Nos arde Unguía El “Cartagena Boat Show 2014”
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Nos arde Unguía El “Cartagena Boat Show 2014”
LA LIBERTAD Editoriales Nacionales ESPECTADOR - BOGOTÁ Por un ambientalismo viable El cambio climático, el colapso de la biodiversidad, la acidificación de los océanos, las islas de plástico en el mar, son testimonios que denotan que la relación con nuestro entorno, el planeta, ha sobrepasado los límites de lo aceptable, habiendo entrado en una época de riesgo ambiental. Algunos tratan de hacer reaccionar a la sociedad con la alarma —no les faltan motivos—; otros, ante la magnitud del asunto, predican el pesimismo. Para reaccionar positivamente, al menos en parte, la sociedad necesita un nuevo discurso. La falta de una política real de sostenibilidad, manifiesta en algunas de la locomotoras desbocadas, está llevando al fortalecimiento de una forma de ambientalismo que aquí sintetizaríamos o etiquetaríamos como de “tampoco se puede”. Lo más notorio de esta forma de actuar es su éxito relativo. Hoy, algunas de las propuestas que acarrearían más impactos están empantanadas o ralentizadas. Pero este ambientalismo no es sostenible. Porque la reacción política —ya lo hemos vivido— puede llevar más bien al desprecio por lo ambiental y a una mayor confrontación. Debemos encontrar un ambientalismo que podría distanciarse de lo bueno, incluso de lo deseable, para situarse en el campo de lo posible. En Francia, la ecologista M. Fontenoy, conocida por sus expediciones marinas, acaba de publicar un libro que en castellano se titularía Hasta la coronilla de los ambientalistas. No discute la autora la razón objetiva de los temas en juego, sino la torpeza política de sus mensajes negativos. Menos bien recibidos en Europa en tiempos de crisis, lo cierto es que aquí en nuestro país el ambientalismo radical —de nuevo, explicable en sus contenidos mas no siempre justificable en sus métodos— de vez en cuando sirve para llamar la atención sobre cosas que no se deben hacer. Existe, por ejemplo, un grupo que pide “ni un río más para las hidroeléctricas”. La evidencia científica aviva su voz. Si Colombia se lanza en la carrera de convertirse en una potencia regional de kilovatios, sin ninguna consideración ambiental estratégica, por supuesto estaría ocasionando un impacto sin precedentes. Para el investigador Wolfgang Junk, del Instituto Max Planck, la regulación significativa de los ríos en las cabeceras de las cuencas produciría la reducción de una enorme proporción de los humedales en los planos de inundación. La prestigiosa organización The Nature Conservancy viene señalando cuál sería la situación en la cuenca del río Magdalena. Se trata, pues, de una compleja situación que requiere un compromiso. No se trata, empero, de trancar toda posibilidad de desarrollo hidroeléctrico, como lo anuncia el grupo desde su nombre, sino de encontrar un equilibrio manejable entre la energía limpia, los bienes y servicios de los ríos y humedales y la adaptación al cambio climático. Al menos un conjunto de ríos deberían quedar libres, y ojalá bajo la figura de “Río Protegido”, mas no todos. Un sistema de monitoreo de los cambios acumulados aguas abajo, por la construcción de hidroeléctricas, sería indispensable en esa definición. Este es un asunto clave que demuestra que hay que abrir el espacio de posibilidad para un ambientalismo ilustrado y razonable. Si no lo hacemos, estaremos abocados a enfrentar un ambientalismo radical, para el cual no faltan motivos desde las ciencias ambientales, cierto, pero que no permiten una discusión sana y salidas viables. Por el contrario, como decíamos atrás, generan un rechazo político al tema ambiental. El país, con nuevo gobierno para estos temas, necesita un nuevo ambientalismo propositivo. EL PAÍS - CALI El pulmón olvidado El incendio que desde hace doce días consume miles de hectáreas de bosque tropical en el Chocó conlleva una pérdida irreparable que repercutirá en el planeta por el significado ambiental que tiene la región. Es la riqueza del Pacífico, a la que no se le da el relieve que se merece. El Amazonas es considerado el pulmón del mundo y la mayoría de los esfuerzos internacionales se han volcado hacia esa gran cuenca, sin duda importante para la salud y la conservación de La Tierra. Sin embargo las condiciones naturales del Chocó Biogeográfico, que abarca la franja occidental costera de Colombia desde Ecuador hasta Panamá, la hacen un laboratorio natural único, generador de vida y reparador frente a las condiciones adversas del medio ambiente global. Son 175.000 kilómetros cuadrados, apenas el 2% de la superficie terrestre, que albergan el 10% de la biodiversidad del Planeta. Es el bosque tropical húmedo más extenso del Continente, el 25% de su fauna y su flora no se da en ninguna otra parte del mundo y los científicos aseguran que ahí se crea una nueva especie animal o vegetal cada siete años. Además, sus características climáticas y geográficas favorecen las riquezas marinas como en ningún otro lugar y Lloró, una recóndita población chocoana, tiene el índice de lluvias más alto del mundo, con 3.000 milímetros cúbicos de precipitaciones anuales más que el segundo lugar más lluvioso ubicado en la India. Si se les pregunta a los astronautas cuál es el lugar más verde de la Tierra visto desde el espacio, señalan hacia el Chocó Biogeográfico. Es ese Pacífico al que Colombia ha tenido en el olvido, sometido al abandono y donde la gran riqueza natural, que debía ser también una oportunidad para la población, contrasta con la miseria que padecen sus comunidades. Se necesitaron 3.800 hectáreas de bosques consumidos por las llamas y casi dos semanas de catástrofe ambiental para que ayer se declarar la ‘calamidad pública’ y se empezara a actuar para combatir el fuego, ejemplo de la poca importancia que se le da a la región. Esa mirada indiferente es la que ha permitido por ejemplo que por la fiebre del oro y el platino la minería legal desplazara las prácticas artesanales de extracción, causando daños irreparables al ecosistema chocoano. O que se haya consentido la tala indiscriminada de bosques para extraer madera o extender los cultivos de palma. Es el mismo olvido que le abrió las puertas al narcotráfico para que se asentara en la región, cambiara los valores culturales ancestrales de la gente del Pacífico, generara violencia y provocara el desplazamiento. Aunque el Pacífico es el lugar con mayor valor estratégico para el país como punto de conexión entre Colombia y el mundo, y como referente ambiental de tanta importancia para el Planeta, la indiferencia y el desconocimiento siguen presentes. Los efectos del desastre monumental causado por este incendio incontrolado no sólo repercutirán en el medio ambiente de la región. Las consecuencias las sentirán la Nación y la humanidad en general. ELUNIVERSAL - UNIVERSAL El “Cartagena Boat Show 2014” Es acertado decir que Colombia es un país que eligió estar a espaldas del mar. Su capital siempre estuvo en Los Andes desde la época colonial hasta la presente. Y aunque parezca mentiras, ¡uno de sus presidentes hacía alarde de no conocer el mar! No sirvió la pérdida de Panamá y sus aguas territoriales para hacer que el país se pellizcara, aunque quizá el área marina que nos acaba de quitar Nicaragua, que ahora va por más ante la corte de La Haya, podría haber hecho el milagro de despabilar a la Colombia política y a su sociedad civil, junto con el interés en los litorales causado por los tratados de libre comercio y las ventajas competitivas evidentes al desarrollar nuestros puertos y nuestra infraestructura entre ellos y el interior del país. Pero también se ha dicho con alguna razón que la propia Cartagena vivió de espaldas al mar desde la Independencia, tanto así que la mayoría de los integrantes de la Armada Nacional son del interior del país, dada la falta de interés local. Su comandante hoy, el almirante Hernando Wills Vélez, es apenas el cuarto cartagenero y el quinto caribe, incluyendo al almirante José Prudencio Padilla, en dirigir esta institución tan importante para Colombia y para la ciudad. El interés de los habitantes locales en el mar se mantuvo durante muchas décadas entre los capitanes y marineros de embarcaciones de cabotaje, las grandes canoas de vela y motor ya desaparecidas, que navegaban entre Cartagena y la “Costa Abajo”, hasta Cabo Tiburón, y entre Cartagena y San Andrés Islas; en el Gloria, nuestro velero insignia; y en el seno de un puñado de pescadores deportivos y veleristas agrupados en el Club de Pesca de Cartagena, quienes como en el poema de Alonso Restrepo, también tenían “corazón de mar y agua salada en las venas”. De la llama marinera que los anteriores guardaron con celo desciende la afición cartagenera de hoy por la navegación deportiva a vela y a motor, que en los años 90 del siglo pasado desembocó en dos exposiciones náuticas modestas en el Centro de Convenciones Cartagena de Indias, y que emerge en el mismo lugar con dinamismo y visión de futuro, ahora en el “Cartagena Boat Show 2014”, con mejores elementos de la náutica deportiva moderna que en la versión de 2013. El esfuerzo de los organizadores del Boat Show, incluyendo el apoyo de la Armada, es muy meritorio, especialmente porque no todas las autoridades de Colombia ni de la ciudad han interiorizado que Cartagena se debe a su bahía y esta a la navegación marítima. Somos una ciudad marinera y además de preparar nuestra infraestructura portuaria, incluyendo los canales de acceso, tenemos que ajustar las normas para fomentar la recalada de yates extranjeros que vienen a visitarnos y a gastar su dinero en el litoral Caribe, desde el Cabo de la Vela hasta Cabo Tiburón, y fomentar las marinas deportivas en la bahía, que tiene 8 mil hectáreas, por encima de las fobias mediterráneas que aún asoman su cabeza por doquier. Confiamos que el Cartagena Boat Show quede establecido como un evento tan inamovible como el Centro de Convenciones que lo alberga. Barranquilla, Domingo 23 de Marzo de 2014 5B EL TIEMPO - BOGOTÁ La maldición de la abundancia Hoy es el Día Mundial del Agua, y Colombia debería estar de plácemes. Es una de las naciones del mundo con mayor disponibilidad de este recurso. Ocupa el puesto 21 entre 199 países, ya que cada persona dispone, en teoría, de 33.630 metros cúbicos, volumen casi cinco veces mayor que el promedio mundial, que es de 7.700 metros cúbicos. Con miles de cuencas hidrográficas, un extranjero podría pensar que aquí la sed es un problema extinto. Pero la realidad es otra. Hay que decir que el crecimiento del país nunca se planeó en torno al agua. Casi el 80 por ciento de la población vive en la cuenca Magdalena-Cauca, que aporta el 11 por ciento del recurso hídrico de la nación y donde se genera el 85 por ciento del Producto Interno Bruto. Y en el resto del territorio, donde se produce el 89 por ciento del agua, como en la Orinoquia, la Amazonia, el Pacífico, el Atrato, el Catatumbo y la Sierra Nevada, solo vive el 30 por ciento de los colombianos. Este desequilibrio arraigado, difícil de cambiar, ha cultivado una especie de maldición de la abundancia. Porque hoy, a pesar de que tenemos suficientes ecosistemas productores del sagrado líquido –páramos, humedales y bosques tropicales–, casi 800 municipios, de los 1.120, lo toman con riesgos para la salud. El Gobierno estima que alrededor de 2 millones 500 mil personas de áreas urbanas no lo reciben potable, como tampoco cerca de 3 millones de zonas rurales. Y la situación no es menos grave en aquellas regiones a donde sí llega. Porque, aunque se toma sin afanes, se dispone mal. La Superintendencia de Servicios Públicos Domiciliarios explica que solo el 31 por ciento de las ciudades tiene sistemas de tratamiento, muchos, primarios. Entre los municipios, la cifra de los que los poseen puede ser aún más sombría. Precisamente, por ese constante vertimiento de aguas negras a los ríos, Colombia cayó del puesto 9 al 85 en el Índice Global de Desempeño Ambiental, de las universidades de Yale y Columbia. Se estima que los costos de aquella contaminación pueden representar el 3,5 por ciento del PIB. Y es que el país nunca está en paz con sus recursos hídricos. Si llueve, hay desastres porque no sabemos canalizar el flujo adicional, situación que se ha agravado por la deforestación y el cambio climático –que ha modificado el régimen de lluvias–. Y, si llueve poco, vemos sequías bíblicas en centenares de localidades. Basta ver al Casanare y a Yopal, su capital, región bañada con regalías petroleras, pero que vive con sed y llevando el agua a escuelas y hogares con carrotanques. Esto ocurre a pesar de que el Estudio Nacional del Agua del 2010 dejó claro que aquí hay tres veces más en el subsuelo que en la superficie. Otra inquietud: ¿quién regula con eficacia al sector minero, o al agrícola, que usa el 80 por ciento del agua nacional? Y aunque hay avances en zonas olvidadas como Quibdó, bajo Baudó o Carmen de Bolívar, y Minvivienda se ha propuesto llevar acueductos a 2 millones 800 mil ciudadanos, Colombia no debe pensar en el agua porque haya un día mundial. Debe ser a diario un asunto transversal. Dos opciones: comprometer a las comunidades en su cuidado y pensar en reformar la Política Nacional para la Gestión del Recurso Hídrico, a fin de que haya más estudios sobre la oferta y se instalen acueductos en sitios que copen bien la demanda. Porque ya es imposible repotenciar el desarrollo mirando al agua como lo que hace rato dejó de ser: un recurso infinito y renovable. EL COLOMBIANO - MEDELLÍN Nos arde Unguía Monos aulladores, tortugas icoteas, chigüiros, venados, dantas, jaguares, patoscuervo, caimanes, armadillos, garzas, martines pescadores y otra cantidad de fauna y flora son devoradas a esta hora por las llamas de un incendio que comenzó hace dos semanas en Chocó y que apenas durante los tres últimos días ha sido atendido por las autoridades nacionales. Según las cuentas, hasta ayer se habían calcinado 4..000 hectáreas de un bosque tropical cuya riqueza en materia de biodiversidad está declarada patrimonio universal de la humanidad: la selva del Darién, que constituye un tesoro de Colombia (90 %) y Panamá (10 %). Así lo declaró la Unesco en 1981. Allí habitan comunidades afrocolombianas, también colonos llegados de Antioquia y Córdoba, y una porción importante de la comunidad indígena embera y kuna. Todos ubicados en las bocas de los afluentes del Atrato, en las cabeceras de los ríos y a orillas de la franja noroccidental del Golfo de Urabá, sobre el mar Caribe. Nos entristece ser testigos de esta gran pérdida medioambiental cuya recuperación podría tardar 30 años. Las llamas ya se propagaron y pasaron de la ribera chocoana a la antioqueña. Para ambos departamentos se trata de un capital invaluable en cuanto a las reservas hídricas y de oxígeno que guarda. Además, las ciénagas y manglares que circundan el área selvática son sitios de desove de anfibios y peces, lo cual afecta la supervivencia de los caseríos que circundan el bosque. Aunque el Ejército de Colombia, mediante su Fuerza de Tarea Conjunta Titán, apoyada en helicópteros que cargan bolsas de lona (bamby buck ) cargadas de agua con químicos que retardan la conflagración, está logrando contener parte del incendio, la realidad ilustra una tardía y limitada reacción de las autoridades, en especial del Gobierno Nacional. Solo la difusión en medios de prensa de la devastación y el tamaño del desastre provocó la reacción estatal, que se sumó a los métodos precarios y artesanales con que los lugareños han intentado poner fin al incendio. Unguía es un municipio de apenas 11.000 habitantes, pero un altísimo porcentaje de su población tiene parientes en Antioquia, en Turbo, Apartadó y Carepa. Por eso nos impactan tanto y sentimos tan cercanos los efectos de esta destrucción. Los lugareños entrevistados por este y otros medios de información coinciden en resaltar que la expansión del incendio no solo es desastrosa sino que, sobre todo, refleja la debilidad y la soledad en que aún permanecen los chocoanos ante un gobierno central que los ha desatendido históricamente. "No existimos", dicen. Y la señal de ese abandono la encuentran en que apenas el jueves pasado, después de 10 días de conflagración, recibieron las primeras ayudas. Este no es solo un daño medioambiental, no es un episodio para lamentar el incuantificable daño a la selva del Darién, sino que es también un insuceso que muestra la erosionada relación y responsabilidad que mantiene Bogotá con la gente del Chocó. Incluso también retrata la falta de liderazgo de sus propias autoridades de gobierno local y de sus representantes en las demás instancias del poder público. Nos arde Unguía, nos duele Unguía, nos preocupa Unguía. Ojalá se actúe con vigor para frenar esta hoguera en medio de la selva y para ayudar a las comunidades afectadas a recuperar su patrimonio natural y social, en la estrecha y sensible relación que guardan con la selva, su flora y su fauna. VANGUARDIA-BUCARAMANGA El licor adulterado gana terreno En Colombia la lista de procederes delictuosos que lesionan hondamente a la sociedad y que cada vez ganan más espacio en el espectro económico y colectivo, crece con el correr de los días. Quienes incurren en tales comportamientos anómalos han sofisticado tanto su actividad y han amasado tan abultadas riquezas mal habidas, que la tarea de perseguirlos y lograr que cesen en su proceder es cada día más difícil. Un ejemplo palpitante de ello es lo que ocurre con el licor adulterado, conducta en extremo peligrosa y lesiva por el daño que causa en la salud de quienes lo ingieren, por las gigantescas y complejas cadenas de distribución que tienen organizadas en el mercado aquellos delincuentes que lo producen y porque se ha perfeccionado tanto su proceder que cada vez la tarea de las autoridades es más complicada de llevar a cabo exitosamente. Las consecuencias del consumo de tal tipo de licor son devastadoras pero en aras de obtener ganancias, muchos establecimientos de diversión lo ofrecen a sus clientes simulando que es legítimo, sin importarles las lesiones irreparables que sufren las victimas de su consumo. El licor adulterado se produce en instalaciones carentes de normas y procedimientos sanitarios, en alambiques que muchas veces usan aguas contaminadas, en su preparación mezclan sin control ni precisión alcohol y otros insumos que se convierten en mezclas mortales para el consumidor final. Y los sitios de distribución preferidos son bares, discotecas y establecimientos nocturnos. Aterra que solo en Bogotá, en los dos primeros meses del presente año las autoridades hayan incautado cerca de 10 mil botellas de trago adulterado. ¿Cuánto habrá circulado en el país en tal período? ¿Cuánto en el año anterior? Y lo más preocupante es que según las cifras oficiales, solo se logra decomisar aproximadamente entre el 20% y el 30% de tal tipo de licor que se ‘mueve’ por el país. La situación es de tal tamaño en esta actividad delictiva, que el alcohol etílico que usan los delincuentes para fabricar licores ‘chiviados’ es traído de otros países de contrabando. La lucha contra este tipo de delitos es desigual y desgraciadamente la colaboración de la ciudadanía para ‘poner en jaque’ a los delincuentes es escasa, cuando no inexistente. En tanto, el daño provocado es inenarrable.