Conferencia de Silvia Bleichmar en la presentación de la Revista
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Conferencia de Silvia Bleichmar en la presentación de la Revista
CONFERENCIA DE LA DRA. SILVIA BLEICHMAR EN LA PRESENTACIÓN DE LA REVISTA DOCTA 2: Han pasado cien años de la publicación de Tres Ensayos, en 1905, y si bien cabe preguntarnos qué ha pasado en el psicoanálisis a lo largo de un siglo, la cuestión principal es qué ha pasado en la sociedad con a los cambios que se han operado respecto a la sexualidad. Y es desde esta perspectiva que hace tiempo intento distinguir, en función de la organización del pensamiento psicoanalítico y de ir ubicando los problemas del futuro del psicoanálisis, cómo separar aquellos núcleos de verdad que permanecen a través del tiempo y que remiten a cuestiones invariables de la constitución psíquica de los modos de la subjetividad que han cambiado a lo largo de tiempo. Lo que se llama producción de subjetividad es del orden político e histórico. Tiene que ver con el modo con el cual cada sociedad define aquellos criterios que hacen a la posibilidad de construcción de sujetos capaces de ser integrados a su cultura de pertenencia. Hay proyecto de producción de subjetividad en cada sociedad y estos proyectos de producción de subjetividad, tiene ciertas características: el modo de funcionamiento de la familia del siglo XX en Occidente, con funciones bien diferencias, es del orden de la constitución de la subjetividad. Mientras que la diferenciación tópica en sistemas regidos por legalidades y tipos de representación es del orden de la constitución psíquica. De ahí que lo constitutivo del psiquismo, da cuenta de aspectos científicos del psicoanálisis y que se sostienen con cierta trascendencia por relación a los distintos períodos históricos. Se trata también de una batalla por sostener nuestros enunciados científicos en el marco de la época que nos toca vivir, pero también por lograr su trascendencia. Cuando a veces me pregunto qué espero de lo que hago, me respondo, de manera espontánea, que espero que en el futuro al menos no se considere como absurdo aquello que guió mi pensamiento y mi acción. Si alguien, por casualidad, leyera dentro de cincuenta, o cien años, nuestros escritos, supongamos, que alguien encuentre en una biblioteca algo de nuestro tiempo – un tataranieto, por ejemplo – que piense que fui digna para la época que viví, que no fui una payasa, que lo que dije, aún errado en muchos aspectos, fue honesto y avanzado para la época que me tocó y que estuvo cerca de lo más avanzado de esa etapa histórica. Es en razón de esto que voy a someter algunos de los paradigmas del psicoanálisis a este clivaje, si ustedes quieren, entre constitución del psiquismo y producción de subjetividad. Tomemos como ejemplo la tópica tripartita propuesta por Freud; tanto su primera formulación, a la que recién aludí, como en la segunda, con el ello, el yo y el superyó, para poner de relieve que más allá de que las inscripciones que constituyen las instancias secundarias puedan sufrir variaciones culturales, habrá elementos insoslayables de la pautación que imponen sus regulaciones para que los seres humanos puedan vivir en común y sostenerse en el marco de los riesgos que los acechan. Sabemos que es muy discutible que las formas de la moral tengan carácter universal. Y una ilusión que hemos debido abandonar, y que tuvo mucha preeminencia en el ejercicio del psicoanálisis de la segunda mitad del siglo XX fue la convicción de que alguien que aparentemente era un inmoral, en realidad tenía reprimida la culpa o se defendía de una angustia extrema, cuando el tiempo nos ha demostrado que esto bien puede no ser así – al menos, ni culpa ni vergüenza parecen existir en estar reprimido ni producir síntomas en tantos sujetos que hemos visto desfilar por la historia argentina de los últimos treinta años. Por otra parte, estos mismos sujetos se pueden melancolizar si pierden el dinero o el poder, dando cuenta que su escala de valores está regida por otros enunciadeos que aquellos que nos constituyen. Sin embargo, más allá de esto, es indudable que las condiciones de existencia de una sociedad no se proyectan hacia el futuro sin una cierta universalización ética, que opera como imperativo categórico para el universo de sujetos que engloba. 1 La segunda cuestión que puede ilustrar la diferencia entre producción de subjetividad y constitución del psiquismo tiene que ver con la causalidad de la patología psíquica. Si bien hay cambios en la psicopatología actual, con dominancia de síntomas y trastornos que no son los mismos que clásicamente conocimos, la cuestión es si esto implica relevar el paradigma de la causalidad psíquica psicoanalítica, vale decir el de la determinación libidinal del sufrimiento psíquico. No se trata de desconocer los cambios operados, pero tampoco de ceder en el debate por la defensa de los paradigmas ante la neurociencia, con su pretensión de anular toda causalidad representacional de la patología mental. Aceptar, por ejemplo, la denominación de “fenotipo TOC” – trastorno obsesivo compulsivo -, implica, de hecho, convalidar que hay un genotipo determinante de este modo de funcionamiento psíquico, tirando por la borda años de trabajo fecundo tanto en la investigación como en la transformación de esta patología. Nuestro trabajo debe centrarse en el trabajo de revisión intrateórico que permita afrontar las nuevas cuestiones atinentes a la sexualidad, luego de más de un siglo de psicoanálisis. Por eso el curso de postgrado que dicto este año en la Universidad Nacional de Córdoba se llama Que permanece de nuestras teorías sexuales infantiles, título que remite a un enunciado provocativo de Laplanche cuando aludiendo a la teoría de la castración femenina como constructo infantil para dar cuenta de la diferencia sexual anatómica la consideró “la teoría sexual de Freud y de Hans”. Vayamos en primer lugar al aporte capital que propone Freud en Tres ensayos al esbozar, por primera vez en la historia del pensamiento, el concepto de sexualidad ampliada. No se trata sólo de reconocer que los niños tiene sexualidad, sino que la sexualidad tiene un carácter polimorfo, invasivo de las funciones básicas, que no se reduce a la función genital. Se trata de definir lo sexual como un plus de placer no reductible a la autoconservación, donde el chupeteo cumple una función autoerótica, desprendida de la función alimenticia, y cuya finalidad se ve desgajada de lo autoconservativo. El chupeteo posterior a la ingesta pone de relieve que está destinado al reequilibramiento de la energía psíquica, más allá de lo somático, ya que se rige por una economía libidinal puesta en marcha a partir de procesos de excitación, y cuyas vías de resolución son irreductibles ya al plano autoconservativo, en virtud de que se rige por el placer-displacer y no por la saciedad o carencia somáticas. Lo central del descubrimiento freudiano radica en la no subordinación de la sexualidad al instinto, su carácter irreductiblemente ligado a las series placer-displacer. Y esto nuestra época lo ha llevado hasta el límite, poniendo en el centro de la vida sexual su disociación de 1 Cuestión a tener en cuenta, porque nuestro ideal universalista, proveniente de la tradición del Iluminismo, impone una concepción del semejante amplia y abarcativa, mientras que para otros modos políticos de pensamiento el universo de iguales no implica al conjunto de la humanidad. Es esta definición de “universo del semejante” lo que permite que un terrorista fundamentalista no sienta culpa por matar niños a los cuales no considera de su “especie”, o que los jefes nazis de los campos de concentración pudieran mandar a miles de personas a la muerte sin que se les moviera un pelo, ya que estas personas no eran consideradas como parte de la raza aria, equivalenciada a la única humanidad válida. la reproducción, corroborando las tesis psicoanalíticas a niveles impensables en su momento de partida. Al punto de que podemos afirmar que si durante siglos la humanidad trató de tener relaciones sexuales sin procrear, esta etapa se caracteriza por el intento de procrear sin tener relaciones sexuales, lo cual implica un giro monumental, al cual la Iglesia intenta poner coto con la prohibición de los anticonceptivos – lo cual es casi incitación al delito en una humanidad diezmada por el SIDA Y si este descubrimiento psicoanalítico que pone de relieve la des-soldadura entre la sexualidad y el instinto es coherente con la separación de la función nutricia o excremencial respecto al placer oral o anal, hace obstáculo desde el interior mismo de la obra freudiana: la imposibilidad de sustraerse de una cierta teleología de la sexualidad que culminaría necesariamente en la genitalidad procretiva, con reunificación de lo parcial, y una suerte de ideal madurativo de la genitalidad adulta – cuestión que luego retomaré para revisar el concepto de perversión. Desde el punto de vista intrateórico, esta valoración de la reproducción al servicio de la conservación de la especie, sostenida desde una epistemología de la contigüidad para la cual las leyes que rigen la naturaleza se extenderían a lo psíquico, o incluso expresarían los mismos principios, culmina en una impase que lleva a Freud, en la segunda teoría de las pulsiones, a colocar a la sexualidad del lado de la pulsión de vida a partir de su subordinación a la especie, lo cual echa por tierra lo fundamental del descubrimiento, vale decir el carácter disfuncional, mortífero del deseo inconsciente. Dualismo de las pulsiones de vida y de muerte que podrían rescatarse al poner del lado de la vida el amor por el yo y por el semejante, incluso aquello del orden de lo que yo he conceptualizado como “narcisismo trasvasante”, que lleva no sólo a la preservación del sujeto y del objeto sino incluso a abrir espacio representacional para el hijo que viene a trascender amorosamente la angustia de muerte y el vació de existencia que impone la reducción a la inmediatez a la que condena el goce. En este sentido, dualismo recuperable si se define como un dualismo entre dos tipos de sexualidad, ligada y amorosa por un lado, desligada y parcial – o perversa - por otro, dando cuenta de dos formas de funcionamiento respecto al objeto y de dos tipos de legalidades. Esta epistemología de la contigüidad que hace tabla rasa con la diferencia entre la vida natural y la representacional que da pie a concebir la pulsión de muerte como retorno a lo inorgánico, que tiene su enlace con la metabiología propuesta por Ferenczi en la cual se articula un continuo entre el hombre como ser social y la naturaleza, se contrapone a otros momentos de la obra freudiana en la cuales muy claramente Freud plantea la necesidad de intervención del otro humano como transformador de la tendencia a la descarga absoluta, cualidad básica de lo biológico – como en el Proyecto, por ejemplo. Esta epistemología de la contigüidad aparece en Tres ensayos también a través de la noción de estadio, que sabemos ha dado sustrato a una psicología del desarrollo a partir del psicoanálisis, psicología cuya génesis se ve endogenamente determinada y que lleva a alguien como Spitz a afirmar que así como se caen los dientes de leche, la fase oral precede a la anal, desde un determinismo para el cual lo somático determina lo psíquico desde una delegación que antecede al concepto de pulsión como concepto límite.. Volviendo al polimorfismo perverso infantil, no podemos dejar de subrayar que tiene el valor de plantear la potencialidad perversa no como una degeneración en el ser humano sino como la acentuación de un modo de ejercicio de la sexualidad. Polimorfismo que puede devenir perversión si no encuentra regulación en los momentos que tendría que ordenarse, en razón de lo cual la neurosis aparece como negativo de la perversión, vale decir como pasaje a otro registro, dado que las representaciones pasan de estar en lo manifiesto a verse reprimidas. Esta generalización de la potencialidad perversa, que saca a la perversión del concepto de “degeneración” y abre perspectivas inéditas, ha operado como obstáculo sin embargo en el psicoanálisis de niños cuando se ha escamoteado, detrás del polimorfismo perverso, la posibilidad de aparición de la perversión como estructura clínica en la infancia. Porque ya desde los momentos de regulación de la economía libidinal con los cuales la represión originaria plantea el sepultamiento de este polimorfismo, podemos detectar en algunos casos, en la infancia, la supervivencia de un goce en cuyo ejercicio se desconoce la subjetividad del otro humano, estando ausente la ligazón que lleva en primera instancia a renunciar al autoerotismo primer por amor al objeto, y luego por autorespeto del yo. Siendo, en verdad, el polimorfismo perverso un modo de potencialidad universal de la perversión, pero al mismo tiempo que en el momento en que ya hay un yo, condiciona y establece una relación con el objeto y siendo intercambios amorosos ya la idea de polimorfismo perverso se detiene. Esto yo lo he trabajado mucho en relación a como se establece el control de esfínteres, donde se renuncia en principio, por amor al otro y después recién se establece la represión, pero diríamos que no hay manera en que se establezca la renuncias pulsionales, sino hay una intervención del otro en la cultura y ese otro que interviene no solamente interviene pautando o prohibiendo, sino a partir de que es una renuncia amorosa. De modo que la idea de polimorfismo perverso queda ahí emplazada como una cuestión a acotar en términos de que no implica que el niño sea un pequeño inmoral, sino que tiene formas de goces a las que debe renunciar u otorgar un destino. Es evidente que genitalidad no reúne ni coarta el goce de la pulsión parcial de modo total. Sabemos que la gran parte de los problemas que tienen las parejas es precisamente la persistencia del autoerotismo, ejercido más allá de los límites del respeto hacia el otro.¿De qué se queja la gente en la entrevistas de pareja? No lo voy a decir escatológicamente, porque todos sabemos que, muchas veces en las entrevistas de pareja las señoras se quejan de las chanchadas de los maridos, ¿qué son las chanchadas?... son modos de ejercicio infantil del autoerotismo, polimorfismo perverso, sin que eso implique necesariamente perversión, aunque su ejercicio dé cuenta del descuido por el otro, vivido, correctamente, como falta de amor por quien lo padece, en la medida en que la necesaria renuncia a su ejercicio esta articulada tanto por el autorespeto como por el respeto al semejante. Esto es lo que afirma Freud en la metapsicología respecto al autoerotismo reprimido: “se renuncia por autoestima del yo”, vale decir para sentirse valioso y “amable” –digno de ser amado – tanto por el yo como por el otro humano. Tres ensayos tiene casi tantas notas como texto, porque fue el texto más revisado por Freud a lo largo de su vida, al introducirle a posteriori la teoría de la castración, la teoría del Edipo, todo lo que no tuvo presente de entrada se lo fue agregando en notas al pie. Y por suerte tenemos ahora ediciones en las cuales las notas están fechadas, permitiendo hacer un trabajo más cuidadoso sobre la obra, mientras que las primeras ediciones tenían las notas como si el conocimiento se constituyera a partir de una evolución lineal, sin permitir al lector comprender el despliegue del concepto en su nexo. Y bien, uno de los problemas que plantea el capítulo acerca de la metamorfosis de la pubertad, es dejar flotando la idea de que la identidad sexual termina de articularse con la elección de objeto, anudando, de modo contradictorio con otros enunciados freudianos, heterosexualidad e identidad. Si el texto señala de manera clara que la homosexualidad no es “una mente de mujer en cuerpo de hombre”, masculinidad no se liga necesariamente a heterosexualidad masculina, ni feminidad a heterosexualidad femenina. Hoy podemos afirmar más firmemente aún que seria imposible pensar que la identidad de género sea el desenlace de la elección de objeto, porque la identidad no es correlativa a la elección de objeto. Los teóricos de los movimientos gay discuten actualmente que se los despoje de su masculinidad en función de un tipo de elección de objeto. Por otra parte sabemos que en el pasado las practicas homosexuales fueron consideradas muchas veces rituales de iniciación de la masculinidad, sobre todo ante los griegos – en el libro sobre sexualidad masculina que estoy terminando podrán ver desarrolladas ampliamente estas cuestiones... En este sentido es importante rescatar la diferencia establecida por Freud entre Untershied y Vershidenheit, que es la relación entre diversidad y diferencia anatómica, abriendo la posibilidad de pensar que la identidad en género coexista con el polimorfismo perverso siendo anterior a la elección de objeto genital. Yo quisiera detenerme un momento en esto, ya que aparece acá una idea muy fuerte e importante. Ustedes saben que se ha echo mucho hincapié en el estudio de géneros en estos años, y yo he formulado mi objeción a hablar de psicoanálisis del niño y de la niña, ya que considero que esto que aparece avanzado políticamente es al mismo tiempo regresivo teóricamente: el psicoanálisis del niño y de la niña es prefreudiano, en la medida que vuelve a poner en el centro la cuestión de la identidad y no la cuestión del inconsciente, que no es ni masculino, ni femenino; siendo en todo caso sólo un elemento a articular de la relación del Yo –donde se inscribe la problemática de género – con aquella que remite a la sexualidad en sentido estricto, inconciente. Sin perder de vista, en todo caso, que el concepto de genero es un concepto sociológico no psicoanalítico, ¿qué quiero decir con esto? Que toma en cuenta la definición de los roles que hacen al modo de ejercicio de la sexuación, vale decir los modos con los cuales cada cultura define qué es lo femenino, qué es lo masculino y de que manera se ejerce socialmente la diferencia. En los primeros tiempos de la vida todo niño sabe si es niña o niño más allá de la diferencia anatómica. Durante los primeros tiempos, desde la lógica identitaria que constituye los organizadores sociales, los atributos de la diversidad definen el género: tener aritos o no tener aritos, vestirse de un color y no vestirse de otro, en fin, estos elementos determinan la identidad, esta es la identidad de genero, que por supuesto tiene variaciones culturales y variaciones familiares y se expresa también en modos de definir conductas, acciones racionales del sujeto social. Pero también es verdad que la dinámica de género cobra cierta evolución una vez lanzada, llamando la atención de los modos con los cuales incluso la patología se organiza al respecto: la aparición de una anorexia, por ejemplo, en un varón, ligado a una preocupación por la estética corporal, en un niño que no es psicótico, nos puede llevarnos a explorar, de modo más cuidadoso, la posibilidad de trastornos en la identidad de género a partir de modos miméticos de instalación de rasgos de género respecto a figuras femeninas dominantes en su entorno familiar o cultura.. Para puntualizar, podemos entonces afirmar que la identidad de genero coexiste con el polimorfismo perverso de los primeros tiempos de la vida en las propuestas identitarias que el niño recibe, y luego, cuando aparecen las primeras formas precipitadas del yo como modo de constitución del mismo, y se resignifica a partir del descubrimiento de la diferencia anatómica encontrando su rearticulación en el entramado que constituye por una parte la sexualidad ampliada, y por otra la sexuación y el genero, al final de la pubertad. La noción de homosexualidad inconciente que Freud enuncia como un universal, cuestión notablemente avanzada para su época, deja abierta una problemática que es la siguiente: hablar de homosexualidad inconsciente, aunque implique un gesto de audacia brutal al universalizar para toda la humanidad la idea de homosexualidad, se torna sin embargo contradictorio con el estatuto mismo del inconsciente, en la medida en que la coexistencia de los contradictorios es parte de la legalidad del inconciente: la articulación conjuntiva (y…y) pone de relieve que nadie es en el inconsciente homosexual ni s heterosexual. La identidad, siendo una cuestión del Yo, da cuenta del modo con el cual éste cualifica los deseos que el inconciente porta. Estamos ante una cuestión central de nuestra práctica, ya que al interpretar ciertas tendencias, ciertos fantasmas, como homosexuales -cuando en realidad pueden ser perfectamente, como en algunas situaciones que yo vengo trabajando, fantasmas de masculinización- se anula la posibilidad de comprender la verdadera función estructural que cumplen en la economía libidinal. En algunos niños el deseo de incorporar un órgano masculino bajo formas fantasmáticas no obedece a un deseo homosexual, sino una paradoja de la masculinización, en tanto podemos estar ante la búsqueda de incorporación del atributo viril para culminar un proceso de virilización. El análisis, si no toma esta determinación en cuenta, reproduce la posición del yo del sujeto que considera homosexual algo que está tendido a la búsqueda de la resolución de la virilidad fallida. Y es muy interesante ver cómo en muchos casos adolescentes que van a la búsqueda de una masculinización se encuentran con situaciones de pasivización a los que los llevan los grupos en los que participan, coagulación patológica de una situación en la que tratando de masculinizarse se ven sometidos a una situación de incremento del fantasma homosexual. Traigo todo esto para mostrar la discordancia existente entre el fantasma y la identidad, discordancia necesaria e irresoluble que sostiene en el marco de la noción de conflicto que la identidad no es el resultado de una forma evolutiva en el aparto psíquico sino el efecto de una recomposición de las relaciones entre genero, elección de objeto y deseo inconsciente. Vayamos ahora a la cuestión de la perversión, que debe ser revisada en el marco de las nuevas prácticas sexuales para darle nuevas especificidades en psicoanálisis. Sabemos que Freud sostuvo la diferencia entre polimorfismo perverso y perversión clínica, ubicando dos grandes rangos de la perversión: el ejercicio de la pulsión parcial en las prácticas genitales como sustitución de zonas y metas, y luego, en su segunda teoría sexual, el posicionamiento del sujeto en la verleunung de la castración como mecanismo dominante – renegación o juicio de desestimación, según las traducciones. Por su parte Melanie Klein da un giro importante, al poner el concepto de pseudo-genitalidad como modo de relación parcial de objeto aún cuando se ejerza, desde lo manifiesto, la genitalidad con un objeto que toma la fenomenlogía de total. Se trataba de que podía haber una genitalidad en la cual el otro fuera un objeto parcial, un mero lugar de ejercicio de goce sin reconocimiento de mociones amorosas, bajo modos que podemos considerar parciales, vale decir, “desubjetivados”, en un lenguaje que no era accesible para su época. Sin embargo, hay allí una idea anticipadora extraordinaria, porque lo que estaba allí planteando, es que la definición de perversión no pasaba por la zona que estaba en juego, sino por un modo de relación con el objeto. Es absolutamente inevitable que los textos freudianos, más allá de su anticipación, del modo con el cual llevan hasta el límite la moral sexual de su tiempo, se vean atravesados en algunos aspectos por esta moral de su tiempo., quiero decir, la transgrede, la impulsa, la amplían, la modifican y al mismo tiempo no puede eludirla totalmente. En razón de ello, si en Tres ensayos esta muy bien planteado el hecho de que el ejercicio de la pulsión parcial es una forma de perversión, mas allá de los ejemplos históricos, habría que ir a lo fundamental del paradigma expuesto, y no a lo anecdótico. Retomemos por ejemplo esta afirmación de las transgresiones de zonas, que lleva a afirmar a Freud que la fellatio es un modo de ejercicio perverso de la sexualidad. Esta misma idea podría ser retomada desde otro ángulo, por ejemplo si se tratara de la instrumentación de la boca femenina como mero estimulador mecánico, no importando en absoluto el goce de la mujer implicada, estando la mujer que ejerce la acción simplemente como un auxiliar del placer del otro, podríamos considerar que hay perversión porque estaría desubjetivizado uno de los autores implicados en la relación. En este caso, por ejemplo, la mujer no sería un ser con el que se goza, sino un ser sobre el cual se goza, en la medida que la pulsión parcial estaría dada no por el empleo de la zona, sino por la forma en que queda capturada la zona y la fijeza de la escena. Hay que conservar la idea central de perversión freudiana, entonces, separándola de las teorías morales de su época, recuperando los aspectos metapsicológicos que toman en cuento el ejercicio de la pulsión parcial como desubjetivación y la verleunung de la castración como desestimación del límite que implica para el propio goce la presencia del otro humano. Redefiniendo entonces la perversión en términos del empleo del cuerpo del otro como objeto de goce máss allá de la subjetividad de quien lo sostiene. Vuelvo a la definición entonces para reafirmar mi posición: Debemos redefinir la perversión como empleo del cuerpo del otro como lugar de goce de quien rehúsa reconocimiento o intenta la destitución subjetiva del otro implicado en la acción. Es en este sentido que, por supuesto, son perversas todas las prácticas de dominación sobre el cuerpo del otro con fines sexuales lo cual implica, como ya sabemos, acciones muy patológicas que no sólo capturan al partenaire empleado, sino a quien lo ejerce. Un joven que fue mi paciente durante algún tiempo, pero a quien atiendo periódicamente porque vive ahora en el exterior, sostenía, sobre la base de una fobia severa a la vagina – determinada por corrientes severamente afectadas de su vida psíquica - una forma de goce que lo obligaba a eyacular sobre el cuerpo de la mujer y no en su interior – en particular sobre los pechos. Por supuesto, esto lo llevaba al fracaso de todo intento de relación amorosa con mujeres que pretendieran sostener relaciones más o menos “normales”, las cuales no sólo se sentían insatisfechas sino que expresaban un profundo rechazo por el modo con el cual se establecía esta forma de sexualidad, lo cual no le permitía, indudablemente, sostener ninguna relación de contigüidad. Carente de la posibilidad de reconocer el rechazo que producía en las chicas que quedaban absolutamente anonadadas por al escena en la cual de pronto se veían incluidas, me ví en la obligación de hacerle saber que si no tomaba conciencia de que esto constituía un síntoma, él mismo se vería compulsado a establecer relaciones en las cuales la mujer sólo sería accesible a partir de este modo de la vida sexual y no de la complementariedad como persona que él buscaba. La compulsión perversa, en este caso, más allá de la evaluación moral que no me compete como analista, constreñía su vida amorosa dando cuenta de que la perversión no es, como se pretende a veces desde posturas hedonistas, una ampliación de la libertad del sujeto, sino una verdadera restricción que lo captura bajo reglas tan estrictas de ejercicio del goce como las que impone al partenaire. No siendo, en tal sentido, sólo desubjetivación del otro sino de sí mismo. Vayamos ahora a la cuestión de los cambios sufridos respecto a los modos tradicionales de constitución familiar que dieron marco a la estructura del Edipo durante el siglo XX. Si pretendiéramos atender hoy a niños clásicos que odian al papá por que duermen con la mamá, serían muy pocos nuestros pacientes. El otro día escuche decir a un niño refiriéndose a un amiguito: “Pobre! solo tiene cuatro abuelos”. Los niños de hoy tienen seis abuelos, u ocho, y si bien no tienen muchas madres y padres, es también de hacer notar que no siempre aquel que duerme con la madre es el padre, de modo tal que la pregunta que surge es: ¿de qué manera entonces se produce la desapropiación edípica a partir de la disociación establecida entre engendramiento y sexualidad. El hombre, el marido que comparte el lecho con la madre luego de un divorcio no es en general quien ha engendrado al niño, y la escena primaria queda claramente separada del engendramiento de hermanos, para devenir lugar de goce e intercambio entre adultos de la cual el niño está excluido. Lo cual nos lleva dejar de lado los clichés para poder establecer una práctica más cercana al fantasma infantil.. Ese Edipo que se sacaba los ojos, ese ser moral, personaje trágico que marcó nuestra formación, debe reencontrar su lugar hoy en una cultura en la cual la paidofilia y el abuso sexual infantil cobran extensión ya no mítica sino degradada. Por eso de lo que se trata es de recuperar lo esencial de la propuesta freudiana más allá de los modos históricos que ha tomado, que consiste en la regulación del goce intergeneracional como eje de pautación de la cultura. Redefiniendo entonces el Edipo como el modo con el cual cada cultura pauta el acotamiento de la apropiación del cuerpo del niño como lugar de goce del adulto, salimos del pequeño marco de la familia occidental del siglo XX y de la condena moralista a la cual nos convoca, para rescatar, sí, la gran cuestión ética que está en juego. Ya que el gran descubrimiento del psicoanálisis que da cuenta de esta prohibición articula también el descubrimiento de una asimetría de poder y saber que el adulto sostiene respecto al niño, simetría que debe consistir en la protección y cuidado de la cría para crear las mejores condiciones de humanización. Es en ese sentido que nos conmociona la brutalidad con la cual nuestra sociedad actual, ha vuelto a desarticular la protección de la infancia y la ha convertido en objeto de la sexualidad adulta. El turismo sexual en este momento, no es para buscar mujeres, es para buscar niños. Es una de las cosas más patéticas que está ocurriendo en esta época. Malasia, lugares de Centro América, parte de la triple frontera, son lugares por donde se cuelan situaciones de turismo paidófilo. Las redes que se han encontrado de turismo paidófilo, que ustedes saben que inclusive acaba de encontrar una red en la que hay argentinos implicados dando cuenta de la necesidad de recuperar el descubrimiento psicoanalítico, pero en particular los desarrollos de Lacan al dar un nuevo giro a la cuestión, poniendo en el centro el deseo del adulto respecto al niño, el cual vuelve de modo invertido del lado del niño. Por primera vez en la historia. Lacan da vuelta esta historia, y dice: “el Edipo proviene del otro adulto, y cobra su forma invertida en el deseo del niño”. La propuesta de Lacan reposiciona la cuestión, dando un giro al endogenismo paralizante que sostenía el estadismo al cual nos hemos referido anteriormente, pero dejando a su vez por resolver la cuestión del erotismo del adulto. Digo erotismo, o deseo erótico del adulto, y les pido tolerancia a los colegas lacanianos presentes, ya que Lacan pone en centro la problemática del narcisismo del adulto, y muy particularmente de la madre. Sobre esto también hay que retrabajar para salir del estructuralismo formalista que devino un nuevo obstáculo en la práctica con niños – de todos modos no es el tema a desarrollar hoy. Sí quisiera remarcar las grandes líneas que se abren, aquello que sí hay que recuperar, entonces, del concepto de prohibición del Edipo, a partir de esta redefinición que acabo de ofrecer poniendo el acento en el modo con el cual la cultura la cultura pone coto a la apropiación del cuerpo del niño como lugar de goce del adulto. Instauración de una pautación que no se reduce al hecho de que el niño no pueda acostarse con la madre, sino fundamentalmente de que el adulto no puede usar el cuerpo del niño como lugar de ejercicio de su propio goce – lo cual propicia, en última instancia, el fantasma de reencuentro erógeno del niño con el adulto. . Y con esto voy al ultimo aspecto que quiero marcar. “Teoría de la castración”. Les confieso que siendo la obra de Freud el corpus teórico con el que trabajo permanentemente algunas afirmaciones me producen, a esta altura, un cierto escozor. Cuando leo por ejemplo afirmaciones acerca de la castración femenina, siento pudor, ya que Freud se hace cargo de una teoría sexual infantil de su época respecto de la diferencia anatómica, y la eleva a teoría general del psicoanálisis. Teoría que por supuesto cada vez escuchamos menos, y que en caso de ser formulada lo es en otros términos y sostenida por poco tiempo en la primera infancia. Habría que clivar, de ese descubrimiento, lo fundamental: el hecho de que el deseo de que el deseo no esta articulado por la castración, en el sentido de la perdida del pene, sino por la castración, en sentido ontológico La perspectiva abierta por Klein respecto de la envidia al pecho en correlación con la envidia al pene, da cuenta de esto como un descubrimiento muy importante en psicoanálisis, que permite definir la cuestión en los siguientes términos: La castración es el reconocimiento de la falta ontológica, vale decir. es el reconocimiento de que hay algo del orden de la incompletud, de la imposibilidad del sujeto de encontrar en sí mismo todo el orden deseante, todos los objetos, todas las posibilidades. Y es en este sentido creo que Lacan apuesta algo muy importante, que trasciende la afirmación de que el pene siga siendo el significante de la falta, al colocar el concepto de falo no como remitiendo a un objeto parcial sino como un ordenador de todo intercambio posible. ¿Deberíamos seguir llamando fálico al investimiento narcisista que da cuenta del orden de la completud narcisismo, una vez que no consideramos al pene como el significante privilegiado de la presencia-ausencia de la completud ontológica? Después de todo seguimos hablando de teoría atómica, cuando ya sabemos que el átomo es divisible, y no constituye la parte más pequeña de la materia. Los conceptos trascienden el conocimiento mismo que generan, y devienen articuladores que pueden ser llenados de nuevos sentidos, por lo cual podríamos, por ahora, de manera provisoria, sostener esta nominación como sostén de un descubrimiento que vale la pena conservar en el marco de la desarticulación de los modos de significación de las diferencias anatómicas desde el punto de vista histórico. Las niñas de hoy, en general, no plantean que quieren tener un pene, más aún, los varones se quejan de ser discriminados por ser varones, que a veces las niñas son tratadas mejor, son mejor vistas por las maestras, los trata mejor, por ejemplo como decía un pacientito con tono reivindicativo: “claro a mí me tratan mal, porque soy un varón en la escuela”, refiriéndose a la maestra, o: “claro, a mi hermana siempre le dan más porque es mujer. Esto no tiene nada que ver con lo que relatan algunas pacientes hoy, gente grande ya, de cómo fue significada en su casa la cuestión durante su infancia. Hoy se podría someter a caución que el fantasma dominante acerca de la completud sea el pene – al menos en Occidente - quedando abierto el problema acerca de qué manera se fantasmatiza la diferencia anatómica. De todo esto surge un nuevo orden de cuestiones, que remite a las nuevas formas de organización de las relaciones de alianza y filiación. Desde las familias homoparentales hasta las monoparentales. Ello nos lleva indudablemente a revisar el concepto de familia, para poner el centro en la relación de filiación y no en la relación de alianza: hay una familia en la medida en que hay alguien de una generación que se hace cargo de alguien de otra, o incluso cuando los vínculos generan una asimetría en la cual alguien toma a cargo las necesidades de otro para establecer sus cuidados autoconservativos y su subjetivación. Una pareja en sí misma no constituye una familia, su existencia sólo determina la relación de alianza. Y en el caso de las familias homoparentales, uno de los aspectos importantes a pensar es cómo se articula en este caso la cuestión de la alteridad, la cual quedó de manera poco fecunda reducida a la deferencia anatómica, siendo inherente a la relación al semejante en la cual la diferencia anatómica devino paradigmática durante un período histórico. Sabemos que se puede tener una relación sin reconocimiento de la alteridad entre un hombre y una mujer y se puede tener una relación de alteridad entre dos hombres entre dos mujeres y por su puesto se pueden plantear todas las fallas de alteridad en el interior de una relación homosexual o heterosexual. Hace poco vino un señor y me dijo algo que me llevó a una respuesta que nunca había formulado “Bueno, mi mujer y yo no estamos de acuerdo en muchas cosas, y en la crianza de los hijos tenemos las diferencias que pueden tener cualquier hombre y cualquier mujer”. Y le dije: “No, tienen las diferencias que pueden tener dos seres humanos: trate de criar sus hijos con su socio y va a ver cómo también tiene una enorme cantidad de diferencias”… Porque en realidad las diferencias están dadas no porque el sea un hombre y ella una mujer, sino porque provienen de familias distintas, de historias edipicas distintas, o de organizaciones deseantes diferentes y con modalidad de organización del ideal diferente. Si no fuera así, estarían muy locos, ya que estas diferencias dan cuenta de la existencia de un encuentro de alteridades, por eso es es inevitable la pelea, ya que lo que está en pugna es el modo en que coagula la historia. Volvamos ahora al tema de la homosexualidad, tema importante de nuestra practica, que ya es imposible, como siguen algunos analistas sosteniendo, remitir a la estructura de la perversión. Freud define el mecanismo de la verleunung, vale decir de la renegación o de la desestimación por el juicio, para dar cuenta de una relación entre el enunciado y la visión; lo interesante de la renegación es que es un juicio sobre la percepción, es la anulación de un precepto y un enunciado. El sujeto ve algo: la ausencia de pene en la mujer, y desestima el sentido de la percepción, no escotomiza lo que ve. Sabemos, por nuestra práctica, que hay sujetos heterosexuales cuyo psiquismo funciona a dominancia renegatoria, y homosexuales que no funcionan bajo estas premisas. Si la perversión es un modo de posicionamiento que reconoce la ley pero no como imperativo categórico universal, si es un modo de elusión de la normativa pero no se puede abstener del conocimiento de la ley que burla, y si el aspecto central que la caracteriza es precisamente la des-subjetivación del otro humano, no puede ser anudada a la homosexualidad como forma de elección genital y amorosa de objeto. Es imposible hoy asimilar la estructura del Superyó a la heterosexualidad, tanto por razones de registro de la realidad como teóricas. Hemos encontrado a lo largo de nuestra práctica y de nuestra observación distintos modos de organización del psiquismo, en los cuales la presencia de aparatos psíquicos con un Superyó muy estructurado en algunas mujeres y hombres no depende de sus elecciones homo o heterosexuales. Por otra parte, y para mencionar solo algunas de las polémicas actuales, es evidente que ni la feminidad está exenta de Superyó – como concluía Freud en un deslizamiento quasi silogístico de la teoría de la constitución de la instancia moral como efecto de la angustia de castración – ni la mujer es más ética, como proponen algunas feministas. Y si no, alcanza con una muestra como la que tenemos en nuestro país donde mujeres profundamente inmorales han coexistido con otras que constituyen un modelo ético que se ha sostenido a lo largo de toda una trayectoria. Tal vez, en este caso, deberíamos recuperar esa idea foucaultiana respecto a que lo que define es el poder y no el género, y afirmar, como lo viene demostrando nuestra historia, que el poder es impiadoso con la moral Lo central que quisiera transmitir esta noche es, sin embargo, refiere a la recuperación de los aspectos centrales de los paradigmas del psicoanálisis a partir del freudismo y de los aportes más lúcidos a lo largo de su historia, de los cuales sobresalen tanto Melanie Klein como Lacan, para poner de relieve que ellos deben ser retrabajados en su especificidad y no pueden quedar anudados a las formas de la subjetividad del siglo XX, ya que ni ha sido destituido el valor teórico y práctico que guardan, ni tampoco pueden ser recuperados como un todo al estar infiltrados por formas de subjetividad de una época que la historia ha relegado al pasado. Esta es la gran tarea que tenemos por delante, para que la forma más avanzada hasta el presente de concebir y transformar la subjetividad, que constituye el psicoanálisis, no se pierda en la hojarasca de sus propias aporías y contradicciones. Y en este sentido es que espacios como los que genera Docta, con su apertura y rigor, propician el clima privilegiado para que este trabajo se realice. La distancia entre rigor teórico y dogmatismo alienta a todos aquellos que nos sentimos convocados a acompañar su producción, y nos liga en un compromiso cada vez más profundo con sus editores. Muchas gracias.