Pesquisas, detectives y artistas

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Pesquisas, detectives y artistas
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Pesquisas, detectives y artistas
UNIV de las Artes
Todo artista es en cierto modo un detective. Ambos comparten la voluntad de
desentrañar el sentido de las cosas, de trascender lo obvio, de representarse a su modo
el mundo de lo inefable. Ambos sienten una atracción magnética por el misterio, una
atracción que los sobrecoge y los empuja a perseverar en su pesquisa. Y nadie renuncia
más tarde que el detective y el artista en la búsqueda de lo verdadero. Todo detective
tiene algo de genio artístico, y toda experiencia artística tiene una pátina de pesquisa
detectivesca; si hubieran coincidido en el tiempo y en el mundo de lo real, Sherlock
Holmes y Miguel Ángel habrían tomado algún que otro café juntos.
En su Carta a los Artistas, de la que se cumplen en breve quince años, Juan Pablo II
decía que “la auténtica intuición artística va más allá de lo que perciben los sentidos y, penetrando la
realidad, intenta interpretar su misterio escondido” (Juan Pablo II, Carta a los Artistas, n. 6). La
intuición artística, como la detectivesca, no es conformista, no se contenta con la
inmediata percepción de lo evidente, de lo cristalino. El artista, en efecto, se resiste a
reducir los horizontes de la existencia a la mera materialidad, a una visión limitada y
banal. A ello se suma que en el arte, como en la investigación, hay un elemento de
sacudida, de conmoción. Citando a Platón, el Papa Benedicto XVI afirmaba que la
belleza consistía “en dar al hombre una saludable sacudida, que lo hace salir de sí mismo, lo
arranca de la resignación, del acomodamiento del día a día, e incluso lo hace sufrir, como un dardo que
lo hiere, pero precisamente de ese modo lo despierta y le vuelve a abrir los ojos del corazón y de la mente,
dándole alas e impulsándolo hacia lo alto” (Benedicto XVI, Encuentro con los artistas, 21-112009). La belleza conmociona, sacude, empuja; la belleza exige ahondar, no deja pistas
fáciles ni evidentes. Y entonces la pesquisa empieza, resuelta a dar con lo bello.
Toda pesquisa tiene su objeto, un rompecabezas que exige solución. ¿Qué busca el
artista? Podría decirse que el artista persigue la belleza, pero esa belleza que el artista
rastrea e indaga no es, sin embargo, una belleza de usar y tirar. Puede que aquí hallemos
un punto de diferencia con respecto al detective. Los artistas saben que “la experiencia de
la belleza, de la belleza auténtica, no efímera ni superficial, no es algo accesorio o secundario en la
búsqueda del sentido y de la felicidad, porque esa experiencia no aleja de la realidad, sino, al contrario,
lleva a una confrontación abierta con la vida diaria, para liberarla de la oscuridad y transfigurarla, a
fin de hacerla luminosa y bella” (Benedicto XVI, Encuentro con los artistas, 21-11-2009). El
objeto de la pesquisa artística es, pues, altamente performativo, posee una virtualidad
que no se agota en el instante en que se llega a capturarlo, sino que sigue sobrecogiendo,
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El artista sabe
que en su
indagación se
juega algo más
que un logro
externo o
material: se juega
en parte a sí
mismo
golpeando, elevando. La pesquisa detectivesca recompone
rompecabezas para tranquilizar, mientras que la pesquisa
artística los recompone para seguir turbando y sacudiendo al
hombre. El artista no cierra en vacaciones ni le interesan
jubilaciones demasiado anticipadas, mientras que la mayoría
de detectives no podrían vivir sin ambas cosas.
El artista y el detective comparten el peligro de caer en la
pista falsa, con la que da al traste toda la pesquisa. En el
campo de la investigación detectivesca, el descubrir que se ha
seguido una pista falsa es dramático: se ha burlado al
investigador y al final no se ha llegado a nada; la desazón es evidente, reina la confusión
y el héroe queda desconcertado. También en el arte existe el riesgo de una pista falsa.
Es fácil notar, como explicaba Benedicto XVI, que “con demasiada frecuencia, sin embargo, la
belleza que se promociona es ilusoria y falaz, superficial y deslumbrante hasta el aturdimiento y, en
lugar de hacer que los hombres salgan de sí mismos y se abran a horizontes de verdadera libertad
atrayéndolos hacia lo alto, los encierra en sí mismos y los hace todavía más esclavos, privados de
esperanza y de alegría” (Benedicto XVI, Encuentro con los artistas, 21-11-2009). En eso
consiste la pista falsa del artista. Ante eso el artista debe rehilvanar el intento, retomar el
camino, pues no es un tipo de detective que se acomoda al conformismo ni se deja
arrastrar por el pesimismo de una derrota, puesto que sabe que en su indagación se
juega algo más que un logro externo o material: se juega en parte a sí mismo. Por ello
Benedicto XVI recordó que “la belleza auténtica (…) abre el corazón humano a la nostalgia, al
deseo profundo de conocer, de amar, de ir hacia el Otro, hacia el más allá. Si aceptamos que la belleza
nos toque íntimamente, nos hiera, nos abra los ojos, redescubrimos la alegría de la visión, de la
capacidad de captar el sentido profundo de nuestra existencia” (Benedicto XVI, Encuentro con los
artistas, 21-11-2009). Allí donde el fracaso dictaría capitulación, el artista se siente
compelido a insistir, a no cejar, a no conformarse. Y eso le ayuda a ser muy consciente
de su responsabilidad. En relación con esto, comentaba Juan Pablo II que “la diferente
vocación de cada artista, a la vez que determina el ‘ámbito de su servicio’, indica las tareas que debe
asumir, el duro trabajo al que debe someterse y la ‘responsabilidad’ que debe afrontar. Un artista
consciente de todo ello sabe también que ha de trabajar sin dejarse llevar por la búsqueda de la gloria
banal o la avidez de una fácil popularidad, y menos aún por la ambición de posibles ganancias
personales” (Juan Pablo II, Carta a los Artistas, n. 4).
Artista y detective comparten un ulterior riesgo. Ambos pueden perseguir su objetivo
llegando a olvidar aquello que se halla en la base, aquello que por esencial a veces se
difumina, aquello que precisamente comparten de un modo más radical: que son
hombres. Y por el hecho de que el hombre es hombre, sus actos no son sólo
ejecuciones materiales ordenadas a la obtención de un producto o fin, sino que son
plasmaciones del obrar ético, acciones que aparecen revestidas de un valor moral. Por
ello el detective puede perseguir al criminal sacrificando al fin cualquier objeción a los
medios. Y por ello, en el caso del artista, Juan Pablo II habló de una disposición moral
y una disposición artística, las cuales aun distinguiéndose no pueden concebirse
independientemente: “(…) el artista es capaz de producir objetos, pero esto, de por sí, nada dice
aún de sus disposiciones morales. En efecto, en este caso, no se trata de realizarse uno mismo, de formar
la propia personalidad, sino solamente de poner en acto las capacidades operativas, dando forma estética
a las ideas concebidas en la mente. Pero si la distinción es fundamental, no lo es menos la conexión
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entre estas dos disposiciones, la moral y la artística. Éstas se condicionan profundamente de modo
recíproco. En efecto, al modelar una obra el artista se expresa a sí mismo hasta el punto de que su
producción es un reflejo singular de su mismo ser, de ‘lo que’ él es y de ‘cómo’ es. Esto se confirma en la
historia de la humanidad, pues el artista, cuando realiza una obra maestra, no sólo ‘da vida a su obra’,
sino que por medio de ella, en cierto modo, ‘descubre también su propia personalidad’. En el arte
encuentra una dimensión nueva y un canal extraordinario de expresión para su crecimiento espiritual.
Por medio de las obras realizadas, el artista ‘habla y se comunica con los otros’. La historia del arte,
por ello, no es sólo historia de las obras, sino también de los hombres” (Juan Pablo II, Carta a los
Artistas, n. 2).
Ser artista es hoy, quizás, la forma más eminente de ser detective. En nuestros tiempos
el arte necesita muchos buenos detectives: la época en que vivimos nos brinda muchas
oportunidades, muchos cabos sueltos que atar, mucho pespunte que dar. El arte
necesita, pues, de sus espacios; espacios dedicados a los artistas y a sus obras, a los
detectives y a sus pesquisas; espacios donde tomar contacto con la experiencia artística,
donde poder compartir con otros apasionados de la indagación las propias creaciones e
inquietudes; espacios, en suma, dedicados a los artistas y al arte en sus diversas
modalidades. La razón es bien sencilla: nuestro mundo necesita a sus detectives. Juan
Pablo II y Benedicto XVI se dieron perfecta cuenta de esa necesidad y la explicaron de
un modo profundo y optista, animando a los artistas a acoger el reto, porque ambos
pontífices sabían que si bien se ha dicho con acierto que la belleza salva al mundo, en
determinadas circunstancias con igual de acierto se ha tenido que afirmar lo contrario.
Eso plantea una radical alternativa, una invitación a optar por la verdadera belleza, por
la pesquisa auténtica con la que el hombre se trasciende a sí y a lo que le rodea. Y esa
pesquisa es indispensable. Como decía Dostoievski, “la humanidad puede vivir sin la ciencia,
puede vivir sin pan, pero nunca podría vivir sin la belleza, porque ya no habría motivo para estar en el
mundo. Todo el secreto está aquí, toda la historia está aquí”.
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