Para qué sirve el Arte
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Para qué sirve el Arte
¿Para qué sirve el Arte? John Carey Resumen de la lectura de la obra "¿Para qué sirve el Arte?" de John Carey, por Ana Belén Sánchez y Clara Cucalón) JOHN CAREY se plantea en esta obra la importancia del Arte para la civilización, y se pregunta por qué crea unos sentimientos tan encontrados entre la gente. En la primera parte, plantea una serie de cuestiones sobre el Arte: ¿Qué es una obra de Arte?, ¿Es superior el Arte “culto”?, ¿Puede ayudar la ciencia a entender lo que sentimos como Arte?, ¿El Arte nos hace mejores? ¿Puede el Arte ser una religión? En la segunda, intenta demostrar la superioridad de la Literatura sobre el resto de artes, por el efecto que tiene sobre los lectores, por su inteligencia crítica y por su capacidad creativa e imprecisión. Carey ofrece las respuestas de distintos autores a dichas preguntas y después aporta su punto de vista personal. A la pregunta ¿Qué es una obra de Arte?, no se ha encontrado una respuesta que satisfaga a todos. Esta pregunta es moderna. Hasta finales del XVIII no existían obras de arte “en el sentido actual”, es decir, no se les atribuía los valores y expectativas especiales que les atribuimos hoy. Fue Kant quien formuló los postulados estéticos básicos de Occidente. El Arte es en cierto modo sagrado, refina nuestra sensibilidad y nos hace mejores personas. Sus creadores son seres especiales: “genios”. Los cánones de belleza son absolutos y universales y sólo los altamente dotados son capaces de reconocer lo que es Arte. 1 El modernismo y las vanguardias del siglo XX hacen replantearse qué es el Arte y su significado. Arthur C. Danto rechaza los valores universales. Cualquier cosa puede ser Arte. Lo que convierte algo en Arte es cómo es mirado y cómo es pensado, en resumen: basta con que alguien piense que algo es una obra de Arte, pero ese alguien debe ser un experto. Nuestro autor comparte la opinión de Danto, pero considera que los motivos que tenemos para definir algo como “Arte” pueden ser tantos como personas hay en el mundo. Todo indica que ninguno de nosotros sabemos mucho de Arte, pero que todos sabemos qué es lo que nos gusta. Los críticos culturales suelen hacer la distinción entre Arte “culto” y Arte “de masas o popular”, presuponiendo siempre al primero como superior, algo que para nuestro autor carece de fundamentos racionales. El Arte “culto”sería aquel que supera los bajos apetitos físicos y se dirige al espíritu, y agrada a una exclusiva minoría, que recibe unas experiencias intrínsecamente más valiosas que las que proporciona el Arte popular. Hoy el Arte culto resulta exclusivista y elitista, mientras que el popular es receptivo, accesible y busca restaurar la cohesión y contrarrestar la soledad moderna, algo que para algunos es prueba de su inferioridad y que para otros sería una forma de derribar barreras entre clases sociales. Para nuestro autor, si bien los defensores del Arte culto no dudan de su superioridad, sus argumentos no superan el escrutinio. Las características del Arte popular o de masas más objetables responden a necesidades existentes desde los primeros tiempos. Actividades como la moda, la jardinería o el fútbol satisfacen necesidades que el arte culto no. La idea de que el Arte culto es mejor por ser más difícil o despertar emociones más profundas, y que el popular es peor por ser formulario y estimular el consumo pasivo, no se sostienen. La laguna más llamativa contra el Arte de masas, para el autor, es la falta de interés de los críticos por averiguar cómo ese Arte afecta a sus receptores. Si pretendemos responder a la pregunta ¿Puede ayudar la ciencia?, debemos acercarnos a la idea de la imposibilidad de acceder a la conciencia de otras personas, que nos impide afirmar que los juicios estéticos de los demás son buenos o malos. Para nuestro autor, la pregunta parece tener una respuesta negativa, sobre todo si aspiramos a tener parámetros absolutos para juzgar las obras de Arte y decidir qué es y qué no es Arte. Ninguna de la vías comentadas parecen prometedoras y la psicología experimental que busca descubrir ante qué formas y colores reacciona la mayoría no puede ofrecer juicios de valor. Pero aunque la ciencia no pueda responder las preguntas, sí puede despejar malentendidos como las mediciones de la excitación que nos obligan a repensar ciertos supuestos acerca de los efectos emocionales del Arte. La idea de que una obra tiene el poder de conmover carece de sentido porque alude a un valor que varía casi infinitamente. En cuanto a la cuestión acerca de si podríamos acceder a la conciencia de otros, hay quienes creen que se puede hacer sin ayuda de la ciencia: Bell creía que una misma emoción se transmite entre periodos históricos, pero para tener los mismos sentimientos habría que habitar en el mismo cuerpo y compartir el mismo 2 inconsciente, tener la misma educación y haber pasado por las mismas experiencias emocionales, lo cual es imposible. Aunque la neurología avance a pasos agigantados y algún día se puedan medir todos los aspectos observables de las reacciones cerebrales de una persona ante una obra de Arte, no puede ir más allá y no se ve la manera de evaluar científicamente la experiencia ante ella. La idea de que el Arte nos hace mejores viene de la Antigüedad Clásica, pero los resultados de la investigación en esta área no han respaldado esta creencia. Convertir el Arte en religión es hacerlo depositario de la moral más elevada. Nuestro autor llega a la conclusión de que la religión del Arte hace peor a la gente porque estimula el desprecio por quienes no muestran sensibilidad artística. Considera que ha llegado el momento de dar oportunidad al Arte para hacernos mejores y cambiar la dirección de la investigación artística y averiguar cómo el Arte ha afectado y modificado las vidas de otros, dejando en un segundo plano lo que piensan los críticos. En la segunda parte del libro, John Carey se propone defender la superioridad de la Literatura frente a las otras artes, y para ello se ayuda de ejemplos de la literatura inglesa, principalmente. La especificidad de la Literatura radica en que ésta puede hacer cosas que las otras artes no. En primer lugar, el autor da su definición subjetiva de lo que entiende por Literatura: “Escribir aquello que quiero recordar, no sólo por aquello de lo que habla, sino también por sí mismo: unas palabras particulares en un orden concreto”. El primer argumento que el autor ofrece en defensa de su tesis es que la Literatura es susceptible de autocrítica, es decir, puede rechazar por completo la Literatura, cosa que otras artes no pueden hacer. La Literatura se cuestiona a sí misma y, además, es capaz de cuestionar cualquier otra cosa porque es la única capaz de razonar. Sólo la Literatura es crítica; la pintura puede criticar de forma implícita, pero está limitada por lo indecible. La ópera y el cine pueden hacerlo porque “roban” palabras a la Literatura, que les permiten acceder al mundo racional. La Literatura y la Música siempre han estado enfrentadas. La Música siempre ha sido considerada por los escritores como el Arte más irracional. Sin embargo para algunos, es la falta de significado lo que hace que la Música sea algo bueno, pues el significado limita. Así, el oyente tiene libertad para crear sus propios significados. El segundo de los argumentos que nuestro autor expone es que sólo la Literatura puede ser moralizante. La narración se da también en otras artes, pero éstas no pueden moralizar, puesto que sólo la Literatura argumenta. Carey no pretende insinuar que la Literatura nos vuelve más morales, pero sí nos aporta ideas para pensar y estimula la mente. No nos adoctrina, pero aporta materiales, promueve el cuestionamiento y el autocuestionamiento. Otra de las características que, para Carey, son específicas de la Literatura es que permite las comparaciones y los contrastes: cualquier cosa que leemos modifica, adapta, cuestiona o anula lo que hemos leído antes. 3 Nuestro autor destaca que la Literatura es muy importante como agente del desarrollo intelectual en la cultura de hoy en día. La gente joven siente el impulso de “salir de su mente” (drogas, alcohol…); la Literatura tiene la misma función pero, además, desarrolla y amplía el intelecto. Son muchas las generaciones cuyas mentes ha alimentado la Literatura, y es difícil creer que hoy hayamos producido una generación biológicamente inmune a ella. Un experimento llevado a cabo en un centro de menores, que consistía en que los jóvenes leyeran la obra El Señor de las Moscas, de William Golding, constató que el hecho de descubrir que eran capaces de reaccionar ante la Literatura levantó su baja autoestima. Un argumento más a la superioridad de la Literatura es su imprecisión, ya que es ésta la que otorga poder al lector, siendo éste el que debe dotar de sentido al texto. La imprecisión literaria genera múltiples lecturas individuales, y por eso cada uno de nosotros sentimos que hemos producido una lectura original. En las metáforas, la imaginación debe esforzarse para unir elementos que el pensamiento racional mantendría separados. Es imposible pintar “esmeraldas verdes como la hierba”, pero la Literatura puede mezclarlas en un instante. La pintura no maneja la metáfora, que es la puerta de entrada al subconsciente, y eso la limita enormemente. Incluso los textos simples necesitan lectores creativos, y precisamente porque son simples el lector quizá no es consciente de lo que debe aportar. Así pues, la función del lector es volver precisa la imprecisión. Al leer recurrimos a nuestro archivo personal de imágenes, sonidos, olores, sabores y texturas, y esto fortalece la sensación de hacer nuestro el texto. Produce sensaciones: “Esto me recuerda….”, que contribuyen a fortalecer nuestro sentido de identidad, convierten a la Literatura en algo interno, especial para nosotros. Poder memorizarla la distingue de las otras artes, y “el que aprende un poema lo hace suyo para siempre”. Puede recitarlo para sus adentros, es suyo, le pertenece. Cuando las palabras de otro se alojan en nuestra mente, es imposible distinguirlas de nuestra manera de pensar. Esta sensación de posesión personal es el don exclusivo de la Literatura. Como recapitulación a todo lo expuesto hasta ahora, nuestro autor se pregunta, en el Epílogo de la obra, cómo es posible que los grandes artistas hayan alcanzado tanto reconocimiento o cómo podemos explicar el ascenso o caída de las reputaciones artísticas a nivel mundial. No llega a una conclusión, pero quizá sea porque encarnan un valor universal que se nos escapa. De todos modos, si el Arte es lo que cada uno de nosotros entendemos por Arte, ¿cómo decidimos a qué artistas prestar atención? Carey coincide con Johnson (uno de los moralistas más destacados del siglo XVIII) en que si nos atenemos al canon, es menos probable que perdamos el tiempo. Se confirmaría así la teoría de que las grandes obras tienen “algo especial” que las distingue de entre las demás. Como ya insiste a lo largo de su obra, hablar de la verdad del Arte es manifestar una creencia personal, dado que no está sujeta a verificación científica. En el Arte no hay respuestas falsas, porque tampoco hay respuestas verdaderas. Podría decirse, pues, que el Arte es infinito (frente a la ciencia, que es limitada) porque no permite afirmar ninguna verdad. 4 Recomendar las artes sólo como forma de goce y diversión no le resulta atractivo a nuestro autor, pero considera que espiritualizarlas e imaginar que pueden aspirar al sentido profundo es un engaño. Es en el capítulo dedicado al Arte en las cárceles donde da significado a la pregunta que da título a la obra. Alega que la participación activa en la creación artística puede afianzar la autoestima y ayuda a rehabilitar a quienes se sienten excluidos por la sociedad. Establecer que el dinero reservado a las artes debe ser reservado a “instituciones de calidad”, en vez de ser distribuido entre la comunidad, relega automáticamente al público al rol de venerador pasivo del Arte. La Literatura es el único Arte que puede razonar y ejercer la crítica. Carey trae a colación a los defensores del Arte conceptual contemporáneo, que alegan que los conceptos también pueden criticar la sociedad y la cultura actuales. El lenguaje es el medio que hemos desarrollado para expresar conceptos y los componentes habituales del Arte conceptual (objetos, ruidos, luces) no pueden reproducir esta función porque sólo el lenguaje explora conceptos. Así, el aura de seriedad que rodea el Arte conceptual es equívoca. El autor señala que tiene más en común con la cultura de consumo rápido que sus defensores tanto critican. No puede negarse que la Literatura produce placer, pero es su contenido intelectual el que la distingue de las otras artes. La Literatura, como hemos visto, es un campo de contradicción permanente. Leer es verse continuamente forzado a evaluar y discriminar entre distintas personalidades, opiniones y formas de ver el mundo. La imprecisión de la Literatura convierte la lectura en una actividad creativa y da a los lectores cierta sensación de posesión, incluso de autoridad. Carey concluye su texto señalando que “La Literatura no nos convierte en mejores personas, aunque nos ayuda a criticar lo que somos. Amplía nuestra mente, aportándonos pensamientos, palabras y ritmos que nos acompañarán durante toda la vida” 5