ese origen que no quiero olvidar

Transcripción

ese origen que no quiero olvidar
ESE ORIGEN QUE
NO QUIERO OLVIDAR
MIS RAÍCES MIS VIVENCIAS MIS SENTIRES
II CONCURSO NACIONAL
MUJERES, IMÁGENES Y TESTIMONIOS 2004
ESE ORIGEN (QUE
NO QUIERO OLVIDAR
11
MIS RAÍCES MIS VIVENCIAS MIS SENTIRES
:1_;71.-;:1=0:»,
417,
Concurso Mujeres, Imágenes y Testimonios 2004
Autorizamos la reproducción total o parcial de este libro o
de algunos testimonios siempre y cuando se divulgue la
fuente y el autor de cada testimonio o fotografía y previa
información al Centro de Comunicación Voces Nuestras.
PUBLICACION AUSPICIADA POR:
VECO, EED, HIVOS, Oficina de la Mujer de la
Municipalidad de Ciudad Quesada. Ministerio de Cultura
Juventud y Deportes, Colegio de Costa Rica, COOCIQUE
RL, Productos de la Villa, Cloro Los Conejos, Hotel Capitán
Suizo.
EDICION
Lilliana León Zúñiga, Voces Nuestras
DISEÑO GRAFICO E IMPRESION Diseño
& Comunicación
Tel. 233-0915 / Email: [email protected]
305.4
C7449d Concurso Mujeres Imágenes y Testimonios (2° : 2005 :
San José). Ese origen que no quiero olvidar. Mis raíces,
mis vivencias, mis sentires. — 1 ed.— San José, C.R.:
Voces Nuestras, junio 2005.
168 p. : 22 X 28 cm.
ISBN: 9968-787-04-3
1. Mujeres — Biografías — Costa Rica. 2. Mujeres —
Concursos. 3. Mujeres — Relatos Personales. I. Título.
CENTROS DE COORDINACIÓN
EN LATINOAMERICANA 2004
ECUADOR
SEDE CUENCA MUJER: IMÁGENES Y TESTIMONIOS.
Calle Miguel Moreno 1-42 y Av. 10 de Agosto
Telf. 2881931-2883878
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COSTA RICA
CENTRO DE COMUNICACIÓN VOCES
NUESTRAS.
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Montes de Oca.
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PERÚ
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COMITE ORGANIZADOR COSTA RICA 2004
FEDEAGUA, Guanacaste, Inés Guevara
AUPA Zona Norte Lidieth Hernández
VECO-CR Javier Sánchez
RADIO SANTA CLARA Enid Chacón
VOCES NUESTRAS Lilliana León, Cordinadora Concurso
CMC — Coordinadora de Mujeres Campesinas
JURADO NACIONAL CONCURSO 2004
Jurado Nacional Testimonio Escrito
Lic Ligia Córdoba Barquero Lic
Yadira Calvo Fajardo
Periodista Ricardo Quirós
Jurado Nacional Testimonio Fotográfico
Periodista Lianne Spong Marcelia
Lic Adela Marín Villegas Lic
Hannia Villalobos
Jurados locales
Guanacaste
Pbro. Ronald Vargas
Periodista Rebeca Rodríguez
Lic. Wilberth Villavicencio
Zona Norte
Lic. Luz María Esquivel
Lic. Magally Rojas
Lic. Cesar Angulo
Agradecimientos
Agradecemos profundamente a todas las mujeres y hombres que
participaron con sus testimonios escritos y fotográficos, gracias
por la confianza depositada en el Concurso, por liberar y compartir
sus vivencias.
Muy especialmente, las gracias a Inés Guevara, Suray Carrillo,
Xinia Quintero, Hannia Villalobos, Lidieth Fernández, Vilma Herrera, Ana de Graaf, Javier Sánchez, Larry Wein, por su respaldo y
sus aportes metodológicos. Un especial agradecimiento a las compañeras Mary Zapata de Radio Santa Clara, a Mary León y a Juan
Carlos Morales, de Voces Nuestras y a Julia Méndez, de VECO,
por su gran gestión y apoyo logístico.
Reconocemos el esfuerzo y apoyo de los equipos de trabajo de
FEDEAGUA, APDE, AUPA, VECO, RADIO SANTA CLARA,
VOCES NUESTRAS, sin todos ustedes el desarrollo del Concurso
no hubiera sido posible.
Agradecemos al Lic Jorge Hernández, catedrático, dirigente,
pintor, que nos facilitó el dibujo que dio la imagen al Concurso
2004, fue usado para el afiche, el desplegable, el CD, el programa de
premiación y ahora es la portada de este libro.
Un agradecimiento al Grupo Malpaís de Costa Rica, en
especial a Fidel Gamboa, canta-autor de la canción "Como un
Pájaro", por prestarnos esta canción para el tema musical de la serie de
radio "Ese origen que no quiero olvidar", una adaptación de los
testimonios nacionales ganadores, producida por el equipo de Voces Nuestras. La
letra de la canción la hemos incorporado en este libro.
Gracias a los jurados nacionales y locales por su trabajo y
compromiso.
Y finalmente un agradecimiento profundo a los auspiciadores y
patrocinadores, agencias de cooperación, empresas, organizaciones
que con su apoyo y confianza nos han permitido probar una vez más
esta novedosa y creativa estrategia para hacer valer el derecho a la
comunicación y la expresión de más bellos sentimientos y
experiencias.
Comité Organizador
Indice
Presentación, por Yadira Calvo Fajardo ..............................................................9
Introducción, por Lilliana León Zúñiga .................................................... 11
El concurso: Una estrátegia de comunicación y género,
por Fresia Camacho .............................................................................................. 13
FOTOGRAFIA
Categoría profesional.................................................................... 19
Primer premio: Abuelita Carmen ......................................................... 21
Segundo premio: Reflejos...................................................................... 24
TESTIMONIO ESCRITO
Categoría campesina ....................................................................... 25
Y aprendí a volar .....................................................................................
Autemia de los milagros ........................................................................
Nana: inmemorian ..................................................................................
De los cafetales al periodismo ...............................................................
Alumbrando el alma de niña .................................................................
27
31
39
45
52
Categoría urbano-marginal ...................................................... 57
El gringo y la barbie ...............................................................................
Eva la zapatera ........................................................................................
La del piso de tierra ................................................................................
Descendencia de amor ................................................................................
59
63
67
72
Categoría profesional ........................................................... 79
La hora del café................................................................................................... 81
Las pieles de mi vida .............................................................................. 84
Categoría migrante .................................................................................. 89
Mujer de barro y maíz ............................................................................ 91
Un amor insustituible ............................................................................. 95
Categoría afro-descendiente .............................................................. 101
El negro en mi vida .............................................................................. 103
FOTOGRAFIA
Categoría aficionado-popular ............................................................ 109
Primer Premio: Mi primera nieta y madre adolescente .................. 111
Segundo Premio: Recordando los tiempos que no volverán ........ 112
Canción Como un pájaro, de Malpaís ............................................... 113
PREMIOS LOCALES
Categoría campesina ............................................................................. 115
Guanacaste
La hija de la mina .................................................................................. 117
Descubriéndome toda poco a poco .................................................. 123
Limón
Reciclando vivencias y sentires ........................................................... 130
Zona Norte
Los fundamentos de mi existencia..................................................... 133
Testimonio ............................................................................................. 141
Remembranzas ...................................................................................... 146
ORGANIZADORES ......................................................................... 15 3
FEDEAGUA ........................................................................................ 155
CENTRO DE COMUNICACIÓN VOCES NUESTRAS ......... 157
AUPA ..................................................................................................... 159
RADIO SANTA CLARA ................................................................... 160
COORDINADORA DE MUJERES CAMPESINAS ................. 162
VECO-CR .............................................................................................. 164
Presentación
Por Yadira Calvo Fajardo
"Para una sociedad patriarcal ser mujer es negarse las posibilidades de crecer "
Erlinda Quesada Angulo
Este que usted ha tomado en sus manos es un libro importante
porque desenmascara mitos: nos pone ante los ojos y el corazón la
vida de las mujeres tal cual es: son testimonios. Experiencias
contadas por quienes han experimentado en carne propia o de cerca
la exclusión, la pobreza, el abuso, el desprecio, los vejámenes, la
servidumbre. ¿Un libro para llorar? No. Un libro lleno de esperanza,
que nos induce a admirar la formidable capacidad de sus
protagonistas para sobreponerse a la desgracia, para encontrar, en
medio del infortunio, la puerta que se abre, en el fondo de sí mismas,
hacia otra forma de vivir y de pensar.
Hallada esa puerta, las autoras se preguntan por qué se les ha hecho
postergar sus propios intereses, renunciar a sus alegrías, reducir su
propio espacio, desechar sus sueños en nombre del bienestar ajeno;
por qué han soportado lo que no se debía soportar. Y lo más
importante, todas llegan en algún grado a la conclusión de que esa
puerta abierta las lleva a descubrir su propia fuerza y a tomar
decisiones radicales y salvadoras; las lleva a darse cuenta de que sólo
a ellas les corresponde decidir lo que quieren o no quieren; y de que, como señala Roxana Gómez Zúñiga, "ninguna vida
puede ser a través de otra".
Todas estas mujeres tienen en común la claridad mental para
detectar el verdadero trasfondo de la sumisión y la infravaloración
que han padecido; la conciencia de sus propios derechos de personas
humanas; la decisión de aventurarse en el estudio, en el cambio, en la
incertidumbre, en nuevas formas de vivir y de pensar; la voluntad de
"apropiarse de las palabras" —como dice María Isabel Rodríguez
Lobo— para hablar de su vida, de sus tristezas y alegrías"; y más que
eso, para denunciar las falsas imágenes de feminidad en nombre de
las cuales se las ha sometido y explotado.
El relato de sus experiencias enseña más sobre conducta humana
que los libros de psicología; conocer sus historias es espiritualmente
más edificante que rezos y devocionarios; y su enseñanza de a Dios
rogando y con el mazo dando constituye una de las mejores
lecciones de vida que se pueden aprender. Aquí no se trata de
víctimas; se trata de mujeres fuertes y tesoneras dispuestas a no
dejarse vencer, y aún si solo éste fuera el valor de los textos (que no
lo es), basta y sobra para identificamos con sus autoras, para
admirarlas, respetarlas y darles nuestra adhesión.
Introducción
Por Lilliana León Zúñiga
En esta publicación presentamos los trabajos ganadores del Concurso 2004. El tema que nos convocó fue: "Ese origen que no quiero olvidar, mis raíces, mis vivencias, mis sentires," el cual sirvió de
inspiración a 128 personas que participaron con sus testimonios, de
ellos 116 trabajos fueron testimonios escritos y 12 personas participaron con fotografías.
Esta fue una experiencia que iniciamos en octubre del año 2000.
Voces Nuestras con el apoyo de organizaciones aliadas decidieron
aplicar la metodología del Concurso: Mujeres, Imágenes y Testimonios que se realiza en Ecuador. En el 2002 se hizo el primer certamen nacional y en el 2004 trabajamos la segunda edición con grandes logros para las mujeres y organizaciones.
Estas dos experiencias nos dejan muchas enseñanzas, pero sobre
todo grandes amigas y aliadas que han vivido con intensidad y compromiso el Concurso.
La obra seleccionada tiene mucha riqueza y nos invita desde la
sencillez de sus párrafos, desde las vivencias personales a rescatar
aquellos valores que todavía mantenemos y que nos gustaría conservar.
Como seres humanos nos mantenemos en constante cambio y
movimiento. Y nuestros sentimientos hacen que percibamos la realidad de diferentes maneras. Esta es la riqueza invaluable de esta
obra. La diversidad cultural y de experiencias de vida que nos inspiran para seguir adelante. Son historias que han salido del corazón, recuerdos inolvidables que disfrutamos con gran emoción y nos sacan
lágrimas y sonrisas de esperanza.
Sabemos que muchas lectoras llevan esa vena de escritoras y muy
dentro del alma cargan historias conmovedoras de lucha y anhelos,
que en un futuro Concurso se atreverán a compartir, como lo hacen
en esta obra estas personas que no solo han ganado en la premiación
nacional, sino que han ganado un poco de paz, de amistades, un
espacio de expresión y comunicación.
EL CONCURSO
Una estrategia de
comunicación y género
Por Fresia Camacho Rojas
"Entonces leí el libro y sentí la necesidad de escribir, porque sentía que solo llorar
no me bastaba, entonces empecé a escribir y empecé a sentir que me liberaba,
escribiendo. Y puede haber bulla, puede haber radio, televisor, que no oigo nada.
Es un dolor que se suelta escribiendo. Que nunca lo había vivido, nunca lo había
experimentado."
Xinia Sandoval,
acerca del libro publicado a partir del Concurso 2002
Todas las personas tenemos una historia que contar. Está cifrada en
nuestro cuerpo, en nuestra alma. Dar voz e imagen a nuestras historias nos sana y nos alimenta, nos ayuda a imaginar el futuro y vivir
mejor el presente.
El Concurso Mujeres, Imágenes y Testimonios surge como una
estrategia de comunicación y género que permite visualizar en el
ámbito público la vida y las miradas de las mujeres, desde sus realidades.
A través de una convocatoria nacional se hace un llamado a amas de
casa, jóvenes, profesionales y trabajadoras, nacionales o extranjeros,
de la ciudad y del campo, hombres y mujeres a compartir historias de
vida de las mujeres.
Frente a la globalización que nos homogeniza, el tema del año 2004
quiso hacer defensa de nuestras raíces, de nuestras identidades
diversas, pues quien pierde su historia personal, pierde con ella sus
valores. Así, el Concurso nos interrogó: ¿Cuál es mi origen, quién
soy, de donde vengo, que es eso que no quiero olvidar y deseo
transmitir a otras personas y generaciones? ¿Qué valores y formas de
vivir quiero revalorar y dejar en la historia?
Es un concurso que busca:
Desarrollar una estrategia de comunicación y género que visibilice el
trabajo y la historia de las mujeres desde las mismas protagonistas.
Potenciar los vínculos y las alianzas entre organizaciones de las
diversas regiones del país, que facilite la multiplicación del
Concurso en cuanto a organización, manejo de los contenidos,
propuesta de capacitación, la gestión conjunta y la sostenibilidad de
la incidencia en Costa Rica y Centroamérica.
Compartir una propuesta metodológica con hombres y mujeres de
las organizaciones sociales para trabajar desde lo personal-local a lo
colectivo-público, historias de vida que nos permitan entender y
conocer la perspectiva de género y la diversidad cultural.
Las bases del Concurso
En Costa Rica el Concurso hasta la fecha se ha desarrollado cada dos
años. La convocatoria nacional se hace por todos los medios
posibles y las modalidades de participación son dos: testimonio
escrito y testimonio fotográfico. Se puede participar en una de las
siguientes categorías: indígena-campesina, afro descendiente, joven,
extranjera, urbano marginal y profesional.
El testimonio escrito: Cada testimonio debe tener un máximo de
cinco páginas y debe ser presentado con cuatro copias a máquina de
escribir o computadora, letra axial 12 y espacio sencillo entre líneas.
Solo debe llevar título y seudónimo en la primer hoja.
El testimonio fotográfico incluye dos categorías: popular aficionado
/a y profesional. Se puede enviar una o tres fotos que aborden el
mismo tema. Las fotos deben tener 11 x 14 pulgadas, ya sea en
blanco y negro o a color. Por detrás de la fotografía se coloca el
título y una descripción de no más de 5 líneas.
Todos los trabajos (escrito o fotográfico) se presentan con título y
seudónimo (nombre falso) y cada concursante debe agregar en un
sobre sellado su nombre real, dirección, teléfono, ciudad, seudónimo
y nombre de su testimonio.
Cada persona puede participar en una o en las dos modalidades(
escrito o fotografía) Los trabajos solo pueden ser recibidos en los
centros de recepción según sean comunicados en su momento.
Un concurso con historia
Esta iniciativa se desarrolla por segunda vez en Costa Rica, pero tiene una historia de más de 10 años: El Concurso nació en Cuenca,
Ecuador como iniciativa de las fundaciones ALDES, HABITtierra y
SENDAS. Se extendió rápidamente a la región andina, donde ya
tiene con ésta siete ediciones. Posteriormente se amplió a América
Latina y en su sexta edición inició en nuestro país. Así, en este
certamen como coordinaciones nacionales participaron Perú,
Colombia, Costa Rica y Ecuador. Los trabajos galardonados en el
ámbito nacional en el 2004 participan en el III Concurso
Latinoamericano.
Un fuerte tejido soporta y alienta la participación
En la organización del Concurso en Costa Rica se integran diversas
personas, organizaciones, medios de comunicación, gobiernos
locales e instituciones que facilitan la participación de las mujeres y
hombres en el ámbito rural y a su vez una representante de cada
región conforma el Comité Organizador Nacional. Estas
organizaciones trabajan con comunidades afro descendientes,
campesinas, indígenas; jóvenes, población migrante, mujeres y
hombres de diversos sectores.
En esta edición del Concurso 2004 apostamos por los comités
locales en tres regiones de Costa Rica, Limón- APDE, GuanacasteFEDEGUA y Zona Norte RADIO SANTA CLARA y AUPA. Los
comités locales se encargaron de realizar talleres con los grupos de
base para promover la expresión de las mujeres con testimonio
escrito, o con testimonio fotográfico. Además, los comités
coordinaron en la región la recepción de los testimonios, hicieron la
gestión de premios locales, y apoyos, la divulgación y la premiación
local.
`Es difícil contar toda la vida en cinco páginas, -señala una de las participantesel taller me ha ayudado a enfocar el tema y a partir de ahí ha sido más fácil ir
redactando y limpiando."
La premiación
En Costa Rica se ha establecido premiaciones locales y los trabajos
ganadores en las regiones son publicados. El comité local decide
cuantos premios puede entregar y en que categorías. La premiación
local garantiza más diversidad de testimonios en la publicación
nacional. Cada región establece su jurado, el cual debe ser formado
por tres personas, una de comunicación, una persona con
sensibilidad de género, y otra de una organización que conozca el
tema del concurso.
En el ámbito nacional se seleccionan dos jurados. Para testimonio
escrito se seleccionan tres personas, una de comunicación, otra de
una organización social familiarizada con el tema del concurso y que
tenga una sensibilidad de género y una persona escritora. Con el
jurado de fotografía es igual, solo que en vez de una persona
escritora se necesita una persona fotógrafa. Son seis personas entre
hombres y mujeres.
La premiación es por categorías y el premio consiste en el derecho a
publicación y a grabación de su testimonio. Además se entrega un
premio al primer lugar del testimonio escrito y un premio al primer
lugar del testimonio fotográfico profesional y otro al aficionadopopular. Si se consiguen más premios se pueden otorgar menciones
de honor.
Se realiza una actividad pública de premiación nacional en donde se
invita a los medios, organizaciones amigas, participantes,
patrocinadores, familiares. Cada región participa con un acto cultural
y asisten las ganadoras locales, patrocinadores, facilitadoras, el jurado
local, entre otras personas.
Todas las personas pueden seguir participando en los concursos cada
dos años, aunque hayan ganado, pues el tema siempre es diferente.
Producción de materiales audiovisuales y de divulgación
Con los trabajos ganadores el Comité Organizador del Concurso elabora la publicación nacional y una serie de radio con la adaptación de
los trabajos ganadores. Con estos materiales se hace una campaña de
divulgación por los diversos medios de comunicación, WEB, Radio;
prensa, televisión y se envía la publicación a periodistas, organizaciones,
bibliotecas públicas. Además se realizan exposiciones itinerantes con
las fotografías y testimonios ganadores en las regiones donde están
los centros de recepción de testimonios. En esa actividad se le
entrega a cada persona que participó un ejemplar de la publicación y
las participantes se conocen y comparten su experiencia con otras
personas.
El espíritu del Concurso: Mujeres, Imágenes y Testimonios es que
las personas protagonistas de la historia sean visibilizadas, sean
escuchadas desde ellas mismas, por eso se valora los testimonios
vivenciales, la historia misma, la actitud frente a la vida, la enseñanza
que nos deja, la fluidez y la sencillez con que nos transmiten sus
experiencias de vida. Se premia por categorías la cual se define de
acuerdo a quien es la protagonista de la historia. A las historias no se
les hace edición, ni corrección de estilo, se presentan tal como las
concursantes las escribieron y entregaron al Concurso.
CONCURSO
Mujeres,
Imágenes y
testimonios
FOTOGRAFIA
CATEGORÍA
PROFESIONAL
Primer Premio
Abuelita Carmen
Serie de 3 fotografías
Mónica Quesada Cordero Heredia
Abuelita Carmen
Serie de 3 fotogrAfías
Mónica Quesada Cordero Heredia
Abuelita Carmen Mónica Quesada Cordero Serie de 3 fotografías .... Heredia
Segundo Premio I Nuria Díaz González Reflejos ...........Zapote, San José
CONCURSO
Mujeres,
Imágenes y
Tesfimonios
TESTIMONIOS
CATEGORÍA
CAMPESINA
PREMIO NACIONAL
Y aprendí a volar
Erlinda Quesada Angulo
GUÁCIMO DE LIMÓN
Era una niña feliz, sin muchos lujos pero para mí no era tan importante, vivía con mis padres y mis hermanos, para ir a la escuela
caminaba por bosques y charrales sobre la línea del tranvía o burro
carril como le llamábamos, media hora a pie, quince minutos a
caballo con mi hermano menor, casi siempre los monos y las aves
eran nuestro gran maravilloso champán.
De pronto un día empieza la gran pesadilla, todos los bosques y charrales fueron arrancados por grandes máquinas y potentes
agroquímicos transformando todo lo que tocaban, dejando el suelo
como el patio de mi casa. Y así en pocas semanas mi vida se vio ante
un cambio muy grande. Máquinas y hombres extraños por todos
lados. Los caminos desaparecieron convirtiéndose en grandes
canales. Mi madre tenía mucho miedo de que nos pasara algo o
alguien nos hiciera daño cuando íbamos a la escuela y decidió que no
fuéramos más para protegernos.
Se acabó la escuela y empieza el trabajo duro, recuerdo que tenía
nueve años, todo tipo de oficio doméstico; acarrear agua del río,
servirles a mis hermanos, ordeñar la vaca, limpiar y coger maíz,
arrancar frijoles, recuerdo que lo que más me disgustaba del trabajo
eran dos cosas; plancharle la ropa a mi hermano para que fuera a ver
a la novia. Le gustaba usar pantalones blancos con almidón, era tan
difícil, con plancha de carbón, no ensuciar las prendas de este
hermano. ¡Se enojaba tanto si tenía tizne sus pantalones cuando iba a
vestirse!
La otra cosa era cuidar los niños de mi hermano porque su esposa
siempre estaba enferma y tenía los niños muy seguido, para una
niña tan pequeña cuidar dos niñas todo el día, además de lavarles la
ropa y limpiar la casa era sumamente agotador esa rutina diaria.
Así transcurrió parte de mi niñez y adolescencia, tenía catorce años
cuando conocí al hombre con el que me casé a los diecisiete años, y
con el cual tengo cuatro hijos. Aquí empieza otra etapa de mi vida
con muchas ilusiones del futuro, lleno de felicidad, vivíamos en la
finca de un primo, era una finca fuera del pueblo muy solitaria, el
vecino más cercano estaba a veinte minutos.
En esa finca pasé muchas angustias en soledad, ya que mi esposo
trabajaba en la finca bananera, salía a las cinco treinta y muchas
veces eran las diez u once de la noche sin regresar, la mayoría de las
veces porque se quedaba con sus amigos, para mí eran momentos de
mucha angustia, pero a su vez creía que era normal, que así tenía que
ser, como todas la mujeres en casa siempre esperando al marido.
Recuerdo cuando nació mi primera hija, el día que salí del hospital
con la niña recién nacida había un turno o fiesta en el pueblo. Él se
fue para el turno y me dejó sola con la niña en aquella soledad.
Claro, no dormí en toda la noche de miedo y de rabia. Cuando le
contaba esto a mi suegra, decía; no es cosa del otro mundo y para mi
madre también era normal por lo que me hacía como si no me
importara.
Fue en este tiempo que empecé a preocuparme por estudiar y me
matriculé en una academia de corte y confección, hice todos los
cursos, obtuve mi primer titulo, luego cuando estaba embarazada de
la segunda hija me propuse sacar la primaria con el sistema del
maestro en casa, me matriculé y en ocho meses tenía el título de
primaria.
Cuando hice los exámenes estaba en los últimos días del embarazo,
me costaba entrar en la silla. Tiempo después pensando en el futuro
de las niñas en aquel mundo esclavizante del banano, decidimos salir
en busca de un futuro diferente. Llegamos a un pequeño pueblo del
cantón de "Llamado", es un pueblo muy tranquilo. Como siempre
quería aprender cosas nuevas, empecé un proceso de formación en
la parroquia participando en todos los cursos que podía, teología
popular, relectura e interpretación de la Biblia y me especialicé en
doctrina social de la iglesia católica. Este proceso me ha dado
grandes alegrías.
En algunos momentos parecía que la iglesia estaba avanzando hacía
una iglesia comprometida con el pueblo. Un hecho muy importante
que lo demuestra fue la creación de la Pastoral de la Mujer que
promovió Monseñor Coto Ex Obispo de Limón. Cuyo objetivo dice
y cito textualmente:
"valorar desde nuestra iglesia particular a la mujer, en su ser y
quehacer para que cambiando mentalidades y estructuras
deshumanizantes sea igual que el hombre, protagonista de la historia,
según el evangelio". Esto permitió poner sobre la mesa, una realidad
que muchos tienen todavía miedo de analizar, ya que se sienten
amenazados por su poder político, religioso y económico. Descubrir
esta realidad me ha traído muchos problemas, primero porque hay
muchas cosas que no puedo callar y creo que toda persona con un
poco de conciencia y conocimiento del proyecto de Jesucristo, no
debe callar ante las injusticia de estructuras, que muchas veces
convierten a las personas en piezas sin valor dentro de ella. Así callar
nuestra voz es una situación que no debemos aceptar, venga de
donde venga y cuando nos quieren callar debemos gritar más fuerte.
Bueno quiero contarles también mis grandes satisfacciones en mi vida, por mi espíritu de conocer siempre cosas nuevas, empecé a
relacionarme con muchas organizaciones populares, esto me
permitió conocer mucha gente, muchos lugares del país y cumplir
con otro de mis sueños viajar fuera del país.
He tenido la oportunidad de ser para las personas, especialmente
para las mujeres la consejera, desde ponerles el hombro para que
lloren y escucharlas, hasta darles consejos algunas veces y
acompañarlas.
Es que en la gran universidad de la vida he aprendido a ser
psicóloga, maestra, periodista, agricultora, escritora, teóloga, pero
sobre todo mujer, quien iba a pensar que aquella niña que la
expansión bananera le había arrebatado sus sueños de estudiar,
cuando convirtió su pueblo en un inmenso bananal, sería capaz de
romper con tantas barreras en la vida. No crean que fue fácil. No.
Cuando empecé a tomar decisiones, a la primera que enfrenté fue a
mí misma.
Tantos años de sumisión y de dejar que otros pensaran por mí
misma. Muchas veces me sentía culpable y mala si un niño salía mal
en la escuela, si se enfermaba porque yo no estaba, porque estaba en
un curso. Luego con la familia de mi esposo, la mía, los vecinos, los
maestros (a), recuerdo cuando mi hijo menor estaba cómo en cuarto
grado. Yo estaba recibiendo un curso sobre género y desarrollo
sostenible, el niño estaba en la casa con su papá y sus hermanos,
cuando me fui a retirar la nota, la maestra, antes que el saludo me
dijo: ¿cómo hace usted para dejar al niño solo, no ve que a él le hace
falta la mamá?
Para una sociedad patriarcal ser mujer es negarse las posibilidades de
crecer. Por eso comparto con ustedes parte de mi historia con el fin
de que les sirva de motivación en sus vidas. Les pido que luchen
siempre por sus sueños por más inalcanzable que parezcan, si
creemos en ellos lo logramos y nunca te sientas culpable de lo que
puedas cambiar, aprende a volar muy alto. Tu amiga viviendo en
medio de los lobos.
Autemia de los milagros
María Isabel Rodríguez Lobo
HOJANCHA DE GUANACASTE
Sus ojos tristes y su cara maltratada por el sol, reflejaban una dura
vida en el campo. Sentada en su silla de ruedas, esperaba a que empezara la sesión aquella mañana de agosto. Me miró de frente, como
diciéndome "estamos en las mismas condiciones." Recibimos cuatro
talleres juntas, en los que crecimos, lloramos y reímos. Callada y tímida al principio, ella fue apropiándose de las palabras para hablar
de su vida, de sus tristezas y alegrías. Este relato apenas araña la vida
de esta mujer fuerte y valiente, este es el relato de la vida de Autemia.
Mi historia se originó en una finca de La Balsa de Canjel, a tres horas
a caballo del Puerto de Canjelito, en la parte puntarenense de la
Península de Nicoya. La casa que me vio nacer estaba hecha de
tablones de pochote y cerca del agua, porque los campesinos
hacemos nuestras viviendas cerca de ríos y quebradas, para que no
les cueste tanto acarrear el agua. Allí nací el 6 de noviembre de 1952,
al pie de una montaña y a orillas de una quebrada.
Esa es una zona húmeda y caliente, está llena de zancudos y purrujas.
Esos bichos nos atormentaban día y noche, particularmente en
invierno. Vivíamos muy lejos y con muchas dificultades. Sin embargo, la cercanía con la montaña y la quebrada tenía sus cosas buenas.
A mí me gustaba mucho escuchar la música que hacía el agua al caer
de uno de los tantos saltos que tiene la quebrada Canjelito, cuando
bajábamos a la posa a lavar la ropa o a bañarnos. Me gustaba despertarme con el canto de los pájaros y de los congos, con el bramido de
las vacas y los terneros llamando al ordeñador, y él con rue, rue, rue,
de los cerdos pidiendo comida. Me hacía mucha gracia ver a Bongo,
el perro de la casa, correteando por el patio todo lo que se le ponía
enfrente. Todo eso me encantaba.
En ese lugar lleno de contrastes crecí. Soy la hija número seis de una
familia de ocho varones y siete mujeres. Mi papá es oriundo de
Santiago de San Ramón y llegó a Canjel en 1938, en busca de vida.
En La Balsa conoció a mi mamá, y se casaron el 1° de enero de
1941, cuándo él tenía 21 años y ella 18. Mamá nació en Santa Elena
de Guacimal, y vivió en muchos lugares antes de llegar a La Balsa,
porque mis abuelos maternos viajaban de un lugar a otro buscando
trabajo.
Mis obligaciones empezaron desde que era muy pequeña. Tendría
unos tres o cuatro años, porque apenas podía alcanzar la hamaca de
gangoche donde tenía que mecer y darle chupón a José más pequeño
de la familia. Además de ayudar en los quehaceres de la casa,
también me mandaban a la montaña a buscar hojas de raspa para
lavar las bancas y los molederos y escobilla para barrer, porque las
escobas de millo no las conocíamos. También cortábamos hojas de
plátano, porque en el campo las hojas de plátano son muy utilizadas,
ya sirven para muchas cosas: en ellas se palmean las tortillas y se
envuelven para guardarlas, se envuelven los almuerzos de quienes
van a trabajar al campo y se envuelven los tamales. A los campesinos
nos gusta mucho el almuerzo envuelto en hoja, porque le da un
sabor y un olor especial a la comida. También tenía que sacar y jalar
agua del pozo que mi papá hizo cerca de la casa, al que llegábamos
por un trillo hecho a pura macana.
En esa época y en esos lugares, los caminos eran senderos
transitados sólo por caballos y carretas de bueyes. El que no tenía ni
caballo ni carreta, a batir barro a pie. Cuando cumplí ocho años
entré a primer grado en la escuela de La Balsa, que quedaba a una
hora a pie de la casa. En el invierno caminaba entre el barro, el
monte y las espinas y en el verano, el polvo era tan caliente y había
tantas piedras, que regresaba a la casa con los pies quemados y rotos.
Aunque la escuela me gustaba mucho, y fue allí donde aprendí a leer
y a escribir, sólo pude llegar hasta tercer grado. Cuando tenía que
empezar el cuarto grado, Amalia, mi hermana mayor se caso y quede
yo como la mayor de las mujeres. Como mi mamá tenía siempre un
chiquito pequeño o estaba embarazada, yo crecí haciendo todas las
labores de la casa, con mi hermana Lidia como ayudante, que era la
que me seguía.
En la finca de mis papás había de todo y lo que más había era trabajo. Cocinar era muy difícil porque se requería un proceso larguísimo
que a mí me parecía muy cruel. Para hacer las tortillas había que
empezar por destusar el maíz, desgranarlo, cocinarlo con ceniza,
lavarlo, molerlo en una máquina manual para sacar la masa con que
se preparan las tortillas. Lo mismo pasaba con los frijoles, el café y el
dulce. Las verduras las sacábamos a pura macana, el queso lo
hacíamos en la casa con leche de las vacas de la finca, y cuando
queríamos comer carne, teníamos que correr por un buen rato detrás
de una gallina para agarrarla, matarla, desplumarla, destazarla y
cocinarla. Otros de los trabajos duros era lavar la ropa que los
hombres usaban para trabajar en el campo, que era mucha y muy
sucia. Lavaba a mano en una batea de madera junto a la quebrada.
Como si fuera poco, cuando mis hermanos varones estaban muy
ocupados, también me tocaba encerrar los terneros, arriar las vacas y
ordeñarlas. Nunca nadie me preguntaba si tenía mucho que hacer,
para pedirme que hiciera algo adicional. Me enseñaron a obedecer
sin protestar y a no disponer nunca de nada sin pedir permiso.
Cuando tenía 15 años me dio una apendicitis y me puse muy grave.
Para llegar al Hospital San Rafael de Puntarenas, tuve que viajar tres
horas a caballo hasta Canjelito, el puerto donde cogíamos la lancha.
De allí se tardaban tres horas en la ruta Canjelito-Puntarenas, si es
que la lancha no se desviaba para recoger pasajeros en Puerto Til. Yo
sentía que me iba a morir, llegué al hospital y hasta al día siguiente
me operaron. Estuve una semana internada en un salón muy grande,
donde conocí muchas personas. Las mujeres que estaban allí me
contaban sus historias y así fui enterándome de que había otras cosas
en el mundo, que no todo era lo que yo conocía en la finca. En esa
semana, dos de las mujeres que estaban en el salón murieron. Nunca
podré olvidar los gritos de Rita, una mujer que sufría de problemas
de la vesícula, pidiendo que la salvaran, que no la dejaran morir.
Cuando salí del hospital, nadie en mi casa pudo llegar a buscarme.
Entonces Mery Álvarez, una comadre de mi mamá que vivía en
Puntarenas, me recogió y me llevó para su casa. Ellos eran una pareja
con dos hijos que estaban en el colegio y tenían una pulpería que el
marido de Mery atendía. Ella se apuraba con el trabajo de la casa en
las mañanas, para ir a ayudarle al marido en la pulpería. Allí yo me
sentía tan bien, que no quería regresar a la finca. Cuando regresé ya
las cosas no eran iguales para mí, ya
no me hacían gracia los animales que cuidaba, perdí interés por los
pollitos, los chanchitos, por la ternera y por el potro. Sólo pensaba
en irme para liberarme de tanto trabajo, de tantos deberes y
obligaciones.
Pero, qué pasaría con las otras hermanas si yo me iba. Seguirían ellas
mi ejemplo y se irían también. El sólo pensar en eso me hacía sentir
culpable y no me dejaba irme. Los problemas con los hermanos
fueron cambiando. El mayor se casó y el que le seguía era borracho y
peleón. Luego mi abuela paterna sufrió un derrame y se vino a vivir
con nosotros. Como había que cuidarla, la familia de mi papá se
comunicó con nosotros, y entonces mi tía Ofelia, que tenía dos pares
de gemelas de tres y un año, se vino a vivir a la finca. Después llegó
tío Daniel con toda la familia y tío Jacinto. Como la finca era grande,
papá les hizo ranchos bien separados a los tres.
Cuando yo tenía 18 años, nos pasamos a una finca en el centro del
pueblo. Allí teníamos una casa con cañería y ya no tenía que jalar el
agua. La abuela seguía viviendo con nosotros y entonces Adolfo, el
menor de mis tíos compró una finca en Moras y a veces se llevaban a
la abuela en carreta para la casa de ellos.
Con tan sólo veintiún años tome una decisión muy seria, casarme.
Corría el año 1973 y ya para ese entonces todos mis hermanos
mayores se habían casado y se habían ido a vivir lejos. Yo pensaba
que al casarme mi vida iba a mejorar, pero mi vida no cambió para
nada. Me tuve que ir a vivir a San Pedro de Nandayure, a cinco horas
a caballo de la casa de mis papás por la costa.
Mi marido era un hombre autoritario y machista, y en el matrimonio
seguí cargando con obligaciones y responsabilidades. Yo nunca supe
cuáles eran mis derechos, no sabía que tenía derecho a ser tratada
como una persona y no como una bestia de carga. A los dos años de
casada, el 10 de abril de 1975 nació mi hija Sandra. Me mejoré en la
casa y sola, porque ese día el puesto de salud estaba cerrado y
cuando mi esposo regresó de buscar un carro para llevarme al
hospital de Nicoya, ya la niña había nacido. Yo no tenía
comunicación con nadie que pudiera orientarme y todo ocurrió por
obra de la naturaleza. La niña me dio una razón para seguir luchando, en ella encontré un motivo para sentir mi pesada vida más
liviana. El 29 de marzo de 1980 nació Nelson, mi hijo, en el Hospital
de San Ramón. Tuve que ir a mejorarme a San Ramón, porque había
tenido un embarazo muy difícil. En Nelson encontré otro motivo
para vivir.
Pero Dios marcó mi vida para siempre el 22 de noviembre de 1988.
Cuando sólo tenía 36 años me caí de un árbol, me fracturé la
columna y quedé parapléjica para toda la mi vida. Estuve
inconsciente algunos días y durante quince semanas, estuve
completamente inmóvil, viendo pasar los días en el techo de una
habitación del hospital de La Anexión, en Nicoya. Cuando pregunté
qué me había pasado, me dijeron que me habían encontrado
inconsciente debajo de un palo de naranja. Nunca he podido entender que me pasó, no recuerdo nada de ese momento. Yo estaba
acostumbrada a ir a recoger frutas. Pero eso me pasó y así es la vida.
Cuando los médicos me autorizaron para recibir terapia, me advirtieron que no volvería a caminar. Entonces empecé una lucha muy
grande para aprender a valerme sola de nuevo. Después de cuatro
meses en el hospital, regresé a mi casa en marzo de 1989 muy
contenta, porque cuando le solicité a los médicos que me dejaran ir a
pasar Semana Santa, ellos me dieron la salida definitiva diciéndome:
" ya aprendiste a manejar bien la silla y hay otras personas esperando
el campo". En el hospital vi muchas cosas, allí conocí a dos primos
míos, uno de 13 años que se había caído de una bicicleta y quedó por
mucho tiempo como un vegetal, y otro de nueve años que operaron
de la columna.
Regresé a la casa con muchos deseos de luchar. Aprendí de nuevo a
ocuparme del trabajo de la casa, lo que significaba un gran esfuerzo
para mí, ya que sólo podía moverme de la cintura para arriba. Yo
estaba dispuesta a luchar y eso no habría sido tan difícil, si hubiese
tenido el apoyo de mi marido. Para él no valía nada el esfuerzo que
yo hacía por adaptarme a mi nueva vida, por aprender a hacer los
oficios desde mi silla de ruedas. Mi marido no me aceptó en sillas de
ruedas. Eso fue algo que yo no esperaba y un problema que no pude
resolver por mas que me esforcé. Él me trataba como un objeto
inservible, me despreciaba, me humillaba y cuando empezó a utilizar
armas de fuego para amenazarme de muerte, yo me asusté mucho.
Con tanta agresión yo me sentía agonizar, hasta que llegó el día en
que no pude soportar mas y tome la decisión de marcharme. Ya
habían pasado cinco años de agonía y de sacrificios y confiando en la
Divina Providencia, un día de 1994 le pedí a mi suegro y a mis
cuñados que me ayudaran a escapar y ellos me ayudaron. Mi suegro
ha sido cómo ángel de la guarda para mí.
Aventurándome a un mundo desconocido, en una silla de ruedas y
con mi hija y mi hijo adolescentes, me vine para San Ramón de
Alajuela, buscando un lugar fresco y tranquilo. Aquí vive mi hermano Benito,
quien me brindó techo y comida mientras conseguía una casa para
vivir. Empecé a buscar una casa en donde vivir con mis hijos, y
gracias a Dios, a mi hermano y a mi suegro, al poco tiempo pude
comprar mi propia casa. Fue así como a mis 42 años empecé una
vida nueva, en un mundo desconocido para mí y que a pesar de mi
discapacidad, soy mas libre que antes. Aquí yo puedo decidir lo que
quiero o no quiero, vivo cada día y es un misterio en el cual Dios se
identifica conmigo y yo con Él.
En 1997 y por insistencia de algunos familiares, fui a San José en
busca de medicina para mi discapacidad. Yo nunca había ido a San
José, no conocía. En ese entonces visité a un masajista y a un
quiropráctico, pero ambos me dijeron que había pasado mucho
tiempo y que no se podía hacer nada para que volviera a caminar.
Pero yo nunca me he rendido, poco tiempo después me llegaron a
ofrecer unos suplementos vitamínicos, con la promesa de que me
proporcionarían salud y trabajo. La idea me encantó pues necesitaba
las dos cosas. Como la compañía que los distribuye trabaja con redes
de vendedoras afiliadas, enseguida me afilié y empecé a consumir los
productos. Mi salud mejoró bastante y aunque no pude volver a
caminar, mis contracturas mejoraron, mejoró mi trabajo y con ellas
mi salud emocional y espiritual.
En esa época la compañía ofrecía a sus afiliadas y afiliados, algo que
se llamaba "escuelas de sicología". Para mí esas escuelas fueron
maravillosas, allí conocí gente de todo el país. Recuerdo que el
primer día, cuando la sicóloga empezó a trabajar con el grupo en el
que estaba yo, me sentía perdida, no entendía nada, pero ya al final
del día empecé a ubicarme. La escuelas me ayudaron muchísimo,
porque no sólo conocí mucha gente, sino que conocí gente muy
especial que me apoyó mucho. Recibimos cuatro talleres, uno por
mes durante cuatro meses. El último lo hicieron en el Hotel Meliá
Playa Conchal y fue muy divertido, porque estuvimos "juntos pero
no revueltos" mujeres y hombres y fue un show tremendo, nos
divertimos muchísimo. En las escuelas también conocí a María
Eugenia y Marixa, dos hermanas con discapacidad y más o menos de
mi edad. Ellas son personas muy especiales, que irradian una luz de
fortaleza que contagia. Siempre las recuerdo y conservo su amistad.
Las escuelas también me motivaron a integrarme más a la
comunidad donde vivo. Aquí me siento aceptada por los vecinos,
ellos me apoyan mucho, y los dirigentes, casi sin conocerme, me
tomaron en cuenta. Ahora estoy comprometida en un comité y soy miembro de una directiva
cantonal.
Me siento útil, dueña de mi vida, decido lo que puedo y quiero hacer,
me siento aceptada y así si vale la pena vivir.
Para sobrevivir he tenido que aprender a hacer muchas cosas nuevas,
entre ellas a coser y eso es parte de mi trabajo actualmente.
Confecciono ropa, la arreglo, hago remiendos, y así me ayudo y
ayudo a quienes me apoyan. Después de la vida tan difícil como la
que me ha tocado vivir, ahora vivo cada día con una esperanza
nueva, encuentro mi vida linda, porque comparto con mis amigos y
amigas. Tengo a mi hija, a mi hijo y un nieto de cinco años. Nelson,
mi hijo de 24 años, vive conmigo, me acompaña y me apoya.
Disfruto de la tranquilidad de que nadie me volverá a agredir,
participo en actividades religiosas de la comunidad. Cada día que
pasa aparece mas trabajo para subsistir, no tengo un buen salario,
pero sí más y mejores amigos, personas que me invitan a salir de
paseo a lugares como parques, volcanes y playas, donde puedo
disfrutar de lo maravilloso de la naturaleza.
Yo les digo a quienes hayan sufrido una lesión física recientemente,
que no se aíslen, porque aislarse es como estar muerto, es un
infierno angustioso que nos provoca un enorme vació en el alma. Sé
que cada caso es diferente, pero cuando compartimos es más fácil,
aunque para movilizarnos tengamos que pedirle ayuda a otras
personas. Cuando una cae en una situación como esta, es como si la
arrastrara una corriente o la azotará un tornado. No es miedo, sino
pánico lo que se apodera de una y pareciera que el tiempo se detiene
y la agonía se prolonga. Y es que hay un tiempo para aprender y a mí
me toco muy duro, pero así es la vida, talvez fue mejor porque el
aprendizaje fue más grande.
Quiero compartir este resumen de mi vivir pasada para ayudar a las
personas que tengan algo que contar y necesiten que se les escuche.
Les invito a construir un presente y disfrutarlo, como lo disfruto yo
adaptándome a las diferencias. Todos somos diferentes y
subsistimos de diferente manera. Lo malo es que nos adaptamos a la
rutina, nos sujetamos a un mismo ambiente siempre y cuando ocurre
un accidente como el que me pasó a mí, una se desubica por
completo porque no estamos preparadas para el cambio. Aquí estoy,
atada a una silla de ruedas, pero más libre que antes. La discapacidad
me liberó de las otras ataduras que tenía. Yo le doy gracias a Dios, y
como dice el dicho, "no hay mal que por bien no venga". Yo me
beneficie con esta tragedia.
"Después de quince años de luchar, es mucho lo que he logrado, vivo mejor, continuo aprendiendo y vivo el día de hoy, porque ayer ya
paso y a mañana no sé si llegaré. Cada día es nuevo y nuevo es lo que
se aprende. Soy una mujer realizada, he llegado a obtener algo que si
no es la felicidad, se parece bastante. Por esto les digo a todas las
personas que tengan una situación difícil, que no se dejen vencer,
que luchen por lo que quieren.
¡Así es la vida Autemia! A vos y a mí nos ha sonreído con rictus de
amargura, que nosotras convertimos en esperanza. Por eso te digo:
"este es un nuevo día para empezar de nuevo".
Nana: inmemorian
Luis Mario Villalobos Laurent
SAN JUAN DE TIBÁS, SAN JOSÉ
A propósito del séptimo aniversario del eterno reposo de mi abuela
materna, tuve como una especie de recorrido memorioso, sobre
aquellas circunstancias en las cuales pasé los años más felices de mi
infancia. Es curioso, pero mis orígenes acaecieron en un contexto
donde predominaban las mujeres: mis abuelas, mi madre, mi madrina, tías y primas.
Entre memorias y olvidos, la impresión menos vivaz de mi niñez fue
la figura de mi bisabuela, Hortensia era su nombre, toda una
matrona y un modelo de autoridad no sólo para sus hijos e hijas, sino también para los habitantes del pueblo; su rango estaba por encima de las autoridades, del policía y del cura, en el pequeño caserío de
Turrúcares. La recuerdo vestida de luto riguroso, con un chal de lana
y sus cabellos peinados hacia atrás en un moño, sujetos por una
peineta. Además, siempre portaba anteojos oscuros, con el objeto de
ocultar la pérdida de su ojo izquierdo, detalle sin igual para un niño
de siete años, fueron muy pocas las veces que mi curiosidad fue atrapada al contemplar la cavidad hueca y nunca supe la razón por la
cual fue extraído su glóbulo óptico. Sus sentencias siempre eran
pronunciadas bajo un modo imperativo, las órdenes eran ejecutadas
sin que nadie musitara la menor queja u objeción. Con la muerte de
mi bisabuela, mi abuela Alicia, a quien me referiré en adelante como
"Nana", recibió la estafeta como líder de los cuidados domésticos
que requería aquella gran casa de madera y todos sus descendientes
consanguíneos.
La nueva economía doméstica repartió oficios con sus respectivos
responsables, previamente adiestrados y supervisados bajo una
autoridad feudal, puntual y mesurada. Mi abuela era la primera en
levantarse para encender el fogón de leña, todo un arte que requería
de tan sólo un fósforo, con el fin de evitar el desperdicio de los
escasos recursos. Su principal y abnegada tarea era la de preparar los
variados y suculentos alimentos de cada día, con el propósito de
sustentar nuestras vidas y preservarlas.
Ella se mantuvo solidaria a lo largo de su vida; escuchó y aconsejó a
las mujeres solitarias, a las heridas en el alma. Asistió a los huérfanos
y a las niñas víctimas de abuso y pobreza extrema. Congregó a los
infantes del vecindario para celebrar con ellos el rezo al portal de
Belén todos los diciembres de su vida y por su habilidad en aplicar
inyecciones era lo más cercano a una doctora, así que muchos
enfermos pasaron por sus terapéuticas manos. Tendió sus manos a
los marginados: al loco del pueblo, al indigente alcohólico, al
sordomudo cortador de caña, con el que se entendía muy bien.
Además, fue la designada para asistir a los enfermos en postración
agónica, como el de prepararlos y vestirlos para su velación y funeral.
Con su frase: ¡Arriba pueblo... que la noche es larga y la vida corta!
Todos nos despertábamos y prontos acudíamos a nuestras
responsabilidades. Mi prima de once años y yo, estábamos en calidad
de siervos obedientes hacia nuestros mayores, sus órdenes eran de
exigente cumplimiento y en caso de omisión éramos amonestados o
severamente castigados. Sin embargo, se incurría en una
desproporción que, hasta ahora me es posible balancear y denunciar.
¡Mi pobre prima!, por su condición de mujer estaba más expuesta a
las tareas domésticas, de acuerdo a la ética de esos tiempos, después
de asistir a la escuela le correspondía limpiar y pulir los pisos, barrer
y recoger las hojas secas del patio, lavar las ollas y la vajilla de porcelana, regar las plantas, limpiar el caño, recoger los huevos de los
respectivos nidos, moler el maíz cascado, recolectar y quemar la
basura, ayudar en la cocina, lavar y aplanchar la ropa. Nunca la
observé tomarse un tiempo para jugar con las niñas vecinas, aún más
no recuerdo si poseía juguetes.
Por otra parte, mis principales tareas de competencia masculina, era
la de alimentar a los pollos y hacer cuanto encargo se requería a la
pulpería de la esquina o a la lechería. Muy de mañana compraba el
pan (con cincuenta céntimos se adquirían dos bollos), el cual era
cortado con un cuchillo por las arrugadas y callosas manos de mi
abuela en austeras porciones para el desayuno y el café de la tarde. El
pan correspondiente al desayuno era acompañado por raciones medidas de natilla; la crema era extraída de la
leche con meticulosidad por las expertas tías y resguardada en el
viejo trastero con puertas de cedazo, para evitar el ingreso de las
despreciables moscas. Entre los muchos platos, vasos y recipientes
con misteriosas especies insípidas, recuerdo aquel pequeño tarrito de
lata en donde se atesoraban, como en caja fuerte, las pocas justas
monedas para la adquisición de los abarrotes de la semana.
Ciertamente, nunca nos faltó el dinero, obtenido del salario de mi
madre quien trabajaba como enfermera en la capital y a pesar de las
finanzas ascéticas con que se vivía hace unas tantas décadas atrás, no
sabíamos si éramos ricos o pobres.
Después de la escuela tenía el resto del día para jugar bola con los niños del vecindario y pasear en bicicleta con el hijo del telegrafista.
Ambos poseíamos una innata curiosidad por los artefactos eléctricos,
desarmábamos e intentábamos arreglar planchas, radios, tocadiscos,
teléfonos y un largo etcétera. A pesar de la prolongada actividad
lúdica, existía una hora límite para posponer el juego al aire libre y
acogerme a dormir, no sin antes responder a las Dios te salve...y las
Santa María...en coro con mis mayores, como último acto de
solidaridad familiar y solemne religiosidad popular.
En ocasión de algún día festivo, mi abuela nos anunciaba la aventura
de salir a almorzar al río. El menú era rígido picadillo de papa,
frijoles molidos, con regordetas tortillas, acompañadas con un huevo
duro y refresco. Teníamos un lugar fijo estratégicamente sombreado
por viejos árboles, con una poza de agua cristalina y fría;
artesanalmente elaborada por generaciones de muchachos del
pueblo. Era todo un somnífero escuchar la caída del agua producida
por las cascadas y todo un placer lanzarse desde una piedra en
clavado, bucear para extraer diversas piedras del fondo torneadas
por la corriente; mientras mi abuela sumergía sus abultados pies en la
corriente y lanzaba piedras al agua como una distracción para serenar
su cotidiana labor de ama de casa. La cuenca del río tenía su magia
propia, los bejucos caían de los árboles permitiéndonos
columpiarnos; ocasionalmente nos sorprendía el canto de un ave, el
sigilo de una iguana, el estático vuelo de las libélulas de hermosos
colores; era obligatorio llevar envases de vidrio para atrapar
renacuajos o aluminas, como nominábamos a los pececitos pequeños
de colores argentados, la diversión era contagiosa y gratuita.
Los días domingos eran para asistir a la misa en latín, una
obligatoriedad impostergable, a menos que se estuviera enfermo, y
existía la obsesión
entre los adultos —bajo pena de infligir pecado venial- de tomar la
forma consagrada en ayunas. Para tal efecto, todos teníamos lo que
llamábamos "ropa para dominguiar", era una indumentaria elegante,
sobria y específica, digna para tal asamblea de fieles, acompañada
con un calzado aún nuevo y bien lustrado; (recuerdo cuando tuve mi
primer reloj de cuerda, sólo me lo ponía para tal ritual y después lo
guardaba con esmero y cuidado) En la mañana acompañaba a mi
abuela, quién aún no requería de bastón para caminar, ella estaba
ataviada con su gran velo negro y su monedero, nos sentábamos en
la misma banca de todos los domingos, la más cercana al altar, los
hombres adultos permanecían de pie, atrás al final de la nave central,
durante los cincuenta minutos del culto, nunca pregunté la razón de
tal mortificación. Después de la liturgia eucarística y con el último
"Dominus vobis cum", iniciábamos las visitas de rigor, primero a la
casa de familiares y después a las residencias de las amigas de mi
abuela, todas ellas circunvecinas al templo católico. Yo no ponía la
más mínima atención a las conversaciones, pero me mantenía sólido
en mi asiento, tomando algún refresco, previamente ofrecido y
aceptado con formal gratitud, mi abuela mantenía una grata
conversación con la última generación de ancianas, rememorando
los eventos sociales o sucesos acaecidos en los últimos días.
Algunos fines de semana recibíamos la visita de mis padrinos de bautismo, de una tía y una prima. La diferencia de la ocasión se hacía
notar, cuando mi abuela extendía el mantel blanco y preparaba la
mesa con la vajilla nueva; antes de servir los alimentos, mi madrina
preparaba el espirituoso whisky con hielo y agua mineral, todos los
adultos recibían con alta estima y simpatía tal brebaje, ajeno para los
niños. Hasta ahora en la adultez, entiendo los efectos de aquel
demandado licor escocés, con unos pequeños sorbos todos se
comportaban más graciosos y tolerantes, se contaban chistes y se
desinhibían en carcajadas ante las ocurrencias de mi padrino, así
como, la laxitud en su forma de actuar, además de fumar copiosamente. Después del opíparo almuerzo, seguía una solemne siesta y,
finalmente, todos nos sentábamos en las bancas frente al jardín
externo esperando el anochecer, observando la concurrencia del
público en la calle congregándose en las puertas de entrada del salón
de baile, para ver bailar a aquellas parejas que se podían costear la
cuota de entrada. No entendía el propósito y atractivo del baile
como actividad estética y erótica para las jóvenes parejas, Para mí no
se justificaba costear la entrada a tales ambientes, si la música se
desbordaba más allá de doscientos metros a la redonda.
A propósito de la mención de mi madrina, deseo acotar el breve relato del inicio de su amistad con mi abuela. Resulta que ambas se
conocieron como pacientes en un sanatorio para tuberculosos,
situado muy lejos en una provincia distante y montañosa. Durante
esos tiempos la tuberculosis era considerada la peste negra, no había
cura, se creía que el frío de la campiña favorecía la recuperación; sin
embargo, los enfermos recibían la discriminación por el peligroso
contagio. Los días domingos eran para la visita de los familiares, mi
padrino notó que mi abuela siempre esperaba la visita de algún
familiar, -bien arreglada para tal ocasión- pero éste nunca llegaba.
¿por qué esa señora, tan elegantemente vestida, pasa sola los
días de visita?
porque sus familiares viven muy lejos.
Al conocer las circunstancias, se acercó con respeto a mi abuela:
a partir de este momento, además de visitar a mi esposa
convaleciente, también la vengo a visitar a usted.
En ocasión de la guerra civil, mi madrina se refugió con sus hijos en
el rural y apartado Turrúcares, por supuesto en la casa de mi abuela,
como correspondía. Cuando mi madre cursó la secundaria en el
único colegio para señoritas, de la capital, fue acogida por mis
padrinos. Esa hermosa amistad perduró por más de sesenta años y ni
siquiera la muerte los separó.
Continuando en el contexto de los domingos por la noche, las
primas mayores se reunían en la casa de mi abuela, como sede
próxima al salón de baile; cuando se despedían, Nana les daba un
beso en la frente y las signaba. Tanto mi abuela como mis tías tenían
la misión de vigilar, sin pestañear a la siguiente generación de
féminas, con el propósito de que éstas últimas se mantuvieran dentro
del decoro, el recato y las buenas costumbres. Con el pasar de los
años, efectivamente, mi Nana recibió infinidad de invitaciones para
diversos enlaces matrimoniales y bautismos. Tuvo la ocasión de
conocer a sus bisnietos... Nosotros celebrábamos sus natalicios y ella
asistía a las eucaristías de aniversarios por el descanso de nuestros
ancestros difuntos. Era toda una relación comercial así como
piadosa, asistir a la casa parroquial el primer mes de cada año, para
reservar y pagar aquellas misas de indulgencia. Todos nos tratábamos
con respeto y cariño, ya que todos éramos primos o primas, como
ramas de un tronco genealógico en común, ella era la raíz y su sangre
corre en la sangre de las siguientes generaciones.
Cuando la soledad se instaló a vivir con Nana, ella dejó de cocinar,
ya no tenía razón de preparar los alimentos para ella sola, una gentil
vecina tenía el cuidado de llevarle de comer y después del almuerzo
se recostaba en una prolongada siesta. Todos los fines de semana
experimentaba un ritual de espera, observaba a la distancia, la parada
de los autobuses desde el portal de su casa y fueron muchas las veces
en que suspiraba diciendo para sí misma: "hoy ya no viene nadie".
Debido a mis estudios y, posteriormente a las actividades laborales,
mis visitas se hicieron muy ocasionales. Cuando tenía la oportunidad,
le llevaba viandas en abundancia, ella preparaba el almuerzo para
ambos y yo limpiaba las estancias más descuidadas de aquella
monumental casa que ahora parecía un museo de inolvidables
memorias. Compartía dos días con mi Nana y, confieso que lo que
más me desgarraba el corazón era cuando tenía que regresar, ella me
santiguaba y me metía en el bolsillo un billete de cien colones
enrollado. Cuando el bus se alejaba, se mantenía firme dándome el
último adiós con su mano extendida, yo le correspondía con una
lágrima y con un doloroso nudo en la garganta. Aquella ancestral
vivienda de madera quedó abandonada, cuando el corazón que le
daba vida dejó de latir.
En la actualidad no me provoca ansiedad regresar al pequeño pueblo
de mi niñez, porque ya no existe, sólo quedan los gratos recuerdos y
la satisfactoria esperanza de algún día, como padre y abuelo, dejar
una honda huella de felicidad en el corazón de mis hijos, mis nietos y
bisnietos.
De los cafetales
al periodismo
Xinía Zúñiga Jiménez
PÉREZ ZELEDÓN
Nací en Las Gutiérrez Brown, un pueblo de San Vito de Coto Brus,
en medio de la montaña hace 28 años. El día que vine al mundo, un
5 de noviembre a las 7:00 p.m. me recibió mi papá, quien me
envolvió en una de sus camisas porque mi madre no había comprado nada para mi llegada, ya que el comercio quedaba muy lejos y aún
le faltaban algunos días.
Según mi mamá, a los cinco años me llevaba al cafetal para que le
ayudara a juntar los granos que se le caían, pero cuando ingresé a la
escuela ya era una obligación coger café para contribuir con los
gastos del hogar, compuesto por seis hermanos.
Donde nací las paredes de la casa eran de chonta (astillas de un
árbol) y el piso de tierra. Había tigres, tepezcuintles, saínos y otros
animales. Mi padre cultivaba verduras y hortalizas que junto a alguna
carne "del monte" nos servía de alimento.
De la niñez no recuerdo mucho, sólo que me compraban una
mudada cada año para Navidad y que la única muñeca que tuve cabía
en la palma de mi mano; era ejecutiva, con una valija, botas altas y
vestida de rojo. Pese a que nada tenía que ver con las barbies de
ahora, estaba muy emocionada de tener al fin una muñeca y dejar
atrás las que hacía de tuza de maíz.
En aquellos tiempos se jugaba bastante, pero también se trabajaba.
Por ejemplo, durante la época escolar tenía que coger café y colaborar con los oficios de la casa, entre ellos lavar la ropa en una quebrada o sacar agua de un pozo con hasta treinta metros de hondo.
Varias veces tuve que matar serpientes venenosas como corales y
terciopelos, para seguir con la faena, ya que si llegaba con la ropa a
medio terminar de fijo me castigaban o me regañaban por perezosa.
En mi caso, me gustaba más irme con mi papá a trabajar en el
campo que hacer los oficios domésticos, porque si hacía algo en la
casa al momento estaba igual; en cambio los sembradíos iban
creciendo, después se recogía el fruto y se compartía en la mesa o se
vendían, es decir, las labores de rigor varonil se veían más y me
gustaba que me halagaran por lo que hacía.
El trabajo más duro que realicé fue arrancar frijoles, especialmente
en un lugar que por el fuerte calor había muchas serpientes pues
antes de empezar, advertían que nos cuidáramos en donde metíamos
la mano.
Asimismo, limpié almácigo de café, amarré tomate, coseché maíz,
sembré hortalizas y verduras, aporreé frijoles y coseché café hasta los
17 años, entre otras labores.
La escuela me gustaba mucho y siempre estuve entre los tres mejores
promedios. Mi mamá me envió de oyente antes de la edad
recomendada y a medio año me querían pasar a segundo porque iba
mejor que muchos alumnos y hasta sabía leer; nunca me dijeron que
hiciera una tarea, era muy ordenada y estudiosa y hasta quinto año
pude comprarme un bulto con mi dinero, pues los años anteriores
llevaba los útiles en bolsas de arroz.
Cuando me gradué quería pedirle permiso al maestro para ir de nuevo a sexto, porque no podían enviarme al colegio, pues en el pueblo
sólo los hijos de padres adinerados estudiaban, ya que el centro
educativo más cercano quedaba a más de una hora en autobús.
Siempre recuerdo que mientras mi padre me levantaba a las tres y
media de la mañana para que hiciera el desayuno y preparar los
almuerzos de mis dos hermanos mayores, él y yo pues debía
acompañarlos a coger café y en ocasiones caminar hasta una hora,
los ex compañeros de la escuela pasaban al frente de mi casa para el
colegio.
Varias veces lloré a escondidas, porque deseaba estar en el lugar de
ellos, pero la realidad era otra; sin embargo, actualmente varios aún
están terminando el bachiller y otros no aprovecharon la
oportunidad que les dieron sus padres.
La dura lucha para estudiar
A los once años y medio terminé la primaria, pero como no tenía los
medios económicos para ir al colegio, seguí cosechando café y fue
hasta los
quince que me cansé de aquella vida tan difícil, en donde se trabajaba
mucho y se vivía con muchas limitaciones; por lo tanto, compré
fiados unos libros del Maestro en Casa y empecé a estudiar sola;
poco a poco fui ganando los exámenes y cuando me faltaban unas
cuatro materias decidí cambiar de vida.
En Los Pilares de Agua Buena, distrito de Coto Brus, pueblo donde
crecí, no habían fuentes de empleo y por eso, a los 17 años decidí
enfrentar a mi padre con aquella decisión y le dije a mi mamá que
quería irme a trabajar a Ciudad Nelly, porque una prima que era
empelada doméstica me había conseguido un empleo con el fin de
financiarme los estudios; Ella como toda madre me apoyó, pero no
estaba segura de lo que diría mi papá; sin embargo, estaba decidida y
sólo Dios me detenía en aquel momento.
Por lo tanto, un día eché los mejores trapos que tenía en un maletín
y me fui en busca de aquella meta. Al llegar, las cosas no se dieron
como esperaba, ya que la señora que me necesitaba no podía darme
dormida; la única opción fue dormir con mi prima en un estrecho
catre por algunas semanas mientras aparecía algo.
Empecé a recorrer las calles de la ciudad, sin conocer a nadie, en
busca de un trabajo y lo único que encontré fue limpiar una casa,
lavar y aplanchar, sin dormida, es decir, seguía quedándome donde
mi prima, pero el empleo no me duró mucho, porque la señora
decidió quitar la empleada.
Otro trabajo me esperaba y otro... hasta que llegué a una casa donde
tenía que atender a siete personas, entre ellos cinco niños y
adolescentes de escuela y colegio, a quienes a diario tenía que lavarles
y aplancharles la ropa, cocinarles y hasta cumplirles uno que otro
gustillo culinario, como palmearles tortillas o hacer pan casero y
hornearlo con leña.
En este empleo estuve casi dos años y sufrí mucho, desde la mordida
de dos perros de raza, a los 22 días de haber llegado, hasta
humillaciones a cada rato de la patrona. En ocasiones mi jornada
terminaba a medianoche aplanchando, hora en que empezaba a
estudiar hasta que el sueño me dominara; muchas veces me dormí
encima de los cuadernos por el cansancio, pero igual al otro día tenía
que levantarme a las cinco de la mañana.
Renuncié a este empleo porque pese a las largas jornadas donde tenía
bajo mi responsabilidad limpiar una casa de dos pisos, lavar, cocinar
y aplanchar para siete personas, con un salario mensual de quince mil
colones, nunca quedaba bien. Lloré varas veces a solas, recibía
humillaciones y regañadas a cada rato... me cansé y me fui para otra
casa donde ganaba lo mismo, pero atendiendo sólo a un niño, sin
embargo, aquí tampoco duré mucho.
Los trabajos como empleada doméstica todavía no habían terminado
y el último que recuerdo fue donde una señora mayor de setenta
años, quien me trató excelente, me daba buenos consejos e instó
para que siguiera estudiando.
Pero a los pocos meses me dijo que los hijos tenían muchos gastos y
que no me podían seguirme pagando, pero me dio la opción de
quedarme a vivir en su casa por un módico precio, mientras
encontraba otro empleo.
Esta fue la última vez que trabajé como empleada doméstica. Tuve
otras labores en tiendas, zapaterías y hasta en una ferretería, pero
siempre tuve una espinita del periodismo y un día por casualidad
entré a la emisora cultural de Corredores, donde se me brindó la
oportunidad de ingresar como colaboradora.
En un corto tiempo realicé diversos cursos con el ICER y me dieron
la oportunidad de manejar los controles y hacer locución, pero con
el paso del tiempo llegué a estar sola con todo durante dos meses,
porque la situación económica era muy crítica y no podían pagarle a
otra persona.
Pese a que ganaba veinte mil colones al mes y a veces ni siquiera había dinero para mi sueldo, me sentía realizada en aquella emisora,
donde empezaba a desarrollar, una labor que para mí era como un
sueño que tenía desde niña, pero que se había convertido en
realidad.
Un viaje inolvidable
A los siete meses de trabajar en la radio, aquel sueño se engrandeció
aún más, ya que participé en un concurso que realizó el Centro de
Comunicación Voces Nuestras, donde participamos 30 productoras
de radio y me gané un viaje a México con todos los gastos pagos.
En aquel país conocí a muchas féminas que han salido adelante;
amas de casa, madres, mujeres de radio y sobre todo, tuve la
oportunidad de viajar a otro país y soñar con mejores senderos para
mí, aunque al regresar volviera a la realidad, que por cierto no era
nada bonita.
No obstante, aquel viaje me abrió las puertas para trabajar en Radio
Emaús en San Vito, donde ganaba un mejor sueldo y pude seguir
preparándome en el campo radiofónico, así como en el académico.
Aunque lo más importante fue que al ganar el Tercer Ciclo decidí ir
al colegio nocturno, pese a que en ocasiones mi jornada laboral
empezaba a las cinco de la mañana y terminaba a las cinco de la
tarde, mientras que las clases comenzaban a las 6:15 y culminaban a
las 10:15 p.m.
No sé como me alcanzaba el tiempo, lo que sí recuerdo es que me
levantaba muy temprano y me acostaba muy tarde, las tareas y
trabajos del colegio los hacía de madrugada o en ratos que le robaba
al trabajo, por supuesto a escondidas, porque si me descubrían de
seguro tendría problemas.
El trabajo apenas me duró ocho meses, pues fui despedida por un
supuesto recorte de personal que nunca lo creí, pero en fin lo que
me interesaba era seguir estudiando y terminar el bachiller. Gracias a
que me enseñaron el hábito del ahorro, pude continuar en el colegio
y obtener mí título.
Otra etapa del periodismo se acercaba sin darme cuenta. Como
siempre me ha gustado leer todo lo que llegue a mis manos, me
encontré un periódico local y llamé al director, quien me dio la
oportunidad de hacer algunos trabajos de la zona y al ver lo que
hacía plasmado en el papel me gustó mucho, por lo que le puse amor
a lo que hacía.
En el colegio entrevisté hasta el director y realicé trabajos de
diversos temas. Muchos admiraban mi trabajo, porque apenas
cursaba el cuarto año de colegio, pero con mucha humildad seguí
adelante y antes de ganar el bachiller, me ofrecieron una oportunidad
en Pérez Zeledón, para que laborara en un periódico.
La idea me pareció buena, pero la verdad es que me daba temor
venirme para una zona desconocida y donde todos eran extraños
para mí, pero analicé la propuesta y era la única opción de
superarme, ya que deseaba seguir estudiando.
Sin pensarlo mucho, en menos de quince días me vine para Pérez
Zeledón, donde tendría que asumir un gran reto laboral como era
redactar el periódico sola cada quince días y viajar los martes a
Buenos Aires, así como ir a giras fuera del cantón.
Los primeros días me preocupé por ver la responsabilidad que había
asumido, ya que mi jornada laboral empezaba a las ocho de la
mañana y terminaba en muchas ocasiones hasta las ocho y media de
la noche.
No obstante, luchaba para hacer el trabajo lo mejor posible, aunque
era consciente que me faltaba mucho por aprender. Por lo tanto,
apenas gané la materia que me faltaba para el bachiller, pensé en la
universidad; ese si era un sueño increíble.
Después de un año de vivir en Pérez Zeledón, se abrió la carrera de
Periodismo y sin pensarlo dos veces me matriculé. El día que puse
los pies en la universidad se me vinieron las lágrimas y no era para
menos, ya que la campesina estaba soñando despierta y sólo yo sabía
lo que significaba aquella oportunidad, lo que me había costado...
Actualmente no he terminado la carrera porque la cerraron y pese a
que viajé un tiempo a San José, ha sido difícil continuar, ya que los
costos son muy altos. De lo que sí estoy segura es que mi próxima
meta es terminar el bachiller en periodismo y algún día sacar una
licenciatura.
Una nueva etapa
A pesar que mis planes eran otros, en el 2001 le llegó la hora a mi
soltería pues conocí a un hombre que llenó mis expectativas y me
casé en cuestión de ocho meses. Además, renuncié a mi trabajo en el
periódico, después de tres años y medio de laborar, porque mi jefe
incumplió un acuerdo que teníamos; asimismo, trabajaba en exceso y
no se me valoraba lo que hacía, prueba del intenso trabajo es que fui
internada quince días por estrés crónico.
Después de la renuncia en el periódico estuve un tiempo muy
desmotivada, me encerré en la casa, lloraba mucho y me deprimí al
ver que las cosas no habían salido como esperaba. Sufrimos una
crisis económica y además quedé embarazada. La situación empeoró
pues en los primeros meses de gestación aguanté hambre varias
veces.
Fue una época muy triste, ya que a veces amanecía y no teníamos
nada que comer, en realidad después de estar muy bien
económicamente no podía creer aquella situación. Mi preocupación
era la criatura que llevaba en mi vientre, porque pensaba que si no
me alimentaba le podía causar algún daño; sin embargo, aquella
situación no duró mucho y viví un embarazo con mucha paz y salud.
El 14 de enero de este año nació mi hija, gracias a Dios muy saludable y hermosa; cuando ella tenía dos meses y medio me buscaron
para formar parte en una empresa de publicidad, donde actualmente
soy la redactora de un periódico mensual y también realizo otras
funciones.
El nacimiento de mi hija me dio nuevas fuerzas para seguir adelante,
siento que me realicé como mujer y vuelvo a luchar para hacerlo
profesionalmente. Traer un hijo al mundo es algo maravilloso y
quiero disfrutar esta etapa, prueba de ello es que trabajo con mi bebé
todos los días y también me encargo de los oficios de la casa.
Nunca olvidaré cuáles son mis raíces, porque considero que esa es la
identidad de cada una de nosotras y jamás tenemos que
avergonzarnos de las luchas que hemos dado para llegar donde
estamos, más bien deberíarnos sentirnos orgullosas de ser mujeres
pues independientemente del caso que sea, somos INCANSABLES
LUCHADORAS.
Alumbrando
el alma de niña
Urbana Baltodano
NICOYA, GUANACASTE
Soy estrella del Oriente, tengo 36 años, cuánto amo al pueblo donde
nací, se llama Sabana Grande, por la extensión de las sabanas,
cubiertas de alfombras verdes, también la adornan los ritmos
musicales de los pájaros en la quebrada. Lo amo, pero también me
causa dolor cuando lo recuerdo, porque en medio de tanta belleza,
todavía guarda el sufrimiento de una niña que fue abandonada, ese
sufrimiento quedó marcado en las orillas de las quebradas donde me
escondía a derramar miles de lágrimas, para que la corriente se las
llevara y nadie lo notara. Tenía siete años cuando mi mamá me
regaló a mis Padrinos, ese día le pedí a Dios que me llevara, quise
desaparecer, salir corriendo, estaba tan destrozada, que no había
consuelo para mí. Cuando mi mamá se fue, me quedé triste, la miré
partir de largo, tuve deseos de seguirla pero no puede, las piernas me
pesaron, le quise gritar pero mi garganta se secó, se me perdió para
siempre, poquito a poco se me perdió. Desde este momento sentí
que no valía nada, porque nunca recibí amor de nadie, tampoco fui a
la escuela, lo cual me hacia asentir todavía más insegura. Pasó
tiempos de tiempos y no la veía, mis padrinos me ponían a trabajar
muy fuerte en la finca, me maltrataban de diferentes formas con chilillos, ofensas y burlas, me decían que yo era un parásito. Que no
servía para nada y en medio de todo esto yo deseaba ver a mi madre.
En las noches me despertaba llorando, buscando a mi mamá, aquella
oscuridad se me venía encima, un miedo espantoso se apoderaba de
mí, temblaba como una conejita que va para la olla, me arropaba y
mordía la almohada, de suspiro en suspiro asfixiante, llegaba el
amanecer. Siempre deseaba ver a mi madre, por los maltratos que yo recibía, allá un
día la miré y salí corriendo detrás de ella, y le dije, Mamá estoy
sufriendo yo quiero irme con usted, ella respondió, no puedo hija, mi
situación económica es muy mala, conmigo vas a sufrir penalidades,
pero yo sufro por todos mis hijos. Ahora no fue como aquel día que
se fue, en que no pude decir nada, en ese momento salté un fuerte
llanto, grité hasta no poder, mi llanto era de súplica, mi alma y
corazón se desgarraban, creí que llorando así de fuerte, ella me
llevaría y sino talvez me moría. Todo fue inútil, de nuevo se me
desvaneció, la miré irse paso a paso y del dolor me tiré al suelo, creo
que mi llanto llegó hasta el cielo, y quizás por eso la lluvia caía
encima de mí, y yo no me levanté sino hasta que pasaron muchas
horas, solo que miré un anciano que me tomó en sus brazos y
acariciaba mi pelo, me regaló unas melcochas de coco, dejándome
después en el portón de la casa de los Padrinos.
Mi madre una mujer fuerte, morena como yo, ojos negros, pelo
lacio, de mirada vacía, carácter duro tuvo 18 hijos, todos de distintos
padres, trabajaba de empleada doméstica. En ese tiempo no había
medios para no tener hijos, ella era muy alegre y enamorada; se
echaba sus tragos, andaba de baile en baile y a ningún hombre le dijo
que no.
Otro día le dije de nuevo, mamá quiero irme con usted, soy muy
infeliz estoy decepcionada, soy la niña mas desdichada que existe en
la tierra, quiero saber quién es mi Padre, ella iba caminando, yo seguí
insistiendo, ¿quién es mi padre?, quiero conocerlo, de tanto insistir,
se paro y me dijo; tu papá existe, me dijo el nombre de él y la
dirección donde vivía. Fui a pie a Nicoya, tuve la valentía de
buscarlo, caminé 25 kilómetros, a mí alrededor los pájaros me
animaban. Me aplaudían. Lo encontré, era un señor de piel morena,
ojos claros, alto, tenía muchos recursos económicos, de nacionalidad
extranjera. Me paré en el mostrador de su librería, estaba nerviosa,
me preguntó qué quería, le pregunté: ¿es cierto que usted es el Padre
que tanto he necesitado por las noches, cuando he sentido que me
congelo del frió y el miedo? Me preguntó como se llama tu madre,
yo le di el nombre y donde vivía, él me contestó: por la firmeza y la
forma en que tú hablas y los datos que tú me das, es cierto que soy
tu padre. Me sentí tan alegre ese día, nunca me había sentido tan
alegre como ese día, como quien dice, de encontrar un padre que
nunca lo había tenido. Tanta vergüenza que pasé al no saber que
padre me había traído a este mundo, porque al menos tenía un padre
y no era huérfana. Me sentí contenta, Dios me ayudó a encontrar un
padre y una madre que aunque brusca la tenía. Lloré y lloré de
encontrar a mi padre,
yo que me avergonzaba de que todo el mundo decía, que una mujer
que no tenía padre no valía nada. Con el tiempo me casé, tuve tres
hijos, Rosita, Ronal, Marcelita, esta última se me murió a los once
años de un derrame cerebral, fue muy duro, sufrí muchísimo, no
había noche que no soñara con ella, hasta que un día una amiga de
FEDEAGUA, una organización de la cual soy promotora, me invitó
a un intercambio de género en Sámara. Nunca había ido a una playa,
trabajamos mucho, recibimos muchas terapias, me bañe en el mar,
me sentí libre por primera vez y fue ahí que supe que en una de esas
olas mi hija se despedía para siempre, hasta ese momento acepté su
partida.
Me fui con mi familia a vivir a un lugar llamado Oriente, el cual
queda en la zona mas alta de Nicoya, compramos una finquita, que
tiene muchas montañas, su clima es frío, y se produce todo tipo de
cultivos. Trabajamos mucho la agricultura, sembramos frijoles,
tubérculos, plantas medicinales, cría de ganado y conservación de
bosque y siembra de árboles nativos.
Lo que es la agricultura la he disfrutado mucho, así como la crianza
de mis hijos, que gracias a la ayuda de mi padre los puse a estudiar.
Sin embargo el esposo que yo soñé, se me desvaneció igual que
cuando mi Madre partió así de pronto. Me prometió casarse
conmigo, que nos viniéramos a éstas tierras, pero me engaño, nunca
nos casamos. Me maltrató mucho, llegaba borracho, me echaba de la
casa, tenía que trabajar duro para mantener a mis hijos, por dicha
tuve el apoyo de mi Padre, tanto moral como económicamente. A
veces por las noches, tenía que ir a dormir con mis hijos al monte,
porque cuando llegaba borracho, amenazaba con matarme. Siempre
me mantuve trabajando fuerte en la finca. Los vecinos me admiraban, llegaban a ver mis cultivos y así fui creciendo, compré más
tierras, después decidí ir a vender mis productos a Nicoya, sin
intermediarios. Muchas veces me caí de la mula por los malos
caminos, ahí no entraba bus, pero al fin me acostumbré.
En Nicoya conocí una pareja de jóvenes que les gustaba el
desarrollo, la muchacha trabajaba con una Institución que asesoraba
a los líderes comunales, y junto a ellos comenzamos a gestionar el
camino, la electricidad, la escuela.
Después comencé a ir a capacitaciones sobre agricultura orgánica, a
encuentros de mujeres y así fui creciendo y llevando el mensaje a mi
comunidad.
Mi compañero cada vez empeoraba más, hasta que al fin decidí separarme de él, de eso hace cinco años. Y ahora vivimos juntos, pero en
camas
separadas, no me he ido porque después pierdo todo lo que he
trabajado, la verdad es que a él nada le ha costado.
Desde que soy promotora, me he ido superando más cada día, asisto
a muchos foros, talleres de capacitación, he seguido aprendiendo, no
se escribir, pero me han enseñado a aprender con el corazón y la
mente.
Hoy en día yo me siento feliz, de poder llevar desarrollo a la comunidad, he tenido mucho tiempo de trabajar con la comunidad como
lidereza, he sido presidenta de ADC, de junta educación, Asociación
de productores orgánicos.
Dios me alumbra y muchas personas que he conocido en la
organización que pertenezco, ellos han sido como una gran familia,
porque me sentía que no valía nada, ahí me di cuenta de que si
puedo. Hoy en día sé que si puedo, ya no siento frustración, he
tenido oportunidad de superarme, hasta estoy aprendiendo a escribir,
aunque sea ganchos.
Hoy no tengo los deseos de antes, de morirme, de no existir más en
este mundo, de no ver a nadie, de encerrarme. Ahora se que soy
valiosa. Tengo en mi finquita las gallinas, vaquitas, chanchos,
hortalizas, yo digo porqué me voy a echar a morir. Mis hijos ya casi
terminan sus estudios, eso me llena mucho. Me siento muy
entusiasmada, de compartir con las demás familias de mi comunidad,
lo que he aprendido de la agricultura ecológica. Hoy día nos hemos
agrupado unas 15 familias y recién hemos formado una asociación
de familias productoras orgánicas. Esta asociación ha fortalecido
mucho la relación con todos, el Padre de mis hijos ahora me respeta
y dice que me admira mucho, hemos hecho una buena amistad, creo
que nos empezamos a conocer. Busqué de nuevo a mi madre,
porque logré entender y sentir lo que es el amor, ella me recibió con
frialdad, pero yo tenía que decirle algo, que nunca le pude decir. Me
acerqué, la miré de frente, con sus trenzas hermosas, se las toqué y le
dije: Mamá te quiero mucho, aunque me hayas abandonado, yo
siempre te extrañé y te amo muchísimo, la abracé. Ella se quedó
paralizada, yo la seguía abrazando, y ella con las palabras entrecortadas me dijo, mi negrita adorada, yo siempre te canté y arrullé
por las noches, cuando te extrañaba, los he extrañado muchísimo, no
saben cuanto. Me contó que sufría mucho por dos hijos que los
padrastros los habían metido en el manicomio, yo le prometí que los
iba a sacar y me los iba a llevar a la casa. Así fue, recogí a mis
hermanos y me los llevé a mi casa, se han recuperado, nos amamos
mucho, mi Madre de vez en cuando nos escribe, y nos cuenta que
hasta ahora su alma ha encontrado la paz.
CONCURSO
Mujeres,
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TESTIMONIOS
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AFRODESCENDIENTE
El gringo y la barbie
Maritza Rojas Leitón
HATILLO 3, SAN JOSÉ
Esa navidad prometía no ser común y corriente, no señor. El, había
aparecido, llené mi corazón de expectativas y de sueños que podían
hacerse realidad, por unos dólares más mi ángel de la guardia sería
canjeado a cambio de mejores días.
Había aparecido, panzón, riendo con carcajadas estruendosas,
enorme, calvo, lo más parecido a un sueño de navidad gringo.
Tendría unos 65 años en ese entonces, bien disimulados por la
ingesta de toda clase de vitaminas, minerales, yogurt natural, granola
y demás suplementos que religiosamente desayunaba.
Al principio no entendí muy bien ni de dónde había venido, ni por
que había "aterrizado" en mi humilde casa de 50 metros cuadrados
de block sin pintar, de Hatillo 3, pero eso no era lo importante, sino
que desde su llegada todo era mejor ni siquiera necesitábamos ir a la
Iglesia, teníamos a Dios en la casa de carne y hueso.
Cada semana, llegaba en un destartalado Wolswagen verde marchito,
haciendo un ruido infernal (no el cacharro sino él). Con sus enormes
nudillos golpeaba la puerta con él irrespeto conque golpean las cosas
los que se saben dueños del mundo. El mamarracho se quería venir
al suelo, pero mamá corría a abrir con una sonrisa como si viniera el
Mesías.
¡Stan! —(un Stan asombrado, gesticulado, casi casi sorprendido)—
¡Qué sopray!
Con el pie derecho graciosamente doblado hacia atrás, le abrazaba
efusivamente, ella en el quicio de la puerta, él dos gradas abajo.
Corrían los años sesenta, el volcán Irazú había cubierto de ceniza mi
primer año escolar, y de nuevo se comprobaba la teoría irrefutable
de mi madre de que las monjas eran ni más ni menos hijas de
Satanás, si no, por qué se atrevieron a "echar" los alumnos del
colegio mientras el coloso vomitaba toneladas de ceniza y
amenazaba con terminar con mi pequeña aldea bananera.—¡váyanse,
váyanse. Así, sin miramientos, sin pensar ni por un minuto que
habíamos cientos de diminutas criaturas que chocábamos en la
penumbra del medio día sin saber hacia dónde ir.
Mamá había llorado baldes llenos de lágrimas por la muerte de Kennedy, al que los comunistas (¿quién más?) habían mandado asesinar.
Aquel aciago día las sirenas de todas las Fábricas, Emisoras de Radio,
Colegios etc. habían gritado al unísono, lúgubremente anunciando el
magnicidio, y ella mi madre, lloró a lágrima viva y moco tendido. Era
el presagio del fin, decía, el Apocalipsis, el triunfo del mal sobre el
bien, estaba a merced de los poderes ocultos de los ángeles caídos.
!Cómo lo mataron! ¡Tan bueno que era! Se restregaba la enrojecida
nariz, recordando el día que en un helicóptero de la Armada aterrizó
en el Aeropuerto Internacional de la Sabana, y miles y miles de
banderitas de USA y de Costa Pobre en el aire convertidas en
pequeñas partículas por las aspas del aparato volaban dando la
bienvenida a tan ilustre personaje. Recordaba como la puerta del
helicóptero se abrió y Kennedy en persona de pie ante la chusma
que colmaba el rústico Aeropuerto, saludó agitando su bendita mano
derecha (por supuesto) sonriendo con su sonrisa "close up" —Me
gusta Costo rica mucho, que lindas las ticas—, y volvió a ver a mi
mamá, si la volvió a ver a ella que en ese momento aflojo no solo los
esfínteres sino también mi mano olvidando mis pequeños cinco
años, aja, —me volvió a ver— palabra de honor. Y desde ese día un
amor sordo, ciego, irracional y con la fuerza del odio le nació por
todo lo que oliera a gringo.
Por eso íbamos a la escuela Dominical de la Iglesia Episcopal,
porque allí habían, y yo cantaba —"yes chisas lasmi— yes chisas
lasmi—, yes chisas lasmi-the bible dice así."
Y ahora para colmo de dichas y envidia de todas las viejas del barrio,
de cuerpo presente había un gringo, gringo, gringo sin trinquetes,
borne in América, Stanley Getchel Palmer Simmons, así como lo
oyen.
¿Que cómo había sucedido semejante cosa a plebeyas de un barrio
del sur, tercer mundistas, mujeres "cabeza de familia".
Fácil, muy fácil.
Norteamericano, soltero Desea conocer tica sincera Fines
matrimoniales.
Enviar foto.
Hotel Boston
Mamá le envió la foto de su primera comunión y El llego insofacto a
conocerla, disimuló la estafa y se quedó con mi pequeña hermana,
virgen, inocente, y bella como una "Pocajontas". Tenía todos los
dientes, los más bellos y blancos que yo viera jamás, trabajaba de
obrerita en una fabrica de confites, desde sus catorce años y mamá
era feliz, con su salario alcanzaba para el arroz y frijoles, plátano
maduro y picadillo de chayote, de vez en cuando olla de carne, pagar
la luz y el agua y los cincuenta y dos colones de la casa, que el
gobierno casi nos había regalado. ¡Oh hermosos años del estado
benefactor! ¿Qué más le podíamos pedir a Dios?
Un gringo. Él era el "novio" de mi hermana, que carboneada por
mamá había terminado aceptando el esperpento extranjero, que
prometía sacarnos de pobres, cada semana cuando llegaba de sus
bussinnes, traía manjares insospechados: tibón para hacer al BBK,
vino blanco y tinto, queso suizo, zurich, holandés, maduro, semimaduro, uvas de verdad y no de plástico como las que tenía tía en el
centro de mesa, manzanas, chocolates de marcas desconocidas,
libros de colorear para mí. crayolas, View Master, muñecas de vestir,
revistas de Súper Man, etc. Todo lo soñado por cualquier niño
consumista promedio Norteamericano.
¿Nos vemos muy feos? Me preguntaba a mí, precisamente a mí que
en lo único que pensaba era en los tesoros que ese Rey Midas o Alí
Baba, sacaba para el chantaje colectivo, yo que sólo tenía corazón
para ella y ojos para lo que el gringo traía a mí que solo estrenaba un
vestido por año, que iba todos los años con la misma enagua a la
Escuela, que para efectos de que resistiera los "inconvenientes " del
crecimiento tenía un ruedo de veinte centímetros, a mi que solo tenía
un par de zapatos, y mi imaginación para jugar. No, si, se ven bien,
muy bien —respondía mintiendo por primera vez adrede en mi vida.
Tan bien como Abbott y Costello, Viruta y Capulina, El Gallo Zancón y la Gallina enana, La vaca y el pollito.
Se acercaba navidad y el corazón me tamborileaba violentamente
pensando en el futuro promisor que nos aguardaba, atrás quedaban
los años
tristes cuando el árbol de navidad era solo una rama de ciprés
escuálida robada en los alrededores de Alajuelita, con adornos de
papel y chupa-chupas Gallito que" Colacho" dejaba para mi.
Colacho no existía ya me había dado cuenta, en su lugar estaba el
verdadero SANTA vestido de rojo con risas sonoras y llena su bolsa
de felicidades.
Stan poco a poco fue ganando o debo decir comprando terreno.
¡Qué importa la moral o las buenas costumbres, cuando el estómago
está satisfecho! Poco a poco como una sanguijuela inmunda se fue
metiendo, hasta que un día amaneció en el cuarto con mi hermana
recién ex virgen, mamá se hacía la loca que mucho no le costaba, —
al fin y al cabo se van a casar—.
Y un fin de semana me enviaron de paseo donde mi padre Biológico
(así se dice cuando no han servido para nada, porque todos los
padres son biológicos) y cuando llegué adivinen qué? Sí se habían
"casado".
Convertida en la Señora Palmer, mi hermanita había consumado el
sacrificio en aras de una vida mejor para todos, al menos eso creyó
ella.
El 25 de Diciembre amanecía por fin.
Debajo del árbol estaba el precio. La más bella Barbie que niña alguna pudo soñar, con zapatos de tacón alto rosados, vestido volado,
cartera etc. (mi hermana se vende por separado) rifle de tapones,
casco y uniforme de fatiga para mis dos hermanos menores, una
pequeña cámara donde se podía ver una tira cómica en movimiento,
ropa nueva, zapatos de punta Italiana negros como la conciencia de
mi madre, y muchas golosinas y frutas.
Tardé muchos años en comprender todo, por qué mamá lloraba
tanto cuando se la llevó a otro país, lejos de todos, dejándonos en el
mayor desamparo.
Estaba casado en su país, aquí y en Kuwait, era amigo de Somoza,
fue perfectamente desgraciada. Yo tuve mi Barbie y él también, que
Dios lo tenga a fuego lento.
¿Yo comprarle una Barbie a mis hijas?
¡MÍRENMELA!
Eva la zapatera
María Olinda Guillén Chanto
SAN JOSÉ
Nació en un día de navidad, así le contaron; bajo la sombra de un
árbol que ofrecía sus dulces frutos a los pájaros. Todo ocurrió en
Tabarcia de Puriscal, creció entre matas de tabaco, palma y frutos silvestres.
Sus progenitores de raíces indígenas se dedicaban a las labores
agrícolas y recolección de plantas medicinales que utilizaban para
curar a los enfermos. Su padre, curandero de tradición tenía una sabiduría que recibía de la naturaleza. Curaba mordeduras de culebra,
picaduras de insectos, ataques de lombrices y otros padecimientos.
Eva, era una niña inquieta e inteligente; veía salir el sol todos los
días, pero sentía que el tiempo transcurría lentamente. Por las noches
sus familiares se reunían en sus ranchos de paja a contar historias
que se transmitían unos a otros. En su mente, ella trataba de reconstruir esas historias y conservar esas tradiciones que son huella
imborrable de sus antepasados, apegados a sus creencias y costumbres.
Vivían disfrutando de la naturaleza, entre chanchos de monte,
dantas, cerdos, pájaros y gallinas. Además de sus actividades agrícolas se dedicaban a la elaboración de piezas de barro hilado, tejidos de
manta y confección de cestería; en lo que su familia era especialista.
Luego salían al lugar más cercano para vender su producto o intercambiarlo por otros.
Eva sabía que más allá de las montañas había otra forma de vida a la
que ella quería llegar, pero sin cambiar su origen, sus costumbres, ni abandonar a los suyos. Aprendió a leer y escribir en una
escuela cerca del pueblo a la que llegaba un maestro tres veces en el
verano, ya que en el invierno el camino era intransitable.
Un buen día se desprendió de los suyos y con sólo la ropa que tenía
puesta tomó el único autobús que venía a la capital. Al llegar a San
José, sintió un cambio enorme; el bullicio de la ciudad, ver tanta
gente por las calles, carros y bicicletas. Fue un trastorno para ella;
pero ya no había marcha atrás, estaba ahí y debía continuar.
Deambuló por las calles josefinas, durmió varias noches en los asientos del parque de la Merced. Convivió con gente que no tenía a
dónde ir como: alcohólicos, prostitutas y mendigos. Pero ese no era
el destino de Eva, caminó por las calles hasta llegar a la Catedral, y
en los alrededores encontró casas de habitación con familias de
buena condición económica.
Solicitó trabajo en varias casas para ayudar en lo que fuera necesario;
encontró refugio en una familia de apellido Jiménez. Ellos le daban
un lugar para dormir a cambio de las labores domésticas; al menos
tenía un techo donde pasar las noches.
Don Luis Ángel era el jefe de familia y Doña Marta su esposa. Era
una buena mujer, religiosa y se dedicaba por entero al hogar. Tenía
dos hijos Marito y Ricardito; buenos niños, pero no eran muy
aplicados al estudio. Eva aprovechaba sentarse junto a ellos cuando
hacían las tareas; su deseo era aprender a escribir, contar sus
vivencias y las de su pueblo.
Vivió con esta familia por varios años, hasta que un buen día aceptó
los halagos que le hacía el buen vecino que vivía a la vuelta de la
casa. Este era Raúl. Mora, un zapatero remendón que andaba ya por
los treinta años. Tenía el vicio del alcohol, pero mantenía la zapatería
y la clientela del barrio.
Los dos se convinieron en una mañana; a eso de las seis, con el
canto del Ave María, frente al altar en la iglesia de la Soledad unieron
sus vidas.
Ella dejó de trabajar para la familia Jiménez y se acomodó a la forma
de vida de Raúl, preparando el pegamento para las suelas de los
zapatos, cortando con cuchillas los cueros para preparar tapillas,
clavando tachuelas y embetunando botas. Todo eso lo hacía junto a
su marido.
A los nueve meses viene la primera hija, una niña que cambió por
completo su vida. La niña nace con retardo mental, y empieza así el
calvario en el hospital. Para esos años la medicina y la atención para
este tipo de niños no era la más apropiada. Eva aceptó con mucha
paciencia la crianza de su hija y empezó a tratar de salir adelante. A Raúl parecía no
importarle nada, estaba en la zapatería evadiendo los problemas,
tomando licor, oyendo el fútbol, arreglando unos cuantos zapatos y
cuando podía se marchaba con algún amigo.
Corrían los años cincuenta, cuando Eva vuelve a quedar embarazada,
pero parece que la desgracia la persigue. A su segundo hijo le ataca la
peste del Polio y el hermoso niño queda paralizado de la cintura para
abajo.
Eva se enfermó, una enorme depresión la llevó a estar internada en
el hospital; pero con ayuda de buenas vecinas y amigas pudo salir
adelante. Pero no fue así para Raúl, la anormalidad de sus hijos le
afectó tanto que se dedicó por completo al licor. Abandonó a Eva y
a sus dos hijos, dejó la zapatería, el barrio, sus amigos y se desterró
en los bananales de la zona de Limón
Sin embargo, Eva echó mano a sus costumbres; sus raíces fuertes
nacidas desde lo más profundo de las montañas. Sus vivencias de
niña la hacían cada vez más fuerte. Sepultó sus temores y pensó en
sus hijos, ya que los amaba a pesar de sus limitaciones.
Raúl se marchó y no le dejó ni un cinco; pero ella había aprendido
algo del oficio de zapatería. Echó manos a la obra y volvió a abrir las
puertas de su casa que también eran las de la zapatería. Como pudo,
con madera y pintura hizo un rótulo "SE ARREGLAN ZAPATOS
DE TODA CLASE, SE COSEN SUELAS Y SE LES CAMBIA EL
TACÓN".
Los vecinos al ver el rótulo se asustaron, sabían que Raúl no vivía
ahí; cuando se dieron cuenta que era Eva la que ofrecía los servicios
de zapatería la miraron mal, ya que ese no era un oficio para una
mujer.
Poco a poco los vecinos fueron entendiendo la situación de ella y
empezaron a llevarle zapatos. Según contaba ella a su vecina, amiga y
confidente; que la gente le llevaba a arreglar no sólo zapatos, sino
zapatillas de mujer, zapatos de charol, botas de gamuza, hasta bolsos
y maletines. Tenía tanto trabajo que habían días que no podía
atender bien a sus hijos, pero ella se las agenciaba para cumplir con
todo.
Por las noches, ya cansada, se quedaba dormida al lado de sus niños
y pensaba en Raúl, deseaba que volviera, que se diera cuenta que los
niños no eran un obstáculo para ser feliz y que el trabajo aunque era
duro no faltaba. Eva no se explicaba porqué aquel hombre que una
vez le dijo que la amaba y que pasaría el resto de su vida con ella, la
dejaba sola con toda la obligación..."Si Dios hizo a la mujer de la
costilla de un hombre, quiere
decir que somos iguales; pero el hombre marca la diferencia"....esto
lo susurraba hasta quedarse dormida.
Los niños crecían y cada día los amaba más. Ellos le devolvían ese
cariño con muchas sonrisas. Pensó muchas veces en ir a buscar a
Raúl, decirle que sus hijos eran felices, que la zapatería caminaba
bien, que tenían clientela y un ahorro para comprar la casita donde
vivían. La vida le hizo grietas en su corazón y le dejó huellas, que
con el paso del tiempo se fueron borrando. Su corazón puro y sus
costumbres indígenas hicieron que luchara por sus hijos y los sacó
adelante con el futuro del trabajo de la zapatería.
Es importante recalcar que: "Cuando nos vemos en el instante de
elegir entre la felicidad y la desgracia, debemos seguir el ejemplo de
Eva la Zapatera, como la llamaban en el barrio". Esta amorosa mujer
luchó sin claudicar y transformó el sentido de por qué vivimos; en su
lucha prevalecieron sus raíces y el amor a su familia.
Raúl se enteró con el pasar de los años de todo el esfuerzo que había
realizado Eva, pero nunca tuvo el valor de volver a su hogar. Se
quedó solo en los bananales de Limón.
La del piso de tierra
Miriam Marín Bermúdez
GOICOECHEA
Que lindo cuando un día nos sentemos todos y todas a comer en
una mesa tan grande que quepan pobres y ricos, gente de toda raza,
color y religión; donde nos miremos a los ojos sin avergonzarnos del
que tenemos al lado.
Un piso de tierra, un fogón encendido, una mañana calurosa del mes
de abril, en un humilde ranchito de pedazos de madera y techo de
paja, a las once de la mañana, abrí mis ojos a este mundo, mis lágrimas surcaron mi pequeño rostro, como augurando una vida que
no iba a ser muy fácil, pues no fui bien recibida por mi condición de
mujer. Mi madre, una mujer sola con cuatro hijos más tres varones y
una mujer; "no quería tener mas mujeres", ese era su decir.
Mi infancia transcurre en época de posguerra ya que nací en el año
47, a dos años de finalizada la II Guerra Mundial, y ahí no más,
estalla guerra civil del 48.
Mi madre, una invasora de tierras, junto a otras mujeres tomaron una faja de terreno municipal en Goicoechea y levantan sus ranchitos de cartón y latas, mujer sin ningún grado académico, ni "conociendo la o por redonda", como decía ella; campesina, viuda de un
nicaragüense soldado sandinista, de los primeros y originales guerre-
ros que se levantaron con Sandino contra la dinastía de los Somoza.
Él vuelve a Nicaragua, dejándola abandonada, ella tiene que hacerle frente a la crianza y educación de esos cuatro muchachos,
lavando ajeno, limpiando casas y otros trabajos de servidumbre. Así es como siete años más tarde conoce a un seminarista fraile franciscano y
nace quien hoy cuenta su historia, siendo abandonada por este
hombre y obligada a no contar lo sucedido, pues este señor no quiso
reconocer la criatura que al mundo vendría.
Una boca más que mantener, y no muy bien recibida por sus otros
hermanos. Carita sucia, pies descalzos, una infancia con grandes
privaciones tanto materiales como afectivas. Contaba con apenas dos
añitos de edad cuando tuve mi primer encuentro con lo común de la
niña marginal, una agresión sexual. Mi madre, presta poco o ningún
interés al asunto. Pasaron tres años más, y vuelvo a caer en manos de
un abusador. Este individuo hizo fama en Costa Rica por sus
violaciones en la década de los cincuentas.
Él, ya tenía días de merodear nuestro humilde barrio, repartiendo regalos y dinero a los niños a cambio de algunos "mandados" y
"favores". Cierto día, de esos muy comunes entre los pobres más
pobres, cuando la despensa amanece vacía, a la "ingenua" de mi
madre le da un poco de dinero, y sale muy contenta a comprar algo
para el desayuno, dejándome a merced de aquel individuo. Este, me
tomó y me metió en medio de sus piernas, y comenzó a
toquetearme, y hacerme cosquillas, yo, como niña despabilada, ya
había escuchado de ciertas aberraciones y mañas que se le atribuían
de este hombre en particular...
¡Le solté un mentonazo de madre a todo galillo, y le grité sátiro! El
tipo me soltó, y huyo presto de lugar.
No volvió a nuestro barrio, hasta que en un intento de violación, la
víctima, un muchacho, luchó y el violador, al verse perdido se
suicidó.'
Así pasan los primeros veranos e inviernos de mi vida, con muchas
ganas de estudiar, llega el primer día de ir a la escuela Pilar Jiménez,
me levanto muy alegre, faltándome un mes para mis siete añitos mi
madre me pone el uniforme, un cuaderno y un lápiz... y para la
escuela.
Pero a mi, nadie me encamino en aquella ocasión, como a otros
niños y niñas, así que me perdí en la escuela y por azar entré al aula
donde estudiaban los niños y niñas más acomodados de Guadalupe;
imagínese que sería para mi ese año, con una maestra a la cual mi
pobreza le chocaba, pero no para bien sino para humillarme.
¡Lógicamente, perdí el año!
1 ......................Omito el nombre de este individuo, pues quiero evitar
implicaciones judiciales innecesarias. Aunque si es un hecho que este hombre fue un famoso
violador en los años cincuenta.
Volvió mi madre a matricularme en primero, esta vez las cosas cambian, mi maestra, en aquella ocasión, doña Carmen Rivas, se fija en
mi condición y de manera muy cortes me mandaba a su casa cerca
de la escuela a traer el café de las nueve para ella, y de rebote, mi
desayuno. Así, las cosas toman un rumbo diferente, pues llegue a ser
la primera de la clase.
Don Millón Gutiérrez, director de la escuela llega y nos hace un examen, cuando los directores eran directores, saque un diez y una
felicitación. Pase a segundo grado con notas de honor.
La niña comienza a triunfar, pero, siempre el pero, mi madre ya mayor, con una vida un poco golpeada, hijos con problemas de
drogadicción y alcoholismo, no me matricula el siguiente año, sino
que me envía a vivir donde una pariente cercana en una barriada de
Tibás2.
Comienza un calvario para mi, pues a mis ocho años, soy abusada
por el marido de esta, yo, cuando llegaba de noche me sentía morir
de miedo.
Así, asistía la escuela de Tibás. La maestra no entendía porqué yo no
podía concentrarme y me regañaba. Una de esas tardes, llegó un
hermano mío a visitarme, y me encontró tan delgada que me
pregunto por qué estaba así, y yo le conté todo. Furioso al enterarse
de los abusos, le miente a mi pariente, diciendo que me iba a dar un
paseo, llevándome de vuelta a mi casa. Lo que resta del año, tengo
que ganarme algún dinero, haciendo mandados y ayudando en casas.
Esto me lleva la casa de una maestra, ella, que era una excelente
persona, me pregunta si quiero seguir estudiando, y le digo que sí.
Ella me ayuda a matricularme el año siguiente en la Escuela Betania
de Montes de Oca en tercer grado, no le falle, y llegue a sexto con
muy buenas notas, descalza y sin uniforme, así pasé mis años de
escuela.
El día de la graduación un pariente me regaló el vestido y los
zapatos, pues en aquellos días las mujeres se graduaban con vestido
blanco... y como el primer día de clases, yo, Dios y mi alegría.
En secundaria, asistí un trimestre al Liceo Vargas Calvo, con grandes
ilusiones pues quería ser doctora, pero mi madre me sacó del
colegio, porque los zapatos que llevé, que ya de por sí eran de
segunda, se me rompieron.
A la edad de catorce años, trabajé en varias casas, y saqué permiso
del patronato y entré a trabajar al Gallito Industrial, que por aquellos
días
2 ...... Nuevamente, muy a mi pesar, evito decir quien fue este y otros
parientes, para evitar
problemas familiares.
quedaba en Guadalupe. Con mis primeros salarios y mucha alegría,
le puse luz eléctrica a mi casita, que comenzó a dignificarse, me
matricule en el Liceo Nocturno de Costa Rica. Cuando salía del
trabajo, me iba a estudiar, todo iba muy bien, pero mi madre, que
siempre prefería a los varones, no colaboraba conmigo
eficientemente; cuando regresaba por la noche, no encontraba nada
de comer, además de un ambiente netamente hostil. Tuve que salir
del colegio como siempre, las alternativas para un o una adolescente
en lugares de riesgo social, son muy, pero muy pocas.
Conocí al que sería el padre de mis tres hijos, un hombre de una familia de cierto renombre a nivel comercial por sus haciendas
ganaderas, con apenas 16 años me embarace de él, ya que no
entendía ni lo que hacía, pues en aquellos días, había mucha
inocencia e ignorancia con respecto al sexo; él me propone que tome
un medicamento que para que me "viniera la regla".
Yo no lo permití, pues estaba contenta de tener un hijo. Por
presiones y temor a mis hermanos, que eran de "armas a tomar", nos
casamos por la vía civil, ese mismo día, me dejó con mi madre, y se
fue de luna de miel con un amorío que tenía en su tierra natal.
Aquí, dio inicio para mi, un penoso calvario que duraría diecinueve
años, diecinueve oscuros inviernos de humillaciones por mi estrato
social, en medio de todo esto, se procrearon tres hijos de los cuales
me siento muy orgullosa, pues en ellos plasme parte de mis sueños,
ya que son ciudadanos que hoy le sirven a la patria. Un médico, un
abogado, y un estudiante de ingeniería de sistemas, que a la vez tiene
otros títulos técnicos.
Me divorcie de este hombre por recomendación de mi hijo el doctor,
así que me metí de lleno al servicio del Reino de Dios, en un barrio
marginal de Goicoechea, donde nadie quiere involucrarse por la
situación social que ahí se vive.
Comencé mi trabajo con un grupo de mujeres en condiciones de autoestima muy baja, a ayudarles a través de cursos de manualidades
acompañadas de la palabra de Dios, ellas prestaban sus casas. Me di
cuenta de que necesitaba estudiar, entonces saque el bachillerato por
madurez, a los 45 años ingreso a la UNED a estudiar educación.
Se me dio la oportunidad de trabajar como maestra en la Escuela
Cristiana de los Cuadros, y labore por espacio de tres años.
Tuve que elegir donde debía estar, en el trabajo social y de la iglesia,
o la educación. Salí de la escuela a continuar con mi labor pastoral,
sin goce de salario alguno. Deseosa de seguir superándome, mas, en el área
religiosa, ingrese a la Universidad Nacional de Heredia, saqué un
diplomado en Teología. Hoy, continuó estudiando, preparándome
mejor para poder entender la situación de genero, llevo cursos de
género en la UNA.
Dios y mi ministerio me han permitido viajar por varios países en
América Latina, en varios encuentros y seminarios.
Contraigo nupcias por segunda vez después de catorce años de
divorciada con un individuo que supo muy bien disfrazarse hasta de
cristiano, pero con un pasado de alcoholismo y violencia. Yo, con
cincuenta años, sucumbí como una adolescente, pero cual sería mi
sorpresa, tras descubrir en los primeros días de la relación, que este
hombre tenía una obsesión enfermiza con su hija. No pudiendo
superar tal situación, comenzó a agredirme sicológicamente, de una
manera tal que mi salud se comienza a deteriorar, hasta que de
nuevo, con la ayuda de mi hijo el doctor, este individuo abandona mi
casa al año de casado.
Yo, como persona creyente en Dios y el matrimonio, permití que
este individuo me siguiera visitando con la esperanza de un arreglo,
pero la oposición de su hija no permite que nada fructifique.
Deplorablemente, él me quería utilizar como amante, lo cual no
acepte. Uno debe de darse a respetar y no permitir abusos, por esto,
me divorcie; por respeto a mi misma y ejemplo a las mujeres con las
cuales trabajo para enseñarles que no debemos estar atadas por
cuestiones morales ni religiosas a quienes nos lastiman.
Mi trabajo en esta comunidad de veintidós años es voluntario, pero
creo que si Dios me ha dado tanto, quien mejor para entender el
contexto de un Barrio marginal, que quien viene de ahí, despegue de
un piso de tierra hasta las alturas... como el águila.
Concluiré con un poema de Ángela Figueras, extractado del libro A
Ras del Suelo, de Luisa González.
Otra Hermanillo:
Nació un buen día, como tanta gente, sin propia decisión ni regocijo.
Acaso oyó decir que su venida
no hacía malditísima la falta
Pero él nació, no tuvo otro remedio.
Descendencia de amor
Maríanella Castro Cortés
HATILLO 2, SAN JOSÉ
En un día bañado de sol, desde España, llegaron a las hermosas
montañas por los alrededores del volcán Irazú, Don José María y
Doña Anita. Educados, amantes de la naturaleza y su equipaje
cargado de ilusiones, él un señor alto, blanco y robusto, ella una
señora de finas facciones, bajita con su carita radiante de luz.
Hicieron de este lugar color de cielo, olor a hierba fresca y flores
multicolor; su hogar.
Ahí nacieron sus hijos, —uno de ellos mi abuela— le enseñaron la
vida a través de los campos, la leche y las estrellas. Se llenó de sabiduría, que la transmitió a mi padre, por cualquier cosa que tocaran
sus manos o de lo que hablara su boca.
A partir de ahí mi padre aprendió desde niño a luchar por la vida y
auto educarse, por aquellos tiempos no habían muchas oportunidades. Sin embargo, esa magia prevaleció en él por siempre. La lucha continua, lo hizo aprender un oficio, no tuvo la dicha de terminar la escuela, mas no desfallecer en su propia búsqueda de auto conocimiento, viajando por el mundo imaginariamente, a través de los
libros que le enseñó mi abuela y él aprendió.
Por otro lado mi madre, venía de un hogar humilde y luchador
también, con mucho orgullo, su padre se dedicaba a la panadería,
con el futuro de su trabajo mantenía su hogar, que a la vez sirvió para hacer de mi madre una mujer igualmente emprendedora, al igual
que mi abuelo.
De estas familias salieron los que serían mis padres en el futuro.
Transcurren unos años, cuando una bella mañana de abril mi madre
se ve sorprendida, al anunciarle su médico, que no era una sino
"dos" que venían en camino. Puedo ahora imaginar su cara entre
júbilo y preocupación, más aún, cuando tenía dos pequeños más que
la esperaban en casa.
Es así como llegarían "las gemelas", para completar la alegría de lo
que en adelante sería mi hogar. Tristemente al finalizar ese mismo
año vendría el deceso de mi hermanita, acompañado de un profundo
dolor para mis padres. Al cabo del tiempo vendrían dos hijos más
para engrosar la familia.
Sin darse cuenta papá y mamá trataron siempre de sobreprotegerme,
cada uno en su corazón, guardaban en silencio, el miedo a perderme
a mí también. Por mi parte sentía siempre, cierto vacío sin saber la
razón.
Pese a ello, no puedo olvidar, a la niñez que tuve llena de satisfacciones, el amor de mis padres y los días de campo que compartíamos
juntos. Recuerdo con cuanta alegría, los domingos, abordábamos un
tren con destinos diferentes, éramos una familia de escasos recursos
económicos, pero llena de ilusiones.
Tomábamos rumbos distintos... Ciruelas, Atenas, Orotina, Quebradas, Mata de Limón, Puntarenas, a veces a Guápiles, Limón, en fin
tantos lugares hermosos, que aún dichosamente se conservan. Mi
madre preparaba el sábado por la noche, el mantel, los utensilios, la
comida y los jugos en lata, nosotros los hermanos no lográbamos
conciliar el sueño de pensar en la gran aventura que viviríamos a la
mañana siguiente.
Al llegar al campo mamá preparaba la zona de almuerzo, claro está,
donde hubiera menos hormigas. Mientras papá junto a mis
hermanos, alistaba la caña de pescar ¡Qué nostalgia! Cómo recuerdo
los ríos, tan transparentes, cual si fueran cristal con múltiples
pececitos de colores, era tan niña, que nunca comprendí porqué,
papá nunca pescó nada... Después lo supe, respetaba enormemente
la naturaleza. Nos hacía pedir permiso, al entrar a cualquier paraje, le
pedía permiso al árbol para tomar uno de sus frutos, le
preguntábamos el ¿por qué? Y nos contestaba "son sus hijos",
permiso a la planta para arrancarle una flor, que con delicadeza, nos
la ponía, a mamá, a mi hermana y a mí detrás de la oreja para
adornar nuestra cabellera.
Corríamos por el campo, mojábamos los pies sentados en las piedras
al frente de una cascada; solíamos compartir historias con
campesinos de gran nobleza, que nos encontramos en tantos viajes
interurbanos que hicimos.
Recuerdo uno en especial, que donde quiera que esté, mando mis
bendiciones a él, pues una noche, su modesta casita nos brindó, en
lo alto de una montaña, en la Suiza de Turrialba. Desde sus ventanas,
se divisaba un paisaje imposible de olvidar, que hoy sería un "hotel
cinco estrellas", por la atención que nos dio, cual si fuéramos sus
amigos de siempre.
Aprendimos a contar las estrellas, a dibujar en la arena cuando
íbamos a la playa, y en el campo aprendimos a descifrar el canto de
los pajaritos, a escuchar la música del viento, el murmullo de la
montaña, admirar el ganado, oír la chicharra y escampar bajo las
inmensas hojas del follaje mientras pasaba el aguacero.
Así fui creciendo bajo el cuidado de mis padres, su amor, sus
consejos entre varicela y paperas, con mano dura tratando de
imponer disciplina. Bajo angustias, limitaciones económicas y sus
propias frustraciones, nos enseñaron a seguir adelante, enfrentar la
vida, con honestidad, luchando por conseguir una vida mejor, nunca
pasar por encima de nadie y esforzarse por alcanzar las metas por
más humildes que estas fueran.
Al sobreprotegerme mis padres, no tuve muchos amigos, era tímida,
muy sumisa en mi adolescencia. Llegó el día en que me enamoré del
chiquillo que tuve más cerca y al cumplir los 20 me casé.
Ya eran otros roles que debía yo asumir, de esposa abnegada, la que
todos respetan, el ama de casa con su hogar hecho un "crisol".
Luego vinieron cada dos años tres hermosas hijas... eso bastaba para
ser muy feliz.
Actividades escolares, luego colegiales, seguía la madre, siempre dis-
puesta, con la dicha de tener como esposo un padre ejemplar, que la
"sociedad envidiaba". Las niñas felices del amor que les dimos,
nunca pelearon, se hicieron amigas, nunca hubo agresiones, se
repetía la historia, disfrutando de paseos los domingos junto a los
abuelos, los juegos de muñecas, con el vestuario de mamá,
brincando en la cama, amantes del gato y hasta del conejo.
Las niñas se convirtieron en mujeres, hoy dos se han casado y
mantienen su hogar; comienza otra etapa de abuela amorosa, la que
espera en su hogar. La familia ha crecido pues ya tengo dos nietos y
otro por llegar, que ha sido mi alegría.
Mas a diario en mi mente frecuento los viajes en tren. No está mi gemela, ya no está mi hermano y también perdí a mi padre. Recuerdo
el celaje, la misma montaña, el mantel en el suelo, la carrera debajo
del aguacero... ¡No quiero llorar! Pues ellos no se fueron, están en los
campos, están en el cielo, pero sobre todo viven en mí.
Llegué a los "cuarenta"y con ellos ansiedades, angustias, desvelos y
miedos. Me miro al espejo, toco mi piel, me descubro y me pregunto
¿Qué ha pasado contigo? ¿Dónde has estado, qué has hecho
contigo? ¿Dónde han quedado tus sueños? ¿Qué hay de tu alegría?
Entregaste todo... Bravo, ¿Y tú qué te dejaste? Fue como si el reloj
del tiempo hubiese apretado el automático de mi conciencia.
Mis hijas me aman, comparten conmigo y mis nietos son un amor.
Medito en mi cama, medito en la sala, me tomo un café. Han crecido
las hijas que hicieron su vida, ha pasado el tiempo y ¡he quedado
solo!
Mi salud se quebranta. Triste noticia, tumoración en el útero, hay
que estirar. Otra parte de mi ser hay que arrancar. En la cama del
frío hospital, casi sin fuerzas, de regreso al hogar, adolorida sin
deseos de luchar pasan los días. Hasta que un día el dulce canto de
un pajarito al anunciar la mañana alegremente, hizo vibrar mis
sentidos, haciéndome reaccionar. Poco a poco fui fortaleciéndome y
recobré mi salud.
Un día mi esposo con la calma que lo ha caracterizado siempre, me
dijo: "ya no la amo", claro también lo tocaron los años, sólo que no
quiso asumir el reto de envejecer conmigo. A pesar de mi dolor, él
no supo que esas palabras fueron mágicas para mí.
Recordé mis paseos de niña, las bellas montañas, los mares azules, el
color de las flores, el lanchón del Tempisque, las Playas del Coco, los
verdes campos que abundan en nuestra tierra y que aprendí a ver a
Dios en todo su esplendor y en toda su magnificencia, aunque yo no
había dejado de amar a mi esposo, era claro que él no quería
continuar conmigo, otro desencanto en mi. Después de analizar la
situación, advertí que en todo este tiempo, no había sabido equilibrar
mi propia armonía, dedicándome al hogar, el quehacer cotidiano, no
supe valorarme, no alcancé mis sueños, seguía en la misión de
esposa, de madre abnegada, pero al final los hijos crecían, se iban de
casa y... Aun seguiré siendo la madre hasta el final de mis días, pues
el amor es el único que lo trasciende todo y prevalece.
Hoy soy feliz, gracias a la Creación, gozo de buena salud, Dios me
ha dado otra oportunidad, tengo que aprovecharla. Se ha
rejuvenecido mi espíritu, trato de cumplirme metas a corto plazo.
Disfruto de todo lo bello, mis hijas son mis amigas, a ellas les cuento
mi experiencia, les aconsejo, dejen un espacio en sus vidas para
desarrollar sus talentos y también para amar y valorar la amistad.
Fuimos creados para cumplir una misión, más aún disfrutar del amor
en todas sus facetas, de padre, de madre, de abuelo, de hijo, de
hermano, de amigo y también de toda la naturaleza.
¡Ahora ya es tiempo! Las hijas crecieron, me tomaré mi espacio, para
actuar y soñar. Sé quién soy un cuanto valgo como persona y mujer.
El cielo tiene nuevos matices, siento el aire que refresca mi cara, el
agua no golpea mi pelo después del chaparrón, se alisan en mi rostro
las líneas de expresión pues "esas" salen del alma. He conocido
nuevas culturas, asisto a seminarios de interés, amo la poesía,
disfruto del arte y un buen libro en mi cama, soy voluntaria del
ambiente, aporto un granito de arena a las nuevas generaciones y así
comparto con la naturaleza. He conocido toda la energía que se
mueve debajo de los rayos del sol.
No lamento lo vivido, de error, angustias y penas, pues también tuve
alegrías infinitas. Todo esto me hizo crecer. Es lo que intento
enseñar a mis hijas, después de que ellas también tuvieron sus paseos
en familia, a la vez disciplina. Quiero que sean tenaces, luchadoras,
buscadoras de sueños y los realicen, pero sobre todo que sean muy
felices, se sientan satisfechas con ellas mismas y hagan de sus hijos
personas de bien.
En estos días la sociedad está dando muestras de una enfermedad
que quizás se venía incubando desde la niñez, así se refleja con la
agresividad y descontento, además de problemas cotidianos en los
que somos bombardeados a diario, demuestra la falta de amor y
valores dados, desde que éramos niños.
Los viajes en tren que hacíamos en familia, y mis abuelos marcaron
mi vida, pese a los regaños para lograr disciplina tuvimos amor.
Fueron las bases para construir nuestro destino, aun cuando los roles
de la vida nos lleven por caminos distintos. Esas "vigas" siguen en
pie, aún continúan manteniendo derecha, la construcción. Aquellos
paseos en tren fueron simbólicos.
Es la vida un ir y venir por distintos destinos, de estación a estación,
de múltiples paisajes de luz y de sombras, sensaciones de miedo
entre túneles y puentes, conociendo lugares y gentes.
Por la ventana, observamos durante el viaje, las cosas que
quisiéramos tocar con las manos, y no podemos alcanzar, pero si
paramos en una estación, lo logramos. Compramos el boleto al
abordar conocemos la ruta hacia donde iremos, lo que contará es la
experiencia vivida, de retorno al hogar si disfrutamos el viaje.
¡Cuánta añoranza! ¡Cuánta nostalgia! De mis viajes en tren que tanto
"amé". Como recuerdo, las descripciones de las flores, del ganado en
pie, los bellos paisajes que me daban mis abuelos y padres durante
los viajes, el amor con el que se referían a los campos, y a las gentes
que conocimos. Ese mismo respeto y amor, siempre han estado
conmigo, en silencio viajando en mis venas, como los viajes en tren.
He llegado a pensar que así como son transmitidas las enfermedades
por la sangre podría porque no circular el amor. No es censurable
que los padres dejemos a los hijos bienes materiales.
¿Por qué no pensar en dejar a los hijos un legado mejor?
Una buena enseñanza y unos genes de amor.
CONCURSO
Mujeres,
Imágenes y
Testimonios
TESTIMONIOS
CATEGORÍA
PROCESIONAL
La hora del café
Carla Ramírez Brunetti
SANTO DOMINGO, HEREDIA
Son las tres de la tarde, el aroma a café se esparce como incienso y
mi tía Nena nos llama a la mesa. Por un momento, todas las chiquitas dejamos a las muñecas tiradas en el suelo y corremos a sentarnos a la mesa. Mis primas, para ese entonces jóvenes recién casadas,
también ocuparon sus espacios, las otras dos invitadas de siempre
eran mi mamá, mi abuela mamita y mi hermana Mariselle, seis años
mayor que yo.
La platica comenzaba a darse de manera espontánea: que las
chiquitas hicieron esto, que las vecinas hicieron lo otro, para
irremediablemente caer en el tema que antes se llamaba de hombres
y mujeres y que ahora le han puesto de "género".
En esos años de cuando yo era chiquita, estaba de moda Simone de
Beauvoire, de Krisna Murti, de Yolanda Oreamuno, y mi tía, una
mujer absolutamente transgresora de su tiempo, comenzó a leerlos y
a hablar sobre los libros en la sobre mesa del café, todas la escuchábamos con atención y el tema generalmente terminaba en una gran
discusión acerca de la necesidad de la liberación femenina, lo estúpido que era el machismo y lo ridículos que eran los esposos de las
mujeres de esa mesa. Algunas veces la tertulia terminaba con
enardecidos discursos feministas llenos de odio y resentimiento,
otras veces terminaban en carcajadas burlonas.
Eso sí, recuerdo claramente a las adultas decirnos que eso no eran
temas para que las chiquitas estuvieran oyendo, que regresáramos a
jugar, pero nunca hicimos caso y fue obvio que ellas tampoco
insistieron.
Son las seis, ya está oscureciendo, el cotorreo debe concluir, por supuesto que el café hace horas se acabó, la mesa está llena de boronas
de pan, mi abuela es la primera en abandonar la mesa y dirigirse a la
cocina, hay que preparar la cena y a ella le siguen todas las demás,
incluyéndonos nosotras, las chiquitas, que entre bostezos nos
marchamos de la mesa.
Con los años las chiquitas nos fuimos haciendo grandes, y con la
edad nos integramos a las charlas del café de las 3. Han pasado 20
años desde aquellos días, algunas han muerto, otras se divorciaron y
otras nos casamos y tuvimos hijos, lo que no ha cambiado para nada
es nuestro profundo cariño para esa hora del café, ese café cómplice
de gratas pláticas, tertulias de mujeres y para mujeres, un espacio
femenino, ruptura del silencio.
Mis tres mamás
Siempre me ha sorprendido la manera maravillosa en que algunas
mujeres le enseñan a sus hijas a ser mamás. En mi caso soy hija de
una mujer divorciada que siempre tuvo que trabajar para
mantenernos a mi hermana y a mí, de papi no les digo nada porque
el relato es de mujeres, no porque él no se mereciera que yo contara
su historia.
Para mí es maravilloso recordar a mami preparando nuestras fiestas
de cumpleaños: un mes antes comenzaban los preparativos: las
bolsitas, la piñata, las sorpresas, que en aquellos días se
confeccionaban con tubitos vacíos de papel higiénico forrados en
papel de regalo, el queque, los globos, los manteles y hasta los
vestidos que llevaban las botellas de refresco... eran fiestas preciosas
y hechas por una mujer que trabajaba como secretaria fuera de la
casa.
Claro, hay que reconocer que mi mamá tiene el don maravilloso de
tener unas manos de artista, así es como siempre la vi lucirse, ya
fuera vistiéndome de ángel para el corpus o de campesina para el 25
de julio, sin embargo los dos trajes que mejor le quedaron fue el de
india y por supuesto el de española, porque yo a pesar de ser
morena, quise salir de Española y mami fue a hablar a la escuela para
cumplirme mi sueño.
No importa cual sea la ocasión: quince años, bautizo, despedida,
boda o entierro, ahí siempre ha estado mami con sus manos
cariñosas haciéndolo todo bonito. He de decir que en esta labor de
ser madre, mami no estuvo sola, la ayudaron Mamita, mi abuelita y
mama nena, mi tía, por eso no es casual que sus nombres estén
relacionados con la palabra mamá.
Mientras mi mamá me enseñaba lo importante que era estudiar, cultivaba mi autoestima, se encargaba de ser el más especial San Nicolás
del barrio, me enseñaba la oración de la noche y me mostraba como
se aman las flores, los animales y los niños, mi abuela me enseñaba
otras cosas: mientras palmeaba tortillas, o serruchaba una madera, o
reparaba un santo roto de su viejo portal, ella me enseñaba que
nunca había que dejarse de nadie, que nada era imposible y que si
había que hacerlo, fuera lo que fuera, yo iba a poder hacerlo bien.
Claro, también aprendí de ella que uno no se anda deschingando
enfrente de toda la gente, que para eso están las puertas, para
cerrarlas y que a uno nadie lo toca sin que uno quiera.
Por su parte mi tía también se las traía conmigo, de ella aprendí el
amor por la lectura, por el arte y por la música, ella era tan bonita
que yo siempre soñaba que cuando fuera grande iba a ser como ella,
seguro fue por eso que desde que yo tenía 6 años decidí que iba a
fumar cuando tuviera la edad suficiente, tal vez así me iba a ver tan
bella como mi tía cuando fumaba. Pero lo que más me enseñó con
su ejemplo, fue lo que significa la palabra lealtad, el significado de
guardar un secreto y lo importante que es ayudar a otros para ser
feliz, todavía la recuerdo rescatando las hormigas que corrían peligro
de ahogarse en el lavatorio, y así como rescataba hormigas nos
rescataba a todos de nuestros problemas y pesadumbres.
Que mujeres han sido esas tres, como las recuerdo, como las admiro,
como las quiero, aunque ya no están físicamente conmigo las veo
todos los días, cuando les enseño a mis hijos que significa adoptar un
gatito, leer un buen libro o simplemente cuando les preparo una
ricas tortillas.
Gracias a ustedes tres, las amaré siempre.
Las pieles de mi vida
Roxana Gómez Zúñiga
GOICOCHEA
Mi voz, mi palpitar, mi cuerpo... mis luchas, mis sueños, mis
búsquedas, mis abrazos, mis encuentros y desencuentros me pregunto qué de todo esto puedo darle a mi hija para que lo recuerde con
orgullo y le sirva aun cuando yo no esté y se lo de a su hija y así su-
cesivamente.
Lo pienso y busco, y mientras eso pasa, me veo como una cámara en
retroceso desde que estaba en la escuela y mi maestra que nos enseñaba las tablas en la Escuela Vitalia Madrigal, haciendo un concurso
entre todos los compañeros, me veo cuando llegó mi menstruación a
los 9 años y no sabía qué significaba eso en mi vida, me veo cuando
hice la primera comunión y pensé que la pureza era un valor que
amaba... Me recuerdo cuando estaba en el colegio luchando por
obtener mi bachillerato en conjunto con mi grupo de compañeras,
también me veo cuando nació mi hija y me vi joven, sola y
abandonada.
Aun ahí fui fuerte, me enfrenté a mi experiencia y luché por mí y por
mi hija, pero postergué mi vida por la de ella, pensé que ella era mi
vida y por supuesto que me equivoqué, porque ninguna vida puede
ser a través de otra. Cuando mi hija creció me demandó su identidad
y que no viviera su vida, entonces me pregunté; ¿Quién soy yo? ¿A
qué grupo pertenezco? A esas preguntas solo podía recordar
adjetivos laborales, o de parentesco. Tenía 30 años y no tenía timón
en mi vida, no había verdad, chispas incandescentes que llenarán de
fuerza mis entrañas.
Entonces empecé a buscarme y solo veía que entre más escarbaba lo que encontraba era pieles con acentos diferentes, como cuando
alguien se desviste y tiene debajo muchos, muchos trajes. Los trajes
me tenían disfrazada y yo creía que era eso, pero cada vez que me
adentraba en cada una de las telas de los trajes y levantaba la tela,
encontraba mis heridas más profundas, que nunca había curado y
que todavía sangraban. Entonces entre las telas, mi confusión, mi
dolor, empecé a entender que nada de lo de afuera me podía dar lo
que necesitaba, porque debajo de los trajes estaba lo más importante
de mí; la fuerza, la valentía, mis especialidades como ser que me
diferenciaban de todos los demás seres del mundo, mi creatividad
para buscar caminos donde no tenía salida visible.
En todo este trayecto, siempre buscaba lazos con personas iguales a
mí, y por eso creí que mi vida no sería completamente feliz si
pensaba solo en nosotras, porque no había nada como la felicidad de
muchos que tenía mas potencia y verdad.
En el barrio muchas personas no me creyeron y me vieron como alguien extraño, en la vida he aprehendido que el ego es el peor
enemigo de la felicidad. Al final quedaban mis esfuerzos perdidos en
el olvido como si nunca hubiera pertenecido a ese espacio o a ese
proceso.
Muchas pieles; eso es lo que hemos de pasar para entender que lo
único verdadero es el vivir hoy con lo que tenemos, porque en
nuestro recorrido por la vida nos confundimos pensando que
tenemos que fundirnos con nuestros roles, trabajos, atributos y
después cuando eso de lo que nos atamos se desmorona recordamos
que tenemos que cambiar de piel.
Hoy creo que lo que más importa es lo que vamos siendo sin equipaje, esa luz que nos permite abrir los ojos cada mañana, aunque no
tengamos claro lo que va a pasar ese día o cómo llenaremos nuestros
estómagos mañana. Pero con certeza de que podemos aprender de
lo simple y de las señales que el drama pone frente a nuestros ojos.
Hoy que es vísperas de agosto de 2004 sabemos que hay una señal
muy clara en el destino de los costarricenses y es el Tratado de Libre
Comercio, una señal que nos predispone a un futuro incierto y que
nos insta a la cooperación.
La cooperación es un valor del cual debo y debemos aprender todos
y todas porque también implica cambiar de piel... la piel del
individualismo y del consumo que nos hace pensar que somos lo que
tenemos en relación diferencial a los demás. Debemos aprender a
ser, a existir con paz como lo hace una flor, una sonrisa, un abrazo,
una virtud.
¿Acaso el pertenecer a un grupo, a una clase, a un cuerpo, a una profesión, a un territorio, a una silla, a un abrazo, a un hijo o a una
madre, nos define?
Somos lo que vamos siendo en el viaje, hija mía, sin apuros ni ansiedades, porque todo es disfrutable en el camino si lo vemos con la
inocencia de un niño, así que cada experiencia en el drama nos da
alternativas para aprender en forma de juego, porque la vida tiene
una didáctica magia. Por eso debes tener mucha fe en lo que nos
enseña la vida, en ver y leer sus signos, para que cuando el camino se
vea oscuro y perdido la magia de la vida te abra un nuevo sendero y
siembres un nuevo árbol.
Quisiera dejarte mucho hija mía, pero sé que lo más que te puedo
dejar es la certeza de que estaré en tu sonrisa, en tu orgullo de vivir,
de ser, de imaginar mundos, de crear ambientes. Porque todas las
mujeres somos una, en cada una estamos todas, y sé que en el
camino más de una va a ser tu madre, y yo seré hija de muchas,
porque en la vida el viaje es así; nadie está seguro de su papel hasta
que le toca y lo que queda es deslizarse en ese sube y baja
suavemente, despacio.. Con alegría.
No olvides a tus abuelos, a tus bisabuelos, a tus tíos, a tus primos, a
tus vecinos... porque todos están y estuvieron ahí por alguna razón, y
seguramente los veremos nuevamente en el camino. El mundo se
muestra de una forma cuando somos niños y cuando somos adultos
la experiencia de vida es diferente, pero igualmente nuestras
intuiciones son las que nos marcan y nos enseñan a lo que debemos
decir un rotundo no y a lo que debemos acoger cálidamente en
nuestro abrazo.
Vida no es solo nacer, desarrollarse y morir, es sentir y vivirse en la
vida con conciencia.
Las semillas que te puedo dejar están sembradas en tu corazón en
cada recuerdo para vivir, para luchar, para cambiar de piel pero no
de esencia.
Hoy podemos ver y sentir que todo es viejo pero lo nuevo lo
hacemos nosotros cuando encontramos la intención que le da vida a
la acción, y todos y todas nos unimos a partir del mismo punto.
La sal de la vida la encontramos cuando nos unimos con un objetivo
y entendemos que no es el resultado lo que nos une sino el proceso,
entendemos que la piel que nunca cambia es la de la familia humana.
Esta familia existe desde siempre pero la empezamos a conocer a
través de muchos años de experiencia que nos ha quebrado los
estereotipos y el impulso del ego.
No te confundas en el camino, con el cuerpo ya que este envase muchas veces nos consume completamente y nos convertimos en
accesorios del envase por agradar a otros, anulando nuestra luz que
es la verdadera esencia.
Muchas pieles, las que cambian con el viento y que se cristalizan en
arrugas alrededor de nuestros ojos, las que se atan a nuestro cuerpo a
través del dolor, del rechazo, las que nos consumen por dentro por
nuestros propios sentimientos de destrucción, entre todas estas
pieles resurge la certeza de que existimos y se manifiesta en nuestra
sonrisa cuando despertamos y sabemos que no somos una repetición
del mercado.
Las pieles cambian, pero es cierto que en el camino tomamos pieles
que nos encarcelan, que nos desangran, porque toman de nosotras lo
mejor de la vida, haciéndonos entregar nuestra fe, a cambio de lo
básico para reproducirnos. Esas pieles tarde o temprano se
desvanecen pero nos hacen descubrir que ninguna circunstancia nos
define por completo.
Hay pieles que traemos de nuestros ancestros que definen nuestra
voz, nuestra forma de caminar, de aprender, de sentir, pero son
pieles que también cambian con el pasar del tiempo porque la vida
nos enseña que nosotros somos creadores de nuestro presente y por
lo tanto, también de nuestros hábitos y de nuestros actos.
Somos artífices de nuestro propio devenir, no estamos hechas nos
hacemos día a día, unas a otras, a través de las miradas, los gestos, las
intenciones, los movimientos... somos masa incandescente que se
transforma día a día en atardecer... en poesía y no olvides repasar tus
vestidos para limpiar la piel y que los poros respiren la fuerza de tu
otro yo.
Con amor para todas mis hijas, mis hermanas y mis madres.
CONCURSO
Mujeres,
Imágenes y
Testimonios
TESTIMONIOS
CATEGORÍA
MIGRANTE
Mujer de barro y maíz
Ana Patricia Urrutia Pérez
GUATEMALTECA, RESIDE EN SABANILLA SAN JOSÉ
He conocido y escuchado a muchos inmigrantes, pero a quien mejor
conozco, es a la mujer con cuyos dedos escribo. Sí, yo.
Les contaré que mi primer apellido es de origen vasco y significa
"más allá de los castaños", el segundo, es el gentilicio de algún Pedro,
ojalá no sea el de "Alvarado El Conquistador".
Mis padres tienen los ojos claros, al igual que los tuvieron mis
abuelas, pero la amalgama de rasgos indígenas mayas: piel dorada,
pómulos angulosos, pelo lacio oscuro, resaltan notoriamente en mi
familia, en mi persona y en mi ser.
Dicen que mi patria es "El País de la Eterna Primavera", efectivamente mi primera infancia discurrió a orillas del lago de Amatitlán, con el volcán de Pacaya amenazándonos o guardándonos las
espaldas. Quién sabe.
Empecé a conocer la solidaridad y el servicio desde que tengo memoria. Cierro mis ojos y veo a mi madre alfabetizando y enseñándoles lo básico sobre higiene y salud a las campesinas quinceañeras que
bajaban del monte a emplearse al pueblo.
Miro también en mi mente a mi padre corriendo veloz en dirección
al lago, volando el reloj y la camisa por los aires y tirándose al agua.
Siempre lo buscaban para que sacara a los bañistas o pescadores que
se estaban ahogando. No era precisamente el salvavidas, era el jefe
de la" Planta Termoeléctrica Laguna" y los trabajadores le tuvieron
siempre un gran cariño, por su trato humano y amable, hasta que se
jubiló.
Crecí un poco y mi familia se trasladó a la ciudad capital. Entre hermanas, tías y primas se hacían intercambios de zapatos, vestidos,
abriguitos de diciembre... lo que ya no le quedaba a la una, le venía a
la otra y también se compartía con los que pedían "por amor a Dios"
y respondían "que Dios se lo pague".
Es aquí, en la ciudad, donde entran en mis recuerdos "los inditos",
personas descalzas que medio pronunciaban un mal español, con sus
vestidos "típicos", las mujeres con sus hijos a la espalda, un pesado
canasto en la cabeza y todo el desprecio y el oprobio a cuestas.
Traían de sus aldeas las verduras, el güisqui', el guicoy, los ejotes, el
chilacayote, el ichíntal... las frutas que cultivaban, la artesanía que
producían y eran prácticamente los únicos vendedores en los
mercados.
Decían que los indígenas eran sucios, haraganes, borrachos y por supuesto eran tratados como personas de tercera, (hasta la fecha) Eso
era lo que yo de niña escuchaba. Sería por eso que siendo hija de "La
Tierra del Quetzal", los únicos pájaros de estos que vi, fueron los
que estaban disecados en el Museo de Ciencias Naturales.
Crecí otro poco y en la escuela y colegio al que asistí, las religiosas
que lo dirigían regaron las semillas sembradas en mi interior por mi
familia. Ya en los años del bachillerato era optativo hacer un servicio
social durante las vacaciones, en las aldeas de "Uxpantán", noroeste
del país, e incluso recibimos un curso de idioma Quiché (principal de
23 idiomas y dialectos que todavía se hablan)
Crecí un poco más y entré a la "Universidad de San Carlos" en 1970.
Por esa época era imposible quedarse de brazos cruzados ante las
injusticias, la perversidad y la demencia con que habían estado
actuando los gobiernos (la mayoría militares) representantes de los
intereses de la oligarquía. En ese tiempo el ejército absorbía la
mayoría del presupuesto nacional, mientras la ignorancia, el hambre
y la miseria hacían presa del 90% de la población, que era aborigen.
Varias amigas y amigos del cole se fueron "a la montaña" (a la guerrilla), compuesta en su mayoría por indígenas que actuaban en defensa
propia y de sus familias ante las continuas agresiones del ejército.
Contradictoriamente los soldados rasos también eran y son puros indios, pero los altos mandos han sabido manejar muy bien la
maquiavélica táctica de "divide y vencerás", además de someterlos en
los cuarteles a una total bestialización.
Nunca olvidaré el embeleso y la ilusión de mi primer novio, su
alegría contagiosa, las fiestas a las que fuimos, las reuniones, su
conciencia social y compromiso incondicional con los desposeídos.
El se unió a los insurgentes y muy joven fue asesinado, cayó bajo
una ráfaga de metralla.
Crecí por dentro, ya que por fuera medía lo mismo que hoy: metro
setenta; sentí que ya era grande y me casé. No por ello dejé de
colaborar, siempre que podía, en lo que creía que era justo, pero las
noticias de amigos y conocidos secuestrados, torturados y muertos
por las fuerzas armadas gubernamentales me helaban los huesos.
Fue impresionante divisar desde mi casa la fumarola negra que se
formó en el cielo, cuando el ejército quemó vivos a los campesinos
que tomaron la Embajada de España a fines de los 70 y a las
personalidades políticas que estaban allí reunidas, a las que se
solicitaba escuchar las quejas y peticiones del grupo, todos murieron
calcinados y entre ellos don Vicente Menchú, papá de "La Rigo"
como cariñosamente la llamábamos. Yo la había conocido en el colegio, cuando ella trabajaba de conserje y yo ya daba clases,
posteriormente fue nombrada "Nóbel de la Paz".
Dados los muertos que se iban sumando, las amenazas y desapariciones, hicimos valijas con el que era mi esposo y mis tres bebés y nos
fuimos para Nicaragua. Al poco tiempo nos dimos cuenta, por las
noticias y circunstancias, que éramos prisioneros del exilio.
Lloré. Muchas lágrimas enjugadas en solitario y silenciadas atestiguaron mi dolor. A Guatemala no podía llamar por teléfono, ni enviar
cartas, ni pensar en volver. Murió mi abuelita, se casaron mis
hermanos, enfermó mi papá y yo fui la gran ausente obligada. Me
cubrió un manto de soledad tan terrible que nunca pude superar.
No obstante, en Nicaragua seguí colaborando en estrecha vinculación con los amigos que vivían en Guatemala. Yo diagramaba y digitaba un folleto, con la retroalimentación que ellos enviaban, siempre
tratando de crear conciencia de la dignidad humana, la justicia y la
hermandad. Otros compañeros del grupo lo reproducían y hacían
llegar hasta el corazón de la selva, a las "comunidades civiles de
resistencia".
El presidente de turno había impuesto la política de "tierra arrasada",
según él para "quitarle el agua al pez" (los guerrilleros) Míseras
poblaciones eran regadas con gasolina y quemadas mientras
dormían; los sobrevivientes huían montaña adentro, "resistían" y
cumplían estrictas medidas
de seguridad, tanto así que muchas madres por hundir en su pecho a
los bebés cuando lloraban (y sabían que el ejército andaba cerca), sin
querer los asfixiaron.
Nunca quiero olvidar la lucha de mi pueblo por sus derechos, la sencillez de sus habitantes, a pesar de todo el sufrimiento que desde "el
encontronazo de culturas" del siglo XV empezaron a padecer y
continúan. Siempre he amado la simplicidad, no me ha tentado "el
tener" ni los lujos, o las "marcas" ni el consumismo de moda y
ejemplo de ello he dado siempre a mis cuatro hijos.
Para mí, es reconfortante sentir que si me tengo que cambiar de casa
o de país, lleno una maleta con ropa, unas cuantas fotos, algunos
libros y... ya. La vida simple de la mayoría de los habitantes de
"Guatebuena" me hace desear lo que expresa Machado en su verso:
"Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo, ligero(a) de equipaje,
casi desnudo(a) como lo(a)s hijo(a)s de la mar".
Deseo continuar siendo la mujer sensible hecha de barro (por mis
raíces judío-cristianas-españolas) y también la mujer modelada por
los dioses mayas con maíz blanco y amarillo, como cuenta el Popol
Vuh, libro sagrado de los indios Quichés.
Aunque siga creciendo en años, ya no en talla, me esforzaré por ser
siempre una caña de maíz que se mece al viento para no quebrarse,
que mueve todas sus hojas como manos queriendo abrazar y cuando
de la cúspide caiga la flor del Veroliz, deseo que una hermosa
mazorca se desvista y sus granos vuelen para germinar en amor,
comprensión y tolerancia.
"Tiosh Chagué Shnall Guill Vic".
Gracias por su atención.
amor insustituible
Paula Valeriano Padilla
HONDURAS
Muchas veces me he preguntado a mí misma, cual sería el amor de
mi vida que no podría sustituir. De inmediato pienso en mis hijos.
Por eso, hoy, recuerdo a mi madre.
Aprendí a quererla seguramente desde antes de nacer, cuando me
cobijaba en su vientre. En ese lecho cálido y líquido a lo mejor
escuché su voz y cuando decidí misteriosamente que ya era hora de
salir a la luz, ella, campesina sencilla, que ni siquiera conocía el proceso del parto, debió doblarse de dolor y luego presentir por primera
vez que alguien tan vulnerable, dependía de ella, de su pecho, de sus
cuidados, de sus desvelos, para continuar viviendo. Mi madre se
llamaba María Concepción Padilla, pero todos le decían "Conchita".
Yo fui la mayor de siete hermanos. Dos de ellos murieron: Hugo
Renato a los 8 meses y María Concepción al nacer. Ahora que ya soy
adulta mayor, me pregunto cuantas incógnitas quedarían sin resolver
con esas dos muertes inesperadas... ¿Cuán grande sería el dolor de
esa madre, que queda con cunas vacías, con ropitas aún perfumadas
a talco y frazadas que sus brazos amorosos los protegieron del frío?...
He buscado fotos de esos dos hermanos perdidos pero ha sido
inútil... Sin embargo, yo casi los podría describir porque mi madre no
se cansaba de hacerlo. Contaba que Hugo era de pelo crespo y suave,
cabezón, labios grandes y piel canela, tan gordito que se le hacían
hoyitos en los codos y en las manitos. Cuando murió, no caminaba
todavía, pero ya gateaba por toda la casa y tenía ojos con pestañas
rizadas. Lo que no dan las fotografías, lo suple la imaginación. A la
niña que murió al nacer, la describía ella, como un manojito de carne
tan linda como un ángel y que por eso Dios decidió llevársela.
La muerte de sus dos hijos, fue una de las tantas batallas que le tocó
librar a lo largo de su vida. Perdió a su papá, quien era líder político,
en una atroz paliza que le dio la Policía Montada de aquel tiempo. Mi
abuela se volvió a casar y el padrastro no fue precisamente dulce.
Después de un episodio, en que fue golpeada severamente por una
travesura infantil, mi madre, a los 7 años, se fue de la casa y se acogió
con un tío paterno. A esa edad, le arrimaron un banquito al fogón
para que lo alcanzara e hiciera las tortillas de toda la familia. Tenía
que ganarse el bocado. Como le gustaba andar bien vestida, le hacía
el oficio a un tío que quedó viudo. Cada adorno que se puso, los
cosméticos que usó, las cintas que trenzaron su cabello, le costaron
pedazos de vida.
Otra de sus grandes batallas, fue luchar contra las enfermedades. Era
hipertensa y diabética. Sin embargo, era muy estoica. Solamente la vi
llorar, cuando los médicos le dijeron que le iban a cortar una pierna.
Así como a otros les cuesta reír, a ella le costaba mucho llorar. Al
morir su esposo, mi padre, sus ojos se humedecieron, pero no
derramó lágrimas. Muchas veces la vi rezando, sus silencios se
hicieron más largos y su mirada se perdía en la ventana. Llevó su
viudez con honorabilidad.
Mi madre conoció al que estaba destinado a ser mi papá, vino en
unas vacaciones desde su aldea a la capital. Era el día de San
Cristóbal, el patrón de los motoristas. Él estaba haciendo una
carroza en su camión y cuando se percató de que era observado por
una joven, le dijo: "el otro año, usted me va a ayudar a hacer este
trabajo". Se casaron y él la llevó a vivir a su casa en el Barrio
Morazán, hizo el nido con ramas fuertes, tal como las oropéndolas,
allí nacimos todos y allí pastó su rebaño, hasta el día en que cada hijo
salió para hacer su propia vida.
Los siete hijos vinimos al mundo con partera, que era una señora llamada doña Leonor, enfermera de profesión, que atendía en la casa a
las señoras parturientas; por aquellos tiempos, eran raros los niños
que nacían en hospitales.
Me contaba mi mamá que cuando nacimos nosotros, se guardaba
una dieta de 40 días. Mi papá compraba las gallinas al por mayor,
porque la dieta alimenticia era exclusivamente de tortilla tostada con
queso, gallina de diferentes formas: ya sea en sopa, asada, jamás frita
y mucho chocolate con rosquetes de harina. Dios guarde, que la
nueva mamá comiera tamales o mondongo o alimentos verdes; eso
provocaría que las heces del recién nacido salieran verdes, lo que era
conocido como “mucle”. Se tapaban los oídos con algodón, se
amarraban la cabeza con un pañuelo y siempre usaban medias de
seda para evitar enfriamientos. A mí me pusieron al nacer, un gorro
de media para que la cabeza me quedara redonda, un fajero
alrededor del abdomen para tapar el ombligo, una pulsera de corales
rojos que indicarían si yo estaba enferma al ponerse pálidos, una
crucita en la cuturina de muselina para que no se acercaran los malos
espíritus y no olvidaré la bolsita de alcanfor para que ahí quedaran
atrapadas la bacterias y no me diera catarro.
Si lloraba mucho, es que iba a ser enojada y entonces, me daban un
chupón de “chichimora”, que es una planta amarga, que abunda en
mi patria, Honduras. Si no podría “hacer del cuerpo” , me daban
“maná”. Cualquier mujer embarazada de su primer hijo o
“primeriza”, tenía que cargarme en sus brazos por un rato, para que
no me diera “mal de ojo”; mi madre frotaba mi nariz con aceite
caliente, para que no fuera tan ancha, en vano intento, de hacerla
estilizada.
Por ser hecho la primera hija, y el ratón de laboratorio donde
experimentaron todas las cosas buenas y malas. Tuve, sin embargo,
la gran ventaja de que conmigo estrenaron el amor de padres. Yo
entendí que significaba ser madre, hasta que yo misma lo fui.
Cuando tuve la experiencia desgarradora de las contracciones del
parto, mi pensamiento entero estaba puesto mi mamá. Cada desvelo,
cada sufrimiento las enfermedades de mis hijos, cada alegría por los
pequeños logros, hace que me remontara de inmediato a la casa
donde estaba mi madre y de pronto, visualizada su rostro y entonces,
agradecimiento por haberme cuidado, alimentado, protegido,
regañado, en aterrizaban una sonrisa y que además me prometí a mí
misma, ser mejor hija, vestirla más, darle más abrazos, escucharla
con menos premura, ser más paciente con ella y con sus achaques;
promesas que incontables veces deje de cumplir.
El primer día después del parto, le dieron a mi pobre madre un
purgante con tres aceites: de castor, de ricino y de almendras.
Contaba ella, que eran tan gruesa la toma, que costaba mucho que
pasara por la garganta. Durante mi infancia, estuvieron ausentes los
besos. Hubo abrazos, apretones de mano, palmaditas en el hombro y
madre nunca me dijo: “te quiero mucho, mi hijita”. Sin embargo, las
acciones que aprendió para hacer más llevadera mi vida, la manera
como entretejió los hilos misteriosos de la trama de mi destino, la
cercanía de su presencia en los momentos más importantes, el
consuelo de su fidelidad hacia mí, me afirman categóricamente en la
idea que siempre he tenido de su amor incondicional. Nadie, en este
mundo, me amó como ella.
Si cierro los ojos para traer recuerdos agradables de mi vida,
aparecen tantas escenas deliciosas y sencillas, que me saltan las
lágrimas, pero si la evoco a ella, casi siempre sonrío, porque era tan
inocente en algunas cosas. Algunos procesos reproductivos o de
sexo, eran un misterio que no lograba resolver, se enredaba con
algunas palabras de difícil pronunciación y creía en fenómenos
sobrenaturales con una fe de labrador. Sin embargo, era tan sabia
para problemas matrimoniales, aconsejaba con tanta certeza a
personas más jóvenes, resolvía las incertidumbres y las indecisiones
de sus hijos con tanta justicia, que era admirada y querida por tanta
gente que la conoció.
Su principal cualidad a mi juicio, era su generosidad, nadie se iba de
su casa, sin antes haber comido. Ella decía que tenía ollas
maravillosas, porque se multiplicaba la comida al llegar un comensal
inesperado.
Conchita era cándida. Con esa candidez de la campesina hondureña.
Aparentemente se veía frágil. Sin embargo, para mí era una roca y
creo que esa es la imagen que todos tenemos de la que es nuestra
madre. Sentimos que allí está, que en cualquier momento, podemos
refugiarnos en su pecho, que ella puede resolvemos cualquier
problema, con ella somos mayoría absoluta. Su amor es
incondicional.
Muchas, muchísimas veces, en los 60 años que tengo de sentir el sol
en mi cara, me he preguntado si mi madre, esa heroína anónima, de
una sociedad rural, con poca preparación académica, por no decir
ninguna, se habría arrepentido de haber tenido tantos hijos. Imagino
la lucha diaria de los quehaceres domésticos, el intercambio de
experiencias con las vecinas, la sabiduría que tuvo que emplear para
motivarnos al estudio, corregir la senda cuando mi camino y el de
mis hermanos, se torcía. Al hacer este viaje retrospectivo, en el relato
de este amor insustituible, me percato, con asombro, que ella es el
personaje que más admiro, porque en el proceso de vivir, he ganado
y he perdido con los seres que el destino ha aparejado a mi
existencia, pero con ella, sobresalen las luchas y casi siempre hubo
ganancia. Ella es el eslabón más fuerte en la cadena hereditaria. Al
besarla, yo besaba también a la abuela, la bisabuela, la tía, la hermana
mayor, y en
este marco azul y verde de este grandioso país, Costa Rica, al
recordarla, se mueven fibras sensibles de mi ser y vuelvo a escuchar
el susurro de las hojas de los pinos de mi patria, haciendo eco del
amor con el que deseo envolver a mis nietas.
Desafortunadamente, la última batalla que libró, la perdió. Yo fui
testigo presencial de su lucha por seguir viviendo y mi hijo mayor
también. Ambos vimos su esfuerzo extraordinario por respirar. Se
aferró a la vida con tantas ganas. Mi hermano Gustavo, no pudo
aguantar y a pesar de ser médico, y por lo tanto, acostumbrado a la
muerte, salió huyendo, exhausto de ayudarle en la lucha. Todavía no
me explico como hizo para prepararla junto con mi hermana Lizeth,
al partir ella a rendir cuentas al Padre.
Para mí fue una terrible experiencia verla morir. Mi hijo y yo, estuvimos a su lado, hasta que exhaló el último suspiro. Como no
recobró el conocimiento y tuvo una agonía corta, no pude decirle
cuanto la amaba y cuanto la extrañaría cuando ya no estuviera a mi
lado. Tampoco pude pedirle perdón por las malacrianzas que le hice
o cuando perdí la paciencia a veces con ella. Estar a su lado, en el
momento en que su alma abandonaba el cuerpo, en el instante en
que con ella se iba una parte de mi ser, me confirmó la idea de que
uno nunca está preparado para ese acontecimiento tan doloroso. Ese
misterio de la muerte es tan poderoso, que uno no lo puede
entender.
Ver ese cuerpo tan amado sin vida, como si fuera una muñeca de
trapo. Ya no sonríe, ya no se mueven sus ojos, su cuerpo va
perdiendo el calorcito, no oye ningún sonido. Tanto mi hijo como
yo, nos quedamos viendo a través de una cortina de lágrimas, con la
imagen distorsionada del uno y de la otra, con la certeza de que algo
se había roto. Con estupor, porque nos parecía mentira. Yo la besé y
le peiné su pelo suave y plateado, le bajé la ropa para que no vieran
los médicos sus partes íntimas. Un estudiante de medicina llegó y
confirmó lo que ya nuestro corazón sabía.
No importa cuanto hayamos hecho por su bienestar. En ese
momento tan crucial, uno se pregunta tantas veces, ¿ por qué no hice
más por ella?. ¿Por qué no le dije más a menudo cuanto la quería,
por qué no la llevé a conocer el Cristo del Picacho? ¿Por qué esperé
a que estuviera fría y sin vida, para acariciarla?....
Si tanto le gustaban los claveles rojos... ¿qué me costaba comprárselos siempre, sólo para ver la sonrisa maravillosa iluminar esa cara
que ya no tiene expresión?
Se fue y me dejó sola. Toda la vida estuvo a mi lado, en las buenas y
en las malas y me enseñó tantas cosas. Sin embargo, ella se quedó
viviendo en mi cuerpo, en el de mis hermanos Jorge, Alfredo, Lizeth
y Gustavo, en el de mis hijos Carlos, Iván y Claudia y sigue viviendo
en mis nietos y sobrinos. Allí están sus genes. Allí habita su herencia
biológica y su herencia emotiva también.
Más que nunca, he observado, que después de su partida, los hermanos nos parecemos más a ella, usamos sus refranes, cocinamos con
los sabores de ella, queremos más a las personas que ella apreció,
guardamos tarjetas de difuntos, tal y como ella hizo toda la vida.
Jamás olvido el momento en que me tocó ver sus tesoros: allí
encontré fotos de sus hijos, la mía de mi primera comunión, cuando
me casé, un diente de leche, calificaciones de la primaria amarillas del
tiempo, el pañuelo que usaba mi papá, frasquitos de perfume vacíos
y otras cositas sin valor económico pero invaluables en lo
sentimental. Al abrir esa caja, todos mis sentidos se agudizaron al
recordar su perfume, pero eso me ayudó a sentirla cerca de mí, y a
recordar la suavidad de sus manos y el timbre de su voz y a
prometerme a mi misma, que mis hijos iban a ser amados, de la
misma manera que ella me enseñó.
Entonces descubrí una cosa interesante. Yo no podría ser la misma,
después de perder a mi madre.
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TESTIMONIOS
CATEGORÍA
AFRODESCENDIENTE
El negro en mi vida
Gladys Trigueros Urnaña
MORAVIA, SAN JOSÉ
Mi niñez transcurrió, entre períodos tristes y alegres. A mi mente
acude, entre otros, un recuerdo que nunca me abandonó y al que,
ahora, anhelo haberle prestado la atención que merecía y asimismo,
darle en el presente y futuro, el interés que debí tenerle en el pasado.
Un recuerdo que, a través del tiempo, acicateó mi vida, mis vivencias
y mis sentimientos, me hizo volver mis ojos hacia atrás, buscando mi
origen, mis raíces: mi abuela negra.
Vivíamos en lo alto de la Comandancia de la Provincia de Limón y
aledaño a la cárcel de varones negros, año 1948. Mi padre trabajaba
allí, en el puesto de Segundo Comandante. Yo tenía escasos cuatro
años; recuerdo palmas y lenguas rosadas en un fondo oscuro, rostros
que me impresionaban y enormes cuerpos.
Un día, un amiguito de mi edad y yo, jugábamos con una bola, la
única que poseíamos y ésta, se nos fue al patio de los presos de raza
negra. Agarrada a los barrotes de la escalera en caracol, yo gritaba
pidiéndoles nos devolviesen la pelota, lo cual no hicieron y se pusieron a jugar con ella. Yo lloraba pero de nada me valió. Guardé por
siempre ese mal recuerdo pues a mis pocos años, me sentí rechazada
por los negros y así, viví, confundida toda mi vida.
Mi abuelo materno trabajó en el ferrocarril al Atlántico y se pasaba
contando historias sobre los negritos de Limón, entre ellas, la de una
negrita, María, cuyo esposo le dijo: no botes la calalu (colchón) "y
siempre lo hizo, sin saber que en éste, él había guardado, su dinero,
costumbre de la gente antigua de proteger de esta manera sus
monedas. Abuelo Julio se pasaba sus tardes, tratando de enseñarnos a hablar
"pitinglish" como decía él y hacer que repitiéramos el uan, tu, tri, for
hasta llegar a ten. Esta era una de las ocasiones agradables en las que
yo me esmeraba por aprender pues me imaginaba ser "intelectual" de
un idioma desconocido.
Transcurrió el tiempo y con el paso del mismo, poca o casi ninguna
relación tuve con gente del mal llamado "color", los veía lejanos,
como de otro mundo; tampoco busqué amistad con ellos. Los
saludaba por cortesía; sólo acude a mi mente, la imagen de una
compañerita de escuela, llamada Déborah, la cual era muy simpática
y buscaba mi compañía y aún no sé por qué.
Algunas veces, mi madre me decía que yo era trompuda como los
negros, poseía trasero de negra y también, los chombos (parte
naciente de los brazos) Ella se regocijaba en manifestarlo
constantemente y no me explicaba por qué, sólo sonreía con gozo y
me daba una palmadita. Yo me enojaba que me hiciera eso y me lo
dijera. Lo detestaba, aún sin comprender su trascendencia. El
recuerdo de antaño de los presos negros me sacaba de quicio y que
me comparase con ellos, peor.
En mi juventud, una prima se enamoró de un negro. Como era de
esperar, la familia escarmentó el rechazo hacia él y por ende, yo,
también lo experimenté. Al ocurrir esta situación, mi madre y mi
abuelita, sacaron a relucir algo que tenían guardados en sus
corazones y a esa fecha, no lo habían externado. Mi progenitora me
dijo que, una vez, casada yo, iba a tener un hijo negro y que no me
extrañase de ello porque esta herencia se daba en la cuarta
generación. Yo, sobresaltada, inquirí el por qué. Fue entonces,
cuando ellas dos, me descubrieron que mi tatarabuela era de raza negra, procedente de Colombia y de origen afro caribeña, quien se casó
con un hombre español y por el que predominó el color blanco en la
familia. El cabello ensortijado fue heredado por mi abuela Celina y
ella se enorgullecía en decir que era negra. Y, en la actualidad, varias
de sus biznietas lo poseen, así como el color de piel, mulato claro.
Viví con ese susto en mi corazón, un hijo negro me aterraba. Quizá
el mal recuerdo de mi niñez me perseguía.
Llegó el momento de mi primer matrimonio. Mi madre, siempre soñando con su nieto negro. Siempre, atosigándome que no me
asustara si uno de mis hijos fuese de ese color. Y yo, con cada
nacimiento, me estremecía y rechazaba la idea con honda
desesperación. Y pensaba: ¿qué diría mi esposo, su familia o mis
amistades? Jamás creerían que era hijo o hija de él, ya escuchaba las
burlas al respecto y ¿qué, sentiría yo, si eso ocurriese?, ¿Cómo reaccionaría ante el recuerdo de mi infancia? Mi esposo
sonreía y decía: si es así, lo aceptaremos".
Nació mi primer hijo y respiré tranquila, sólo su cabello negro y crespo denotaba un vestigio. Vino al mundo, mi segunda hija cuya piel
fue un poco más oscura y su cabello, ni hablar, más ensortijado que
el del primero. Y mi madre se pavoneaba, diciendo: "¿Ves? Se parece
a mamá, con su pelo y todo". Finalmente, ninguno de mis hijos
nació con el color característico del negro. Sólo ciertos rasgos
permitían vislumbrar esa afinidad.
Pasaron los años y llegó la tecnología moderna e incursioné en el uso
de Internet. Una de mis hijas me enseñó la utilidad del mismo y me
dijo: madre, para que aprendas a chatear y a bajar lo que te gusta".
En uno de los chats de Costa Rica, tuve la oportunidad de conocer a
Pedro Joseph, un negro dominicano. Al enterarme de su color,
expresé algo en contra del mismo. Mi racismo se hacía, odiosamente,
presente. Él, sin inmutarse, emprendió una meta: conquistar mi
amistad y demostrarme que las cosas no eran como yo exteriorizaba,
que él era un ser humano, de cuyos poros "brotaba miel" y
asimismo, eran los de su raza: alegres, emprendedores, con mucho
amor en el alma.
Para poder justificar mi actitud racista, le di a conocer a Pedro, lo sucedido en el pasado, en relación con los negros de la cárcel
limonense. Acepté ser su amiga, a pesar de mi discriminación y con
el reto de que no me haría cambiar de sentimientos. Trató de
desvanecer todo el panorama que yo tenía. Mediante su forma de
expresarse, la lealtad hacia los amigos y defensa de los mismos,
durante más de dieciocho meses, me hizo cambiar de opinión y
comprender el valor de la raza negra, sus luchas y constantes
vejaciones.
Noche a noche, palabra por palabra, sus pensamientos llegaban a mí.
Y, la película Perico Ripiao, que él me envió, desde su país, me hizo
abrir más mi corazón hacia mis ancestros porque aunque ésta no se
versa en los negros de Limón, sí encierra todo un mensaje de las
luchas y sufrimientos de la raza afro caribeña. La música, su ritmo
cadencioso, sus instrumentos musicales son similares a la de los
nuestros.
Escuchar la música de esta película me hizo vibrar a su ritmo, mover
mi cuerpo lo cual me hizo retroceder a mi pasado y buscar los
orígenes de mi tatarabuela y comprobar si era cierto que, por mis
venas, corría sangre negra; por cierto, en una de mis clases de baile
popular, siguiendo el ritmo de un merengue, la profesora dijo: Oye,
¡qué buen quiebre tienes en las caderas, pareces negra!" Me sonreí y expresé, con gozo: Es que mi abuela
lo era y ella contestó."Con razón, así cualquiera". Y todos, trataron
de aprender dicho movimiento, que yo, a pesar de no bailar desde
hacía muchos años, retomé, rayana a los sesenta años como
ejercicios de expresión corporal. En esa ocasión, fue la primera vez,
que hablé con orgullo de mis ancestros.
Para reforzar la teoría de nuestro origen, escuché de labios de una tía
materna que, a un primo no le sirvieron las medicinas recetadas por
el médico de un hospital, cuestión extraña, por lo que le hicieron
exámenes de sangre y descubrieron en la misma, condiciones
genéticas de la raza negra y le explicaron que, por esa razón, a
nuestra familia sólo le serían útiles, los medicamentos aplicados a los
negros. Una vez más, nuestras raíces se presentaban ante mí, como
tratando de decirme: ¿Ves? Aunque no quieras, estamos en ti.
Hace escasamente dos años, mi hijo mayor se enamoró de una
negrita de Bahamas. Él conocía mi discriminación pero no el por
qué, por eso me dijo con el corazón en la mano, angustiado: madre,
por favor, no me la rechaces porque es el amor de mi vida, yo le
respondí: ¡No, hijo, no te preocupes, si es tu felicidad cásate con ella,
será mi hija también!" (Pedro había ablandado mis sentimientos).
Actualmente, mi nuera espera la llegada del bebé, fruto del matrimonio con mi hijo y sé que su nacimiento, próximo a estas fechas, será
el sueño dorado de mi madre y de mi abuela (que en paz descanse):
el sueño de una raíz negra en la familia, un volver a nuestros
orígenes y con él, mi reivindicación ante el mundo negro, un mundo
negro que toda mi vida rechacé y aunque, no es por vía directa sí lo
es en cuanto a que, por designios de un Ser Superior, sus destinos se
cruzaron y sí se cumple la tradición de que, en la cuarta generación
se proyecta el pasado pues, nuevamente, un blanco se casa con una
negra pero, en esta ocasión, desde el fondo de mi corazón surge el
deseo de la realización de lo esperado por mis antecesoras: un nieto
del color de mi tatarabuela. Así, de esta manera, nuestros orígenes
enlazan sus ramas como troncos en el tiempo y mi nuera acuña en su
vientre, el recuerdo olvidado por mí, del anhelo de mis progenitoras:
la esperanza de un descendiente negro que perpetuarse en la familia,
el origen de esta noble raza.
Por muchos años negué el origen negro, que ataba mi piel blanca a
esa oscuridad llena de dolor de siglos de esclavitud, pero que, se
manifestaba al escuchar la música de los timbales, el ritmo
cadencioso, subyugador y alegre que despertaba en mí, el inquieto deseo de poner mi cuerpo en
movimiento y dejarme seducir por esa música embriagante. Ahora,
orgullosa, confieso que, en mis venas corre sangre negra aunque sea
blanca por fuera y las vivencias infantiles de antaño quedaron atrás,
aquel aterrador panorama de un hijo negro se borró de mi mente y
en este momento, espero con ansias el nacimiento de mi nieto, que,
aunque no sea por línea directa del color de mi tatarabuela, lo es por
la unión de dos eslabones perdidos, de dos orígenes que, al fin se
enlazan para continuar la estirpe y quizá, desde el cielo mi abuela
Celina, junto con su madre y abuela materna, sonrían porque la raza
negra se perpetuará en nuestra familia por medio de mi hijo mayor.
Mi amigo Pedro, el "negrazo" como suele llamarse, me estimuló a escribir sobre mi vida, al revivir mi pasado y mirar de frente mi origen,
y sé que, desde su isla, se sentirá feliz porque, al fin, yo pude aceptar
mi raíz negra y poner un cierre final a mis temores infantiles y
aquellos rostros negros, con sus bocas rosadas, ahora, se abren para
dibujar una cariñosa sonrisa, sus palmas rosadas se extienden para
brindarme su amistad y sus brazos abiertos, para estrechar mi cuerpo
blanco negro.
Sí, hoy declaro que en mis venas fluye sangre negra aunque mi piel
sea blanca. ¡Bendito Dios!
En el ocaso de mi vida, quiero gritar al mundo entero mi origen y exclamar que no debemos olvidar de dónde procedemos sino buscar
en nuestras raíces, nuestras costumbres tradiciones y rescatarlas, que
no mueran con las lágrimas del tiempo lo valioso de ellas y así,
conservarlas porque si bien la innovación de la tecnología nos
proporciona nuevas experiencias, nuevas inquietudes, nunca será
igual a lo primitivo, a lo que nos amarra al pasado y en el caso de
nuestro negro, semejante a los del resto del globo terráqueo, ya sea
de las Antillas Menores o del África, sus creencias, su música, sus
instrumentos musicales: la güira, la maraca, la tambora, no deben
desaparecer. Más bien, fomentemos su gran aporte a la humanidad y
reconozcamos su espíritu de fortaleza ante siglos de atrocidad y
esclavitud.
Reafirmemos en nuestros hijos, el valor y las cualidades de nuestros
antepasados, de nuestros orígenes, sea cual sea, y démosle el aplauso
que merecen por habernos dejado como herencia, un tesoro
incalculable para la posteridad.
Y, en mi caso particular, desde ya, siembro en mis hijos, el amor por
nuestra antecesora que dio origen: al negro en mi vida.
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Primer Premio Miguel Obando Rosales
Mi primer nieta y madre adolescente San Rosa de Pocosol,
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que no volverán
Como un pájaro...
Como un pájaro... en la mañana
Como un pájaro... en la mañana
Que sacude el viento...
Voy llegando...
Voy llegando a tu ventana...
Como un pájaro...
Como la primera luz del mes de enero.
Como un árbol
Como un árbol apretado contra el cielo...
Como un árbol apretado contra el cielo...
Más azul de todos lo cielos.
Olvidado
En el horizonte viejo
Como un árbol
Como el canto de los ríos y el silencio...
Entonces fue que fui
De nuevo güila, correteando en los potreros,
Loco y descamisado me perdí
En el verano y los caminos polvorientos...
Sé que tal vez ya no recordarás
Los malinches floridos, aquel fuego.
Sé que a veces miro para atrás.
Pero es para saber de donde vengo
Como lluvia
Como lluvia...pasajera
Como lluvia pasajera.
Derramándose en los techos.
Vuelo lejos
Sobre la llanura inmensa.
Como Lluvia,
Como la última campana del invierno.
Y cantando
Y cantando así sin voz, y sin aliento.
Y cantando así sin voz.
Y sin aliento como aquel primer amor
Entre tu pecho... Como un árbol Como un árbol sacudido por el viento
Y cantando... Como un pájaro en la lluvia, vuela lejos...
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La hija de la mina
Marjorie Segura Rodríguez
LAS JUNTAS DE ABANGARES
Se remonta mi infancia al pequeño pueblo de Las Juntas de
Abangares en el cual nací un 6 de diciembre de 1956, pueblo minero,
rodeado de montañas, lugar muy particular porque somos guanacastecos, contamos con una pluricultura muy significativa, pues el
desarrollo aurífero formó una población heterogénea en culturas y
razas, puesto que vinieron inmigrantes de China, Turquía, Líbano,
Italia, Jamaica, Inglaterra, Estados Unidos y todo Centroamérica. Las
minas se dejaron de explotar, mas quedaron personas de diferentes
países esparciendo su semilla y tradición por todo Abangares.
Así se forjó un pueblo huérfano del oro que se robaron "los machos" de grandes compañías extranjeras, pero dejaron un lugar de
gente cálida, amistosa; dicen que somos como todo entorno limitado
"muy chismosos", sin embargo, solidarios y querendones. Del
tiempo del oro se tejen leyendas, historias, recuerdos, no obstante
nací en una época distante a las grandes excavaciones e historias sangrientas de poder y derroche dorado.
Si la tengo presente es a través de mi padre Alejandro Segura, puesto
que su tutor Elías Segura y sus parientes llegaron de El Salvador en
busca de sueños e ilusiones en este pueblo que sólo les brindó
enfermedad y muerte, pero vinieron a aumentar sus familias al casarse con humildes abangareñas.
Mi abuelo Elías Segura contrajo nupcias con la joven y graciosa
Hermanita Quesada, de ese matrimonio nacieron Audelina y mi padre, Alejandro; ellos quedaron huérfanos de padre prematuramente,
pues la mina laceró su cuerpo, al igual que tantos otros, con "la tisis"
y el corpulento hombre se hinchó, luego se fue secando y entre
escupitajos de sangre murió.
A mi padre le correspondió desde los ocho a los trece años llevar almuerzos a los mineros y hoy a sus setenta y cinco años, todavía
chupa las piedras brillantes y nos dice con sus ojillos vivaces "ésta
tiene oro". Se muy bien que el oro está en su esquelético cuerpo,
minado por el trabajo del machete, de la corta de jaragua y de los
aguinaldos para nuestros estrenos de diciembre ganados con el negro
sudor que brotaba de sus manos en la corta de caña.
Crecí entre la pobreza, la estrechez y algarabía de un hogar humilde,
pero lleno de valores religiosos y familiares.
Mis primeros años transcurrieron en la hacienda de la Irma a la en-
trada de Las Juntas, había un "Comisariato" que era una especie de
almacén abarrotado de todo tipo de mercancía, ahí vendían de todo;
desde fósforos, ropa hasta licor que arrebataba los escuálidos sueldos
de los peones de la Hacienda. Nosotros vivíamos en una especie de
galerón viejo, destartalado, mas lleno de tranquila inocencia de entre
gansos, gallinas, vacas y el grito de los sabaneros. Recuerdo a mi
madre, Mina, mujer siempre enérgica una tarde castigó a mi hermana
la mayor, pues ella había agarrado sin permiso, confites y zapatitos
cristalinos que le habían traído sus familiares de Heredia, yo la acusé
con premura y mi madre le enchiló la boca, mi hermana pasó el chile
por sus ojitos y gritó que había quedado ciega, mi corazón palpitaba
sintiéndome culpable de aquella desgracia, que luego con buenos
lavados con agua de azúcar pudieron refrescar.
De la Irma mis padres sin casa propia aún y con deseos de trabajar,
fueron contratados para cuidar una finca en la Sierra de Abangares,
de ahí recuerdo que vivíamos en un caserón sobre basas, una noche
me levantaron en brazos medio dormida, pues alguien había visto
con tiempo una terciopelo arrollada en las patas de mi cama.
También evocó de ese lugar "el chiquero", el cuidador de cerdos,
Celin que tenía un absceso en su mejilla izquierda y que abultaba aún
mas cuando contaba "el soldadito"; me veo ahí amarrando gallinas
las cuales decía yo que eran vacas.
Algunas veces esperaba ansiosa a un señor del Banco Nacional, que
decían que era mi padrino, a él lo adoraba pues me traía tarritos de
leche condensada que siempre han sido mi delicia. Añoro de esa fina
las tardes en
que mi padre nos preparaba atol de harina con leche y cacao; aunque
nunca olvidaré que a pesar de su carácter agrio, seco como veo
ahora, me cantaba a la edad de mis cinco años "Había una vez un
barquito muy chiquito"y río manzanares, déjame pasar que mi madre
enferma..."
La vida me trajo a mi seis años al centro de las Juntas de Abangares a
mi barrio querido "Cantarrana", en cual he vivido casi toda mi
existencia, es el barrio en el que me siento en mi charco, porque aquí
he corrido, he soñado y ha trascurrido mi vida y la de los míos.
Por iniciativa de mi madre que siempre se preocupó por nuestros estudios y que lavando, planchando ajeno y como conserje luego pudo
sobrellevar la carga, inicié mis estudios en la escuela Delia Oviedo de
Acuña, me siento orgullosa de haber conocido personalmente la
dueña de este nombre, pues era una viejecita dulce y cariñosa que de
vez en cuando visitaba nuestro hogar y nos regalaba a mi y a mis tres
hermanos, la entrada al "matiné" de los domingos.
Fui siempre muy callada, solo estuve quince días en el kinder, ya que
me pasaron a primero para abrir una plaza a mi dulce maestra Mirgia
Rodríguez, a la que todavía en el colegio les enseñaba mis notas.
Todas las demás maestras fueron buenas, doña Marielos Mora me
estimulaba: me mandaba compañeros para que yo les explicara, me
regaló por mi nota un corte de chinilla con ojitos rojos y blancos que
siempre recordaré, tengo también presente a mí querida niña Alba;
sus canciones, sus poesías.
Muy tímida llegué al colegio, siempre en una esquina, creía que así
tenía que comportarme, quería preguntar algo y mis labios quedaban
sellados, mas Dios siempre especial conmigo me había dado buena
memoria pues salía bien en la mayoría de materias, a excepción de las
matemáticas, porque me falló el renacimiento y los senos y cosenos a
penas me dieron para pasar.
De ese tiempo de chiquilladas tengo presente mis juegos con los primos y primas; jugábamos quedó, baile, escondido; a los toros: unos
eran los embravecidos animales; otros los toreros; las mujeres
éramos las solícitas enfermeras. Jugábamos también "de casita", yo
me robaba los sobrantes de comidas; algunas veces hacía arroz con
leche, después los dientes rechinaban del arroz crudo y del sabor de
la leche condensada; que ahora con el pasar del tiempo recuerdo
muy bien las filas que hacíamos para que mis hermanos nos dieran
huevos de iguanas o pedacitos de carne de garrobo sudado, ellos
cocinaban sobre "tinamastes" improvisados, en unos tarros de
avena en el patio de la casa, en ese entonces saboreaba esas artes
culinarias de las cuales ahora me asqueo, sin reflexionar que eran
mas sanas que las comidas que ahora consumimos.
Mientras mis compañeras tenían novios, bailaban, disfrutaban, yo me
encasillaba en mis estudios, en mi casa, en mi hermanita Minita que
llegó a mi hogar cuando cumplí los quince años. Mi amor por ella era
tal que me escapaba de las alborozadas clases de repostería para
dedicarme a cuidar la bulliciosa niña que alegraba mi hogar, ya que
yo era la cumiche.
Recuerdo que yo hacía cajetas chineando a Minita, una vez cayó una
gotita de miel en su tierna piel, después llorábamos las dos: me sentía
culpable por golosa, aunque era tan grande mi gusto por el dulce que
quemaba todas las ollas, porque cuando no había leche, mis mieles
eran un pedacito de dulce con hojas de limón.
No obstante, en mi pubertad algunas veces me sentía solitaria, triste;
me gustaban algunos muchachos, pero además de mi desgarbado
cuerpo que tal vez no llamaba la atención, les tenía miedo a los
hombres pues mi madre siempre me había dicho "hay que ser
deseada no sobrada".
Llegó el tiempo de bachillerato y como sabía que había que prepararse bien, puesto que ya mis tres hermanos lo habían hecho, me
propuse lo mejor y me llené de provisiones para mantenerme
despierta hasta altas horas de la madrugada, sin embargo, estudiaba
en el día, mas por las noches me tomaba un buen chocolate con
galletas y dormía placidamente puesto que nunca he podido leer o
estudiar muy tarde, de todas formas y pese a las renegadas de la
"Macha" mi compañero de estudio salí avante con mi título de
bachiller, se acercaba una nueva vida.
Así mis estudios me encaminaban hasta Heredia, ciudad que siempre
he admirado y en es tiempo de los años setenta y cinco era un lugar
pacífico y lleno de gente acogedora, mas nunca deje de añorar mi
tierra; aproveché cada feriado, cada huelga o momento posible para
venir a mi casa y aunque no salía de ella, me sentía feliz ahí.
Terminé mi carrera con un bachiller en la especialidad de Español y
me correspondió por caprichos del destino irme a trabajar a San
Rafael de Guatuso del cual tenía como únicas referencias: era una
llanura, habían indios que echaban macúa.
Y esto último me hacía imaginar a un indígena tirándome una
sustancia extraña que me ponía a sus pies, enamorada de él y
siguiéndolo como un perrito faldero. Es por eso, que al llegar a ese
apartado rincón me tapaba la cara si llegaba a ver algún indio, gracias a Dios los palenques
quedaban alejados y lo del macúa era una superstición tonta.
Además las personas de ahí en su mayoría nicaragüenses que me hicieron sentir confiada, tranquila, fue así como comencé mi vida
como educadora, fueron cinco años sin aulas, con los cinco niveles a
mi cargo, pero con gente linda que batían lodo, peleaba contra los
zancudos, el atraso sociocultural y la pobreza; gente con un corazón
noble y deseos de superación.
Di clases de bachillerato por madurez, eran como seis alumnos que
renegaban por sus escasos conocimientos ante un difícil programa
mas estaban ahí deseosos de progresar, como estas clases eran por
las noches cada vez que abría la boca peligraba el tragarme dos o tres
zancudos.
En ese tiempo Guatuso con contaba con buenos caminos, si llovía
fuerte quedábamos aislados, no había electrificación, solo una planta
eléctrica, solo una planta eléctrica que trabajaba hasta las 9 p.m. y no
habían cuadrantes ni calles definidas, ya yo no me hallaba y pese a
los ruegos de mi madre para que buscara traslado no lo hice
rápidamente, pues un descendiente indígena no de los Malekus, si no
de los bravíos Bruncas, un compañero de Palmar Norte, con el
arrojo de su raza se propuso conquistar mi corazón y en una lucha
que duró nueve meses me doblegó con grabaciones de Camilo
Cesto, con románticas palabras, la luna y las estrellas que me regaló
una noche clara al susurro de las chicharras y con el zumbido de los
zancudos.
De ahí tampoco olvidaré jamás la familia Espinoza Rodríguez, que
me acogió como una hija mas, en especial mi querida Celsa, ella que
me miraba embelesada me regaló los anillos de mi matrimonio con
dinero ganado de lavar ropa ajena, pese a esos dedos llenos de
hongos del ingrato jabón, a ella que está en el cielo pido siempre
bendiga mi hogar que ya casi cumple el veinticinco aniversario.
Allá en Guatuso pasé dos años casada, en el tercero concebí a Víctor
Manuel, mi primogénito, lo vine a esperar en Las Juntas, pero
todavía trabajé un año más en San Rafael y nuevamente mi pueblo
me abrió las puertas, pues me pude trasladar a mi querido Colegio de
Abangares, después de tres años tuve a un segundo hijo, Kenneth y
Dios quiso premiarme puesto que sin equipos quirúrgicos
especializados mis dos hijos pudieron nacer sin ningún problema en
mi tierra querida, ellos son Abangareños de nacimiento y de corazón,
espero que nunca se avergüencen de sus raíces.
He trabajado ya veinte años en mi antiguo colegio, donde compartí
congojas, ilusiones, retos. Aquí me hice fuerte y enfrenté la vida y ya
algo madura, aprendí a defender mis derechos, a ir botando mi
timidez y complejos. En esta casa de enseñanza aprendí de mis
errores, aprendí de mis alumnos y compañeros. Ahora a mis tres
meses de pensionada estoy en un mundo que asusta, en un mundo
que solo ofrece consumismo, drogas, desempleo, delincuencia y esto
personalmente no me importa, pero me preocupa la juventud, mis
hijos mis futuros nietos. ¿Qué les ofrecerá el futuro? ¿Se mantendrán
las tradiciones? ¿Recordarán los valores? ¿Los atrapará este devenir
convulso e inmoral?
Aquí desde mi hogar con 47 años, tres meses de pensionada, siento
un susto, es la incertidumbre por mis años venideros. ¿Habrá tiempo
de cumplir mis últimos proyectos?
Estos tres meses he sentido nostalgia de mis alumnos, por sus
chistes, por su juventud contagiosa; nunca por los papeles y la
burocracia del Sistema Educativo que en estos momentos es
asfixiante, no obstante, estos días he vivido a mis anchas; he paseado
con mi marido, he podido leer varios libros, puedo ver los
programas que me gustan, puedo cocinar tranquila, atender a mis
hijos los fines de semana que ellos vienen, todo sin presiones.
Mi plan es escribir un libro con poesía, historia de aquí y de allá fundamentalmente sobre mis años de trabajo en secundaria, anécdotas
personales y familiares.
Ahora solo me queda dar gracias a Dios por todo lo bueno que me
ha dado, gracias porque todavía celebramos navidad y Año Nuevo
juntos, porque todavía vamos a la casita familiar de San Juan de
Abangares, nos comemos un chancho, hacemos chicharrones, frito,
moronga, picadillo de papaya, carne asada, llevamos guitarristas y
recordamos algunas alegres tonadas. Claro no todo es del agrado de
los jóvenes, pero nos acompañan todavía y dos días después con la
carne que sobra preparamos los tamales para recibir cada Noche
Buena a Dios en nuestros corazones.
Solo espero que también esta Noche Buena del 2004 pueda darle
gracias a Dios por darnos tanto: buenos padres, un esposo que me
valora, dos hijos que son mi tesoro, en fin, una familia unida y el
orgullo de ser Guanacastecos.
Reciclando vivencias
y sentires
Rosa María González
LIMÓN
La lucha diaria, mi diario vivir me hizo madurar una idea que desde
niña he tenido.
¡Ser empresaria!
¿Pero cómo, si siempre fui ama de casa? ¿Cómo podría montar una
empresa? ¿De qué? ¿Qué podría hacer como empresaria?
No tuve padres, me crié con unas tías paternas, mujeres muy de
trabajo duro, en especial Mayra con quien viví gran parte de mi infancia y la mitad de mi adolescencia. Tenía la energía de un caballo y
carisma de empresaria, la cual aprendí muy bien.
Trabajábamos en las fiestas populares de fin de año en nuestro
cantón central de la capital; desde las nueve de la mañana hasta las
cuatro de la madrugada, año tras año, nunca hubo navidad, ni año
nuevo, ni ropa nueva, ni reunión familiar, solo trabajo en la alegría
ajena.
Ya llegaba mi adolescencia, cuando mi tía abuela decidió que era
hora de ponerme a manejar un negocio sola, pero bajo su
supervisión. Esto me hizo sentir que algún día podría tener mi
negocio propio y trabajar sin tener que depender de nadie.
Era un sueño como para volar, ser libre y hacer lo que más me
gustara. Pasó el tiempo, el hombre que Dios me dio como esposo
era tímido y nunca quiso que nos endeudáramos, por esa razón
siempre que intentaba realizar mi sueño algo se presentaba y me hacía retroceder; los hijos, la escuela, la casa, siempre había un pretexto
(tuve varias empresas y estudié para eso).
Con el paso de los años nos separamos, sumida en el dolor de la
pobrecita abandonada toqué fondo, llegué a morir. Siempre he
tenido trabajo en el desarrollo comunal y fue ahí donde apareció la
necesidad de reciclar.
La gente me preguntaba a quién consultaba al respecto. Mi amiga de
entonces me decía: Ni loca espere que le ayude a meter mis manos
en un basurero para sacar desechos sólidos.
Buscaba cómo comenzar, nadie quería trabajar conmigo. Nuestra
cultura hacia los desechos sólidos era de ¡asco, sucio y repudio!
Como no conseguí quién me acompañara a montar tan "ambicioso"
proyecto, traté de olvidar el asunto, pero un amigo me insistió y me
dijo: si quiere arrancar, vaya ahora mismo de casa en casa y pida el
material.
Así que me propuse un día y fui a todos los lugares donde venden
puertas y ventanas de vidrios, a reciclar plásticos y periódicos, pero
siempre tenía en mente que habiendo otras personas dedicadas al
reciclaje de papel, mi interés específico era el vidrio, por esa razón,
mi especialidad es recolectar vidrio de todas clases, colores, al
menos, de cuatro a cinco toneladas por semana.
Aunque mi proyecto ha tenido buena acogida no ha sido tan fácil, ya
que las grandes empresas que reciben materiales pagan muy poco, lo
que obliga a recolectar altos volúmenes en corto tiempo.
Por esta razón, al principio tuve muy mala experiencia, contraté
varios jóvenes de la comunidad para beneficiarlos pero fueron
irresponsables, se metían a jugar a las máquinas de videos, lo que
provocó casi una quiebra, porque no entraba suficiente dinero y
demandaban su salario. Así que decidí quitarlos para que el proyecto
no cayera. Llevé a mis hijas Candy de 19 años y Caridad de 14 años.
Ahora entre las tres, en una semana en un pequeño sector que se
suponía los varones solo encontraban un saco de vidrio, nosotras
recogimos tres toneladas.
Comprobé que las mujeres somos más responsables y nuestras
necesidades son tan importantes que nos obligan a ser más
comprometidas con el trabajo.
El asunto fue que teníamos buena acogida ¡Qué felicidad! Ya estaba
en el negocio, todos estaban de acuerdo en regalarnos el material
suficiente para entrar en el mercado de reciclaje. Poco a poco fuimos
creciendo y recogiendo mas variedad de materiales.
A medida que crecía el negocio, hacia falta más y más equipo y lo
más importante, un transporte adecuado. Un camión en el que se
pueda recoger una o dos toneladas de un solo viaje, en una semana, o sea, lo
que mi pequeño automóvil recoge en un mes.
La lucha ha sido dura, las entidades financieras, bancarias y privadas
no apoyan este tipo de servicios ambientales, aunque le dan mucha
publicidad al asunto, en la práctica no cumplen con su predicción.
En cuanto a nuestro problema económico como decíamos anteriormente, es falso que se ayude a empresas de nuestro tipo. En mi caso
me han exigido que nuestros fiadores sean empleados de gobierno.
Condicionan el crédito a que los fiadores deben tener propiedades, el
cuento de apoyar a la miniempresa es mentira, aunque se demuestre
capacidad de pago y aunque la entidad financiera dice que ayuda a las
mujeres, realmente no es así.
Este proyecto si bien genera empleo a muchas personas, también
presta un servicio gratuito a los comerciantes y amas de casa, aunque
ellos no lo vean así, inclusive nuestro servicio alcanza a todo el país.
Mi familia se ha involucrado en mi proyecto, mis hijos e hijas se turnan y me regalan días de trabajo, me acompañan a la recolección, a la
separación de colores y calidades, a la entrega de producto y a la
carga y descarga.
Hoy, a pesar de todas las dificultades, he conseguido que toda la
familia y amigos vean hacia un basurero y contabilicen cuanto dinero
hay en él.
Este es mi legado, que la gente aprenda a ver la basura como dinero,
eso hará que aprendan a separarla y a usarla de manera limpia y
ordenada, para que otras empresarias puedan generar más empleo y
desarrollo económico a partir de los desechos sólidos.
Este es el principio de nuevas raíces de la humanidad, con todos sus
inconvenientes sociales y económicos que hay para enfrentarlo.
Descubriéndome
toda poco a poco
María Angela Díaz
COLAS DE GALLO DE NICOYA, GUANACASTE
Sentada a la par de mi pequeño invernadero que con tanto amor lo
he hecho, con pedazos de plástico, sacos y pequeños tucos de madera; tomé un pedazo de papel y lápiz y comencé a escribir mi historia. Mi nombre es María, en mi pueblo casi todas nos llamamos
Marías, nací en Colas de Gallo, un pueblo muy pequeño, queda en la
zona más alta de Nicoya, los que habitaban aquí le pusieron este
nombre, debido a que siempre en las colinas de las montañas cantaba un gallo y de pronto desaparecía.
Tengo 33 años, mi piel es morena, de pelo lacio y muy largo. Desde
pequeña tuve que trabajar muy fuerte, mi papá no chineaba a nadie,
él decía que teníamos que ganarnos el bocado. Después, llegaba de la
escuela, comía rápido y me iba a trabajar a la huerta, teníamos
muchos cultivos, ya que la tierra es buena para la producción de café,
hortalizas, granos; es como bendecida por el Señor, mis padres
cultivaban en forma natural, esa herencia me dejaron, el amor por la
naturaleza; sin embargo todavía hay personas que usan químicos que
tanto daño hace al suelo y al ambiente.
Me detengo un rato y observo mi casa, es una casa de madera
pequeña, apenas con dos cuartos y una media cocina, no hay basura,
porque todo lo reciclo, de un pedazo de abanico y tucos de madera
hice unas maceteras, las bolsas están llenas de hierbabuena, orégano,
sábila. En el patio hay más de 400 pollitos, también tengo gallinas y
patos, alrededor tengo matas de amapola, jocotes, mangos, con mis
hijos he sembrado muchas plantas, a pesar de que
en verano acarreo el agua de un pozo que está a quinientos metros
cerca de una quebrada —es tan angosto— que apenas alcanza un
balde de juguete de las niñas, pero siempre tiene mucha agua, sólo
tengo que agacharme, porque brota del suelo.
Dice mi madre que cuando yo nací era muy enferma y de meses tuvo
que dejarme donde una tía, para que me llevara a control y me dieran
la leche, ya que en mi pueblo no había un Centro de Salud. Me
dibujo desde niña, insegura, con un fuerte vacío que me quemaba
por dentro, haciéndome miles de preguntas que no se contestaban,
sentada en un cajón cerca de la campana, que hacía gritar a los niños
cuando se agitaba.
Recuerdo que cuando fui a la escuela me recibió una maestra llamada
Daisy, era muy buena, me ponía cintas rojas en el cabello para que
no me lo codiciaran y no se me cayera, los niños me molestaban que
yo era novia de ellos, por el cabello, lo tenía casi por detrás de las
rodillas, lo que nosotros le llamamos corvas. Mi papá no me dejaba
cortarlo, porque decía que era el velo que Dios no había dado a las
mujeres, aquella niña de ojos negros redondos, se sentía como esas
ranitas que a solas cantan, para ocultar los ruidos que las espantan en
la montaña.
Las compañeritas de escuela no me querían, tenían celos, me
robaban el lápiz, me jalaban el pelo, la maestra se fue, llegó otra
maestra, era muy brava, ya no era Daisy, lloré y lloré, la maestra me
preguntaba porqué lloraba, y yo le decía que por nada, el único
cariño se me iba de las manos, me sentía sola muy sola. La que llegó
me dijo que ella me iba a querer igual, peor, no fue así. Un día que
hice una resta que me salió mal, me jaló la oreja duro, me puse
nerviosa, le conté a mi papá, él me puso a practicar y yo no aprendía,
me dio una chilillada con un varejón de café, agarré rencor con la
maestra. Todo lo que se perdía era yo, a pesar de que le explicaba
que mi padre decía que los niños no debíamos tocar lo ajeno, que era
pecado, no me creía. Al año siguiente llegó otro maestro, esposo de
la maestra anterior, le tenía mucha vergüenza, porque era varón,
cuando nos llamaba para revisar la tarea, yo me quedaba atrás; él me
decía que no le tuviera vergüenza, que él estaba para enseñar a los
niños, las compañeras decían que yo no era niña, porque era una
grandulona.
El maestro era bravo, nos pegaba con un metro. Le dije a mi mamá
que ya no quería ir a la escuela, pero me mandó a la fuerza.
El trabajo en la casa era tan duro que no había descanso, solo los do-
mingos mi papá no trabajaba con nosotros en la huerta, los varones
se salvaban, pero las mujeres teníamos que trabajar en la cocina. Cuantas
veces sentí deseos de corretear con otras niñas en el campo, de jugar
al escondido, a la pequita; pero cada vez que lo intentaba, ahí estaba
presente el grito de mi padre.
Al otro año me volvió a tocar con la maestra brava, casi me caigo del
susto, me dio tanto miedo que me fui a esconder, no asistí a clases, le
dije a mi hermano que no contara, ese otro día no fin a la escuela,
ella le mandó un papel a mi papá preguntando porqué no había ido a
la escuela, le mentí a mi papá, le dije que sí había asistido a clases. Mi
papá le dijo a mamá que iba a ir a hablar con la maestra, en ese
momento rompí a llorar tan duro como pude y les conté que me
quedaba escondida en el monte, llamaron a mi hermano y nos hincó,
a mi hermano porque me tapaba y a mí porque no iba a la escuela,
nos dio una cuereada.
Yo iba a la escuela como a la horca, me quedé dos años el mismo
grado, estaba tan triste, me molestaban tanto, me decían que no
fuera con ellos a la escuela. La maestra me decía que no me quería
ver más, que por eso me regaló un año, yo deseaba salir de la escuela
y nunca volver a tocar un lápiz, ya tenía 13 años.
Unos ojos color tierra me miraban desde niña, a veces lo descubría
espiándome en medio de las amapolas, era un peón que trabajaba en
la finca de mi papá. Un día me llamó a las amapolas y me regaló cien
colones, el quería llevarme mucho más adentro, me asusté mucho y
salí corriendo; le conté a mi mamá y me mandó a devolvérselos,
cuánto deseaba en ese momento que mi madre me explicara el
porqué de éste regalo. El muchacho no quiso coger el dinero, los
eché en un saco de frijoles, pero un día mí mamá sacando frijoles
encontró los cien pesos, nos preguntó de quién eran, nadie
respondió.
Estaba jugando en las matas de amapola y me agaché, mi mamá me
llamó y me dijo que si no me daba vergüenza jugar, "no ves que ese
hombre viene por vos", yo le dije que no me gustaba, ella me dijo
que era peor que me quedara con un vago. También mi papá me dijo
que no saliera de Colas de Gallo, porque ese muchacho llegaba por
mí, me pregunté de nuevo porqué era que llegaba por mí, no hubo
respuesta.
Por fin llegó el día esperado, la celebración de mi graduación de sexto grado, me llevé una gran sorpresa, porque a la par de mis papás,
venía el peón que me molestaba. Cuando terminó la graduación nos
dijeron que nos tenían una sorpresa, también a mi hermano, porque
él se graduó con-
migo. Me dio rabia que llegaran con el peón, me caía mal, en la fiesta
no quería comer porque él llevó todo para la fiesta, tuve que comer a
la fuerza porque papá me podía pegar. Desde que salí de la escuela
me ponían hacer tantas cosas, por un compromiso decía mi mamá,
nunca pude entender qué era eso el compromiso. Una vez le
pregunté, y me dijo que era para cuando me fuera con un hombre
supiera a lo que iba, o sea que la mujer que se casaba era para hacer
los oficios del hogar; sólo eso me decía, nunca me explicaron el sexo,
ni me dieron cariño. En el amor he sido un saco de sal, sin sabor,
todos los hombres que me molestaba me decían que era buena para
trabajar, sólo en eso pensaban. ¿Qué me querían? ¡Eso sido falso!
Con los dos hombres que viví me hicieron trabajar como una mula,
el muchacho que pretendía, me dijo que yo era tonta, me fuera de la
casa porque me ponían a trabajar mucho. De tonta le hice caso ese
hombre y me escapé de la casa, me fui a trabajar de la bandera donde
una familia en Nicoya. Alguien me vio y le dijeron a él y me fue a
buscar, dijo que mi papá lo mandó a traerme y que si no me iba,
venía con la policía.me fui con él me llevó donde la mamá, que
estaba asustada al verme y le dijo con papá lo iba a echar preso, él
contestó que no porque el suegro quería mucho. Quería irme pero
no conocía el camino, me podía perder, le pregunté cuando iba a
dejarme, me dijo no la voy a dejar, usted es mía. Me preguntaba, que
será cernía.
Cuando llegó la noche de pregunté muchacho donde iba a dormir, la
señora nos puso juntos en un cuarto pero en camas separadas, en la
noche empezó a tocarme y a tocarme, a los tres días me agarró la
fuerza y me quedé muy pronto embarazada los 14 años. Todavía
recuerdo aquellas manos sobre mis partes íntimas que me causa
repugnancia, respiración entrecortada, el dolor, lo desconocido, me
hizo sentir una mujer sucia, con gran culpa, y no sabía por qué, pero
ahí estaba, maquillando cada día mi mente.
Sentía un sufrimiento cuando llegaba la noche de no poder
defenderme, de no decir no, pensaba que quizá así debía ser.
Vomitaba tanto, yo le suplicaba que me fuera a dejar la casa papá,
seguro de verme tan demacrada y triste, por fin me fue a dejar, mi
papá me dijo que estaba bueno lo que había pasado por andar en la
calle alborotada. Me sentía tan sola que me junté en unión libre con
un muchacho. Con el tiempo noté que mi estómago crecía, que algo
me golpeaba, no sabía que era que tenían un bebé. Le pregunté a mi
suegra, me dijo que iba a tener una niña y que la cigüeña la venía a
dejar. Pensé que quedito me la iba a poner en la noche. Mi suegro
decía a mi compañero, como era posible, que el papá del niño
tranquilo y a él llevándoselo el pizuica, o sea el diablo. Entonces el
muchacho comenzó a ofenderme, y un día me dijo tantas cosas feas
que me agarraron unos dolores de parto, una hermana me llevó al
Hospital de Ni-coya, tuve una niña, como en realidad me decía la
suegra, fue hasta ese momento que me di cuenta que no era la
cigüeña que traía los niños. Cuando llegué a la casa, mi suegro le
decía a mi compañero, que mi niña se parecía al papá verdadero, que
yo no necesitaba mirarlo a él. Fue a partir de ahí que la situación
empeoró, hasta que por fin decidí dejarlo. Un día me topé con el
papá de mi hija en la calle, me dijo lo arrepentido que estaba, que le
dolía mucho haberme dejado y que nos casáramos, yo le contesté
que no, porque me iba a pasar lo mismo de siempre, para que él
viera que no me importaba me fui a trabajar a otro Cantón de Santa
Cruz. Un día llegó donde estaba trabajando de empleada doméstica,
ahí me convenció de nuevo, comenzamos a salir y salí de nuevo
embarazada.
Cuando él se dio cuenta de mi embarazo se fue de nuevo. Regresé a
mi comunidad, así embarazada tuve que trabajar duro en el campo.
Sembrando todo tipo de cultivo. Todavía no esperaba mi parto, fue
de repente. Un vecino tenía carro de cajón, me llevó al hospital, de
camino tuve al niño. Llegamos al hospital a la una de la mañana. No
me di cuenta cuando llegamos, estaba inconsciente, boté mucha
sangre, estuve en cama 22 días, nunca supe si le di pecho o no a mi
niño, solo sé que se me murió a los cuatros meses, fue horrible, me
sentí sin vida, no tenía amor de nadie. Desde ese tiempo, a veces mi
mente se queda en blanco, la situación empeoró cuando me golpeé
en un accidente que tuve en un bus. Me da mucha vergüenza cuando
me quedo descontrolada de la mente, porque hay personas que ya lo
han notado y actualmente me limita para estar con un hombre, ya
que nunca siento deseos de hacer el amor. Con el tiempo volvió de
nuevo el papá de los niños, y yo he dicho, qué tendrán los hombres
para convencer y engañar tantas veces a una mujer. Pero esta vez le
dije que si se casaba conmigo volvía con él, que de lo contrario me
dejara tranquila. Realmente no era por amor que me quería casar, era
que estaba tan cansada de trabajar, estaba tan vacía, necesitaba tener
a la par a alguien que me diera cariño. Quería conocer la ternura, la
comprensión, que se me valorara como mujer, no por mi trabajo
sino por lo que soy. Nos casamos, pero no he sido feliz en este
matrimonio, ha sido muy inestable, tuve otro niño, actualmente tiene once años. Estos niños me han costado la
vida,. He tenido que trabajar muy duro para mantenerlos, porque mi
marido no ha sido responsable. Cuando le da la gana se va para la
provincia de Limón, no me manda dinero, se lo toma en guaro y no
se acuerda de nosotros. Lo he dejado varias veces, pero al final
volvemos. Lo acepto de nuevo, porque necesito que me ayude a
chapiar y sembrar frijoles, maíz; éste trabajo es muy pesado. De
tanto trabajo me tuvieron que operar de las varices, ya que las veces
que él se va, he tenido que acarrear sacos de maíz, café, frijoles, en
unas cuestas muy empinadas. No he sido feliz en el matrimonio,
durante mucho tiempo mi marido me golpeó físicamente. En el día
me maltrataba y por la noche me buscaba, por eso será que nunca
sentí placer en las relaciones sexuales.
Un día tuve un sueño, que yo organizaba a las mujeres y construíamos la Iglesia, amanecí con eso, llamé a todos los de mi comunidad y
les dije: debemos organizarnos y hacer la Iglesia. Todos me
apoyaron. En ese momento no tenía ningún conocimiento sobre
organización, después comenzamos a trabajar con agricultura. Hasta
que un día tuve la ayuda de un Ángel que Dios me envió, que nos
ayudó a organizarnos mejor, nos capacitamos, recibimos charlas de
género, descubrí lo valiosas que somos las mujeres ante los ojos de
Dios. Recuerdo que en un encuentro de mujeres al cual fui invitada,
en la noche conversábamos todas en el cuarto y ellas comenzaron a
hablar sobre el placer que sienten algunas mujeres. Me preguntaron
que sentía yo. La verdad les dije: yo nunca he sentido nada que yo
estaba enferma de la mente. Se quedaron muy extrañadas. Me contaron lo que ellas sentían. Después una amiga me explicó
detalladamente el porqué yo no sentía, que no estaba enferma, pero
que no era justo que yo nunca hubiera sentido nada. No importa si
no sientes esa necesidad de sentir, pero si algún día alguien se te
acerca y sientes el deseo de sentir, siéntelo. Nunca supe lo que es que
alguien me de amor de verdad. Recuerdo el día que llegaron algunos
de mi organización a mi comunidad, ella me dio un beso cuando
llegó y los muchachos que llegaron con ella también me besaron.
Que incómoda me sentí ese día. Después cuando se fueron, ella me
dio un enorme abrazo y me sentí tan contenta. En realidad nunca
había tenido ni siquiera una amiga. Fue ahí que comencé a conocer
el amor, ahora soy otra, me siento segura de mi misma. Organicé a
otras familias y formamos una asociación de familias productoras
orgánicas. Sé que soy muy valiosa, que nadie tiene derecho a
maltratarme, tampoco a humillarme. Desde que descubrí quién soy, no he seguido
permitiendo que mi esposo me maltrate. Le hablo seriamente y le
digo mis derechos de mujer. No es que él haya cambiado, soy yo la
que he cambiado. Ya no acepto tener relaciones sexuales, le he
pedido tiempo para aclarar bien mis sentimientos. Hasta ahora mi
esposo me dice que me quiere, pero por un oído me entra y por otro
me sale, porque muchas veces me ha dicho lo mismo, y cuando ve
que estoy mansa como un corderito, vuelve a sacar las garras de
tigre. Mi corazón de tanto maltrato está muerto, no quiere escuchar
nada de amor. Pero si alguna vez encuentro el verdadero amor, no lo
voy a pensar dos veces. Me separo y lo voy a vivir; lo voy a sentir,
pero por el momento así me siento bien. Me siento tan llena de
amor, cuando voy a vender mis productos y encontrarme con mi
amiga, los amigos y amigas que he hecho en mi comunidad. Ahora
es que comienzo a entender muchas preguntas que de niña me hice.
El valor de dar sin esperar nada a cambio, solo dar con mucho amor
a los que tenemos cerca. Por fin he entendido el significado de un
beso, de un fuerte abrazo, de lo que significa el calor humano.
Desde la altura de una colina, escribe, María de las tantas Marías.
Los fundamentos de
mi existencia
Zaira Marín Segura
CIUDAD QUESADA, SAN CARLOS
Mi tía Ligia posee una hermosa sonrisa. No es un gesto que se vea
en su boca, sino que sale de su corazón y se estaciona en sus bellos
ojos. Cuando yo era pequeña, ella llenó con su callada afabilidad
muchos vacíos de mi alma en las múltiples ocasiones que, junto a
uno de mis hermanos, viví temporadas en la casa que ella habitaba
con mi abuela, mi abuelo y sus dos hijitas. Ellos vivían en una
pequeña finca, en las cercanías de Naranjo. La casa era un humilde
racho de tejas que, tenía una parte del piso con ocre, otra con
madera y otra con piso de tierra, este último la tía y abuela, lo habían
compactado tanto que le pasaban un trapo de piso seco para
limpiarlo.
Aquel sitio pese a la pobreza siempre estaba reluciente. Los pisos de
madera y de ocre brillaban gracias a la cera que mi tía fabricaba
derritiendo pedazos de candela junto con achiote casero, luego,
agregaba canfín a aquella mezcla y lo aplicaba con sus valientes
brazos.
En el cuarto de piso de tierra, dormía mi abuela y nosotros, junto a
ella, cuando estábamos de visita. Allí experimentaba un gran pánico
por una enorme viga que estaba en el techo, justo encima del camón.
Durante horas pensaba en su gran peso y trataba de imaginar cómo
llegó allí arriba ¿Cuántos hombres se necesitaron para subirla?
¿Recibieron ayuda de bueyes o de un valiente caballo?
Otro lugar que yo convertí en una pesadilla, era el excusado. Este,
estaba alejado varios metros del rancho, cerca de la troja y no nos
permitían ir sin la autorización de un adulto. Mi temor era caer en
aquel hueco, además, de que unas horribles moscas verdes, eran las
soberanas del lugar y no había manera de alejarlas de sus dominios.
Por el contrario, en el corredor, yo me llenaba de paz pues allí colgaban gran cantidad de plantas, entre las que sobresalían una que daba
una minúscula fruta de un dulce sabor y a la que pese a mil
advertencias, le robábamos su producción. La abuela la idolatraba
pues la había traído de una montaña de Zarcero. En frente de aquel
corredor, había más matas estratégicamente colocadas, pues ella
conocía el sitio adecuado para cada una, según las necesidades de sol
o sombra que requerían. A mí me parecía que se protegían unas a
otras y, hasta creía oírlas susurrar, cuando en las frías montañas del
verano naranjeño, ella les rociaba agua, les colocaba cáscaras de papa
o de huevo y, tabaco a las que tenían algún hongo. Una mañana muy
temprano, también la observé vacíar, el contenido de la bacinilla previamente mezclado con agua, a los helechos más hermosos que he
visto en mi vida. Aquel sitio, irradiaba un delicioso aroma del jardín
de la abuela, mientras, desde mi inconsciente, se desprendían miles
de recuerdos de aquellos años. También, en aquel corredor, derramé
muchas lágrimas. Esas transparentes perlas, se deslizaban silenciosas,
mientras mi hermano y yo, esperábamos que nos llegaran a recoger.
Si el frío era muy fuerte, nos acercábamos a la cocina de leña porque
de ella, se desprendía un suave calor que nos tranquilizaba.
Aquella cocina no era la misma que acompañó la niñez de nuestra
madre, pues, durante varios años, usaron el fogón que construía el
abuelo, haciendo una caja de tablas de madera que, poco a poco, iba
llenando con tierra que apelmazaba con cenizas, para finalmente,
colocar unas piedras sobre las que yacerían dos ollas, eternas
acompañantes cada vez que debían ir a un nuevo sitio, porque el
trabajo de jornalero escaseaba y las ollas, tristemente en muchas
ocasiones estuvieron vacías. Esta familia, vagó por muchos sitios,
hasta que en una navidad mi abuela ganó el premio mayor de la
lotería y, decidió, que la mejor inversión era un terreno donde
habitar.
Mi abuelo era muy silencioso, más cuando hablaba, atraía nuestra
atención pues era un hábil orador, fruto de los ratos que dedicaba a
la lectura. Una de sus costumbres que ahora tenemos mi madre y mis
cinco hermanos, es saborear el rico café mientras leemos el
periódico; ¡este es uno de mis deleites dominicales! También, del
abuelo heredamos el gusto por
las anonas, las cuales escondía en "güacas" que construía en el suelo
del cafetal, donde, plácidamente ellas descansaban hasta madurar.
También, "engüacaba" en la troja los bananos y duraznos, a los que
también fabricaba una cama con hojas, en un viejo canasto de café.
Los que nunca dormitaron allí, fueron los guineos, ya que eran parte
de la dieta diaria de aquel humilde hogar, incluso, muchas veces el
único alimento.
Un día de tantos, se detenía una cazadora (bus) y de ella bajaba mi
padre. Rápidamente recogíamos los pocos bártulos e iniciábamos el
viaje de retorno al hogar. Nosotros estábamos más ansiosos que
nunca por regresar y aunque, los primeros momentos eran de gran
felicidad, ésta se opacaba pronto, pues mi papá era iracundo, además
de que poseía una fabrica en la que teníamos que trabajar. ¡Cómo
detesto aquellos años! ¡Ningún niño debe de asumir
responsabilidades de adulto!
El recuerdo bonito de esta labor, es la de la compañía de algunos niños vecinos quienes valientemente nos acompañaban, a veces, hasta
altas hora de la noche aunque había uno que se colocaba afuera de la
factoría a gritar: -¡Pobretas muertas de hambre! ¿Por qué tienen que
trabajar?
Mientras nosotros estábamos en la fabrica, nuestra madre estaba cosiendo.
Muchas noches, el ruido de aquella máquina de pedal, se mezclaba
con los continuos aguaceros y apagones que se daban, y entonces en
la helada noche la llamita de una candela brillaba en la oscuridad,
mientras ella, incansable seguía con su labor. Ella, ha sido
sobreviviente de varias operaciones y de una continua infidelidad
que minaba lo afectivo y lo económico ya que mi padre, enfrascado
en su siguiente conquista, habitaba un universo paralelo al nuestro y
sólo descendía de allí para gritar y exigir. Ella cosía para tener un
ingreso económico, también laboró como educadora y tuvo una
academia en la que muchas mujeres, incluso niñas aprendieron a
coser y confeccionar sus vestidos o los trajes para sus muñecas. Era
una lucha continua contra muchas dificultades, y quizá, la que mas
golpeaba, era la agresión sicológica que recibía a través de frases
como: usted es una tonta, usted es bruja. Estas expresiones marcan
no solo a la esposa, sino también a los hijos, pues, tristemente,
durante muchos años, creí que merecíamos aquellos gritos y
despiadados fajazos.
En medio de aquella carestía económica, estaba un ángel que veló
por nosotros, era nuestra vecina doña Carmen Schooder, excelente
homeópata alemána, a quién el Señor trajo a San Carlos. Ella
entregaba a mi madre
cortes de franela para que nos hiciera pijamitas, en navidad nos daba
algún bello juguete, además, de que siempre estuvo al tanto de
nuestra salud. De su baúl de sabiduría, salieron muchas recetas, una
de ellas es calentar un poco de aceite y colocar allí unos ajos,
cocerlos levemente y después dejar que el aceite entibie para
derramarlo sobre unas plantillas de franela que se colocan sobre los
piecitos del enfermo de gripe. Esta cura, era preferible a la de
friccionarlo a uno con manteca y sal y luego colocar una hojas de
periódico crujientes e incomodas. Otra receta de abuelita doña
Carmen, era una crema que se obtiene al mezclar aceite castor con
oxido de zinc, para aplicarlo sobre la piel lastimada y cuya efectividad
la hemos probado en miles de ocasiones y, más, cuando no existían
en el mercado tanta variedad de pomadas.
Me parece que en aquellos años llovía aun más. La gente dice que
trece meses al año y, quizá por tanta humedad, los pequeños nos
resfriábamos mucho. Una cura deliciosa, era la sopa de gallina,
aunque no siempre mi mamá la podía comprar. Cuando sí lo hacia,
el animalito se transformaba en el centro de nuestra atención,
mientras llegaba la sentencia, nosotros buscábamos laboriosamente
pequeños insectos. ¡Que divertido era ver el picotazo que le lanzaba
a las cucarachas! Luego venía la ejecución, acto al que no nos
permitían asistir, aunque, el desplumado. ¡Que eternas se hacían las
horas mientras el manjar llegaba al plato! Pronto nuestros cuerpecitos sentían el calor de aquel alimento y uno sentía mejorar. De
aquella época, relucen mis bellos días escolares, aquel sitio era un
refugio donde recibí el cariño de maravillosas educadoras quienes
realmente eran madres. ¡Con cuanta ternura doña Manita nos
presentó las vocales! Aún están frescas en mi memoria las caritas que
ella les hizo. La que más me gustaba, era la "u" porque le colocaba
una corona. Sus instrumentos eran una tiza blanca y, muchísimo
amor a su labor. Esa escuela era un oasis y por eso sufrí mucho
cuando quitaron las lecciones de los sábados, así que, inventé dos
lecciones los martes en la tarde y con ello, logré dos cosas, una,
escapar un poco del trabajo y otra, trasladarme a sitios maravillosos a
través de la lectura ya que éste rato, lo consagré a la biblioteca.
Gracias a Dios, mi inteligente mamá, siempre nos compró libros, algunos de los cuales yo conservo con cariño como, "La tierra y sus
recuerdos". Aunque él y yo hemos envejecido y él ya tiene
información obsoleta, no necesito abrirlo para recordar que, gracias a
él viví una aurora boreal, supe de los equinoccios y solsticios y tantas
otras cosas que enriquecieron mis tardes en una época que no había televisión, factor que tal
vez a muchos les dio muchas horas para jugar, pero nosotros, no
solo podíamos hacerlo, si mi papá andaba de gira. Cuando esta
ausencia coincidía con un día soleado, salían los zancos hechos con
latas de avenas, ó jugábamos casita, utilizando latas de sardina vacías
o de betún, las que fácilmente podíamos atar para construir un
ruidoso tren. Mis hermanos sacaban el carrito de roles y algún
chiquillo elevaba un papalote. Algunas veces jugamos escondido,
también pisé, mientras los varones tiraban trompos o jugaban con
canicas. Existían juegos clasificados como masculinos entre ellos la
mejenga en la plazilla ¡Gracias a Dios los tiempos cambian! Mis hijas
igual han tirado un trompo o pateado felices una bola de fútbol y mi
hijo, participó muchas veces en sus juegos de casita y fue el feliz
padre de muñecas a las que debía cambiar pañales.
Aquella ciudad, la de mi niñez era relativamente tranquila, mas ella
despertaba de su sopor al acercarse la fiesta del patrono. Primero,
carretas cargadas con leña comenzaban a bajar su carga junto al
galerón ubicado contiguo a la iglesia, luego la chimenea comenzaba a
desprender humo y entonces, varios niños vecinos, corríamos a
colaborar con las afanosas señoras, que iniciaban la elaboración de
ricos tamales. Realmente disfrutamos esos momentos, colocando
hojas soasadas en las largas mesas de tabla, otras veces poniendo
tiritas de chile dulce, trozos de vainica o de aromática carne.
El pueblo acudía al llamado de un líder, quien les contagiaba la ilusión de contar con una majestuosa iglesia, y nosotros, los niños, nos
sentíamos orgullosos de ser parte del plan, aportando un diminuto
grano de arena.
El 3 de noviembre, se efectuaba la procesión de la llegada de los
santos.
Desde los pueblos vecinos la gente acudía con su patrono para
unirse a barriadas e instituciones que, también llevaban, las estatuas
en andas.
Estas, recibían la compañía de angelitos que suspiraban asustados
por la bombetas y, que sonreían al son de la música que entregaban
acordeones y guitarras.
Pero el día cumbre, era el cuatro. La pequeña ciudad no daba abasto
recibiendo feligreses. El padre Sancho, se colocaba al frente de la
iglesia sosteniendo una gran palangana. A aquella, iban a caer las tiras
de billetes de cinco que traían los bueyes amarrados entre los cachos,
además, tintineaban pesetas, cuatros, cincos y dieses, los pequeñines
abríamos asustados los ojos al mirar aquel capital y, esperábamos al
final del desfile, para escoltar al sacerdote con su preciosa carga.
¡Valiente grupo de guardaespaldas que huíamos al paso de las
mascaradas!, y que palpitábamos al ver a los valientes que desafiaban
el palo encebado, o a los atrevidos que por la noche corrían bajo la
chispa del juego de pólvora!
La ciudad danzaba al son de las marimba chorotega, mientras, la bruja hacia giros loca de contenta con los premios colgando en su
cuello. En el viejo galerón, la gente se deleitaba con deliciosos
tamales, picadillo de papaya, miel de toronja, lomo relleno...pero,
ante todo, con el sabor del progreso. Al frente de la inquieta cocina,
unos bellísimos corceles, giraban en su redondel jineteados por niños
que pagaban una peseta. Yo me ofrecía a cuidar a unas primas a la
que sostenía mientras arrancaba el motor, pero, después de unos
pocos giros, yo montaba un caballo. El noble de don Teodoro,
gracias a Dios nunca me dijo nada porque, realmente, no podía pagar
por ese mágico momento.
La ciudad volvía a su ritmo habitual, aunque, los caballitos
resucitaban cada domingo y nosotros continuábamos en nuestra
escuela y en el trabajo, del cual nos libramos, al ir de visita donde tía
Hilda. Ella vivía en una finca, que junto al tío Juan, tenían como un
edén. La casa, estaba rodeada de numerosos árboles frutales, en los
que saltaban alegres, la casi docena de primos, realizando acrobacias
que nos dejaban perplejos y más aún cuando se trasladaban al
límpido río el cual recorrían como ágiles pececillos !Cuánto
jugueteamos allí! ¡Que aire mas puro¡
Mi tía, pasaba largas horas frente a la batea, ó soplando el fuego en la
límpida cocina de leña para poder alimentar aquel batallón, al que
nosotros, agregábamos media docena. Era la primera en levantarse y
la última en acostarse. A aquella cocina, llegaba el fruto de las largas
horas que el tío dedicaba a la tierra y no solo allí llegaban, sino
también a nuestra casa, porque cada vez que la tía nos visitaba venía
con la preciosa carga de plátanos, yuca, tiquizque, naranjas... Al caer
la tarde, luego de saborear un caliente plato de verdura, nos
reuníamos para rezar el rosario. ¡Cuán difícil era mantener la
compostura mientras vivaces ojitos nos miraban risueños!
Los tíos sacrificaron aquella vida para trasladarse a Naranjo con el
objetivo de que los jóvenes tuvieran mayor acceso al sistema
educativo. Allí los primos y primas ayudaron a financiar sus estudios,
cogiendo café en las vacaciones.
Aquel hogar, también abrió sus puertas y nuevamente fuimos acogidos con mucho amor.
También mi mamá tiene otras dos hermanas y a la casa de la menor
de ellas íbamos todos los domingos. Por la cercanía de nuestros
hogares, ella ha sido una mamá que siempre ha estado pendiente de
cada uno de nosotros. El día de mi primer parto, me dirigí al hospital
en un taxi en el que me acompañaba mi madre y ella. No sabía lo
que podía pasar y, ese desconocimiento me asustaba, más al sentir
una a cada lado, ingresé tranquila. Luego experimenté una terrible
depresión post parto a la que sobreviví, gracias a que sé que el Señor
y mi familia me aman incondicionalmente y, que son parte de una
experiencia conjunta de risas y llantos, los que recordaba en mis
momentos más tristes, mientras contemplaba aquella dulce carita que
me invitaba a seguir adelante...
La otra tía nos regaló paseos al mar ya que habita cerca de él y en la
adolescencia, cuando gracias al Señor ya no estaba la fábrica, la
visitaba junto a varias primas. Allí también nos convertíamos en un
miembro más de su numerosa familia.
Sintetizar una historia en cinco páginas es muy difícil y más aún, porque no caben ni las risas ni los llantos que derramé mientras escribía
todo esto.
Gracias a estas memorias, me di cuenta de que para que yo floreciera
a la vida, debieron existir muchas raíces. Quizá muchas de ellas,
deban de ser eliminadas mientras otras, deben de traspasarse a mi
adolescencia, como son, apreciar a mis semejantes sin importar lo
externo, luchar honestamente por salir adelante siendo solidarios con
quienes nos rodean, transmitir los conocimientos que el Creador nos
ha entregado, apreciar los pequeños detalles...
Lo que si he ido podando, es lo referente hacia mi padre. Deseo que
él no lea esto, pues a pesar de que nos hirió, no quiero hacer lo
mismo. Creo que la historia pudo haber sido diferente si él hubiera
aprovechado la gran inteligencia y valentía que Dios le entregó y no
hubiese hecho caso a sus demonios internos. Escribo esto,
convencida de que la mejor arma contra la agresión es desnudarla,
aún cuando lastime mucho el hacerlo. Al imprimir estas palabras,
pienso en tantos niños, que silenciosamente asumen un rol de
adultos, muchas veces para alcahuetear a los padres, quienes administran irresponsablemente el ingreso familiar ¿Cuántos capitales se
han formado gracias a las lágrimas y sudor de toda una familia para
que luego,
quien tiene legalmente el poder abandone el hogar y sean otros los
que despilfarren lo que tanto ha costado?
Nuestra vida es como un rompecabezas al que vamos agregando piezas, aún cuando muchas de ellas, debamos de apartarlas para seguir
adelante. En mi vida, existen muchas piezas grandiosas como los tíos
y tías quienes amorosamente abrieron sus hogares, primos y primas a
quienes amo como hermanos, vecinos solidarios, pero,
primordialmente mi madre quien inculcó valores morales muy
fuertes y quien siempre de manera honesta sigue luchando por todos
nosotros ¡Ella es un vital fundamento de mi existencia!
Testimonio
Anita Rojas Guzmán
SAN CARLOS
Esta historia que voy a tratar de narrar describe acontecimientos
ciertos, que marcaron mi vida y la de todos mis hermanos, especialmente la de mi madre. Algunos acontecimientos son muy gratos a la
memoria y quisiera volver a revivirlos, otros no lo son, pero todos
unidos dieron origen al testimonio que quiero compartir.
Empezaré por contar que mis padres se casaron sin conocerse, ni
haber tenido un noviazgo, aún más, se habían visto solo una vez. Vivían mis abuelos maternos en Naranjo, mi padre vivía en Grecia, era
un muchacho al que le gustaba hacer grandes caminatas, y en una de
tantas pasó a sestear a casa de mis abuelos y solicitó que le vendieran
un almuerzo para seguir su camino. Por costumbre, en aquella época
a cualquier visitante que llegara a la casa, se le pasaba adelante y se le
atendía con respeto y cordialidad. Fue así como al desconocido lo
pasaron a la sala de la casa, mientras le preparaban la comida. En tal
aposento, las paredes estaban adornadas con fotografías de diferentes familiares, al visitante le llamó la atención la fotografía de una
joven muy hermosa. El muchacho preguntó quién era, y si estaba casada. Le informaron que era una de las hijas, quien no se encontraba
en la casa porque andaba trabajando en el campo, y que estaba soltera, por lo que éste al despedirse, le dijo al Papá de la muchacha, que
si le daba la mano de la hija, vendría en un mes para casarse.
Mi abuelo le contestó que eso tendría que conversarlo con la Joven,
entonces cuando ésta regresaba del campo, le avisaron que había un
muchacho esperándola; por lo que ella se arregló bien y vino
a conocer al visitante, quedando prendada de él, pues mi Papá era
muy apuesto, se pusieron de acuerdo y efectivamente un mes
después vino mi Papá y se casaron.
Se vinieron a vivir a San Carlos, a un lugar llamado Quebrada Azul,
ahí nací yo, que soy la mayor de los quince hijos que mi madre tuvo
que parir; allá por los años 1942 en adelante. Después de poco
tiempo, mi Papá compró una finca grande en un lugar llamado La
Cariblanca, donde nos vinimos a vivir, era montaña virgen y ellos
muy pobres. Serraron la gamba de un palo grande para dormir,
cocinaban en un fuego de tinamastes afuera, tenían que halar el agua
de un lugar de difícil acceso. Mi Papá no tomaba licor, pero tenía un
carácter muy difícil y así como lo criaron a él, nos quería criar a
nosotros. Era muy grosero, tanto con nosotros como con mi Mamá,
vivíamos en la mayor de las incomodidades. A nuestra casa se podía
llegar por Cedral de Ciudad Quesada. Pocos años después mi Papá
hizo un rancho que llamaban "de vara en tierra". Era redondo y en el
centro había una vara grande, muy alta, con un solo aposento; estaba
cerrado con paja y siempre se cocinaba afuera. Tiempo después
pudo hacer un rancho de madera que él fue rajando con hacha y ya
nos acomodamos un poco mejor. La familia crecía, se trabajaba
mucho la tierra sembrando todo lo que se pudiera, además había
algunos animales domésticos.
Mamá nos contaba que ella se había enamorado de mi papa desde el
primer momento que lo vió, a sus veintiún años había tenido otros
novios, pero ninguno era tan apuesto como él; por supuesto, no
sabía que fuera tan agresivo, y pasados los años era seguro que lo
seguía queriendo, pero le tenía mucho miedo. A todos nos castigaba
inmisericordemente. Cada vez que nos pegaba, debíamos
arrodillamos; no nos permitía llorar a hombres ni a mujeres. Nos
pegaba hasta cansarse, cuando más llorábamos, más nos pegaba, e
igual lo hacía con Mamá, no importaba el estado en que ella se
encontrara, pues tuvo por ahí de veintidós embarazos, nadie podía
intervenir a favor de ella o de nosotros, él simplemente nos aterraba.
A mi me pegó una vez sin culpa, porque le quebré un "tiqui" que era
un aparato que él cuidaba mucho porque ahí conservaba el agua
fresca. Agarró un mecate retorcido que tenía y con las dos manos me
daba como aporreando frijoles. Mis piernas me brincaban tanto del
dolor como del susto; mi gran angustia era no poderme sostener las
piernas juntas; me dejó sangrando. Luego, como parte del castigo,
me dijo que tenía que ir a desyerbar café; él se fue conmigo y me
conversaba tan amigable, como si momentos antes no hubiese
pasado nada.
En los partos, era Papá quien generalmente ayudaba a Mamá, a veces
mandaba a buscar a una partera que vivía por ahí, pero los caminos
eran de difícil acceso, trillos en que a veces solo los animales
pasaban. Que yo recuerde, ella fue al hospital en San José una vez
que se pudo escapar, eso mientras yo viví en la casa. Yo siempre creí
que mi Mamá tuvo varios abortos que mi Papá le atendía. Como yo
era la mayor, a veces sin entender nada de lo que pasaba ayudaba a
Papá, manteniendo agua caliente, ropa seca y muy limpia y a los
chiquillos fuera de la casa.
Me consta que mi Mamá, a raíz del comportamiento tan agresivo de
Papá, la pobreza en que vivíamos y otros problemas que en aquella
época yo no entendía, trató de suicidarse por lo menos más de una
vez, quería ahogarse cruzando el río Platanar llevándose al hijo más
pequeño con ella, pero gracias a Dios no lo logró, porque siempre
había un ángel bueno que la rescataba, peor Papá se iba tras ella y la
reconquistaba. Ella regresó algunas veces, pero la situación
empeoraba cada vez más, por eso se fue un día y nunca más volvió.
Papá a veces se iba para la Villa, o se iba para San José, y al regresar
le decía a Mamá "ya regalé tantos chiquillos", luego se los llevaba
simplemente como si fueran gallinas y nunca más los volvíamos a
ver, sin importar el dolor que mamá y nosotros sintiéramos. Así
dejábamos de ver a nuestros hermanos, todavía hay algunos que no
sabemos donde están. Mamá no tenía derecho a preguntar, porque la
respuesta era negativa y amenazante, se tenía que respetar y
considerar como parte de la sumisión y lealtad que la esposa
prometía ante el altar. Una vez que mamá se fue, yo fui llevada con
cuatro de mis hermanos más pequeños a un orfanato a San José,
tenía entre nueve y diez años. Después de eso nunca volví a la casa
hasta que me convertí en adulta. Papá, para que nos aceptaran en ese
lugar, dijo; que nuestra madre se había muerto y que él no podía
atendernos en la montaña donde vivíamos.
En ese orfanato, mis hermanos y yo sufrimos muchísimo por el frío,
yo mojaba las cobijas y la cama, y la monja, encargada de cuidarnos,
cada vez que hacíamos eso, a todos los huérfanos en las mañanas,
nos ponía de rodillas en el sol y nos tiraba encima toda la ropa
orinada hasta que se secara; ese día no desayunábamos ni jugábamos,
no nos daban fruta y éramos el objeto de burla de los otros
compañeros: sin embargo, ahí tuve que pasar varios años, ahí hice mi
primera comunión y aprendí a medio leer y escribir.
Papá iba a visitarnos algunas veces, no sé si era parte del
compromiso que adquiría por dejarnos ahí, o si era que sentía algún
cariño por nosotros; cada vez que llegaba yo le suplicaba que me
sacara de ese lugar, hasta que lo conseguí, pero no quise regresar a
San Carlos, me quedé en San José con unas tías hermanas de mi
Mamá. Mis cuatro hermanos menores, después de mi salida, fueron
dados en adopción, algunos a extranjeros según entiendo, pero Papá
solo llegó a reclamar por mi hermana Agripina, que era una niña
muy linda, por la que él sentía especial aprecio, pero ni la Superiora
ni el sacerdote encargado hicieron nada por recuperarlos: Papá
estaba muy bravo y los amenazaba con acusarlos pero seguro no lo
hizo.
Todos los hermanos de mayor edad iban siendo regalados por Papá,
es posible que a cambio de algún dinero, por lo menos, una de mis
hermanas reencontradas cuenta que los Papás de ella, que son
personas muy respetables y merecen credibilidad, le dijeron que ella
les había costado una suma de dinero que exigió papá a cambio de
no volver a reclamarla. Vale la pena contar que ahora, gracias a la
colaboración de un pariente que estaba enterado de nuestra tragedia,
organizó una investigación que logró que algunos de mis hermanos
nos reencontráramos.
Sé que mamá, después de que yo fui traída al orfanato, siguió
viviendo con papá muchos años porque hay hermanos que yo no
conocí pequeños. Nunca perdí mi relación con papá, posiblemente
por ser la hermana mayor, él nunca quiso aislarme totalmente de su
vida. Una vez estando ya grande y con dos hijos, papá me visitó en
San José y me rogó que me viniera con él a la finca porque se sentía
muy solo y enfermo, yo estaba embarazada de mi tercer hijo.
Pensando que él había cambiado, me vine para la finca a asistirlo, y
un día que se disgustó conmigo, me dió una "chilillada", pero claro,
yo me fui casi de inmediato, ayudada por unos vecinos.
Yo creo que él, a veces era poseído por algún espíritu malo, porque
cuando se enojaba, se comportaba como un animal. Sí quiero
recalcar que nunca trató de abusar sexualmente de ninguna persona
de nuestra familia. Siempre vivió enamorado de mi mamá, nunca
llevó otra mujer a la casa a pesar de estar convencido de que mamá
jamás volvería a vivir con él, cuando valientemente tomó la decisión
de dejarlo. Murió después de mi mamá en un hogar de ancianos,
ninguno de nosotros lo vinimos a visitar nunca, tampoco nos
ocupamos de su funeral. Mi mamá, cuando decidió irse definitivamente, dejó cuatro o cinco hijos con él, y éste los llevó a un
centro llamado Robledal, donde terminaron de crecer y cuando iban
cumpliendo
catorce años, se fueron a buscar a mamá, quien obviamente los
recogía y los tuvo junto a ella, hasta que falleció cuanto tenía sesenta
y ocho años. Papá siempre vivió con la esperanza de que mamá
volviera con él, la presionaba, le llevaba regalos, la invitaba a salir,
pero ella sentía por el tal desprecio que no soportaba ni verlo.
Con la narración de este testimonio quiero rendirle homenaje a una
mujer que sufrió silenciosamente las más terribles agresiones por
parte de un esposo machista, autoritario, grosero, sin consideración
alguna al amor que decía tenerle a ella y a sus hijos, sin ningún
respeto por la dignidad de los seres que tendrían que ser los más
queridos por éste.
Con un recuerdo desagradable por el ser que me dio la vida, al que
nunca le importaron mis sentimientos, preocupaciones y
necesidades, el que solamente supo imponer su autoridad de
progenitor, quise compartir con ustedes este testimonio. La parte
que deseo realzar en esta narración, que tanto nos enseñó a mí y a
mis hermanos, que nos hizo crecer como personas, por lo menos en
mi caso, fue la dicha de encontrar a tres que no conocía, y todavía
espero que alguna vez pueda encontrarme con los otros, por que
mamá decia que vivos éramos como quince y apenas nos conocemos
diez.
He querido contar a grandes rasgos esta historia que tanto dolor causó a toda la familia, ya que se me presenta la oportunidad no porque
sea la primera ni la más triste de las que cuenten, pero si el
sufrimiento y el testimonio de toda una familia sirviera para enseñar
y prevenir a otras, con eso habremos colaborado en algo a corregir
esta sociedad tan desigual.
Remembranzas
Giselle Abarca Acuña
CIUDAD QUESADA, SAN CARLOS
Estimados lectores:
Al leer estas líneas, creo que no solo en mi caso, sino en el de todos
los participantes nos hemos vistos embargados de sentimentalismo
al hablar de nuestras raíces; muchas de ellas no solo existen en
nuestros pensamientos y recuerdos.
Sale a flote ese origen de dónde venimos, y por poca sensibilidad que
tengamos nos evoca volver tiempo atrás e imaginarnos situaciones,
costumbres y tradiciones que talvez nosotros no hemos vivido, pero
que si nos pusiéramos en su lugar en este momento muchas veces no
lograríamos resolver espontáneamente un problema. Situándonos en
los hermosos años donde se carecía hasta de los servicios básicos
como doctor, electricidad, teléfono, transporte, y todo esto sin tanto
avance tecnológico que le daba ese sabor tan a lo nuestro, donde el
diálogo entre la familia y vecinos era más compenetrado, con más
cantidad y calidad de tiempo que en la actualidad. Cosa que definitivamente extrañaremos todos en este mundo tan convulsionado,
donde la ingenuidad, honestidad e inocencia eran pan de cada día,
sobre todo en los niños.
Relatos de miedo, fantasmas, leyendas, cuentos eran el plato fuerte
de las veladas. Sin dejar de lado y que nunca faltaban las serenatas
con guitarra y a caballo, y siempre había campo para la poesía. La
violencia allí no tenía cabida, el terrorismo y las obras de vandalismo
tampoco, aunque hubieron sus excepciones, se vivía en una época
más tranquila, donde se podía caminar sin temor
a un asalto, secuestro o una muestra de violencia.
La cortesía por parte de los hombres con respecto a las mujeres, o el
caminar por la acera la mujer nunca a la orilla, los asientos del bus
eran con preferencia para las damas, eso y más detalles a pesar de la
liberación femenina los extrañaremos siempre. Por qué éste mundo
con tanto avance tecnológico no logra reunir los valores que se han
ido perdiendo y hacen de nosotros las personas más egoístas, más
materialistas, cada vez menos interesadas con lo que ocurre a nuestro
alrededor y al prójimo.
A continuación los relatos que aparecerán son un extracto en mayor
parte de versiones de mi mamá en los años de su etapa de niñez,
adolescencia y adulto; como también de otros parientes ya
desaparecidos como por ejemplo: mis abuelos.
Somos como una luciérnaga que adonde quiera que va en la noche
proyecta su luz, como la vela que irradia luz en la habitación y que
solo una ráfaga de viento puede arrebatarte su existencia. Así
comparto yo mis raíces puras e inmediatas.
Mi madre, quien ha sido y será por siempre la luz y guía de nuestra
familia. Siempre con su ejemplo, sus principios morales y religiosos,
esa ganas de laborar siempre en algo, de conversar con quien
estuviera a su alrededor. Ahora la veo sumida en sus pensamientos,
triste, con mucho dolor, muy enferma; sin embargo ella ha tratado
de irradiar que nada malo le está sucediendo. Que su salud, aunque
día a día se deteriora más saldrá avante con el poder de Dios. Ya no
es tan dicharachera como antes, sin embargo a pesar de sus males
sentada en su silla de ruedas y unida al oxígeno trata de mantener
una pequeña conversación de pocos minutos.
Mi madre
Imagínese éra una chiquilla que lo más que tenía sería 8 o 10 años.
Mi papá siempre fumaba puros, y a Miriam mi amiga de infancia y yo
nos entró la curiosidad de saber a qué sabría eso que papá saboreaba
tanto en cada bocanada de humo.
Yo me robé un puro en un descuido de papá, y cuando Miriam llegó
nos fuimos detrás de una troja que estaba en un alto donde
guardaban herramientas y leña; lugar que era visible si alguien venía.
Lo encendimos, Miriam dijo que cada una le daría un jalonazo, ella
empezó, pero con dos jaladas cada una pasamos el ataque de tos y
los efectos posteriores no se hicieron esperar. Era una borrachera
tan espantosa, unida a unas ganas de vomitar indescriptibles. Nos
tiramos en el suelo por largo rato para minimizar su efecto, luego
cuando papá fumaba comentábamos entre nosotras como soportaba
eso tan feo y nos daba mal de risa.
En otra ocasión llegó el día tan esperado: Mi Primera Comunión,
ocasión en la que usaría mis primeros zapatos.
Como cambian las cosas, ahora ve uno a un niño descalzo y lo
embarga ese sentimiento de compasión, si sabe que anda así porque
no tiene zapatos; antes era distinto, los zapatos solo se usaban en
ocasiones muy especiales. Papá decidió llevarme a las zapaterías de
Naranjo para comprarme los zapatos. Yo veía tan lindos todos los
zapatos.
La señora que nos atendió en la primera zapatería trajo unos pares
que papá había escogido anteriormente, él le había dicho para qué fin
los quería. El primer par que mi papá escogió y me medí con ese me
quedé, aunque la dificultad con que introduje el pie fue grande, papá
preguntaba si me quedaban bien, lo que yo respondía
afirmativamente; yo pensaba que si decía que no, perdería la
oportunidad de tener zapatos.
El día tan esperado llegó, mi Primera Comunión, yo vestidita toda de
blanco estrenando todo, pero la misa conforme avanzaba se
convirtió en una tortura, el mantener mis pies hechos un puño
dentro de los estrechos zapatos no me dejó disfrutar del magno
acontecimiento. Solo esperaba que la misa terminara para
quitármelos, y así fue. Me volví a quedar sin zapatos.
A mi amiga Miriam le fue mejor, le compraron unas tenis a su medida y como las dos calzábamos igual, cuando íbamos a Naranjo ella
caminaba un rato con las tenis y otro rato descalza para que yo
también disfrutará el hecho de usar zapatos.
Luego con el pasar del tiempo las dos llegamos a tener cada una
zapatos, empezábamos a hacernos muchachas, y la apariencia física
nos era muy importante.
Papá no era un millonario, pero tenía unos cafetales que nos proveían del sustento diario. Incluso allá en San Juanillo de Naranjo mi
casa fue la primera en tener una radio, circunstancia que hacía que
todas las noches y por mucho tiempo se reunieran una buena
cantidad de gente bajo nuestro techo a escuchar la radio; y anécdotas
como los que decían que detrás de la radio había alguien metido,
persona que realizaba las voces y sonidos necesarios para la
presentación de un programa, anuncio o radionovela.
Estábamos maravillados con los sonidos que traía ese aparato y no
lo-grabamos entender como funcionaba.
Mi padre disfrutaba mucho el alboroto, las preguntas y conjeturas
que se producían alrededor de dicho aparato.
A él lo conocí desde chiquillo, era vecino cercano, pero en cuanto se
hizo muchacho me gustó. Rodrigo era alto, delgado, rubio, con una
barba cerrada muy bien hecha; muy serio, no le gustaba inmiscuirse
en problemas ajenos. Además era muy trabajador desde chiquillo,
como el era él único hombre de la casa Don Miguel su papá se lo
llevaba de San Juanillo de Naranjo a San Carlos, primero en una
carreta de bueyes y más tarde en un camión con cigüeña (de esos que
habían que darle cuerda con una pieza antes de montarse). Su labor
consistía en extraer madera de las montañas Sancarleñas para luego
comercializarla, ahí se formó como todo un hombrecito.
Nos hicimos novios, el noviazgo duró más o menos dos años y nos
casamos, yo tenía 20 y él 19 años. Nos vinimos a vivir a Ciudad
Quesada, duré 6 años sin quedar embarazada, en ese lapso muchas
veces lo acompañé en sus labores de ir a sacar madera, ya no con el
camión de su papá sino con uno que él mismo adquirió a prueba de
esfuerzo. Yo recuerdo un Thomas beige claro, donde en compañía
de otro matrimonio íbamos a pasear al río Santa Clara los fines de
semana.
Así transcurrieron esos años, al pasar el quinto año de matrimonio
decidímos adoptar un niño (Yeiner), era hijo de una prostituta que
no lo quería, entonces durante su embarazo estuvimos anuentes en
lo que ella ocupara y además que tuviera una buena alimentación.
Hasta que llegó el día del nacimiento, yo estaba feliz mientras su
madre ni siquiera quiso verlo después del alumbramiento. El bebito
nació muy enfermo y por más que nos esmeramos en atenderlo,
falleció a los dos meses. Me enfermé del sufrimiento, lo lloré como
mi hijo que había sido por esos días llenos de ilusión. Pero Dios
siempre hace las cosas con un noble propósito; transcurrieron los
días y mi enfermedad no pasaba, Rodrigo decidió llevarme donde el
doctor para que me hiciera un exhaustivo exámen médico el cuál
culminó con una alegría. Íbamos a ser papás y lo que yo tenía eran
unos terribles achaques.
Luego procreamos 3 hijos en total. Cumpliendo Rodrigo 33 años, un
accidente laboral le quitó la vida.
Poco después me volví a casar con Damián y tuve 2 hijos más.
Yo
19 de marzo - Día Festivo
Día de San José — Patrono de San Juanillo
En la casa de las abuelas toda esa trabajada desde muchos días antes
del día, las preparaciones eran un derroche de trabajo y dinero.
Vestidos nuevos para las muchachas con el fin de asistir primero por
la mañana a misa y más tarde al esperado baile de 1 a 5 de la tarde.
La ilusión era muy grande, la alegría reinaba siempre.
En la casa de los abuelos maternos había un espacio techado por detrás para dicha ocasión. Pesadas bateas de madera dispuestas a
albergar tamales, pan, biscocho de maíz, y el famoso picadillo de raíz
de papaya horneada. El horno hecho de barro y tejas semi-redondoespacioso, donde para producir calor primero se encendía suficiente
leña dentro y una vez que estuviera en brasas ya era hora de empezar
a hornear. Las bebidas etílicas no se hacían esperar, contrabando
solo acompañado con duraznos, naranjas o sirope.
En la casa de los abuelos paternos, nunca para tal ocasión faltaba la
sabrosa sopa de mondongo hecha por la abuela, y el abuelo no le
podía faltar su garrafa de contrabando que repartía entre quienes le
visitaban y él muy gustoso, acompañaba a las visitas; había postres
como arroz con leche, torta de novia, miel de toronja y ayote sazón.
Recuerdo yo que aunque era muy pequeña, el 19 de marzo era muy
esperado, y a pesar de que vivíamos en San Carlos para tal ocasión
no trasladábamos San Juanillo.
Tiempo después un 19 de marzo iríamos a San Juanillo no al turno,
sino a darle sepultura a mi papá quien en un accidente de trabajo
perdió la vida en Caño Negro. Ese día las celebraciones en San
Juanillo se suspendieron y marcaron en mi familia por siempre el 19
de marzo.
Las vacaciones en ese entonces de tres meses, eran muy esperadas.
Al empezar las vacaciones nos íbamos a San Juanillo donde estaba
gran parte de la familia paterna y materna, debido a esto estábamos
unos días donde un pariente y otros días donde el otro.
Eran tiempos de cogidas de café. Mi abuelo paterno jalaba el café en
yunta de bueyes de una finca al recibidor, y era una cosa linda que
nos llevara. Cuando íbamos era una fiesta acomodarnos en el fondo
de la carreta. Ibamos sentados, los brincos del ir y venir de la carreta
causaban solo risas. Eso sí, de regreso teníamos que venir queditos
sentados encima del café, me acuerdo que el abuelo le ponía unas tablas. ¡Oh tiempos más
felices, el reloj y las preocupaciones no existían para nosotros.!
El abuelo era grande de estatura, medía dos metros pero también era
grande de corazón; siempre conservaba un espíritu alegre, tenía su
repertorio de chistes y sus risas eran estruendosas, mascaba tabaco y
líbrese del cuechazo, nunca se fijaba donde iba a parar.
Esos chascos que pasan y que luego del sofoco son recordados entre
risas, contaba mi abuelo que en una oportunidad entró a una tienda a
probarse un pantalón y con la manía de mascar y tratando de escupir
en el suelo, vio una ventana dentro del vestidor, soltó el salivazo y
hasta allí se dio cuenta que era un espejo por donde corría el
cuechazo del abuelo.
Así mismo en otra ocasión llegó a la pulpería del pueblo pidiendo
una Alka Seltzer porque se sentía mal, como en San Juanillo el agua
es tan fría y con presión él pensó que el pulpero ya le había puesto la
pastilla en el agua, se la tomó y dijo sentirse mejor.
Mi Bisabuela
Contaba mi abuela que su madre se oponía a las injusticias. En una
oportunidad uno de sus hijos quería pegarle a uno de los chiquillos
que había enviado a hacer un mandado y no aparecía, la abuela
opuesta decía que le diera tiempo para explicaciones pero él se
negaba y que apenas apareciera el niño le daría una paliza.
Rato después apareció el chiquillo con el mandado, la abuela estaba a
las expectativas de lo que pasara; su mayor sorpresa fue cuando su
hijo saco un pañuelo de seda para pegarle al niño. Tremenda cólera
le dio a la abuela al ver la actitud de su hijo luego de armar semejante
escándalo y le dijo que otro día que hiciera semejante ridículo, seria
ella quien le diera con la paleta de madera a él.
Antes los temas de sexualidad eran un tabú, tanto así que dicha señora en su paso de niña a mujer se le presentó la menstruación, que le
tomó por sorpresa, temiendo dar explicaciones decidió meterse en la
paja de agua para lavar la sangre de su ropa; así transcurrieron varios
días hasta que la madre lo notó y tuvo que dar explicaciones a su
hija. Le dijo que eso le pasaría cada mes.
Tiempo después la joven decidió casarse, sin tener la mínima idea de
lo que era ser madre y mujer. El día de la noche de bodas fue lo más
espantoso, ya que su madre le había enseñado que nunca en su vida
debía dejarse tocar por nadie. Y decía: ¡Hay Diosito Santo que
vergüenza!
Poco después quedó embarazada, en su casa no le habían enseñado
nada, su madre le decía que los niños venían del río o si no que al
vomitar salían; la verdad la supo el día que tuvo que dar a luz, en
media labor de parto, cuando al tratar de vomitar, la partera le
pregunto si tenía asco y ella le dijo que no, contó lo que en su casa le
decían y en ese momento fue cuando la partera le enseño la verdad.
CONCURSO
Mujeres, Imágenes y Testimonios
ORGANIZADORES
Foro Ecuménico para el
Desarrollo Alternativo
de Guanacaste
¿QUIÉNES SOMOS?
Fedeagua es una Asociación de personas, de diversas localidades de
Costa Rica que desarrolla alianzas con otras organizaciones de
Centroamérica. Atiende a 28 grupos locales, con una membresía
global de unas mil quinientas cincuenta personas, ubicadas en los
cantones de Nandayure, Ni-coya, Santa Cruz y Carrillo de
Guanacaste. Los grupos meta se encuentran en comunidades
campesinas y semiurbanas, en donde se ubica la gente de las
comunidades defensoras del agua y productores de hortalizas,
ganado, café, granos básicos y artesanías.
Objetivo Estratégico
Promover procesos de transformación social, económica, cultural
con los grupos y comunidades marginadas, generando espacios de
participación, organización, capacitación de líderes y liderezas con
miras a construir un desarrollo alternativo y equitativo.
Ejes de acción:
Incidencia política para el manejo integrado del recurso hídrico:
Fortalecemos la participación y la incidencia comunitaria alrededor
del tema del agua en Centroamérica, especialmente en las zonas de
impacto turístico transnacional y con poblaciones campesinas.
Incidencia para el fortalecimiento de la agricultura y la ganadería orgánica:
Se acompaña el trabajo de organizaciones locales en procesos
organizativos y productivos de café, ganado y hortalizas.
Incidencia política para la Artesanía Chorotega:
Se ha creado la Asociación para la Artesanía Chorotega que tiene
cerca de 100 personas asociadas.
Desarrollo del enfoque de cultura:
Se desarrolla el proceso de construcción de herramientas
metodológicas para el acompañamiento a las comunidades.
V. Desarrollo del enfoque de género:
La organización maneja el enfoque de género de tal forma que en
todo su accionar está presente. Sin embargo hay acciones que se han
realizado para profundizar su aterrizaje e institucionalización.
VII. Fortalecimiento institucional de FEDEAGUA:
Se trabaja desarrollando las siguientes estrategias:
Relaciones de cooperación con organismos internacionales.
Consolidación de la base social y el voluntariado.
Unidad de autogestión.
Unidad de Comunicación, Documentación y Sistematización.
Ficha Técnica
FEDEAGUA: Foro Ecuménico para el Desarrollo Alternativo de
Guanacaste.
Director Ejecutivo: Wilmar Matarrita.
Dirección: 100 metros al sur de la municipalidad de Nicoya.
Teléfono: 686-4946
Fax: 686-6346
E-mail: [email protected]
Voces Nuestras Centro de Comunicación
Voces Nuestras es una institución con proyección centroamericana
que fortalece la incidencia de movimientos sociales y la expresión de
la diversidad multi-étnica y pluri-cultural en los medios colectivos de
comunicación. Para ello desarrolla estrategias de comunicación
creativas y sinérgicas.
Los públicos preferenciales son las poblaciones excluidas de los
medios de comunicación, con énfasis en:
Redes, organizaciones sociales y ONGs que trabajan con
campesinos e indígenas en desarrollo rural.
Redes y organizaciones que trabajan derechos humanos y diversidad
con equidad de género, con énfasis en mujeres.
Centros de comunicación, redes de radios y radios locales.
Ejes temáticos:
Incidencia y articulación de las organizaciones sociales en el
desarrollo rural sostenible
Expresión multicultural de las diversas identidades.
Fortalecimiento de las radios locales para la incidencia política y su
sostenibilidad.
Trabajamos la comunicación para el desarrollo de manera
participativa promoviendo la articulación y construcción conjunta
desde lo local, nacional y lo regional, contemplando de manera
integrada la perspectiva de género y diversidad cultural.
Las lineas de trabajo son:
Capacitación para fortalecer las capacidades comunicativas en las
organizaciones sociales e incidir en los procesos de desarrollo
sostenible. Para ello realizamos talleres, cursos y asesorías en:
Diseño participativo de estrategias de comunicación.
Imagen y posicionamiento de las organizaciones sociales
Comunicación Gerencial
Diseño de radionovelas
Guiones y dramatizados
Producción gráfica.
Formatos radiofónicos.
Producción para recuperar las diversas culturas e identidades
personales y colectivas:
Radionovelas.
Elaboración de guiones: cuñas, adaptación literaria, reportajes,
documentales, microprogramas.
Edición y montaje de programas
Alquiler del estudio de grabación a locutores, estudiantes, músicos y
organizaciones con precios preferenciales. El estudio es digital.
Brindamos Servicio de información y comunicación y relaciones
publicas para la incidencia con estratégias creativas.
Concursos.
Diseño y ejecución de campañas.
Ejecución de estrategias de comunicación.
Realización de diagnósticos.
Cobertura periodística de conferencias, congresos, cumbres y seminarios.
Diseño de proyectos de comunicación.
Elaboración de materiales de divulgación y
Evaluación de programas educativos en la prensa y en la radio.
Diseño y realización de sondeos de recepción e imagen institucional.
Sistematización de experiencias de comunicación.
Ficha Técnica
Asociación Centro de Comunicación Voces Nuestras.
Directora Ejecutiva: Sandra Salazar Vindas
Presidenta de la Asociación. Seidy Salas Víquez
Dirección: Carretera a Sabanilla, en Barrio Carmiol, del Super
Mercado La Cosecha 200 metros Sur y 75 mts al este.
Teléfono: (506) 224-8641 /2832105 Fax: (506) 224-86-41
E-mail: [email protected]
www.vocesnuestras.org
AUPA es el Centro de Capacitación del Agricultor y la Agricultora
costarricense. Es una Organización interesada en la formación y
desarrollo de capacidades y habilidades que facilita los procesos y
resultados concretos en el campo político, organizativo, educativo y
empresarial para cada una de las organizaciones socias, garantizando
que los agricultores y agricultoras sean efectivos sujetos de su propio
desarrollo.
AUPA es el brazo de capacitación de las organizaciones campesinas
socias: Aproagro, Adposaygup integrantes del Sindicato Nacional
Campesino UNAG, que permite la participación integral de los
diversos sectores de la familia campesina. Cuenta con una unidad
pedagógica que promueve formas de trabajo del agricultor a la
agricultora, realiza sistemas de enseñanza-aprendizaje, orientadas a la
capacitación y organización de dirigencias campesinas y al
reforzamiento de una estrategia de sostenibilidad con la equidad de
género de sus miembros.
AUPA cuenta con tres ejes estratégicos político-organizativo,
productivo-empresarial y género, que promueven la integralidad del
campesino y la campesina.
Ficha técnica
Nombre: Oficina AUPA:
Dirección Física: Llorente de Tibás, San José, del periódico la nación 400 este, 100 sur, 200 oeste, casa de fondo de dos plantas.
Teléfono: 297-7996 / Telefax: 297-7995.
E-mail: [email protected]
;7 Santa
Clara Radio Santa Clara
550 am
Es un proyecto impulsado por la Conferencia Episcopal de Costa
Rica, con el propósito de formar la RED NACIONAL DE
EMISORAS CATÓLICAS.
Radio Santa Clara, inicia el 25 de febrero de 1984, difundiendo la Fe,
la Cultura y el progreso y Desarrollo de la Región Huetar Norte.
A la luz del documento de Santo Domingo, Radio Santa Clara está
llamada a ser un instrumento de evangelización de todas las
realidades de los hombres y las mujeres contemporáneos.
Esta evangelización da respuesta a la tensión entre Fe y vida, lo
profano y lo divino, ente las situaciones de injusticia y la agresión
contra los derechos humanos de los habitantes de la región Huetar
norte y más allá.
Esto supone un nuevo ardor, entusiasmo misionero incontenible,
nuevo métodos, caminos nuevos, imaginación, creatividad
pedagógica en el anuncio del mensaje, nueva expresión, inculturando
el Evangelio en la diversidad de culturas.
Promovemos el desarrollo integral de la persona, respetando sus
derechos, exigiendo el cumplimiento de sus deberes para construir
una nueva sociedad justa y solidaria, iluminada por el evangelio de la
justicia que nos lleve a instaurar el Reino de Dios.
Por eso, optamos por una programación llena de humor, calor
humano, entretenimiento, educativa, creativa, polémica. Sentimental,
recreativa, crítica, útil
Radio Santa Clara se desarrolla dentro de un concepto de empresa
social, es decir, una institución rentable al servicio de un proyecto
social como es la promoción de los habitantes de la zona Huetar
Norte bajo la guía de la Iglesia.
Además, Radio Santa Clara mantiene una actitud crítica frente a la
información y comparte con nuestra audiencia un evangelio más
encarnado con el quehacer diario defendiendo lo derechos humanos
y rescatando la cultura popular. Radio Santa Clara tiene como líneas
de acción la capacitación la información, las relaciones y
socialización del proyecto, la evangelización y la administración.
Las nuevas y amplias instalaciones de RADIO SANTA CLARA, se
ubican en el edificio CENCO en Ciudad Quesada. Cuenta con
nuevos equipos en comunicación en Audio Digital, y un personal altamente
calificado con experiencia, que nos permite calidad en la producción
de formatos radiofónicos para la difusión de diferentes programas.
Transmite 16 horas diarias (5:00 AM - 9:00 PM) en 550 AM., con un
moderno transmisor de 5 KW, además que se tiene un transmisor
adicional de 2 KW y planta propia de electricidad en casos de
emergencias.
La programación está conformada por segmentos: religiosos,
noticias, deportes, participación y proyección social, salud, opinión y
música para todos los gustos. Debido a la ubicación en el dial y a los
equipos de alta tecnología nos permite garantizar calidad en el
sonido.
Asociación Radiofónica Voz
de Mujer de San Carlos
La Asociación Radiofónica Voz de Mujer de San Carlos ha logrado
identificarse y comprometerse decididamente con el Concurso. Es
uno de los espacios que la radio ha utilizado para divulgar y
promocionar el Concurso.
El Programa Voz de Mujer tiene 14 años de estar al aire. Su misión
es apoyar a las mujeres de la región dando a conocer sus derechos,
valores y capacidades relacionadas con la autoestima. Voz de mujer
nace a raíz de una experiencia de capacitación con amas de casa y
lideres campesinas. En la actualidad la planificación, la producción,
gestión está a cargo de un grupo base de mujeres (campesinas, estudiantes y profesionales) las cuales se reúnen periódicamente para
cumplir los objetivos del programa.
Gracias a su trabajo de divulgación, promoción y el patrocinio de
prestigiosas empresas se ha logrado una buena participación de las
mujeres rurales de la zona.
Por el programa se transmiten las series que resultan de la
adaptación de los testimonios, así como en otras radios de
Centroamérica. Horario de transmisión de la radio revista Voz de
Mujer Viernes: 8:30 AM
Ficha Técnica:
Nombre: Radio Santa Clara
Director: Padre Marcos Araya Solís Dirección. Ciudad Quesada, San
Carlos Frecuencia 550 AM
Central Telefónica: ( 506) 460-6666
Coordinadora de Mujeres Campesinas
1. Antecedentes de la organización y
de la población participante
Coordinadora
dedeMujeres
La Coordinadora
Mujeres Campesinas, es una organización
nacional
sin
fines
de lucro. Desde 1995 ha venido promoviendo una
Campesinas
participación más activa de las mujeres en las asociaciones locales, así
como la creación de espacios de discusión, y el análisis de la
problemática de la mujer rural. Con esto ha mejorado la capacidad
política, organizacional, que permite elevar el nivel de propuesta y
negociación para defender y atender los derechos y necesidades de
las mujeres campesinas.
El sector organizado, son las mujeres campesinas afiliadas a la CMC
que están afectadas por la pobreza, a causa de las restricciones que
emanan tanto de una cultura patriarcal como de la estructura socio
económica. Aunque la campesina tiene un rol muy reproductivo, su
participación es importante en el proceso de producción en la finca,
ejecuta actividades desde la preparación del terreno, pasando por la
siembra, fertilización, y control de plagas hasta la cosecha.
En la mayoría de los casos las campesinas son pequeñas productoras
que viven generalmente en asentamientos campesinos, con mucha
diversificación de productos: pecuarios, (gallinas, cabras, abejas,
pollos, vacuno, cerdos) agricultura-alimentaria, (plátano, yuca, piña,
arroz, frijoles y maíz,), agricultura vinculada a la salud y el ambiente,
(viveros con árboles nativos de cada zona, plantas medicinales,
huertas orgánicas, invernaderos) y otras actividades de
procesamiento artesanal como elaboración de productos derivados
de plantas medicinales (champú, jabones, cremas, tinturas) y producción de gas ( biodigestores).
Las mujeres están organizadas en grupos locales, actualmente
pertenecen a la Coordinadora 45 asociaciones, articuladas en lo
regional en un espacio de coordinación y trabajo conjunto
denominado (equipos regionales) ubicados en las zonas de Guatuso,
Los Chiles (zona norte), Atlántico, Puriscal y Zona Sur.
La CMC ha enfocado principalmente su trabajo en el fortalecimiento
de las capacidades organizativas de las mujeres ofreciendo espacios
de capacitación en temas como: formación de lideres, incidencia
política, autoestima, género, gestión empresarial, planificación,
evaluación y comunicación.
Objetivos de la organización
Lograr una mayor capacidad político-organizativa, que nos permita
elevar el nivel de propuesta y negociación para defender y atender
los derechos y necesidades de las mujeres campesinas con el fin de
mejorar la posición y condición de las mujeres en los hogares, las
organizaciones, las comunidades, en la esfera productiva y en la
sociedad en general.
Objetivos estratégicos
Promover la capacidad de las mujeres productoras por medio de
capacitaciones para generar más proyectos, mejorar canales de
comunicación, capacidad de gestión de junta directiva, coordinadoras y
equipo técnico.
Fomentar los convenios y alianzas con instituciones del sector público y
privado, formando equipos de mejoramiento continuo para fortalecer la
CMC.
La CMC fortalezca su gestión organizativo gremial aumentado además su
cobertura en el territorio nacional.
La CMC (dirigentes nacionales y regionales), tenga una lectura política de
su entorno, posición de la situación nacional e internacional y además
instrumentos de análisis
Dar seguimiento a la ejecución de proyectos de comercialización,
producción, agroindustria, crédito, guarderías y otros, de manera que
asegure la calidad de los productos o servicios que se obtengan.
Las mujeres afiliadas a la CMC y sus grupos de referencia local,
requieren de diversas formas de apoyo para poder insertarse en las
condiciones de productividad y competencia que exige el momento
actual; enfocando tres ejes fundamentales de trabajo:
Fortalecimiento organizativo
Desarrollo e incidencia a favor de una agenda política
Fortalecimiento de actividades económicas de los grupos y las afiliadas.
Ficha Técnica:
Nombre de la organización: Coordinadora de Mujeres Campesinas
Estado Legal: cédula jurídica 3-002-245237
Presidenta: Bella Amador Sánchez
Directora Ejecutiva Vilma Herrera Chavarría
Dirección: Barrio Amón, 150 mts. norte del Kiosco del Parque
Morazán, Edificio Arona, oficina # 7
Teléfono: (506) 221-57-41
Fax: (506) 258-79-50
Correo electrónico: [email protected]
Vredeseilanden-COOPI BO
VECO es una organización no gubernamental belga sin fines de
lucro. Funciona bajo una estructura descentralizada con
representaciones (oficinas nacionales) en 14 países de cuatro
continentes (América Latina, África, Asia y Europa).
Alrededor de 120 contrapartes reciben apoyo técnico, metodológico
y financiero en el área de Agricultura Sostenible y Seguridad
Alimentaria. En cada país, VECO tiene una Oficina de
Representación con un equipo profesional, que acompaña procesos
sustentables con equidad de género, participación e interculturalidad
en el ámbito rural.
VECO Costa Rica, apoya al desarrollo y fortalecimiento institucional
de organizaciones sociales y ONGs de servicio en el área rural. Con
esto se espera una mayor efectividad y eficacia de su Programa.
Actualmente, VECO-C.R., trabaja junto con seis organizaciones y
ONGs costarricenses: una de ellas de carácter regional, cuatro
organismos nacionales (una de ellas coordina el tema de mercados
locales y otra es una coordinadora de mujeres campesinas) y una red
nacional en Agricultura Sostenible.
Además VECO-C.R. apoya proyectos específicos ejecutados por
organizaciones costarricenses: Por ejemplo el Concurso Mujeres,
Imágenes y Testimonios, actividades de incidencia del MAOCO por
medio de sus miembros, etc.
Nuestro enfoque de equidad de género en el trabajo con
organizaciones rurales se sustenta en que tradicionalmente en el
sector agropecuario no existen una equidad entre hombres y mujeres
en cuanto a responsabilidades, oportunidades, decisión y el acceso y
control de los recursos y beneficios. Frente a la crisis actual de la
agricultura, la salida de los hombres ha sido tener un trabajo
asalariado o migrar, lo que repercute en un cambio en las
responsabilidades y tareas de las mujeres en la finca y venta de los
productos agropecuarios. Que no implica necesariamente un cambio
en su derecho a los recursos.
Ilustrativa para esta situación es la "feminización de la pobreza" en el
área rural, donde la mayoría de las familias pobres están bajo la
responsabilidad de mujeres (madres solteras). Ya esta situación actual se agrega
la "feminización de la agricultura". Donde los que cumplen un rol
cada vez más importante en la seguridad y soberanía alimentaria.
VECO-C.R. considera esencial para un desarrollo sostenible en los
aspectos sociales, ambiental, político y económico el que su trabajo
este enfocada a una equidad en las responsabilidades, oportunidades,
acceso y control de los recursos y beneficios, entre hombres y
mujeres.
Las organizaciones con las cuales trabaja VECO-C.R., enfocan sus
actividades a productores y productoras, en el área rural. Por
ejemplo se toma en cuenta el horario y las responsabilidades de las
mujeres para las convocatorias de los talleres para facilitar la
participación de las mismas. Se promovieren una mayor participación en los puestos de decisiones de las organizaciones mixtas y se
ha iniciado acciones para beneficiar a las mujeres productoras rurales
en el acceso, control de los recursos y beneficio de la producción
agropecuaria, a través de facilitar su incorporación en los mercados
locales.
Ficha Técnica
Oficina Nacional de VECO Costa Rica
Representante Nacional: Ana de Graaf
Dirección: 700 metros norte y 50 metros oeste del salón la Pista en
Llorente de Tibás.
Apartado Postal: 446-1100 Tibás San José, Costa Rica
Teléfono: (506) 297-1404
Fax: (506) 240-5108
E-mail: [email protected]/ [email protected].

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