VENID EN POS DE MÍ

Transcripción

VENID EN POS DE MÍ
JESUCRISTO Y EL EVANGELIO SEMPITERNO
Lección 10: Ven, sígueme
VENID EN POS DE MÍ
ÉLDER JOSEPH B. WIRTHLIN
Del Cuórum de los Doce Apóstoles
(Liahona, julio 2002, págs. 15-18)
Eran pescadores
antes de escuchar el
llamado. Echando
las redes en el mar
de Galilea, Pedro y
Andrés se
detuvieron cuando
Jesús de Nazaret se
acercó, les miró a los
ojos y pronunció las
sencillas palabras:
“Venid en pos de mí”. Mateo escribe que los
dos pescadores, “dejando al instante las redes,
le siguieron”.
Después el Hijo del Hombre se dirigió a otros
dos pescadores que se encontraban en un
barco con su padre, reparando las redes. Jesús
les llamó, “y [Santiago y Juan], dejando al
instante la barca y a su padre… siguieron [al
Señor]” 1 .
¿Alguna vez se han preguntado cómo hubiera
sido vivir en los días del Salvador? Si
hubieran estado allí, ¿habrían prestado oídos
a su llamado: “¡Venid en pos de mí!”?
Quizás una pregunta más realista sería: “Si el
Salvador les llamara hoy, ¿estarían igual de
dispuestos a abandonar sus redes e ir en pos
de Él?”. Estoy seguro de que muchos lo
harían.
Sin embargo, quizás para algunos ésta no sea
una decisión tan fácil. Hay quienes han
descubierto que, por su naturaleza, muchas
veces no es tan fácil salir de las redes.
Existen redes de todos los tamaños y formas.
Aquéllas que Pedro, Andrés, Santiago y Juan
dejaron eran objetos tangibles, herramientas
de trabajo que les permitían ganarse la vida.
A veces pensamos que estos cuatro hombres
eran pescadores humildes y que no tuvieron
que sacrificar demasiado al dejar las redes
para seguir al Salvador. Todo lo contrario,
como destaca el élder James E. Talmage
en Jesús el Cristo: Pedro, Andrés, Santiago y
Juan eran socios en un negocio próspero. Eran
“dueños de sus propios barcos y empleaban a
otros hombres”. Según el élder Talmage,
Simón Pedro “se hallaba en buena posición
económica; y la ocasión en que habló de
haberlo dejado todo para seguir a Jesús, el
Señor no negó que el sacrificio de Pedro, en
cuanto a sus bienes materiales, había sido…
grande” 2 .
Más tarde, la red de la riqueza atrapó a un
joven rico que declaró que había obedecido
todos los mandamientos desde su juventud.
Cuando le preguntó al Salvador qué más
debía hacer para tener la vida eterna, el
Maestro dijo: “Si quieres ser perfecto, anda,
vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y
tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme”.
Cuando el joven escuchó aquello, “se fue
triste, porque tenía muchas posesiones” 3 .
Las redes se definen en general como
utensilios diseñados para la captura, pero en
un sentido más estricto, aunque más
importante, podríamos definirlas como algo
que nos tienta o nos impide seguir el llamado
de Jesucristo, el Hijo del Dios viviente.
En ese contexto, algunas de esas redes
podrían ser nuestro trabajo, nuestras
aficiones, nuestros placeres, y por encima de
todo lo demás, nuestras tentaciones y
pecados. En resumen, cualquier cosa que nos
aleja de nuestra relación con nuestro Padre
Celestial y su Iglesia restaurada es una red.
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Lección 10: Ven, sígueme
Permítanme darles un ejemplo
contemporáneo: una computadora puede ser
una herramienta útil e indispensable, pero si
perdemos nuestro tiempo con ella en
ocupaciones improductivas, vanas e incluso a
veces destructivas, se convierte en una red
que nos atrapa.
A muchos de nosotros nos gusta ver
competencias deportivas, pero si somos
capaces de recitar de memoria las estadísticas
de nuestros jugadores favoritos y al mismo
tiempo nos olvidamos de los cumpleaños o de
los aniversarios, desatendemos a nuestra
familia, o pasamos por alto la oportunidad de
hacer obras de servicio cristiano, también las
competencias deportivas pueden convertirse
en una red que nos atrapa.
Desde los días de Adán, toda la humanidad
ha comido el pan con el sudor de su frente,
pero cuando nuestro trabajo nos consume
hasta el punto en que desatendemos las
dimensiones espirituales de la vida, también
se convierte en una red que nos enreda.
Algunos han quedado atrapados en la red de
las deudas excesivas. La red del interés les
atenaza, requiriéndoles que vendan su tiempo
y energías a fin de satisfacer las demandas de
sus acreedores, con lo que renuncian a su
libertad y se hacen esclavos de su propio
derroche.
Es imposible enumerar las muchas redes que
pueden atraparnos e impedirnos seguir al
Salvador; pero si somos sinceros en nuestro
deseo de ir en pos de Él, debemos dejarlas
inmediatamente y seguir Sus pasos.
No conozco ningún otro periodo de la historia
del mundo donde se haya acumulado tal
variedad de redes esclavizantes. La vida con
facilidad se nos llena de citas, reuniones y tareas
que debemos realizar. Es tan fácil quedar
atrapado en una multitud de redes, que a veces
incluso la mera sugerencia de romperlas puede
resultarnos amenazante o hasta aterradora.
A veces pensamos que cuanto más ocupados
estemos, más importantes somos; como si
nuestra actividad definiera nuestro valor.
Hermanos y hermanas, podemos pasarnos la
vida entera dando vueltas a un ritmo frenético y
llevando a efecto listas y listas de cosas que a fin
de cuentas no tienen verdadera importancia.
El hacer mucho quizás no sea tan importante. El
que concentremos la energía de nuestra mente,
corazón y alma a aquellas cosas que tienen
importancia eterna, eso sí es esencial.
Entre el bullicio y el ajetreo de la vida a nuestro
alrededor escuchamos gritos de “vengan aquí”
y “vayan allá”; en medio de ese ruido y de esas
voces seductoras que compiten por acaparar
nuestro tiempo e interés, una figura solitaria se
alza en las orillas del Mar de Galilea y nos
llama: “Venid en pos de mí”.
Es muy fácil perder el equilibrio en nuestra
vida. Recuerdo unos cuantos años que fueron
particularmente exigentes para mí, cuando ya
teníamos siete hijos. Yo había servido como
consejero en un obispado y se me otorgó el
llamamiento sagrado de ser obispo del barrio.
Estaba esforzándome por administrar nuestro
negocio, lo que requería muchas horas al día.
Rindo honor a mi fiel esposa, quien siempre me
permitió servir al Señor.
Sencillamente, había demasiadas cosas que
hacer en el tiempo del que disponía, pero en vez
de sacrificar cosas importantes, decidí
levantarme más temprano, encargarme de mi
negocio y después dedicar el tiempo necesario
para ser un buen padre y esposo y un miembro
fiel de la Iglesia. No fue nada fácil. Algunas
mañanas comenzaba a sonar el despertador, y
yo abría un ojo y me quedaba mirándolo
fijamente, desafiándolo a que siguiera sonando
si se atrevía.
No obstante, el Señor fue misericordioso y me
ayudó a hallar la energía y el tiempo
necesarios para hacer todo aquello a lo que
me había comprometido. Aunque fue difícil,
nunca lamenté el haber tomado la decisión de
escuchar el llamado del Salvador y seguirle.
Piensen en todo lo que le debemos. Jesús es la
resurrección y la vida. “El que cree en [Él],
aunque esté muerto, vivirá” 4 . Hay quienes
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poseen una gran riqueza pero que aun así
darían todo lo que poseen para alargar unos
años, meses o incluso días su vida mortal.
¿Qué daríamos entonces nosotros por la vida
eterna?
Hay quienes darían todo lo que tienen por sentir
paz. “Venid a mí, todos los que estáis trabajados
y cansados”, enseñó el Salvador, “y yo os haré
descansar” 5 . No obstante, es algo más que paz
lo que el Salvador promete a los que guardan
Sus mandamientos y perseveran hasta el fin; es
la vida eterna, “que es el mayor de todos los
dones de Dios” 6 .
Gracias al Salvador, viviremos para siempre. La
inmortalidad significa que nunca moriremos; en
cambio, la vida eterna significa vivir para
siempre en esferas exaltadas en compañía de
nuestros seres queridos, envueltos en un amor
profundo, en un gozo exquisito y en gloria.
Ninguna cantidad de dinero puede comprar ese
estado exaltado. La vida eterna es un don de un
Padre Celestial amoroso que se ofrece de
manera gratuita y libre a todos los que presten
oídos al llamado del Varón de Galilea.
Lamentablemente, hay muchos que están
demasiado atrapados en sus redes para escuchar
el llamado. El Salvador explicó que “no creéis,
porque no sois de mis ovejas… Mis ovejas oyen
mi voz, y yo las conozco, y me siguen” 7 .
¿Cómo seguimos al Salvador? Ejerciendo
nuestra fe, creyendo en Él, creyendo en nuestro
Padre Celestial, creyendo que Dios todavía se
comunica con el hombre en la tierra.
Seguimos al Salvador arrepintiéndonos de
nuestros pecados, experimentando tristeza por
ellos y abandonándolos.
Seguimos al Salvador entrando en las aguas del
bautismo y recibiendo la remisión de nuestros
pecados, recibiendo el don del Espíritu Santo y
permitiendo que esa influencia nos inspire,
instruya, guíe y consuele.
¿Cómo seguimos al Salvador? Obedeciéndole.
Él y nuestro Padre Celestial nos han dado
mandamientos, no para castigarnos o
atormentarnos, sino para ayudarnos a alcanzar
una plenitud de gozo tanto en esta vida como en
las eternidades que están por venir, por los
siglos de los siglos.
Por el contrario, cuando nos aferramos a
nuestros pecados, a nuestros placeres y a veces
incluso a lo que percibimos como nuestras
obligaciones, nos resistimos a la influencia del
Espíritu Santo y dejamos de lado las palabras de
los profetas, entonces nos quedamos en la orilla
de nuestra propia Galilea, bien atrapados en
nuestras redes. Nos encontramos incapaces de
abandonarlas y seguir al Cristo Viviente.
Pero el Pastor nos llama a todos hoy.
¿Reconoceremos la voz del Hijo de Dios? ¿Le
seguiremos?
¿Me permitirían darles una palabra de
advertencia? Hay quienes piensan que si
seguimos al Salvador, nuestra vida estará
libre de preocupaciones, de dolores y de
miedos. ¡No es así! El Salvador mismo fue
descrito como un varón de dolores 8 . Aquellos
primeros discípulos que siguieron al Cristo
experimentaron grandes persecuciones y
pruebas. El profeta José Smith no fue la
excepción, ni lo fueron el resto de los
primeros Santos de esta última dispensación;
y en la actualidad, las cosas tampoco han
cambiado.
Tuve una vez la oportunidad de hablar con
una mujer que escuchó el llamado del
Salvador cuando tenía dieciocho años. Su
padre, que era un ministro prominente de una
iglesia diferente, se enfadó con ella y le
prohibió bautizarse. Le dijo que si se hacía
miembro de La Iglesia de Jesucristo de los
Santos de los Últimos Días, quedaría apartada
de la familia.
Aunque el sacrificio fue grande, esa joven
escuchó el llamado del Salvador y entró en las
aguas del bautismo.
Sin embargo, su padre no podía aceptar su
decisión e intentó obligarla a abandonar su
nueva fe. Él y su esposa la vilipendiaron por
su decisión de unirse a la Iglesia y le exigieron
que negara y abandonara su nueva religión.
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Lección 10: Ven, sígueme
Aun en medio de la ira, de la amargura y de
la humillación, su fe se mantuvo fuerte y
soportó el abuso verbal y emocional, sabiendo
que había escuchado el llamado del Salvador
y que le seguiría, sean cuales fueren las
consecuencias de ello.
Finalmente, esa joven pudo encontrar un
cobijo seguro, un lugar de refugio junto a una
amable familia miembros de la Iglesia, lejos
de las amenazas y la crueldad de su padre.
Conoció a un joven fiel y los dos se casaron en
el templo y recibieron las inestimables
bendiciones que acompañan al matrimonio en
el templo.
Hoy ya forma parte de los muchos que han
sacrificado tanto para seguir el llamado del
Salvador.
En efecto, no insinúo que el camino vaya a ser
fácil, pero les doy mi testimonio de que los que,
con fe, abandonan sus redes y siguen al
Salvador, experimentarán una felicidad más allá
de su capacidad de comprensión.
Cuando me reúno con los maravillosos
miembros de esta Iglesia —tanto jóvenes como
mayores— cobro ánimo y me lleno de gratitud
por la fidelidad de los que han escuchado el
llamado del Salvador y le han seguido.
Como ejemplo, un trabajador del sector
siderúrgico sigue al Salvador día tras día
durante un periodo de más de treinta años, en
los que sacaba las Escrituras para leer durante la
hora de la comida, en medio de las burlas de sus
compañeros. Y aquella viuda de setenta años
que, confinada a su silla de ruedas, alegra el
ánimo a cada persona que la visita, y nunca deja
de decirles lo afortunada que se siente; ella
también sigue al Salvador. El niño que busca la
comunión con el Señor del universo a través de
la oración, también sigue al Salvador. El
miembro acaudalado que da generosamente a la
Iglesia y a sus semejantes, sigue al Salvador.
Así como Jesús el Cristo estuvo en la orilla del
Mar de Galilea hace 2.000 años, también hoy
está haciendo el mismo llamado que extendió a
aquellos pescadores fieles, esta vez para todos
los que quieran escuchar su voz: “¡Venid en pos
de mí!”.
Tenemos redes por echar y redes por arreglar,
pero cuando el Señor del océano, de la tierra y
del cielo nos dice “venid en pos de mí”,
debemos abandonar los enredos mundanos y
seguir sus pasos.
Hermanas y hermanos míos, proclamo con una
voz llena de gozo que ¡el Evangelio ha sido
restaurado una vez más! Los cielos se abrieron
al profeta José Smith y él vio y conversó con
Dios, el Padre, y Su Hijo, Jesucristo. Bajo la
dirección y la tutela divina de seres celestiales,
¡las verdades eternas se han restaurado otra vez
al hombre!
En nuestros días vive otro gran profeta que
día tras día aporta su testimonio de estas
verdades sacrosantas. El presidente Gordon B.
Hinckley desempeña su sagrado oficio como
el portavoz del Dios eterno. A su lado están
sus nobles consejeros, el Quórum de los Doce
Apóstoles y otras Autoridades Generales,
todos alzando la voz para proclamar las
gloriosas y gozosas nuevas: ¡El Evangelio
eterno se ha restaurado otra vez al hombre!
Jesús el Cristo es “el camino, la verdad y la
vida: nadie viene al Padre, sino por [Él]” 9 .
Como testigo especial de Él, les testifico en
este día que llegará el tiempo en que todo
hombre, mujer y niño podrá mirar los ojos
llenos de amor del Salvador. Ese día sabremos
con seguridad de lo valiosa que es nuestra
decisión de seguirle al instante.
Que cada uno de nosotros escuche el llamado
del Maestro y abandone al instante las redes
de esclavitud y le siga con gozo, es mi
ferviente oración, en el nombre de Jesucristo.
Amén.
NOTAS
1. Mateo 4:18–22.
2. James E. Talmage, Jesús el Cristo, pág. 231.
3. Mateo 19:21–22.
4. Juan 11:25.
5. Mateo 11:28.
6. D. y C. 14:7.
7. Juan 10:26–27.
8. Véanse Isaías 53:3 y Mosíah 14:3.
9. Juan 14:6.
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