02-01-05 - Artefacto.net
Transcripción
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El niño que no quiso crecer SON buenas estas fechas para recordar y descubrir a los nuevos lectores, aquellas historias que nos llevaron con sus protagonistas a islas de nunca jamás -Peter Pan de Lewis Carroll-, la inefable Alicia, del país de las maravillas, de Barrie, el cobertizo de Guillermo, el de Crompton, inexpugnable para la aburrida sociedad que le acosaba, y le amenazaba con la rutina, o el mágico territorio de Potter, verdadero éxito literario entre la gente más joven. Algo tendrán estos ingleses que saben acertar y dar en la diana de la sensibilidad infantil -y la adulta- y hacer perdurables sus historias y protagonistas ocupados siempre, desde el propósito del autor, en el maquineísmo y la heroica lucha del mal contra el bien, de lo mágico con lo ramplón, la ilusión contra la rutina. Se cumple el centenario del nacimiento de uno de los mas leídos personajes, Peter Pan, el niño que no quiso crecer, y esto me lleva a relacionarlo, al margen de la literatura, con esos pequeños seres de cuya infancia depende el interés de promotores, ejecutores de marketing, productores y familiares que desean alargar el tiempo de infancia y detener su crecimiento en la horma de la apariencia, como era antigua costumbre oriental, mantener entre vendajes la horma el pie femenino, para que no creciese. La visión de aquellos piececitos suele resultar, más que curiosa, estremecedora, como lo es la actitud vigilante de aquellos para los que una sombra de vello en el labio superior o un estiramiento súbito de estatura, o el cambio natural de voz, podría espantarles la gallina de los huevos de oro. Cuando los libros y sus historias, con el descubrimiento del de la cinematografía pasaron a ser adaptaciones a los medios de tan apasionante arte, surgieron, lanzados a la fama a través de la gran pantalla, criaturas mas o menos encantadoras, como lo fueron a través de las empresas de Hollywood , aquellas inolvidables estrellas como Judy Garland, intérprete de El Mago de Oz, madre de Lizza Minelli, o la Temple, o su protagonista compañera adulta pero Natalie que Wood, terminó con como más la suerte primera como citada, suicidándose. Me han interesado siempre las biografías de estos niños prodigios, su desenvolvimiento en el durísimo mundo de los platós y el no menos duro teatro de la vida. De sus experiencias -y son muchas e interesantes, entre europeos y americanos- podríamos deducir, con final feliz o relegados al olvido, que no tuvieron infancia, que no les dejaron crecer. Las mismas sinceras declaraciones pronunciadas por una mujer que fue el ídolo de las multitudes en nuestra sociedad de mitad de siglo pasado. Niña con dotes extraordinarias, reconoce el insufrible sometimiento y la manipulación que tuvo que soportar por los creadores de imagen. Artista imponente, lo abandonó todo para irse a vivir frente al mar de Málaga. Se sigue llamando Marisol. Todo lo contrario era el aspecto que presentaba frente a las cámaras ese niño de una de las series más populares, según las encuestas. Habló junto a un razonable y sereno actor. Chapeau para el actor maduro y del José Miguel de la serie qué decir. El niño se declara aficionado a la pintura, grafitero, de esos que ensucian y echan a perder las paredes. Niño de la picaresca actual, como lo fuera el Lazarillo de Tormes, al que las hambrunas despabilaban la inteligencia. De Tormes aquel y éste de Segura, el director de cine, me refiero. Durante la entrevista, y en la actitud de pretendida desenvoltura del pequeño actor, me pareció se proyectaban las sombras de un gran colectivo empeñado en sacar el mayor partido a la criatura. Ojalá sea feliz, aunque sean otros motivos por los que no quiera salir de la infancia y no los de Peter Pan. Quien lo leyó, lo sabe.