TENED LOS SENTIMIENTOS DE CRISTO - Diócesis Coria

Transcripción

TENED LOS SENTIMIENTOS DE CRISTO - Diócesis Coria
“TENED LOS SENTIMIENTOS DE CRISTO”
Francisco Cerro Chaves
Obispo de Coria-Cáceres
1
Carta Pastoral nº. 9
“TENED LOS SENTIMIENTOS DE
CRISTO”
“Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús” (Flp 2, 5)
Carta Pastoral sobre el Sacerdocio y la formación de los
sacerdotes
Francisco Cerro Chaves
Obispo de Coria-Cáceres
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INDICE
Siglas
Introducción
PRIMERA PARTE
El sacerdote, hombre de Dios para los demás
1. El sacerdote y Jesucristo
2. El sacerdote y el Espíritu Santo
3. El sacerdote en el Misterio de la Trinidad
4. El sacerdote y la Iglesia
5. El sacerdote y el mundo
6. El sacerdote y la Virgen María
SEGUNDA PARTE
Formación para el ministerio sacerdotal
1. El Seminario, lugar de formación
2. Dimensiones de la formación sacerdotal
2.1. Dimensión humana
2.2. Dimensión espiritual
2.3. Dimensión intelectual
2.4. Dimensión comunitaria
2.5. Dimensión pastoral
3
TERCERA PARTE
La pastoral Vocacional
1. La pastoral vocacional
2. La llamada al sacerdocio y la respuesta
3. El Seminario Menor
4. Vocaciones en edad adulta
CUARTA PARTE
El Convictorio Sacerdotal
Conclusión
Oración
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SIGLAS
DOCUMENTOS DEL CONCILIO VATICANO II
LG: Lumen Gentium
GS: Gaudium et Spes
SC: Sacrosanctum Concilium
ChD: Christus Dominus
PO: Presbyterorum ordinis
OT: Optatam totius
DV: Dei Verbum
DOCUMENTOS DE PAPAS
MC: Marialis Cultus, Pablo VI
PDV: Pastores dabo vobis, Juan Pablo II
RMi: Redemptoris Missio, Juan Pablo II
TMA: Tertio Millennio Adveniente, Juan Pablo II
RM: Redemptoris Mater, Juan Pablo II
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INTRODUCCIÓN
El sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús
“Esta conmovedora expresión, que repetía con frecuencia el Santo Cura de
Ars, nos da pie para reconocer con devoción y admiración el inmenso don que
suponen los sacerdotes, no sólo para la Iglesia, sino también para la humanidad
entera. Tengo presente a todos los presbíteros que con humildad repiten cada días
las palabras y los gestos de Cristo a los fieles cristianos y al mundo entero,
identificándose con sus pensamientos, deseos y sentimientos, así como con su estilo
de vida. ¿Cómo no destacar sus esfuerzos apostólicos, su servicio infatigable y
oculto, su caridad que no excluye a nadie? Y ¿qué decir de la fidelidad entusiasta de
tantos sacerdotes que, a pesar de las dificultades e incomprensiones, perseveran en
su vocación de “amigos de Cristo”, llamados personalmente, elegidos y enviados
por Él”1
Queridos hijos de la diócesis de Coria-Cáceres, sacerdotes, religiosos y
religiosas, personas consagradas, seminaristas, fieles laicos:
Finalizando el “Año Sacerdotal”, convocado por el Santo Padre Benedicto
XVI con ocasión del 150 aniversario del “dies natalis” de San Juan María Vianney,
quiero dedicar esta Carta Pastoral al Sacerdocio y más en particular a la Formación
de los futuros sacerdotes, a nuestro Seminario y a los formadores. Como Obispo
considero que la tarea más importante de mi ministerio es la de formar sacerdotes.
Los seminaristas son la esperanza y el futuro de la Iglesia y de nuestra amada
Diócesis de Coria-Cáceres. El Seminario es un presbiterio en gestación.
Aunque la tarea evangelizadora de la Iglesia no concierne exclusivamente a los
Pastores, sino a todo el Pueblo de Dios, los sacerdotes desempeñan, sin embargo,
una función insustituible. La exigencia de una nueva evangelización hace apremiante la
necesidad de encontrar un modo de ejercitar el ministerio sacerdotal que esté realmente en
consonancia con la situación actual, que lo impregne de incisividad y lo haga apto para responder
adecuadamente a las circunstancias en las que debe desarrollarse. Todo esto, sin embargo, debe ser
realizado dirigiéndose siempre a Cristo, Cabeza y Pastor, Esposo y Servidor de la Iglesia, nuestro
único modelo, sin que las circunstancias del tiempo presente aparten nuestra mirada de la meta
Benedicto XVI: “Carta para la convocatoria de un Año Sacerdotal con ocasión del 150 aniversario
del dies natalis de san Juan María Vianney, 16-VI-2009
1
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final. No son únicamente, en efecto, las circunstancias socio-culturales las que nos deben empujar a
una renovación espiritual válida sino, sobre todo, el amor a Cristo y a su Iglesia2.
Los fieles tienen el derecho de buscar y encontrar en el sacerdote al hombre
de Dios, al consejero, al mediador de paz, al amigo fiel y prudente y al guía seguro,
en quien se pueda confiar en los momentos más difíciles de la vida para hallar
consuelo y firmeza. Soy consciente, queridos hermanos sacerdotes, de los grandes
desafíos que hoy se nos presentan. El Obispo quiere estar cerca de todos y cada uno
de los sacerdotes del presbiterio diocesano, apoyaros y expresaros mi cariño y
preocupación de padre, hermano y amigo.
“Formar a los futuros sacerdotes en la espiritualidad del Corazón del Señor
supone llevar una vida que corresponda al amor y al afecto de Cristo Sacerdote y
Buen Pastor: a su amor al Padre en el Espíritu Santo, a su amor a los hombres hasta
inmolarse entregando su vida” (PDV 49).
Esta afirmación central lleva consigo afirmar que “el sacerdote es el hombre de
la caridad, y está llamado a educar a los demás en la imitación de Cristo y en el
mandamiento nuevo del amor fraterno” (cf. Jn.15, 12). Pero esto exige que él
mismo se deje educar continuamente por el Espíritu Santo en la caridad del Señor.
En este sentido, la preparación al sacerdocio tiene que incluir una seria formación de
la caridad, en particular del amor preferencial por los “pobres”, en los cuales,
mediante la fe, descubre la presencia de Jesús (cf. Mt. 25, 40) y el amor
misericordioso por los pecadores” (PDV 49).
La Diócesis necesita y pide sacerdotes bien formados y santos, que
prolonguen en la Iglesia y en el mundo la presencia salvadora de Jesucristo, el Buen
Pastor.
Todos hemos de esforzarnos para que el Seminario sea una verdadera familia,
una auténtica comunidad de discípulos, que viva la alegría del seguimiento de Cristo
y en la que resplandezca el Espíritu del Señor y el amor a la iglesia. Queremos que
nuestro Seminario siga siendo el corazón de nuestra amada Diócesis de CoriaCáceres.
Teniendo en cuenta que el sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús, el
corazón de cada sacerdote debe ser “un corazón que se conmueve delante de las
heridas y de los sufrimientos espirituales, morales y corporales de los seres humanos,
de cada hombre o mujer, y, por eso, un corazón que desborda todo su amor sobre la
Congregación para el Clero: “El sacerdote ministro de la palabra, ministro de los sacramentos y
guía de la comunidad ante el tercer milenio cristiano, 1999, 2.
2
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humanidad, a ejemplo de Jesús, Buen Pastor. El Santo Cura de Ars, en su vida
sacerdotal, se movía por esa conmoción y por ese amor”3
PRIMERA PARTE
EL SACERDOTE HOMBRE DE DIOS PARA LOS DEMÁS
“Porque todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto
a favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios
por los pecados” (Heb. 5, 1).
El sacerdote es un hombre elegido por Dios de entre los hombres para servir
a los hombres en todo aquello que tiene relación o se refiere a Dios.
El Señor nos invita a revivir, a renovar y a reavivar nuestro sacerdocio, don
sobrecogedor y gracia inmerecida de Dios para todos y cada uno para que vivamos
siempre y permanentemente el sacerdocio de Jesucristo. Por ello, debemos tener en
nuestro corazón siempre aquella recomendación que san Pablo hizo a Timoteo y en
él a nosotros hoy y aquí: “Te recomiendo que reavives el don de Dios que te fue
conferido cuando te impuse las manos (2 Tm 1,6). Los sacerdotes estamos invitados
a reavivar cada día el don recibido en la Ordenación sacerdotal, por la que fuimos
configurados con Jesucristo Pastor, para manifestar y actualizar el pastoreo del
Señor, en la Iglesia y para el mundo. La misión del sacerdote es la misión del Señor:
Sacerdote y Víctima, Cabeza y Pastor, Siervo y Esposo. La vida espiritual del sacerdote
queda caracterizada, plasmada y definida por aquellas actitudes y comportamientos que son
propios de Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia y que se compendian en su caridad pastoral
(PDV n 21).
Por el Sacramento del Orden el sacerdote deja de vivir para sí mismo y se
convierte en un expropiado… no se pertenece. El sacerdote es, en primer lugar y
sobre todo, un hombre consagrado: ha recibido un nuevo carácter, una nueva
marca, definitiva, imborrable, que lo convierte en sacerdos in aeternum, por toda la
eternidad.
Todos somos conscientes que la ordenación sacerdotal nos dejó señalados
para siempre, Dios tomó posesión de nuestra vida de un modo nuevo y particular y
nos consagró a su servicio para beneficio de nuestros hermanos los hombres. Así el
sacerdote se convierte en el hombre de Dios para los demás.
3
Card. Claudio Hummes, Prefecto de la Congregación para el Clero, 31-VII-2009.
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El sacerdote lo es siempre, ininterrumpidamente, en todos los momentos.
Cualquier cosa que haga, cualquier actitud que tome, será siempre la acción y la
actitud de un sacerdote, porque lo es siempre. Es importante recordar esto en el
momento presente. El sacerdote es un hombre consagrado, entregado, que ya no se
pertenece a sí mismo; libremente se ha entregado a Dios para que Dios disponga de
él en servicio de los demás, se ha despojado.
1. El sacerdote y Jesucristo
“La referencia a Cristo es la clave absolutamente necesaria para la
comprensión de las realidades sacerdotales” (PDV 12). En efecto, “los presbíteros
son en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo
Cabeza y Pastor” (PDV 15).
El sacerdote es sacramento, es decir, signo e instrumento, de Jesucristo
Cabeza y Pastor, Esposo y Servidor de la Iglesia. Esto lleva consigo y nos exige:
* Poner a disposición de Jesucristo nuestra persona, nuestro corazón,
nuestras cualidades, nuestro tiempo, nuestra oración… a fin de que Él pueda ser, a
través de nosotros, Pastor de la Comunidad cristiana.
* Transparentar al Señor, nunca ocultarlo, al anunciarlo en el ministerio
de la Palabra, al celebrarlo en la Liturgia y en la Eucaristía y al prolongarlo en el
servicio a los hermanos. Qué bien lo decía S. Gregorio Magno: “Es necesario que él (el
pastor) sea puro en el pensamiento, ejemplar en el obrar, discreto en el silencio, útil con su palabra;
esté cerca de cada uno con su compasión y dedicado más que nadie a la contemplación; sea un aliado
humilde de quien hace el bien, pero por su celo por la justicia, sea inflexible contra los vicios de los
pecadores; no atenúe el cuidado de la vida interior en las ocupaciones externas, ni deje de proveer a
las necesidades externas por la solicitud del bien interior4.
El sacerdote ha de transparentar a Jesús, el Sumo y Eterno Sacerdote:
- “Misericordioso”. La misericordia consiste sobre todo en ser solidario con los
hombres ante Dios. Sabemos que la peor miseria del hombre es el pecado que los
separa de Dios, de su dignidad y que les provoca desórdenes y males de toda
especie. De otro modo la misericordia sería filantropía, limitada al plano terreno, y
no sería, en consecuencia sacerdote.
- “Digno de fe”. Ser digno de fe expresa “la capacidad de poner a los hombres en
contacto con Dios con autoridad. Así, un hombre compasivo con los hermanos
pero que no esté acreditado ante Dios no sería capaz de establecer la mediación
sacerdotal entre los hombres y su Creador, ya que su compasión quedaría restringida
4
S. Gregorio Magno: “Regla pastoral”, II, 1.
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a lo terreno”. En el caso inverso, el de “una persona acreditada ante Dios pero a la
que le faltase la relación de solidaridad con los hombres, su posición autorizada no
le serviría de nada”.
Por eso, los pastores han de unir en su actividad pastoral “autoridad y
misericordia”, del mismo modo que “hizo Jesucristo, que es Sumo y eterno
sacerdote”. La compasión “no es un sentimiento superficial, sino una capacidad
adquirida mediante el sufrimiento personal. Ello es debido a que “para
compadecerse de verdad es necesario haber pasado por los mismos sufrimientos
que aquellos a los que se quiere ayudar”. Recordemos que Jesucristo “se hizo igual a
los hombres, excepto en el pecado, para compartir sus sufrimientos, de modo que
su pasión y muerte en la cruz es una muestra de solidaridad perfecta”5.
* Vivir en permanente relación con Jesucristo, y en esa relación
encuentra su identidad: el presbítero encuentra la plena verdad de su identidad en ser una
derivación, una participación específica y una continuación del mismo Jesucristo, Sumo y Eterno
Sacerdote de la nueva y eterna Alianza. Es una imagen viva y transparente de Jesucristo Sacerdote
(PDV 12).
* Vivir íntimamente unidos a Cristo en un proceso dinámico de búsqueda,
encuentro y amor: “que busques a Cristo, que encuentres a Cristo, que ames a Cristo”.
Intimidad con Jesucristo que configura nuestro ser, nuestro actuar y nuestro estilo
de vida y que pone en juego toda nuestra persona y para siempre. Os pido que deis
primacía a la vida espiritual, como recordaba Juan Pablo II en una carta a los
sacerdotes con motivo del Jueves Santo de 1987: “nuestro sacerdocio debe estar
profundamente vinculado a la oración, radicado en la oración”.
* Poner en el corazón de nuestra predicación, catequesis… a Jesucristo.
No tengamos miedo ni vergüenza de anunciar a Cristo. Como san Pablo hemos de
tener la valentía de predicar a Cristo: “los judíos piden milagros y los griegos buscan
sabiduría, pero nosotros predicamos a Cristo crucificado; para los judíos escándalo,
y para los gentiles necedad; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un
Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1 Cor.1, 22-24).
* Dejarnos transfigurar por el Espíritu Santo en Cristo Jesús. Debemos
pasar de la configuración ontológica con Jesucristo realizada en la ordenación
sacerdotal a la configuración existencial con el Señor que se va realizando todos y
cada día de la vida del sacerdote.
A. Vanhoye, “Sacerdotes antiguos, sacerdote nuevo según el Nuevo Testamento”, Sígueme.
Salamanca
5
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Profundizando más en la búsqueda de la identidad del sacerdote decimos
también que el sacerdote es “sacramento de Jesucristo mediador”. Dice Santo
Tomás: lo que constituye, propiamente hablando, el oficio del sacerdote es ser mediador entre Dios
y el pueblo, en cuanto comunica a los hombres las realidades divinas. Propiamente hablando
solo hay un mediador entre Dios y el hombre, Jesucristo; el sacerdote lo es por
participación, actúa como instrumento suyo en la administración de los Sacramentos
y en las demás funciones pastorales y ministeriales. Este rasgo no se entiende como
poder o privilegio, sino como servicio: “el que es cabeza del pueblo debe, antes que
nada, darse cuenta de que es servidor de muchos. Y no se desdeñe de serlo, repito,
no se desdeñe de ser servidor de muchos, porque el Señor de los señores no se
desdeñó de hacerse nuestro siervo” (San Agustín).
Es urgente que los sacerdotes profundicemos cada vez más en nuestra
condición de ministros- servidores de Jesucristo, en virtud de la consagración sacramental y de la
configuración con Él (PDV n 25) y que nuestra relación con Jesucristo sea cada vez más
íntima y profunda. Leemos en el prefacio de la Misa crismal sobre la vida de los
presbíteros: “Tú les pones a Cristo como modelo para que dando la vida por Ti y
por los hermanos, se esfuercen por conformarse a la imagen de tu Hijo y den
testimonio de fidelidad y de amor”.
Los presbíteros han de estar con Jesús hasta entrar en comunión ilimitada
con Él y con su destino.
* Estar con Jesús para ser modelado y moldeado por Él. Es el componente
místico de la llamada del Señor. Debemos estar al lado del Señor, para escucharle sin
prisas, para descubrir su inmensa misericordia, para dejarnos amar y santificar por
Él, para dejarnos seducir por Él.
* Estar en Jesús, existir en Él, en sus entrañas, para que se realice en el
presbítero lo que dice Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo quien vivo; es Cristo quien
vive en mí…vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por
mí” (Gál.2, 20). Y es este mismo amor el que urge a la misión: “El amor de Cristo
me apremia” (2 Cor 5, 14).
La identificación del sacerdote con Cristo profeta, sacerdote y pastor, ha de
llevarlo también a vivir el radicalismo evangélico que florece y se expresa de modo
privilegiado en los consejos evangélicos, internamente relacionados entre sí, de
obediencia, castidad y pobreza. El sacerdote ha de vivirlos desde la seducción de
Jesús y del Reino según las finalidades y el significado original que nacen de la
identidad propia del presbítero y la expresan. Por eso, recordemos la peculiaridad de
los consejos evangélicos en el sacerdote:
* La obediencia del pastor está enraizada en el misterio de Jesucristo (cf.
Rm. 5, 19; Flp 2, 8-9; Hb. 5, 8-9) a quien el sacerdote presencializa. Significa escucha
11
atenta y acogedora de Dios que habla, sometimiento disponible, dejarse traspasar
por su Palabra, disponibilidad para la misión (PO 15). Se caracteriza por ser “una
obediencia apostólica”, por “presentar una exigencia comunitaria” y por “tener un
especial carácter de pastoralidad” (PDV 28). La obediencia del Sacerdote consiste en
poner nuestra persona y nuestra vida a la sombra de la cruz del Buen Pastor que da
la vida por las ovejas; es poner nuestra persona y nuestra vida bajo la palabra de
Jesucristo, el Buen Pastor que da los verdaderos pastos de la sabiduría y de la vida a
las ovejas. Y esto lleva consigo hacer realidad en nosotros las palabras de San Pedro
que dice: “A los presbíteros que están entre vosotros les exhorto yo, presbítero
como ellos, testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que está para
manifestarse. Apacentad la grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no
forzados, sino voluntariamente, según Dios; no por mezquino afán de ganancia,
sino de corazón; no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos
de la grey. Y cuando aparezca el Supremo Pastor, recibiréis la corona de gloria que
no se marchita” (1 Ped. 5, 1-4).
* El celibato del pastor hace de él signo público de su amor primero a Dios
y de su cercanía a los enfermos y abandonados (cf. PO 16). El celibato “es un don
de sí mismo en y con Jesucristo a su Iglesia y expresa el servicio del sacerdote a la
Iglesia en y con el Señor” (PDV 29). “La total pertenencia a Cristo,
convenientemente potenciada y hecha visible por el sagrado celibato, hace que el
sacerdote esté al servicio de todos. El don admirable del celibato, de hecho, recibe
luz y sentido por la asimilación a la donación nupcial del Hijo de Dios, crucificado y
resucitado, a una humanidad redimida y renovada”6
* La pobreza del pastor le lleva a no dejarse atar por la codicia ni por el
consumo, y le permite ser libre al servicio de la misión y le empuja a optar por los
más pobres, por las situaciones de pobreza y por las misiones o tareas pastorales sin
especial brillo humano (PO 17). Las palabras que Jesús dijo al joven rico resuenan
con fuerza en nuestros oídos y en nuestros corazones: “Sólo una cosa te falta; vete,
vende lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y
sígueme” (Mc 10, 21; cf. Flp 3, 5-7). Esta pobreza se caracteriza por “tener
connotaciones pastorales”, por “tener un significado profético” y porque “el
sacerdote debe ofrecer también el testimonio de una total transparencia en la
administración de los bienes de la misma Comunidad” (PDV 30).
Las renuncias del sacerdote quedan resumidas en las palabras de pedro: “Lo
hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mt 19, 27). Esta renuncia total sólo tiene
sentido desde “el seguimiento de Jesús como encuentro, gracia y amistad”.
Congregación para el Clero, “El presbítero, pastor y guía de la Comunidad Parroquial. Instrucción,
n. 5”. 4-VIII-2002.
6
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Teniendo en cuenta este radicalismo evangélico, afirmamos que el sacerdote
no ha de buscar compensaciones humanas, prestigio, cargos, éxito o comodidad. El
camino para ser fecundos y dar fruto es claro: si el grano de trigo, después de echado a la
tierra, no muere, queda infecundo (Jn 12, 24). Nuestro sacerdocio se hace creíble, delante
de todos, cuando no buscamos los primeros puestos, sino servir allí donde el Señor
nos envía.
Amad y seguid a Jesucristo
¡Queridos seminaristas!
Tened un amor apasionado por Jesucristo, como garantía de fidelidad y de
felicidad en el futuro ministerio. Vivir seducido por Jesucristo vivo, por su
Corazón, le llevará a un trato íntimo, diario y prolongado en la oración personal,
hasta alcanzar la experiencia de no poder vivir sin la oración.
Poned al Señor en el centro de vuestros pensamientos, afectos y
comportamientos. Cada seminarista debe descubrir a Jesús como el Mesías, el Señor,
el Hijo de Dios; el Camino, la Verdad y la Vida; el Alfa y la Omega, fuente y
cumbre, principio y fin de todo cuanto hace y vive. Cristo es la esperanza de todos
los hombres y mujeres.
La íntima unión con Jesucristo hará posible que el seminarista vaya
profundizando y viviendo el Bautismo que le constituyó hijo de Dios y hermano de
todos los hombres. Además esa unión con Cristo le hará descubrir que, un día, será
consagrado Sacerdote en el Sacramento del Orden no para estar sobre los demás,
sino para, desde el Señor, ser para los demás y con los demás.
Considerad y meditad que el sacerdote -y vosotros un día- presta a Cristo la
inteligencia y la voluntad, la palabra y la voz, las manos y su propia persona, para
que mediante su propia persona y ministerio Cristo ofrezca al Padre el sacrificio
sacramental de la redención. Por eso, ya desde el seminario, el futuro sacerdote debe
ir haciendo suyas las disposiciones del Corazón de Jesús y como Él, vivir como don
para sus hermanos.
No olvidéis que Jesucristo se ha quedado con nosotros de una manera
misteriosa pero real en el Sacramento admirable de la Eucaristía: presencia real y
sacramental en el tiempo del único y eterno sacrificio de Cristo. Los grandes misterios de
nuestra fe han de ser contemplados para interiorizarlos y vivirlos. Cuiden los
seminaristas de visitar con frecuencia al Señor Sacramentado y dedicar ratos
prolongados de adoración ante la Eucaristía solemnemente expuesta. Lo mirarán
con ojos de fe y de amor; más aún, se dejarán mirar por Cristo, como decía Santa
Teresa de Jesús, y con su mirada los amará y amándolos, los transformará. Recordad
13
y aprended lo que enseñaba Juan Pablo II: La fe y el amor por la Eucaristía hacen
imposible que la presencia de Cristo en el sagrario permanezca solitaria.
Profesad una inmensa devoción a la Eucaristía. La Eucaristía es el medio y el
fin del ministerio sacerdotal. Existe una íntima unión entre la Eucaristía, la caridad
pastoral y la unidad de vida del sacerdote.
Participad en la Santa Misa de forma consciente, activa y fructuosa. En este
sentido, los Formadores del Seminario ayuden a los seminaristas a participar
vivamente en la Eucaristía, respetando y observando el rito establecido en los libros
litúrgicos aprobados, sin añadir, quitar o cambiar nada (cfr. Vaticano II, SC 22 y
C.I.C. 846, 1).
Vivid la Eucaristía como el momento central del día, con verdadero deseo y
como ocasión de un encuentro profundo y eficaz con Cristo. Los formadores del
Seminario, por su parte, deben fomentar y procurar la belleza y la riqueza de la
celebración litúrgica de la Santa Misa, la pulcritud externa y ritual de todo lo que
atañe a la Eucaristía, así como la limpieza, pureza y delicadeza del corazón de los
participantes en ella. Evitad la rutina en la celebración de la Eucaristía y en la
administración de los sacramentos. Y cuando seáis sacerdotes y tengáis que celebrar
varias misas en un mismo día sea de feria o se de precepto. Evitad la mera
costumbre, la inercia.
Preparad la Eucaristía y dad gracias después de la Sagrada Comunión. Esto
exige tiempo para prepararse a la celebración y tiempo de acción de gracias después
de haberla celebrado. Sepan los seminaristas esto: ¡cuánto bien hace al pueblo
sencillo ver al sacerdote de rodillas antes y después de la celebración de la Misa! Por
ello, los Formadores del Seminario han de cuidar adecuadamente todo lo que puede
aumentar el decoro y aspecto sagrado de la celebración. Es importante que en la
celebración de la Misa se cuide la limpieza del lugar, el diseño del altar y del sagrario,
la nobleza de los vasos sagrados, de los ornamentos, del canto, de la música, del
silencio sagrado, etc. Todos estos elementos contribuyen a una mejor participación
en el Sacrificio eucarístico.
La falta de atención a estos aspectos, el descuido y la prisa, la superficialidad
y el desorden, vacían de significado y deterioran la función de aumentar la fe.
Recuerden los formadores del seminario que el que celebra mal, manifiesta la debilidad de
su fe y no educa a los demás en la fe. Al contrario, celebrar bien constituye una primera e
importante catequesis sobre el Santo Sacrificio7.
Congregación para el Clero, “Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros”, n. 49;
1994.
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El misterio que celebramos y adoramos debe hacer de nosotros una ofrenda
santa y agradable para el Padre por Cristo en el Espíritu Santo, y lo debemos
convertir en vida, llevarlo a la vida. Si no fuera así, todo lo anterior sería culto vacío
y harían verdaderas las palabras de Jesús: estos hijos me honran con sus labios, pero su
corazón está muy lejos de mí (Mt 15, 8).
Vivir la Eucaristía es hacer de nuestra vida una eucaristía: una vida de acción
de gracias, de alabanza, de ofrenda, de intercesión, de reparación y de comunión con
la voluntad de Dios. Estoy convencido de que se celebra y se adora bien la
Eucaristía si se traduce en vida. Y estoy convencido también, de que no se puede
vivir configurado existencialmente con Cristo, que da la vida por sus ovejas, si no se
celebra y se adora bien.
Pasad de la mesa de la Eucaristía a la mesa de los pobres. Haceos, como
Jesús, pan roto y partido para que podáis compartiros y repartiros con los
hermanos y hermanas más pobres y necesitadas (cf. 1 Cor 11, 20-21).
2. El sacerdote y el Espíritu Santo
Es verdad que el ministerio sacramentalmente ordenado está enraizado y
radicado en Jesucristo, pero también es verdad que el sacerdote está profundamente
relacionado con el Espíritu Santo. Por ello, podemos decir que en el ministerio
sacerdotal están íntimamente unidas la originariedad cristológica, como ya hemos
visto, y su dimensión pneumatológica que lleva consigo “el servicio (la diakonía) del
Espíritu Santo”.
Pero no nos quedemos aquí, con ser esto hermoso. Demos un paso más en
el descubrimiento y contemplación de la identidad del sacerdote. Pongamos de
relieve también que el Sacerdote está enraizado en el Misterio Trinitario pues es
“don del Padre para la Iglesia y para el mundo”, “sacramento de Cristo, Cabeza y
Pastor”, y “obra del Espíritu Santo”.
Con pocas pero profundas y expresivas palabras, Juan Pablo II sintetiza la
acción maravillosa que el Espíritu Santo realiza en el que es ordenado sacerdote: “El
Espíritu Santo, mediante la unción sacramental del Orden, los configura con un
título nuevo y específico a Jesucristo Cabeza y Pastor, los conforma y anima con su
caridad pastoral y los pone en la Iglesia como servidores autorizados del anuncio del
Evangelio a toda criatura y como servidores de la plenitud de la vida cristiana de
todos los bautizados” (PDV 15). Agradezcamos una vez esta gracia divina y seamos
fieles a ella, no echando en saco roto la gracia de Dios que hemos recibido.
El ministerio de los sacerdotes es un don del Espíritu, una gracia, un carisma
(cf. 2 Tim. 1, 6). No es delegación de la Comunidad, ni hay un estricto derecho del
ordenado a recibirlo. Es posible que no sintamos sobrecogidos y abrumados por
15
este don tan inmenso y tan grandioso: “llevamos este tesoro en vasijas de barro” (2
Co 4, 7). Este mismo Espíritu Santo nos dará paz interior ya que lo que nos pide el
Señor es nuestra entrega amorosa y gratuita al servicio del Reino de Dios y nuestro
amor a Él y a los que Él nos ha confiado. Como a Pedro, hoy y mañana y siempre,
el Señor nos pregunta siempre: “¿Me amas más que estos? Y entonces
descubriremos que todo es gracia y don de Dios…
El día de nuestra ordenación sacerdotal fuimos ungidos y consagrados por el
Espíritu Santo para configurarnos íntimamente con Cristo y poder continuar en el
mundo la misión que Jesucristo confió a los Apóstoles. Fuimos consagrados por el
Espíritu Santo para convertirnos en instrumentos vivos de Jesucristo, Sumo y
Eterno Sacerdote misericordioso y digno de fe en lo que toca a Dios.
“Gracias a esta consagración obrada por el Espíritu Santo en la efusión
sacramental del Orden, la vida espiritual del sacerdote queda caracterizada, plasmada
y definida por aquellas actitudes y comportamientos que son propios de Jesucristo,
Cabeza y Pastor de la Iglesia y que se compendian en su caridad pastoral” (PDV 21)
que es “don gratuito del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, deber y llamada a la
respuesta libre y responsable del presbítero” (PDV 23). Ciertamente “el Espíritu del
Señor es el gran protagonista de nuestra vida espiritual y de nuestra santidad. En
efecto, “El crea el “corazón nuevo”, lo anima y lo guía con la “ley nueva” de la
caridad, de la caridad pastoral. Para el desarrollo de la vida espiritual es decisiva la
certeza de que no faltará nunca al sacerdote la gracia del Espíritu Santo, como don
totalmente gratuito y como mandato de responsabilidad” (PDV 33).
Tengamos presente hoy y siempre que el Espíritu Santo es fuente de la
comunión de la Iglesia y de la misión hasta el punto que él es el verdadero
protagonista de la evangelización: “La misión no es un elemento extrínseco o
yuxtapuesto a la consagración, sino que constituye su finalidad intrínseca y vital: la
consagración es para la misión. De esta manera, no sólo la consagración, sino
también la misión está puesta bajo el signo del Espíritu, bajo su influjo santificador”
(PDV 24).
Recordemos también que la fortaleza, la valentía, la “parrhesia” evangélica
que el sacerdote necesita para realizar su ministerio tiene en el Espíritu Santo su
fuente y manantial. La “parrhesia” es, en el sacerdote, un don del Señor
directamente relacionado con su “autoridad” que tiene como premisa la obediencia
fiel para con el Espíritu y que se alimenta en la oración confiada.
La misma vida del sacerdote no se puede entender sin la presencia y acción
del Espíritu Santo en él. En efecto, el Espíritu Santo nos enseña a orar como
conviene, nos da la esperanza, es la fuente de nuestro gozo y alegría, pone en
16
nuestros corazones y en nuestros labios la palabra que hemos de decir, es el
manantial de la comunión y misión de la iglesia, es fuente de nuestra santificación.
3. El Sacerdote en el misterio de la Santísima Trinidad
No queremos silenciar que la naturaleza y la misión del sacerdocio
ministerial no se pueden entender sino es en el misterio insondable de la Santísima
Trinidad. En efecto, “el sacerdocio nace de la profundidad del inefable misterio de
Dios, o sea, del amor del Padre, de la gracia de Jesucristo y del don de la unidad del
Espíritu Santo” (PDV 12).
Ciertamente el sacerdote tiene como referente fundamental a la Santísima
Trinidad, por eso tiene una constitución teocéntrica, cristológica (seguimiento,
novedad, proexistencia) y pneumatológica (gratuidad, “diakonía”, misión).
No olvidemos, con todo, que tiene también una radicación eclesiológica
(comunión, servicio, relacionalidad).
4. El sacerdote y la Iglesia
Hemos visto y presentado la referencia del sacerdote con Jesucristo.
Ahora, avanzando en nuestra reflexión teológica, hablaremos de la referencia del
Sacerdote a la iglesia.
La referencia a la Iglesia es necesaria, aunque no prioritaria en la definición de la
identidad del presbítero. En efecto, en cuanto misterio la Iglesia está esencialmente relacionada con
Jesucristo: es su plenitud, su cuerpo, su esposa. Es el “signo” y el “memorial” vivo de su presencia
permanente y de su acción entre nosotros y para nosotros” (PDV 12)
¿Cómo se relacionan estas dos referencias del presbítero?
Íntimamente unida a la relación con Cristo está la relación que tiene el sacerdote con
la Iglesia. No se trata de relaciones simplemente cercanas entre sí, sino unidas interiormente en una
especie de mutua inmanencia. La relación en la Iglesia se inscribe en la única y misma relación del
sacerdote con Cristo, en el sentido de que la representación sacramental de Cristo es la que instaura
y anima la relación del sacerdote con la Iglesia (PDV n 16).
La referencia del sacerdote a Jesucristo incluye su referencia a la Iglesia.
En efecto, San Pablo, al invitarnos a configurarnos con Jesucristo, nos insta a hacer
nuestros y a vivir de los mismos sentimientos de Cristo (cfr. Fil. 2, 5) y de sus
grandes amores: “Cristo amó a la Iglesia y se entrego a sí mismo por ella” (Ef. 5,
25). Juan Pablo II es claro al afirmar que “para todo misionero y toda comunidad la
fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia” (RMi 89).
A la luz de estas enseñanzas descubrimos que no puede separarse la fidelidad
para con Jesucristo de la fidelidad para con la Iglesia.
17
Por otra parte, la caridad pastoral implica un amor primero a la Iglesia: el
bien pastoral por encima de todo; y un amor total a la Iglesia: el corazón y la pasión
del presbítero están allí donde está la Iglesia y la comunidad.
Una vez establecida esta afirmación central, pasemos ahora a determinar la
naturaleza de la referencia eclesiológica del presbítero.
El sacerdote, en cuanto que representa a Cristo Cabeza y Esposo de la
Iglesia, se sitúa no sólo en la Iglesia, sino también al frente de la Iglesia” (PDV 16)
de tal manera que pertenece a los elementos constitutivos de la misma: “por su
misma naturaleza y misión sacramental, el sacerdote aparece, en la estructura de la
Iglesia, como signo de la prioridad absoluta y gratuidad de la gracia que Cristo
resucitado ha dado a su Iglesia” (PDV 16).
El sacerdote está presente en la Iglesia de una manera peculiar y especial pues
servidor de la:
- “Iglesia misterio” “porque realiza los signos eclesiales y sacramentales de
la presencia de Cristo resucitado”. La consecuencia que se deriva de esta realidad es
clara, interpelante y exigente: los seminaristas han de injertarse cada día más en el
misterio de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Para ello han de ser ayudados por
sus formadores.
- “Iglesia comunión” “porque –unido al Obispo y en estrecha relación con
el presbiterio- construye la unidad de la comunidad en la armonía de las diversas
vocaciones, carismas y servicios”. Ser hombre de comunión es constitutivo del
sacerdote, es decisivo en su identidad y es criterio cierto de fidelidad. Una vez más
recuerdo a los formadores del Seminario que ayuden a los seminaristas a vivir en
comunión eclesial y por tanto a potenciar su relación positiva con el obispo, con los
sacerdotes, con los laicos.
- “Iglesia misión” “porque hace a la comunidad anunciadora y testigo del
Evangelio” (PDV 16). Ya desde el Seminario, los seminaristas han de aprender y
vivir que toda vocación cristiana es misionera, enviada, por lo que ellos mismos han
de ser misioneros ya desde sus años de formación.
La Iglesia es para el sacerdote Madre y Maestra: de ella ha recibido la fe y en
ella ha crecido. Y, en virtud de la Ordenación sacerdotal, la Iglesia también es para él
Esposa, a la que tiene que servir y amar con un amor esponsal hecho de entrega,
gratuidad y fidelidad. Este servicio y amor se concreta en la comunión.
Amad y servid a la Iglesia.
En el Seminario se tiene que respirar un amor afectivo y efectivo a la Iglesia.
El futuro sacerdote debe aprender que no es posible vivir el ministerio sin un
18
profundo amor a la Iglesia. Más aún, un buen sacerdote tiene que estar dispuesto
incluso a sufrir con la Iglesia y por la Iglesia, como el Señor que amó a la Iglesia hasta
entregarse por ella (Ef 5, 25).
Este amor a la Iglesia en el sacerdote se concreta en la dedicación y entrega a
la Iglesia diocesana, que preside el Obispo a quien prometió o prometerá –el futuro
sacerdote- obediencia y en la incorporación al presbiterio diocesano, con el que
comparte camino en fraternidad. Siempre que os sea posible, concelebrad la
Eucaristía con el Obispo ya que os ayudará a vivir mejor la comunión eclesial.
En el Seminario se ha de promover un sentido de pertenencia afectiva y
efectiva a la iglesia y, en particular, a nuestra Diócesis de Coria-Cáceres que camina
por estas tierras de la Alta Extremadura a la Casa del Padre. Este amor a la Iglesia
debe manifestarse en el amor y obediencia al Santo Padre, al Obispo diocesano, a
los hermanos presbíteros, a los religiosos y a los laicos….
Los formadores y profesores del seminario han de invitar a mirar a la Iglesia
con ojos de fe para descubrir en ella que es don de Dios, que ella es la Iglesia de la
Trinidad: “Una multitud reunida en virtud de la unidad del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo” (LG 4), “Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu
Santo”.
Los formadores del Seminario invitarán a todos a mirar la Iglesia con amor y
ver en ella, a través de lo visible, muchas veces imperfecto, la presencia y la acción
del Señor que nos dijo: “yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo” (Mt. 28,20) y del Espíritu Santo que habita la Iglesia, la santifica (cf. Ef. 2,
18), la dirige y enriquece con diversos dones jerárquicos y carismáticos (cf. Ef.4,
11.12), la unifica en comunión y ministerio, la renueve constantemente y la conduce
a la unión consumada con su Esposo (cf. Ap. 22, 17).
Los formadores del Seminario han de ayudar a los seminaristas a conocer y
amar a la diócesis, sus gentes, sus necesidades, su organización, vicarías,
delegaciones y secretariados, estructura, arciprestazgos, parroquias…El
conocimiento de la diócesis producirá en los aspirantes al sacerdocio un gran amor a
la misma y este amor generará deseos sinceros de servirla bajo la guía del Obispo y
en comunión fraterna con los otros presbíteros y los demás miembros de la Iglesia.
Los formadores del Seminario mantendrán viva y actual la vinculación y
comunicación del Seminario y de los seminaristas con sus parroquias de origen y
pondrán en marcha los medios necesarios y adecuados para que esa comunión no se
devalúe ni se pierda.
¡Queridos seminaristas!
19
Procurad conocer, estudiar y poner en práctica los documentos y enseñanzas
del Papa y del Obispo diocesano que hablan de la Iglesia.
Conoced y haced vuestros las esperanzas y programaciones pastorales de la
Diócesis para rezarlos y realizarlos en la acción pastoral.
Amar a la Iglesia implica también tener un espíritu universal y disponible,
para servir donde un día el Señor nos envíe
¿Qué Iglesia hemos de edificar?
No se trata de inventar la Iglesia ni de hacerla nacer de cero ni de construir
una iglesia nueva. Nuestro compromiso es hacer presente la iglesia del señor que es
una santa, católica y apostólica. Nuestra tarea es renovar y revivificar esta iglesia del
Señor, purificándola de toda mancha y defecto que pudiera tener en nosotros, en sus
instituciones: “La Iglesia, recibiendo en su propio seno a los pecadores, santa al
mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la
penitencia y la renovación” (LG 8). “Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una
perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena,
tiene siempre necesidad” (UR 6).
Haced realidad la Iglesia del Señor entre nosotros:
* Una Iglesia arrodillada ante Dios en adoración y oración.
Juan Pablo II afirmó que “es necesario suscitar en cada fiel un verdadero
anhelo de santidad, un fuerte deseo de conversión y de renovación personal en un
clima de oración siempre más intensa y de solidaria acogida del prójimo,
especialmente del más necesitado” (TMA 42).
Los presbíteros y la santidad:
En el año 1984 Juan Pablo II dijo a un grupo numeroso de sacerdotes: “La
vocación sacerdotal es esencialmente una llamada a la santidad, que nace del
sacramento del Orden. La santidad es intimidad con Dios, es imitación de Cristo
pobre, casto, humilde, es amor sin reservas a las almas y donación a su verdadero
bien; es amor a la iglesia que es santa y nos quiere santos, porque esta es la misión
que Cristo le ha encomendado. Cada uno de nosotros debe ser santo, también para
ayudar a los hermanos a seguir su vocación a la santidad”8.
Ahora, en la Exhortación “Pastores dabo vobis” afirma:
8
Juan Pablo II, Homilía, 9-X-1984
20
“La común vocación del presbítero a la santidad que “se fundamenta en el
bautismo, que caracteriza al presbítero como un “fiel”, como un “hermano entre
hermanos”, inserto y unido al Pueblo de Dios, con el gozo de compartir los dones
de la salvación y en el esfuerzo común de caminar “según el Espíritu”, siguiendo al
único Maestro y Señor” (PDV 20).
“La vocación específica a la santidad, y más precisamente una vocación que
se basa en el sacramento del Orden, como sacramento propio y específico del
sacerdote, en virtud pues de una nueva consagración a Dios mediante la
ordenación” (PDV 20).
Abramos los oídos del alma para escuchar siempre la llamada que nos hace el
Señor a la santidad. No nos mostremos indiferentes. Respondamos con
generosidad. El mundo necesita sacerdotes santos porque sólo un sacerdote santo
puede ser el guía de los hombres y testigo de Jesucristo y de su Evangelio en esta
sociedad secularizada, en este mundo que se aleja de Dios, en medio de los hombres
que se dejan seducir por los ídolos de este mundo. Los frutos duraderos de la
actividad pastoral nacen y surgen de la santidad del sacerdote. El Sacerdote en
contacto con la santidad de Dios, recibe de Él una llamada a encarnar en sí mismo y
en su vida la santidad de Dios.
Terminamos con dos afirmaciones importantes que hemos de tener en
cuenta siempre:
- “La manera propia de los presbíteros de conseguir la santidad es
realizar sincera e incansablemente sus funciones en el Espíritu de Cristo” (PO 13).
- “Los Obispos han de tener presente que están obligados a ofrecer un
ejemplo de santidad, con amor, humildad y sencillez de vida” (ChD 15).
Los presbíteros y la oración
El sacerdote siguiendo a Jesús ha de ser hombre de oración y maestro de
plegaria en su comunidad. Ha de cuidar con esmero que su oración sea la “oración
del pastor”. Contemplación y misión se reclaman mutuamente en el Presbítero y se
necesitan una a la otra. Comienza por mirar al Señor y dejarse mirar por Él, contar
su historia, pasar a las manos del Señor las personas, las familias, los heridos en el
camino, los problemas de la misión, la historia de cada día, el mismo sacerdote y su
ministerio
Los formadores del Seminario cuidarán con especial interés que los
seminaristas se vayan iniciando en la oración personal y comunitaria, litúrgica y
devocional. Procuren que los seminaristas tengan ratos de silencio para rezar sin
prisas, para hablar con Dios, como hacía Jesús. Muestren a Jesús que rezaba en el
camino del servicio y en la soledad ante su Padre, y que es el modelo referencial
21
para los seminaristas en su largo proceso de formación. Necesitamos la oración para
mantenernos fieles en el seguimiento de Jesús y en la vocación a la que hemos sido
llamados.
* Una Iglesia reunida en torno a la mesa del compartir
Una iglesia que vive la comunión y la corresponsabilidad diferenciada; que
está enriquecida con los dones, carismas y ministerios del Espíritu Santo ordenados
a común utilidad y a la edificación del Cuerpo de Cristo.
En este momento, ponemos de relieve una vez más que el “sacerdocio
ministerial -distinto “essentia, non gradu tantum”- del sacerdocio común están
recíprocamente coordinados, derivando ambos - de manera diversa- del único
Sacerdocio de Cristo. El sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio común
de los bautizados.
Juan Pablo II decía: “los presbíteros se encuentran en relación positiva y
animadora con los laicos, ya que su figura y su misión en la Iglesia no sustituye sino
que más bien promueve el sacerdocio bautismal de todo el Pueblo de Dios
conduciéndolo a su plena realización eclesial. Están al servicio de su fe, de su
esperanza y de su caridad (…) Los presbíteros reciben de Cristo en el Espíritu un
don particular, para que puedan ayudar al Pueblo de Dios a ejercitar con fidelidad y
plenitud el sacerdocio común que les ha sido confiado” (PDV 17).
Benedicto XVI escribe: “El ejemplo del Santo Cura de Ars me lleva a poner
de relieve los ámbitos de colaboración en los que se debe dar cada vez más cabida a
los laicos, con los que los presbíteros forman un único pueblo sacerdotal y entre los
cuales., en virtud del sacerdocio ministerial, están puestos “para llevar a todos a la
unidad del amor (…) En este contexto, hay que tener en cuenta la encarecida
recomendación del Concilio Vaticano II a los presbíteros de “reconocer
sinceramente y promover la dignidad de los laicos y la función que tienen como
propia en la misión de la iglesia…Deben escuchar de buena gana a los laicos,
teniendo fraternalmente en cuenta sus deseos y reconociendo su experiencia y
competencia en los diversos campos de la actividad humana, para poder junto con
ellos reconocer los signos de los tiempos”9.
Nuestra Iglesia deberá seguir haciendo un gran esfuerzo para promover los
espacios de comunión y de fraternidad, para promover la corresponsabilidad, la
participación y el diálogo intraeclesial de todos. En esta misma línea, deberá
potenciar el diálogo con el mundo y la cultura, el diálogo ecuménico y el diálogo
interreligioso.
9
Benedicto XVI: “Carta para la convocatoria de un Año Sacerdotal….”
22
* Una Iglesia inclinada con misericordia ante los pobres,
La Iglesia, contemplando el corazón y las entrañas de Dios, contemplando
cómo Jesús ama y acoge, ha de convertirse en una Iglesia samaritana, en una Iglesia
misericordiosa. La Iglesia está llamada a ofrecer al mundo el amor gratuito que ella
recibe del Padre misericordioso. La misericordia de Dios debe configurar la Iglesia
hasta el punto de que ella sea como “un sacramento de la misericordia de Dios”.
Por eso pedimos en la Eucaristía: “danos entrañas de misericordia ante toda miseria
humana, inspíranos el gesto y la palabra oportuna frente al hermano solo y
desamparado…Que tu Iglesia sea un recinto de verdad, de amor y de paz, para que
todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando”.
Debemos intensificar la permanente cercanía hecha de escucha sincera,
descubrimiento del dolor y acogida de todos, especialmente de los más necesitados.
Para ello tiene que bajar, al estilo de Jesús de Nazaret, para subir y salvar al ser
humano. “En el espíritu del libro del Levítico (cf. 25, 8-28), los cristianos deberán
hacerse voz de todos los pobres del mundo” (TMA 51).San Pablo lo dice con estas
palabras: “me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he hecho
todo a todos para salvar a toda costa a algunos” (1 Cor.9, 22).
* Una Iglesia de pie sin arrogancia en la sociedad,
Una Iglesia que defiende la dignidad del ser humano y promueve y defiende
los derechos humanos. La Iglesia debe hacerse cada día más compañera de camino
del hombre y de la mujer de nuestros pueblos y ciudades. La Iglesia tiene que estar
allí donde están sus hijos. El tiempo de la Iglesia es el tiempo de los hombres.
* Una Iglesia permanentemente evangelizada y evangelizadora
Una iglesia evangelizada y santa enviada en misión evangelizadora a toda la
humanidad. ”Hoy son muchos los “areópagos”, y bastantes diversos: son los
grandes campos de la civilización contemporánea y de la cultura, de la política y de
la economía. Cuanto más se aleja Occidente de sus raíces cristianas, más se convierte
en terreno de misión, en la forma de variados areópagos”10. Se necesita una Iglesia
evangelizadora, valiente, decidida, que anuncie a Jesucristo.
Sacerdotes, religiosos, religiosas, vida consagrada y laicos, todos a una,
anunciemos a Jesucristo a todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Sacerdotes, religiosos, religiosas, vida consagrada y laicos evangelicemos con
el fervor de los santos y en comunión eclesial.
10
Juan Pablo II: “Tertio Millennio Adveniente”, 57
23
Sacerdotes, religiosos, religiosas, vida consagrada y laicos evangelicemos con
nuevo ardor, con nuevas expresiones, con las ascuas encendidas del Espíritu,
principal protagonista de la evangelización.
Sacerdotes, religiosos, religiosas, vida consagrada y laicos evangelicemos con
la palabra acreditada con los signos mesiánicos.
Sacerdotes, religiosos, religiosas, vida consagrada y laicos evangelicemos
siendo testigos de Dios.
5. El sacerdote y el mundo.
Contemplemos a Jesucristo presente y operante en el mundo y desde Él
descubriremos cómo ha de estar presente y operante el sacerdote. He aquí unos
textos bíblicos:
* “Tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos para ser misericordioso y
Sumo sacerdote fiel en lo que toca a Dios, en orden a expiar los pecados del
pueblo” (Hb. 2, 17),
* “Probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado”.
* “Tomado de entre los hombres y está puesto en favor de los hombres en lo
que se refiere a Dios (Heb. 5, 1.)
El camino de Jesús hacia el sacerdocio pasa por su encarnación y su
“asemejarse a los hombres en todo menos en el pecado” y “está puesto al servicio
salvador de todos los hombres”.
Los sacerdotes están en el mundo. Pero ¿cómo es su presencia?
* “Ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo” (Jn. 17, 11)
* “No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno”
(Jn.17, 15).
* “No son del mundo, como yo no soy del mundo…” (Jn. 17, 16).
* “Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo”
(Jn 17, 18).
* “id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación”
(Mc. 16, 15).
El Concilio Vaticano II, por su parte, enseña que “Los que recibieron el
orden sagrado, aunque alguna vez pueden tratar asuntos seculares, incluso
ejerciendo una profesión secular, están ordenados principal y directamente al
24
sagrado ministerio por razón de su vocación particular… A los laicos pertenece por
propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los
asuntos temporales (LG 31).
A la luz de estas enseñanzas, afirmamos que la presencia del sacerdote en el
mundo, “su ser en el mundo” (secularidad) queda configurado desde la condición
propia de quien ha sido “sacramentalmente ordenado” y “ejerce el ministerio
presbiteral”.
Expliquemos brevemente la presencia del sacerdote en el mundo.
* Los sacerdotes están en el mundo, pero no son del mundo.
- El ministerio exige que los presbíteros convivan con los hombres como
“hermanos entre hermanos”, que compartan su historia y sus búsquedas, que entren
en comunión con sus aspiraciones y anhelos más profundos. Inmersos en el mundo,
cargando con el pecado del mundo, pero sin perder su consagración. Siendo sal y
luz del mundo, pero no dejando que la sal se devalúe y la luz se apague. El
sacerdote ha de estar en el mundo pero sin contagiarse ni contaminar por el pecado
del mundo.
- La misma espiritualidad específica del sacerdote secular diocesano es de
inserción en las situaciones humanas e históricas. Es verdad que esta espiritualidad
no es la misma que la de los laicos (cf. LG 31; GS 38; 43). La inserción del sacerdote
en el mundo se debe al hecho de participar de modo especial en la consagración y
misión de Jesucristo, el Verbo Encarnado.
* El ministerio nos obliga a conocer el mundo desde dentro: “es necesario
conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y
el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza” (GS 4). Para nosotros el
mundo es esta tierra, estos hombres y mujeres, este momento histórico, esta
estructura cívico-social… Nosotros pertenecemos a este mundo y lo enriquecemos
o lo empobrecemos; lo podemos esclavizar o lo podemos liberar con nuestras
actitudes, obras, comportamientos…Nosotros, como sacerdotes seculares, estamos
llamado no para estar separados de la vida, sino para estar presentes en las mismas
fuentes y en el meollo de la vida del mundo; no ciertamente para participar de su
pecado, pero sí de sus preocupaciones, de sus urgencias, de sus problemas…de todo
lo positivo que hay en este mundo…Este mundo tiene el derecho de esperar de
nosotros el Evangelio de la esperanza, de la vida, de la salvación.
Este conocimiento es el primer paso que debemos dar en la evangelización.
Es un ver la realidad no sólo con los ojos de la ciencia o la sociología, sino también
con los ojos de la fe.
25
* El sacerdote está en el mundo, en medio de un ambiente muchas veces
adverso y complejo donde ha de mantener viva su santidad. “Los sacerdotes están
obligados a vivir, por su oficio, en un mundo en el que reina una atmósfera de
excesiva libertad y sensualidad…, muchas veces moralmente solos, poco
comprendidos (Beato Juan XXIII). Por eso han de cuidar con diligencia la vida del
Espíritu en ellos.
A pesar de las dificultades y de las incomprensiones… debemos asumir y
realizar nuestro servicio al mundo ofreciendo con humildad y claridad, con sencillez
y valentía, al hombre y a la mujer de hoy su liberación integral y la plenitud de vida
en Jesucristo, estando presentes allí donde el hombre se juega la vida.
* El sacerdote enviado al mundo y está puesto para beneficio de los
hombres. Por eso, tiene que estar donde están los hombres, en contacto con ellos,
ha de vivir entre ellos y con ellos en el mundo. El sacerdote ha de conocer a fondo y
de forma crítica la complejidad de los problemas actuales así como la realidad de los
hombres con los que vive, y desde esa realidad anunciar el Evangelio de Jesucristo.
Esto significa e implica que el sacerdote no debe vivir “escondido, acomplejado,
con miedo, recluido en la sacristía”. Debe manifestarse, incluso externamente, su
condición sacerdotal.
* Estar en el mundo, donde están los hombres, nuestros hermanos, sin
ambicionar privilegios, desde abajo, haciendo nuestra con autenticidad y viviendo
con realismo la experiencia de los débiles, de los que no cuentan, de los que no
pueden, de los que no saben, de los que nada tienen, de los excluidos, de los
irrelevantes…de los nuevos crucificados. Ahora bien, tengamos presente que ser
hermano entre hermanos, hombre entre hombres, nos exige bajar de cualquier
pedestal de privilegios, descender de la altura de la arrogancia y llegar a lo sencillo,
para encontrar el camino del servicio humilde, que no se impone, que se ofrece a
todos, sobre todo con el testimonio de la vida, desde la fecundidad del grano de
trigo que cae en la tierra y muere.
* Estar en el mundo, optando por los pobres. Esta opción, ni excluyente ni
exclusiva, nos exige hacernos y ser pobres de verdad, vivir en cercanía al hombre
concreto y a sus problemas: “el hombre es el camino de la Iglesia” (RH 14). El
ministerio nos obliga a salir a los caminos del mundo a buscar la oveja perdida, a
cargarla sobre los hombros y traerla al redil. Así haremos realidad la Iglesia
samaritana.
* El ministerio nos exige también que amemos el mundo como lo ama Dios,
con un amor crítico y profético, salvador y liberador: “Tanto amó Dios al mundo
que dio a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca sino que tenga
vida eterna” (Jn. 3, 16). San Pablo describe con dramatismo y esperanza la situación
26
en que se encuentra la creación que salió buena de las manos de Dios (cf. Gn. 1, 10),
pero que, por el pecado del hombre, cayó bajo la esclavitud del pecado: “La
creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel
que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción
para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la
creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto” (Rm. 8, 20-22).
Estos gemidos de la humanidad y del universo no son gritos en el vacío y en
la desesperación, sino que s son gritos de esperanza. Un día se cumplirán. En efecto,
el Verbo, encarnándose es quien renueva el orden cósmico de la creación. Todo ha
de llegar a su plenitud, es decir, a que tenga a Jesucristo por Cabeza, lo que está en
los cielos y lo que está aquí, en la tierra. Juan Pablo II expresa todo esto con pocas
pero maravillosas palabras: “Cristo es el Señor del tiempo, su principio y su
cumplimiento; cada año, cada día y cada momento son abarcados por su
Encarnación y su Resurrección”11. Esto quiere decir que la creación entera participa
de la dimensión y “gracia” de la Encarnación. En Jesucristo converge todo: todo es
acogido y todo es restituido al Creador.
Amad y ayudad a los hermanos.
“Se necesitan heraldos del Evangelio, expertos en humanidad, que conozcan
a fondo el corazón del hombre de hoy, participen de sus gozos y esperanzas, de sus
angustias y tristezas, y al mismo tiempo sean contemplativos, enamorados de Dios.
Para esto se necesitan nuevos santos. Debemos suplicar al Señor que aumente el
espíritu de santidad en la Iglesia y nos mande nuevos santos para evangelizar el
mundo de hoy12.
Dios nos llama y configura con su Hijo para evangelizar a los pobres, para
anunciar la redención a los cautivos, y devolver la vista a los ciegos, para poner en libertad a los
oprimidos y para promulgar el año de gracia del Señor (Lc 4, 18-19).
El corazón de cada seminarista tiene que palpitar al ritmo de los sentimientos
del Corazón de Cristo, que se conmueve al ver a los hombres abatidos y como
ovejas sin pastor. Así lo expresa san Marcos: “Jesús, al desembarcar, vio mucha
gente, sintió compasión de ellos, pues eran como ovejas que no tienen pastor” (Lc.
6, 34).
11
Juan Pablo II: Tertio Millennio Adveniente”, 11
12
Juan Pablo II: Discurso, 11-X-1985
27
El seminarista ha de imitar a Jesús que salió a buscar la oveja perdida y, una
vez encontrada, la cargó sobre los hombros y la llevó al redil, donde recupera la
libertad y la vida.
No se puede hacer el bien si no se ama. Nuestras críticas constantes a este
mundo, nuestro ver o acentuar sólo lo negativo, no disponen nuestro corazón para
dar la vida por él. Por otra parte, hemos de tener presente que el amor verdadero al
mundo exige estar en el mundo, sin ser del mundo, vivir la mundanidad, sin ser
mundano. Para ello es necesario estar revestido de los sentimientos de Jesucristo (cf.
Flp 2,6) y robustecido por una recia vida interior llena de los dones del Espíritu
Santo.
El amor a los hermanos, que están en este mundo, pide mirarlos con los ojos
del Señor, contemplarlos con su Corazón y servirles con humildad y respeto, hasta
llegar incluso a ponerse el sacerdote de rodillas para lavar los pies de los
empobrecidos, de los necesitados, de los enfermos, de los abatidos, de los excluidos,
de los irrelevantes…. En último término, este amor lleva consigo para el sacerdote
estar dispuesto a optar por situaciones de pobreza y no de poder, a aceptar
misiones pastorales pobres y no brillantes.
La vida y la muerte de Jesucristo fue toda ella una ofrenda existencial al Padre
a favor de los hombres. Realmente, su existencia fue una “pro-existencia”. En esta
dinámica personal se encuentra inserto el sacerdote, cuyo ministerio y vida han de
ser o serán también una “pro-existencia”, o mejor, “un signo sacramental vivo y
transparente de la “pro-existencia de Jesucristo”.
¡Queridos hermanos! Este amor no se improvisa ni se compra ni se vende.
Este amor es fruto de la gracia divina en nosotros, por eso hay que suplicarlo a Dios
y hay aprenderlo y vivirlo desde el seminario.
6. El sacerdote y la Virgen María
“Los presbíteros han de venerar y amar con devoción y culto filial a María,
que es la Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y Auxilio de
los presbíteros en su ministerio” (PO 18).
No silenciemos la presencia de la Virgen María en la formación de los
seminaristas y ni en la espiritualidad del presbítero. Jesús, Sacerdote y Buen Pastor,
nacido de María Virgen, la asoció a su obra redentora. Nosotros debemos vivir
nuestro sacerdocio “en la escuela de María Santísima”13. María es para los sacerdotes
13
Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo, 2004, 7.
28
la Madre que conduce a Cristo, a la vez que los hace amar más auténticamente a la
Iglesia. Los seminaristas y los sacerdotes han de acoger a la Virgen María como su
Madre, formadora de su sacerdocio 14, contemplándola como modelo de entrega a
Dios, de escucha, de oración y de disponibilidad, y amándola como Madre buena. El
rezo diario del Santo Rosario, el “Ángelus” y otras formas piadosas son signos de
devoción a la Virgen María que deben practicar.
* El Presbítero, en su existencia diaria, fijará sus ojos en María, que “conoció
de cerca la pobreza y el sufrimiento, la huida y el exilio, situaciones que no pueden
escapar a quien pretenda secundar con espíritu evangélico las energías liberadoras
del hombre y de la sociedad” (MC 37)
* El Presbítero en la vivencia de su “opción preferencial por los pobres”,
mira a María que afirma en el Magnificat: “no se puede separar la verdad sobre
Dios de su amor preferencial por los pobres y los humildes” (RM 37).
* El Presbítero, en su servicio a la defensa de la justicia y de los derechos
humanos, contemplará a María que “aun habiéndose abandonado a la voluntad del
Señor, lejos de ser una mujer pasivamente sumisa o de una religiosidad alienante,
fue una mujer que no dudó en afirmar que Dios es vengador de los humildes y de
los oprimidos y derriba del trono a los poderosos del mundo” (MC 37).
* El Presbítero hombre de esperanza y llamado a dar esperanza a los
desesperanzados, imitará a María que “no defrauda ninguna de las aspiraciones
profundas de los hombres de nuestro tiempo” (MC 37).
Benedicto XVI afirma: “Jesús dice a María: “Ahí tienes a tu hijo” (Jn. 19,
26). Es una especie de testamento: encomienda a su Madre al cuidado del hijo, del
discípulo. Pero también dice al discípulo: “Ahí tienes a tu Madre” (Jn. 19, 27). El
Evangelio nos dice que desde ese momento san Juan acogió a la Madre María en su
casa. Podríamos decir: “acogió a María en lo íntimo de su vida, de su ser, en la
profundidad de su ser. Acoger a María significa introducirla en dinamismo de toda la
propia existencia -no es algo exterior- y en todo lo que constituye el horizonte del
propio apostolado (…) Por su identificación y conformación sacramental a Jesús,
Hijo de Dios e Hijo de María, todo sacerdote puede y debe sentirse verdaderamente
hijo predilecto de esta altísima y humildísima Madre”15.
María es llamada por Juan Pablo II: “mujer eucarística” por cuanto nos lleva
de la mano a la celebración de la Eucaristía. Más aún, María nos dio a su propio Hijo
14
Congregación para el Clero, “Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros”, n.68
15
Benedicto XVI: María, Madre de los sacerdotes. Audiencia general, 12-VIII-2009
29
que es el corazón y el alma de la Eucaristía. Jesús es la Eucaristía. “Vivir en la
Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente
este don. Significa tomar con nosotros -a ejemplo de Juan- a quien una vez nos fue
entregada como Madre”16.
Benedicto XVI escribe: “confío este Año sacerdotal a la Virgen María,
pidiéndole que suscite en cada presbítero un generoso y renovado impulso de los
ideales de total donación a Cristo y a la Iglesia que inspiraron el pensamiento y la
tarea del Santo Cura de Ars”17
Recuerden los seminaristas y los formadores que no puede haber amor a la
Virgen, si no se practica alguna devoción mariana. En el Seminario hay que dar
importancia al culto, a la devoción, a la piedad hacia la santísima Virgen María,
Madre de Dios y Madre de los sacerdotes. La piedad filial a la Virgen tiene un
inmenso valor para el futuro sacerdote: “En el Corazón de María, Madre de Cristo
Sacerdote y madre nuestra, se puede auscultar el eco de todo el evangelio”18
Cuidemos y fomentemos tanto la piedad mariana litúrgica como también la piedad
manifestada en las devociones tradicionales, entre las que sobresale el Rosario y el
“Ángelus”; manifestación de amor a la Virgen que nunca debe omitirse.
Terminamos con estas palabras de Juan Pablo II que son como un resumen
de este tema dedicado a la Virgen y al Sacerdote:
“Cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la
persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que
se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su
carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad; que ha sido llamada a la
educación del único y eterno Sacerdote, dócil y sumiso a su autoridad materna.
Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue
vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia.
Por eso, nosotros los sacerdotes estamos llamados a crecer en una sólida y
tierna devoción a la Virgen María, testimoniándola con la imitación de sus virtudes y
con la oración frecuente” (PDV 82).
16
Juan Pablo II: “Ecclesia de Eucharistía”, 57
17
Benedicto XVI: “Carta para la convocación de un Año sacerdotal”.
J. Esquerda Bifet, “Santidad cristocéntrica del sacerdote”. Congr. para el Clero, Comisión
Episcopal del Clero. Edicep, 2005, 64
18
30
SEGUNDA PARTE
FORMACIÓN PARA EL MINISTERIO SACERDOTAL
La Iglesia necesita sacerdotes bien formados, sabios, santos y entregados
incondicionalmente a su ministerio. El beato Manuel Domingo y Sol decía que
formar bien a los futuros sacerdotes “es lo que podríamos decir la llave de la cosecha en
todos los campos de la gloria de Dios”19. Y el Vaticano II, en el decreto sobre la
formación sacerdotal, recuerda que la anhelada renovación de toda la Iglesia depende en
gran parte del ministerio de los sacerdotes. El Concilio, animado por el espíritu de Cristo, proclama
la grandísima importancia de la formación sacerdotal (O.T. Proemio). Y al final de ese
documento se pide a los futuros sacerdotes que consideren cómo en ellos se deposita la
esperanza de la Iglesia y la salvación de las almas.
1. El Seminario, lugar de formación.
Es Dios quien llama y es la Iglesia quien debe formar y hacer el
discernimiento de la verdadera vocación por medio del Obispo, oído el parecer de
los formadores. No basta la espontánea decisión del candidato, ni la preparación
autodidáctica alcanzada personalmente; es imprescindible la mediación de la Iglesia
La institución del Seminario Mayor es necesaria para la preparación de los
candidatos al sacerdocio y exige, para alcanzar sus objetivos, un ambiente de
“verdadera familia que vive en la alegría” (PDV 60).
El Seminario es el lugar y el cauce formativo ordinario que establece la Iglesia
para la formación de los futuros sacerdotes (OT 4). El Obispo confía al Seminario la
tarea de formar a los futuros sacerdotes seculares diocesanos, bajo su autoridad,
aliento y atención.
El Seminario Mayor es la comunidad promovida por el Obispo para ofrecer, a quien es
llamado por el Señor para el servicio apostólico, la posibilidad de revivir la experiencia formativa
que el Señor dedicó a los Doce (…) La identidad más profunda del seminario es ser, a su manera,
una continuación, en la Iglesia, de la íntima comunidad apostólica formada en torno a Jesús, en la
escucha de su Palabra, en camino hacia la experiencia de la pascua, en la espera del don del
Espíritu para la misión (PDV, n. 60).
Todos los miembros del Seminario, formadores, profesores y seminaristas,
reunidos por el Espíritu en una fraternidad, colaboran, cada uno desde su puesto y
con sus dones, al crecimiento humano, intelectual, espiritual, pastoral…de todos.
19
Beato Manuel Domingo y Sol, Escritos, I, 5º. 52
31
“También hoy se experimenta la necesidad de que los sacerdotes den
testimonio de la misericordia infinita de Dios, con una vida totalmente
“conquistada” por Cristo, y aprendan esto desde los años de su formación en los
seminarios. Los cimientos puestos en la formación del seminario constituyen el
insustituible “humus spirituale” en el que se puede “aprender a Cristo”, dejándose
configurar progresivamente a Él, único Sumo Sacerdote y buen Pastor. Por tanto el
tiempo del seminario se debe ver como la actualización del momento en el que el
Señor Jesús, después de llamar a los Apóstoles y antes de enviarlos a predicar, les
pide que estén con Él (cf. Mc. 3, 14)”20.
Así como Jesús formó a sus discípulos personalmente, ahora para formar a
los jóvenes aspirantes al sacerdocio hacen falta sacerdotes que estén dispuestos a
entregar con alegría su vida entera a la hermosa tarea de “estar con ellos”, de
formarlos. Hace falta una comunidad formadora a tiempo pleno. Es el Seminario.
Se trata de una formación abierta a la guía y acción del Espíritu ya que es “el
Espíritu quien nos da la iluminación superior para discernir los signos de los
tiempos que permiten formar sacerdotes para el mundo de hoy” (cf. PDV 5). El
Documento de Aparecida (CELAM) dice: “Ya, desde el principio, los discípulos
habían sido formados por Jesús en el Espíritu Santo (Hech.1, 2); el Espíritu es, en la
Iglesia, el Maestro interior que conduce al conocimiento de la verdad total,
formando discípulos y misioneros”21.
¡Queridos seminaristas!
* No viváis en el Seminario de un modo superficial, sino como en la propia
casa, donde se comparte la vida y la fe, los gozos y esperanzas, los sufrimientos y
alegrías, los proyectos y preocupaciones de todos, en un clima de amor, escucha,
respeto, ayuda…
* Vivid en el Seminario dedicando tiempo abundante a la oración personal y
comunitaria en la que el Señor por medio del Espíritu Santo vaya conformando y
configurando vuestras personas con Él. No lo olvidéis: sois una comunidad que
revive y hace suya la experiencia del grupo de los Doce unidos a Jesús.
* Dedicad tiempo continuado al estudio sereno, a la lectura reflexiva, al
diálogo enriquecedor, para que podáis alcanzar una síntesis armoniosa y equilibrada
del saber humano, filosófico, teológico. No es bueno estudiar sólo para aprobar o
para pasar… Esto es una pobreza personal, cultural y teológica que hay que evitar.
20
Benedicto XVI: “San Juan Eudes y la formación del Clero”. Audiencia General, 19-VIII-2009
21
CELAM, “Aparecida. Documento, 150
32
* Dejaos ayudar, sed receptivos y dóciles a cuanto la Iglesia os vaya pidiendo
y ofreciendo, desde la institución del Seminario. Integrad en vuestras personas y en
vuestras vidas esas orientaciones.
* La formación tiene que llegar hasta la propia estructura personal, hasta la
configuración del propio corazón y de la propia experiencia religiosa. Formarse
implica ponerse en actitud de confianza y de apertura ante Jesucristo, ante la Iglesia,
ante los formadores y profesores del Seminario. Formarse implica dejarse ayudar
por otras personas, lo cual supone rechazar la autosuficiencia y el orgullo. Formarse
exige reconocer con humildad las propias limitaciones.
2. Dimensiones de la formación sacerdotal
Para concretar la formación que el Seminario debe ofrecer a los seminaristas,
asumimos gozosos lo que propone la Exhortación Pastores Dabo Vobis y el Plan de
formación sacerdotal de la Conferencia Episcopal Española, poniendo de relieve las
diversas y complementarias dimensiones de esta formación:
* humana (PDV 43-44): fundamento de toda formación
* espiritual (PDV 45-50): en comunión con Dios y a la búsqueda de Cristo
* intelectual (PDV 43-44): inteligencia de la fe
* comunitaria (PDV 17): el ministerio tiene forma comunitaria
* pastoral (PDV 57-59): comunicar la caridad de Jesucristo, buen pastor
Preguntémonos: ¿cuál es el camino de que conduce a ser hombres auténticos,
discípulos auténticos, sacerdotes auténticos? Por eso, es necesario que nuestro
Seminario diocesano tenga un proyecto formativo integral, centrado en Jesucristo
Buen Pastor que ofrezca a los seminaristas caminos y pautas para llegar a ser
verdaderos y auténticos hombres, discípulos de Jesús, sacerdotes del Señor…
2.1. Dimensión humana
“Sin una adecuada formación humana toda la formación sacerdotal estaría
privada de su fundamento necesario” (PDV 43).
33
¿En qué consiste la formación humana? Es “el desarrollo y el cultivo de
nuestra humanidad como personas, seres en el mundo, sujetos de relación con el
prójimo en quehacer comunitario”22.
El proyecto de seguimiento, imitación e identificación con Cristo Sacerdote
debe realizarse en el hombre llamado. Por eso la base de la formación del futuro
sacerdote es la formación humana cuyo gran objetivo debe ser: “promover el
crecimiento del aspirante al sacerdocio como persona para servir más adelante
como pastor”. No olvidemos que el sacerdote es un hombre elegido entre los demás
hombres para estar al servicio del hombre desde el Señor.
El Concilio Vaticano II propuso a todos unos valores y unas virtudes
importantes y necesarias y que con toda razón se aprecian y se valoran en el trato
social del sacerdote: “la bondad de corazón, la sinceridad, la fortaleza de alma y la
constancia la asidua preocupación por la justicia, la urbanidad y otras cualidades
recomienda el apóstol Pablo cuando escribe: “Pensad en cuanto hay d verdadero, de
puro, de justo, de santo, de amable, de laudable, de virtuoso, de digno de alabanza
(Flp. 4, 8; PO 3).
Posteriormente la Congregación para el Clero afirmó que el seminarista y los
formadores del seminario han de tener presente que el sacerdote “deberá
presentarse con un bagaje de virtudes humanas, que lo hagan digno de la estima de
sus hermanos”. Entre esas virtudes enumera las siguientes: “la bondad de corazón,
la paciencia, la amabilidad, la fortaleza de ánimo, el amor por la justicia, el equilibrio,
la fidelidad a la palabra dada, la coherencia con las obligaciones libremente
asumidas…”23.
Esta formación humana
* Ha de permitir al seminarista abrirse a la realidad, conocerla y aceptarla por
lo que es, estando dispuesto y preparado a juzgarla de forma crítica. El sacerdote no
debe ser un hombre encerrado en sí mismo y menos aún egolátrico, ni un
acompañante mudo de la historia. El sacerdote ha recibido un mensaje de salvación
que debe comunicar a los demás.
* Ha de permitir al seminarista adquirir la capacidad de acercarse, relacionarse
y confrontarse con todos: elemento verdaderamente esencial para quien ha de ser
un día responsable de una comunidad y hombre de comunión.
Olegario González de Cardedal: “La formación intelectual para el ministerio apostólico” en
Comisión Episcopal del Clero: “la formación intelectual de los sacerdotes según “Pastores dabo
vobis”, Edicep, Madrid 1996, n. 29
22
23
Congregación para el Clero: “Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, n. 75.
34
Juan Pablo II dice: “en el trato con los hombres y en la vida de cada día, el
sacerdote debe acrecentar y profundizar aquella sensibilidad humana que le permite
comprender las necesidades y acoger los ruegos, intuir las preguntas no expresadas,
compartir las esperanzas y expectativas, las alegrías y los trabajos de la vida
ordinaria; ser capaz de encontrar a todos y dialogar con todos. Sobre todo
conociendo y compartiendo, es decir, haciendo propia, la experiencia humana del
dolor en sus múltiples manifestaciones, desde la indigencia a la enfermedad, de la
marginación a la ignorancia, a la soledad, a las pobrezas materiales y morales, el
sacerdote enriquece su propia humanidad y la hace más auténtica y transparente en
un creciente y apasionado amor al hombre” (PDV 72a).
* Ha de cultivar la capacidad de ponerse en la situación de los demás y
comprender el significado que las experiencias, las relaciones y los acontecimientos
tienen para ellos.
Esto exige que el futuro sacerdote, en palabras de Juan Pablo II, “no sea
arrogante ni polémico, sino afable, hospitalario, sincero en sus palabras y en su
corazón, prudente y discreto, generoso y disponible para el servicio, capaz de
ofrecerse personalmente y de suscitar en todos relaciones leales y fraternas,
dispuesto a comprender, perdonar y consolar” (PDV 43). De este modo, podrá
escuchar, comprender, compadecer, solidarizarse y colaborar con muchos.
* Ha de ayudar al seminarista a “estar solo consigo mismo”, que no es
aislamiento ni egoísmo, sino encontrarse consigo mismo bajo la mirada amorosa y
providente de Dios y, por tanto, momentos de serenidad y de alegría. En el silencio
podemos descubrir la profundidad de las cosas, la hondura de los acontecimientos,
la calidad de las personas, el amor de Dios, el espesor verdadero de la libertad,
nuestras propias limitaciones.
En el silencio del corazón podemos descubrir que no es bueno ni edificante
para el seminarista ni para el sacerdote estar consumiendo todo el día cosas,
experiencias, sentimientos, relaciones, En efecto la existencia del aspirante al
sacerdocio y del sacerdote es una existencia de servicio, de sacrificio de sí mismo, de
entrega generosa, renuncia… que no es compatible con el afán posesivo, consumista
del hombre de nuestros días…
* Ha de ayudar al seminarista a conseguir “la madurez afectiva como
resultado de la educación al amor verdadero y responsable” (PDV 43e).
* Ha de proporcionar al aspirante al sacerdocio “una educación a la
sexualidad que sea verdadera y plenamente personal y que, por ello, favorezca la
estima y el amor a la castidad como “virtud que desarrolla la auténtica madurez de
la persona y la hace capaz de respetar y promover el “significado esponsal” del
cuerpo” (PDV 44c). La madurez afectiva es “una base firme para vivir la castidad
35
con fidelidad y alegría” (PDV 44d), junto con la prudencia, la renuncia y la
vigilancia.
* Ha de procurar al seminarista una formación clara y sólida para una
libertad que se presenta como obediencia convencida y cordial a la “verdad” del
propio ser, al significado de la propia existencia (PDV 44f).
* Ha de procurar también que la formación del seminarista atienda a “la
educación de la conciencia moral; la cual, al requerir desde la intimidad del
propio “yo” la obediencia a las obligaciones morales, descubre el sentido profundo
de esa obediencia, a saber, ser una respuesta consciente y libre –y, por tanto, por
amor- a las exigencias de Dios y de su amor (PDV 44g).
* Tiene que ayudar al seminarista a armonizar los contrarios: la sencillez y
la grandeza de ánimo, la compasión y la exigencia, la ternura y la reciedumbre, el
señorío y el servicio, pobreza y riqueza, libertad y responsabilidad. No olvide el
futuro sacerdote que Jesús espera de él la mejor de las respuestas: la respuesta del
hombre en quien no hay engaño
En esta formación humana colaborarán estrechamente las familias de los
seminaristas y las Comunidades Cristianas a las que pertenecen. Por ello, invitamos a
los padres de nuestros seminaristas a que mantengan algún trato con los
formadores de sus propios hijos por ser ellos los primeros responsables de la
educación de sus hijos.
Antes de terminar este apartado tan importante nos hacemos esta pregunta que
con frecuencia todos nos hacemos: ¿Qué hacer y cómo reaccionar ante los
acontecimientos de la vida?
Unidad de vida, síntesis entre la fe y la vida. La fe es para la vida y ha de
impregnar la vida de tal forma que el seminarista haga una lectura creyente de todo
lo que le ocurre a él, y de todo lo que sucede en torno a él y en el mundo. Para un
creyente nada se debe al azar, antes bien es la providencia divina la que va haciendo
emerger los hechos, los acontecimientos. No se trata de pedir cuentas al Señor: ¿por
qué sucede esto? Se trata de discernir y preguntarse: ¿Qué espera de mí el Señor en
estas circunstancias?
De este modo el aspirante al sacerdocio podrá alcanzar la madurez humana
cuyos componentes son: la capacidad de relación y comunión con los demás y la
capacidad de amar verdadera y responsablemente. Ciertamente no es fácil que el
ser humano llegue a la perfecta, total y definitiva madurez humana en este mundo.
Las limitaciones nos acompañan en la vida, y con ellas tenemos que contar.
Deseamos que los seminaristas lleguen a ser personas suficientemente maduras, de
cuya madurez forman parte la conciencia de los propios límites, el reconocimiento
36
de los propios errores, el compromiso de superarlos en la medida de lo posible y
siempre con la ayuda de la gracia divina que nos acompaña, nos sostiene y nos
ayuda siempre.
¡Queridos seminaristas! Vivir con los ojos puestos en la Providencia divina
no es estar de brazos cruzados; es saber que el Señor me tiene aquí y me ha confiado
una tarea para cambiar esta historia nuestra en historia de gracia y salvación, para
trabajar a favor de los necesitados, para construir su Reino, para comprometerme
con el Señor y su causa, trabajando como si todo dependiera de mí, pero sabiendo
que todo está en las manos amorosas y misericordiosas del Padre.
2.2. Dimensión espiritual
“La formación espiritual ha de ir íntimamente unida con la doctrinal y la
pastoral, y con la cooperación, sobre todo del director espiritual; ha de darse de
forma que los alumnos aprendan a vivir en continua comunicación con el Padre por
su Hijo en el Espíritu Santo. Puesto que han de configurarse por la sagrada
ordenación a Cristo sacerdote, acostúmbrense a unirse a Él, como amigos, en íntimo
consorcio de vida. Vivan su misterio pascual de forma que sepan unificar en el
mismo al pueblo que se les ha de confiar” (OT 8).
“La formación espiritual constituye un elemento de máxima importancia en
la educación sacerdotal; sin ella, la formación pastoral estaría privada de
fundamento” (PDV 45).
La formación espiritual es “el descubrimiento, cultivo y fidelidad a nuestra
relación con Dios como Padre, Señor, amigo, mediadas en cada uno de los actos y a
través de cada una de las fases de la vida”24.
Os invito a que leáis y meditéis el Decreto del Concilio Vaticano II
“Optatam totius” (n.8), así como el “Directorio de espiritualidad del sacerdote
diocesano secular de nuestra Diócesis”. Os permitirán conocer la naturaleza de la
espiritualidad sacerdotal.
En sintonía con las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia, manifestamos
que la espiritualidad del sacerdote secular diocesano gira en torno a estos ejes
fundamentales:
* La sacramentalidad del ministerio –estructura de encarnación- y de la
persona del sacerdote – sacramento de la presencia de Cristo Mediador en la
comunidad eclesial-.
24
O.González de Cardedal, “La formación intelectual… n.29
37
* La relacionalidad del presbítero con Jesucristo y, a través de Él, con el
Padre en el Espíritu Santo, con la Iglesia, con el Obispo, con los presbíteros, con
los religiosos y religiosas, con los laicos…
* La ministerialidad centrada en la Palabra de Dios, en la Liturgia y Eucaristía
y Sacramentos y en el servicio de la caridad. La espiritualidad del sacerdote
encuentra su alimento en su ministerio pastoral (cf. PO 13)25.
En el camino espiritual del candidato al sacerdocio, hemos de poner de
relieve que los sacerdotes:
* han de estar con el Señor y han de vivir íntimamente unidos a Él, evitando
así dicotomías entre el conocer teológico y el vivir diario. Entre la llamada a seguir a
Jesús de cerca y la misión, Marcos habla de “estar con Jesús”, que está presente en
cada dimensión de la formación. No lo olvidemos.
* han de buscar continuamente a Cristo en la meditación de la Palabra de
Dios, en la participación fervorosa en los sagrados misterios de la Iglesia, en los
hombres, especialmente en el servicio de la caridad a los necesitados (PDV 49). Se
trata de tres grandes valores y exigencias que nos muestran el contenido de la
formación espiritual del candidato al sacerdocio.
* han de ir al encuentro de Cristo presente en los hombres (PDV 49),
especialmente en los pobres, en los enfermos, en los excluidos... De la mesa de la
Palabra y de la Eucaristía, los sacerdotes han de pasar a poner la mesa entre los
pobres.
Vemos, pues, que la espiritualidad del presbítero gira en torno a dos grandes
realidades: “discípulos” y “misioneros”. Es el mismo Espíritu Santo el que nos
hace “estar con Jesús” y “salir a apacentar al pueblo fiel y a predicar a todas las
naciones”. Es el mismo Espíritu el que nos forma como discípulos misioneros. Por
eso al decir espiritualidad estamos hablando de “santidad personal” y “misión
universal”. Esta doble referencia hacia Dios y hacia los hombres hace madurar al
que se está formando de manera integral con una vida plena. Esto es lo que
significa “configurarse con Cristo Cabeza y Pastor” y “obrar en Persona de Cristo”
como instrumentos suyos en el servicio del pueblo fiel, animados por la caridad
pastoral que implica el don total de sí ” (PDV 22).
Santiago del Cura: “La sacramentalidad del sacerdote y su espiritualidad”; Lorenzo Trujillo:
“Relaciones del presbítero y su espiritualidad”; Card. Carlo María Martín: “El ejercicio del
ministerio, fuente de espiritualidad sacerdotal”, en Espiritualidad Sacerdotal. Congreso. Comisión
Episcopal del Clero, Edicep, 1989.
25
38
Es el momento de exponer y presentar los elementos o realidades que han de
ser cuidados y atendidos en la espiritualidad de los aspirantes al sacerdocio
ministerial
* El celibato sacerdotal. Los formadores del Seminario “deben dedicar una
atención particular a preparar al futuro sacerdote para conocer, estimar, amar y vivir
el celibato en su verdadera naturaleza y en su verdadera finalidad, y por tanto, en sus
motivaciones evangélicas, espirituales y pastorales (…) Viviendo su celibato el
sacerdote podrá ejercer mejor su ministerio en el Pueblo de Dios (…) El seminarista
debe tener un adecuado grado de madurez psíquica y sexual, así como una vida
asidua y auténtica de oración, y debe ponerse bajo la dirección de un padre
espiritual” (PDV 50).
* La lectura meditada y orante de la Palabra de Dios (lectio divina). Es
un elemento esencial de la formación espiritual que no debe ser olvidado ni
marginado. Es la “escucha humilde y llena de amor de la Palabra de Dios que se
hace elocuente” (PDV 47). Un sacerdote puede vivir gozosamente su vocación sólo
si recurre constante y personalmente a la Palabra de Dios.
* La oración personal que nunca debe ser dejada ni abandonada, ya que
“constituye sin duda un valor y una exigencia primarios de la formación espiritual.
Esta debe llevar a los candidatos al sacerdocio a conocer y experimentar el sentido
auténtico de la oración cristiana, el de ser un encuentro vivo y personal con el Padre
por medio del Hijo unigénito bajo la acción del Espíritu; un diálogo que participa en
el coloquio filial que Jesús tiene con el Padre” (PDV 47).
* La participación activa, consciente y fructuosa en la Eucaristía, memorial
sacramental de la muerte y de la resurrección de Cristo. La Eucaristía contiene todo
para el discípulo. Los aspirantes al sacerdocio han de ser educados también según
aquellas actitudes que la Eucaristía promueve y fomenta: “la gratitud por los bienes
recibidos del cielo, ya que la Eucaristía significa acción de gracias; la gratitud por los
bienes recibidos de Dios, ya que la Eucaristía significa acción de gracias; la actitud
donante que los lleve a unir su entrega personal al ofrecimiento eucarístico de
Cristo; la caridad alimentada por un sacramento que es signo de unidad y de
participación; el deseo de contemplación y adoración ante Cristo realmente presente
bajo las especies eucarísticas” (PDV 48).
* El amor fraterno: “Que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he
amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos
que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos los otros” (Jn.13, 34-35).
Cuando le decían a Santa Teresa de Jesús que una hermana era muy mística y
generosa, siempre respondía con sabiduría: “que se demuestre en la vida corriente,
en el amor fraterno”.
39
* La Confesión frecuente. Es necesario invitar a los aspirantes al
Sacerdocio a redescubrir la belleza y la alegría del Sacramento de la Penitencia, así
como a recibir este sacramento con frecuencia. De este modo evitaremos caer en la
indiferencia ante el pecado y el olvido de este inmenso sacramento de la
misericordia de Dios. Que podamos tener todos la gran experiencia de sabernos y
sentirnos “agraciados”, perdonados por el Señor.
* El rezo de la Liturgia de las Horas ha de ocupar un lugar importante en
la vida del sacerdote y en la de los que se preparan para recibir un día el Sacerdocio
(cf. SC 85-87; 90), ya que es oración de la Esposa de Cristo y signo sacramental de la
plegaria de Jesucristo (cf. SC 83-84). Por ello, la Liturgia de las Horas debe
celebrarse en el Seminario de forma comunitaria y, siempre que sea posible, con
canto, sobre todo los domingos, solemnidades y festivos.
* La dirección espiritual es muy importante y necesaria para los
seminaristas ya que a través de ella se verifica la autenticidad de la llamada al
sacerdocio ministerial y la capacidad del candidato para poder responder. Esta
dirección espiritual ayudará a madurar como persona, a arraigarse en el Señor, a
crecer en la vida del Espíritu Santo, a conocer y profundizar en el sacerdocio.
* La vida ascética: Debe crearse en el Seminario durante todo el año el
ambiente propicio para la renuncia a gustos y satisfacciones legítimas, pero
particularmente en los tiempos litúrgicos en los que la Iglesia los recomienda,
porque como decía la Madre Teresa de Calcuta “sólo el sacrificio por lo que
amamos, hace creíble nuestro amor”.
2.3. Dimensión intelectual
La formación intelectual del aspirante al sacerdocio “aun teniendo su propio
carácter específico, se relaciona profundamente con la formación humana y
espiritual, constituyendo con ellas un elemento necesario; en efecto, es como una
exigencia insustituible de la inteligencia con la que el hombre, participando de la luz
de la inteligencia divina, trata de conseguir una sabiduría que, a su vez, se abre y
avanza al conocimiento de Dios y a su adhesión” (PDV 51a).
La formación intelectual es “la capacitación, la destreza especializada y la
ejercitación permanente de nuestra inteligencia abierta a la realidad, a la historia, al
Absoluto y al destino del hombre en la medida en que reclaman ser reconocidos e
interpretados, integrados y respondidos por el hombre” (ib. 29).
La formación intelectual de los candidatos al sacerdocio “encuentra su
justificación específica en la naturaleza misma del ministerio ordenado y manifiesta
su urgencia actual ante el reto de la nueva evangelización a la que el Señor llama a su
Iglesia a las puertas del tercer milenio” (PDV 51).
40
Dada la importancia de la formación de los aspirantes al sacerdocio, es
necesario recordar y escribir aquí estas palabras del Concilio Vaticano II: “Los
formadores han de elegirse de entre los mejores y han de prepararse diligentemente
con doctrina sólida, conveniente experiencia pastoral y una singular formación
espiritual y pedagógica” (OT 5). Debemos fortalecer la discreción frente al
sincretismo. En efecto, el “sin-cretismo” implica confusión de elementos
incompatibles; en cambio, la “dis-creción” pone separación y claridad. El pastor ha
de ser una persona discreta pues ha de saber discernir el bien del mal, la verdad del
error y porque ha de llevar a sus ovejas a los pastos abundantes y frescos y a las
fuentes de agua viva y cristalina, al mismo tiempo que ha de defenderlas del los
lobos y de los falsos pastores. No da lo mismo todo. Hemos de educar en la verdad
de Dios, en la verdad del hombre y en la verdad del mundo.
* En efecto, conocer y presentar la revelación divina de forma
razonada, creíble, entrañable…no es tarea fácil, por eso es necesario que quien
reciba esta misión se prepare de forma adecuada para conocer los contenidos
esenciales de la fe y estar dispuesto a dar arzón de la fe y de la esperanza cristianas a
quien se la pidiera. Esto exige tiempo de estudio, de formación, de profundizació.
* Además, hoy se nos exige un excelente nivel de formación intelectual, una
aptitud especial para el análisis crítico por los graves retos actuales a que debe
responder el sacerdote: la situación actual marcada por la indiferencia religiosa, el
relativismo, el ateísmo y los nuevos interrogantes provocados por la ciencia y la
técnica, “exige un excelente nivel de formación intelectual, que haga a los sacerdotes
capaces de anunciar -precisamente en este contexto- el inmutable Evangelio de
Cristo y hacerlo de forma creíble, frente a las legítimas exigencias de la razón
humana” (PDV 51).
Los grandes contenidos de esta formación
Particular importancia tiene para el futuro sacerdote el estudio de la filosofía
que lleva a un conocimiento y a una interpretación más profunda de la persona, de
su libertad, de sus relaciones con el mundo y con Dios (cf. PDV 52). Los estudios
filosóficos son un momento esencial de la formación intelectual no sólo por la
relación que existe entre los argumentos filosóficos y los misterios de la salvación
estudiados en la teología, sino también, frente a la cultura que exalta el subjetivismo
como medida de verdad. “Es verdad que hay que volver a vivir de la verdad y en la
verdad, humilde pero responsabilizada, nacida de dentro y predicada con
convencimiento”, como nos recuerda Benedicto XVI.
En una cultura postmoderna que promueve el pensamiento débil, el
seminarista ha de tener la valentía de pensar y de preguntarse sobre los grandes
interrogantes del ser humano. Es necesario seguir haciendo un serio esfuerzo para
41
alcanzar la capacidad de pensar de forma relacional, comprehensiva y penetrante,
desde un amor incondicional a la verdad.
De gran utilidad son las llamadas ciencias el hombre, sociología,
psicología, pedagogía, historia, economía, ciencias de la comunicación social
(PDV 52), ya que nos ayudan a conseguir una mejor comprensión del hombre, de la
sociedad. De ahí la necesidad de conocerlas y cultivarlas con seriedad, profundidad.
El estudio de la Sagrada Doctrina y de la Teología es lo básico y
específico de la formación intelectual del seminarista. Este estudio que, por la propia
naturaleza de la teología, “proviene de la fe, ha de conducir a la fe” (PDV 53). La
reflexión teológica debe alimentar la fe y la vida espiritual del seminarista. El Dios
que se estudia es el Dios que lo llama, que le confiará la misión de su Hijo y a quien
trata de seguir e imitar. Lo explicado en las aulas, y lo reflexionada en la mesa de
estudio, ha de ser contemplado silenciosamente ante el sagrario en la oración para
ser asimilado y vivido. La reflexión teológica tiene su centro en Jesucristo, por eso
debe desarrollar en los seminaristas un gran y vivo amor al Señor y a su Iglesia.
Como nos dijo el teólogo Balthasar: “la teología debe ser una teología arrodillada”
Para el estudio de la Palabra de Dios, se necesita conocer la Sagrada
Escritura, los Padres de la Iglesia, La Liturgia, la Historia Eclesiástica y el Magisterio.
Y para la interlocución del hombre con Dios, se requiere la Dogmática, la teología
moral, la teología espiritual, el derecho canónico, la teología pastoral, la teología
fundamental, la doctrina social de la Iglesia, la misionología, el ecumenismo, la
relación con el judaísmo y otras religiones no cristianas (PDV 54).
Hay tres materias en la formación de nuestros seminaristas que tenemos
menos atendidas y debemos prestarles atención por la importancia que tienen para
su futuro ministerio.
* Una, el aprendizaje de un idioma moderno. Se deberían incluir en los
programas clases de inglés o francés, para que nuestros alumnos terminaran sus
estudios, al menos, con una base en una de esas lenguas. Y si es necesario que en los
periodos de vacaciones salgan al extranjero. También es necesario que aprendan las
lenguas bíblicas: el hebreo bíblico, el griego bíblico
* Otra materia, la música; no se debe dejar esta faceta a afición o a las dotes
de cada alumno; deben conocer también la música tradicional de la Iglesia.
* Otra materia importante que debería impartirse en el Seminario es Arte
Sacro, especialmente el diocesano.
Unas palabras a los profesores del Seminario
42
Ante todo quiero expresar públicamente en nombre propio y en el de toda la
Diócesis nuestro sincero agradecimiento a todos y cada uno de los profesores de
nuestro querido seminario. Vuestro trabajo de gran calidad, realizado en silencio y
con total desinterés, merece nuestro reconocimiento, respeto y gratitud ante el
Señor y ante la Iglesia.
Los profesores del Seminario no olvidarán que las enseñanzas que
transmiten en su trabajo diario han de ser estudiadas y contempladas por sus
alumnos no sólo para ser vividas, sino también para ser predicadas: contemplata aliis
tradere. La misma Iglesia solemnemente dirá y mandará al seminarista en su
ordenación sacerdotal cuando le entregue las Sagradas Escrituras: Recibe el Evangelio
de Cristo, del cual has sido constituido mensajero; convierte en fe, viva lo que lees, y lo que has
hecho fe viva enséñalo, y cumple aquello que has enseñado.
Los profesores de teología tienen una gran influencia sobre los alumnos.
Recuerden que su autoridad en la enseñanza no le viene de él mismo, sino que
enseña en nombre del Señor, ejerce su misión por mandato de la Iglesia y colabora
con el Obispo en el oficio de enseñar. Sean muy fieles en todo al Magisterio de la
Iglesia, como verdadero intérprete de la Revelación cristiana.
Tengan en cuenta que su fuerza y autoridad está no sólo en su preparación y
competencia, sino también en ser hombres de fe y personas llenas de amor a Cristo
y a la Iglesia y deseosas de comunicar la los demás la sabiduría que ellos han recibido
desde la gratuidad y la alegría de un testigo.
Promuevan y favorezcan, bajo la guía del Rector del seminario, la comunión
y la colaboración entre todos los que han recibido la noble y responsable misión de
acompañar y formar a los futuros sacerdotes. Espero y deseo que sea máxima.
Den la máxima prioridad a las clases en el Seminario y procuren ser fieles a
tan delicada y noble misión que la Iglesia les ha encomendado. La Diócesis no
escatimará recursos, tampoco los económicos, para su preparación y actualización.
Con sacrificio, procurará que sacerdotes, después de unos años de ejercicio
ministerial, se especialicen en las materias que se juzguen necesarias, según el criterio
del Obispo. Y, una vez vueltos a la Diócesis, se pondrán a disposición del Obispo
para ir a donde él los envíe.
Unas palabras a los seminaristas
* Dedicad tiempo al estudio, esforzaos en conocer, comentar y obedecer las
enseñanzas del Papa, no sólo los documentos más solemnes, sino también su
predicación ordinaria, así como los documentos de las Sagradas Congregaciones.
43
* No os conforméis con una visión superficial de los problemas ni con
respuestas agotadas; reflexionad con hondura y dialogad con lucidez y apertura
sobre los temas a los que debéis hacer frente.
* No os limitéis a tener sólo un conjunto de conocimientos, de datos… que
no estén interrelacionados ni bien asumidos y estructurados.
* El estudio ha de ser para los seminaristas manantial de vida espiritual,
garantía de un ministerio pastoral luminoso e incisivo, fuente de sabiduría.
En nuestra época caracterizada por el multiculturalismo es necesario ayudar
a los seminaristas a conocer lo que realmente es la “evangelización de las culturas y
la inculturación del mensaje de la fe” (PDV 55).
Vivid con “pasión” el estudio. De las alegrías más grandes de mi vida, hoy
como obispo, han sido los años de estudio en el Seminario, donde mis superiores y
profesores me enseñaron y me motivaron para estudiar dedicándole largo tiempo.
Una buena formación no se improvisa.
2.4. Dimensión comunitaria
“Cada uno está unido, por tanto, con los demás miembros de este Presbiterio
por los lazos especiales de amor apostólico, ministerio y fraternidad…Cada uno,
pues, de los presbíteros está unido con sus hermanos por lazos de amor, oración y
todo tipo de colaboración” (PO 8). Mediante la ordenación un sacerdote es
integrado en un presbiterio concreto en torno a un Obispo. Esto lleva consigo que
el obispo ha de amar a los sacerdotes: un amor que se manifiesta en el respeto, la
escucha, la ayuda; y por parte de los presbíteros que amen al Obispo:; un amor que
hace visible en la obediencia, la colaboración, la confianza. Además tanto el obispo
como los presbíteros han de ser conscientes de que somos seres humanos limitados,
y han de intentar siempre vivir y trabajar en comunión.
Meditemos estos textos de san Pablo que nos ayudarán a vivir y a trabajar en
comunión:
* Estemos dispuestos a “llevar mutuamente las cargas” (Gal. 6, 2)
* Considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando
cada cual no su propio interés sino el de los demás” (Flp 2, 3-4).
Y tengamos siempre presente en nuestro corazón y en nuestra vida las
palabras de Juan: “en esto hemos conocido lo que es amor: en que él dio su vida por
nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos” (1 Jn. 3, 16).
¿En qué consiste la formación comunitaria? En pocas palabras diré que se
trata de ayudar a los seminaristas a adentrarse en el misterio insondable e inefable
44
de Dios por medio de Cristo en el Espíritu Santo que es misterio de comunión
trinitaria y manantial de la comunión y de la misión de la Iglesia. Esta comunión
genera unidad e implica pluriformidad26 .
La formación que ofrece el Seminario a los aspirantes al sacerdocio ha de
promover y favorecer la vida comunitaria, expresión visible de la comunión de
todos con Dios y entre sí. Hemos de promover esta dimensión comunitaria porque
necesitamos la comunidad, porque en ella crecemos y porque para servir a la
comunidad nos hacemos sacerdotes. Como ya he escrito, “el seminario es un
presbiterio en gestación”. Si descuidamos la dimensión comunitaria, tendremos
presbiterio dividido.
A los formadores y profesores del Seminario les compete iniciar a los
seminaristas a la vida de fraternidad, expresión visible de la comunión:
* Humana: los formadores han de ayudar a los seminaristas a que se traten
como verdaderos hermanos entre si desde el respeto y la confianza, desde la
sinceridad y la verdad. ¡Queridos seminaristas! No viváis de espaldas unos a otros;
no neguéis la palabra a nadie; no marginéis a nadie.
* Eclesial: el seminarista ha de aprender que el sacerdote no sólo está “al
frente de la Iglesia”, sino ante todo está “en la Iglesia”; que es hermano entre
hermanos ya que por el bautismo ha sido revestido con la dignidad y libertad de
los hijos de Dios en el Hijo unigénito y ha sido hecho miembro de la Iglesia.
Tengamos siempre presente que la Iglesia es una gran familia de hijos de Dios en el
Hijo Jesucristo, de hermanos en el Hermano Jesucristo y de servidores en el
Servidor Jesucristo.
* Presbiteral: el seminarista, a lo largo de sus años en el Seminario, ha de ir
conociendo a los sacerdotes diocesanos y ha de irse incorporando al Presbiterio
diocesano en el que ha de crecer y ha de formar con los demás presbíteros una
comunidad de hermanos: “los presbíteros, constituidos por la ordenación en el orden del
presbiterado, están unidos todos entre sí por la íntima fraternidad sacramental, y forman un
presbiterio especial en la diócesis a cuyo servicio se consagran bajo el Obispo propio” (PO 8). “Esta
fraternidad debe manifestarse en espontánea y gustosa ayuda mutua, tanto espiritual como material,
tanto pastoral como personal, en las reuniones, en la comunión de vida, de trabajo y de caridad”(
LG 28).
La fraternidad presbiteral es sacramental porque es fruto inmediato del
sacramento del Orden recibido. Por eso, los presbíteros somos sacramentalmente
hermanos y somos “co-presbíteros”.”Todos los presbíteros constituyen un presbiterio y una
26
Juan Pablo II: “Los laicos cristianos”, cap.II.
45
familia, cuyo padre es el Obispo” (ChD 28). “El obispo considere a los sacerdotes como hijos y
amigos, tal como Cristo a sus discípulos ya no los llama siervos, sino amigos (cf. Jn.15 ,15; LG
28).
* Pastoral: “el ministerio ordenado por su propia naturaleza, puede ser desempeñado
sólo en la medida en que el presbítero está unido con Cristo mediante la inserción sacramental en el
orden presbiteral, y por tanto en la medida en que esté en comunión jerárquica con el propio
Obispo. El ministerio ordenado tiene una radical “forma comunitaria” y puede ser ejercido sólo
como “una tarea colectiva” (PDV 17).
El Concilio Vaticano II exhorta a vivir la comunión y la fraternidad:
“Además, para que los presbíteros se ayuden mutuamente en el cultivo de la vida
espiritual e intelectual, para que puedan colaborar más adecuadamente en el
ministerio, y para liberarse de los peligros que pueden venir de la soledad, hay que
fomentar alguna forma de vida común o alguna comunidad de vida entre ellos.
Puede ésta adoptar diversas formas según las necesidades personales y pastorales: si
es posible vivir juntos, comer juntos o al menos encuentros periódicos y frecuentes”
(PO 8). El sacerdote que se aísla, vive y trabaja solo se empobrece, se entristece y
tiene el riesgo de endurecerse, de marcharse…Por ello, favoreced las reuniones
arciprestales y diocesanas como hogar de fraternidad, taller para la misión, espacio
de oración, escuela de formación permanente…Cuidad también los equipos
sacerdotales y las Unidades pastorales.
Los seminaristas y los presbíteros han de aprender a compartir sus proyectos
desde su gestación y elaboración hasta su realización y evaluación; han de tener la
suficiente humildad de aceptar las críticas y las preguntas que puedan formularles y
hacerles otros hermanos. Han de tener la valentía la de rectificar y cambiar aquello
que creían que era intocable para que esté más conforme con los designios de Dios
y las orientaciones de la Iglesia.
El propio Concilio Vaticano II enseña que “ningún presbítero puede cumplir
cabalmente su misión aislada o individualmente, sino tan sólo uniendo sus fuerzas con otros
presbíteros, bajo la dirección de quienes están al frente de la Iglesia” (PO 7). Y en otro lugar,
hablando de la caridad pastoral afirma: “La caridad pastoral pide que, para no correr en
vano, trabajen siempre los presbíteros en vínculo de comunión con los Obispos y con los otros
hermanos en el sacerdocio” (PO 14).
Juan Pablo II en sintonía y conformidad con estas enseñanzas desentraña y
explica esto de la siguiente forma:
- “El ministerio de los presbíteros es, ante todo, comunión y colaboración
responsable y necesaria con el ministerio del Obispo en su solicitud por la Iglesia
universal y por cada una de las iglesias particulares, al servicio de las cuales
constituyen con el obispo un único presbiterio.
46
- Cada sacerdote, tanto diocesano como religioso, está unido a los demás
miembros de este presbiterio, gracias al sacramento del orden, con vínculos
particulares de caridad pastoral, de ministerio y de fraternidad…
- Finalmente los presbíteros se encuentran en relación positiva y animadora
con los laicos, ya que su figura y su misión en la Iglesia no sustituye sino que mas
bien promueve el sacerdocio bautismal de todo el Pueblo de Dios, conduciéndolo a
su plena realización eclesial” (PDV 17).
Por todo ello, ya desde el Seminario, el aspirante al sacerdocio debe ir
adquiriendo una peculiar impronta que se expresa en la comunión obediente y
afectiva con el Obispo, en la corresponsabilidad con el Presbiterio, dando signo
positivo y claro de que en su futuro ministerio será así.
Más aún, los formadores y profesores del Seminario han de promover e
intensificar la cultura de la comunión que consiste y se expresa de forma visible e
histórica en la corresponsabilidad, la coparticipación, la colaboración, la
convergencia, la ayuda fraterna...
En consecuencia, los seminaristas han de ser educados por sus formadores
en las actitudes y virtudes comunitarias como la acogida y el respeto, el perdón y la
misericordia, la corresponsabilidad y la colaboración, la escucha y el diálogo. Por
otra parte, han de evitar dejarse llevar por actitudes y criterios y comportamientos
que son opuestos a la fraternidad y comunión: envidias, celos, mentiras, egoísmos,
intolerancias, desprecios…
No estemos divididos, no vivamos ni trabajemos desunidos ni en solitario.
Estamos llamados para vivir y relacionarnos fraternalmente y para trabajar unidos en
la caridad. Donde hay división no está el Espíritu de Cristo. En este punto, la
responsabilidad del sacerdote es sobrecogedora: es terrible destruir el Cuerpo de
Cristo, separando sus miembros. El sacerdote está puesto para la edificación de los
hermanos en la unidad del Cristo total. Los ministerio, las funciones, los carismas
del Espíritu están dados para común utilidad, para la edificación mutua y para la
construcción del Cuerpo de Cristo: “Él mismo dio a unos el ser apóstoles; a otros,
profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestros, para el recto
ordenamiento de los santos en orden a las funciones del ministerio, para edificación
del Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del
conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado del hombre perfecto, a la madurez
de la plenitud de Cristo” (Ef 4, 11-13).
Antes de terminar este epígrafe, permitidme que os ruegue a seminaristas y
presbíteros a que en los momentos y tiempos de soledad que conocéis o conoceréis,
no os desalentéis ni llenéis esos “vacíos” con cosas, actividades…que dejan sin paz
el corazón, sin vida el alma, sin luz nuestro pensamiento, sin fuerza nuestra
47
persona…Procurad llenar la soledad con la lectura de buenos libros, con la revisión
de un tratado de teología, de moral, escatología…, con la meditación de la Palabra
de Dios, con la oración y adoración ante el Stmo. Sacramento, con la atención a los
enfermos, desvalidos…Como decía San Bernardo: “nunca está el hombre menos
solo, que cuando está a solas con Dios”.
Desterremos de nosotros toda clase de ídolos, por pequeños que sean, ya que
estos ni salvan ni liberan ni aportan felicidad alguna, sino que esclavizan y no dan
paz.
2.5. Dimensión pastoral
Conozcamos las enseñanzas del Concilio Vaticano II: “La educación de los
alumnos debe tender a la formación de verdaderos pastores de las almas, a ejemplo
de nuestro Señor Jesucristo, Maestro, Sacerdote y Pastor (…) Por lo cual, todos los
aspectos de la formación: el espiritual, el intelectual y el disciplinar, han de ordenarse
conjuntamente a este fin pastoral” (OT 4).
En sintonía y coherencia con la enseñanza del Concilio Vaticano II, Juan
Pablo II enseña lo siguiente: “Toda la formación de los candidatos al sacerdocio está
orientada a prepararlos de una manera específica para comunicar la caridad de
Cristo, buen Pastor” (PDV 57a). Esto implica que la formación deberá promover
“la comunión cada vez más profunda con la caridad pastoral de Jesús, la cual, así
como ha sido el principio y fuerza de su acción salvífica, también, gracias a la
efusión del Espíritu Santo en el sacramento del Orden, debe ser principio y fuerza
del ministerio del presbítero” (PDV 57f). “La caridad pastoral animará y sostendrá
los esfuerzos humanos del sacerdote para que su actividad pastoral sea actual,
creíble y eficaz” (PDV 72h).
El Documento de Aparecida (CELAM) afirma por su parte: “Es necesario
un proyecto formativo del Seminario que ofrezca a los seminaristas un verdadero
proceso integral: humano, espiritual, intelectual y pastoral, centrado en Jesucristo,
Buen Pastor”27.
Para entender bien los textos del Concilio, de Juan Pablo II y de Aparecida,
hemos de decir que la palabra “pastoral” ha de entenderse en el sentido de que
incluye a todos los aspectos de esta formación.
A la luz de estos textos, afirmamos que es necesario potenciar la dimensión
pastoral porque la meta de la formación es ser pastores. Nuestro servicio y nuestra
caridad son pastorales. Formar para ser pastores ha de ser la pasión del Seminario.
27
CELAM. Aparecida. Documento. n. 319
48
Formarse para ser pastores ha de ser el compromiso más serio e intenso de todos y
de cada uno de los seminaristas.
* “La formación pastoral está destinada no sólo a asegurar una competencia
pastoral científica y una preparación práctica, sino también, y sobre todo, a
garantizar el crecimiento de un modo de estar en comunión con los mismos
sentimientos y actitudes de Cristo, buen Pastor:”Tener entre vosotros los mismos
sentimientos que Cristo” (Fil.2,5).
Demos un paso más en nuestra reflexión y abordemos el tema de la “caridad
pastoral”:
* La caridad pastoral es “participación de la misma caridad pastoral de
Jesucristo: don gratuito del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, deber y llamada a la
respuesta libre y responsable del presbítero. El contenido esencial de la caridad
pastoral es la donación de sí, la total donación de sí a la iglesia, compartiendo el don
de Cristo y a su imagen” (PDV 23).
* La caridad pastoral. La caridad pastoral es el amor del Buen Pastor “que da
su vida por las ovejas” (Jn.10, 11). Es “aquella virtud con la que nosotros imitamos
a Cristo en su entrega de sí mismo y en su servicio. No es solo aquello que hacemos,
sino la donación de nosotros mismos lo que muestra el amor de Cristo por su grey.
La caridad pastoral determina nuestro modo de pensar y de actuar, nuestro modo de
comportarnos con la gente. Y resulta particularmente exigente para nosotros” ”
(PDV 23). Por eso, su contenido esencial es “la donación de sí, la total donación de
sí a la Iglesia compartiendo el don de Cristo y a su imagen”. No es, pues, de extrañar
que Juan Pablo II afirme que “la caridad pastoral caracteriza el ejercicio del
ministerio sacerdotal como “amoris officium”, “oficio de amor”. En palabras de san
Agustín: “pascere dominicum gregem, officium amoris est”, “apacentar el rebaño
del Señor es oficio de amor” (In Johannis Evangelium Tractatus 123, 5) (PDV 23).
Estas palabras son muy queridas para mí, porque me recuerdan las palabras de
Benedicto XVI cuando me nombró Obispo de Coria-Cáceres y las cita en la Bula
Papal de mi nombramiento.
* La caridad pastoral se muestra con más claridad aún a través de sus rasgos
más peculiares: la abnegación: sufrir y sacrificarse por la comunidad; la esperanza
con respecto a los fieles; el ofrecimiento del consuelo a los tristes y sufrientes y la
exhortación con las palabras de Dios; el progreso y el crecimiento como pastores
(cf. PO 13).
El Seminario tiene que formar pastores del Pueblo de Dios, verdaderos
pastores de las almas, según el Corazón de Cristo: “el proyecto educativo del
seminario se encarga de una verdadera y propia iniciación a la sensibilidad del
pastor, a asumir de manera consciente y madura sus responsabilidades, al hábito
49
interior de valorar los problemas y establecer las prioridades y los medios de
solución, fundados siempre en claras motivaciones de fe y según las exigencias
teológicas de la pastoral misma” (PDV 58a).
En línea con estas palabras, afirmamos que es propio del Seminario:
* preparar sacerdotes para el ministerio de la Palabra, para el ministerio del
culto y de la santificación y para el ministerio pastoral,
* preparar sacerdotes bien formados, ministros convencidos, audaces y
humildes de la nueva evangelización, servidores fieles de Jesucristo y de los
hombres.
* preparar sacerdotes abiertos y dispuestos a realizar la misión allí donde
fueran enviados: “La conciencia de la Iglesia como comunión misionera ayudará(…)
a amar y vivir la dimensión misionera esencial de la Iglesia y de las diversas
actividades pastorales; a estar abierto y disponible para todas las posibilidades
ofrecidas hoy para el anuncio del evangelio” (PDV 59).
En síntesis armoniosa expresa esto mismo Juan Pablo II: “Los presbíteros
son, en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo
cabeza y pastor, proclaman con autoridad su palabra, renuevan sus gestos de perdón
y de ofrecimiento de la salvación (…); ejercen, hasta el don total de sí mismos, el
cuidado amoroso del rebaño, al que congregan en la unidad y conducen al Padre por
medio de Cristo en el Espíritu” (PDV 15).
El quehacer y la espiritualidad del Buen Pastor se realizan por medio de unas
acciones a favor del rebaño que recordamos brevemente:
* Conoce a las ovejas. Hemos de conocer y amar a aquellos que nos han
sido confiados. Este conocimiento es inseparable del conocimiento de Cristo
porque sólo por nuestra relación con Cristo y con el Padre en el Espíritu Santo
podemos entrar en el misterio del hombre y llevarles a Cristo. Aprendamos a
conocer a los hombres y mujeres de nuestras parroquias, comunidades, diócesis
como Jesús.
* Da la vida por las ovejas. El Señor nos pide todo; nos pide entregar
nuestra persona, nuestra vida. El celibato sacerdotal es signo de esta entrega total al
Señor. El buen pastor no vive para sí sino para Jesucristo que es su Señor y para el
servicio de los que le han sido confiados: “llevamos siempre en nuestro cuerpo el
morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro
cuerpo” (2 Cor 4, 10). Como Jesús (Jn.10, 18), entreguemos nuestra vida a los
hombres por amor y libremente. La Eucaristía que celebramos ha de configurar
nuestra vida de tal modo que nos hagamos alimento para el mundo, don para la
humanidad. La Eucaristía ha de ser para nosotros escuela de amor en la que
50
aprendamos a entregar nuestra vida…¿Estamos dando la vida por los demás aquí y
ahora? ¿Lo hacemos como Jesús? La Eucaristía es Cristo Vivo, de Corazón abierto,
que entrega su vida por todos. La Eucaristía es la mejor escuela sacerdotal.
* Une a todos: “Tengo además otras ovejas que no son de este redil;
también a estas las tengo que atraer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y
un solo pastor” (Jn. 10, 16). Realmente hemos de tener presente siempre que la
unidad y la misión van siempre juntas, se autoimplican. Los sacerdotes hemos de
ser constructores de unidad y de comunión, que es condición para la misión.
Quien es llamado por el Señor viene de un mundo al que el Señor ama y por
el que se ha encarnado, ha muerto y ha resucitado y en el que está para iluminarlo y
salvarlo. Un mundo en el que hay una lucha entre la luz y las tinieblas, la verdad y la
mentira, la generosidad y el interés, y donde parece que llevan las de perder la luz, la
verdad, la generosidad, el bien. Con todo y aunque esa sea la apariencia, la realidad
es muy distinta, pues el mal está herido de muerte, y los designios de amor y de
salvación de Dios se cumplirán.
Es verdad que el don y la misión que el Señor nos ha regalado son
inmensas, nos desbordan, hasta el punto de que nos vemos y sentimos pequeños,
débiles…No perdamos el ánimo ni caigamos en la desesperanza…Levantemos el
corazón a Dios y pidámosle su ayuda porque sólo la misericordia de Dios hará
posible y real que, a pesar de nuestras limitaciones y pobrezas, podamos estar a la
altura del ministerio que el Señor nos ha regalado y confiado por puro amor y gracia.
Como san Pablo y con la ayuda de la gracia divina digamos hoy y siempre con
humildad y confianza: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta”.
Las funciones clásicas del ministerio pastoral del presbítero
Los seminaristas han de ser formados para realizar un día las tres funciones
clásicas del ministerio de los presbíteros, que es fuente de santificación del
sacerdote. Por eso, los sacerdotes han de vivirlos en el Espíritu de Cristo (cf. PO 13)
y en sintonía con la caridad del Buen Pastor:
* El servicio de la Palabra.
“Los presbíteros, como cooperadores de los obispos, tienen como
obligación principal el anunciar a todos el Evangelio de Cristo” (PO 4).
“Los seminaristas “prepárense para el ministerio de la Palabra: que entiendan
cada vez mejor la palabra revelada de Dios, que la posean con la meditación y la
expresen en su lenguaje y costumbres” (OT 4).
51
El seminarista ha de prepararse a recibir y entender la Palabra de Dios en la
Tradición Apostólica, tal y como la garantiza el Magisterio de la Iglesia. Este servicio
pide que el seminarista se vaya familiarizando de forma personal con la Palabra de
Dios, se vaya acercando con corazón humilde y orante a ella, vaya aprendiendo a ser
el primer creyente de la palabra. Ha de ser discípulo antes que maestro, oyente y
cumplidor antes que heraldo de la Palabra de Dios para no enseñar su propia
sabiduría, sino la sabiduría de Dios; ha de hacer la experiencia de la Palabra a fin de
llegar a ser testigo de la misma. Ha de dedicar tiempo al estudio serio de la Palabra
de Dios (DV 25) que alimenta su espiritualidad. “Desconocer las Escrituras es
desconocer a Cristo” (San Jerónimo). Ha de estar atento a los signos de los tiempos
desde los que el Señor también nos habla.
* El servicio de la Eucaristía y de los sacramentos
“Dios consagra a los presbíteros, por ministerio de los obispos, para que,
participando de una forma especial del sacerdocio de Cristo, en la celebración de las
cosas sagradas obren como ministros de quien por medio de su Espíritu efectúa
continuamente por nosotros su oficio sacerdotal en la liturgia” (PO5).
“Prepárense para el ministerio del culto y de la santificación: que, orando y
celebrando las funciones litúrgicas, ejerzan la obra de salvación por medio del
sacrificio eucarístico y los sacramentos” (OT 4).
Los seminaristas han de ser iniciados por sus formadores a descubrir, vivir y
testimoniar en la Eucaristía y en los demás sacramentos la unidad profunda que
debe existir entre el ejercicio de su ministerio pastoral y su propia y específica
espiritualidad. Como la Eucaristía es el sacramento de la unidad, también
aprenderán a ser artífices de la unidad en un mundo dividido, enfrentado. A lo largo
de su experiencia eucarística, los seminaristas irán aprendiendo a “partirse” por los
demás para poder “repartirse y compartirse” por los demás. Los seminaristas han
de participar diariamente en la Eucaristía para después, siendo ya sacerdotes,
celebren diariamente la Misa, pues como decía el P. Nieto: “un día sin la Eucaristía
es un día perdido en la vida”.
* El servicio de la comunión y del gobierno.
“El presbítero, al regir y apacentar al pueblo de Dios, se siente movido por la
caridad del Buen Pastor a dar su vida por sus ovejas” (PO 13).
“Prepárense para el ministerio pastoral: que sepan representar delante de los
hombres a Cristo, que “no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida para
redención de muchos” (Mc.10, 45), y que, hechos siervos de todos, ganen a
muchos” (cf. 1 Cor 9, 19).
52
Para que puedan llevar a cabo este ministerio de comunión y gobierno, los
presbíteros tienen que vivir una disponibilidad absoluta al Espíritu, que suscita y
recrea la unidad en la diversidad. Él nos vincula a Cristo y a todos los miembros
entre sí. Además y dado que el presbítero está puesto en el seno de la comunidad
como “sacramento de Cristo Cabeza y Pastor” ha de trabajar con mansedumbre y
fortaleza para unir en la verdad y en el amor; y, como ministros del Espíritu, han de
tender vínculos de unidad para edificar la Iglesia en la comunión.
Los formadores del Seminario han de prestar una atención especial a los
seminaristas para que vayan adquiriendo las virtudes y cualidades propias y
específicas de la persona que preside y guía una comunidad. Entre estas virtudes,
Juan Pablo II, inspirándose en San Pablo, enumera las siguientes: “la fidelidad, la
coherencia, la sabiduría, la acogida de todos, la afabilidad, la firmeza doctrinal en las
cosas esenciales, la libertad sobre los puntos de vista subjetivos, el desprendimiento
personal, la paciencia, el gusto por el esfuerzo diario, la confianza en la acción
escondida de la gracia que se manifiesta en los sencillos y en los pobres” (Tit 1, 7-8)
(PDV 26).
El Santo Cura de Ars nos da unas claves: “un buen pastor según el corazón
de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia,
y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina”.
Y apostilla: “si comprendiéramos bien lo que representa un sacerdote sobre
la tierra, moriríamos: no de pavor, sino de amor”.
TERCERA PARTE
LA PASTORAL VOCACIONAL
1. La pastoral vocacional
Sigamos proponiendo a los jóvenes la grandeza del sacerdocio, la hermosura
de entregar la vida en el seguimiento de Cristo. No tengamos miedo ni vergüenza en
proponer este ideal a los jóvenes. Esta pastoral se va realizando a través de pequeñas
y grandes acciones, entre las que ponemos de relieve las siguientes:
* el testimonio sencillo y creíble de los sacerdotes. Un sacerdote que vive
con gozo y alegría su sacerdocio y se le ve feliz, podemos decir que su propia
existencia y ministerio interpelan, arrastran, llaman…
* el trabajo cotidiano en la parroquia de educar en el seguimiento de Jesús.
* la oración perseverante y confiada al Señor por las vocaciones ya que la
oración es el alma de la auténtica pastoral vocacional.
53
* la escucha paciente de los jóvenes en la búsqueda de Dios…
* la propuesta explícita de la vocación sacerdotal a jóvenes generosos que
deseen hacer de su vida una entrega total a Jesucristo y a los hermanos.
“Dad testimonio valiente y gozoso de vuestro servicio. Id en busca de la gente,
como hacía el Señor Jesús: en la visita a las familias, en el contacto con los
enfermos, en el diálogo con los jóvenes, haciéndoos presente en todos los ámbitos
de trabajo y vida”28.
2. La llamada al sacerdocio y la respuesta
Nadie es sacerdote para sí, ni a partir de sí mismo. Es verdad que Dios llama
a un niño, a un joven o a un adulto al Sacerdocio. Esta llamada se escucha en lo
más profundo de la conciencia que es “el núcleo más secreto y el sagrario del
hombre, en el que éste se siente a solas con dios, cuya voz resuena en el recinto más
íntimo de aquella” (GS 16). Es cristo quien nos elige y nos llama. Hemos sido
llamados por una iniciativa suya. Hemos sido llamados uno a uno, por nuestro
propio nombre para participar un día en el sacerdocio de Jesucristo. Ciertamente
nuestro ser sacerdotal brota y surge del encuentro íntimo, profundo, personal con el
Señor. Podemos decir que las palabras del profeta Isaías se cumplen en cada uno de
nosotros: “Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he tomado de la mano, te he
formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones para que abras los
ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión y de las mazmorras a los que
habitan en tinieblas” (Is. 42, 6-7). ¡Gracias, Señor, por el amor tan inmenso que nos
tienes!
Ahora bien, dando un paso más en nuestra reflexión, diremos que
normalmente el joven escucha esta llamada de Dios al sacerdocio en el seno de una
comunidad cristiana: su propia familia, su parroquia… Es muy posible que detrás
de toda vocación sacerdotal esté la figura de algún sacerdote ejemplar.
Finalmente, la llamada del Señor llega y se hace visible en y a través del
Obispo quien dirige al varón la llamada al sacerdocio. Y es el varón quien responde
a esa llamada en el ámbito de una celebración eclesial. Por eso, nadie debe pretender
prepararse él solo al ministerio sacerdotal y nadie debe discernir él solo la llamada
al ministerio sacerdotal.
3. El Seminario Menor.
28
Benedicto XVI: Homilía en Savona. 17-VI-2008
54
La Iglesia no quiere que se supriman los seminarios menores. Es mi
deseo que en nuestra diócesis siga existiendo. En él deben ser acogidos aquellos
alumnos que, de algún modo, según su condición y edad, abiertamente manifiesten
señales de vocación sacerdotal, o la admitan como posible.
No es la mente de la Iglesia y, por supuesto, tampoco mi deseo, que a los
alumnos del seminario menor se les trate y se les forme como a pequeños clérigos, ni
como a pequeños seminaristas mayores. Pero tampoco quiero que sea un colegio más
con un ideario cristiano, y menos aún una simple residencia de pequeños
estudiantes. Se les debe formar humana, cristiana y vocacionalmente de manera
adecuada a su edad y según las directrices de las ciencias humanas y de una seria
antropología cristiana.
Ni seminario mayor en pequeño, ni centro educativo católico como los que
ya existen en nuestra ciudad, en los que reciben los alumnos una formación
cristiana. El Seminario Menor existe para acoger y cuidar los indicios de vocación
sacerdotal e ir seleccionando progresivamente a aquellos que se manifiesten como
candidatos para el Seminario Mayor.
El Seminario Menor, lejos de toda ambigüedad, debe tener una línea clara y
definida, la que pide la Iglesia, y actuar en consecuencia; los padres de los alumnos
han de estar en perfecta sintonía y favorecer la naturaleza, finalidad y métodos y
medios formativos del Seminario.
Los alumnos del Seminario menor cursan sus estudios en el Colegio
Diocesano “José Luís Cotallo”, y se han de distinguir por el aprovechamiento
académico, pos u educación, compañerismo, respeto y piedad.
Pido a los Párrocos, profesores, catequistas… que estén muy atentos a
descubrir los signos vocacionales que pueden despertar algunos niños, adolescentes
y jóvenes. De vosotros depende el que nuestro Seminario Menor tenga alumnos
idóneos que un día puedan pasar al Seminario Mayor. Invitad a los chicos de
vuestras parroquias a las actividades que desde el Seminario se organizan:
convivencias, encuentros de monaguillos, etc. Y si ya tenéis alumnos en el
Seminario, cuidadlos, principalmente durante las vacaciones. Lo mismo digo a los
que tienen seminaristas mayores. En vacaciones, sois vosotros sus superiores.
4. Vocaciones en edad adulta.
No es infrecuente el que lleguen al Seminario mayor candidatos en edad
adulta, siempre se ha dado en la Iglesia, hoy, tal vez, en mayor número. Muchos de
ellos con personas que en la infancia o en la adolescencia sintieron la inclinación al
sacerdocio, pero, o nadie les ayudó, o alguien les indicó que esperaran, o ellos
mismos optaron por olvidar sus deseos.
55
Quiero que estemos atentos a estas vocaciones, que las suscitemos,
acojamos y pongamos en contacto con el Seminario Mayor.
Estar con Jesús… No se trata de una presencia física, así la tuvo Judas. Estuvo
con Él, pero no compartió su amor, no se dejó formar y transformar por el Corazón
de Jesús. Para estar con Él, cada seminarista debe comprender su vida como una
respuesta a la llamada que Jesús le hace a la santidad, configurándose –con la ayuda
de la gracia- con Jesucristo, aborreciendo el pecado, para vivir de verdad con
Jesucristo y dejar que Jesucristo viva en él, para llegar a ser como Él, instrumento
eficaz de salvación, según el designio de amor de la Santísima Trinidad. El
Seminario tiene que ayudar al futuro sacerdote a seguir a Cristo, a imitar a Cristo, a
identificarse con Cristo y a configurarse con Cristo.
Si verdaderamente “creemos” en la necesidad del Seminario y que la pastoral
vocacional es la pastoral más importante y urgente, entonces todos tenemos que
sentirnos “corresponsables” para dar respuestas a nuestras necesidades. El Señor
nos premiará nuestro esfuerzo. Desde estas líneas, como Obispo, pongo mi
confianza total en el Señor: no nos dejará solos nunca y nos bendecirá en la medida
en que trabajemos humildemente en su viña.
CUARTA PARTE
EL CONVICTORIO SACERDOTAL
Pensando única y exclusivamente en el bien de nuestros hermanos sacerdotes,
instituimos en nuestra Diócesis el Convictorio Sacerdotal, que ponemos bajo el
patrocinio de “San Pedro de Alcántara”. La Iglesia ha creído siempre que el
Convictorio es una institución que facilita el “aterrizaje” pastoral de los nuevos
presbíteros.
Tendrá su sede social en la Casa Sacerdotal de la Diócesis, ubicada en
Cáceres.
El Director del mismo será nombrado por el Obispo de la Diócesis. Unidos al
Rector del Seminario y al Director de la Casa Sacerdotal.
Los sacerdotes recién ordenados serán los miembros de este Convictorio
diocesano, que tendrá como duración desde octubre a finales de junio del año
siguiente.
La finalidad de este Convictorio es ayudar a los presbíteros recién ordenados a:
* iniciarse en la vida pastoral,
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* integrarse en el Presbiterio diocesano
* participar en los organismos de comunión y corresponsabilidad de la
Diócesis.
* conocer y participar en la vida parroquial y arciprestal en sus diversos
aspectos
* vivir la espiritualidad específica del presbítero diocesano secular
Los sacerdotes tendrán nombramiento pastoral, a juicio del Obispo de la
Diócesis, previa consulta con el Director del Convictorio y el Párroco de la
Parroquia respectiva.
El Obispo de la Diócesis, previa consulta al director del Convictorio, podrá
confiar además a algún sacerdote del Convictorio alguna misión pastoral de carácter
diocesano o arciprestal.
Los sacerdotes del Convictorio tendrán el mismo régimen laboral, económico y
de seguridad social que los demás presbíteros diocesanos, y durante su estancia en el
Convictorio se regirían por las normas administrativas y económicas establecidas de
la casa sacerdotal.
El Obispo, el Director y los Sacerdotes tendrán varias reuniones:
* Al comienzo del curso: para programar actividades
* A mediados del curso: para revisar lo realizado
* A final de curso: para evaluar la vida y actividades realizadas.
* Cuantas veces lo determine el Obispo o el Director del Convictorio
La duración del Convictorio será un año, una vez ordenado presbítero. La
estancia de los presbíteros en la Casa Sacerdotal se verá con el Director y el plan que
se tenga para los que residen en este Convictorio, que será de un modo
personalizado.
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CONCLUSIÓN
San Pablo nos dice: “tened los sentimientos de Cristo” que es el fondo decir que el
sacerdote es el amor del Corazón de Jesús. Esta afirmación del Santo Cura de Ars nos
mueve a dar gracias por el amor del Corazón de Cristo manifestado en tantos
sacerdotes que han sido gracia del Señor en nuestras vidas.
Os invito a rezar ardientemente por la santidad de los sacerdotes y
seminaristas, actuales y futuros. Y os pido el compromiso de buscar y suscitar
nuevas vocaciones para que no falten a nuestra Iglesia diocesana los sacerdotes
necesarios. El Señor no dejará a la Iglesia sin ellos, pero, en su providencia amorosa,
ha querido necesitar de nosotros. A todos los hijos de nuestra amada Diócesis os
pido una mirada del corazón y una respuesta positiva, para que en nuestro
Seminario aumenten los alumnos.
La reflexión y la tradición de la Iglesia manifiestan que normalmente el discernimiento
vocacional tiene lugar a lo largo de algunos caminos comunitarios concretos: la liturgia y la oración,
la comunión eclesial, el servicio de la caridad, la experiencia del amor de Dios recibido y ofrecido en
el testimonio. Gracias a ellos, en la comunidad descrita en los Hechos se multiplicaba gradualmente
el número de los discípulos en Jerusalén (Nuevas vocaciones para la nueva Europa, 27).
Tenemos que potenciar estas vías para que crezca la fe y la vida cristiana de
nuestras comunidades y grupos apostólicos y surjan vocaciones. Es urgente que toda
la Diócesis se ponga en camino vocacional: Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su
mies.
Queridos seminaristas: que os vean alegres, seguros de vuestras convicciones,
llenos de confianza en Dios, humildes, trabajadores, sin miedo a parecer diferentes.
Entregaos con ardor y entusiasmo a vuestra formación… empeñaos en el
apostolado del contagio. Que otros, al veros, puedan decir: Y yo ¿por qué no?
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A los superiores y formadores del Seminario les pido que hagan del
Seminario un lugar donde se respire y se contagie la alegría que sólo puede dar el
amor vivo a Dios, a la Iglesia y a los hermanos.
Que el Seminario esté abierto a todos los sacerdotes del presbiterio. El
Seminario es el corazón de la diócesis. Encomendemos a la intercesión poderosa de
San José, a San pedro Apóstol y a San pedro de Alcántara y a la mediación amorosa
de la Virgen María, en su advocación de Ntra. Sra. de Argeme, nuestro Seminario
Diocesano.
“El Pueblo de Dios siente necesidad:
* de presbíteros-discípulos que tengan una profunda experiencia de Dios,
configurados con el corazón del Buen Pastor, dóciles a las mociones del Espíritu,
que se nutran de la Palabra de Dios, de la Eucaristía y de la oración.
* de presbíteros-misioneros, movidos por la caridad pastoral: que los lleve a
cuidar del rebaño a ellos confiados y a buscar a los más alejados predicando la
Palabra de Dios, siempre en profunda comunión con su Obispo, los presbíteros,
diáconos, religiosos, religiosas, vida consagrada y laicos
* de presbíteros-servidores de la vida: que estén atentos a las necesidades
de los más pobres, comprometidos en la defensa de los derechos de los más débiles
y promotores de la cultura de la solidaridad.
* de presbíteros llenos de misericordia, disponibles para administrar el
sacramento de la reconciliación”29
Ruego a las Hermanas Contemplativas de mi Diócesis que sigan rezando al
Señor para que nuestros seminaristas y nuestros sacerdotes puedan decir con gozo
hoy y siempre: “me encanta mi heredad”.
29
CELAM. Aparecida, nn.199-200
59
ORACIÓN
¡Santísima Virgen María!,
Confiamos a tu mediación materna a los sacerdotes y seminaristas, presentes y
futuros. En tus entrañas puras se formó el Corazón de Jesús y con tus cuidados y
enseñanzas lo modelaste más tarde. Cuida y forma el corazón de nuestros sacerdotes
y seminaristas. Cada uno de ellos, como tú, recibe la Palabra, Jesucristo, para hacerla
vida y darla viva a los hombres, sus hermanos. Madre, enséñale cómo se hace.
Hazlos humildes, castos, disponibles y fieles; dales firmeza en la fe, seguridad en la
esperanza y constancia en el amor. Mantenlos alegres, sostenlos en la entrega y
firmes a la sombra de la Cruz. Virgen Santísima de Argeme, alcanza de tu Hijo para
nuestra Diócesis de Coria-Cáceres, muchos y santos sacerdotes. Virgen fiel, guarda a
todos los sacerdotes y seminaristas en el Corazón de tu Hijo, Buen Pastor, Sumo y
Eterno Sacerdote.
+ Francisco Cerro Chaves
Obispo de Coria-Cáceres
19 de Junio de 2010, Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús
Clausura del Año Santo Sacerdotal
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CARTAS PASTORALES DEL OBISPO DE CORIA-CÁCERES
1. “Quédate con nosotros (Evangelizar desde nuestra tierra)”, 2007
2. “Servid al Señor con alegría” 2008
3. “Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo”, 2008
4. “Coronada de Estrellas”, 2008
5. “Si no tengo amor (caridad) no soy nada”, 2009
6. “Para que tengan vida”, 2009
7. “Revelado a la gente sencilla” (La Religiosidad popular), 2010
8. “Me llamarán bienaventurada todas las generaciones”. 2010
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