Etica de la comunicación de la Ciencia.

Transcripción

Etica de la comunicación de la Ciencia.
Etica de la comunicación de la Ciencia.
J. M. Desantes-Guanter
El investigador científico, en cualquier rama del saber, encuentra las reglas deontológicas
postreras -lógica y cronológicamente- en el momento de la publicación o comunicación de los
resultados de su trabajo. Estas reglas pueden escalonarse en tres estratos que han de ser aplicados
supletoriamente conforme a su creciente generalidad:
a) Reglas que afectan a la Ciencia biológica cuya investigación se quiere comunicar que, sin
contradecir a las siguientes, vienen a especificarlas o a modularlas en algún aspecto concreto.
b) Reglas que se refieren, más en general, a la comunicación científica en cuanto comunicación
de ideas mentefacturadas epistemológicamente.
c) Reglas que se refieren a la comunicación de los diversos tipos de mensajes que se ponen en
forma para ser comunicados.
El tratamiento deontológico de la comunicación científica viene fundado en la naturaleza misma
de la Ciencia que se comunica, en nuestro caso la Biología, y del objeto de su estudio, que nadie
como el propio biólogo conoce y tiene que aplicar. En idea fecunda de Pieper (1), la Etica -y la
Deontología es Etica- no es otra cosa que la realidad hecha norma. No puede existir una norma
moral que contradiga a la realidad. Pero la norma tiene, como uno de sus principales caracteres,
la generalidad. La complejidad de la realidad biológica obligará al biólogo a aplicar las normas
generales a los problemas concretos que se le vayan planteando o, lo que es equivalente, a hacer
operativa la norma general.
a) DERECHO Y DEBER DE COMUNICAR LA CIENCIA
La primera evidencia que se advierte es que la comunicación de la Ciencia biológica es, ante
todo, comunicación científica. Ha de ser, por tanto:
a) Comunicación o puesta en común de mensajes entre aquellos que, por formación, son capaces
de comprender lo que se comunica. Es, por tanto, una comunicación de sentido horizontal, entre
personas de un mismo nivel, que constituyen una cierta comunidad científica o un grupo social,
caracterizado por una capacidad comprensiva equivalente de aquello que se emite y se recibe.
b) Científica: de mensajes científicos. Es decir, de contenido epistemológico y causal, elaborado
conforme a un proceso intelectual -aunque basado en realidades experimentales, como son las
biológicas- que permite, por métodos de inducción, abstracción o generalización, obtener unos
principios generales a los que llamamos ideas, en sentido amplio. Ideas que, aunque referidas a
fenómenos biológicos externos, forman parte del mundo interior del científico que actúa como
emisor en un acto comunicativo concreto, en el que se pretende trasladarlas a unos receptores
capaces de comprenderlas, como se ha dicho, de modo que se establezca, entre emisor y
receptores, una "adæquatio mentis ad mentem".
Se advierte que la comunicación científica es, como toda comunicación ideológica, la
comunicación de un bien (2). Bien que, en su acepción más precisa, se define como "veritatem
agere" o verdad operativa, que, de alguna manera, se traduce en acción; no simplemente verdad
lógica o especulativa. Si en todas las ciencias la comunicación de los resultados de la
investigación significa la comunicación de un bien, lo significa específicamente en la Biología,
no solamente porque las ideas científicas van sirviendo de apoyo, precedente o andamio, a
nuevos descubrimientos científicos, sino también por su utilización epistemológica en las
Ciencias aplicadas o en las diversas aplicaciones técnicas (3).
Partimos del axioma de que el hombre de ciencia -el biólogo en nuestro caso- tiene derecho a la
obtención de esas ideas, derecho a la investigación o a la creación científica (4). Este derecho como todos aquellos que se refieren a una actividad profesional- no es otra cosa que el medio
jurídico -y, por tanto, ético- de cumplir su deber de investigación, ideación o creación científica
como obtención de un bien para sí mismo (5) y para la humanidad (6).
De manera paralela, el biólogo, quizá de un modo más intenso que otro científico, puesto que
estudia la vida misma -el primero y más natural de los derechos-, sus fuentes, características,
etc., tiene derecho a comunicar sus ideas científicas como modo de cumplir su deber de
comunicación de la Ciencia biológica. Deber que, como todos, responde al derecho de otra u
otras personas que, como ya ha quedado dicho, constituyen la comunidad científica y que
corresponde a todos y cada uno de sus miembros. Este acoplamiento entre el derecho de otro y el
propio deber que lo satisface se refiere no solamente al qué, sino también al cómo de la
comunicación científica; y este cómo abarca no sólo el fondo o la sustantividad de los mensajes
científicos, sino también su forma, a la que D'Ors ha llamado acribia (7).
Comunicaciones acientíficas y paracientíficas
El planteamiento riguroso de lo que es comunicación científica, en general y especialmente en el
área biológica, obliga a excluir de su ámbito la divulgación de lo científico. El resultado
comunicativo de la divulgación deja de ser científico. En consecuencia, el proceso informativo
que a él lleva deja de ser comunicación científica desde el momento en que no existe comunidad
entre el científico y el público -más o menos culto- no experto en Biología. El derecho del
público no especialista a conocer los avances científicos se mueve en una órbita más amplia,
diversa al derecho a la comunicación científica. Y, por tanto, también en esa línea se encuentra el
deber de comunicar.
No se trata, en este supuesto, de difundir, sino de divulgar, de hacer comprensible a todos lo que
ocurre en el campo de la Biología. Y esta amplia extensión de la comprensibilidad priva de la
complitud y de la precisión epistemológica y técnica al mensaje divulgado. El derecho del
público a conocer los avances de la Ciencia se satisface con la comunicación del quehacer
científico, de las motivaciones y propósitos de los investigadores y de los resultados prácticos de
la investigación. Pero no llega -porque no puede llegar- a más. Hay, empero, dos formas de
divulgación cuyas reglas deontológicas concretas son diversas, aunque obedezcan a los mismos
principios: la divulgación a través de los profesionales de la información, y la que directamente
difunde el biólogo.
La primera es la que ha dado lugar a lo que impropiamente se ha llamado "periodismo
científico", que ha tenido más brillo en su intención programática (8) que en sus resultados
efectivos (9). En realidad, este modo de divulgación de lo científico es obra de lo que Brajnovic
ha llamado "colaboración continua" o conexión entre el biólogo y el comunicador, para que éste
último pueda dar cuenta de lo que ocurre en el nivel científico, y para que el "experto
popularizador" interprete aquello que pueda entender (10). La responsabilidad del biólogo
termina así en conseguir la comprensión posible por parte del comunicador; no se extiende a lo
que resulte de la efectiva comunicación al público, ni a las ambigüedades e inexactitudes en que
pueda incurrir el informador que divulga.
El biólogo que divulga directamente por medio de artículos, entrevistas, etc., que se difunden a
través de medios de comunicación social o en forma verbal y pública, asume la responsabilidad
moral -y, en su caso, la jurídica- del mensaje vulgarizado de lo científico. No es un caso de
comunicación científica, sino de divulgación por un hombre de Ciencia, sin mediadores
profesionales de la información. La dificultad de traducir a términos inteligibles al público las
ideas y términos científicos puede inducir, ora a desvirtuar o hacer equívoco lo que se intenta
decir, ora a hacerlo incomprensible al público o a la parte de él menos culturalizada. En uno y
otro caso se frustra la efectiva comunicación. En el supuesto de que la comunicación se logre
(11), acechan otros peligros reales y, por tanto, morales a la divulgación. Uno de éllos es el
sensacionalismo con que, más o menos intencional o negligentemente, puede destacarse el
mensaje vulgarizado para despertar el interés y la admiración del público, ante una investigación
o un hallazgo que no merece una ponderación tan destacada. Otro, la anticipación con que un
investigador da noticia de unos resultados inmaduros, no confirmados o inválidos. Estas
desviaciones pueden ser graves cuando despiertan expectativas, por ejemplo, de curación;
cuando producen temor en las gentes; cuando inducen a pensar a personas impresionables que
tienen síntomas de un mal imaginario; cuando le llevan a utilizar medios o sustancias sin control
facultativo, etc.
El mismo concepto taxativo de comunicación científica margina toda la información que puede
llamarse, en términos generales, referencial. El agobiante número de publicaciones científicas
que se editan en el mundo y la posibilidad actual de estar enterado de todas ellas por
procedimientos electrónicos (12) exige la confección de las escuetas referencias de los trabajos
publicados y el dominio de los sistemas de análisis, clasificación y valoración que se les debe
aplicar. En un plano algo más elevado, conocer la técnica de la confección de resúmenes o
abstracts, que den una primera impresión aproximativa de la calidad y el interés de un trabajo
científico.
Esta tarea impone una especialización metodológica, más que sustantiva o de contenido. En otras
palabras, es tarea de documentalistas y no de biólogos; en último extremo, de biólogos que no
actúan como científicos de la Biología, sino como técnicos de la documentación (13). No es el
científico el que comunica, sino que es el documentalista de la Biología el que, mediante los
distintos tipos de referencia, incluido el resumen, lleva a cabo la información acerca de las
comunicaciones científicas. La responsabilidad del biólogo, en este caso, se concentra en la fase
previa a su propia investigación: en saber lograr y valorar el material referenciado. No en su
comunicación que, todo lo más, acompañará, como elemento de erudición a la comunicación
científica propiamente dicha, en forma de notas o de relaciones bibliográficas.
La comunicación científica ha de reunir las cualidades suficientes para que sea posible el
"rediscovery" o redescubrimiento de lo comunicado, lo que exige que la comunicación de las
ideas o generalizaciones científicas vaya acompañada de datos, ejemplos de la realidad,
exposición de procesos seguidos en el laboratorio, etc. La aportación fáctica es importante y
necesaria para completar la comunicación científica. Pero, por una parte, es tan sólo un
suplemento de tal comunicación. Por otra, supone un tipo de mensaje de hechos o comunicación
del mundo exterior distinto al mensaje ideológico. Este mensaje fáctico tiene sus propias reglas,
que se deducen de su mismo constitutivo, que es la verdad, entendida como adecuación de lo
comunicado con la comunicación. Los datos, hechos, acontecimientos, procesos, etc., han de
comunicarse tal como son y en la medida en que sean necesarios para explicar la idea científica.
Lo mismo cabe decir de las reproducciones icónicas, sean trasunto de la realidad (fotografías, por
ejemplo), sean representaciones elaboradas (dibujos, gráficos, etc.). Con respecto a todos ellos, el
científico debe ser objetivo en el sentido de prescindir de todo ingrediente subjetivo en su
exposición o reproducción clara, escueta, suficiente y verdadera.
La aplicación a estos hechos de ideas científicas, propias o ajenas, antecedentes o coetáneas
puede llevar a formular juicios u opiniones subjetivas del investigador que, por su inmadurez, no
sean susceptibles de generalización o elevación a la categoría de ideas científicas. Puede ser
necesaria, conveniente u oportuna su comunicación; pero -como en el caso de los hechos- tal
comunicación desempeña un papel ancilar y es objeto, también, de sus propias reglas
comunicativas. La opinión ocupa un estado intermedio entre la duda y la certeza. Como tal tiene
un gran valor en el avance de la Ciencia al permitir la salida de la esfera de lo dubitativo, aunque
sea todavía cuestionable su desemboque en la verdad científica. Las opiniones científicas pueden
considerarse como hipótesis que hay que demostrar y es indiscutible el valor preludial e impulsor
de la hipótesis en la Ciencia. Pero la opinión no es certeza generalizable; y la hipótesis no es tesis
comprobada. Y como tales deben ser expuestas. Y para que puedan ser compartidas o discutidas
han de partir de los hechos a enjuiciar y de los criterios con que se ha verificado la subsunción de
estos hechos en los principios o ideas generales, para formular unas hipótesis u opiniones que sin demostrar taxativamente- tan sólo pueden difundirse como comunicación precientífica, con
toda la fuerza atenuada, preambular y probable que puedan tener.
Comunicación de ideas científicas ajenas
Aparte de estos modos de comunicación científica o paracientífica, conviene distinguir dos tipos
de comunicación científica, en el sentido riguroso de comunicación ideológica, que pone en
común algo del mundo interior del biólogo: la comunicación de aquello que se ha aprendido de
otro, cuya autoría le corresponde; y la comunicación del propio hallazgo, del fruto del esfuerzo
intelectual del investigador que emite el mensaje científico. La primera no siempre está exenta,
empero, de una cierta originalidad en la ordenación de las ideas aprendidas, en el modo de
exposición, etc. (14). Pero el mensaje nuclear de la comunicación es en ella interno, en tanto en
cuanto ha sido comprendido y asimilado por el emisor. Es la forma habitual de la comunicación
con carácter pedagógico; o el recorrido a través de los antecedentes teóricos; o la exposición del
"status quæstionis" de un tema en un momento histórico determinado, incluso actual.
A la comunicación científica de ideas ajenas le afectan las mismas reglas que a la de las ideas
procedentes de la propia investigación, con tres modulaciones. La primera se refiere a la
fidelidad del mensaje comunicado con el expresado por el autor de que se trate. No es lícito, por
ejemplo, modificarlo con el fin de poderlo criticar más comodamente; o para quitar importancia
a la labor científica ajena. La segunda, a la atribución a cada autor de la paternidad de lo que ha
sido objeto de su autoría, sin atribuirse la creación científica ajena, lo que constituirá una forma
de plagio (15). La tercera, consiste en situar con exactitud el lugar o los lugares donde el autor ha
expuesto su original, lo que lleva consigo la obediencia a unas normas técnicas de exposición, de
uso común, o impuestas por el medio o por el editor del trabajo científico; pero que, en todo
caso, han de ser suficientes para la localización del trabajo original (16).
La comunicación del hallazgo científico
La comunicación científica, en su sentido más estricto, es así la comunicación ideológica de lo
que el investigador ha descubierto por sí mismo, de los resultados de su investigación científica.
Lo que sitúa al investigador en una actitud de modestia o humildad intelectual y moral ante la
desproporción entre el propio hallazgo y la extensión de la "res civilis" (17) en la disciplina de
que se trata, en nuestro caso de la Biología. La humildad no es otra cosa que la verdad. Por lo
que el comunicador científico ha de reconocer los límites de su hallazgo para no sobrepasarlos.
Se impone el silencio acerca de lo que no se ha llegado a descubrir y que queda abierto a nueva
investigación, propia o ajena; o a lo que solamente es una esperanza, es decir, que puede ocurrir,
porque todavía no se ha producido; o en la comunicación antes de hora de una investigación
incompleta, no terminada; o todavía en hipótesis no confirmada, ni interesante en su estado de
simple probabilidad; o, desbordando los linderos del campo de estudio o del método, afirmar,
negar o dar explicaciones en materias que trascienden de la Ciencia biológica, amparados en el
prestigio de la profesión de biólogo. La modestia o humildad no excluye, antes al contrario, la
satisfacción de haber ampliado levemente el conocimiento de la naturaleza, de contribuir al
bienestar de los hombres y del cumplimiento del propio deber.
La naturaleza intelectual de la comunicación ideológica alcanza su máximo grado de intensidad
en los mensajes científicos. Prescindiendo analíticamente de los datos o ingredientes fácticos y
de las hipótesis, opiniones, críticas o juicios, el mensaje nuclear de mayor valor epistemológico
será el que refleje las ideas obtenidas a través de los métodos acreditados de investigación que,
en cada caso, vendrán condicionados por el objeto específico del estudio. Se ha podido decir que,
en la cresta de la ola de la comunicación científica, siempre se encuentra la delicada espuma de
las ideas (18).
Como toda comunicación ideológica, la comunicación científica obedece a unos principios,
emanados de su propia naturaleza, que requieren unas adecuaciones a la realidad, elevada a idea,
que se va a comunicar. Teniendo en cuenta que la idea científica, una vez decantada y depurada
en la mente del investigador, va a ser -por derecho y por deber- puesta a disposición de las
mentes de otros científicos capacitados para su comprensión.
b) CARACTERISTICAS ETICAS DE LA COMUNICACION
Objetividad del dato
En la comunicación del mundo externo, como ha quedado dicho, el emisor ha de tener
objetividad, es decir, prescindir de todo ingrediente subjetivo para mostrar la realidad tal cual es.
La realidad externa es la medida del conocimiento del emisor y la del mensaje fáctico
comunicado. El hecho de que la objetividad sea prácticamente imposible de alcanzar no releva al
comunicador de procurarla de una manera asintótica (19). En todo caso, la exactitud o verdad de
la comunicación del mundo externo puede comprobarse por la adecuación a él del mensaje
fáctico comunicado.
En la comunicación del mundo interno esta adecuación es imposible de medir. Queda
exclusivamente pendiente de la conciencia y del sentido de responsabilidad del emisor. En otras
palabras, solamente admite una valoración ética o -en el caso del investigador científicodeontológica. Pero no pierde su sentido y su fuerza de deber, más riguroso para el investigador,
puesto que solamente de él depende su cumplimiento que es incomprobable por otro.
Sinceridad en la ideas
El deber de hacer transparente la propia idea científica es un deber de subjetividad, paralelo al
que, en la comunicación del mundo externo, hemos llamado deber de objetividad. El científico
ha de prescindir de todo ingrediente externo para comunicar lo que, efectivamente, ha ideado.
Esta fidelidad a la propia idea se llama sinceridad.
La comunicación científica ha de ser sincera. El biólogo ha de informar -poner en forma- su
mensaje ideológico de modo tal que ofrezca a sus colegas la posibilidad de compartir (20) con él
sus propias ideas, sea para admitirlas, sea para rechazarlas. La sinceridad del científico le ha de
llevar a decir lo que piensa, todo lo que piensa y nada más que lo que piensa.
La comunicación de una idea que no tiene o que, de un modo o de otro distorsiona, constituye un
engaño o inadecuación entre la mente y el mensaje comunicado para que lo reciban otras mentes.
La sinceridad del científico exige la complitud del mensaje comunicado. El biólogo no puede ser
un avaro que se reserva ideas que forman parte de la investigación, comunicando ésta de modo
fragmentario o incompleto. Con ello queda incumplido su deber deontológico, insatisfecho el
derecho a recibir de los miembros de la comunidad científica, y amenazada la existencia de esta
comunidad o, al menos, la integración en élla del científico que se reserva las ideas. Esto es así,
incluso cuando la idea constituye una perspectiva de la realidad. "Una perspectiva no es un
fragmento, sino la cosa toda colocada en un sesgo determinado" (21).
La sinceridad impide, del mismo modo, la fabulación: el ampliar imaginativamente las ideas
científicamente elaboradas; el ofrecer como ideas sustantivas las que tienen tan solo un valor
marginal o adjetivo; el ponderar excesivamente en sentido positivo el esfuerzo que ha costado o
la importancia que tiene una idea; el descartarlas con un más o menos críptico sensacionalismo;
la simulación de ideas no obtenidas por el esfuerzo de abstracción del científico comunicador, en
general.
La comunicación científica ha de tener el mismo grado de catarsis intelectual que ha de tener la
idea científica del biólogo emisor.
La libertad
La pureza intelectual del investigador científico exige su libertad ideológica. Y si la
comunicación científica ha de ser sincera, ha de estar presidida también por el principio de
libertad. Libertad que, para ser tal, no admite condicionamiento, ni limitación alguna, internos o
externos. La ausencia de estos últimos constituye la independencia del comunicador científico
(22).
La libertad incondicionable e ilimitable no significa, empero, la posibilidad deontológica de
comunicar cualquier cosa bajo la calificación científica. La libertad es el modo libre de ejercitar
un derecho o de cumplir un deber. Tiene, por tanto, no por limitación, sino por propia naturaleza,
que seguir la suerte del derecho y del deber de la que constituye un adjetivo y ser congruente con
el objeto sobre que recaen el derecho y el deber. Así entendida, la libertad de comunicación
científico-biológica se refiere exclusivamente a:
a) La comunicación científica y no de otro tipo, como puede ser la comunicación ensayística; o
la comunicación de ideas elaboradas no científicamente por un aficionado, o incluso por el
biólogo, sin sometimiento a una metodología científica.
b) La comunicación de ideas científicas en el estricto campo de la Biología y no de otras
Ciencias que al biólogo le resulten extrañas. Otra cosa es que se valga para su investigación -y
que crea conveniente comunicarlas- ideas elaboradas por científicos en campos del saber más o
menos aledaños a la Biología, conforme a las reglas que ya se han esbozado acerca de las ideas
científicas aprendidas o no originales.
c) La comunicación de las ideas científicas del saber biológico no puede servir de ocasión o
excusa para llevar a cabo ninguna especie de propaganda o comunicación persuasiva tendente a
fomentar una ideología, o sistema ideológico que, por axioma, no pertenece al campo científico,
sino al religioso, político, etc., que tienen sus reglas propias de comunicación.
La comunicación ideológica tiene como constitutivo un bien. La comunicación científica difunde
un bien científico. La difusión de un mal no constituiría comunicación, sino que sería un modo
de incomunicación, ya que tendría efectos disfuncionales en la Ciencia y en la Sociedad. Nadie
tiene derecho a difundir el mal; por el contrario, existe el deber de no difundirlo. Constiuye
difusión de un mal la de cualquier mensaje que va en contra de los derechos naturales o
fundamentales. En el campo científico de la Biología el derecho más primario y fundamental de
todos, que es el derecho a la vida, y otros dos derechos inherentes al núcleo de la personalidad
humana: el derecho a la dignidad del hombre y el derecho a su intimidad (23).
Conciencia de los límites del conocimiento científico
El mensaje de la comunicación ideológica tiene como constitutivo el bien o la verdad operativa,
equivalente a la verdad científica, cuyo significado es muy distinto al de la verdad como
adecuación de la realidad al conocimiento. No se trata aquí del conocimiento de hechos, sino de
la elaboración criteriológica de abstracciones o ideas a partir de aquel conocimiento. Al
científico no se le exige que comunique la verdad de unos hechos, sino las ideas que él considera
válidas para explicar causalmente los fenómenos y considera, en el momento de comunicarlo,
como su verdad. Verdad que no puede serlo de una manera absoluta y definitiva, puesto que
solamente explica una parte de todo el objeto de su Ciencia y del concreto objeto investigado
(24); y porque su hallazgo es susceptible de profundizaciones y generalizaciones sucesivas. Que
le sea exigible la sinceridad, no significa que sea exigible la comunicación de una verdad como
adecuación total con el ser, al modo de la comunicación de la realidad externa.
Esto no significa escepticismo, ni relativismo, desde el punto de vista de la comunicación
ideológica porque lo que es relativa es la llamada "verdad científica". Lo que parece tal al propio
investigador en el momento de comunicarlo, puede no serlo en el momento siguiente, en que ha
obtenido una idea nueva. Cada sucesiva generalización sitúa al investigador ante nuevos
horizontes que hallar que, descubiertos, desvirtúan la verdad científica anterior, la cual, a pesar
de su imperfección o incomplitud, ha servido de punto de partida para el nuevo avance. El
hombre de ciencia comparte la idea socrática de que cuanto más aprende, más le falta por saber,
le sitúa en trance de iniciar nuevas andaduras (25). Se ha dicho, por éso, que la verdad científica
es frágil como la porcelana (26). Si en lugar de referirnos a un solo investigador lo hacemos a la
sucesión de investigadores que han trabajado en una misma línea, el resultado de provisionalidad
de las conclusiones científicas y de su valor de escabel para nuevas investigaciones, es el mismo
(27).
Por otra parte, tampoco la "verdad científica" que el investigador responsable comunica
sinceramente es verdad en cuanto que él la ha conseguido con honradez, esfuerzo y método. Pero
para otro científico que trabaje sobre el mismo objeto puede ser un error, subjetiva u
objetivamente hablando. El error científico que el investigador comunicase de buena fe como
verdad no obstaría a los mecanismos éticos de la comunicación científica. Y esto no solo por su
derecho y su deber de comunicar aquello que, de buena fe y puestos todos los medios
epistemológicos, considera un acierto, sino también porque el error supone un valor positivo para
la ciencia por el esfuerzo que, el mismo investigador que lo comete u otro distinto, ha de hacer
para rebatirlo, cancelarlo, superarlo o rectificarlo. Se ha dicho que la Historia de la Ciencia es la
historia de los errores científicos (28). Sean tales errores, sean aciertos incompletos, el avance
científico se va produciendo por el conocimiento de unos y otros en la comunidad científica y
por su utilización adecuada como apoyos, por acción o por reacción, para cada nuevo objetivo
científico a conquistar. Lo que no impide que, por sucesivas decantaciones criteriológicas, se
llegue también a conclusiones que puedan ser estables o dificilmente discutibles.
En cualquier caso, la comunicación científica nunca puede ser una comunicación "ex cathedra",
no por el relativismo del investigador o porque esté en duda su competencia científica, sino por
la relatividad natural de las conclusiones intelectuales que le es dado comunicar.
Reglas formales de la difusión científica
Las reglas deontológicas de la comunicación científica se extienden también a la forma. La
comunicación exige una puesta en forma, que es en lo que consiste la información. El científico
que comunica los resultados de su investigación es así un informador de unos específicos
mensajes ideológicos.
La comunicación científica ha de ser elocuente, en el preciso sentido del concepto y el término
elocuencia: decir algo a alguien. La comunicación científica no es un hablar, sino un decir. Decir
todo lo que hay que comunicar y nada más. De una manera precisa, sintética y sencilla, pero
comprensiva, de todo el mensaje. La grandilocuencia y los adornos en el lenguaje científico
pueden considerarse como ociosos y en consecuencia superfluos para el receptor (29). En el
supuesto de la comunicación oral, es necesaria una preparación próxima para cuidar las
expresiones y su exactitud al máximo. En el caso de la comunicación escrita, es imprescindible
la corrección de los términos, del estilo, de los errores y de las erratas de imprenta. De aquí que
sea recomendable un espacio de tiempo entre la redacción primera y la corrección o correcciones
sucesivas, del autor, de un tercero o de ambos (30).
El algo comunicable ya ha quedado repetido que es el resultado de la investigación. Resultado
que ha de decirse con precisión y exactitud. La investigación, en cuanto que es original, puede
ser comunicable mediante una conceptualización y terminología conocidas y ya usuales en el
lenguaje científico o puede requerir la formulación de nuevos conceptos y la utilización de
términos adecuados. Los conceptos se comunican mediante definiciones que han de cumplir las
tres reglas criteriológicas de tal manera de expresión: abarcar todo el objeto que se pretende
definir; marcar claramente el límite con los demás objetos; y evitar que lo definido entre en la
definición. La utilización de términos adecuados es una parte del quehacer científico: nominar es
ya hacer ciencia. Nominar con exactitud requiere un extenso e intenso conocimiento del idioma
para utilizar las palabras existentes en su más depurado sentido. Solamente cuando no hay
término exacto en el propio idioma, la precisión exigirá la adopción de un extranjerismo siempre que el vocablo extranjero sea también preciso en el idioma original para nominar
idéntico objeto-, o la creación de un neologismo, si tampoco se encuentra un término adecuado
en otro idioma.
Si en otra comunicación científica anterior, propia o ajena, se ha empleado inadecuadamente un
término, debe corregirse la nominación. De no haber inadecuación, debe emplearse el mismo
término con el fin de homogeneizar y normalizar la terminología científica.
En la medida de lo posible esta homogeneización debe entenderse por círculos concéntricos a las
ciencias afines y a las más alejadas hasta constituir un acervo común con las Humanidades en los
puntos de tangencia entre las Ciencias experimentales o de la Naturaleza y las Ciencias del
espíritu o del hombre en cuanto ser espiritual.
De este modo el alguien de la comunicación o sujeto receptor puede ir ampliándose sin
descender por eso del nivel rigurosamente científico, pero contrapesando recíprocamente los
inconvenientes de la especialización científica, sin perder sus ventajas.
El sujeto receptor se ampliará cuantitativamente, sin merma de su calidad, a medida que se
aumenta la comunicabilidad de los resultados científicos o la capacidad de comprensión de las
personas dedicadas a la investigación científica en las diversas ramas del saber. Y es deber del
investigador contribuir a esta expansión.
La calidad intelectual de la comunicación científica exige el decoro en el medio en que se
difunde o en el soporte del mensaje comunicado. Este decoro está distante del descuido como del
lujo. Una investigación científica difundida con poco gusto, sin cuidado o en forma ostentosa, se
devalúa. Esta exigencia depende, en algunos casos, del medio en que la comunicación se
difunda, lo que impone al investigador seleccionar este medio. La calidad del papel o del soporte
de que se trate, el tipo de letra, la sobriedad y elegancia de portadas y títulos no encarecen el
coste de la publicación y dignifican el mensaje que vehiculan. El científico debe acudir, en la
duda, a los expertos en las técnicas informativas.
En todo caso, del autor depende la exigencia de lo que es su derecho: que el texto corresponde
con el redactado por él; que se corrijan, por él o por otros, los errores y erratas de imprenta, y el
dar el "tírese" definitivo al texto compuesto para su impresión.
La publicación de investigaciones colectivas
En el supuesto de un trabajo colectivo, las reglas deontológicas que rigen su comunicación son
las mismas que rigen la publicación del trabajo individual. Hay, sin embargo, alguna
puntualización oportuna.
Sea un trabajo separable en su publicación, sea un trabajo solidario no individualizable en sus
resultados, ninguno de los componentes del equipo debe adelantar la publicación de una parte sin
la autorización de los demás; o utilizar resultados del trabajo del equipo para basar, razonar o
confirmar los propios trabajos individuales a comunicar. Mucho menos revelar los secretos de
una investigación en marcha, cuya titularidad corresponde al equipo o a alguno de sus
componentes.
La publicación del trabajo debe hacerse bajo el nombre del responsable de cada parte, o bajo el
de todos los que han participado en el trabajo, cuando el resultado es solidario. Es lícito, por
supuesto, destacar el nombre del que efectivamente y no solo por su categoría, ha actuado como
director del equipo. Hay que evitar, sin embargo, lo que, referido a un versículo evangélico, se ha
llamado "efecto San Mateo" (31), que puede adoptar diversas formas: la omisión del nombre de
algunos colaboradores modestos, lo que supone una apropiación de la titularidad intelectual por
parte del resto; la introducción del nombre de alguna persona que no ha realizado esfuerzo
alguno, lo que implica la apropiación por su parte del esfuerzo de los demás; y la figuración de
los nombres de los colaboradores, que induzcan a error o confusión acerca de la importancia
relativa de su participación en el trabajo, como puede ocurrir con el orden en que figuran, cuando
no se objetiva - por ejemplo, el orden alfabético-, o cuando se establece en función de la
categoría académica, científica o social de los figurantes y no del efectivo esfuerzo desarrollado
en la investigación cuyos resultados se difunden.
c) BIBLIOGRAFIA Y NOTAS
1. PIEPER, J. "El descubrimiento de la realidad". Rialp. Madrid, 1974, p. 15.
2. DESANTES GUANTER, J.M. "Principios jurídicos de la comunicación ideológica". En
"Comunicación y Sociedad". Homenaje al Profesor D. Juan Beneyto. Madrid, 1983, pp. 411-428.
3. "La unión entre ciencia, técnica y producción es objetiva porque depende de una libertad de la
comunicación del saber que puede ser temporalmente restringida, pero con la que, en definitiva,
no se puede acabar. En otros términos, esa comunicación está unida a la fuerza expansiva de la
verdad -de cualquier modo que se la entienda-, que hoy, sin lugar a dudas, está ampliamente
potenciada por las modernas formas de comunicación". COTTA, S. "El hombre tolemaico".
Rialp. Madrid, 1977, p. 64.
4. El artículo 20,1,b) de la Constitución española de 1978 "reconoce y protege" el derecho a la
creación científica. El 44,2 ordena que "los poderes públicos promoverán la ciencia y la
investigación científica y técnica en beneficio del interés general".
5. Como estudio intenso que es, la investigación resulta siempre intensamente formativa para el
investigador, quien se realiza por ella. A mayor abundamiento, el esfuerzo de expresarse para
comunicar la investigación cumple, con respecto al pensamiento, una función semejante a la de
la mayéutica socrática: lo arranca de su inercia y desarrolla su potencial crítico y creador.
6. "El hombre que sabe mucho, pero no aumenta el patrimonio colectivo del saber, es un hombre
estéril, fracasado". MALPIQUE, C. "Introduao a vida intelectual". Coimbra, 1934, p.236.
7. D'ORS, A. "Especialización, universalidad y acribia en las ciencias históricas". En "Papeles
del oficio universitario". Madrid, 1961, pp. 124 a 138. Define la acribia como "una virtud de la
exposición científica", p. 131.
8. Véase, por todos, PRADAL, J. "La vulgarisation des sciences par l'écrit". Consejo de Europa,
s.l. y s.d.; aunque por los datos que ofrece, posterior a 1970; "Memoria del 2º Congreso
Iberoamericano de Periodismo científico". Madrid, 1979.
9. PRADAL, J. "o.c.", según los datos estadísticos de las pp. 98-99.
10. BRAJNOVIC, L. "Deontología Periodística" (2ª ed.). EUNSA. Pamplona, 1978, pp. 276277.
11. Los programas o secciones biológicas o médicas de los medios de información general
escritos o emitidos por biólogos, o son incompresibles para el público o se mueven en un nivel
comparable a aquel en que se expresa el médico cuando explica al enfermo su dolencia y le
recomienda un tratamiento.
12. Véase el tema tratado por DE SOLLA PRICE, D.J. "Science since Babylon", New Haven,
1961; y "Little Science, big Science". Nueva York, 1971. En tal fecha calculaba el autor que
aparecía en el Mundo un artículo médico, en una revista científica, cada 26 segundos.
13. TOFFLER, A. "Previews and Premises". Londres, 1983, exige, con abundancia de datos que
lo avalan, una depurada tecnología para referenciar y analizar el material documentario
científico.
14. Sin llegar al extremo de las palabras de Terencio, "Nullum est jam dictum quod non dictum
sit prius", lo cierto es que nuestra ideación es en gran parte simple ordenación o generalización
de ideas y vivencias aprendidas.
15. "Plagiarius" se llamaba en Roma al que robaba esclavos o secuestraba hombres libres para
venderlos como esclavos, con lo que se le castigaba a la "plagis damnatio".
16. En general, véase el Capítulo IV, "Presentación del trabajo científico" del libro de ROGER,
J. "Metodología de la documentación científica". Madrid, 1969, pp. 77-79.
17. DROCHON, P. "Richeses spirituelles du chercheur". En "Impacts": 4, 70, 1983. "Sólo Dios
tiene los archivos completos de la humanidad", Ibid., p. 71. En el clásico libro de NICOLAS
CUSANO, "De docta ignorantia", cuyo título se estima como la mejor definición de la Ciencia,
se lee en 1,1: "tanto quis doctior erit quanto se magis sciverit ignorantem".
18. "En psicología no hay hechos vírgenes, solo hay hechos fecundados. De ahí la necesidad de
velar sobre el elemento fecundante, es decir, sobre el espíritu y la libertad, al menos tanto como
sobre el elemento fecundado. La iniciación, para los antiguos, consistía en una enseñanza
espiritual y doctrinal más que en la experiencia material de la vida. Porque hay algo más
importante que conocer la vida y es conocer el sentido de la vida". THIBON, G. "Nuestra mirada
ciega ante la luz". Rialp. Madrid, 1973, p. 72.
19. Acerca de la objetividad informativa, la bibliografía es abundante y no siempre orientada;
pero existe también la objetividad científica: RODRIGUEZ QUIROGA, F. "La objetividad como
meta educativa en Foerster". En "Revista de Estudios Políticos", 114, pp. 157-173, 1971.
20. Al intercambiar ideas el "yo" y el "tú", no sólo intercambian lo que ya poseen, sino que crean
algo nuevo, que es propio del "nosotros"; CASSIRER, E. "Las ciencias de la cultura". Graf.
Panamericana. México, 1955, pp. 84-85.
21. GARCIA MORENTE, M. "El tema de nuestro tiempo. Filosofía de la perspectiva". En
"Ensayos". Madrid, 1944, p. 53.
22. No constituye amputación de la libertad del sometimiento voluntario -en un ejercicio radical
y mantenido de la libertad- a un dogma, como conjunto sistemático y objetivado de ideas
aceptadas globalmente en virtud de la autoridad de una Institución. Es posible el dogma en las
Instituciones o Comunidades a las que se pertenece voluntaria y libremente; y voluntaria y
libremente se puede dejar de pertenecer, como las Iglesias; no en las que la integración es
necesaria, como la Comunidad internacional o la estatal. DESANTES GUANTER, J.M. "La
comunicación de ideas religiosas" en "Persona y Derecho", 11, pp. 247-248, 1984.
23. SORIA, C. "Derecho a la información y derecho a la honra". Barcelona, 1981; y
URABAYEN, M. "Vida privada e información". Pamplona, 1977.
24. "La verdad es el todo, y, no obstante, no vemos el todo de nada". PIEPER, J. "La fe ante el
reto de la cultura contemporánea". Madrid, 1980, p. 18.
25. "Ce qui fait l'adorable et hautaine grandeur de la Science, c'est qu'elle est un perpétuel
devenir". NORDMANN, Ch. "Einstein et l'Univers". París, 1932, p. 8.
26. DROCHON, P., "o.c.", p. 71.
27. "La serie de los hombres durante el transcurso de los siglos, debe ser considerada como un
solo hombre que existiera siempre y continuamente aprendiera". Palabras de PASCAL, citadas
por CHALLAYE, F. "Philosophie scientifique". París, 1929, p. 19.
28. ORTEGA Y GASSET, J., "Prólogo a Historia de la Filosofía, de Emile Brehier". En: "Obras
Completas", Vol. VI, Ed. Sudamericana, Buenos Aires. Madrid, 1961, p. 417.
29. "Las florituras son una ofensa al pensamiento", SERTILLANGES, A.D. citado por
MALPIQUE, C., "o.c.", p. 45. "La poesía de la Ciencia reside precisamente en el rigor lógico de
su lenguaje", Ibid., p. 219.
30. Sin llegar al extremo de HORACIO que en la "Epístola a los Pisones" exige nueve años de
reposo del original que se escribe hasta que se revisa.
31. Aunque confiesa que no es original, la expresión la emplea RIOBE, O. "Equipe de recherche
ou recherche en équipe". En "Impacts", 4,14, 1983. El texto se encuentra en San Mateo, 13,12:
"Porque al que tiene se le dará más y abundará; y al que no tiene, aun aquello que tiene le será
quitado".
Copyright
Natalia López Moratalla
Catedrático de Bioquímica
Antonio Ruiz Retegui
Licenciado en Físicas. Profesor de Teología Moral
Alejandro Llano Cifuentes
Catedrático de Metafísica
Francisco Ponz Piedrafita
Catedrático de Fisiología Animal
Gonzalo Herranz Rodríguez
Catedrático de Anatomía Patológica
Esteban Santiago Calvo
Catedrático de Bioquímica
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Profesor de Genética
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Catedrático de Geografía humana
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Doctor en Ciencias Biológicas
Antonio Monge Vega
Profesor de Química Farmacéutica
José María Martínez Doral
Profesor de Filosofía del Derecho
Dirección: Natalia López Moratalla
(c) 1987. Natalia López Moratalla y otros.
Facultad de Ciencias. Universidad de Navarra
Pamplona (España)
ISBN 84-600-5259-1
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