El entierro de Madero
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El entierro de Madero
El entierro de Madero El entierro de Madero Por: Alejandro Rosas Fecha: 03/10/2012 El domingo 23 de febrero la ciudad de México amaneció con la noticia de los asesinatos de Madero y Pino Suárez. Nadie esperaba un desenlace fatal como el de Gustavo Madero – asesinado la madrugada del 19; no en el caso de don Francisco que además de ser ex presidente de México aún contaba con gran número de simpatizantes. Sin embargo, aquella mañana los principales diarios capitalinos anunciaron a ocho columnas: “Anoche murieron camino de la penitenciaría D. Francisco I. Madero y el Lic. José M. Pino Suárez. Un grupo armado atacó a la escolta que conducía los prisioneros”. Con la confusión imperando en la capital de la República, a nadie extrañó que todos los periódicos manejaran la misma información y los mismos encabezados; como si provinieran de una sola fuente. Ninguno se atrevió a utilizar la palabra “asesinato” y la única diferencia se apreciaba en la redacción: “Los Sres. Madero y Pino Suárez fueron muertos anoche en los solitarios llanos de la escuela de tiro. Una escolta del 7º Cuerpo de rurales custodiaba los autos en los que iban prisioneros cuando fue asaltada la fuerza por un grupo de hombres armados”. Nadie por supuesto creyó la versión oficial. Conforme avanzaba la mañana del 23 de febrero, la gente se reunió en torno al lugar de los asesinatos. Se alcanzaban a escuchar plegarias y lamentos. La gente lloraba. Con piedras y ladrillos, las mujeres levantaron dos montículos que fueron coronados por cruces: “una hormada con alambres; la segunda, con ramas de árbol que parecían cortadas la víspera o muy de madrugada”. El lunes 24 de febrero, más de dos mil personas se congregaron frente a la penitenciaría de Lecumberri. Querían acompañar a don Francisco a su última morada. Poco antes de las diez y media de la mañana llegó la carroza fúnebre. En un “elegante ataúd, forrado de seda y con agarraderas de plata” fueron sacados los restos del ex presidente. Al verlo salir, la multitud no pudo contenerse, no lo intentó siquiera. Como una sola, las dos mil gargantas arrojaron un grito reivindicador; un grito de dolor y rabia que se escuchó hasta el último rincón de la Patria: “¡Viva Madero!”. La policía tuvo que reprimir la improvisada manifestación. La carroza se abrió paso entre la gente y tomó rumbo hacia al panteón francés de La Piedad. En el cementerio esperaba la familia Madero. Casi ninguno de los viejos maderistas pudo presentarse al entierro. Se encontraban escondidos o huyendo de la represión huertista. Varios policías vigilaban la escena. Tenían órdenes estrictas de dar sepultura inmediata si se “pretendía abrir la caja para hacer alguna investigación. "Haciendo caso omiso de la advertencia, doña Sara se quitó un crucifijo que colgaba de su cuello; lo besó, y pidió que se abriera el féretro. Aprovechando un descuido de la policía, el coronel Rubén Morales –ayudante personal de Madero durante la Decena Trágica- abrió el ataúd y colocó el crucifijo sobre el pecho de don Francisco, no sin antes percatarse de que el cadáver aún presentaba las ropas de reo con que fuera vestido luego de la autopsia. El desenlace estaba próximo. El féretro comenzó a descender. En cuestión de minutos estaría cubierto por completo. Los rostros mostraban infinita tristeza. La viuda volvió a llorar. Terminado el entierro, la gente se retiró. Lectura sugerida: De cómo vino Huerta, y cómo se fue…, México, ediciones El Caballito, 1975. Rosas Alejandro, Villalpando, José Manuel, Muertes históricas, México, Planeta, 2008. Audio: El Blues de Madero. http://www.wikimexico.com