`Requiem` en las alturas - Festival Internacional de Música y Danza
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`Requiem` en las alturas - Festival Internacional de Música y Danza
33 GRANADA HOY | Lunes 1 de Julio de 2013 ‘Requiem’ en las alturas PEPE VILLOSLADA La OCG estuvo dirigida por Harry Christopher. CRÍTICA Juan José Ruiz Molinero ORQUESTA CIUDAD DE GRANADA Y THE SIXTEEN ★★★★★ Programa: ‘Insanae et vaine curae. Hob XXI, núm. 13c’ y ‘Sinfonía núm. 100 en Sol mayor, Hob 1/199 (Sinfonía militar), de Joseph Haynd; ‘Misa de Réquiem en Re menor, K 626’, de Wolfgang Amadeus Mozart. Interpretes: Orquesta Ciudad de Granada y The Sixteen. Solistas: Julie Cooper (soprano), Kim Porter (contralto), Mark Dobell (tenor), Eamonn Dougan (bajo). Director: Harry Christopher. Lugar y fecha: Palacio de Carlos V, 29 junio 2013. Aforo: Lleno. El concierto de la Orquesta Ciudad de Granada y de The Sixteen, dirigidos magistralmente por un especialista como Harry Christopher, tuvo calidad y, sobre todo emoción. Una primera parte dedicada al Haydn que, fue un predecesor no sólo de Mozart, sino del propio Beethoven, del que se ofreció uno de sus múltiples motetes corales, preparando al auditorio para el final alucinado, escrito entre fiebres, latidos de muerte y fantasmas presentidos por quién acababa de estrenar y escribir un Concierto de clarinete de compromiso para un amigo. Quizá para no abismarse en tantos tintes religiosos, la esencia más pura del clasicismo de Haydn, la llamada Sinfonía militar, una obra de sólida construcción, como todas las suyas, pero alejada de la magnificencia que puede encontrarse en su vasta obra que, a veces, en una lectura desmitificada, que yo creo siempre imprescindible para los grandes autores y para la historia de la música o de la danza, no tiene toda ella, como es natural, el interés de monumentos tan gigantes como La Creación, por ejemplo. De todas formas tuvimos una lectura ajustada, con la excelente respuesta de la orquesta en solitario y, por lo tanto, más expuesta a discernir sobre sus valores, su dominio de la partitura o del encaje instrumental que arropada por una masa coral que, a veces, la absorbía excesivamente. La versión que nos ofreció la OCG y The Sixteen de la Misa de Réquiem en Re menor, de Mozart tuvo una notabilísima calidad. Al margen de polemizar sobre dónde empieza y termina Mozart –El Sanctus, el Benedictus (sobre seis u ocho compases manuscritos) y el Agnus Dei no fueron rubricados por él, quedando incrustado el trabajo de sus discípulos, entre ellos, fundamentalmente el mencionado Süsmayer–, es tan bella, tan poderosa la obra, en la que están impresos los alientos finales de un Mozart enfebrecido, que su audición nos llega directamente al corazón, amén de las creencias de cada cual –Mozart era un convencido masón– y nos atrapa, aunque sea con garra de muerte, en la que no está ausente la Lux aeterna. Los cinco elementos diferentes marcados en el Introito, incluida la gran fuga sobre un tema de Haendel, donde como dice Einstein “ningún músico se había atrevido a descender a abismos armónicos tan profundos y tan sombríos”, se desarrollan con un tesón orquestal y coral alucinante. En el terrible Dies irae orquesta y coro no descansan, subrayando el dramático comentario con un solo de trombón que enuncia los versículos y la intervención sucesiva del bajo, el tenor, la contralto y la soprano. El grito violento de Rex tremendae se abre sobre un unísono orquestal amenazador para desembocar en la polifonía admirable del Salva me, recogida e intimista. Recordare es, en expresión también de Einstein, “una de las páginas más acabadas, más puras y más embriagadoras escritas por Mozart”. El Domine, con un colosal motete contrapuntístico que termina en una tremenda fuga cromática. Y hasta el final, en los diversos instantes de la misa, idéntica variedad, riqueza expresiva, dramatismo, juegos de La noche necesitaba a Harry Christopher. La OCG demostrós sus cualidades, su finura, su fácil solución a los problemas técnicos contrapuntos admirables, enfrentamiento y unión entre orquesta coro y solistas, en instantes de tensión y poderío coral y otras reflexionados e intimistas, como una oración interna o una premonición de un más allá, de una muerte, de aquél final del día de su entierro, donde nadie va y unos sepultureros tiran su cuerpo a una fosa común, entre truenos y auténtico diluvio. Quizá desde ese foso ignorado viera esa Luz aeterna él que en toda su vida, menos en esos momentos del insólito Réquiem, fue todo luz. Para desentrañar este complicado y, al mismo tiempo, apasionante mundo del ‘Réquiem’ la OCG demostró sus cualidades, su finura, su fácil acercamiento y solución a los problemas técnicos, no sólo de la cuerda, sino su magnífico viento, mientras The Sixteen se convirtió en una única voz enervante y poderosa, a veces sobreponiéndose con exceso a la orquesta, pero con la conciencia de sus posibilidades para darle la grandeza que merece la partitura. Excelente cuarteto vocal, donde destacaría las voces femeninas, la soprano Julie Cooper y la Contralto Kin Porter, dulces o dramáticas, sin olvidar al tenor Mark Dobell ni al bajo Eamonn Douglas porque cada uno tiene un papel decisivo, solos o en cuarteto, dialogando con la orquesta y coro. Naturalmente una obra tan conocida y colosal necesita un director de la talla de Harry Christopher, conocedor de cada recoveco de la partitura, sugiriendo las palabras del texto, y muy atento a todos los matices, diversidades corales y orquestales. Su especial atención al coro no le restó, sino toda lo contrario, grandeza a su trabajo. Sin olvidarse de desentrañar los secretos técnicos de la partitura apuntó hacia donde la misión es aún más trascendente: transmitir el público la emoción que emana de la última obra inacabada del genio austriaco.