Cultura política y política popular en Michoacán notas

Transcripción

Cultura política y política popular en Michoacán notas
Cultura política y política popular
en Michoacán
notas para su estudio
Eduardo N ava Hernández
U M SN H
I. Cultura política y región
Si, como h a señalado Adolfo Gilly, la cultura nacional “no
puede ser sino la versión local de la cultura universal”,1una
cultura regional no puede, a su vez, sino representar la pecu­
liar modalidad de recepción, asimilación y recreación de la
cultura nacional por una comunidad social delimitada histó­
ricamente como región. Como componente de una totalidad
m ás vasta, la sociedad regional articula, interioriza y reelabora a p artir de su experiencia local ese conjunto de elemen­
tos materiales y productos espirituales, norm as y prácticas
sociales que identifican a la nación como su cultura propia.
Por cultura política entendemos las diversas formas de
conciencia, los hábitos y aspiraciones, las escalas de valores
y las norm as que en una comunidad determ inada condicio­
nan y orientan las conductas y las modalidades de participa­
ción de la gente ante el fenómeno del poder, y que generan
prácticas sociales. Lo que interesa registrar es la naturaleza
dinám ica y contradictoria del comportamiento cívico de la
sociedad mexicana, captar los modos en que, al apropiarse
los distintos grupos regionales de la cultura universal o n a ­
cional, la recrean como cosmovisión particular que les permi­
te articularse y participar en la comunidad promoviendo sus
propios intereses, planteando sus dem andas, generando res­
puestas propias a sus problemas vitales. H ay que reconocer,
por tanto, la entreveración de dispares vetas subculturales,
de opresión y explotación las unas, de solidaridad y de libera­
ción las otras.
II. La cultura política en Michoacán y sus afluentes
La constitución de u n a entidad federativa como Michoacán
en objeto del estudio sociopolítico implica un proceso de abs­
tracción y discriminación de diversos componentes de la
realidad social, indispensable en la delimitación de la totali­
dad concreta a estudiar. La región, construida teóricamente
como punto de partid a analítico, supone asum ir la presencia
de un gran número de diferencias subregionales y aun microrregionales de gran especificidad: en nuestro ejemplo, po­
dríamos señalar el abigarram iento cultural de subregiones
ta n distintas como el Bajío, la Meseta Tarasca, la Costa y la
Tierra Caliente, o la presencia de grupos étnicos disímiles
(purhépechas, náh uatl, otomí-mazahuas) dispersos en las
distintas zonas del estado. El componente histórico y el poder
político h an sido determ inantes p ara agrupar entidades so­
ciales tan diversas en sí m ism as dentro de un mismo espacio
político-cultural. Es en función de ello que es posible —y
necesario— reconocer la existencia de un a cultura michoacana como resultado de un conjunto de vivencias, prácticas y
experiencias comunitarias, que no por ello dejan de ser con­
tradictorias: identidad cultural ante el exterior, diversidad
interna y dinám ica de confrontación entre grupos locales
antagónicos.
Históricamente, por otro lado, M ichoacán se h a visto
atravesado por las tendencias más polarmente contrapues­
tas. B astaría con recordar cómo, en distintas coyunturas —la
Independencia, la Reforma, la Revolución—, las corrientes
político-ideológicas m ás avanzadas del país se h a n expresa­
do regionalm ente generando figuras de la talla de Hidalgo,
Morelos, Ocampo, Múgica y Cárdenas, m ientras por otra
parte el suelo michoacano se h a significado como bastión del
conservadurismo, escenario de luchas religiosas y cuna del
movimiento cristero.
N uevam ente,para explicar tal heterogeneidad de com­
portamientos políticos h ay que recurrir a la acentuada dife­
renciación regional, pero tam bién a la desigual estructura de
clases y a la inexistencia de u na burguesía económica y
políticamente unificada que tenga capacidad de hegemonía
sobre todo el estado.2 Sólo el examen pormenorizado a escala
microrregional perm itiría ubicar en cada caso los aspectos
m ás determ inantes de la dinám ica local: el peso específico de
los componentes indígenas y mestizos, de la vida rural y
urbana, el papel de las oligarquías y cacicazgos locales, de
las influencias religiosas, la presencia de poderes extrarregionales, etcétera.
Se requiere, sin embargo, concretar el estudio en tenden­
cias significativas en un contexto histórico y social regional.
Podríamos señalar como elementos actuantes particulares
de la dinám ica social y política michoacana al menos cinco
afluentes que resultan de la tradición, la historia y los proce­
sos de transform ación política impelidos por el capitalismo.
Sin ser los únicos aspectos, son quizás los que m ás contribu­
yen a perfilar la especificidad regional; difícilmente un estu­
dio que como éste intente caracterizar la cultura política en
Michoacán podría omitir referirse a ellos. Son los siguientes:
en primer lugar, la presencia renovada de un movimiento
campesino e indígena de fuertes raíces comunitarias, que
hoy levanta una serie de reivindicaciones agrarias y cultura­
les y que plantea nuevos desafíos al Estado y a la expansión
del capitalismo; en segundo lugar, la influencia regional (que
en algunos casos es hegemónica) de la Iglesia católica sobre
amplios sectores de la población; en tercer término, el jacobi­
nismo liberal que, originándose en la Ilustración, ha tenido
como asiento fundam ental al Colegio de San Nicolás en el
siglo xix y a la Universidad M ichoacana en distintos momen­
tos del siglo actual; en cuarto lugar, el nacionalismo popular
radical que se origina en la Revolución mexicana y que con­
fluye durante los años veintes y los años treintas en el fenó­
meno del cardenismo, conservándose y mutándose p ara re­
aparecer periódicamente como ala izquierda del movimiento
político; finalmente, las manifestaciones emergentes de una
cultura obrera y sindical novedosa en la región y quizás en el
país, en las zonas de reciente industrialización y crecimiento
acelerado.
En todos los casos, representan tendencias político-cul­
turales presentes y actuantes que encarnan en sujetos socia­
les de mayor o menor relevancia en las luchas por el poder.
Con sus características locales, expresan tendencias que sin
duda están presentes en m uchas otras regiones del país; por
lo tanto, se vinculan con una cultura política, con un a diná­
mica y un sistem a político que son asimismo nacionales.
El resurgimiento de la comunidad indígena
Aunque sus orígenes se rem ontan a las congregaciones del
periodo colonial fundadas por los misioneros franciscanos
en la región, es en los últimos años que la presencia de la
comunidad indígena se h a revitalizado como un movimiento
de grandes alcances políticos y culturales en el estado. E sta
revitalización se da en el marco del aumento de las luchas
cam pesinas debido a la agudización de la crisis agrícola y las
nuevas formas de expansión capitalista en el campo: explo­
tación forestal, extensión de la fruticultura y la ganadería,
apropiación de los recursos naturales por las empresas in ­
dustriales o turísticas, etcétera. Los cambios en el uso de la
tierra, el aum ento de la presión sobre ella y el freno del
reparto agrario h a n generado desde los años setentas el brote
de múltiples movimientos campesinos por todo el país.
Lo que destaca en el caso michoacano h a sido el papel
protagónico asumido por las comunidades indígenas. Estas
se h a n constituido en los baluartes de la lucha agraria; pero
puede afirm arse que representan tam bién un fenómeno de
resurgimiento cultural y político de grupos antes dúctiles a la
manipulación ideológica oficial.
Ya durante los años veintes fue fundada la Liga de
Comunidades A grarias de Michoacán que, bajo la dirección
de Primo Tapia, logró la dotación de diversas comunidades
de la Ciénega de Zacapu como N aranja, Tiríndaro, Tarejero
y Villa Jiménez. En ellas se impulsó “el cultivo de la tierra en
forma que ellos llam aron m ancom unada, a excepción de
Tarejero, que lo hizo en forma cooperativa”.3Los campesinos
se hacían llam ar comuneros o com unistas y participaban en
faenas colectivas, socializando también el producto.
Posteriormente, en 1931, el gobernador Lázaro Cárde­
nas dio inicio de hecho a la restitución de propiedades comu­
nales y nulificó los contratos de arrendam iento de montes
pertenecientes a u na veintena de comunidades de la Meseta
Tarasca, devolviendo a éstas el control sobre sus bosques.
Fuera de esta región, sin embargo, la norm a fue denegar la
restitución a los pueblos que la solicitaban, y más aún si
carecían de la documentación requerida para dem ostrar la
propiedad sobre las tierras. A falta de títulos, m uchas comu­
nidades tuvieron que aceptar el cambio de su situación jurídi­
ca y fueron dotados por la vía ejidal.4
A pesar de ser Michoacán u na de las regiones en las que
el reparto agrario cumplió más cabalmente con su cometido,
la evolución reciente lo h a convertido en uno de los estados
con m ayor número de conflictos por tierras; y, estrechamente
relacionada con ellos, la forma comunal de organización ha
sido el recurso defensivo-ofensivo por excelencia del movi­
miento campesino ante la am enaza capitalista. La moviliza­
ción de las comunidades indígenas agrarias h a generado sus
propias formas de agrupación, entre las cuales la más impor­
tan te es, sin ninguna duda, la Unión de Comuneros Emiliano
Z apata ( u c e z ).
El hecho resulta mucho m ás significativo si se piensa
que, desde el punto de vista económico, las tendencias a la
desintegración de la comunidad indígena como unidad y por
tanto a la incorporación de sus miembros a la economía
mercantil capitalista no h an sido muy diferentes en Michoa­
cán con respecto del resto del país. El renacimiento del movi­
miento comunal se explica por el propio efecto de la crisis de
la economía cam pesina y por la presión del capital ya no sólo
por subordinar al productor campesino sino por apropiarse
directamente de la tierra y de los recursos productivos.
Desde su fundación en 1979, la u c e z h a venido agluti­
nando a un gran número de comunidades indígenas, núcleos
agrarios y solicitantes de tierras que en su gran mayoría
presentan como denominador común su reivindicación —
m uchas veces histórica— frente a las diversas especies del
despojo. Lo peculiar consiste en unir las dem andas agrarias
con el desarrollo de una concepción político-cultural basada
en la estructura de la comunidad indígena. Como uno de sus
estudiosos h a descrito, la u c e z “está hecha a imagen y seme­
janza de las comunidades indígenas. De éstas tra ta de recu­
perar las formas colectivas de decisión y de trabajo, la impor­
tancia de la asam blea como órgano de dirección y el carácter
impersonal de la participación”/1No es sólo el hecho de que
las comunidades pertenecientes a los distintos grupos étni-
eos de la entidad constituyan la base social más im portante
del movimiento y su sector más avanzado, se tra ta de una
recuperación y promoción consciente de las formas comuna­
les de organización con un claro sentido reivindicativo y
anticapitalista (en ello consiste su carácter ofensivo y revolu­
cionario). La u c e z no sólo propugna la defensa de los bienes
de las comunidades ya existentes, también im pulsa y difun­
de las norm as comunales de organización entre los nuevos
grupos de solicitantes de tierra, m uchas veces aprovechando
la forma jurídica de las comunidades de hecho, es decir, las
que sin contar con títulos virreinales o documento alguno, o
que habiéndolo tenido no h a sido encontrado, guardan el
estado comunal. Como afirm a el dirigente y asesor legal de la
u c e z , Efrén Capiz:
La lucha nuestra se centra en parte en ese aspecto. Nosotros
hemos organizado muchas, recalcando, muchas comunidades
de hecho. En todos aquellos casos donde los compañeros cam­
pesinos duraron diez, quince, veinte, cuarenta años en lucha
por obtener tierras por las vías de dotación, ampliación o
nuevos centros de población y no las tuvieron, en la U nión de
Comuneros ya las tienen, y prácticamente de un año para otro
se convierten en comuneros, y en comuneros con tierra. ¿Có­
mo? Pues desde luego organizando, constituyendo lo que se
llam a las comunidades de hecho, que es una coyuntura que
afortunadamente todavía prevalece en la propia Constitución
y que nosotros aprovechamos para lograr que los compañeros
que no tienen tierra la tengan, aunque nos ataquen muy duro
por ese aspecto.
El movimiento campesino se h a fortalecido a través de
esa vía, unificando en un a m ism a lucha —por la defensa de
la com unidad— a distintas categorías de campesinos (indí­
genas, ejidatarios, solicitantes de tierra), y h a generado una
ideología política particular: el comunalismo indígena, que
se entiende en términos muy sencillos, como la propiedad,
posesión, trabajo, disfrute y defensa de la tierra en común;
forma de organización en la que la u c e z ve la clave p ara una
lucha revolucionaria radical que conduce al enfrentamiento
con el Estado y con el sistema.
¿Por qué a nosotros, a las comunidades, nos persiguen tanto?
¿Por qué nos agreden constantemente? Precisamente porque
nosotros atacamos en parte los cimientos de la propia socie­
dad capitalista. Al luchar por la propiedad y posesión común
de la tierra y de todos los demás recursos naturales —aguas,
bosques, montes, m inas—, esto va en contra de los cimientos
mismos que sustentan al sistem a capitalista, que es la propie­
dad privada sobre los medios de producción.
Se dice que la lucha por la tierra y lo que nosotros hacemos
no es más que una lucha de carácter reivindicativo. Nosotros
decimos que no es cierto. Nuestra lucha consideramos que es
eminentemente política, porque trata de recuperar la tierra de
que han sido despojadas las comunidades indígenas. Al per­
der la burguesía rural (ahora a lo mejor ya no se le puede
llamar así, pues vive en las ciudades) la tierra en favor de las
comunidades que luchan por ella, se le despoja de un medio de
producción; con ello, en cierto sentido, pierde poder económi­
co, y al perder poder económico pierde poder político, al menos
en la región donde tenía la tierra.7
El comunismo indígena, cuando finalmente es asumido
—no sin dificultades en la mayoría de las veces— por los
núcleos agrarios, es visto como un avance ideológico y moral
con respecto al individualismo en el que el sistem a ha forma­
do la m entalidad de los campesinos. Hay aquí una reivindi­
cación cultural de la vida comunitaria, a la que se concibe
como éticamente superior a la moderna sociedad capitalis­
ta .8
Desde este punto de vista, la lucha agraria y la recupera­
ción étnica cultural van indisolublemente ligadas y se identi­
fican. En la ocupación de sus tierras comunales por el capital
los indígenas ven la forma últim a de agresión por un sistema
de explotación y segregación ya seculares; m as en sus pro­
pias formas históricas de organización social buscan encon­
tra r una respuesta política eficaz contra la desposesión siste­
m ática de que son objeto. La comunidad organizada es la
condición fundam ental p ara obtener o conservar la tierra; y
la posesión de ésta, una vez lograda, refuerza los vínculos
comunitarios y se constituye en un verdadero efecto de de­
mostración p ara otros grupos campesinos.
Muchos conflictos (semejantes) con propietarios priva­
dos, com pañías aserradoras o talam ontes clandestinos, frac-
donadores, propietarios de huertas aguacateras, etcétera,
m antienen la lucha de diversas comunidades por todo el
estado: San Isidro A ltahuerta, San Bartolo Cuitareo, Ocumicho, Tingambato, Cerro Blanco, H uerta de Gám bara, San
Francisco Peribán, El Varal, San Gabriel, Tirindiritzio, Gua­
camayas... Todos ellos evidencian la generalización de la
lucha por la tierra y por los recursos naturales en la fase
actual de desarrollo capitalista en M ichoacán y el papel que
los indígenas están jugando en este proceso.
El Estado, por su parte, se h a dotado de dos tipos de
instrum entos com plem entariamente usados p a ra tra ta r con
las comunidades y grupos indígenas: la política agraria y la
política indigenista, am bas producto del régimen posrevolu­
cionario y am bas orientadas a debilitar las formas com una­
les de organización. Con el inicio de la etapa caracterizada
como de contrarreform a agraria, después de 1940, se frenóla
restitución y confirmación de bienes comunales, y se favore­
ció a la propiedad privada extendiéndole certificados de inafectabilidad, am pliando su extensión y (con Miguel Alemán)
concediéndole el beneficio del am paro contra resoluciones
presidenciales inclusive. Paralelam ente, se comenzó a des­
plegar la política cultural indigenista a través de la escuela
rural, dirigida a la aculturación, castellanización e integra­
ción del indígena a la llam ada sociedad nacional. “Por inte­
gración”, dice Bonfil Batalla, “debe entenderse asimilación,
pérdida de identidad e incorporación plena a un a sociedad
nacional que se cree o se quiere homogénea”.9 Con la política
ag raria (la realmente existente, no la que se plasm a en dis­
cursos, leyes y declaraciones) se restringen, limitan, condi­
cionan o despojan las tierras y recursos productivos pertene­
c ien tes a la s c o m u n id a d e s in d íg e n a s . Con la p o lítica
indigenista se pretende “quitarles lo indio”, socavar su iden­
tidad cultural, debilitar su cohesión interna y su capacidad
de resistencia.
N ada tiene de extraño, entonces, que las comunidades
organicen su rebeldía precisamente sobre estos dos ejes: el
rechazo a la política ag raria del Estado, que ellas sienten
como “anticom unal y a n tia g ra rista ” y la reivindicación de
su cultura (lengua, costumbres, tradiciones, formas de orga
nización política, vida cotidiana, etc.) ante los intentos de
im ponerles patro n es a u to rita ria m e n te promovidos desde
arriba, desde el Estado y el capital.
El resurgimiento del movimiento indígena en Michoa­
cán no es, entonces, el de un añejo e irresuelto problema
étnico referido a un pasado colonial o prehispánico. Lo signi­
ficativo del hecho consiste en que las dem andas comunales
movilizan hoy por hoy en número creciente a campesinos
mestizos que conscientemente buscan ser identificados como
“indios”, como comuneros. En sus dem andas políticas, ag ra­
rias, culturales, se percibe no el reclamo de la “m inoría”
oprimida y m arginada sino, con claridad cada vez mayor, la
rebelión clasista de los campesinos contra las modernas
vías de explotación por el capital. Tampoco se tra ta de un
movimiento romántico o reaccionario, pues como h a escrito
Armando B artray“la resistencia rural al ‘progreso’, impreg­
n ad a de milenarismo e idealizadora del pasado, no puede
calificarse fácilmente de reaccionaria, si tomamos en cuenta
que en nuestro país el proyecto burgués no se impone por una
vía democrático-popular sino a través del despotismo y la
expoliación de los trabajadores”.10
Por esa razón, es difícil que el movimiento indígena se
apague o tienda a desaparecer en el corto plazo. Ningún
recurso parece suficiente contra un fenómeno social de tan
profundas raíces al que la situación de crisis, explotación y
despojo tiende a exacerbar.
Religiosidad y política
En 1982 la opinión pública nacional se estremeció al conocer
la existencia del poblado “Nueva Jeru salén ” en tierras de
Michoacán. Fundado por un viejo párroco de la región de
P u ru arán conocido como “P apá N abor” y sede, de un movi­
miento católico tradicionalista dedicado a la adoración de la
Virgen del Rosario, portador de un fanatism o anacrónico y
oscurantista, desde 1973, la Nueva Jerusalén se h a venido
convirtiendo en centro de peregrinación para miles de cre­
yentes del estado y de otros puntos del país.
Fraudes aparte, el asunto de la Nueva Jerusalén no es
sino un caso extremo de fanatism o al margen de la propia
Iglesia institucional, pero que ilustra de algún modo el acen­
drado catolicismo que prevalece en esa y en otras regiones del
estado de Michoacán.
De hecho, en d istintas zonas y momentos históricos, el
pensam iento religioso y la Iglesia católica h a n ejercido un
papel claram ente hegemónico y una influencia social deter­
m inante. Así h a ocurrido, por ejemplo, en el caso de Zamora,
pero tam bién en otras regiones menos estudiadas.
Por tratarse de u na región agrícola próspera en la que se
constituyó tem pranam ente una oligarquía muy poderosa
vinculada al mercado regional, el Bajío zam orano contó des­
de mediados del siglo xix con una g ran fuerza económica y
una relativa independencia frente a los poderes centrales. El
elemento religioso sirvió como cohesionador social funda­
m ental h a s ta que fue debilitado por el proceso de reforma
agraria en los años treintas.11 La Iglesia allí “radicalizó (...) su
intransigencia respecto de su propia membrecía, p ara lo cual
puso en m archa un program a anti-modernista destinado a
conservar el occidente de Michoacán inm une al contagio
liberal, y destinado, por lo mismo, a preservar su control
religioso sobre la población, así como su propia posición de
fuerza política y m o r a r’.12 El integrismo religioso de la Igle­
sia zam orana llegó inclusive a desarrollar una política social
hacia los obreros y jornaleros de las haciendas, a través de
sindicatos y círculos católicos que buscaban la conciliación
de clases y el debilitamiento de las influencias liberales.
Y aunque tal proyecto clerical fue finalm ente derrotado
con la consolidación política del Estado posrevolucionario en
las décadas de los veintes y los treintas, ha dejado tras de sí
una innegable presencia ideológica y moral sobre la región
de Zamora. Hoy, es ésta una de las dos únicas diócesis en
México encabezadas por obispos tradicionalistas. El tradi­
cionalismo no acepta, como es sabido, las modificaciones
litúrgicas introducidas por el Concilio V aticano II y llega a
cuestionar la legitimidad del papado a partir de Paulo VI.
Por otro lado, Zam ora h a sido tam bién uno de los m uni­
cipios michoacanos donde m ás se h a fortalecido, con el apo­
yo de im portantes sectores de la iniciativa privada y de gru­
pos co nservadores, el P artid o Acción N acional. E ste h a
obtenido triunfos por dos veces consecutivas en las eleccio­
nes municipales, adem ás de obtener por m ayoría relativa la
representación distrital ante la C ám ara de Diputados Fede­
ral. Recientemente, el p a n ha conquistado también la presi­
dencia del municipio de Jacona, vecino próximo del zamorano. E sta tendencia ascendente del panismo en la región no
ha hecho sino consolidar el arraigo que desde sus orígenes
logró el p a n en el estado de Michoacán, sin duda mayor que
en casi cualquier otra entidad de la República.13
En otras zonas de Michoacán, la influencia conserva­
dora de la religión no se traduce en el apoyo al p a n , sino al
Partido Demócrata Mexicano. Si el panism o representa, por
decirlo así, la versión u rbana de esta tendencia, el “gallito”
es su contraparte campesina. Pues también es en Michoacán
donde el p d m m antiene una de sus presencias m ás im portan­
tes a nivel nacional. El porqué de esta penetración del clerica­
lismo en el medio rural tiene que explicarse partiendo de la
estrecha conexión de la Iglesia con los hacendados, estableci­
da desde la época colonial en que el centro del país (G uana­
juato, Jalisco, Michoacán, Colima, Zacatecas, San Luis Poto­
sí) fue la región agrícola más importante. Dicha relación fue
refrendada posteriormente en distintas coyunturas (la Refor­
ma, el Porfiriato), y la Iglesia mism a se convirtió en defenso­
ra del régimen hacendario, cabeza de la oposición a la refor­
m a ag raria y promotora del movimiento cristero.
A pesar de que la ideología conservadora católica se
encuentra en retirada, m antiene entre los campesinos michoacanos un fuerte arraigo, difícil de medir pero también de
negar. Si la presencia del partido sinarquista puede servir
para apreciarlo, puede decirse que se tra ta de una tendencia
bastande difundida. El p d m es la más extendida de las fuer­
zas de oposición en M ichoacán, especialmente én los munici­
pios rurales, y aunque casi nunca se le h an reconocido triun­
fos electorales, ello se puede deber a que presumiblemente es
una de las fuerzas políticas que más ha resentido el fraude
electoral, por lo que ni siquiera el número de sufragios que se
le reconocen sería un indicador suficiente de su verdadera
incidencia.
V alorar el papel del catolicismo como componente ideo­
lógico y político-cultural, en un sentido más amplio, excede
con mucho a las posibilidades de este trabajo. Porque es
evidente que m ás allá de sus facetas directamente políticas,
la religiosidad está presente en la mayor parte de la pobla­
ción de M ichoacán y del país. Si Pablo González C asanova
pudo considerar al clero como uno de los factores reales de
poder, no es tanto por las agrupaciones y partidos políticos
que directamente se presentan como portavoces del punto de
vista eclesiástico, sino por la multitud de vasos com unican­
tes a través de los cuales la Iglesia influye en el pensam iento
y actitudes políticas de la población: asociaciones devotas,
medios de prensa, escuelas confesionales, peregrinaciones y
procesiones, así como el uso virtual del púlpito como tribuna.
En general, el clero no requiere convocar directamente a sus
fieles a votar o apoyar políticamente a los partidos católicos;
su acción política, a fuerza de chocar con el Estado h a apren­
dido a ser m ás sutil y a buscar medios menos violentos de
expresión.
Pero por otra parte no puede olvidarse la potencialidad
liberadora que la religiosidad contiene en tanto profundo
vínculo comunitario. En San Miguel de Aquila, por ejemplo,
territorio que fuera considerado como “zona liberada” du ran ­
te la guerra cristera junto con otros de la costa occidental,
tendríam os un caso de transform ación de la visión cristiana
de los problemas sociales de acuerdo con la Teología de la
Liberación, así como de acercamiento parroquial a las luchas
de la comunidad. Ahí, la liturgia m ism a h a sido puesta al
servicio de la unificación de los indígenas en su enfrenta­
miento con los caciques y el capital.
Como este caso, seguram ente otros podrían señalarse
(particularm ente en la costa michoacana). Aun en esta enti­
dad de tradicionalism o religioso están presentes las actuales
tendencias de un a Iglesia social vinculada a los problemas
de la comunidad, que no puede eludir, a fin de cuentas, la
relación que guarda con la sociedad dinám ica y contradicto­
ria en la que se encuentra. Mal podría caracterizarse, enton­
ces, el papel de la institución eclesiástica en la cultura políti­
ca de M ichoacán si no se incorpora esta faceta progresista
cuyos antecedentes podrían rem ontarse, acaso, al siglo xvm
y xix en que el sacerdocio dé la región vivió el auge de la
Ilustración cuyo producto m ás radical fueron los curas que
lucharon al lado del pueblo durante la Independencia, enca­
bezados n ad a menos que por Hidalgo y Morelos; o aún más
lejos, h a sta la llegada de los primeros misioneros francisca­
nos en el siglo xvi, entre los que sobresale Vasco de Quiroga
como portador de un pensamiento hum anista y lúcido.
Pues h a sido propio de la tradición cultural michoacana
esa confluencia entre religiosidad y política y esa diferencia­
ción interna de la Iglesia católica que desde tiempos lejanos
produjo un clero progresista identificado con lo popular.
El nicolaicismo, la tradición liberal
Fundado en 1540 por Vasco de Quiroga y desde la etapa
colonial constituido en el centro m ás im portante de difusión
de un pensamiento educativo y social de vanguardia en la
región, el Colegio de San Nicolás representa uno de los mejo­
res ejemplos del progresismo religioso y después, durante el
siglo xix, de la adopción del liberalismo con un sentido socialpopular.
Las referencias históricas son ineludibles. Desde sus
primeros tiempos el Colegio de San Nicolás asumió caracte­
rísticas particulares entre los centros educativos de la Nueva
España. Quiroga mismo lo concibió como un colegio demo­
crático dirigido a form ar “perpetuamente gratis” —según su
testam ento— a los jóvenes indígenas. A ellos mismos debía
pertenecer el plantel, aunque también pudieran estudiar en él
los hijos de españoles y mestizos. Siendo un colegio religioso,
don Vasco gestionó y obtuvo de la Corona española el título
de Real, y lo puso en m anos de un patronato laico constituido
por la Real Audiencia de México y el Cabildo de Valladolid,
con lo que de hecho lo dotó de autonomía con respecto de la
Iglesia. En él procuró la enseñanza no sólo de la teología sino
de todas las ciencias y las artes conocidas, y pugnó por
dotarlo de profesores jesuítas (lo que sólo se logró en 1574,
después de la muerte de su fundador), a quienes consideraba
como los m ás instruidos y aptos para la cátedra, generando
desde entonces un am biente cultural abierto y de espíritu
crítico y h u m a n ista.14
Con esos antecedentes, San Nicolás funcionó ininte­
rrum pidam ente h a s ta el inicio de la guerra independentista
de 1810, convirtiéndose en foco de difusión de lo más avanza­
do del conocimiento de la época y aun de la crítica teológica.
Sobra mencionar que ese carácter popular, crítico y científico
está en la raíz cultural no sólo de Hidalgo (estudiante, profe­
sor y rector), y de Morelos, sino de toda una generación de
pensadores de la insurgencia.
Su liberalismo le viene al Colegio de su fase de reapertu­
ra en 1847, bajo los auspicios del entonces gobernador de
Michoacán, Melchor Ocampo. De sus aulas emanó a p artir de
entonces no ta n sólo un pensam iento de ese carácter, sino
tam bién un a generación política e intelectual que se adhirió
a la Reforma participando en este periodo de luchas intesti­
nas y antiim perialistas. Cerrado por segunda vez (durante
cuatro años) por la acción del ejército francés, reabre sus
puertas en 1867 al triunfo de la República, sin perder jam ás
su ideología distintiva, liberal y progresita, ni siquiera en el
periodo porfirista.
Es precisamente en esta etapa de finales del siglo xixy
principios del xx cuando comienza a hablarse de nicolaicismo con un sentido ideológico eminentemente revolucionario.
Los estudiantes del Colegio participan en las aulas contra la
dictadura de Porfirio Díaz y su representante en el estado, el
gobernador Aristeo Mercado. Al estallido de la revolución
m aderista se incorporan a la lucha muchos nicolaítas como
P ascual Ortiz Rubio, Isaac Arriaga, Cayetano Andrade, Mi­
guel Silva y Sidronio Sánchez Pineda, entre otros.
El Colegio de San Nicolás se transform a en U niversi­
dad M ichoacana en 1917, periodo en que se inicia una época
de oro del nicolaicismo revolucionario. Aunque nace como
una Universidad formalmente autónoma, es de entonces que
se le puede considerar de hecho como una Universidad del
estado,lñ Se concibe a sí m ism a como una institución em an a­
da de la Revolución Mexicana y por lo tanto tributaria de
su ideología social. El nicolaicismo se transform a en jacobi­
nismo; los estudiantes y profesores se adhieren a las acciones
revolucionarias del Estado y participan de diversos modos
en acciones de extensión hacia la sociedad, como cam pañas
de vacunación y de educación sexual a la población.16 La
generación de los veintes llegaría a ser uno de los apoyos más
im portantes a los gobiernos de Lázaro Cárdenas, primero en
la entidad y posteriormente en la presidencia de la Repú­
blica.
“Más tarde —escribe Pablo G. Macías—, en las aulas del
Colegio de San Nicolás se gestó la reforma de los artículos 3Q
y 4- constitucionales”, pues nicolaítas fueron quienes como
Alberto Bremauntz, Alberto Coria, Gabino Vázquez y Carlos
González Herrejón redactaron junto con Luis Enrique Erro y
Narciso Bassols la propuesta que incorporó la tesis de la
educación socialista.17 E sta tesis sería un elemento distinti­
vo que im primiría sentido social a la U niversidad a partir de
la Ley O rgánica de 1939, conquistada a través de un movi­
miento que tam bién llevó a la rectoría a uno de los exponen­
tes m ás destacados de la corriente nicolaíta radical: Natalio
Vázquez Pallares. Sin ambages, éste llegó a considerar al
movimiento triunfante como el inicio de “la creación de una
verdadera U niversidad socialista que será nuestro mejor tri­
buto a la Revolución social de México”.
La U niversidad se identificó con la corriente más radi­
cal de la Revolución M exicana que, con Cárdenas en la presi­
dencia, impulsó las im portantes reformas sociales que son
conocidas, y de cuyos miembros se extrajeron varios de los
cuadros dirigentes que acom pañaron al general en este perio­
do. Por esta razón, fue tam bién arena donde se escenificaron
algunos de los conflictos más im portantes con los grupos
antagónicos al cardenismo.
El nicolaicismo no desapareció del discurso oficial uni­
versitario durante los últimos veinte años, pero se tra ta sólo
de una idea ya hueca y despojada de sus contenidos sociales y
revolucionarios. Se le sigue empleando como un recurso de
evocación legitimadora en cada ceremonia del 8 de mayo, en
cada homenaje a Ocampo y en cada ocasión que lo amerite,
pero sobre todo para asim ilar la Universidad a la ideología
gubernam ental. Las luchas universitarias, la autonomía y la
democracia han sido sólo valores abstractos a los que en la
práctica se h a combatido durante todo este tiempo. Lo que ha
probado ha sido el anticomunismo como ideología oficial.
Hoy la U niversidad es, más que nunca, una institución
de estado, sólo formalmente autónom a y en realidad estre­
cham ente dependiente del gobierno estatal.
Culturalmente, se h a empobrecido al extremo y es una
casa de estudios desvinculada de su entorno social, cuya
incidencia no va m ás allá de las zonas urbanas de Morelia y
U ruapan —sobre todo de la prim era—, en donde tiene sus
dependencias. A diferencia de las generaciones de los años
veintes o de los treintas, los actuales estudiantes y egresados
son ajenos a los problemas del estado, del país y del mundo, y
han olvidado que “las llam adas carreras liberales deberían
dejar de ser modos de enriquecimiento para convertirse en
factores de servicio público y bienestar colectivo”.18
Como pocas universidades en el país, la m ichoacana ha
expresado en su interior, en diversas ocasiones (en 1939, en
1961,1963,1966 y recientemente en 1986) y de m anera polari­
zada las contradicciones sociales y políticas de la región. A
partir de los episodios de los años sesentas en que se cierra la
etapa del nicolaicismo socialista de la Revolución Mexicana,
se abre tam bién la de las luchas de la U niversidad de m asas,
con una pérdida de consenso de la hegemonía estatal y con
tendencias a que las dem andas de los distintos sectores que
integran la comunidad universitaria enfrenten a la burocra­
cia universitaria en la que reconocen al representante del
Estado. En las aspiraciones de democracia participativa, de
reforma académica y de mejores condiciones p ara el trabajo
docente y de investigación el nicolaicismo se h a fundido con
el moderno movimiento universitario. Como lo h a dem ostra­
do la experiencia reciente, la Universidad sigue siendo un
campo donde se m anifiestan las luchas de clases, donde
subsisten y se desarrollan con una fuerte presencia las co­
rrientes m ás avanzadas, ya sean de izquierda o simplemente
democráticas, y en el que amplios grupos organizados o sus­
ceptibles de organización se conservan con un gran potencial
de transform ación de la propia universidad y quizás del resto
de la sociedad.
El cardenismo
Si hoy alguna forma de la cultura política conserva su vitali­
dad en Michoacán como cultura popular es el cardenismo.
Con toda seguridad, en mucho mayor medida que en cual­
quier otra región del país están presentes aquí la figura y la
obra de Lázaro Cárdenas, m arcadas con profundidad en la
memoria colectiva.
En Michoacán, se ha dicho muchas veces, se gestó el
cardenismo que después se consolidó políticamente a escala
nacional como una línea popular, nacionalista y revolucio­
naria. C árdenas llegó a la gubernatura en plena guerra cristera y con el antecedente de haber sido previamente jefe de
operaciones militares y dos veces gobernador interino del
estado. Desde la prim era vez, en 1920, “se preocupó por esta­
blecer el salario mínimo p ara los trabajadores, y deshizo la
conjura que los grupos reaccionarios h ab ían montado para
impedir el acceso de Francisco J. Múgica al poder”.19 En ese
entonces comenzó tam bién a cultivar el respeto y la populari­
dad que le permitieron postularse en 1928 como cantidato de
unidad de las distintas fuerzas que form aban el bloque revo­
lucionario en Michoacán, lo que ya era un logro. Tenía frente
a sí, al tom ar el poder, dos grandes tareas: la pacificación en
el estado de la rebelión cristera y la creación de una fuerza
social organizada que le permitiera llevar a cabo las refor­
m as que el proceso revolucionario no había llegado a cumplir
en Michoacán, sobre todo después de la deposición de Múgica
por el presidente Obregón en 1922. Lo primero lo logró asu­
miendo directamente el mando m ilitar y ofreciendo am nistía
a los jefes guerrilleros; lo segundo, auspiciando la formación
de la Confederación Revolucionaria M ichoacana del Trabajo
( c r m d t ).
D urante su gobierno en Michoacán, C árdenas impulsó
la realización del Prim er Congreso Michoacano, en 1929, del
que nació la Federación A graria y Forestal del Estado de
Michoacán; promovió la formación de sindicatos agrícolas
en diversas regiones; dio inicio al reparto agrario con la
dotación de más de 141 mil hectáreas a 181 pueblos, m ás que
lo repartido por todos sus antecesores; expidió la Ley de
Tierras Ociosas del 20 de mayo de 1930, la Ley Número 46 del
19 de junio de 1931 que anulaba los contratos de arren d a­
miento de los bosques comunales de la Meseta Tarasca, la
Ley de Expropiación por Causa de Utilidad Pública del 28 de
enero de 1932 y un Decreto sobre el Fraccionamiento de los
Latifundios; reformó la Ley del Trabajo p ara fortalecer el
papel de los sindicatos y norm ar la jornada de trabajo; abrió
cientos de escuelas elementales, así como técnicas, agrícolas
e industriales.20 En todos los casos, la c r m d t fue la base social
en la que su gobierno se apoyó para actuar.
La experiencia de la Confederación es singular. Se cons­
tituyó como un organism o de tipo frentista que aglutinaba a
campesinos, obreros y maestros bajo el liderazgo indiscutido
del gobernador Cárdenas. En ella se conjuntaba práctica­
mente toda la experiencia previa de las m asas —sobre todo
cam pesinas— en la lucha arm ada revolucionaria y agraria,
así como del incipiente movimiento sindical, con la intelec­
tualidad revolucionaria proveniente del magisterio y del Co­
legio de San Nicolás. Fue la base p ara la consolidación del
general en el poder estatal y uno de sus apoyos m ás firmes al
arribar a la presidencia unos años después.
La CRMDT se propuso un program a reivindicativo a v a n ­
zado que desde el inicio acusaba los rasgos que después carac­
terizarían nacionalm ente al cardenismo: reparto agrario y
apoyos crediticios a los campesinos, jornada norm al de ocho
horas e incremento de salarios y prestaciones a los tra b a ja ­
dores, difusión y elevación del nivel de la educación, sindicalización y organización de todos los trabajadores en general,
siempre en torno al poder del Estado... Por eso es que se le
puede.considerar como la expresión m ás im portante del car­
denismo en la región.
Por eso es tam bién que la disolución de la c r m d t hacia
finales de la presidencia cardenista, después de un largo pro­
ceso de desgaste y división internos, y su asimilación a la
c t m y a la c n c , implicó la virtual desaparición del cardenismo
en M ichoacán como corriente organizada y como fuerza de
m asas. La contradicción interna que la Confederación conte­
nía como síntesis política y organizativa de las m asas prole­
tarias y cam pesinas en el estado y como iniciativa promovi­
da desde arriba se resuelve al ser absorbida por los orga­
nismos cúpula del corporativismo del sistema. De estructu­
ra política y presencia m asiva organizada, el aspecto popu­
lar del cardenismo pasa, en los años cuarentas, a sedimento
ideológico y espiritual asimilado en la conciencia del pueblo.
Son el origen y el arraigo populares del cardenismo, no
su impulso como poder del Estado, lo que explica su persisten­
cia en M ichoacán y su periódica resurrección, siempre frus­
trada. Es tam bién lo que determ ina su carácter casi siempre
independiente del Estado —aunque no deje de encuadrarse
en lo general dentro del sistem a— como se h a manifestado
desde los años cuarentas.
No obstante, el cardenismo h a vivido diversas reanim a­
ciones en coyunturas determ inadas de la historia regional,
insistiendo, m ás como sustrato político-ideológico popular
que como fuerza realmente organizada. La primera es quizás
la adhesión de antiguos dirigentes agraristas e intelectuales
de origen cardenista al movimiento electoral del general
Henríquez Guzmán, en 1952, la que le dio a la Federación de
Partidos del Pueblo Mexicano que éste encabezaba una fuer­
za en M ichoacán que en muy pocos estados llegó a tener. La
base de la movilización en ese momento fueron sin duda las
insatisfechas dem andas agrarias que el henriquismo pudo
aglutinar pero no articular coherentemente. La segunda
tam bién tiene su origen en las luchas por la tierra, recrudeci­
das hacia mediados de la década de los cincuentas en regio­
nes como el Valle de Zamora y el Valle de Apatzingán, y que se
m antienen h a s ta la fundación del Movimiento de Liberación
Nacional en 1961 y de la cci en 1962.21 Con un program a
político y social avanzado y con la presencia directa del
general Cárdenas, el m l n cobró en distintas regiones del
estado una presencia real a partir de grupos campesinos. En
ambos casos, sin embargo, los resultados de las movilizacio­
nes sociales fueron nulos p ara los sectores movilizados, sin
haber logrado repetir la experiencia de la c r m d t .
La m ás reciente reaparición del cardenismo h a sido la
protagonizada por Cuauhtémoc Cárdenas al asum ir la gubernatura de Michoacán en el periodo 1980-1986. Es induda­
ble que el nuevo gobierno cardenista despertó bastantes ex­
pectativas en el pueblo michoacano. Ya desde antes de la
postulación del hijo del general Cárdenas se m anifestaron
abiertam ente grupos y corrientes de opinión al interior del
partido oficial promoviendo su candidatura, y ese apoyo se
vio ratificado cuando obtuvo una de las votaciones m ás ele­
vadas en elecciones estatales recientes,22 pese a la oposición
de grupos em presariales y sectores priístas identificados
con el arriaguismo.
La posición política de Cuauhtémoc C árdenas puede ser
interpretada como un intento de actualización de las ideas y
las prácticas que caracterizaron al ala radical de la Revolu­
ción m exicana y al cardenismo de los años treintas. En diver­
sos discursos y documentos h a hecho explícita esta concep­
ción: recuperar la vigencia de las m etas y de “la ideología de
la Revolución m exicana que tiende al socialismo”, como lo
expresara el general Lázaro Cárdenas, “en su interior e inevi­
table desarrollo”. Cuauhtémoc C árdenas h a intentado con­
cretar estas ideas en diversas proposiciones políticas, defi­
niendo el perfil de sociedad al que el proyecto revolucionario
aspira.
La nueva presencia cardenista en el gobierno estatal le
im prim ió a éste c a ra c te rístic a s ciertam en te p articu lares
frente a los que le antecedieron, aunque de n inguna m anera
pueda verse como un a reedición práctica de las jornadas de
los años veintes y treintas.
A diferencia del de los años treintas, el cardenismo de los
ochentas no consiguió concretarse en organización social, no
se apoyó en la organización de las m asas, no dejó tras de sí
una estructura política sólida, acaso porque no existen ya las
condiciones p ara ello: el corporativismo del sistem a es dirigi­
do desde el centro, y ante éste tienen que acudir tam bién los
gobiernos estatales p ara negociar los siempre insuficientes
recursos económicos, lo que les resta autonom ía p ara crear
sus propias bases de sustentación. Mas la impresión que deja
el gobierno de Cuauhtémoc C árdenas es la de no haber queri­
do identificarse con los grupos y sectores organizados que
presumiblemente le hubieran permitido consolidar su ac­
ción. Es notorio el alejamiento que como gobernador m an tu ­
vo frente a las organizaciones obreras y cam p esin as—desde
luego las oficiales, no se diga ya los brotes de independen­
cia—, lo que hizo que sus m edidas reformistas fueran impul­
sadas básicam ente desde los órganos de gobierno, no de los
sectores de base.
El único intento realizado p ara crearse u na base fue
nuevam ente tardío. Es prácticam ente al concluir su periodo
que se forma el Movimiento de Renovación Democrática
como una corriente dentro del .p r i .
Por ello, Michoacán, como lo comentó un editorialista
local, se h a convertido en la arena política para el ajuste de
cuentas entre las diversas facciones políticas del sistema.
Acaso estemos presenciando las últim as batallas de esa
corriente nacionalista y popular radical de la Revolución
m exicana que h a sido identificada como cardenismo. E sta
m uestra su gran debilidad para im pulsar al interior del apa­
rato de poder un a política de oposición a las tendencias pre­
dominantes, proclives al tipo de modernización im puesta por
el gran capital. H asta ahora, no h a logrado superar la contra­
dicción en que se encuentra prisionera, como corriente de
izquierda que se propone el socialismo como meta en última
instancia, y como parte del Estado mexicano al que fortaleció
dotándolo de bases sociales en los años treintas, sólo para
perderlas ella m ism a de m anera definitiva. En su forma
actual de difusa conciencia social no ha logrado el cardenis­
mo ni en M ichoacán ni a escala nacional —como sí lo hizo en
el pasado, cuando C árdenas fundó la CRMDTy luego, desde la
presidencia, se apoyó en las organizaciones de m asas para
promover su política reformista— encarnarse en un sujeto
social. Regionalmente, el gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas
no fue en sí mismo suficiente para configurar las fuerzas que
hoy se pretende im pulsen el proyecto nacional-popular al que
se aspira, y sí evidenció la fragilidad de sus logros políticos si
estos se sustentan sólo en actos del poder.
Pero las fuerzas populares que pueden oponerse eficaz­
mente a la dominación que se deriva de la modernización
gran capitalista ya se están gestando en México y h an co­
menzado a tener presencia en Michoacán. Son el producto de
la propia evolución del capital y de sus efectos sociales: los
campesinos organizados en la lucha por la tierra, el proleta­
riado de la gran industria, los habitantes de las colonias
populares en las concentraciones urbanas de rápido creci­
miento. Son los descendientes directos, al mismo tiempo, de
las m asas m ichoacanas a las que, en 1929, el general Lázaro
C árdenas convocó y organizó p ara dar nuevo impulso a la
Revolución. Hoy, aún dispersas e inarticuladas, plantean a
su modo la recuperación del aspecto popular y socialista del
cardenismo que en el pasado les dio sus primeras enseñan­
zas, no de su aspecto estatal; por eso aspiran a formarse como
fuerzas independientes. La u c e z y los mineros de la sección
271 expresan quizás mejor que nadie esa aspiración, y se
cuentan entre los sectores de vanguardia del movimiento
popular a nivel nacional.
La historia del cardenismo es la de esa paradoja en la
que se encuentran prisioneras las m asas mexicanas, entre su
capacidad de movilización y protagonismo social, por una
parte, y su sujeción al E stado capitalista, por la otra. Y como
la historia m ism a se encuentra siempre salpicada de ese tipo
de paradojas, tal vez no sea sino una m ás de éstas que Mi­
choacán, laboratorio cardenista en donde se escribiera el
prólogo de las jornadas nacionalizadoras de los años trein­
tas, región donde el cardenismo adquiriera su m ayor arraigo
y vitalidad, sea tam bién donde éste pierda sus últim as b a ta ­
llas como tendencia dentro del Estado, y al mismo tiempo,
uno de los sitios que vean nacer el nuevo tipo de movimientos
populares en los que las m asas forjen su verdadera concien­
cia socialista.
La cultura obrera
El surgimiento de un a población obrera g ranindustrial de
nuevo tipo, densam ente concentrada y portadora de formas
de conciencia eminentemente proletarias es el fenómeno polí­
tico-cultural m ás reciente y significativo del panoram a so­
cial de Michoacán.
Más que un proceso local, el nacimiento de un proleta­
riado moderno en la costa m ichoacana h a sido efecto de la
acelerada industrialización inducida por el Estado nacional
y el capital internacional para la explotación de los cuantio­
sos recursos minerales ubicados en esa zona. A sólo quince
años de iniciado el proyecto siderúrgico Lázaro CárdenasLas Truchas, existe hoy, en la desembocadura del río Balsas,
como uno de los complejos industriales o polos de desarrollo
m ás grandes y dinámicos de América Latina. Lo integran la
planta siderúrgica, cuya primera etapa se encuentra en fun­
cionamiento desde 1978 y que por distintas veces h a sufrido
la suspensión de la construcción de su segunda etapa (de un
total de cuatro proyectadas); u n a p lanta de fertilizantes con­
siderada la m ás grande de su tipo a nivel mundial; dos plan ­
tas fabriles — n k s y la Productora Mexicana de Tubería,
p m t — de transform ación del acero generado en la siderúrgi­
ca; un puerto de gran calado y la ciudad Lázaro Cárdenas.
En esta últim a y en cerca de una docena de asentam ien­
tos vecinos se concentra una población que ya supera los cien
mil habitantes, en un 80% provenientes de otras entidades de
la República y en su mayoría vinculados directa o indirecta­
mente al proceso industrial. En la planta siderúrgica —la
m ayor fuente de empleo— laboran ta n sólo unos cinco mil
obreros normalmente. Alrededor de la población ocupada,
sin embargo, gravita una m asa de desempleados y tra b aja­
dores eventuales que pueblan las colonias periféricas como
Guacam ayas, La Orilla, Aníbal Ponce, Respuesta Social,
Melchor Ocampo, Loma Bonita y La Orillita, carentes en su
m ayoría de los servicios urbanos necesarios.
Tom ada en su conjunto, la población de Lázaro Cárde­
nas y de las colonias aledañas está compuesta por diversas
categorías: campesinos de la región, trabajadores de la cons­
trucción inm igrantes que se ocupan en trabajadores eventua­
les o se h a n convertido en mineros, sectores de recién llega­
dos sin o cu p ació n e sta b le , c o m e rc ia n te s en pequeño,
técnicos, empleados gubernam entales, trabajadores de servi­
cios con cierto nivel de calificación y, finalmente, un grupo
reducido de altos funcionarios de la siderúrgica o de otras
dependencias estatales, grandes comerciantes y técnicos al­
tam ente calificados, algunos de ellos extranjeros.29 El am ­
biente social, a diferencia de otras zonas del estado, es m arca­
dam ente proletario, lo que se refleja en casi todos los aspectos
de la vida local.
Desde luego, una buena parte de los obreros m etalúrgi­
cos, mineros o de la construcción que aquí trabajan tienen
aún un origen campesino o artesanal, o antecedentes próxi­
mos a ese carácter. Sin embargo, jóvenes en su mayoría, ya
presentan características culturales e ideológicas m ás pro­
pias de su condición de trabajadores de gran industria, que se
reflejan en su organización sindical y su alto nivel de partici­
pación política. A través de las prácticas cotidianas, la inte­
gración al proceso productivo, la actividad sindical y las
luchas sociales en la región de Lázaro Cárdenas, es posible
percibir un proceso de formación de la clase obrera que por su
rapidez y su carácter masivo no tiene paralelo ni precedentes
en M ichoacán y seguram ente muy pocos en el resto del país.
Las difíciles condiciones de vida en la zona, la inestabilidad
en el empleo, la pesadez del trabajo en la planta siderúrgica y
en las actividades asociadas a ésta, así como la juventud y la
condición m igratoria que prevalecen entre los trabajadores,
se h a n constituido en factores de esa clase obrera con caracte­
rísticas novedosas.
Es la situación objetiva vivida por los trabajadores lo
que les permite reconocerse en su identidad de clase m ás allá
de la ideología y la cultura dominantes, y generar prácticas
propias gobernadas por la democracia, la solidaridad y la
cooperación.24 Así, si bien el corporativismo gubernam ental
h a estado presente a través de múltiples vías, es indudable la
existencia de espacios fundam entalm ente democráticos que
escapan a su control. El m ás im portante de estos espacios es
sin duda la sección 271 del Sindicato Minero-Metalúrgico
( s n t m m s r m ), pero tam bién diversas agrupaciones de colonos
y núcleos de trabajadores en otros sindicatos.
Desde su fundación en 1973 (casi cuatro años antes de
que em pezara a producir la p la n ta de s i c a r t s a ) con tra b a ja ­
dores de la construcción y técnicos calificados, la sección 271
del Sindicato Minero se caracterizó por u na gran autonom ía
y métodos democráticos nacidos de las bases, lo que dio lugar
a que el papel dirigente fuera asumido por las tendencias m ás
avanzadas, democráticas y aun socialistas. Aún hoy, son
éstas las que, en contraposición al Comité Ejecutivo General
del s n t m m s r m , m antienen la hegem onía entre los m ás de cin­
co mil trabajadores afiliados a la sección.
En su corta vida, la em presa siderúrgica ha atravesado
ya por tres huelgas, en 1977, 1979 y 1985, en todos los casos
con motivo de las revisiones del contrato colectivo de trabajo.
H asta ahora, en esos movimientos se h a demostrado por
parte del sindicato un proceso de acumulación de fuerzas y
un a creciente participación de las bases. Pues adem ás de las
dem andas de salario y de mejoramiento de las condiciones de
trabajo, que h an estado presentes en todos los casos, los
obreros h a n incluido tam bién reivindicaciones sociales y
políticas en sus pliegos petitorios, como ocurrió en 1977 cuan­
do se llegó a plan tear la participación de un comité de fábrica
en la adm inistración de la empresa.25 La cohesión y capaci­
dad de lucha de los obreros se expresó en la prolongada
huelga de agosto-septiembre de 1985, que durante 34 días
m antuvo un nivel de movilización obrera pocas veces visto
en México.
En el terreno político, debe contarse como un logro de las
bases el haber recuperado para las corrientes independientes
el control de la dirección seccional, a pesar de la imposición
de un comité ejecutivo espurio que el Comité Nacional inten­
tó en contubernio con la empresa y el gobierno en 1978. En la
actualidad, tanto la dirección nacional del Sindicato Minero
como las autoridades reconocen al comité ejecutivo local
electo democráticamente y en el que participan dos tenden­
cias: Línea de M asas y Democracia Proletaria, am bas con
gran apoyo de las bases trabajadoras.
¿Cómo explicar la independencia y combatividad de
estos obreros agrupados en la sección 271? Bizbergy B arraza
la h a n atribuido a dos tipos de razones.26
En primer lugar, a la composición de la fuerza de tra b a ­
jo, integrada en gran medida por obreros jóvenes pero califi­
cados, algunos de los cuales cuentan con experiencia en otros
centros industriales. Este sector es el que h a dinamizado la
vida sindical y la h a hecho rebasar el paternalism o y el
corporativismo que caracterizan a la mayoría de las seccio­
nes del Sindicato Minero y a casi todos los sindicatos oficia­
les. También es de este sector de donde surgen los cuadros
dirigentes de las corrientes democráticas.
En segundo lugar, la siderúrgica —y con ella toda la
región de Lázaro C árdenas— h a pasado bruscamente de una
situación de abundancia de recursos (al iniciarse la construc­
ción de la planta) a una de penuria y restricciones económi­
cas con la detonación de la crisis en 1976 y sobre todo su
violenta profundización en los años ochentas: “En el primer
momento, la empresa tenía los recursos necesarios para apli­
car una política laboral que se ‘ad elantab a’ a las dem andas
sindicales y de esa m anera lograba contenerlas dentro de
ciertos límites (...) En el segundo momento, al inicio de la
operación de la planta, hay un cambio radical en la situación
económica y política del proyecto. Al escasear los recursos
económicos en el arranque de la siderúrgica, las condiciones
de trabajo se van deteriorando paulatinam ente, al igual que
las relaciones obrero-patronales. E sta situación culmina en
la revisión del contrato colectivo de trabajo en 1977”, en que
estalló la huelga.27
Podría decirse que la crisis y la política económica h an
condicionado el desarrollo de la sección 271. Los obreros h an
resentido los efectos de una adm inistración eficientista y
economizadora que h a limitado al extremo los recursos para
protección de los trabajadores contra riesgos y enfermedades
profesionales. Durante la m ás reciente huelga, la de 1985,
este fue uno de los aspectos m ás sobresalientes; el sindicato
demandó el reconocimiento de un conjunto de casos como
enfermedades profesionales y la participación de los tra b a ja ­
dores en la detección de las m ism as junto con los especialis­
tas médicos de la empresa. Por primera vez en México, h a sta
donde sabemos, un movimiento huelguístico de gran m agni­
tud estuvo orientado a la preservación de la salud obrera, tan
dram áticam ente deteriorada por las condiciones de trabajo
que privan en la siderúrgica,28 obteniendo un im portante
triunfo laboral.
La movilización de los trabajadores siderúrgicos por
una huelga tiene evidentes repercusiones no sólo en la empre­
sa sino en el conjunto de la región, dada la im portancia de la
industria. “Antes el pueblo sentía coraje hacia los huelguis­
tas, ahora ya no, nos apoya”, explicaba un obrero en 1985.
“De las colonias nos llega alimento, del campo coco y p lá ta­
nos, la gente del pueblo lleva café a los piquetes de guardia.
Hay mucha solidaridad. H asta los restauranteros llevan ali­
mentos a la huelga”.29 Porque más allá de las aproxim ada­
mente siete mil fam ilias que dependen directamente del en­
clave siderúrgico, un a gran parte de la población gravita
sobre su actividad a través de múltiples conductos.
Las palabras del trabajador siderúrgico nos permiten
percibir un hecho adicional: la vinculación entre el sector
propiamente obrero y otros sectores populares de la región en
los que h a llegado a influir la movilización de los m etalúrgi­
cos. Estos comparten con otros sectores populares los espa­
cios físicos (la colonia, el mercado), educativos y recreativos.
Form an un mismo sistem a social y cultural en el que las
expresiones obreras se entrelazan, influyen y son influidas
por los rasgos de la cultura cotidiana de otros sectores de la
población.30 De ahí que incluso una lucha de la radicalidad
de la que los obreros minero-metalúrgicos plantean pueda
generar un apoyo espontáneo de la población regional que,
paradójicamente, se ve afectada por la suspensión de labores
(comercio, servicios, etc.)- Del mismo modo que la vida econó­
mica de la zona depende de las palpitaciones de la planta
siderúrgica, el núcleo obrero organizado en la sección 271 se
convierte en el punto de referencia p ara la vida política y
social de sectores mucho más amplios de la población.
Las colonias populares han sido el otro espacio funda­
m ental de organización de las dem andas sociales. H abitadas
en buena parte por obreros, pero también por sectores diver­
sos de la población, son el compendio de las contradicciones
generadas por la brusca im plantación del polo de desarrollo
industrial, los flujos migratorios y en general el proceso ace­
lerado de acumulación capitalista en la región. Además de
funcionar como retaguardia durante los movimientos de
huelga de los mineros, algunas de ellas han realizado inten­
tos de organización en torno a sus propias demandas, gene­
ralmente servicios urbanos como agua, luz, drenaje, tra n s ­
porte, etcétera. Tales intentos h an conducido generalmente a
desarrollarlas como espacios independientes del control ofi­
cial y como gérmenes de la construcción de una autonomía de
clase, aunque las formas caudillistas, corporativas y perso­
nalizadas de dirección frenen, por otra parte, la asunción de
una conciencia social por los colonos.
No podría decirse, es cierto, que se hay a desarrollado ya
de m anera generalizada entre la población obrera y popular
de la región una conciencia netamente clasista, de carácter
socialista, menos aún un proyecto alternativo de organiza­
ción popular frente a los sindicatos y agrupaciones corporati­
vas del Estado y del partido oficial. No obstante, es induda­
ble que la presencia del sindicalismo clasista, de los núcleos
democráticos y de los partidos políticos de izquierda expre­
san una tendencia que encuentra condiciones favorables pa­
ra incidir y desarrollarse en grupos sociales más amplios.
Hay aquí, sobre todo, la presencia de un protagonista
nuevo en la vida social y política de Michoacán: el movimien­
to obrero, y de amplios sectores proletarios urbanos relacio­
nados al proceso industrial. A este hecho, de por sí trascen­
dente, se agregan los aspectos de democratización que se han
ido gestando en el desarrollo de la actividad sindical y obrera
en general. En su acción, los trabajadores mineros y m etalúr­
gicos h an establecido adem ás diversas formas y niveles de
relación, de coordinación y aun de unidad con otros sectores,
entre ellos desde luego los pobladores de la región y otras
secciones del Sindicato Minero (Taxco, Monclova, etc.), pero
tam bién con organizaciones cam pesinas (en 1985 la u c e z
realizó un plantón en Morelia en solidaridad con la huelga de
la sección 271) y populares de diversas regiones del estado y
del país.
Por eso es que no sólo en su aspecto técnico-productivo
la a p artad a región de Lázaro Cárdenas representa la expre­
sión m ás acabada del capitalismo moderno en la sociedad y
en la economía m ichoacana. Es tam bién el eje de penetración
de la industria desarrollada y la zona m ás integrada al proce­
so de acumulación a escala nacional e internacional. Su clase
trabajado ra constituye, sin n ing una duda, por esa razón, el
sector m ás avanzado de la lucha de clases en el estado de
Michoacán.
III. Conclusiones
De los aspectos h a s ta aquí expuestos —que tampoco podrían
ser considerados como exhaustivos— habría que destacar la
g ran heterogeneidad político-cultural existente en Michoa­
cán. Más que de una cultura política dom inante como la que
podría reconocerse en otras entidades caracterizadas por
una m ayor centralización política y económica, encontra­
mos aquí un mosaico de expresiones culturales, costumbres y
modos de hacer política.
Desde luego, esta diversificación obedece en gran medi­
da al hecho ya b asta n te señalado de la fragm entación regio­
nal prevaleciente en el estado. Y aunque sería necesario a
este respecto elaborar un m apa político y político-cultural,
ello im plicaría un trabajo de caracterización considerable­
mente más vasto y profundo que el que se puede desarrollar
en esta exposición. Podría intentarse, sin embargo, una regionalización a grandes rasgos que ap u n tara simplemente
los aspectos m ás destacados de las principales regiones geo­
gráficas de la entidad.31
En la zona oriente (Ciudad Hidalgo, Maravatío, Zitácuaro), una de las de menor desarrollo económico relativo, es
patente la presencia de comunidades indígenas, básicam en­
te otomí-mazahuas, así como de un sistema de dominación y
control tradicional basado en el cacicazgo. Sobre ellos se ha
levantado una burguesía local que incorpora a los propios
caciques, comerciantes y acaparadores, madereros, etc., en
gran medida dedicados a la explotación de las comunidades
y al saqueo de sus recursos naturales, y desde luego vincu­
lados al partido oficial. Es tal vez por estas circunstancias
una de las regiones en las que mayor es el nivel de lucha y
movilización campesina. V arias de las comunidades y gru­
pos campesinos de la zona se h an agrupado en la u c e z a
partir de dem andas reivindicativas y de fuertes luchas con­
tra el caciquismo.
La zona central y norte, históricamente vinculada al
Bajío, fue quizás la que mejor conoció desde el periodo colo­
nial el pacto de dominación entre los hacendados y la Iglesia
que se sustentó en la prosperidad de las haciendas de la
región como productoras de alimentos.32 Por ello muestra
h asta la actualidad rasgos m arcadam ente conservadores y
de arraig ad a religiosidad. Ubicada en torno a una ruta tradi­
cional de comercio, la antigua vía México-Guadalajara, y con
Morelia como punto central, esta zona de Michoacán es el
asiento de una burguesía comercial de relativa im portancia
local.
Como el corazón político del estado, Morelia contiene la
mayor complejidad de relaciones y tendencias políticas. En
la actualidad presenta algunas expresiones aisladas de cul­
tura popular urbana, y ha sido escenario de la movilización
estudiantil de los años sesentas y de los ochentas, adem ás de
fungir como caja de resonancia del conjunto de los conflictos
políticos en el estado.
El noroeste, dominado por la dinámica presencia econó­
mica de Zamora y La Piedad como prósperos centros agroindustriales y comerciales (más vinculados al mercado jalisciense que al michoacano, por lo demás), podría contarse
entre las zonas de m ayor religiosidad y conservadurismo. Su
burguesía, agrícola, comercial y agroindustrial es una de las
más dinám icas del estado y tal vez la única que, en alianza
estrecha con el clericalismo, presenta una vocación verdade­
ram ente hegemónica. Compite la burguesía zam orana, en
más de un sentido, con la burguesía moreliana y aun con el
gobierno estatal por el control de una vasta zona, lo que se h a
revelado al irse con virtiendo en el bastión social del p a n en la
entidad.
El Bajío zam orano h a conocido y conoce h a s ta la actua­
lidad, sin embargo, fuertes conflictos de carácter agrario.
Subsisten en éste que fuera también la región n atal de Láza­
ro C árdenas algunos grupos agraristas y desde luego caci­
ques que se movilizan activam ente en favor del p r i . Desde
este punto de vista podría llegar a convertirse en un futuro
próximo en uno de los puntos de conflicto del sistem a político
nacional.
Más al sur, la Meseta Tarasca m uestra una im portante
presencia de comunidades indígenas y un aceptable nivel de
religiosidad. Al igual que en el oriente, las luchas por la tierra
y por el control de los recursos naturales h a n determinado
conflictos perm anentes entre los indios y las empresas m ade­
reras o los huerteros del aguacate, etc. Esta zona se h a conver­
tido, pues, en una de las más explosivas desde el punto de
vista de la lucha agraria, en especial comunal.
La burguesía de U ruapan, que podría reputarse como la
m ás fuerte de la región, es sin embargo una de las más
a tra sa d a s en términos productivos. Su base de acumulación
consiste en el cultivo de frutales, la explotación m aderera y la
transform ación de sus productos en papel y muebles, algu­
nas em presas textiles tradicionales y fábricas de aguardien­
te de caña, adem ás del control financiero y comercial de su
región. Difícilmente los grupos dom inantes locales, que usu­
fructuaron con v entaja la tem prana presencia del ferrocarril,
podrían incorporarse a un proceso de dinamización producti­
va que les perm itiera contender con sus rivales morelianos o
zamoranos.
La inhóspita región de Tierra Caliente fue desde la gue­
rra de independencia el escenario de las correrías del ejército
del sur. Allí pudo Morelos organizar, al abrigo délos ataques
realistas, su Congreso Constituyente de Apatzingán. Y m ás
recientemente, durante el cardenismo, presenció las grandes
expropiaciones de tierras y tal vez la movilización ag raria
m ás im portante de Michoacán.
Es la Tierra Caliente, junto con la costa michoacana, la
zona de m ayor presencia cardenista. Y no en balde: el reparto
y la apertura de los distritos de riego del Balsas y del Tepalcatepec hicieron de ella una de las regiones m ás favorecidas por
la política agraria del general Cárdenas.
Es sin duda un territorio donde el agrarism o arraigó a
través de prolongadas luchas desde los años treintas. Aún en
la actualidad, principalmente en torno de A patzingán, se
registran algunos de los intentos más im portantes de organi­
zación independiente de los obreros agrícolas.
La costa sur presenta condiciones muy particulares.
Geográficamente se presenta como prolongación de la Costa
Grande guerrerense; socialmente está h abitada hoy mayoritariam ente por inm igrantes de otros estados; carece de una
burguesía local propiamente dicha, puesto que los sectores
dom inantes son los agentes de los organismos federales
asentados en torno al enclave siderúrgico de Las Truchas;
socialmente se h a constituido como el mayor —y tal vez
único— asentam iento urbano de clase obrera en el estado. Su
cultura política está dom inada por ese factor obrero emergen­
te y que se m anifiesta en las prácticas sindicales y organiza­
tivas en general, aunque mantiene, ciertamente, las huellas
de un pasado reciente que su vertiginosa transform ación no
ha logrado erradicar: el caciquismo, el corporativismo, etcé­
tera.
Finalmente, la deshabitada y lejana costa suroccidental y la Sierra Madre del sur, que incluye los municipios de
Aquila, Coahuayana, Villa Victoria y Coalcomán. El fenóme­
no relevante en este caso es la combinación de una religiosi­
dad tradicional con la emergencia de una teología progresis­
ta y comprometida con las luchas cam pesinas y populares de
la región, a menudo protagonizadas —como en Aquila— por
comunidades indígenas.
E sta compleja fragm entación regional nos permite ex­
traer otra conclusión. La inorganicidad y relativa debilidad
de las burguesías de Michoacán h an condicionado la preca­
riedad, incluso la inexistencia, de una cultura e ideología
dominante propiamente empresarial. A diferencia de los esta­
dos del norte (Chihuahua, Sonora, Nuevo León) o de Puebla
en el centro del país, la burguesía en M ichoacán no h a sido
capaz de articular un discurso dom inante sustentado en la
apología de la propiedad privada y el espíritu empresarial,
por ejemplo. Sin embargo, ese hueco no h a sido llenado por el
predominio de una ideología y una cultura política de izquier­
da sino por el del tradicionalism o católico y, sobre todo, el del
discurso oficial en su versión cardenista.
El cardenismo como forma de cultura política m ás ex­
tensa y arraig ad a h a demostrado ser históricam ente el mejor
canal de promoción de las dem andas populares al interior del
sistem a político, y en ese sentido una de las mejores opciones
del discurso hegemónico estatal. En su aspecto populista, el
cardenismo modula y canaliza los sentimientos y reivindica­
ciones de los trabajadores y campesinos; en ese sentido impi­
de o frena el desarrollo en ellos de un a conciencia contestata­
ria radical.
No es, entonces, a través de la lucha electoral, la con­
frontación entre partidos o la organización de grupos socia­
les al m argen del aparato corporativo del Estado lo que per­
m ite p ro m o v e r los in te re s e s in m e d ia to s de los g ru p o s
subalternos. He aquí una posible explicación del bajo nivel
de participación electoral y de tradición política en el campo
popular.
No es ésta, por cierto, una particularidad exclusiva del
caso michoacano. El populismo en su variante cardenista o
en otras h a estado presente hace décadas en el sistem a políti­
co mexicano, m anifestándose aquí y allá con mayor o menor
intensidad. Lo peculiar de nuestro caso es ta n sólo el grado y
extensión de esta forma de hacer política, su penetración
histórica en el pueblo a través de la figura del general Cárde­
nas.
El tiempo que vivimos, con sus convulsiones económi­
cas y sociales, ha hecho entrar en crisis esa forma de funcio­
nam iento del sistem a político. El Estado h a comenzado a
desechar, por infuncional, ese populismo perteneciente a una
fase ya superada del desarrollo capitalista en México. Pero
no puede hacerlo sin contradicciones. Elim ina el trato pater­
nalista hacia las m asas, pero intenta preservar intacto el
aparato corporativo de control; restringe el gasto social y
limita el crecimiento de su propio aparato, pero reduciendo
con ello su capacidad de acción entre las clases populares;
pretende modernizar aceleradamente la economía del país,
pero manteniendo el atraso político y la ausencia de demo­
cracia. Se busca negar los rasgos del Estado cardenista, pero
sin tener aún un proyecto estatal con qué sustituirlo.
En Michoacán, como en el resto del país, están por verse
los efectos últimos de estas transformaciones políticas.
Pues en su origen el cardenismo se inscribe dentro de
una rica tradición histórica de lucha y de movilización popu­
lares que se h a expresado de diversos modos: lo mismo en el
agrarism o de los años veintes y en la persistencia actual de
las luchas por la tierra que en la rebelión cristera y en el
carácter masivo que en Michoacán tuvo su heredero político,
el sinarquismo. Es por ese lado, el de las movilizaciones
independientes, que el Estado h a recibido y recibe sus verda­
deras impugnaciones. Las rápidas transformaciones econó­
micas que en los últimos quince años h an sufrido los michoacanos no h a n dejado indemne su régimen político, y es en ese
marco que se dan como nuevos fenómenos la confluencia de
la lucha ag raria indígena y una religiosidad de antecedentes
cristeros pero comprometida con los intereses del pueblo, o la
búsqueda de contactos entre ese movimiento campesino y la
naciente clase obrera industrial. Se gestan allí los embriones
(que no sabemos si lleguen a m adurar o no) de una nueva
, cultura y una nueva política popular. Por experiencia o por
intuición, las viejas y las nuevas m asas saben que la necesi­
tan p ara lograr el orden más democrático al que aspiran.
NOTAS
1.
Adolfo Gilly: “La acre resistencia a la opresión. Cultura nacional, iden­
tidad de clase y cultura popular”, Cuadernos Políticos No. 30. México,
oct-dic de 1981.
2. Véase de Jorge Zepeda P.: “Elementos para el análisis del desarrollo
del capitalismo en Michoacán”. Morelia, 1982 (mimeografiado), y “El
sistema político en Michoacán”. Morelia, 1985 (inédito).
3. Arnulfo Embriz Osorio: “El movimiento campesino en la Ciénega de
Zacapu y la Liga de Comunidades Agrarias de Michoacán (1919-1929)”,
Textual. Análisis del medio rural Nos. 15-16, Universidad Autónoma de
Chapingo, junio de 1984, p. 76.
4.
Alejo Maldonado Gallardo: La lucha por la tierra en Michoacán. 19281932. Morelia, Ed. SEP-Michoacán, 1985, pp. 76-77. Es en este sentido
que resulta capital el señalamiento de ArmandoBartra con respecto de
la política agraria oficial posrevolucionaria. A diferencia del zapatis, mo, de claras raíces comunales, aquélla no constituye la triunfante ex­
presión del derecho de los campesinos a la tierra: “en primera instancia,
el agrarismo institucional reivindica el derecho del Estado a regular
la tenencia de la tierra”. A. Bartra: Los herederos de Zapata. M ovimien­
tos campesinos posrevolucionarios en México. 1920-1980. México, Era,
1985.
5. Jorge Zépeda P.: “No es lo mismo agrario que agrio ni comuneros que
comunistas (la UCEZ en Michoacán)”, Estudios Políticos (Nueva épo­
ca) Vol. 3, No. 2. Centro de Estudios Políticos, Facultad de Ciencias
Políticas y Sociales de la UNAM, p. 71. Para la caracterización de la
Unión de Comuneros se han tomado, además de este artículo, los si­
guientes textos y documentos: Jorge Tinajero B.: “Documento de discu­
sión para estructurar la historia de la Unión de Comuneros Emiliano
Zapata de Michoacán”, noviembre de 1982 (mimeografiado). Organi­
zación de Izquierda Revolucionaria-Línea de Masas: “Elementos de
caracterización del movimiento campesino independiente en Michoa­
cán ”, 1983 (inédito). “UCEZ, una organización revolucionaria de m a­
s a s ”, folleto anónimo sin pie de imprenta. Unión de Comuneros E milia­
no Zapata de Michoacán: “Resoluciones del Encuentro Tierra y Liber­
tad, V aniversario, 5-7 de octubre de 1984”, Textual. A nálisis del medio
rural Nos. 15-16, Universidad Autónoma de Chapingo, junio de 1984.
La Comunidad'(órgano d éla UCEZ) Nos. 2 al 8, publicados entre marzo
de 1982 y abril de 1984. Rogelio Hernández Venegas: “Los procesos de
democratización, autoritarismo y mediatización en el estado de Mi­
choacán”, Morelia, 1985 (inédito).
6. Entrevista al Lic. Efrén Capiz Villegas, 6 de febrero de 1987.
7. Ibid.
8. A partir del análisis de otros grupos y experiencias indígenas, Guiller­
mo Bonfil Batalla ha descrito esta misma posición ideológica: “La vida
india, el mundo comunal, se perciben y se presentan impregnados de
valores esenciales: la solidaridad, el respeto, la honradez, la sobriedad,
el amor. Estos son valores centrales, piedras fundadoras de la civiliza­
ción india. De ahí el contraste con occidente, que es egoísmo, engaño,
desengaño, apetito insaciable de bienes materiales, odio, todo lo cual
prueba la historia y lo comprueba la observación diaria de la vida urba­
na (...)”. “La nueva presencia política de los indios: un reto a la creati­
vidad latinoamericana”, en Pablo González Casanova (coord.): Cultu­
ra'y creación intelectual en América Latina. México, Siglo Veintiuno,
1984, p. 151.
9.
10.
11.
12.
13.
14.
15.
16.
17.
18.
19.
20.
Guillermo Bonfil Batalla: “Los pueblos indígenas: viejos problemas,
nuevas dem andas”, en Pablo González Casanova y Enrique Florescano (Coords.): México, hoy. México, Siglo Veintiuno, 1979, p. 100. V éa­
se también Rodolfo Stavenhagen: “La cultura popular y la creación
intelectual”, en Cultura y creación intelectual... pp. 295-309. Roger Bartra: Campesinado y poder político en México. México, Era, 1982, pp.
84-93.
Armando Bartra: op. cit., p. 12.
Refiriéndose a Zamora, un hermano del luchador zapatista y después
gobernador de Michoacán Gildardo Magaña, quien era originario de
allí, pudo decir que era “la ciudad más fanática del estado más fanático
de México”. “Sus habitantes —agrega el historiador— no eran sola­
mente católicos, sino clericales, que veían en su catedral y sus iglesias
no simples santuarios sino gloriosos monumentos a su piedad superior.
Para ellos la religión no era tanto un culto como una manera de impo­
nerse a la turba. Durante la Guerra de Intervención, los zamoranos h a ­
bían aclamado a los franceses que habían ocupado la ciudad para sal­
varlos de los liberales, que los habrían reducido a una simple igualdad
republicana. La incubadora de estas pretensiones era el seminario dio­
cesano, el único instituto de enseñanza superior en la ciudad. Allí, des­
de la década de 1830, los padres zamoranos habían enviado a sus hijos,
no tanto para convertirlos en sacerdotes como para que aprendiesen
latín, la filosofía, ‘las ciencias teológicas’, para despertar en ellos el
orgullo de la ortodoxia”, John Womack Jr.: Zapata y la revolución m e­
xicana. México, Siglo Veintiuno, 1976, p. 284. También puede verse Je­
sús Tapia Santamaría: Campo religioso y evolución política en el Bajío
zamorano. El Colegio de Michoacán-Gobierno del Estado de Michoa­
cán, 1986, pp. 26-27, 70-71, 110.
Jesús Tapia Santamaría: op. cit., p. 123.
Eduardo N ava Hernández: “Los partidos y asociaciones políticas en
Michoacán”. Morelia, 1985 (inédito).
Pablo G. Macías: Voces en la tormenta (conferencias), Morelia, Univer­
sidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 1982, pp. 17 y ss.
Entrevista con el Prof. Jaim e Hernández Díaz. 12 de enero de 1987.
Ihid.
Pablo G. Macías: op. cit.
Ibid., p. 37.
Manuel Diego Hernández: La Confederación Revolucionaria Michoa­
cana del Trabajo. Jiquilpan de Juárez, Mich., Centro de Estudios de la
Revolución Mexicana “Lázaro Cárdenas”, A.C., 1982, p. 28.
Ibid., p. 35 y ss. Alejo Maldonado Gallardo: “La Confederación Revolu­
cionaria Michoacana del Trabajo. Lázaro Cárdenas y el problema
agrario en Michoacán 1928-1932”. IV Jornadas de Historia de Occiden­
te. Ideología y Praxis de la Revolución Mexicana. Jiquilpan de Juárez,
21.
22.
23.
24.
25.
26.
27.
28.
29.
30.
31.
32.
Mich., CERM “Lázaro Cárdenas”, A.C., 1981, pp. 94-95. Jorge Zepeda
Patterson: “Los pasos de Cárdenas: la Confederación Revolucionaria
Michoacana del Trabajo” en 75 años de sindicalismo mexicano. Méxi­
co, Instituto N acional de Estudios Históricos de la Revolución Mexica­
na, 1985, pp. 242-243. Alejo Maldonado Gallardo: La lucha por... op. cit.,
pp. 66 y ss.
Entrevista con el Prof. Jaim e Hernández Díaz. 16 de enero de 1987.
Acerca de la relación entre el Gral. Cárdenas, el MLN y la CCI puede
verse Sergio Colmenero: “El Movimiento de Liberación Nacional, la
Central Campesina Independiente y Cárdenas”, en E studios Políticos
No. 2. Centro de Estudios Políticos, Facultad de Ciencias Políticas y
Sociales de la UNAM, jul-sep, 1975.
Entrevista con el Prof. Jaime Hernández Díaz, 16 de enero de 1987.
Eduardo N a va Hernández: “Los partidos y...”, op. cit.
Margarita Nolasco: “La ciudad de los pobres”, en Iván Restrepo (coord.):
Las Truchas. ¿Inversión para la desig u a lda d ? México, Eds. OcéanoCentro de Ecodesarrollo, 1984, pp. 138-140.
Victoria Novelo et al.: “Propuestas para el estudio de la clase obrera”,
en N ueva Antropología No. 29. México, abril de 1986, pp. 65-83; p. 75.
lian Bizberg y Leticia Barraza: “La acción obrera en Las Truchas”, en
R evista Mexicana de Sociología, vol. XLII, No. 4, octubre-diciembre de
1980, pp. 1417-1418.
Ibid., pp. 1435-1437.
Loe. cit.
Cfr. Adolfo Gilly: “U n a huelga por la salud, una lucha por la vida”, en
Proceso No. 459, 19 de agosto de 1985.
“Viva la huelga. Entrevista con trabajadores de SICARTSA”, en In­
formación Obrera No. 60, ago-sep de 1985.
Victoria Novelo et al.: “Propuestas para...”, op. cit., pp. 78-79.
Se sigue aquí el esquema general de regionalización propuesto por Jor­
ge Zepeda que, si bien reconoce en lo fundamental zonas económicas,
permite también servirse de él para señalar diferenciaciones sociales y
culturales. Véase Elem entos para el análisis..., op. cit.
Ibid. .

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