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FINANCIAN
CONSEJO NACIONAL DE LA CULTURA Y LAS ARTES
Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura. Convocatoria 2013
EDICIONES UNIVERSITARIAS DE VALPARAÍSO
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
Alfonso Calderón
A merced
del visitante
italia. notas de viaje
Ediciones Universitarias de Valparaíso
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
~3~
© Alfonso Calderón Squadritto, 2013
Inscripción Nº 233.712
ISBN: 978-956-17-0560-9
Derechos Reservados
Tirada: 500 ejemplares
Ediciones Universitarias de Valparaíso
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
Calle Doce de Febrero 187 - Valparaíso - Chile
Fono (32) 227 3087 - Fax (32) 227 3429
E-mail: [email protected]
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Lo que se siente siempre en Italia es su extraordinaria
y directa mezcla de frescura y reposo, como si toda la
vida fuera crepúsculo y aurora, invierno y primavera.
Que esto sea así, es conforme a su historia. En el siglo
XIX una nueva juventud fue injertada en su vejez; y
sin embargo es una cualidad que viene de mucho
más allá del Resurgimiento: está en Dante como
está en Leopardi; está en el paisaje que Bellini dio de
fondo en su “Agonía en el Huerto”, y en los cielos y
en el aire italianos: Ningún mar es tan viejo como el
mar italiano es una noche serena. La melancolía del
tiempo se ha recogido en él, toda pasión evaporada;
refleja la decadencia de los príncipes y el olvido del
amor; en él, toda vanidad ha sido consumida. Pero,
por la mañana, ¡cómo canta llamando a Boticelli,
como si, junto con Venus, hubiera sido creado en una
hora!
© Fotografía de página 2: Ilonka Csillag Pimstein,
del libro Retrato entrelíneas de Ilonka Csillag Pimstein
Diseño Gráfico: Guido Olivares S.
Asistente de Diseño: Mauricio Guerra P.
Asistente de Diagramación: Alejandra Larraín R.
Corrección de Pruebas: Claudio Abarca L.
Charles Morgan, “Imágenes en un espejo”
”No hay nada más aburrido en este mundo que la
lectura de una descripción de un viaje por Italia…., a
no ser que lo escriba uno mismo”.
Imprenta Salesianos S.A.
Heinrich Heine, “Cuadros de viaje”
HECHO EN CHILE
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Índice
Venecia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Padua . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109
Verona . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121
Milán I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135
Milán II. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149
Milán III. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 185
Parma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 211
Mantua. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 221
Bologna. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 235
Forlì . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 249
Ferrara . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 259
Ravena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273
Perugia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 297
Orvietto. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 307
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Venecia
~8~
Venecia
1
L
a mirada compleja que da Marcel Proust a Venecia es un juego
muy complejo de ver y andar, poniendo en medio de todo el haz
de luces que le ofrecen las continuas asociaciones. La realidad es una
fuga y un canon. Los fragmentos del paisaje tienen que ver con el caleidoscopio. Ahora, cuando termina el verano de 1983, Venecia da la
impresión de uno de esos mantos que llevan ciertas figuras de Tiziano, entre el rojo espeso, el rosado y las señas de un vivísimo escarlata.
La primera vez que leí “La prisionera”, mucho antes de conocer la
ciudad, me detuve en un párrafo. “El vestido de Fortuny que Albertina llevaba aquella noche me parecía la sombra tentadora de aquella
invisible Venecia. Estaba invadida de ornamentación árabe como Venecia, como los palacios de Venecia, disimulados como las sultanas
detrás del velo calado de la piedra; como las encuadernaciones de la
Biblioteca Ambrosiana; como las columnas cuyos pájaros orientales,
que significan alternativamente la muerte y la vida, se repetían en el
tornasolado de la estofa, de un azul profundo que, a medida que iba
avanzando mi mirada, se transformaba en oro maleable, por esas mismas transmutaciones que, ante las góndolas que se adelantan, cambian el azul del Gran Canal en metal ardiente. Y las mangas estaban
forradas con un rosa cereza, tan particularmente veneciano que se le
llama rosa Tiépolo”.
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Cuando Tiziano ilumina un cuadro, “fija” siempre un trozo de Venecia. La naturaleza está en su interior. No sólo interesa la figura, sino,
también, el soporte natural, las veladuras, la suma total del paisaje que
conmueve o desata a dicha figura, ya en bulto de santo, ya en las calles
o a orillas del muelle. El escenario veneciano es una cristalización
stendhaliana. Los trajes de fortuny van a dar pie a Proust para evocar
la Venecia “toda llena de oriente, de donde salieron aquellos trajes que
traían a la mente, mejor que podía hacerlo una reliquia del sagrario de
San Marcos, el sol y los turbantes, el color fragmentado, misterioso y
complementario”.
A menudo, Proust deseaba recuperar la imprevista ternura, sin negar su “capacidad de sufrimiento” –como escribió a Zadig, el perro
de Reynaldo Hahn. Sobre el músico venezolano Hahn (1874-1947),
un amor de Proust, existe un volumen en el cual se recoge la correspondencia de ellos. Los gestos de ternura, los pequeños relatos, los
informes, por ejemplo, de cómo éste extrañaba al difunto Alberto/
Albertina, quien murió en un accidente de aviación. Si pudiera retroceder en el tiempo –le dice a Hahn– echaría a volar su yo, desmenuzándolo, desprendiéndose de un brazo o de una pierna, para que
Alberto Agostinelli resucitara.
En mayo de 1900, Proust y Hahn se encontraron en Venecia. De
este viaje el músico compondrá las seis canciones del ciclo que denominó “Venecia”. Aquí mismo empieza a preparar la obra “Prometeto”,
que se estrenará en 1908. Llevan a cabo una corta excursión a Padua.
Quizás en esta oportunidad el escritor pudo guardar los recuerdos
de los vuelos acrobáticos de los ángeles del museo y los rostros de los
“Vicios y Virtudes de Padua”, en la capilla de los Scrovegni. Hay una
“leve instrumentalización” en las imágenes venecianas de Proust. Parecen ir creciendo hasta llegar a un fortissimo. Agrega a todo la gracia
de cuanto se oculta, al modo de la enredadera que define el ser de un
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muro. La ciudad brilla en las páginas de “En busca del tiempo perdido” y da el ritmo del crecimiento debido a las lluvias, instalándolas,
línea a línea.
La mirada microhistórica de Proust se advierte en el momento
en que está escribiendo su trabajo sobre Ruskin –en “La fugitiva”–.
La madre pone distancia, por un momento, mientras la escalera de
mármol, con la vecindad “móvil”, la iluminación, “la reverberante
inestabilidad del agua” parece darse en gemas. San Marcos, “un todo
indivisible y vivo”, nos remite a la alianza entre el narrador y la madre,
en el instante en que entraban ambos al baptisterio, “pisando los mosaicos de mármol y de vidrio del pavimento”, teniendo ante ellos “los
anchos arcos en los que el tiempo ha curvado ligeramente las superficies ensanchadas y rosas, lo que da a la iglesia, allí donde el tiempo
ha respetado la frescura de su colorido, el aspecto de ser una materia
dulce y maleable como un panal de alvéolos gigantescos”.
¡Adoración de la pintura de Carpaccio! Ésta le reaviva el amor por
Albertina al narrador que ve cómo no cede el dolor de la pérdida. Se
ofrece la transferencia desde la obra de arte a la vida, con el fervor de
la pasión: Veía por primera vez “El Patriarca de Grado exorcizando a
un poseso” –escribe–. Miraba el admirable cielo encarnado y violeta
sobre el que se destacaban esas altas chimeneas incrustadas cuya forma ensanchada, con la roja expansión de los tulipanes, hace pensar en
tantas venecias de Whistler. Después mi ojos iban del viejo Rialto de
madera, aquel Ponte Vecchio del siglo XV, a los palacios de mármol
adornados de dorados capiteles, volvían al Canal donde las barcas son
conducidas por adolescentes con casacas color rosa, con sombreros
adornados de plumas, que se podían confundir con un personaje que
evocaba verdaderamente a Carpaccio en esa deslumbradora “Leyenda
de José”, de Sert, Strauss y Kessler.
El corazón mismo de la pintura se agita en el momento en el cual,
~ 13 ~
poco antes de alejarse del cuadro, el que describe tienta como los
pintores venecianos de la vida cotidiana, Canaletto, por ejemplo, las
escenas, el movimiento de los personajes, partes del museo viviente:
“Miraba al barbero secando su navaja, al negro cargando su tonel; las
conversaciones de los musulmanes, de los nobles señores venecianos
en sus amplios brocados y damascos, con sus tocados de terciopelo
color cereza, cuando de pronto sentí en el corazón como una ligera
mordedura”. Los recuerdos se agolpan, la memoria del amor perdido
no le permite deslizarse con naturalidad sin dejar de abrirle el paso al
fantasma que lo visita.
¿Qué ha visto para sentir el picor de esa “mordedura”? “En los
hombros de uno de los “Compañeros de la Calza”, que se distinguía
por los bordados de oro y de perlas que dibujan en la manga o en el
cuello el emblema de la gozosa hermandad a la que estaban afiliados, había reconocido la capa que Albertina tomó para ir conmigo
en coche descubierto a Versalles la tarde en que yo estaba lejos de
pensar que apenas me separaban quince horas del momento en que
iba a marcharse de mi casa. Siempre dispuesta a todo, cuando le pedí
que se fuera, aquel día que ella iba a calificar en su última carta como
“dos veces crepuscular, porque llegaba la noche y porque íbamos a
separarnos”, se echó sobre los hombros una capa de Fortuny que se
llevó con ella al día siguiente y que no volví a ver jamás en mis recuerdos. Y de este cuadro de Carpaccio lo había tomado el genial hijo
de Venecia, de los hombros de este “compañero de la Calza” lo quitó
para echarlo sobre los hombros de tantas parisienses, que ciertamente
ignoraban, como hasta entonces lo ignoraba yo, que el modelo existía
en un grupo de señores, en el primer plano del “Patriarca de Grado”,
en una sala de la Academia de Venecia. Lo reconocí todo y, como la
capa olvidada me devolvió para mirarla los ojos y el corazón del que
aquella tarde iba a salir para Versalles con Albertina, me invadió por
~ 14 ~
unos momentos un sentimiento oscuro, y pronto disipado, de deseo
y de melancolía”.
Muchas veces la memoria involuntaria dio ocasión al narrador
para poner en juego las mágicas relaciones entre la realidad huidiza,
el recuerdo y ese fragmento que venía de la pintura. Mon imagination
ne pourrait se substituer à mes yeux pour regarder, dijo, en esa misma
Venecia, a la cual cantó Henri de Régnier, huésped constante de la
ciudad: Cette Venise toujours belle / Comme une flamme qui s´éteint. Ante
la “Santa Úrsula” (1495), de Carpaccio, exclamó: On ne savait plus où
finissait la terre. Où commençait l´eau, qu´est ce qui était encore le palais
ou déjà le navire, la caravelle, la galéasse, le Bucentaure.
Dondequiera que se hallase, Marcel Proust unía opuestos con el
juego de esa memoria que le permitía seguir viviendo. A veces no veía
la casa de Combray o el de una de las casas en las que vivió junto a
su madre. De pronto el brillo del sol, a las diez de la mañana, le ponía
enfrente “el ángel de oro del campanario de San Marcos, al tiempo
que me permitía saber enseguida qué hora era exactamente y qué luz
había en toda Venecia, trayéndome en sus alas deslumbradoras una
promesa de belleza y de alegría mayor de la que jamás trajera a los
corazones cristianos cuando fue a anunciar la gloria de Dios en el
cielo y la paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”, anota en
“El rayo de sol sobre el balcón” (Contre Saint-Beuve). Lo cual recae,
como continuidad pura, en otra pequeña nota de “Conversación con
mamá”.
Su madre, poco antes de llegar a Venecia, la madre le iba leyendo
“la deslumbrante descripción que da Ruskin, comparándola sucesivamente a las rocas del coral del mar de la India y a un ópalo”. Los palacios del Gran Canal se hallaban asociados a ella, estaban destinados
a brindarle “la luz y las impresiones de la mañana” y se hallaban tan
asociados a ella “que ahora no es ya el diamante negro de sol sobre
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la pizarra de la iglesia y la plaza del mercado lo que me daba deseos
de volver a ver el destello de la veleta de enfrente, sino solamente la
promesa que mantuvo el ángel de oro, Venecia”.
Venise est trop pour moi un cimmetière de bonheur pour que je me sente
encore la force d´ y retourner, contó Marcel Proust a una de sus amigas,
Madame Catusse, luego de la muerte de su madre. Ella permanecía
en su memoria. Tal vez creía verla aún en las proximidades de la estación. La elegía asoma: Bientôt elle serait partie. Et c´était déjà la Venise
où je resterais sans elle, qui s´étendait devant moi. Non seulement elle ne
contenait plus ma mère, mais comme je n´avais plus assez de calme pour
laisser ma pensé se poser sur les choses qui étaient devant moi, elles cessèrent
d´être Venise; comme si c´était moi seul qui avais insinué une âme dans les
pierres des palais et l´eau du Canal.
2
En el habla veneciana del mercado las vocales se espesan. El rocío
moja las flores –amarillas, rojas, violetas, azules, blancas–; los peces,
con los ojos inyectados en sangre, boquiabiertos como viejos santos
en éxtasis, resultan extraños ante el espectáculo de pirámides de frutos, de verduras bulbosas, de cereales que dan la idea de pequeñas esculturas. Unas gotas ríen a carcajadas, en el momento en que devoran
salchichas rojas, casi amoratadas, que tienen algo de obsceno. Hay
un inglés muy cejijunto que pega estampillas en diversos sobres, tal
vez con el fin de volver a recrear Venecia a través de las postales. A lo
lejos, oigo chillidos de furia. Se trata de unos padres que limitan sin
ponderación los movimientos de los niños que se empujan. Pasean
unos gatos gordos, como obispos franquistas de los días de la Guerra
Civil; se soban en los murallones viejos, cruzando con sigilo entre
los desechos del mercado. Una mujer habla y menea la cabeza. ¿Qué
pretenderá decir al hombre del carrito del cual van colgando dos cabezas de cabras de alta montaña? (según me explican, que son menos
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correosas que las otras). Suena un tema musical en un violín callejero.
Reconozco All the Thing You Are. Después, cesando éste, un mercader
que coloca todo en su lugar, tras el paso de unos viajeros que eligen
romper el equilibrio de las pirámide, arreglándose el mandil, entona
Hai già vinta la causa! Vedrò, mentr´io sospiro, el tema pegajoso de “El
barbero de Sevilla”.
Sigo caminando por la feria. Un hombre muy alto elogia los productos, les habla, los alaba como si se viese obligado a estimularlos.
Aquí están brócoli blanquecinos, los negros repollos con vetas rojizas, los rábanos que condescienden con el azulino; estalla como una
fogata el universo de los pimientos que se parecen a la cabeza del
joven George Bernard Shaw; parece gritar su vanagloria la calabaza
llamada confitera; hay montículos de hinojos y examino unos dátiles
que se parecen enormemente a las cucarachas corredoras del aeropuerto de Palma de la Gran Canaria. Veo también una fruta alargada,
cuyo nombre ignoro; alargada, por momentos, procura el recuerdo del
Cristo exangüe y débil de Grünewald, que está en Colmar (Alsacia).
El gastrólatra se convierte, por la multiplicidad de oferta, en gastrófobo, casi en un mirón de morgue, atrapado por las huellas de sangre
de los frutos del mar.
Las jibias tienen un reino particular en el mercado. Nos miran y
parecen decir siempre, en semiletargo: Répondez s´il vous plaît. Las voces de las vendedoras van desde el tono de la contralto a la de la tiple.
No olvido, a propósito de las jibias, unos versos de Eugenio Montale,
de su libro “Huesos de jibia”: non turberà suono alcuno/ quest´allegrezza
solitaria (“Ningún sonido turbará esta alegría solitaria”). Surgen unos
mosquitos que parecen intimidatorios. Casi no hay espacio entre los
peces y los moluscos. Pienso en que mañana podría ir a Morgo, una
isla de la cual hay memorias de hermosura en escritos no muy antiguos. Los cronistas incitan a ver los cavalieri d´Italia, unas aves muy
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semejantes a las garzas, que dejan caer plumas blancas como si fuesen
nubes voladoras dispuestas a competir con la espuma más blanca de
las olas. Las jibias parecen pedir a gritos un velorio con mesa y vino
blanco. Prefiero devorar esos ángeles gordezuelos que son los panzotti, en medio de la salsa roja que los baña, coronándolos.
Vuelvo a referirme a mis impresiones acerca del dialecto de Venecia. Me fijo en la combinación de movimientos ascendentes y descendentes, que me recuerda los ejercicios del colegio, con el ojo puesto en
el “cuaderno de pautas”. Se modula suavemente para hallar, después,
el nivel del grito. No entiendo bien si son los elementos de rechazo de
un argumento o de admiración por la propia exposición lo que marca
el estilo. A veces, la lengua va menguando, se debilita, pero, de pronto,
sin más, parece sugerir que hay un fuelle en ejercicio, o, si se prefiere,
el pedaleo en el órgano. Henry James, en su novela veneciana, “Los
papeles de Aspern”, habla de un “dialecto invertebrado”.
Sigo caminando, sin rumbo, al azar. El sol, que juega con los colores de los vitrales en los viejos palacios, condescendiente al anaranjado. Las escasas nubes toman formas variadas. Hay una ventana abierta que parece un interior holandés, de Vermeer o de Pietr de Hoch.
Observo las galas de una jofaina y un lavatorio antiguo, en medio de
un ramillete de flores. Quizás ha de haber allí un arcón brillante, con
cierre de metal. Pienso que se guardan en él los vertidos de ciertas
damas de los días de Lord Byron. Miro todo: las vetas del mármol en
las columnas y en los pisos. Las hendiduras trazadas por el tiempo;
los baldosines y esas piezas donde –creo– aún se mantienen las camas
con baldaquinos.
Sigo atento a los pasos de Proust. Me acuerdo de ciertas señas
suyas, de origen ruskiniano, a los lugares que él iría convirtiendo en
santuarios naturales, en un río de recuerdos. Paul Morand, amigo
suyo, se preguntó en una ocasión dónde se hallaba la verdadera Ve~ 18 ~
necia proustiana, y tuvo pronta la respuesta: en él mismo. “Albertina
le oculta Venecia como si el amor ofuscara todas las demás dichas”,
dijo. Venecia, “máscara de Italia”, exclamó Byron. ¿Qué rostros viene
escondiendo desde entonces?.
3
¿A qué se viene a esta Venecia tan llena de alusiones, en el dominio de
lo imaginario, siempre reinventada? Héctor Bianciotti dio una clave:
A Venise, l´infini prend peu de place. Cela constitue un fait magique et
aussi terrifiant que d´avoir la tête pleine de mots et de ne pas réussir à articuler une phrase. Heureusement, pour pallier la maladresse des dieux qui
l´ont conçue ainsi échouée dans un lieu inconcevable, il y a les quelques architectures de Palladio, les façades blanches de ses églises, bien en vue sur la
lagune, qui ponctuent le désordre somptueux, halluciné et auxquelles l´âme
se raccroche. Que Venise soit mon ciel ou mon enfer, dépend uniquement de
ce qu´elles se trouvent ou non dans mon champ de visión.
4
Si hay algo que llama la atención, a primera vista, en Venecia, eso es el
panorama de las ventanas a modo de ojos. ¿Se trata de lugares donde
se revela la historia de las casas o es tan sólo la forma del ocultamiento? En “Los papeles de Aspern”, Henry James toca una melodía posible: “Nunca vi un signo de vida en aquellas ventanas; parecía que, ante
el temor de que mis miradas pudieran sorprenderlas, las dos señoras
pasaran el día sumidas en la oscuridad. Esto me hacía pensar que
tenían algo que ocultar, lo que hubiera deseado verificar de una forma
u otra. Sus postigos inmóviles eran para mí tan expresivos como ojos
que simulan estar cerrados, y me divertía pensar en la posibilidad de
que sus dueñas, aunque invisibles, no dejaban de observarme a través
de las pestañas”.
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