Lección 22: la gloria del hijo del hombre y entrada a Jerusalén

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Lección 22: la gloria del hijo del hombre y entrada a Jerusalén
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Lección 22: la gloria del hijo del hombre y entrada a Jerusalén
“Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de
Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: «¿Quién
dice la gente que soy yo?». Ellos le respondieron: «Algunos
dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno
de los profetas». «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?».
Pedro respondió: «Tú eres el Mesías». Jesús les ordenó
terminantemente que no dijeran nada acerca de él” (Mc. 8,
27-30)
I.- La Gloria del hijo de hombre: Mc. 8, 27; 9, 32.
Según el evangelio de san Juan, cuando la multitud vio el prodigio que Jesús había
realizado al multiplicar los panes, dijeron: “Éste es verdaderamente el profeta que iba a venir al
mundo”, e intentaron tomarle por la fuerza para hacerlo rey.
Fue un momento de apoteosis en la vida de Jesús. Pero él bien sabía que su mesianismo no
era de carácter político, ni nacionalista, ni terreno. Por eso, dándose cuenta de ello, huyó al
monte él solo (Jn. 6, 14-15).
El mismo evangelista nos cuenta que al día siguiente pronunció Jesús su discurso sobre «el
pan de la vida», anunciando la futura eucaristía. Pero muchos de sus discípulos, al oírle,
dijeron: “Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?” Y desde entonces muchos de sus
discípulos comenzaron a separarse de Jesús. Ante esta situación, Jesús preguntó a los Doce:
“¿También vosotros queréis marcharos?” A lo que Simón Pedro respondió: “Señor, ¿a quién
vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de
Dios” Jn. 6, 67-69).
A pesar de tantos prodigios, de tantos milagros, de tanta misericordia de parte de Jesús, la
crisis había estallado. Es más o menos en estas mismas circunstancias donde hay que
colocar el conjunto de Marcos 8, 27; 9, 32 y los lugares paralelos de Mateo y de Lucas.
Se trata de un momento clave y trascendental en la vida y en el ministerio de Jesús. Se van
a tejer perspectivas de gloria y de sufrimiento, de luz y de sombras, de muerte y de
resurrección. Abierto a la voluntad de su Padre y dócil a las inspiraciones del Espíritu,
Jesús va descubriendo detalles de su misión mesiánica, de acuerdo a los designios de Dios.
1.- JESÚS : EL M ESÍAS , EL HIJO DEL HOMBRE Y EL SIERVO DE DIOS : Mc 8, 27-33
La confesión de Simón Pedro: Mc 8, 27-30.
Jesús se encuentra por los pueblos de Cesarea de Filipo. Según el relato de Lucas, Jesús ha
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estado en oración a solas (Lc. 9, 18). Por la pregunta que de improviso va a dirigir a sus
discípulos, se puede pensar que el tema de su conversación con Dios ha sido muy
probablemente «el misterio de su propia persona y de su misión».
Por el camino, pues, les hizo Jesús esta pregunta: “¿Quién dicen los hombres que soy yo?”
Ellos le dijeron: “Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas”. Y él
les preguntaba: “Pero vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Pedro le responde: “¡Tú eres el
Cristo!” y les ordenó que a nadie hablaran acerca de él.
Por Cristo se entiende el Mesías, el ungido de Dios, el descendiente davídico prometido en
las Escrituras. La confesión de Pedro es importante y Jesús admite tácitamente la
identificación: sin embargo, manda enérgicamente a sus discípulos que no lo publiquen.
Esta actitud de Jesús es llamada «el secreto mesiánico». La orden de este silencio se explica
porque, en la confesión de Simón Pedro y tal vez de los demás discípulos, se escondía la
idea de «un mesianismo reglo, glorioso y político, en orden a la restauración del reino de
Israel» (cf Mc. 10, 35-40; Hch. 1, 6); y un mesianismo de esta naturaleza no era el que Dios
tenía dispuesto para él. Por esta razón, en lugar de una palabra de alabanza para Simón
Pedro, Jesús se apresura a manifestarles el verdadero carácter de su mesianismo.
En el evangelio de san Mateo la escena de la confesión de Pedro ha sido fuertemente
enriquecida por el evangelista, sirviéndose de palabras que Jesús debió pronunciar en
alguna otra ocasión (Mt. 16, 16-19).
Mateo ha querido poner en labios de Simón, no sólo la confesión de la mesianidad de Jesús
(Mc-Lc), sino también la de su filiación divina, —según la fe cristológica más desarrollada
del momento en que él escribe su evangelio— Jesús, por su parte, responde a Simón
diciéndole que lo que ha confesado acerca de él no pudo saberlo sino por revelación divina.
Y enseguida le hace la promesa de tres prerrogativas, significadas por imágenes:
1)
de «ser roca-fundamento», simbolizando el papel que desempeñará en la fundación de
la Iglesia, contra la cual no podrán prevalecer las fuerzas del Mal;
2)
de «recibir las llaves del Reino de los Cielos», pudiendo así abrir o cerrar el acceso al
Reino por medio de la Iglesia;
3)
de «tener la potestad de atar y desatar».
“Pedro, como mayordomo de la Casa de Dios, ejercerá el poder disciplinar de admitir o
excluir a quien le parezca bien, y administrará la comunidad por medio de todas las
decisiones oportunas en materia de doctrina y de moral” (BJ p.412).
Jesús es el Hijo-del-hombre y el doliente Siervo de Dios: Mc. 8, 31.
‘Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los
ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado, pero resucitar a los tres días".
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Es el primer anuncio de la «pasión y resurrección» de Jesús (cf Mc. 9, 30-32; 10, 32-34).
Sí, Jesús es el Mesías; pero su mesianismo no será ni político ni glorioso:
1)
se realizará en la humildad y sencillez de «el-hijo de hombre» que ha querido asumir
la condición humana en toda su realidad y con todas sus limitaciones (Dn. 7, 14; Hb. 4, 15;
5, 7-10); y
2)
se llevará a cabo en el sufrimiento, en la reprobación de los dirigentes del pueblo, y
en la misma muerte, pero que será seguida, a los tres días, por su resurrección. Esta
descripción evoca la figura del «doliente Siervo de Dios» del profeta Isaías 52, 13-53, 12.
El evangelista nota que Jesús les hablaba de esto abiertamente.
Reacción de Pedro y respuesta de Jesús: Mc. 8, 32-33.
Pedro no comprende ese misterioso plan de salvación de Dios a través de un Mesías
doliente, rechazado y muerto, —sin atender tal vez suficientemente al dato de la
resurrección—, y quiere apartar a Jesús de ese camino, como en otro momento lo intentó
también Satanás (Mt 4, 1-11).
Jesús, entonces, reprende severamente a Pedro, diciéndole: “¡Anda lejos de mí Satanás!
porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”. Y aprovecha luego la
oportunidad para exponer las condiciones requeridas para ser discípulo suyo.
El discípulo debe seguir las huellas de su Maestro. Mc. 8, 34-38.
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien
quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.
Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar
el mundo entero si arruina su vida?
Pues ¿qué puede dar el hombre a
cambio de su vida?”
Seguir a Jesús, ir en pos de él,
lleva consigo: 1) Negarse a sí
mismo como él, que no optó por
un camino fácil de gloria terrena
(Lc. 4, 1-13). 2) Tomar la propia
cruz de cada día, sufrida a causa
del evangelio, uniéndose así a la misión dolorosa de Jesús, el «Hijo del hombre y Siervo de
Dios», que ha venido a dar su vida en redención de muchos (Mc. 10,45; cf Lc. 9,23).
Próxima venida del Reino de Dios: Mc. 9, 1
Les decía también Jesús: “En verdad os digo que entre los aquí presentes hay algunos que no
gustarán la muerte hasta que vean venir con poder el Reino de Dios
Jesús sufrirá, será reprobado y morirá, pero a los tres días resucitará. Con la resurrección de
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Jesús se inaugurará «el Reino de Dios con poder» (en dynámei); y algunos de los presentes
serán testigos de ello.
Con Jesús resucitado se hará presente y actual «el Reino de Dios», anunciado en las
Escrituras y proclamado por el mismo Jesús. Y será un reino que se desplegará «con poder»
(cf Rm. 1, 4).
Este «Reino de Dios» será al mismo tiempo «el Reino de Jesús, el Hijo del hombre
glorificado» (Mt. 16, 28; 25, 31- 46); y también «el Reino del Espíritu Santo», pues todo
cuanto Jesús realiza lo hace en el poder del Espíritu —Fuerza de Dios— que el Padre le ha
comunicado o con el que el Padre lo ha ungido (Mt. 12, 28; Hch. 10, 38).
A continuación, Marcos nos ofrece el relato de la transfiguración de Jesús.
2.- La Transfiguración DE Jesús Mc. 9, 2-8; Mt. 17, 1-8; Lc. 9, 28-6.
La transfiguración de Jesús tiene lugar en «un monte elevado», lugar privilegiado de las
manifestaciones divinas en la historia bíblica. Tradicionalmente este monte se identifica
con el Tabor, en la baja Galilea. Otra posibilidad podría ser el gran Hermón, en la frontera
entre Israel y el Líbano.
En cuanto al tiempo del acontecimiento, la mención de las tiendas para Jesús, Moisés y
Elías (Mc. 9, 5) podría sugerir que era probablemente en tomo a la fiesta de los
Tabernáculos, celebración alegre y popular, hacia el mes de septiembre-octubre (Ex. 23, 16;
Dt. 16, 13; Lc. 23, 27-34).
Jesús toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, los mismos discípulos que han sido testigos
de la resurrección de la hija de Jairo y que lo acompañarán más tarde en Getsemaní (Mc. 5,
37; 13, 3; 14, 33).
Jesús es transfigurado: Mc. 9, 2-6.
Evangelio de Marcos y Mateo
En Marcos y Mateo la transfiguración de Jesús aparece
como una revelación en favor de los discípulos. Pedro,
Santiago y Juan tienen una visión y escuchan una
palabra; ven y oyen. Así podrán ser más tarde testigos
del acontecimiento (2 P. 1, 16-18).
Marcos presenta la transfiguración como una gloriosa
epifanía del Mesías oculto, en conformidad con el tema
dominante de su evangelio. Jesús “se transfiguró delante
de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy
blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz
de blanquearlos de ese modo". Esa escena de gloria, por efímera que sea, manifiesta lo que
Jesús es realmente y lo que definitivamente será aquél que deberá experimentar las
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humillaciones del Siervo doliente (Is. 53).
Mateo, por su parte, presenta a Jesús transfigurado como un nuevo Moisés, que se
encuentra con Dios en un nuevo Sinaí en medio de la nube (Ex. 24, 15-18). “Su rostro se
puso brûlante como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz”. Blancura y luz son
elementos celestiales y símbolos de victoria. Siendo así, la transfiguración es como un
anticipo de la glorificación de Jesús en su resurrección. Jesús brilla a la manera de los
justos en el reino escatológico (Dn. 12, 3).
Jesús aparece asistido por dos personajes que recibieron revelaciones en el Sinaí y
personifican a la Ley y a los Profetas, a los que Jesús viene a dar cumplimiento y
perfección. Son Moisés y Elías (Ex. 19; 33-34; 1 R. 19, 9-13; Mt. 5, 17).
“Señor, es bueno estamos aquí”, dice Pedro. Pero, ¿para quién es bueno: para los personajes o
para Pedro y compañeros? Sea lo que sea, Pedro no comprende lo que acontece, pero quiere
prolongar la situación.
Relato de Lucas
El tercer evangelista nota que Jesús subió al monte a orar. “Y sucedió que mientras oraba, el
aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos se hicieron de una blancura fulgurante”. El blanco
simboliza las realidades celestes.
Con Jesús conversaban dos hombres. Tal vez en el relato primitivo de la transfiguración
eran dos ángeles que lo instruían y lo confortaban (cf Lc. 24, 4; Hch. 1, 10). Hablaban de su
«éxodo», es decir, de su salida de este mundo, de su muerte, que debería tener lugar en
Jerusalén, ciudad que mata a los profetas, pero también centro de la historia de la salvación
(Sab. 3, 2; 2 P. 1, 15; Lc. 13, 33-34).
Esto significa que Jesús, en el momento de una experiencia mística inefable, recibe la
revelación de que su destino es sufrir, morir y ser glorificado (Is. 53, 1-12). Esta escena se
sitúa en la misma perspectiva del bautismo, pero aquí hay un progreso muy claro en la
revelación: en el bautismo, la voz celeste dice a Jesús que él es el Siervo de Yahveh a quien
Dios ha elegido para salvar a su pueblo (Is. 6); aquí Jesús comprende que esta salvación no
podrá realizarse sino a través de su muerte y su glorificación (Is. 53, 1-12).
El «éxodo» de Jesús es su paso de la tierra al cielo. Será una «asunción», una «elevación»
(Lc. 9, 51; Jn. 3, 14; 8, 28; 12, 32). Jesús debe realizar el nuevo éxodo a través de su
muerte, de su resurrección, de su ascensión y de su exaltación a la derecha del Padre.
Con Jesús están los tres discípulos de mayor confianza. Ellos no participaron de la
revelación que Jesús ha recibido, pero alcanzaron a «ver su gloria». Serán, pues, testigos de
la gloria, privilegio divino, del que Jesús participa. Él posee esa «gloria» desde antes de su
resurrección.
Como en Daniel e Isaías, el tema del sufrimiento es inseparable del tema del triunfo sobre
la muerte y de la exaltación gloriosa (Dn. 7, 14; Is. 53, 11-12). Habiendo visto la gloria
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anticipada de Jesús, Pedro y sus compañeros podrán soportar mejor la humillación de Jesús
en la cruz y luego anunciar con fuerza a Cristo glorificado.
La nube y la voz: Mc. 9, 7-8.
“Entonces se formó una nube que los cubrió con su sombra (Mc.); y al entrar en la nube, se llenaron
de temor” (Lc.). La nube es un signo de teofanía. Mateo la describe como «nube luminosa».
Esta expresión índica una venida de Dios a la manera de sus manifestaciones al Pueblo
durante el Éxodo (Ex. 19, 16; 24, 15-16; 40, 34-35; Nm. 9, 18-22; 10 ,34; 1 R. 8, 101-2; 2
M. 2, 7-8). Pedro y sus compañeros tuvieron una experiencia fuerte del misterio de Jesús,
sin llegar a comprenderlo.
Y vino de la nube una voz que decía: “¡Éste es mi hijo amado, (mi Hijo, mi Elegido Lc.);
escuchadlo!”
En el bautismo, la voz del cielo había designado a Jesús como el Hijo (Gn. 22, 2; Sal. 2, 7)
y como el Siervo de Dios (ls. 42, 1). Aquí en la transfiguración, Jesús es presentado como
el Profeta a quien todo el pueblo debe escuchar (Dt. 18, 15). Jesús es el nuevo Moisés que
debe revelar al Pueblo de Dios los secretos de la voluntad divina. Hay que escucharlo para
poder ser salvo (Hch. 3, 22). Jesús ha venido a llevar a su perfección la Ley y los Profetas.
Al oír la voz celestial, los discípulos cayeron rostro en tierra en veneración al Maestro, con
temor reverencial.
Al terminar la aparición, los dos personajes desaparecen y queda «Jesús solo» con ellos.
Esto significa que él solo basta como Maestro de la Ley perfecta y definitiva.
Conclusión: Mc. 9, 9-10.
Cuando bajaban del monte, Jesús ordenó a sus discípulos que a nadie contasen lo que
habían visto. La recomendación de guardar silencio acerca de una revelación del cielo es un
tema clásico de la literatura apocalíptica, heredado por los sinópticos, particularmente por
Marcos en la perspectiva del «secreto mesiánico» (cf Dn. 12, 4-9; Mc. 1, 34-44; 8, 30).
Al precisar que el secreto no podía manifestarse sino después de la resurrección, Marcos
quiere explicar que este episodio no pudo comprenderse sino hasta después de la
glorificación de Jesús.
Pero los discípulos discutían entre sí sobre “qué era eso de ‘resucitar de entre los muertos”.
Lo que extrañaba a los discípulos no era tanto la idea de la «resurrección», ya que muchos
judíos creían en ella, sino la manera como Jesús hablaba de su propia resurrección, como de
algo próximo y cercano, siendo que se esperaba sólo hasta el fin de los tiempos.
Además debía chocarles la idea de que el glorioso Hijo del hombre debiera pasar por la
muerte para resucitar después. (Cf. CEC., nn. 554-556).
3.- Segundo Y tercer anuncio de la Pasión Y Resurrección: Mc. 9, 30-32; 10, 32-34 y
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paralelos.
Los tres evangelios sinópticos nos transmiten tres anuncios de Jesús sobre su «pasión y
resurrección». El primer anuncio se sitúa antes de la transfiguración; el segundo y tercero
después de ese acontecimiento.
Segundo anuncio Mc. 9, 30-32; Mt. 17, 22-23; Lc. 9, 43-45.
“Saliendo de allí iban caminando por Galilea; él no quería que se supiera...” Esto hace pensar que
Jesús recorría poblados de Galilea, ocultándose tal vez de la policía-de Herodes que lo
andaba buscando. Llegará finalmente un momento en que deberá dejar la Galilea (Mc. 3,6;
10, 1; Lc. 13, 31-33). Jesús aprovechaba la ocasión para enseñar a sus discípulos.
Marcos y Mateo, mencionan la entrega, la muerte y la resurrección de Jesús; “El Hijo del
hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán, pero a los tres días de haber muerto
resucitará”.
Lucas, por su parte, reproduciendo tal vez un texto arcaico, hace alusión sólo a que “el Hijo
del hombre va a ser entregado en manos de los hombres" (Lc. 9, 44). Nada importa. Al
Identificarse con «el Hijo de hombro de Dn. 7, 13-14. Jesús anunciaba de antemano no sólo
sus padecimientos sino también su triunfo final.
Los discípulos, comentan los evangelistas, “no entendían lo que Les decía y temían
preguntarle”. Se trata sobre todo de la resurrección de Jesús (Mc. 9, 10). En ese tiempo, si
la idea de la resurrección era aceptada por los fariseos, no había penetrado todavía en las
masas populares. Pero lo que sobre todo les maravillaba era que Jesús hablaba como de
algo próximo y cercano. De allí la incomprensión de los discípulos.
Tercer anuncio Mc. 10, 32-34; Mt. 20, 17-19; Lc. 18, 31-33.
“Iban de camino subiendo a Jerusalén y Jesús marchaba delante de ellos”. Este anuncio debe
colocarse en algún sitio entre la Transjordania y Jericó. La expresión “subir a Jerusalén” se
utiliza siempre que se va a la Ciudad Santa, edificada en la montaña de Judá. Marcos
describe el estado de ánimo de los personajes: “Estaban sorprendidos y los que le seguían
tenían miedo”.
Este tercer anuncio de la «pasión y resurrección» es el más desarrollado. Toca los
diferentes momentos del acontecimiento supremo:
“Mirad que subimos a Jerusalén; y el Hijo del hombre será entregado a los sumos
sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles; y se
burlarán de él. Le escupirán, le azotarán y le matarán, pero a los tres días resucitará”
¿Qué decir sobre los «tres anuncios» de la pasión y resurrección de Jesús?
1.
En un momento de su vida Jesús Intuyó que la voluntad de su Padre era que tenía que
morir en Jerusalén, entregado en manos de judíos y de gentiles, pero que resucitaría. Esto lo
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comunicó a sus discípulos. Ellos quedaron desconcertados y, como apunta Lucas, “nada de
esto comprendieron; estas palabras les quedaban ocultas y no entendían lo que decía" (Lc. 18, 34).
2.
En cuanto a la redacción de los anuncios, la redacción final, como aparece en los
evangelios, y sobre todo la precisión del tercer anuncio, supone evidentemente el
conocimiento de lo históricamente acontecido.
II.- La Entrada Mesiánica en Jerusalén
1. La entrada triunfal
La entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén nos ha sido transmitida por los cuatro
evangelistas: Mc. 11, 1-11; Mt. 11; Lc. 19, 28-40; Jn. 12, 12-19. (Leer alguno de los
textos). Juan ha colocado este episodio el domingo anterior a la Pascua. De él depende la
cronología litúrgica del domingo de las palmas.
Marcos, Mateo y Lucas hacen mención del caserío de Betfagé y del monte de los Olivos, y
cuentan el envío de dos discípulos al poblado próximo para traer un asnillo. Mateo, al
hablar de una asna y un pollino, lo hace proablemente por influencia del texto de Zacarías
que citará más adelante. La justificación que se debe dar a los dueños para llevarse el
animal es que “el Señor tiene necesidad de él”. Esto supone que Jesús conocía a esas personas.
Juan dice simplemente: “Habiendo encontrado Jesús un asnillo, se sentó sobre él”.
Mucha gente acompaña a Jesús: son sus discípulos y una gran muchedumbre que había
venido a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Juan dice solamente que tomaron ramas y
gritaban; pero Mateo y Marcos cuentan con detalles el alboroto de la gente. Lucas escribe:
“...alegres, comenzaron a alabar a Dios con gran voz por todos los milagros que habían visto".
La aclamación es sustancialmente igual en los cuatro evangelios. Viene del Salmo 118, 2526
Mc-Mt-Jn
Mt
Mc-Mt-Lc-Jn
Lc
Jn
Mc
Mc-Mt
Lc
“¡Hosanná
al hijo de David!
¡Bendito el que viene en el
nombre del Señor!
El rey.
El rey de Israel
¡Bendito el reino que viene de
nuestro padre David!
¡Hosanná en lo más alto!
¡En el cielo paz, y gloria en
lo más alto!”
Mateo y Juan aluden a la profecía de Zacarías 9, 9 como realizada por Jesús Mesías:
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“Decid a la hija de Sión: ¡He aquí que tu rey viene a ti, manso y montado en una asna, y
en un pollino, hijo de un jumento!”
La comparación entre los Sinópticos y Juan nos lleva a pensar que éste último no depende
de aquéllos, sino que Sinópticos y Juan representan tradiciones independientes del mismo
acontecimiento. Juan, como es costumbre, adapta la escena según sus puntos de vista
teológicos.
2. Significado teológico de la escena en Juan
La multitud que había venido a la fiesta, al saber que Jesús marchaba hacia Jerusalén, sale a
su encuentro «con ramas de palmeras». Es de saber que el uso de las palmas era un signo
triunfal para recibir a los reyes (1 M. 13, 51; 2 M. 10, 7; Ap. 7, 9).
La aclamación de la gente
118, 25-26). “¡Hosanná!”
salmo era recitado por los
entraban a Jerusalén para la
era: “Hosanná: Bendito el que viene en el nombre del Señor” (Sal.
es una intelección que literalmente significa ¡Salva, salva! Este
sacerdotes como una bendición ritual sobre los peregrinos que
fiesta de los Tabernáculos o para otras festividades.
Cantado por la muchedumbre como un saludo para Jesús, este verso adquiere otro sentido,
manifestado en la expresión «el rey de Israel». La multitud aclamaba a Jesús «rey de
Israel», como si diera la bienvenida a su libertador nacional, a su Mesías esperado (2 Sm.
14, 4; 2 Re. 6, 26). Encontramos aquí el mismo movimiento nacionalista que había
comenzado a despertarse después de la multiplicación de los panes (Jn. 6, 14-15).
Este clima de bienvenida mesiánica provoca de parte de Jesús un gesto profètico, una
acción simbólica. Habiendo encontrado un asnillo, se sentó sobre él, según está escrito:
“¡No temas, hija de Sión. He aquí que tu rey viene sentado sobre un pollino de asno!”
La cita es de Zacarías 9, 9 pero tomada con libertad. Muy probablemente se trata de una
amalgama de Sof. 3, 15-16 y Za. 9, 9.
¿Qué pretendió Jesús exactamente con ese gesto simbólico? Quiso, en primer lugar,
rectificar o colocar en sus justos límites las aclamaciones mesiánicas del pueblo. Jesús
acepta ser reconocido como el rey de Israel, pero como «el auténtico rey mesiánico, manso
y humilde», descrito por el profeta Zacarías.
Y sobre todo, quiso subrayar lo que anunciaba Sofonías 3, 15-18:
“El rey de Israel, Yahveh, está en medio de ti… ¡No temas, Sión, que está en medio de ti
como poderoso salvador; se goza en tí con alegría, te renovará en su amor, exultará sobre
ti con júbilo como en los días de fiesta”
Sí, Jesús, el rey de Israel, el que viene en el nombre del Señor, el Enviado del Padre, a
quien éste ha dado su Nombre, viene a Jerusalén, está dentro de ella, pero no con miras
nacionalistas sino para darle vida, como la ha dado a Lázaro, resucitándolo de entre los
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muertos (Jn. 1, 27; 6, 14; 11, 27; 17, 11-12).
Es interesante notar, además, que tanto Zacarías como Sofonías se mueven en una
atmósfera universalista, y también esta sección del cuarto Evangelio proclama el
universalismo de la salvación (Jn. 10, 16; 11, 52; 12, 19-32).
Pero nota el autor que los discípulos no comprendieron los alcances de ese gesto simbólico
sino hasta que Jesús fue glorificado; sólo “entonces recordaron que eso estaba escrito de él”. El
verbo «recordar» encierra, además de su sentido obvio, el matiz de penetrar en el sentido
profundo de un acontecimiento (cf Jn. 2, 22; 7, 39; 14, 25- 26; 16, 13-14).
El evangelista comenta luego:
“la muchedumbre, pues, que estaba con él cuando llamó a Lázaro del sepulcro y lo
resucitó de entre los muertos, daba testimonio de él. Por eso también la muchedumbre le
salió al encuentro, porque oyeron que él había hecho ese signo. Los fariseos, pues, se
dijeron entre sí: ¡Mirad que nada ganáis! He aquí que el mundo se ha ido tras él” (Jn. 12,
17-19).
La notoriedad de la reciente resurrección de Lázaro jugó un papel decisivo en el éxito de la
procesión triunfal hacia Jerusalén. Los fariseos reconocieron que nada habían conseguido y
que sus planes habían fracasado. La palabra “¡He aquí que el mundo se ha Ido tras él!" es un
reconocimiento de la realidad presente y una profecía del triunfo futuro de Jesús (Jn. 12,
32).
“Cuando se aproximaban a Jerusalén, estando
ya al pie del monte de los Olivos, cerca de
Betfagé y de Betania, Jesús envió a dos de sus
discípulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que
está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno
atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo
y tráiganlo; y si alguien les pregunta: “¿Qué
están haciendo?”, respondan: “El Señor lo
necesita y lo va a devolver en seguida”». Ellos
fueron y encontraron un asno atado cerca de
una puerta, en la calle, y lo desataron. Algunos
de los que estaban allí les preguntaron: «¿Qué
hacen? ¿Por qué desatan ese asno?». Ellos
respondieron como Jesús les había dicho y nadie los molestó. Entonces le llevaron el asno,
pusieron sus mantos sobre él y Jesús se montó. Muchos extendían sus mantos sobre el
camino; otros, lo cubrían con ramas que cortaban en el campo. Los que iban delante y los
que seguían a Jesús, gritaban: «¡Hosana! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
¡Bendito sea el Reino que ya viene, el Reino de nuestro padre David! ¡Hosana en las
alturas!»” (Mc. 11, 1-10)

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