Los Restos Invisibles del Muro

Transcripción

Los Restos Invisibles del Muro
Los Restos Invisibles del Muro1
Fernando Pastrán2
El Consejo de Estudiantes de Estudios Liberales de la
Universidad Metropolitana llevó a cabo el Primer Concurso Anual de
Ensayos, cuyo tema giró en torno al XX aniversario de la caída del
Muro de Berlín. Se les solicitó a los aspirantes la redacción de un texto
crítico cuyo abordaje uniera las cuatro disciplinas de estudio de la
carrera.
El ensayo ganador que aquí presentamos fue escogido por
decisión unánime del jurado.
Somos nosotros, los hombres, los únicos con historia; porque somos
nosotros, los hombres, los únicos seres capaces de trascender una realidad
dada. Es esta capacidad, la libertad, nuestra más preciada cualidad. No es una
libertad como aquélla concebida por Hobbes, esto es: “un hombre libre es aquél
que, en aquellas cosas que puede hacer en virtud de su propia fuerza o ingenio,
no se ve impedido en la realización de lo que tiene voluntad para llevar a
cabo”. Tampoco como dijo Bertrand Rusell alguna vez: "[es] la ausencia de
todo obstáculo a la realización de nuestros deseos". Ya Isaiah Berlín criticó
esta manera de pensar al afirmar que, según este tipo de nociones de libertad,
terminaríamos, buscando ser más libres, en una "retirada [voluntaria u
obligada] a la ciudadela interna" de cada uno de nosotros. A pesar de que la
definición de libertad ha sido fuente de muchos debates y no es nuestra meta
responder aquí a la siempre difícil cuestión tí esti (qué es), nuestras objeciones
son diferentes a las de Berlin y proponemos prestar atención a esa idea de
libertad como algo propiamente humano: el hombre es libre porque posee la
capacidad de negar una realidad impuesta, de cambiarla, de rebelarse. Así, el
hombre es el único con historia.
La historia son acontecimientos, ésta es una idea corriente y sencilla de
historia: sucesión de hechos, de sucesos humanos, algo que cambió. Indagamos
en nuestra historia y encontramos sucesos relevantes, unos más que otros. Marx
le da importancia a hechos históricos determinados: los cambios en los modos
de producción. De la misma manera, un musicólogo podría dividir la historia
en antes de Bach y después de Bach. Así pues, la historia nos permite indagar y
analizar hechos desde infinitas perspectivas. (¿Existirá realmente una “historia
de la humanidad”?). Quisiera expresar por otra parte, que no comparto la falsa
y peligrosa tesis de darle un sentido a la historia. Un error de Marx fue darle un
sentido objetivo a la historia. Si la historia tiene algún sentido o significado, es
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Publicado en el Papel Literario del diario El Nacional, Sábado 11/09/2010.
Fernando Pastrán Di Lorenzo cursa Estudios Liberales en la Universidad Metropolitana.
Caraqueño, de 22 años, es intérprete de piano y un apasionado de la Filosofía y las ideas que se
debaten en el quehacer político mundial.
el que le damos nosotros mismos. Aprendemos del pasado para proporcionarle
a nuestra realidad un análisis mejor, más crítico. “Lo que nos pasa al presente
lo comprendemos mejor en el espejo de la historia”, expresó Jaspers en alguna
oportunidad. Como dijimos antes, necesitamos seleccionar en la historia, ¿y
qué nos puede transmitir la caída del Muro de Berlín que nos resulte tan vivo
en vista de nuestra propia época?
Fue en el verano de 1961 cuando la República Democrática Alemana
(RDA) pone en acto la construcción de un muro para dividir a Berlín. Fue un
suceso sin previo aviso. Sólo un día o un par de días antes se tenía la noticia de
que la RDA tomaría ciertas medidas de seguridad para un mejor control en la
frontera. Lo que sucedió horas después fue que los berlineses quedaron
divididos por un muro en construcción, alambrados de púas y miles de
soldados que tomaron los espacios fronterizos para evitar el paso entre Berlín
Oriental y la Alemania Federal. Quedaron divididas familias, amigos,
compañeros de trabajo; quedaron divididos los ciudadanos de Berlín.
Impresiona ver las escenas de personas (y entre ellas ancianos) arrojando sus
pertenencias y saltando de un segundo o tercer piso porque las entradas y las
ventanas de los primeros pisos de algunos edificios fueron selladas. La lona
que usaban las autoridades de Berlín Oeste no era, en algunas ocasiones,
suficiente para amortiguar la caída, especialmente a los más ancianos. Eran
residencias ubicadas en la frontera y eran catalogadas como una prolongación
del muro. Eran escenas de tristeza y dolor… Pasaron casi treinta años para que
el paso entre Berlín Oriental y Berlín Occidental fuese permitido sin ningún
tipo de autorización especial. La noche en que cae el Muro de Berlín fue uno
de los días más felices para Alemania. Personas desconocidas se abrazaban,
festejaban y lloraban de alegría al ver que pasaban al otro lado; los guardias de
frontera, de uno y otro sector, se daban la mano y reconocían mutuamente. El
derrumbe del Schandmauer (“Muro de la Vergüenza”) era ya una realidad.
El muro de Berlín dividía dos maneras de pensar, dos ideologías, dos
formas de ver el mundo, de ver la vida. Era el sistema capitalista, el “orden
extenso”, el liberalismo político; y del otro lado, el socialismo real, la
planificación centralizada, el sistema totalitario. La Unión Soviética fracasa
porque así como el hombre es capaz y ha sido capaz de aprender por vía de la
imitación aquellos comportamientos que considera más eficaces para su vida,
el comunismo soviético tuvo obligatoriamente, para “subsistir”, que adaptarse a
un comportamiento que percibía de su vecina tribu de Occidente como más
eficaz para su sobrevivencia.
Tras el fin de la Guerra Fría, el conocidísimo libro del filósofo Francis
Fukuyama titulado El fin de la historia y el último hombre propone la tesis de
que finalmente el liberalismo económico y político se ha impuesto en el
mundo, que no existen alternativas ideológicas al liberalismo y, por ende, se
trata del “fin de la historia”. Por supuesto, el autor se refiere no a la historia
como simples acontecimientos tal como nos referimos antes, sino al concepto
de historia en términos hegelianos; esto es, como una historia que avanza en
tesis, antítesis y síntesis. A pesar de que unos 7 años después de la publicación
del libro Fukuyama corrige algunas (o muchas) de sus posturas, sigue
actualmente defendiendo la tesis de que no existen alternativas reales al
liberalismo. Pero lo que queremos resaltar es que ya hace 20 años (3 años antes
de su famoso libro), Fukuyama escribió un artículo para la revista The National
Interest donde afirmó lo siguiente: “claramente, la enorme mayoría del Tercer
Mundo permanece atrapada en la historia, y será área de conflicto por muchos
años más”. La realidad de esta afirmación nos duele considerablemente ahora
más que nunca.
Existe un muro invisible entre nosotros, hemos sido divididos.
Familiares, amigos y compañeros de trabajo han sido divididos. En el pasar de
la última década se ha ido gestando en nuestro país una ideología que creíamos
ya superada, se trata de una ideología peligrosa, incontradecible, que va con la
verdad porque dice haberla finalmente encontrado. Ella es en sí misma
conflictiva, ambiciona volvernos una sociedad binaria, nos divide. El porqué de
tal atavismo exige una respuesta para otra ocasión, lo cierto es que existe. Dos
pensamientos se enfrentan hoy de la misma manera en que Berlín estaba
enfrentado. De repente comenzamos a oír términos como “burguesía”, “hombre
nuevo”, “lucha de clases”, “socialismo”, entre otros; y estas palabras son
aceptadas con gran afecto por muchas personas. La palabra “socialismo” sufre
hoy en día de una simpatía increíble. Nos promete el Cielo en la Tierra, ¿y qué
mejor que eso? El socialismo es, parafraseando al economista Friedrich Hayek,
esa añoranza instintiva que se halla en cada uno de nosotros de regresar a la
seguridad de la sociedad tribal.
Inquieta saber que un gobierno que totaliza su ideología y utiliza al
Estado para difundirla sea aceptado y hasta justificado por muchos. Querer
“unirnos” en la defensa de una doctrina comprehensiva, sabemos, contradice el
principio de pluralidad. Sí, es verdad, estamos divididos: unos creen en la
democracia y otros no. Pareciera que para algunos la caída del Muro de Berlín,
el fracaso del socialismo real, la superación del totalitarismo soviético no son
hechos verificables. Todavía quedan restos del muro entre nosotros.
Creo ahora conveniente referirnos a aquella idea humana de libertad
con la cual comenzamos nuestro escrito, aquella libertad para crear algo nuevo,
para rebelarse contra una realidad, para examinarla, para proponer soluciones.
Hannah Arendt denominó a esta libertad “la raison d´être de la política”, es
decir, su precondición de existencia; y es la libre expresión y el libre debate de
todas las ideas un aspecto importante para evidenciar la fortaleza política en
una democracia. En una sociedad democrática existe una complejidad casi
infinita de fines e ideas particulares de personas reconocidas como iguales; y la
grandeza de una idea no se establece como deducción de algún hombre o
grupos de hombres que, sintiéndose iluminados o beneficiados de ciertas
características, se piensen poseedores de la verdad, sino que la grandeza de una
o varias ideas es fruto del libre debate, de la experiencia y de la crítica
intersubjetiva para llegar a un acuerdo. Son los autócratas los únicos que
quieren hacer la historia. La democracia humaniza la historia.
Pero en nuestros días un muro invisible nos impide la verdadera política
para resolver los conflictos. Me refiero, para empezar, a esa especie de
apriorismo político al momento de debatir ideas. Así como un marxista puede
atribuir la crítica de un individuo a un prejuicio de clase, o también, decir que
todo aquél que disienta de la teoría del calentamiento global causado por el
hombre está sólo respondiendo a los intereses de las compañías petroleras, al
igual que en estos casos, hoy en día toda crítica al gobierno no es más que una
simple defensa a los intereses de la “burguesía lacaya del imperio”. La
refutación deviene en confirmación.
El endiosamiento del líder (quizás debido a aquella instintiva añoranza
tribal) constituye un grave peligro para el debate. El filósofo Karl Popper
imputa al “influjo de Platón” de una seria confusión en la teoría política: la
pregunta ¿quién debe gobernar? Esta es una vieja pregunta que es necesario
superar. La verdadera pregunta sería, según él: ¿qué podemos hacer para
configurar nuestras instituciones políticas de modo que los malos e incapaces
gobernantes ocasionen los menores daños posibles? Es a través de las
instituciones democráticas la manera como se limita el poder de una o varias
personas, es la forma de controlar a los incompetentes o a los sedientos de
poder que, sin duda, siempre existirán. Este endiosamiento paraliza cualquier
diálogo. La caída del Muro de Berlín demostró la frustración que se siente en
una sociedad cuando un gobierno absolutiza su poder para extinguir la crítica,
esto provoca que la libertad no encuentre senderos para su realización. Sin
embargo, hoy en día el gobernante ha desplazado a las instituciones para
colocarse él como autoridad ilimitada, y esto con la aprobación de muchas
personas. Estamos divididos: son los defensores de la arcaica “sociedad
cerrada” y los otros, sus enemigos.
Vuelven otra vez aquellos términos anacrónicos que, después de
recordar las atrocidades históricas ocurridas en sus nombres, creíamos ya
superados. ¡La historia nos parece tan viva…! Me refiero a palabras como
“hombre nuevo” y “lucha de clases”. Estos fraudes retóricos son
lamentablemente percibidos por muchos como la última y más audaz invención
del líder. En realidad, con esta jerga se imposibilita el contraste entre el éxito o
el fracaso de las decisiones del gobernante, en efecto, le quita todo tipo de
responsabilidad. Todo aquél que disienta lo hace porque todavía no es apto,
porque aún no ha sido moldeado para entender la nueva sociedad socialista, y
si el disentimiento continúa debe ser quizás porque el individuo está
“disociado”. Con relación al segundo término, ¿qué más fácil decir que ustedes
son pobres porque ellos son ricos? Y sumado a todo esto, se percibe (muchas
veces oculto) en el discurso del líder el más vulgar y peligroso historicismo.
Esta vieja filosofía que aligera a individuos de sus responsabilidades como
sujetos capaces de una elección moral, definitivamente extermina la posibilidad
del disenso y del diálogo.
Como hemos tratado de exponer, este muro invisible entre nosotros
nace de una grave frustración por la imposibilidad de lograr una verdadera
discusión política racional. Y cuando digo “racional” me refiero a esa razón
crítica (socrática) que sabe sus límites y está consciente de la necesidad del
debate para acercarse a una verdad. Lamentablemente, esta especie de
décadence o, como dicen algunos, esta “miseria de un histórico salto atrás” ha
podido corromper las más fundamentales instituciones democráticas. Los
acusan de reaccionarios, pero son aquéllos quienes no terminan de derrumbar
el muro, los que con su conservadurismo ignoran lo rancio de sus propuestas.
Derribemos este muro invisible que nos divide para retomar la verdadera
política. Al decir de Popper, “quizá yo no tengo razón, y quizá tú la tienes. Pero
también podemos estar equivocados los dos”. Sin esta condición democrática
seguiremos viviendo entre los restos invisibles del muro.

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