Somos Vicencianos - Vicentinos Costa Rica

Transcripción

Somos Vicencianos - Vicentinos Costa Rica
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Somos Vicencianos
Una web de formación e información sobre san Vicente de Paúl, santa Luisa de
Marillac y la obra vicenciana en el mundo, ayer, hoy y mañana.
Cinco rostros de santa Luisa
Robert P. Maloney, C.M.
Me sentiría muy embarazado si alguien llegara a descubrir lo que digo en confianza a
mi director espiritual, sobre todo cuando le hablo de mis temores, mis ansiedades, mis
debilidades. De hecho me parecería injusto que alguien llegara a conocer mis pensamientos secretos.
Pero es esto precisamente lo que le ha sucedido a Luisa
de Marillac. En gran parte la conocemos por su
correspondencia con su director espiritual, Vicente de
Paúl. Y esto nos proporciona un acceso muy importante
a sus luchas interiores. Pero sospecho que también nos
da una imagen distorsionada de Luisa. Cuando nos
basamos demasiado en sus cartas a Vicente, llegamos
con facilidad a pensar que era una mujer llena de
ansiedades, y hasta podríamos describirla como una
mujer de poca fe, como de hecho lo hizo Vicente en un
momento de frustración en junio de 1642.1 Pero no era
esa en modo alguno la manera como la veían las
primeras Hijas de la Caridad. Al contrario, nos han
dejado testimonio de que la «persona completa», Luisa
de Marillac, era mucho más serena de lo que
podríamos concluir de sus conversaciones privadas con su director espiritual, y de que
era mucho más firme en los asuntos diarios que lo que podían sugerir las dudas
expresadas a Vicente. De hecho Luisa fue una mujer de variadas y notables facetas. En
una conferencia que dio a las hermanas después de la muerte de Luisa, san Vicente
revela la gran admiración que sentía hacia ella:
¡Qué hermoso cuadro, Dios mío, qué humildad, qué fe, qué prudencia, qué juicio tan
recto, y qué preocupación tan constante por conformar sus acciones con las de
Nuestro Señor! ¡Oh, hermanas mías!, ahora vosotras tenéis que conformar vuestras
acciones con las suyas e imitarle en todo.2
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En este capítulo voy a presentar cinco rostros de Luisa de Marillac.
I. Formadora
De este rostro de santa Luisa me impresionan dos aspectos.
En primer lugar, aunque el papel de Vicente de Paúl fue tan importante en la
formación de las primeras hijas de la caridad, fue Luisa de Marillac quien las fue
formando a lo largo de los días. Ella acompañaba a las hermanas en los detalles de la
vida diaria desde que ingresaban en la comunidad hasta que eran enviadas a misión.
Afirma Calvet en su elocuente biografía de santa Luisa: «Educar, formar, mantener el
dinamismo de las primeras hermanas, ésa fue su función principal, y el asegurar para
hoy y para mañana la estabilidad de su Compañía.»3 Muchas de las primeras hermanas que le llegaban a Luisa estaban por lo
general poco formadas, y no sabían ni leer ni
escribir. Venían de un sencillo mundo campesino a
París, donde tenían que relacionarse con Damas de
la Caridad bien cultivadas. El educarlas fue para
Luisa sin duda todo un desafio.
Durante más de 25 años Luisa fue la roca sobre la que se edificó la formación de las
hermanas. Las directivas que daba a las hermanas que vivían con ella, las reglas que
fue sugiriendo a Vicente, y las instrucciones que escribió para las hermanas enviadas
a misión son claras, detalladas, y con frecuencia muy expresivas. Cito a continuación
unas pocas frases tomadas de una larga instrucción que escribió para las hermanas
destinadas a Montreuil en 1647:
Nuestras hermanas Anne Hardemont y Marie Lullen van a Montreuil para descubrir
qué es lo que la Divina Providencia quiere que hagan allí.
Lo primero y principal es que siempre tengan presente a Dios y su gloria. Luego deben
pensar en el bienestar de las personas con las que se relacionen para poder servirlas
mejor según su capacidad y sus cualidades.
En tercer lugar, recordarán que ninguna acción entre ellas o hacia los externos debe
causar daño a la Compañía de las Hijas de la Caridad, pues en el interés de la
Compañía debemos buscar la honra de Dios.
En cuanto a la manera de comportarse con los enfermos, no tendrán nunca la actitud
de quien hace simplemente un trabajo. Deberán mostrarles afecto, sirviéndoles de
corazón, preguntándoles sobre sus necesidades, hablándoles con amabilidad y con
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espíritu de compasión, procurando ayudarles en lo que necesiten sin molestarles y sin
agitación. Por encima de todo deberán preocuparse mucho por su salvación, y nunca
dejarán a ningún pobre ni a ningún enfermo sin haberle dicho alguna buena palabra. 4
Como su trabajo como formadora de las hijas de la caridad es tan prominente, es fácil
olvidar un segundo aspecto del rostro de Luisa de Marillac como formadora: ella
misma estuvo muy dedicada a la formación de jóvenes pobres. Para eso fundó las
«petites écoles» (pequeñas escuelas) y confió a las primeras Hijas de la Caridad la
instrucción de los niños pobres como una de sus actividades más importantes. Escribía
en mayo de 1641 a Monsieur des Roches, chantre de Notre Dame de París:
Luisa de Marillac… suplica humildemente a Monsieur des Roches, Chantre de NotreDame de París, para informarle de que el ver a tan gran número de pobres en el barrio
de Saint Denis le ha movido a ella a desear encargarse de instruirlos. Si estas pobres
niñas siguen sumergidas en ignorancia, es de temer que sufrirán por ello un gran
perjuicio y llegarán a no poder cooperar con la gracia de Dios por su salvación. Si
usted aceptara por la gloria de Dios conceder a la que se lo solicita el permiso requerido en esos casos, permitiendo de ese modo que los pobres tengan la libertad de enviar
gratis a sus niños a escuelas en las que no encontrarían oposición por parte de los
ricos, que no quieren que los que enseñan a sus propios hijos sean libres para recibir y
cuidar de niños pobres, esas almas, redimidas por la sangre del Hijo de Dios, se
sentirán obligadas a rezar por usted, señor, en el tiempo y en la eternidad.5
Luisa se ocupó ella misma con frecuencia de instruir a niños. Insistía en que la
enseñanza que se les diera fuera sencilla y práctica, y sobre todo que se les enseñara
a leer y a escribir.
II. Contemplativa
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El tercer día de sus ejercicios espirituales de 1657, dice
Luisa escribiendo acerca de su oración: «Mi oración ha
sido más de contemplación que de razonamiento, con
una fuerte atracción hacia la humanidad santa de
Nuestro Señor, y con el deseo de honrarle e imitarle lo
más posible en la persona de los pobres y de mi
prójimo.»6
Señalo dos aspectos destacables de la vida contemplativa de santa Luisa.
El primero: fue una mujer sumergida profundamente en Cristo crucificado, que
además transmitió este aspecto como herencia a la Compañía de las Hijas de la
Caridad. Desde 1643 en adelante Luisa termina siempre sus cartas con una referencia
al amor del Señor crucificado:
«Soy, en el amor de Jesús crucificado, su humilde sierva…»7
Habla con mucha elocuencia del amor del Señor crucificado mientras agonizaba:
Al pie de esta Cruz, santa, sagrada y adorable quiero sacrificar todo lo que me podría
impedir el amar con toda la pureza que esperas de mí, sin aspirar nunca a ninguna
otra alegría que la de estar sometida a tu voluntad y a las leyes de tu puro amor.8
El sello de la Compañía expresa de una manera gráfica ese primer aspecto del rostro
contemplativo de Luisa: «El amor de Cristo crucificado nos apremia» (2 Cor 5,14). Es
interesante el notar que mientras el sello de la Congregación de la Misión ofrece a
Cristo Evangelizador de los Pobres, el sello de la Compañía de las Hijas de la Caridad
nos ofrece el amor del Señor sacrificado y crucificado. Este símbolo expresa de
manera muy elocuente la vocación de las Hijas de la Caridad.
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Un segundo aspecto del rostro contemplativo de
Luisa de Marillac es su modo de centrarse en el
Espíritu. De hecho su espiritualidad es en este
aspecto mucho más explícita que la de san
Vicente. Sus escritos destacan de manera
llamativa la relación con el Espíritu Santo. Su
experiencia de Pentecostés en 1623 supuso un
cambio de rumbo en su vida, y es un aspecto de la
herencia espiritual que ha dejado a la Compañía:
En la fiesta de Pentecostés, oyendo la santa misa o cuando estaba orando en la iglesia,
mi mente si vio al instante libre de toda duda.
Se me aseguró… que llegaría un día en que estaría en situación de hacer los votos de
pobreza, castidad y obediencia, y que sería parte de una pequeña comunidad en la que
otras harían lo mismo. Entendí entonces que estaría en un lugar en el que podría
ayudar a mi prójimo, pero no entendí cómo sería esto, pues había muchas idas y
venidas.
También se me dijo que me mantuviera en paz en relación a mi director, y que Dios
me daría uno, y pareció que me lo mostraba.9
En los comienzos de su relación, san Vicente le escribió en dos ocasiones: «El Reino
de Dios es paz en el Espíritu Santo. Él reinará en usted si su corazón está en paz.».10 Y
más adelante: «El Espíritu del Señor será su guía y su regla.»11 Luisa aceptó todo eso
con toda seriedad.
La visión espiritual de. Luisa se centra de tal manera en el Espíritu Santo que Calvet,
aunque manifiesta explícitamente su poca simpatía por los términos teológicos
grandilocuentes, escribe: «Para caracterizar la espiritualidad de Luisa de Marillac me
arriesgaría a usar la expresión `pneumocentrismo’. Es una mujer entregada del todo,
al Espíritu. Es una mística del Espíritu. Sólo citaré para el lector estas palabras: ‘El
Espíritu nos llena con el amor puro de Dios, el Espíritu nos hace dóciles a Dios y nos
coloca en un estado en que se vive la vida divina.'»12
III. Organizadora
Sugiero al lector dos aspectos de este rostro de Luisa de Marillac: 1) mujer muy
cuidadosa de los detalles, y 2) redactora de reglas.
Primero, mujer cuidadosa de los detalles. Vicente y Luisa mantuvieron una admirable
relación de cooperación. Discrepaban a veces incluso en temas importantes, como por
ejemplo cuando ella insistía en el papel que debían jugar los sucesores de Vicente en
el gobierno de las Hijas de la Caridad, y Luisa con frecuencia atrajo a Vicente a su
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propio punto de vista. Era una mujer tenaz. Tenía un gran sentido de lo concreto, una
gran capacidad para el detalle. Tuvo que dar con frecuencia instrucciones a las
hermanas o servir de intermediaria en las discrepancias que se daban entre ellas. Y
así les escribe sobre temas tan diferentes como la participación en la eucaristía, la
preparación del potaje para los pobres, el tener al día los libros de cuentas, el tratar a
los pobres con amabilidad, así como sobre temas de instrucción religiosa. Envía a san
Vicente notas breves sobre cómo debe éste cuidar mejor de su salud, sugiere
medicinas y muchos remedios prácticos para que recupere sus fuerzas en su edad
avanzada. A veces sus instrucciones detalladas son muy conmovedoras pues
manifiestan su amor profundo y práctico.
En segundo lugar, redactora de reglas. En la espiritualidad contemporánea las reglas ocupan un lugar
mucho más modesto que el que ocupaban en tiempo
de Vicente y Luisa. Pero es im-portante advertir que lo
mismo Luisa que Vicente estaban totalmente convencidos de que las reglas que redactaban (hoy las
conoceríamos como constituciones) eran
fundamentales tanto para la fundación como para el
futuro de la Compañía de las Hijas de la Caridad. Yo
tengo la misma convicción. Aunque Luisa y Vicente
sabían muy bien que el Espíritu es más importante que
la regla (aspecto que es el que destaca hoy nuestra
sensibilidad espiritual), ellos previeron que las
constituciones (lo que ellos denominaban reglas)
transmitirían a las generaciones futuras las verdades
esenciales sobre las que deberían basar sus vidas. De una manera análoga a como las
Escrituras comunican la revelación del Señor, o como un credo expresa la fe de la
comunidad cristiana, las Reglas que compusieron ellos transmiten el corazón mismo
del carisma, el espíritu, la misión, la vida de comunidad, la espiritualidad de la
Compañía.
Luisa, igual que Vicente, redactó reglas no sólo para las hermanas, sino también para
otros grupos. Se pueden encontrar varias de ellas en el índice de los Escritos
Espirituales. 13 Pero para nosotros es más importante su cooperación con Vicente en la
redacción de la regla de las Hijas de la Caridad. La versión definitiva se publicó
después de la muerte de los dos fundadores, pero lo fundamental en ellas fue creación
de ambos, y sigue siendo una parte vital del patrimonio de la Compañía.
IV. Una Mujer Completa
Luisa tuvo una vida muy variada. Fue esposa, madre, pintora, viuda, educadora, sierva
de los pobres, fundadora, formadora, mujer con votos, y amiga cariñosa. Era una
persona muy bien educada, estudió francés y latín, escribía con una gran claridad (y a
veces con gran capacidad expresiva), y poseía un sentido sutil de la teología de su
tiempo.
Procedía de una familia aristocrática por el lado de su padre. Sus tíos participaron en
la vida política en los niveles más altos. Uno de ellos fue ejecutado en 1632, y el otro
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murió en prisión el mismo año por su oposición a la política del cardenal Richelieu.
Luisa, sin embargo, tuvo la discreción y la flexibilidad necesarias para trabajar en
colaboración estrecha con la duquesa de Aiguillon, la sobrina de Richelieu, y con la
esposa del mariscal de Schomberg, que había puesto en prisión a Luis, tío de Luisa.
Su esposo Antonio la amó mucho, pero murió cuando solo llevaban casados doce años.
Su hijo Miguel, aunque fue para ella una fuente de alegría, fue también la causa de
muchas preocupaciones en el conjunto de su vida.
Era una mujer de cultura notable. Sabemos
que además de haber leído la Biblia (algo
muy poco común entre las mujeres de su
tiempo), leyó también La Imitación de
Cristo, los libros de san Francisco de Sales
(La introducción a la vida devota y El
tratado del amor de Dios), así como libros
escritos por Berulle, Gerson, Lorenzo de
Scupoli, y La guía de pecadores de fray
Luis de Granada. Probablemente también
leyó La Regla de Perfección, de Benito de
Canfield, La Filosofia Santa, de Du Vair, y
otros muchos libros espirituales populares
en su tiempo.
Ella misma escribió un catecismo, para ayudar a las hermanas en la enseñanza a niñas
pobres. El texto de ese catecismo ha llegado hasta nosotros.14
En un documento muy notable (que podría haber sido escrito en el siglo XXI) escribe
Luisa: «Es del todo evidente en este siglo que la Divina Providencia ha querido
servirse de mujeres para mostrar que ha sido su sola bondad la que ha querido ayudar
a la gente afligida y proporcionarles ayudas poderosas para su salvación.»15
Estos son dos de los cuadros que pintó:
Este primero presenta una mujer joven, que representa a la propia Luisa, sentada
junto a un río, en un paisaje encantador. Obsérvense las torres en el edificio que se ve
al otro lado del río, los árboles y las flores. La joven acaba de escribir en un pergamino
el nombre de Jesús (que al espectador se le presenta invertido). Luisa ha rodeado esta
escena con las palabras: «C’est le nom de Celui que j’aime» (Es el nombre de aquel a
quien
amo).
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Este
cuadro se encuentra en el despacho del Superior General en la Rue du Bac.
La segunda acuarela muestra al Buen Pastor rodeado por sus ovejas. Una de ellas se
ha subido a sus rodillas y calma su sed en el costado de Jesús. Hay otras dos que
parecen estar haciendo lo mismo a los pies de Jesús. Una cuarta parece estar
intentando besar a Jesús.
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Obsérvese el fondo lleno de detalles: las torres, una casa, la valla, el río, un muro, los
árboles, las plantas…
V. Sirvienta de los Pobres: Humilde, Amable, Confiando
siempre en la Providencia
Siempre me ha gustado mucho un pequeño pasaje en la vida de Luisa escrita por
Calvet. Dice que para Luisa «en la Iglesia, el pobre es el primero. Es el príncipe, el
dueño, pues es una especie de encarnación de Cristo pobre. Debemos por eso servirle
con respeto, sea cual sea su carácter, o sus defectos. Debemos amarle. La persona
enferma es un miembro sufriente de Cristo, al que debemos tratar con toda
reverencia. Tal vez se comporte como un niño que a veces, por desgracia, por razón
de su estado físico, y con más frecuencia por su estado sicológico, se encuentra débil y
excesivamente sensible, y se siente herido por el más mínimo gesto brusco, pero que
también se calma con una pequeña sonrisa.»16
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Una vez muerto su marido, el servicio de Cristo en
los pobres se convirtió en el centro de la vida de
Luisa. Los enfermos pobres eran el objeto principal
de la Compañía que fundaron ella y Vicente. Las
pequeñas escuelas se dedicaron a niños pobres. Los
niños abandonados, los condenados a galeras, las
personas pobres de edad avanzada fueron el centro
del interés de las misiones a las que envió a las
primeras hermanas, y en las que a veces trabajó ella
misma. La contribución de Luisa a la Iglesia fue tan
original y sus proyectos estuvieron tan bien
organizados que el papa Juan XXIII la proclamó
patrona de todos los que trabajan en obras sociales.
En las conferencias después de la muerte de Luisa Vicente y las hermanas reunidas
hablaron con gran calor de sus virtudes: «Tenía un gran amor a los pobres, y sentía
mucho placer en servirles», dijo una de las hermanas.17 Otra añadió: «Padre, sentía
tanta caridad hacia mí que a veces, cuando me veía preocupada, me trató con la
mayor dulzura.»18 Otra añadió: «Padre, yo observé una gran humildad en la difunta
señorita.»19
Varias hermanas mencionaron la humildad de Luisa, con qué facilidad reconocía sus
faltas, su profundo sentido de dependencia de Dios. La humildad aparece muy
claramente en los escritos de Luisa. En una carta sin fecha, escrita probablemente a
una Dama de la Caridad que iba a comenzar unos ejercicios espirituales, Luisa le
recomienda: «Tenga siempre, mi querida señora, una gran estima de la humildad y de
la cordialidad amable. Cuando contemple la bondad de Dios en sus meditaciones,
hable a Dios con gran sencillez y con una familiaridad inocente. No se preocupe de si
experimenta o no algún consuelo. Dios sólo quiere nuestros corazones.»20
Volvía una y otra vez al tema de la Providencia:
«Prometiendo abandonarme enteramente a los designios de la Divina Providencia y al
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cumplimiento de su voluntad en mí, me ofrezco como sacrificio y me entrego a Dios y
al cumplimiento de su voluntad, a la que escojo como mi consuelo más alto.»21
Las hermanas advirtieron en Luisa otras muchas virtudes, especialmente su devoción
a hacer la voluntad de Dios en todo, su espíritu de oración, su modestia, su prudencia
en tomar decisiones, y su amor a la Virgen María. Hay en verdad otros muchos rostros
en Luisa de Marillac, pero estos cinco serán suficientes por el momento.
Se me permitirá que deje las últimas palabras de este capítulo a san Vicente y a Santa
Luisa. Vicente dijo a las hijas de la caridad un poco después de la muerte de Luisa, y
un poco antes de la suya propia:
¿No debemos dirigir nuestra mirada hacia ella, ella que fue vuestra madre porque ella
os ha engendrado? No os habéis hecho, hermanas, a vosotras mismas; es ella la que os
ha hecho y os ha engendrado en Nuestro Señor.22
En cuanto a Luisa, esto es lo que dijo en su lecho de muerte como último testamento
espiritual a las hermanas que le rodeaban:
Mis queridas hermanas, sigo pidiendo las bendiciones de Dios sobre vosotras, y le pido
que os conceda la gracia de perseverar en vuestra votación para que le sirváis como
Él quiere ser servido.
Cuidad mucho el servicio de los pobres. Y ante todo, vivid juntas con una unión y una
cordialidad grandes, amándoos unas a otras para imitar la unión y la vida de Nuestro
Señor.
Rogad con insistencia a la Virgen Santísima que sea ella vuestra única Madre.23
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
10.
11.
12.
13.
14.
II, 219.
IX, 1235-1236.
Jean Calvet, Luisa de Marillac. Retrato (CEME, Salamancal, 1977) p.79.
Santa Luisa de Marillac. Correspondencia y escritos, CEME, Salamanca, 1985, p,758 y ss.
Ibid., p.59.
Ibid., 810.
Cf. ibid., 97 y ss., passim.
Ibid., 821.
Ibid., 667.
I, 175.
I, 181.
Calvet, op. cit., p.138.
Cfr., por ej., en Correspondencia y escritos, 671, 723, 740, 753, etc
La Compañía de las Hijas de la Caridad en sus orígenes. Documentos (CEME, Salamanca, 2003),
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17.
18.
19.
20.
21.
22.
23.
pp. 822 y ss.
Correspondencia y escritos, p.776.
Calvet, op. cit., 75.
IX 1228.
IX, 1226.
IX, 1227.
Correspondencia y escritos, p. 653.
Ibid., p. 668.
IX, 1232.
Correspondencia y escritos, p.836.
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