La Gran Pregunta

Transcripción

La Gran Pregunta
2 do PREMIO RELATO CORTO
CrohnInCol
La Gran Pregunta
Ma r t a Ba l u e n a s i Pey
Aquella mañana de enero, amaneció nublado, las temperaturas habían bajado notablemente
durante la noche, llegando incluso a los 15º bajo 0, lo cual, tampoco era raro en esa región de
montaña, entre los Pirineos y el macizo del Montseny. La niebla tampoco ayudaba en mucho a
que los pobres rayos de sol, que intentaban hacerse un hueco entre las nubes, pudieran
derretir el manto de hielo que cubría todo con una capa tímida al ojo, pero resistente e
implacable cuando se la miraba más de cerca.
Todo este conjunto climatológico hizo que Sonia alargara un poco más su tiempo en la cama,
metiera el despertador dentro, revuelto entre las sábanas y deseara poder seguir con su sueño
un poco más.
Últimamente o más bien, hacía meses por no decir años, le sacudía una desazón cuando el
despertador le interrumpía el sueño, porque sabía que cuando soñaba era valiente, las cosas
marchaban siempre bien, podía ser cualquier cosa y el mundo era un lugar maravilloso para
vivir y en definitiva se sentía feliz. Pero sobre todo lo más importante: mientras estaba en este
estado de somnolencia, nunca se planteaba la Gran Pregunta, la que invariablemente y sin
poder remediarlo, le venía a la cabeza todos los días nada más poner los pies en el suelo.
Pero aquella mañana, entre la modorra, tuvo una idea o más bien un propósito: intentaría con
todas sus fuerzas alejar la Gran Pregunta de su mente y se prometió a sí misma, que en cuanto
sus pies tocaran el suelo y en su mente empezara a aflorar esta, se pondría a cantar, eso sí,
bajito, no quería tampoco que empezara a llover, ya que en el fondo creía un poco en los
dichos populares que vaticinan lluvia cuando uno desafina. Aunque siguiendo en la misma
línea, recordó también un refrán catalán que dice que “qui canta, els mals enpanta” (quien
canta los males espanta) y eso la animó aún más a perseverar en su promesa.
Así que se levantó de un salto, decididamente y con ganas, entró en el baño y empezó a cantar
un tema de AC/DC, “Hells Bells” para despistar a su oído, que siempre estaba alerta a cualquier
irregularidad, con campanadas desde el infierno y cuando terminó, evitó dirigir la mirada hacia
el wc, dándose prisa a tirar del agua para no fijarse en nada, y sin parar de cantar se metió en la
ducha y se concentró en recordar escenas de películas en que el personaje de turno cantaba en
la ducha. Fue sorprendente la cantidad de imágenes que vinieron desde Hollywood vía
memoria, a su ducha.
Cuando hubo terminado y todavía cantando, fue a vestirse y esta vez se entretuvo mucho más
en el armario, hasta que decidió ponerse un conjuntito que normalmente reservaba para días
especiales o de fin de semana, pero aquel martes a su manera era muy especial, sólo porque
ella quería que lo fuera, sólo porque de golpe le apeteció que así fuera, y después de vestirse se
perfumó con su perfume más caro (el de las ocasiones especiales) y se maquilló un poco, cosa
que nunca hacía por una mezcla de pereza y de su manera de ser más bien práctica y no muy
femenina.
A partir de ahí y después de prepararse un desayuno especial como el de los hoteles cuando
uno está de vacaciones, siguió cantando esta vez ya, por su Gran Camarón, con su mítica
“Volando voy”, pero interiormente, no fuera que cuando saliera a la calle se la quedaran
mirando y la tacharan de “quilla”, porque en estos tiempos o cantas por Shakira o no estás a la
onda. Subió al coche y sin rezar para que encendiera, tuvo una grata sorpresa cuando arrancó a
la primera, se puso un Cd de Manu Chao y se fue cantando a todo pulmón y encima en francés,
que aquel día se sentía muy chula.
Llegó al trabajo repartiendo los buenos días con una gran sonrisa y notó que hasta los
compañeros más aletargados le agradecían ese buen humor, saliendo de su ensimismamiento
matutino. Intentó concentrarse sólo en la faena de aquel día, sin preocuparse lo más mínimo
porque llegara la hora de descanso para poder llegar primera al servicio. Se colocó los cascos y
se puso a escuchar una emisora de música clásica que la llevó inmediatamente a sumergirse en
un lago en el que ella era un cisne fantástico y sus plumas brillaban tanto que daban envidia al
sol. Cuando a media mañana sintió que su barriga empezaba a emitir unos sonidos un poco
sospechosos, no se deprimió, subió el volumen en la radio y así poco a poco se fue olvidando
de ellos, que hicieran lo que les viniera en gana sus intestinos, ella todavía era un cisne y estos
no tienen esta clase de problemas. Al mediodía empezó a sentir un fuerte dolor en la zona
lumbar y las cervicales pero decidió que aquel día no se tomaría ningún analgésico, decidió que
no eran más que dolorcillos son importancia por culpa del trabajo y que ya pasarían cuando por
fin acabara el jornal y pudiera descansar un ratito. Cuando tuvo que levantar unas pesadas
cajas, se volvió al compañero de al lado en busca de ayuda y no le importó pedírsela. No tenía
que sentirse culpable por necesitar ayuda, pensó, que otro día, podía ser también que él la
necesitara también y no se preocupó de lo que pensaran los demás. Era su día y quería que
fuere perfecto, quería alejar todos sus miedos y ser superoptimista.
A la salida del trabajo, varios compañeros estaban discutiendo la posibilidad de reunirse para
hacer una caminata por la montaña al sábado siguiente y al llegar junto a ellos se dio cuenta de
que a ella no la invitaban, pero en vez de pensar de que no la querían y de que pasaban de ella,
y en vez de irse disimulando y cohibida, decidió preguntarles si podía apuntarse también. Se
sorprendió de que lejos de incomodarles, la pregunta más bien les alegraba, estarían
encantados de que fuera con ellos, no se lo habían propuesto antes, porque sabían que para
ella, esas cosas a veces le resultaban muy duras y entendió, que cuando a los amigos muchas
veces se les dice que no, o se los deja plantados un par de veces, ya no se preocupan más de
invitarte y no podía culparles, estaba en sus manos cambiarlo, no en la de ellos. Porque al fin y
al cabo, se dijo, si no podía subir la montaña entera, siempre podía quedarse sentadita en un
recodo, disfrutar de la naturaleza y esperarles tranquilamente sin ninguna clase de miedo a lo
que pudieran pensar.
Con ese ánimo, decidió también, que esa noche podía llamar a Celia y salir al cine y a tomar una
copa, ya estaba bien de no salir nunca, sólo por la preocupación constante de que si no
descansaba mucho, en el trabajo no rendiría. En el día de mañana que pasara lo que tuviera
que pasar, al fin y al cabo, si tenía que ponerse malita, se pondría igual, tanto si salía como si
no, tanto si comía un bocata como si comía pescado en casa. ¡¡¡Fuera miedos!!!
Y así fue como siguió pasando el día, entre canciones y esfuerzo personal para controlar la
mente y no caer en las mismas depresiones de siempre.
Cuando por fin se metió en la cama, contenta y satisfecha de sí misma, se puso para relajarse a
uno de sus autores favoritos para dormir, y sonrió cuando Lluís Llach le cantaba que “aprender,
para saberse desprender, que ese era el viejo secreto”, ¡qué razón tenía!
Y ya estaba medio dormida, cuando de pronto, al bajar sus defensas mentales, que todo el día
había controlado tan bien se le vino a la mente LA GRAN PREGUNTA.
Y entonces se destornilló de risa, porque a esa hora, a quién podía importarle ya. Le daba
completamente igual preocuparse por: ¿QUÉ ES LO QUE ME VA A DOLER HOY?

Documentos relacionados