el miedo por el coraje, la oscuridad por
la luz.
Los que efectúan el cambio de lo bello por lo horrendo, en el
simbolismo de estas comparaciones, ponen de lado el buen sentido y
están al sabor de una conciencia apática, totalmente desfigurada en la
apreciación de los valores auténticos. El Racionalismo Cristiano en
todas sus obras, propugna por la transformación de ese estado de
conciencia lamentable en que se encuentra la humanidad, motivada
en parte, por su entrega a un oscurantismo que entorpece el
entendimiento del proceso evolutivo de la vida y de los deberes del ser
humano.
Las buenas o malas acciones atraen para su agente, como
consecuencia, por fuerza de las leyes evolutivas que rigen el Todo
Universal, un resultado que corresponde, invariablemente, a la
naturaleza de los pensamientos que las generan.
Se engañan aquellos que piensan poder escapar a los efectos
de sus actos a través del perdón o de otros medios. No existen
perdones en el campo espiritual. Urge, entonces, raciocinar para bien
vivir. Es necesario proceder con independencia, valiéndose, cada cual,
de los propios recursos morales de que dispusiere. Quien hiciere el
mal tendrá que rescatarlo, inapelablemente, más temprano o más
tarde. Solamente los actos de valor engrandecen la personalidad y
dignifican el carácter. Quien los practica se torna un colaborador eficaz
en la obra de espiritualización de la humanidad.
CAPITULO 14
Carácter
El carácter del ser humano es representado por la suma de sus
cualidades morales, en que se destacan las virtudes y el conjunto de
valores espirituales conquistados paulatinamente en el transcurrir de
múltiples existencias y por las conductas que pueden ser medidas por
la firmeza y rectitud con que procede en sus actos cotidianos.
Más que en la honestidad de la conducta en las transacciones
comerciales o en el ejercicio de alguna función, el buen carácter se
revela por el intransigente repudio a la cobardía, a la intriga, a la
envidia, a las actitudes dudosas, a la prevaricación, a la deslealtad, a
los movimientos traicioneros, en fin a todas las acciones indignas.
Ni siempre el individuo culto posee el mejor carácter, pues
algunos de ellos hacen de la cultura un instrumento de sutileza. No se
puede negar la ventaja y más que la ventaja, la necesidad de
instrucción y de cultura, por ofrecer gran contribución al desarrollo de
la inteligencia y de la capacidad de raciocinar - medios por los cuales
la persona analiza, confronta, deduce y concluye- para obtener los
mejores resultados.
En cualquier sector de la actividad –y no apenas en las lides
literarias y científicas – el ser humano puede ejercitarse en el
desarrollo de su inteligencia: en la industria, comercio, agricultura,
escuelas y en el hogar. Cualquier ambiente de trabajo honrado ofrece
constantes oportunidades para el perfeccionamiento del carácter,
siempre obedeciendo a un progreso normal en que no caben
transformaciones radicales ni regeneraciones brevísimas. Jamás, se
podrá operar sin esfuerzo, buena voluntad y, encima de todo, sin la
consciencia esclarecida, aliada a la noción del deber y al interés en
cumplirlo.
El carácter virtuoso es uno de los más ricos y preciosos bienes
del espíritu. Sin embargo su conquista, no es fácil; al contrario,
requiere prolongados períodos de meditación en numerosas
existencias, a lo largo de las cuales las observaciones y conclusiones
van madurando bajo la ardua prueba de la experiencia.
Sólo después de incontables desengaños y de sufrir muchas
injusticias e ingratitudes es que la persona mide, en lo íntimo de su
naturaleza espiritual, la extensión de las imperfecciones humanas y se
indigna contra ellas. Así, de repudio en repudio a las máculas morales,
se va liberando de las acciones inferiores para colocarse, por
convicción extraída del esclarecimiento, dentro de una línea rígida de
una modelar conducta.
Siendo así, padres y profesores que estuvieren en condiciones
de transmitir a hijos y discípulos –referente a la rectitud del carácter- el
lenguaje vivo y altisonante del ejemplo, ejercerán sobre ellos
excepcional influencia, que se traducirá en confianza, respeto y
admiración.
No es exageración la afirmación de que el mundo carece, cada
vez más, de padres y profesores competentes y responsables, pues
los que lo son poseen en sus manos prodigiosos instrumentos de
formación, con lo que mucho contribuyen para el perfeccionamiento
del carácter de los que están a sus cuidados.
La tarea del profesor no se debe limitar a la instrucción
pedagógica de los alumnos. La escuela, por complementar el hogar,
impone a los maestros el irrecusable deber de llevar conceptos
modeladores a los discípulos, capaces de tornarlos buenos
ciudadanos.
Si la acción de los profesores es altamente meritoria en el
perfeccionamiento del carácter de los alumnos, de mayor relevancia
es, aún, la de los padres, a quien compete el inexcusable deber de
observar las líneas generales del carácter de los hijos, cuando
pequeños, por ser esa la fase en que la corrección ofrece mejores
resultados.
El criterio, la equidad, el buen sentido, puntualidad, lealtad,
armonía, coraje, rectitud, buen humor, dignidad, gratitud, educación,
fidelidad, comedimiento, veracidad, respeto mutuo, bien como el celo
son virtudes que modelan y enriquecen el carácter, para los cuales se
dirige el ser humano deseoso de conquistarlas.
En la definición de las líneas del carácter, todos deberán
considerar el medio término, la posición equidistante de los extremos,
en que el equilibrio se establece y resplandecen las cualidades, los
ideales constructivos, que engrandecen al espíritu, haciéndolo crecer
en la escala ascendente de la evolución.
El miedo y la temeridad son dos extremos, en cuyo punto medio
está el coraje - virtud componente de la fisonomía del carácter. En
posiciones extremas se sitúan el perdulario y el avariento, pero el
comedido queda en el centro, que representa la posición ideal para los
seres de carácter bien formado. También la malquerencia y la
adoración se localizan en puntos extremos, pero la amistad y la virtud
tienen lugar destacado en el centro. Tanto la malquerencia como la
adoración crean situaciones condenables: en cuanto la malquerencia
despierta el sentimiento de aversión, odio y venganza, con los más
perniciosos efectos para el agente, la adoración conduce al temor, al
servilismo, a la subyugación de las iniciativas, a la alienación de la
voluntad, a la falta de confianza del individuo en sí mismo, siempre en
desprestigio personal y en flagrante anulación de su propio valor. En
ambos los sentimientos, aquí apenas citados como ejemplo, la
evolución se retarda.
Trabajar cada vez más para perfeccionar el carácter, significa
generar riqueza moral de insuperable valor. La mejor fortuna a que el
ser humano puede aspirar es la que se obtiene a través de acciones
ennoblecedoras que resultan del uso correcto de los atributos
espirituales y reflejan siempre la grandeza del carácter.
CAPITULO 15
Familia y educación de los hijos
Las sociedades bien constituidas tienen como base la familia.
Cuando las familias se distinguen por el cultivo de las superiores
cualidades morales, su contribución para elevar los índices de
perfeccionamiento de las colectividades es excelente.
Así como la fuerza de cohesión mantiene unidas las células del
cuerpo humano, también las familias necesitan ligarse unas a otras
como células de un todo, y componer una sociedad homogénea,
progresista y pacífica, inclinada al desarrollo de las más significativas
virtudes. Esa unión sólo podrá resultar de la afinidad de sentimientos
elevados, de las nobles aspiraciones alimentadas, de la solidaridad en
los actos de perfeccionamiento y en la conjugación de los esfuerzos
empleados en beneficios de todos. Cuanto mayor fuere el número de
núcleos familiares a desarrollar entre sí esa armonía, más elevados
serán los índices de moralidad y honradez en el medio ambiente.
El comportamiento de la colectividad, reflejando el estado de la
mayoría de sus componentes, representa el nivel medio de
perfeccionamiento de un pueblo, revelando su capacidad productiva y
realizadora. En esas condiciones, crece de importancia la constitución
de la familia, a través del verdadero entrelazamiento de los cónyuges
para las responsabilidades del hogar y la perpetuación de la especie.
A los que se casan es indispensable la comprensión de que los
deberes y derechos de cada cónyuge son iguales y complementarios
en la estructuración de la familia. Es en la asociación de ideales
dirigidos para el mismo fin, realizados con sensibilidad y dedicación,
que se forman y se consolidan los lazos espirituales que unen la
pareja. Entonces, al constituir familia, los cónyuges deben estar
decididos a honrarla y a dignificarla. Cometen grave error si, por
acción u omisión contribuyen para desmoronamiento del hogar y la
ruina de la familia.
Las colectividades, que conforman las naciones serán grandes y
respetadas siempre que los fundamentos de su constitución moral,
representados por eslabones espirituales que entrelazan las familias
unas a otras, poseyeren una unión suficientemente fuerte para repeler
las influencias perturbadoras producidas por las vibraciones de la
egolatría, de la corrupción, del sensualismo desenfrenado y de la
inmoralidad.
El hogar es el núcleo donde deben ser ejercitadas las virtudes
del afecto, lealtad, fidelidad, tolerancia, desprendimiento, renuncia,
respeto y de la comunión de sentimientos, es una escuela de
perfeccionamiento moral y un campo de desarrollo síquico.
Entre los cónyuges debe existir absoluta confianza. Para eso, es
necesario que actúen siempre con franqueza. No deben practicar
ningún acto del cual se preocupen en ocultarlo y del que puedan
avergonzarse. Aunque grandes son las responsabilidades que pesan
sobre la pareja, no son mayores que la de su capacidad de
soportarlas.
La vida en el hogar será mucho más feliz si cada cónyuge se
hiciere merecedor a la confianza irrestricta y al apoyo moral del otro.
La fidelidad y el cumplimiento del deber delante la familia dignifica el
carácter y reflejan la conducta trazada en el campo espiritual para una
existencia. Pensamientos honestos y fuerza de voluntad son recursos
poderosos que deben usar para protegerse de la influencia y fluidos
perniciosos del astral inferior, en cuanto percibieren la afinidad de un
sentimiento inclinado a la prevaricación.
La mujer y el hombre se complementan en el hogar como dos
medidas de compensación, siendo necesario que haya esfuerzo
permanente para desempeñar bien su papel. Unidos, cumplirán la
ardua y dignificante tarea; distanciados, sembrarán discordia y
desentendimiento, y la obra quedará por hacerse. Así, los que se unen
por el casamiento tienen el deber de auxiliarse mutuamente, bajo la
influencia de las vibraciones armónicas del entendimiento y de
comprensión.
A los componentes de un hogar jamás deberán faltarle la
serenidad y el buen humor, cuyo cultivo es de mayor necesidad.
Inconciliable con el pesimismo, el buen humor abre camino al triunfo,
ya que desarma los pensamientos derrotistas y los recelos infundados,
alejando el nerviosismo. La persona bien humorada refleja alegría en
su semblante, confianza en sí misma y dispone de lo esencial para
gozar de buena salud.
El hogar exige de sus integrantes desprendimiento y tolerancia,
para tener entre ellos armonía y entendimiento, y no se debiliten los
lazos de amistad que los deben unir cada vez más sólidamente.
Téngase siempre presente que todos son imperfectos,
susceptibles de incurrir en errores. Como los errores son fáciles de
cometer y difíciles de reparar, se impone, para evitarlos, permanente
vigilancia. Por esa razón, posibles fallas no deben ser encaradas con
indignación o revuelta, sino con calma y comprensión, para lo que es
necesario dominar el temperamento impulsivo o violento.
El temperamento de la pareja puede diferir del hombre para la
mujer, como difiere el de los hijos. Esa diferencia es perfectamente
comprensible desde que se tomen en cuenta las diversas clases
espirituales existentes en los miembros de una misma familia. Una de
las grandes virtudes humanas consiste en saber respetar el punto de
vista ajeno, y jamás perder el hábito de la cortesía.
Los padres, verdaderamente conscientes de los deberes
familiares, no son los que se limitan a procrear, sino los que miden y
pesan las responsabilidades que deviene de la paternidad y
maternidad y se preparan para cumplir, de forma consciente, los
compromisos que esa condición impone.
La autoridad moral de los padres tiene como fundamento más
importante a los actos y ejemplos de sus vidas, y esa autoridad será
mayor o menor acorde a la franqueza, sensatez y honestidad de sus
procedimientos.
Una de las más elevadas misiones de los padres es la educación
de los hijos. En la obra de edificación espiritual de la humanidad
desempeña un papel de mayor relevancia, en el cumplimiento del cual
precisan esforzarse por orientar a los hijos dentro de moldes de
conducta moral impregnada de virtudes.
Los niños poseen subconsciente amoldable, que los torna
sensibles a recibir la influencia de la orientación que les fuere
suministrada –educación que debe ser pautada en los principios de
honestidad, de amor al trabajo y a la verdad- para tornarse, en el
futuro, buenos ciudadanos.
Los hijos, necesitan oír los ponderados consejos de los padres,
para precaverse contra los riesgos y peligros a que quedan sujetos en
el curso de la vida.
Un viejo y sabio aforismo enseña que nadie puede dar lo que no
posee. Para eso, padres y madres necesitan estar preparados para
suministrar a los hijos una educación a la altura de las exigencias de la
vida.
Los niños poseen un inmenso poder de asimilación, graban en
su subconsciente, indeleblemente, lo que ven a los adultos hacer, y
procuran imitarlos. Por eso, no es posible disociar hogar de la escuelaque es por encima de todo - en la que los padres, que son los
maestros, están continuamente suministrando a los alumnos –los
hijos- lecciones y ejemplos de disciplina, orden, honradez, dignidad,
coraje, lealtad y sinceridad, entre otros valores.
El trabajo de educar se inicia en la cuna. Ya temprano, la criatura
comienza a manifestar inclinaciones y tendencias que precisan recibir
estímulos cuando buenas, y, corrección educativa, siempre que sean
irrazonables e inconvenientes.
Las responsabilidades del matrimonio son inmensas, exigiendo
de la esposa y del marido, para la educación de los hijos, además de
vigilancia permanente, todo el valor, sacrificio y espíritu de renuncia de
que fueren capaces. Esa educación deberá ocupar el primer plano en
el interés de los padres y no deberán nunca prescindir de
suministrarla.
Se recomienda que los padres no atemoricen a los hijos con
gritos y amenazas, sino que procedan con calma, comprensión y
entendimiento para conquistarles la confianza, la amistad y el respeto.
En vez del castigo físico – que es una violencia familiar inaceptable en
el seno de la familia – los padres deberán optar por la supresión de
regalías, por determinado espacio de tiempo. La censura delante de
extraños es del todo inconveniente, por humillar al niño y al joven, y
herirles la sensibilidad.
Un buen procedimiento educativo consiste en que padre y madre
conversen frecuentemente con los hijos, aprovechando esos
momentos para comentar las fallas que hayan observado y auxiliarlos
a corregirse, indicándoles lo que precisan hacer. Para que haya
consenso en esas orientaciones educativas transmitidas a los hijos,
los padres deben entenderse previamente a fin de evitar opiniones
conflictivas que pueden confundir y desorientar a los educandos.
El modo de proceder de muchos padres, descargando sobre los
hijos la rabia que poseen y haciendo de ellos la válvula de escape de
su nerviosismo, mal humor y frustraciones, no es sólo, apenas, una
actitud equivocada, sino un comportamiento delictivo, por contribuir
para que los hijos los vean como unos brutos, pasando a esconder las
acciones que antes practicaban en presencia de los padres y
tornándose falsos y disimulados, a fin de huir a la reprensión.
Los consejos paternos deben ser suministrados siempre que se
hicieren necesarios y oportunos. La vigilancia atenta y permanente,
con la finalidad de descubrir las fallas del carácter que fueren siendo
reveladas, indicará el momento adecuado.
Falta de respeto, descortesía, desorden, desprolijidad, mentira,
intriga, fingimiento, cinismo, maldad, delación, deslealtad, cobardía y
vanidad son indicios denunciadores de fallas en el carácter de los
niños y jóvenes, exigiendo de los padres una acción cuidadosa, a
través de amonestaciones educativas, que deberán ser suministradas
con amor e interés, en consideraciones claras, objetivas e incisivas.
En la educación de los hijos debe imperar siempre – y por
encima de todo – la sinceridad, la lealtad, la justicia y la verdad. La
curiosidad natural de los pequeños seres debe ser satisfecha, nunca
por medio de las mentiras convencionales, siempre desacreditadoras,
sino, con explicaciones racionales y convincentes, al alcance del
intelecto infantil y juvenil.
En la obra de la naturaleza nada existe de feo o vergonzoso,
cuando los límites de la moral son respetados. A los padres que se
dispusieren a raciocinar y a hacer buen uso de la inteligencia, no les
faltarán recursos de lenguaje para transmitir a los hijos una idea sana,
sobre la sexualidad y orientación adecuada referente a las infecciones
epidémicas, las drogas, el tabaquismo, el alcoholismo y demás vicios.
Los hijos necesitan ser habituados a confiar en los padres para
que éstos puedan orientarlos, esclarecerlos y ayudarlos a buscar
solución para sus problemas. Esa confianza, sin embargo, dejará de
existir, si los progenitores no tuvieren moralidad, decencia,
comedimiento, sensatez, brío, coherencia y conducta ejemplar, o sea,
si no procedieren como desean que los hijos procedan.
Control y vigilancia discretos son dos prácticas que deben estar
siempre presentes en la acción educativa suministrada por los padres.
“Dime con quién andas y te diré quién eres”, e ahí lo que un viejo
proverbio previene. Las malas compañías son siempre perjudiciales, y
la tendencia para el mal es una realidad, tanto más que para ella
concurren la influencia siempre dañina del astral inferior y los errores
acumulados en existencias pasadas.
Son incontables los desvíos que se verifican por influencias de
las malas compañías, de las libertades excesivas, del consentimiento
por encima de lo razonable, de las facilidades y concesiones
aparentemente inofensivas.
Niños y jóvenes deben procurar en el hogar, y no fuera de él, el
consejo sano, el ambiente ameno y confortador, el refugio contra las
tentaciones y los peligros.
Aunque las transformaciones radicales no sean posibles, ni
mismo en la propia convivencia del hogar, en él, pueden ser
alcanzadas grandes conquistas para el perfeccionamiento de la
personalidad. Cuando eso no pudiese ser conseguido, debido a la
rebeldía temperamental de ciertos jóvenes, cualquier mejoramiento
deberá ser motivo de regocijo, porque esa conquista, por diminuta que
parezca, tiene siempre su valor. Por corresponder ese objetivo a una
acción constructiva cuyos resultados se multiplican de generación en
generación, nunca serán demasiados los esfuerzos dispensados por
los padres en la educación de los hijos. Esa actitud deberá ser
fundamentad, invariablemente, en la importante trilogía: trabajo,
honradez y disciplina.
En el fondo del alma, los hijos, aunque no lo demuestren, son
siempre agradecidos a los padres, cuando sienten el interés que
tienen por su futuro. Toda acción educativa debe tener como finalidad
y fuente de inspiración el deseo sincero de los padres de fortalecer el
carácter de los hijos.
La remodelación de la humanidad comienza por la remodelación
de las costumbres de la familia. De ahí la necesidad de ser siempre
elevados los índices de respetabilidad en los hogares, para que las
naciones puedan tener una dirección a la altura de su desarrollo
espiritual y de su conciencia moral.
El bienestar y la felicidad de un pueblo fácilmente se miden por los
sentimientos que lo unen al hogar y a la familia.
SÍNTESIS DE LOS PRINCIPIOS
RACIONALISTAS CRISTIANOS
Una vez reconocida la importancia del pensamiento como fuerza
poderosa de atracción tanto del bien como para el mal, debe el ser
humano, en su beneficio y de aquellos con quienes conviva, orientar
su vida de modo a poner en práctica los conocimientos adquiridos.
Para eso, necesita adoptar, como reglas normativas de conducta, los
principios racionalistas cristianos que mejor se ajusten a las
ocasiones, para obtener éxito en sus emprendimientos y tener buena
asistencia espiritual.
Algunos de esos principios pueden ser así resumidos:
1. Fortalecer la voluntad para la práctica del bien;
2. Identificar, para poder repeler los malos pensamientos y
hacer buen uso del libre albedrío;
3. Cultivar pensamientos elevados a favor del semejante;
4. No desear para los otros lo que no se quiera para sí;
5. Extender su auxilio a quien lo necesite, cuando los medios
y la oportunidad lo permitieren, pero no contribuir para
sustentar la ociosidad y los vicios de quien quiere que sea;
6. Tener consideración por el punto de vista ajeno,
principalmente cuando lo manifestado sea hecho con
sinceridad;
7. No religarse por el pensamiento a personas malignas,
inconvenientes y síquicamente desequilibradas;
8. Combatir la maledicencia;
9. Eliminar del hábito común la discusión acalorada;
10.
Conservar en plena forma la higiene mental y física;
11.
Ejercer el poder de la voluntad contra la irritación;
12.
Mantener el equilibrio de las emociones en el
análisis de los hechos, para no afectar la serenidad
necesaria;
13.
Adoptar, como norma disciplinaria, el hábito sano de
solamente tomar decisiones que se inspiren en el firme
propósito de hacer el bien, accionando, para eso, con
ponderación, justicia, serenidad y valor.
14.
Conducirse respetuosamente en el lenguaje y en las
actitudes;
15.
No descuidar de la cortesía y puntualidad, por ser
éstas reflejos de la buena educación;
16.
Promover, por todos los medios la longevidad, en
atención al principio de que de la salud del cuerpo depende
del buen estado del alma;
17.
Cultivar permanentemente el buen humor, por medio
del cual las células orgánicas reciben influencias
saludables;
18.
Usar comedimiento en el hablar, vestir, trabajar,
dormir, alimentar y recrear;
19.
Dedicarse integralmente a la seguridad y estabilidad
del hogar; y
20.
Perfeccionar al máximo el sentimiento fraternal de la
amistad para con las personas de bien, con la finalidad de
intensificar la corriente armónica afín del planeta, en
beneficio común.
Como dos son las corrientes que envuelven la Tierra – la del
bien y la del mal – el ser humano debe vibrar en armonía con una u
otra, por ser imposible quedar en la posición de neutralidad. Es lógico
y sensato que se muna de los preciosos requisitos que lo mantengan
ligado a la corriente del bien.
CONCLUSIÓN
La mente humana, se desarrolla con el ejercicio constante del
raciocinio y podrá expandirse mucho más a partir del momento en que
una mayor parte de la humanidad despierte para el estudio y la
reflexión sobre los hechos transcendentes de la vida.
Después de un minucioso y profundo análisis del contenido de
esta obra y de haber obtenido sus propias conclusiones, fruto,
naturalmente, de consideraciones hechas a través de la razón,
esperamos que ese análisis lo haya despertado para la importancia de
la espiritualidad en su vivir terreno o que los conocimientos aquí
explanados hayan ido al encuentro de su forma de pensar y actuar en
cuanto a los porqués de la vida.
Si los objetivos del Racionalismo Cristiano, con la edición de
este libro, fueren alcanzados, permítanos invitarlo a profundizarse en
el estudio, a través de la lectura de los libros “La vida fuera de la
materia” y “Práctica del Racionalismo Cristiano” en sus últimas
ediciones, que desdoblan y consubstancian el tema, y también a
practicar la disciplina recomendada, que consiste en un vivir
consciente, equilibrado y armónico.
El Racionalismo Cristiano estimula al lector a creer en sí mismo,
a confiar en la acción de su voluntad y en la fuerza prodigiosa e
inmensurable de su pensamiento. Seguros de los principios
racionalistas cristianos, al colocarlos en práctica desarrollará la
capacidad creadora con relativa facilidad, y podrá contar con
espléndido material para el perfeccionamiento de los atributos morales
y de una personalidad recta, consciente, inquebrantable y vigorosa.
Solamente el conocimiento de la vida espiritual y del origen
común de todos los seres dará a la humanidad la condición de
vislumbrar nuevos horizontes en la Tierra, a través de los cuales
encontrará los caminos que le llevarán a la soñada paz, como
resultado de la fraternidad plena, a establecerse entre los pueblos.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
LIBROS EDITADOS POR EL
RACIONALISMO CRISTIANO
Obras esenciales de la Doctrina
RACIONALISMO CRISTIANO - 45ª edición en portugués
CHRISTIAN RATIONALISM - 45ª edición en Inglés
LA VIDA FUERA DE LA MATERIA – 24 ª edición. Texto e ilustraciones muestran y
explican la asistencia del Astral Superior en las casas racionalistas cristianas; la
ligazón de los seres humanos a las Fuerzas Superiores y a los espíritus del astral
inferior; el campo áurico; los males resultantes de las debilidades y de los vicios y
los fenómenos conocidos como visiones y hechos sobrenaturales.
INCORPOREAL LIFE – 24ª edición – en Inglés.
PRÁCTICA DEL RACIONALISMO CRISTIANO – 13ª edición en portugués
Dirigida a los militantes, en razón de fijar normas disciplinares a ser observadas en
las casas racionalistas cristianas, incluye orientaciones de interés de los
estudiosos e investigadores de la Doctrina.
Obras complementarias:
LA LLAVE DE LA SABIDURIA – de Fernando Faría – 3ª edición.
En lenguaje dirigido para los jóvenes, aborda el Universo y la evolución del
espíritu.
LA FELICIDAD EXISTE – de Luiz de Souza – 14ª edición.
Desdoblamientos de los principios racionalistas cristianos, que ayudan a vencer
los problemas de la vida y a evitar los errores tan comunes que las personas
cometen, en su propio perjuicio.
LA MUERTE NO INTERRUMPE LA VIDA - de Luiz de Souza – 10ªedición.
Lo que llamamos muerte marca la conclusión de una jornada y el comienzo de
otra, pero nunca el fin de lo que no termina: la vida espiritual.
ANTONIO COTTAS, UNA LECCION DE VIDA – de Galdino Rodrigues de
Andrade. Biografía de quien consolidó el Racionalismo Cristiano.
AL ENCUENTRO DE UNA NUEVA ERA – de Luiz de Souza – 8ª edición. Valiosa
contribución a los estudiosos de los porqués de la vida.
CARTAS DOCTRINARIAS – Volumen 26 – de Antonio Cottas – 2ª edición.
Desdoblamientos de los principios racionalistas cristianos, a través de respuestas
de Antonio Cottas a correspondencias recibidas en la Casa Jefe, registrando
hechos de mayor alcance sobre la vida del ser humano.
CIENCIA ESPÍRITA – DE Antonio Pinheiro Guedes – 8ª edición. Importante
contribución para el estudio de la espiritualidad.
COLECCIÓN CLÁSICOS DEL RACIONALISMO CRISTIANO. Volumen 3 – de
Luiz de Mattos. 3ª edición y Volumen 2 – de Luiz de Mattos. Reúnen artículos,
pronunciamientos y lecciones del codificador de la Doctrina, abordando variados
aspectos del vivir humano.
COLECCIÓN CLÁSICOS DEL RACIONALISMO CRISTIANO, Volumen 3 – de
María Cottas. Reúne artículos y pronunciamientos hechos por la ilustre escritora,
hija de Luiz de Mattos y esposa de Antonio Cottas en vida física, y lecciones, en
campo astral, de ese espíritu de luz intensa.
COLECCIÓN LENTES MÁGICOS – LAS AVENTURAS DE LA FAMILIA MATTOS
– volumen 1: conociendo la Fuerza y la Materia; volumen 2: Pensamiento y sus
corrientes, de autoría de Wilson Carnevalli Filho y Marcos Rocha, y Volumen 3:
Explorando la ley de atracción, de Wilson Carnevalli Filho. Historias ilustradas que
permiten a los niños y jóvenes comprender el Racionalismo Cristiano de forma
entretenida.
COMO LLEGUÉ A LA VERDAD – de María de Oliveira – 9ª edición. La autora
describe interesantes fenómenos ocurridos con ella.
CONCEPTOS RACIONALISTAS C RISTIANOS – Folleto distribuido gratuitamente
a los asistentes que comparecen por primera vez a una reunión pública realizada
en las casas racionalistas cristianas. Contiene nociones importantes sobre la
Doctrina, tales como los principios doctrinarios, las leyes evolutivas, la
comprensión de lo que sea una reunión pública, entre otras peculiaridades.
FOLLETO DE LIMPIEZA SÍQUICA –Distribuido gratuitamente en las reuniones
públicas de limpieza síquica y esclarecimiento espiritual realizadas en las casas
racionalistas
cristianas
o
accediendo
a
través
del
sitio
www.racionalismocristao.net, inclusive en audio. Con informaciones de fácil
manejo y consulta rápida, enseña como practicar la disciplina de la limpieza
síquica en el hogar y obtener a través de ella equilibrio interior y tranquilidad
espiritual.
LLUIZ DE MATTOS: SU VIDA, SU OBRA – de Galdino Rodrigues de Andrade – 2ª
edición. Biografía del codificador del Racionalismo Cristiano.
PARA CUANDO LOS REVESES LLEGAREN – de Fernando Faria – 4ª edición. El
libro contiene seleccionados trechos de lecciones del Astral Superior en la Casa
Jefe del Racionalismo Cristiano.
PENSAMIENTOS PARA BIEN VIVIR – Caruso Samel – 4ª edición. Preceptos y
mensajes que fortalecen al ser humano en la lucha por la vida.
RACIONALISMO CRISTIANO Y CIENCIA EXPERIMENTAL – DE Glaci Ribeiro da
Silva – Vol. 1 (2ª edición) y 2. Médica e investigadora, muestra cuanto la ciencia
experimental se beneficiará cuando diere la debida importancia a la vida síquica.
RACIONALISMO CRISTIANO RESPONDE – de Fernando Faria – 7ª edición.
Explica los principios racionalistas cristianos en lenguaje sencillo, en forma de
preguntas y respuestas.
REFLEXIONES SOBRE LOS SENTIMIENTOS. De Caruso Samel – 4ª edición.
Despierta en el lector la comprensión del papel de los sentimientos en el desarrollo
del carácter, con el mejoramiento de las virtudes.
RETROSPECTIVA DOCTRINARIA – de Ulyseses Claudio Pereira – 3ª edición.
Como doctrinador en la Filial Santos, muestra la grandiosidad de las enseñanzas
racionalistas cristianas en lecciones del Astral Superior en la Casa Cuna.
SABER VIVIR – de Pompeu Cantarelli – 3ª edición. Conjunto de artículos de cuño
moral y educativo, organizada por el periodista José Alves Martins.
VALOR DE LOS SENTIMIENTOS – de Caruso Samel. Lleva al lector a reflexionar
sobre los sentimientos y las emociones, a través del desdoblamiento de los
principios del Racionalismo Cristiano.
VIBRACIONES DE LA INTELIGENCIA UNIVERSAL – de Luiz de Mattos - 10ª
edición. Reúne páginas literarias elegidas del codificador del Racionalismo
Cristiano, en su estilo vibrante e inconfundible de un gran periodista y doctrinador.

Documentos relacionados