mapas de caminos que no llevan a roma xvii

Transcripción

mapas de caminos que no llevan a roma xvii
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Mapas de caminos que no
llevan a Roma XVII
Diccionario de amor - desamor
Nueva y ya obsoleta edición
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de
Ángel Pontones Relatos de Carlos Redondo: Negocios Universales
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ESTOY TRATANDO DE ATARME A TI
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En el calor de las primeras noche de junio, cuando estás dentro de mí, a ratos tu
mente cabecea, bosteza sin disimulo y decide que no es mala idea marcharse a otro sitio.
Lo veo con la claridad de un chispazo y me inquieta que el chispazo se apague sin llegar
a saber los adondes. Es como si ella (la mente) se pusiera de puntillas y abandonara
lentamente tu cuerpo a través de esos ojos fijos en algo que sin duda está lejos de aquí, o
por tu boca seca donde crecen gemidos que evidentemente impostas. Se desliza aún
desnuda buscando unos pantalones y algo de suelto, expele una leve ventosidad gama
“soplete suave”, se alisa junto al espejo el cabello que ya perdiste y aprovecha el “más
adentro” que te suelto a bocajarro para simultanearlo con la puerta que cierra
suavemente.
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Repito que me gustaría saber adonde, ya que no me quieres contar porque.
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ME ESTÁ MIRANDO COMO ME MIRABAS TÚ
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No sé porqué esta vez dolió más que otras, ni porqué la primera sensación
de caída en el pozo sin fondo que habitualmente venía untada de una desidia
general, se extendió más allá de las dos semanas de duelo habituales. Mis
sentidos se cerraron como pétalos tanto a los consuelos de gente que piensa que
sabe darlos, como a esas ganas tan nuestras de hacernos trizas y que consisten
en recrearse en viejas y nuevas fotos de viajes compartidos. Fui aparcando sin ser
consciente de ello el viejo y necesario mantra “Tu calle ya es otra más, una calle
cualquiera que lleva a cualquier parte”, y descubrí que al no ser nostálgico ni
compasivo rompía un eslabón de la cadena y no encontraba la manera de curarme.
Perdí sueño, gané ojeras, perdí peso, tanto como para hacer el ridículo arrastrando
en mis gestiones las perneras de mis pantalones de pinza. Un día descubrí que mi
cinturón necesitaba al menos dos agujeros más para serme útil. Conforme doblaba
la esquina del viejo mercado supe que las continuas amenazas de traspaso del
zapatero habían sido escuchadas, y que en lugar del mostrador lleno de polvo con
aromas a colas y a cuero, había nacido un cubículo de comidas para llevar. Tras
un murete de pimientos rellenos de arroz, ensaladilla rellena de huevo y canelones
cubiertos de gorgonzola, estaba ella. Sonreía como si de veras quisiera curarme.
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AÚN NO CONOCES MI PRIMER APELLIDO
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Tres días de ingreso lo habían reconciliado con su tibia, pero suponían una
tortura tremenda para su natural hiperactivo. Su madre se había compadecido del
Iphone hecho trizas junto con el resto de la scooter, y le había acercado al hopital
su notebook, una especie de tablet con teclas que se hizo obsoleta cuando surgió
la Tablet sin ellas. De consultar correos y prensa y jugar a unas cuantas demos,
pasó en breve a páginas de contactos donde se aburría soberanamente. Descubrió
en cambio el atractivo de las redes y de tratar de conocer a gente nueva
husmeando en sus escondites privados. Su escritura elegante y sencilla le
granjearon amistades e incluso cierta popularidad entre chicas de todas las edades
que pululaban por el lugar, y a las que fue etiquetando según el porcentaje de su
soledad que lograban transmitir al mundo. Nunca se había imaginado dotado para
el flirteo pero sus palabras desprendían con las horas muertas y la confianza
creciente, un aroma irresistible. Olvidó incluso el dolor de su pierna. El mismo
accidente le pareció una oportunidad, una ventana a un mundo interior que
desconocía, y que ahora se prestaba a emerger.
Este Shangri-La perfecto duró hasta el instante fatal en que la tecla “D” de
su “notebook” dijo basta con un chasquido burlón. Esta tecla no era sino soporte
del mecanismo que trasladaba instantáneamente el mensaje a la pantalla de 10,5
pulgadas pero por el motivo que fuera no hubo forma que la D volviera a aparecer
en sus conversaciones. Pensó en la proximidad fonética de la “R” en vistas a hacer
una sustitución, pero no tardó ni diez segundos en desechar la idea considerándola
un pobre apaño. Ya presentía el comienzo del fin de aquel imperio elegante y
efímero, al verse obligado a despedirse de sus interlocutoras del chat con frases
como “Me siento obnubilao” “No sabes lo que me ha gustao verte” o “Eres lo que
siempre he soñao”.
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¿CÓMO LLEGAR A ESTO?
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Hemos quedado para cortar, y elegido para ello el banco del parque en el
que nunca quisimos sentarnos, pues el ángulo daba unos tilos que no permitían
contemplar el estanque y los patos. Cada banco tenía su historia, donde los
magreos o las reflexiones tomaban la voz cantante según los estados de ánimo
o la cantidad de público presente. Abril nos ha escogido para ser serenos y
honestos y nos ha obsequiado un bonito catarro y a una esplendorosa alergia
para evitar una parte de los recuerdos-aromas contaminen el momento. A esta
despedida (quede claro que no es la palabra correcta, acorde o justa) hemos
acudido los dos pero también nos hemos traído consigo al presente, que en
este caso son otros él y ella con los que tú y yo comenzamos de nuevo la
cuenta de cero, arrancando las manillas del despertador para que el tiempo no
nos atrape en su juego sombrío, mientras la ilusión nos envuelve en una
deliciosa nube blanca del opio más impermeable a la rutina. Nos comentamos
entre todos el bien que supone aparcar nuestra ya caduca historia, y para
apoyarnos en la idea rebuscamos en el tiempo que hemos perdido intentando
comprender que es lo que fallaba o no encajaba, e incluso en los achaques que
sufrimos debido a ello, desde tu reciente manojo de canas occipital a mi
estúpido tic, desde tu infección de orina intermitente a mis últimas taquicardias
de las dieciocho treinta. No nos dejamos abandonados en el mundo pues la
fortuna ha creado una red de esperanza que nos permite conectarnos con un
futuro mejor que el que imaginábamos hace apenas unos meses. No podemos
hacer más que asentir a los hechos, con la seguridad del que sabe cambia a
mejor,
Es entonces cuando tú o yo, o ellos, descubrimos caído en el suelo, debajo
del banco, el cartel de “recién pintado”.
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CUANDO EL CAFÉ ESTÉ AMARGO
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Antes de remover la manzana-corazón que la espuma ha formado en la
superficie del cortado, convirtiéndome en un dios que hace girar una nebulosa en
expansión, me dio por recordar una de las tardes en las que el nublado no estaba
dentro sino fuera nuestro, y en las que reposábamos el picnic buscando figuras, no
entre las nubes sino entre los huecos de cielo azul que éstas dejaban. Tirando de
imaginación distinguimos tu bolso, una espada, flores, un ticket para entrar a un
mundo sin duda interesante, dos mechones de tu cabello ensortijado, un gesto de
duda, una sonrisa a través de una ventana, dos dedos rozándose en medio de la
charla, el carmín de unos labios tapando el número de teléfono escrito en una
servilleta. La espiral de un cigarro apagado. Unos ojos reflejados en otros. La gota
de sudor que resbala por un extraño pliegue del cuello. Un bulto sin identificar,
posiblemente celos.
Aunque entonces nos reímos mucho hoy ya no sabría explicártelo.
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AL REVÉS SE DICE ROMA
Trabajaba en la biografía definitiva de Sinatra pero sin la presión del plazo
de entrega urgente, pues el centenario-onomástica había tenido lugar el año
anterior, y él había rechazado sus cantos de sirena en vistas a documentarse mejor
para lo que esperaba fuera una obra de referencia que dejara en pañales a todas
las anteriores. Contaba con su ánimo y talento y por si esto no bastara, con la
confianza de una estupenda editora de la que aún no sabía que estaba
enamorado. Aún así no había día en que las inseguridades o las dudas no le
visitaran. Las segundas ya no tenían que ver esencialmente con la relación entre el
cantante y la mafia o entre el cantante, la mafia y los Kennedy, o con cotilleos tales
como si Frank fue la última persona que visitó la cama de Marilyn. La duda actual
tenía que ver con el último y enigmático disco que sacó “La Voz” en vida, poco
después de dos trabajos mediocres pero muy rentables consistentes en duetos de
sus mejores éxitos junto a celebridades del momento.
“Frank Sinatra and the Red Novo Quartet, live in Australia 1959”
contenía parte de la minigira que el cantante realizó por las antípodas aquella
primavera. Su sonido era muy mejorable pero por él desfilaban clásicos adaptados
a un sonido de jazz e interpretados con una voz deslumbrante. Sin desmerecer,
podía situarse un poco por debajo del nivel medio de su discografía. Hete aquí que
casi 40 años después (abril de 1997) este fantasma había emergido del olvido
mientras su autor languidecía en el ocaso de una cama del Cedars-Sinai Hospital.
Como coda de un símbolo no tenía ningún sentido, máxime cuando Sinatra
coqueteó solo ocasionalmente con el jazz, y especialmente tras una catastrófica
gira australiana de 1974 donde el cantante se enfadó con todo el mundo,
llamándolos maricas o putas, englobando al continente bajo el nombre del puerco y
jurando no volver a acercarse al mismo a no ser para contemplarlo hundirse en el
Pácifico. Algo o alguien había preparado este último saludo en el escenario y
nuestro biógrafo solo podía atribuirlo a un extraño error de una discográfica.
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Si este amante del cálculo y la planificación no llevara varios meses sin
cruzar otras palabras con su mujer que las banalidades tipo “Que tal el dia? “Bien”,
es posible que esa noche hubiera compartido sofá con ella mientras por el canal
generalista emitían “La hora final” (1959). Una historia sin mucho margen a la
redención, pespunteada de esa tristeza que no termina de marcharse después de
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verla, alrededor de una humanidad que se muere por la radiación producida en el
último gran conflicto que ha devastado por completo el hemisferio norte. Los
supervivientes del sur han dejado de aferrarse a la esperanza y cuentan los meses
hasta que la nube tóxica llegue a Australia para barrerlos definitivamente del mapa.
Y aún queda vida para vivir, y en ella tiempo para que él y ella inicien una historia
de amor, tan intensa como con obligada fecha de caducidad. Él es el siempre recto
y formal Gregory Peck, ella es una Ava Gardner estupenda, agobiada por la
inmisericorde e interminable ola de calor australiano y perseguida por la prensa
que no deja de recordarle lo rápido que va marchitándose su físico, pero al mismo
tiempo feliz como hacía mucho no lo estaba, pues alguien al que no consigue
olvidar ha cruzado 12000 km para volver a verla.
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