lopez_espinoza_c10_actividad_y_habitos_alimentarios

Transcripción

lopez_espinoza_c10_actividad_y_habitos_alimentarios
CAPÍTULO
10
Actividad y hábitos alimentarios
• Virginia Gabriela Aguilera Cervantes
• Carlos Javier Flores Aguirre
• Cristiano Valerio dos Santos
• Karla Alejandra Damián Medina
• José Guadalupe Salazar Estrada
La actividad ha sido tema de investigación en seres humanos y animales, porque se considera una parte importante
de la vida de los organismos. La importancia del estudio de
la actividad en humanos se debe a que mantenerse activos
es indicador de buena salud. En modelos animales se
ha estudiado con la finalidad de fortalecer teorías que explican la conducta de los organismos. El presente capítulo
tiene como objetivo vislumbrar la relación que guardan la
actividad física y los hábitos alimentarios, con la finalidad
de comprender cómo se establece esta relación y los posibles alcances que se pueden tener para el desarrollo de
nuevas investigaciones.
A qué se le denomina actividad
Un primer punto que es importante delimitar es a qué se le
llama actividad. Existen autores que a partir de su trabajo
experimental en el laboratorio han conceptualizado dicho
fenómeno. Stewart (1898) definió la actividad como la
energía que poseen los organismos para realizar sus funciones corporales. Por otra parte, Richter (1927) consideró
que la movilidad espontánea es un fenómeno que caracteriza la vida de los organismos y es distinta entre las especies; además, propuso que aunque un organismo se encuentre aparentemente en estado inmóvil, dentro de él hay
procesos fisiológicos activos. Afirmó que la actividad espontánea tiene origen fisiológico y se opuso a generalizar la
actividad como todo aquello que un organismo hace. Debido a esto, en sus trabajos realizados sobre la actividad utilizando modelos animales se dedicó a comprobar que la actividad de los organismos está determinada por una nece-
sidad interna. Señaló que la conducta es el medio para
compensar esa necesidad y mantener un estado de equilibrio interno, a lo que llamó regulación conductual. Es decir, el sujeto expresa una conducta para contrarrestar su
estado de necesidad. Por ejemplo, si tiene hambre la conducta será comer; si tiene sed la conducta será beber (Moran y Schulkin, 2000). Para que ambas conductas (comer y
beber) puedan ejecutarse, el sujeto debe moverse y llegar a
la fuente que le proporcionará el alimento o la bebida (i. e.
comedero o bebedero). Es a partir de la regularidad con
que se acude al sitio de abastecimiento de comida como se
establecen los hábitos de alimentación, lo cual se hablará
más adelante.
En 1961, a partir de estudios realizados en modelos
animales (ratas), Young definió la actividad de un organismo como un patrón complejo constituido de algunos segmentos de comportamiento entre los que se encuentran
caminar, correr, escalar, estornudar, morder, roer, comer,
beber, orinar, defecar, aparearse y pelear. Todas estas conductas fueron consideradas como un continuo de lo que se
ha llamado actividad total. Refirió que la ocurrencia de estas conductas es periódica cuando los sujetos están en un
espacio físico constante y disponen de abastecimiento de
comida y agua suficiente.
Las aportaciones de Young (1961) con respecto al estudio de la actividad trascendieron a los seres humanos, al
señalar que el nivel de actividad se basa principalmente en
la observación y la experiencia; que a su vez generan un
constructo teórico y empírico que puede emplearse para
explicar tanto la conducta humana como la animal. De tal
manera, diferentes niveles de actividad pueden ser repre123 124 Sección III Reflexiones psicológicas
sentados en diferentes posiciones del siguiente continuo:
nivel más alto de actividad, emocionado, estado de alerta,
relajado, somnolencia, sueño ligero, sueño profundo, coma
y muerte. En los seres humanos el nivel de actividad varía
dependiendo de diversos factores, como la fatiga, el esfuerzo efectuado, la presencia o ausencia de distractores (p. ej.,
la música), el valor del incentivo, la edad, el sexo, la práctica
previa de actividad y si las personas son hiperquinéticas (p.
ej., activas, habladoras) o hipoquinéticas (p. ej., lentas, letárgicas). A su vez, todos estos factores están sujetos a las
variaciones del tiempo y condiciones externas (p. ej., temperatura, luz, clima).
Por su parte, Caspersen, Powell y Christenson (1985)
definieron la actividad como cualquier movimiento corporal producido por los músculos esqueléticos que resulta en
un gasto de energía. La cantidad de energía requerida para
acompañar una actividad puede medirse en kilojoules (kJ)
o kilocalorías (kcal). Adicionalmente, señalaron que la actividad física puede categorizarse en diferentes formas; sin
embargo, la aproximación comúnmente usada se establece
en función de tres segmentos de la vida diaria, como lo son
el sueño, el trabajo y el ocio. Este último, a su vez, se subdivide en deportes, ejercicios de acondicionamiento y tareas
del hogar. Cada uno de estos segmentos necesita una contribución calórica que se estima por encima de la tasa metabólica basal.
En años recientes, Tou y Wade (2002) definieron la actividad como la energía gastada por un organismo por encima de la tasa metabólica basal y el efecto térmico. Señalaron que en modelos animales la actividad se mide de la
siguiente manera:
1. Actividad locomotora. Cuando los sujetos son expues-
tos a la rueda de actividad, corredores y laberintos.
2. Actividad exploratoria. Cuando se mide a través del
método llamado open field, que consiste en colocar a
los sujetos (rata o ratón) en un espacio donde realizan movimientos exploratorios. Su desplazamiento se
mide en lapsos de 5 a 30 minutos. Se considera que en
este método la actividad es influida por componentes
conductuales y motivacionales. Se estima que la actividad exploratoria abarca del 30 al 60% del gasto total
de energía de los sujetos.
La actividad y los hábitos
alimentarios, parte esencial de la vida
Uno de los fenómenos que caracteriza a la vida animal es el
movimiento. Desde su nacimiento, los seres vivos se enfrentan a pruebas vitales necesarias para garantizar el mantenimiento y desarrollo de su vida. Lo anterior ocurre básicamente entre dos comportamientos: actividad y reposo.
Repetidas variaciones entre la actividad y reposo dan como
resultado un patrón de conductas que se emiten en un pe-
riodo de 24 horas, el cual está determinado por la oscilación en la iluminación. Es importante señalar que la actividad que muestran los organismos varía dependiendo de
que su especie sea diurna o nocturna (Halle y Stenseth,
2000).
Los antecedentes con respecto a la relación que guarda
la actividad con el consumo de alimento y su vinculación
con los hábitos alimentarios se encuentran en la publicación titulada Animal behavior and internal drives, escrita
por Curt Richter en 1927. En dicha obra se documentan
todas las evidencias empíricas obtenidas por el autor y sus
colaboradores de laboratorio durante 1920 y 1926. Allí
también se establece la relación que guarda el hambre (medida en función de las contracciones estomacales) con el
movimiento de los sujetos. En ese documento se afirma
que la actividad, los hábitos alimentarios y las contracciones estomacales están correlacionados. La anterior aseveración se sustentó en el hecho de que los sujetos se mueven
como consecuencia de las contracciones estomacales, que
se asocian a la presencia de hambre. Este movimiento direcciona la búsqueda y el consumo de alimento. Es precisamente a partir de esta asociación entre la presencia
de contracciones estomacales y el consecuente consumo de
alimento que se establecen los hábitos alimentarios, entendidos por Richter (1927) como la regularidad con que
el sujeto se desplaza hacia su fuente de alimentación e ingiere comida. A partir de lo anterior, podemos señalar que
los hábitos alimentarios pueden establecerse con independencia de la interacción social. Debido a ello, consideramos que el concepto de hábitos alimentarios no es privativo de los seres humanos, sino que también es posible
incluirlo en estudios de comportamiento animal vinculados con la alimentación.
Es así que los hábitos alimentarios pueden establecerse a partir de una condición orgánica (p. ej., contracciones
estomacales) que propicia que el sujeto se muestre activo y
salga en busca de comida. Se establece entonces una relación entre las contracciones estomacales y el consumo de
alimento, mediada por la actividad de los sujetos (p. ej.,
desplazamiento). La simultaneidad de la actividad y la alimentación establece la periodicidad de los episodios de
alimentación, donde se asocian la movilidad con las contracciones estomacales. Richter (1927) registró que una
contracción estomacal ocurre de manera simultánea con el
inicio de un periodo de movilidad; si la magnitud de las
contracciones se incrementa, el sujeto llega a ser más activo. Lo anterior le permitió afirmar que el movimiento puede ser una respuesta de hambre, debido a que la cesación
de las contracciones gástricas propicia que el sujeto permanezca quieto.
Previamente, en 1922, Tomi Wada ya había realizado
diversos estudios para probar que el hambre motiva el movimiento de los organismos. Realizó diferentes estudios
con humanos y ratas. Gracias a la solidaridad de dos madres que autorizaron que realizara estudios con bebés de
Capítulo 10 Actividad y hábitos alimentarios
uno y nueve meses de edad, pudo responder los cuestionamientos que dirigieron su investigación. Demostró que el
hambre tiene influencia directa sobre las actividades humanas (e inclusive se considera que es la primera expresión
sensible de la vida), al establecer una correlación entre la
actividad estomacal y la actividad corporal general. A partir de sus estudios, señaló que los humanos, en los primeros años de vida, al sentir hambre manifestamos conductas
como despertar, gritar, retorcernos y llorar. Dichos actos se
asocian con la necesidad de ingerir alimento. Por ello consideró que los primeros hábitos en los seres humanos se
adquieren en función del alimento, y posteriormente es el
alimento lo que propicia la ocurrencia de otras conductas
como la adquisición, posesión, simpatía, gratitud y rivalidad, entre otras.
En estudios realizados con personas adultas, Wada
(1922) confirmó la relación observada en los bebés con respecto a la actividad estomacal y la actividad corporal general. Lo anterior fue registrado a partir de un procedimiento
en el que introducía un tubo por la boca de los participantes. Dicho utensilio portaba en su extremo final un globo
que se alojaba en el estómago del sujeto y a través de ese
aditamento se registraban las contracciones del órgano. La
observación se realizaba durante el periodo de sueño. Algunos participantes se acostaban a dormir luego de tomar
un vaso de leche, mientras que otros se iban a la cama con
la sensación de hambre. El investigador registró que los sujetos que consumían leche antes de dormir se movían menos en comparación con quienes dormían hambrientos. A
partir de estos hallazgos, señaló que la actividad estomacal
y la corporal están relacionadas y que es posible predecir
los periodos de actividad conforme los lapsos de alimentación se acercan. Es así que el hambre tiene influencia directa sobre las actividades humanas y en consecuencia sobre
los hábitos de alimentación, los cuales son susceptibles de
modificarse en relación con la edad de los sujetos y su contacto con el medio externo.
Las investigaciones realizadas con respecto a la actividad también se han hecho en ambientes naturales. Halle y
Stenseth (2000) estudiaron las conductas de algunos mamíferos en su hábitat y reportaron que las más importantes
durante el periodo de actividad fueron la búsqueda de alimento, exploración, búsqueda de compañeros, patrullaje y
defensa del territorio. Identificaron que durante ese lapso
se incrementa el gasto energético, debido a la locomoción,
la termorregulación y el estrés que se genera al estar en
riesgo por la presencia de depredadores. Durante el descanso, los animales muestran conductas que denominaron
de confort, como dormir, acicalarse, jugar, interactuar socialmente con otros integrantes del grupo, alimentarse y
cuidar a las crías.
En los reportes empíricos sobre el estudio de la actividad es común identificar la referencia que se hace al nivel
de la misma, que alude principalmente a la cantidad de actividad que un sujeto realiza en condiciones particulares.
125
En los últimos años, la condición de actividad que en su
momento caracterizó al ser humano se ha degradado poco
a poco, dando origen al sedentarismo. Para autores como
Villegas (2007), eso no es una condición viable para las personas, ya que considera que va en contra de la evolución
humana. Al respecto, argumentó que es complicado pensar que el hombre tuvo que vencer innumerables adversidades donde la actividad física estuvo presente, como caminar largas distancias para obtener alimento de mejor
calidad, principalmente rico en proteínas, y que actualmente sea un ser que se mueve poco y no es cuidadoso con
la calidad del alimento que consume. Todas estas condiciones colocan a los humanos en desventaja para su supervivencia, debido a que se incrementa su vulnerabilidad para
contraer enfermedades crónicas degenerativas.
Adicionalmente, Villegas, López, Martínez, y Luque
(2007) señalaron que las personas obesas y sedentarias tienen mayor riesgo de muerte prematura, mientras que
quienes establecen una rutina de actividad física mantienen un buen estado de salud. Destacaron que la supervivencia del hombre primitivo se caracterizó por las condiciones de actividad, ciclos de alimentación y hambre. En
contraparte, consideraron que las condiciones de la vida
actual (sedentaria) y la disponibilidad de alimentos ricos en
grasas colocan a los seres humanos en desventaja. Ya que la
inactividad afecta al organismo, se reduce su esperanza de
vida, las personas tienen menos fuerza, disminuye su masa
muscular y se reduce su capacidad oxidativa de grasas y
carbohidratos. Es importante señalar que la actividad y la
alimentación son fundamentales. El hombre primitivo
concebía el alimento como una propiedad y los objetos
eran apreciados en función del valor del alimento mismo;
inclusive, las leyes y los actos ceremoniales se relacionaban
de manera directa con los alimentos. Las migraciones que
implicaban el desplazamiento se determinaban por la búsqueda del alimento. Lo anterior prueba que para el ser humano, en algún momento de su periodo evolutivo, el sedentarismo no fue parte de su estilo de vida; sin embargo,
actualmente esto último es una conducta que distingue a
nuestra especie.
Es común escuchar en México la siguiente expresión
coloquial: “No desquitas lo que comes”. La frase está vinculada al hecho de que las personas comen de manera basta y
el trabajo que realizan o la energía que invierten para obtener y consumir el alimento son mínimos. Lo esperado sería, en cambio, que la cantidad de alimento ingerido, o más
específicamente la cantidad de calorías consumidas, estuviesen en función del trabajo realizado (p. ej., energía gastada), con la finalidad de cubrir las necesidades energéticas; pero no ocurre así. Además, la posibilidad de que esto
suceda disminuye si consideramos que los mexicanos estamos expuestos a la diversa y exquisita comida que aquí se
prepara. La cantidad de energía gastada por cada persona
se mide en kilocalorías. Ese gasto se asocia de manera directa con la actividad física, que está determinada por la
126 Sección III Reflexiones psicológicas
cantidad de masa muscular del sujeto, además de la intensidad, la duración y la frecuencia de las contracciones musculares (Caspersen, Powell y Christenson, 1985).
Si las personas consumen más calorías de las necesarias para garantizar el funcionamiento de su organismo, la
consecuencia directa es el almacenamiento del exceso de
energía consumida, que se conviene en tejido adiposo. Al
respecto, López-Fontana, Martínez-González y Martínez
(2003) refirieron que el gasto energético debe ser compensado por el valor calórico que aporta el alimento, con
la finalidad de propiciar un equilibrio energético que evite que el peso de los sujetos varíe y en cierta medida prevenir las condiciones no sólo de obesidad sino también de
desnutrición. Adicionalmente, señalaron que el gasto de la
energía consumida se distribuye aproximadamente de
la siguiente manera: el 5% se pierde en las heces, la orina
y el sudor; del 60 al 75% se utiliza en las funciones metabólica basales, el 10% en la termogénesis y del 10 al 50%
en la actividad física. Es importante señalar que estos
porcentajes en cada una de las vías de gasto calórico dependen, a su vez, de las características de los individuos,
como la composición corporal (p. ej., masa magra, masa
grasa, densidad ósea), la edad, el sexo, estado de salud (p.
ej., el embarazo y enfermedades incapacitantes limitan el
movimiento), factores genéticos y la práctica de actividad
física.
Problemas de salud como la obesidad y su opuesto, la
anorexia, tienen condiciones compartidas. En ambas se
presenta un desbalance energético que se caracteriza por la
ausencia de relación directa entre la ingesta y el gasto calórico (Haller, 1992). En la anorexia se establece un ciclo de
restricción de la ingesta acompañado de incremento en la
actividad física (Gutiérrez y Pellón, 2002). Mientras que en
la obesidad se establece lo contrario: un incremento en la
ingesta de alimento con disminución de la actividad física
(Fox y Hillsdon, 2007). Adicionalmente, Blasco, Capdevila
y Cruz (1994) señalaron que la actividad física tiene efecto
directo sobre la salud, ya que la probabilidad de contraer
enfermedades disminuye y en consecuencia se propicia un
estado de salud óptimo. Esta relación directa entre actividad física y salud se evidencia porque diversos profesionales (fisioterapeutas, enfermeras, psicólogos, antropólogos,
sociólogos y pedagogos) coinciden en señalar que mantener un estilo de vida activo se convierte en un factor protector, no sólo ante enfermedades, sino que trasciende hacia otras dimensiones relacionadas con el bienestar del individuo. La actividad física constituye uno de los principales comportamientos implicados en la salud; sin embargo,
hay más personas sedentarias que activas.
Una estrategia que se ha establecido no sólo en México sino en otros países del mundo es promover la actividad
física como la principal vía del gasto calórico, además de
propiciar que las personas aprendan hábitos de vida sanos
a partir de comer alimentos saludables y de forma equilibrada, con la finalidad de contrarrestar el sedentarismo
(Pintanel y Capdevila, 1999; Tercedor, Jiménez y López,
1998; Turconi, et al., 2008).
Una de las poblaciones que más preocupa a los organismos de salud y a los gubernamentales son los niños y los
jóvenes. Prueba de ello es el proyecto Healthy Lifestyle in
Europe by Nutrition in Adolescence (helena), cuyo objetivo es identificar y comparar datos correspondientes al consumo de alimentos, las actitudes hacia el comer, elección y
preferencia de alimentos, patrones de actividad física, composición corporal, estilos de vida y estados inmunológico y nutrimental (Moreno, et al., 2007). De igual manera, es posible señalar el estudio sobre alimentación y valoración del estado nutricional del adolescente (avena).
Este trabajo se desarrolló en España con el objetivo de establecer una metodología para evaluar el estado de salud, así
como la situación nutricional, metabólica y física de los
adolescentes de ese país. Un objetivo adicional fue identificar trastornos como la obesidad, la anorexia, la bulimia y
las dislipidemias, y posteriormente establecer un programa
de intervención para disminuir la incidencia de esas enfermedades. Las variables analizadas fueron: antecedentes
personales y de entorno, parámetros antropométricos y de
maduración, condición y fuerza física, actividad física, estudio dietético, estudio psicológico, hematología y bioquímica, parámetros inmunológicos, y genotipos (GonzálezGross, et al., 2003; Wärnberg, s.f.). Lo anterior muestra la
preocupación por los hábitos de alimentación, la nutrición
y el estado de salud.
El propósito de identificar los problemas de salud vinculados con los hábitos alimentarios es, sin duda, contar
con las estrategias para modificarlos. Eso significa hacer un
cambio de conducta con respecto a la forma en que nos
alimentamos. Al respecto, Pino, Díaz y López (2011) señalaron que las estrategias educativas (talleres, seminarios,
pláticas, etc.) que hasta ahora se han desarrollado no han
sido satisfactorias, debido a que las personas dejan de asistir. Mencionaron que modificar los hábitos es una tarea
compleja que se dificulta si no se consideran las costumbres, las creencias y las tradiciones, ya que los hábitos de
alimentación se encuentran directamente relacionados
con estas variables. Además, los modelos económicos y
políticos también tienen injerencia directa sobre la conducta, los estilos de vida y la identidad de los sujetos. Lo
anterior demuestra que los problemas de salud en la población no sólo implican los aspectos nutricionales o médicos,
sino que también dependen de aspectos sociales, lo que les
otorga el calificativo de complejos.
Ante esta interrelación entre salud, actividad física y
hábitos de alimentación, los estudiosos del comportamiento nos enfrentamos a un gran reto. Si partimos del hecho
de que una de las finalidades del estudio del comportamiento es explicar y predecir la conducta, y seleccionamos
como sujetos de estudio a humanos, tendremos que considerar que existirá una gran cantidad de variables. Estas últimas interactúan con patrones de conducta que son sus-
Capítulo 10 Actividad y hábitos alimentarios
ceptibles de ser modificados, ya sea por el paso del tiempo
o por la influencia de otras variables. De manera particular,
la actividad en los seres humanos es una variable que se ha
considerado en el estudio del comportamiento. Al respecto, Buckworth y Dishman (2002) han identificado los siguientes antecedentes y consecuentes que influyen sobre el
ejercicio:
1. Factores ambientales. Son el clima, anuncios publicita-
rios, medios de comunicación, calidad del aire, acceso
y facilidades para recibir servicios de salud; seguridad,
tiempo y ubicación geográfica.
2. Factores sociales. Se incluyen el contacto con amigos y
familia, cultura e infraestructura para recreación.
3. Factores cognitivos. Se trata de pensamientos, actitudes, creencias, valores, emociones y autoconcepto.
4. Factores fisiológicos. Son el género, estado de salud,
presencia de dolor o fatiga, habilidades físicas y condición física.
5. Factores personales. Se consideran antecedentes de
realización de ejercicio, historial de salud, educación,
ingresos económicos, personalidad y rasgos físicos.
Adicionalmente, Buckworth y Dishman (2002) señalaron
que es importante considerar que los hábitos son parte del
repertorio de conductas del ser humano y, por tal motivo,
son susceptibles de modificarse e inclusive se pueden adquirir nuevos. A partir de la anterior información es posible señalar a manera de reflexión que la actividad es una
conducta que al realizarse de manera periódica puede considerarse hábito. La actividad como conducta es susceptible de ser modificada, lo que ocurrirá en función de las
condiciones del sujeto y de los estímulos que le anteceden,
mismos que incentivarán el próximo inicio de la actividad.
Deben establecerse factores reforzantes para que el sujeto
adopte una conducta de ejercicio y la mantenga, ya que eso
permitirá comprender cómo las personas modifican su
comportamiento en función del ejercicio y cómo el ejercicio modifica a su vez otras conductas.
Modificar nuestro comportamiento para adoptar conductas consideradas saludables, como beber agua, no consumir sustancias dañinas, ingerir productos saludables,
dormir bien, además de tener espacios de esparcimiento,
diversión y convivencia, es bueno para nosotros y proporciona un estado de bienestar. Al igual que estos factores, el
ejercicio es necesario para los seres humanos, pues ayuda a
conservar la salud; pero muchas personas no lo realizan. Se
ha comprobado en modelos animales que el peso corporal,
la ingesta de alimento y la actividad tienen efecto recíproco. Es decir, la actividad propicia la disminución en el consumo de alimento, lo cual se ve reflejado en disminución
del peso corporal, que a su vez se correlaciona de manera
directa con incremento en la actividad (Belke, 1996). A diferencia de los estudios en modelos animales, los humanos
somos renuentes a realizar actividad física y, en la mayoría
de casos, tendemos a abandonar los programas destinados
127
a desarrollar personas activas. Lo idóneo sería aprender
estilos de vida que propicien bienestar y salud. Al respecto,
Blair, Jacobs y Powell (1985) señalaron que el efecto que
tiene la actividad física sobre la salud y la enfermedad puede analizarse a partir de sus consecuencias directas e indirectas. Las primeras se observan en el control de peso, la
ingesta calórica, la disminución de afectaciones en la salud
y el manejo de las situaciones de estrés. Por otra parte, las
consecuencias indirectas que se atribuyen a la actividad física son que ésta se vuelve incompatible con fumar, sobrealimentarse, consumir sustancias nocivas e ingerir alcohol.
Conclusión
El interés en el estudio de la actividad ha permanecido vigente dentro de la comunidad científica interesada en este
fenómeno, aun cuando tiene más de un siglo que es estudiada, investigada y teorizada. El estudio de la actividad en
modelos animales cobra importancia porque el movimiento es una característica inherente de los seres vivos, cuyas
particularidades varían entre las especies. De esta manera,
existen movimientos característicos para la migración, la
búsqueda de alimento, la huida, el juego, la depredación y
otros. Es decir, la actividad se asocia de manera directa con
conductas que garantizan la adaptación y supervivencia de
los organismos. Sin embargo, en las últimas décadas el interés ha repuntado, lo cual quizá pueda atribuirse a los problemas de salud que presentan los seres humanos. Estos
trastornos se vinculan principalmente con el sedentarismo, al cual se señala como causante de padecimientos
como la obesidad y el cúmulo de enfermedades crónicas
que la acompañan. Como consecuencia, se realizan constantes campañas publicitarias en los medios de comunicación para fomentar la actividad física y el deporte.
Es interesante mencionar que, en sus inicios, la pregunta que direccionaba la investigación científica sobre
actividad era: “¿Qué propicia que un organismo se mueva?” Sin embargo, con los problemas de salud en humanos,
pareciera que la pregunta de investigación se ha modificado y ahora se cuestiona: “¿Qué propicia que un organismo
no se mueva?” Actualmente se siguen realizando estudios
para responder al primer cuestionamiento, gracias a los
avances tecnológicos que permiten realizar mediciones
más precisas para identificar y medir los determinantes de
la actividad. No obstante, la segunda pregunta también
amerita investigaciones, ya que a partir de identificar y caracterizar los factores que propician el sedentarismo se podrán generar alternativas para contrarrestar, en la medida
de lo posible, esta condición.
Existen ventajas en el estudio de la actividad en ambientes controlados de laboratorio, ya que se facilita la vigilancia de la actividad de manera permanente y continua.
No obstante, la actividad también puede ser estudiada en
otros espacios. Sin embargo, deben considerarse los siguientes aspectos:
128 Sección III Reflexiones psicológicas
1. ¿Cómo se registrará la actividad?
2. ¿Dónde se estudiará a los sujetos?
3. ¿Cómo se analizarán los datos recolectados?
Lo anterior, con la finalidad de caracterizar el fenómeno e
identificar sus determinantes.
Se invita, pues, a todos aquellos interesados en este
tema para que sigamos realizando la investigación con
profundo respeto a la actividad, que como se ha descrito a
lo largo de este capítulo, sigue siendo tema vigente y de
gran interés para el estudio del comportamiento y la alimentación.
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