Homilía de Su Eminencia Mons. Pietro Cardenal

Transcripción

Homilía de Su Eminencia Mons. Pietro Cardenal
Homilía de Su Eminencia Mons. Pietro Cardenal Parolín, Secretario de
Estado de la Santa Sede
A los alumnos del Colegio Venezolano de Roma
MISA DE AGUINALDO EN HONOR A LA INMACULADA
CONCEPCION
Señor Embajador,
Señor Rector,
Queridos superiores y sacerdotes alumnos del Colegio Venezolano:
La mesa del Pan del Cielo para construir un mundo mejor
Para un sacerdote, para un obispo, siempre es motivo de alegría poder encontrarse
alrededor del altar y, en fraternidad sacramental, escuchar la Palabra de Dios y nutrirse
con el Pan del Cielo. Entonces uno se siente sobrecogido y al mismo tiempo acariciado,
recordando que, en el clima de otro lugar y alrededor de otra mesa, el Señor Jesús llamó
amigos a los suyos y les dejó el encargo de partir y repartir su Cuerpo y su Sangre a la
multitud de creyentes, de modo que ellos lo tomaran como alimento para robustecer su
fe, avivar su esperanza y enardecer su caridad. Solamente así se puede construir un
mundo cada vez mas digno, solidario y reconciliado; un mundo donde la fraternidad
desplace al egoísmo, la paz al odio, la justicia a la iniquidad, la comprensión a la dureza
y la ayuda mutua a la indiferencia.
Nuestra alegría no depende de una estrategia humana
“El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (Sal. 125,1). Las palabras
del salmista, que hemos repetido con devoción, se han hecho realidad en nuestras almas.
Sí, Señor, también nosotros nos sentimos hoy contentos. Y lo estamos teniendo la
certeza de que nuestra alegría no depende de una estrategia humana. Tiene su fuente en
tu amor, en tu amor que nunca falla ni defrauda, en tu amor que siempre libera y
perdona.
Todos los aquí presentes hemos experimentado que Dios ha estado con nosotros grande
y generoso. Lo han experimentado, en particular, los alumnos de este colegio, pues el
buen Dios ha querido traerlos a Roma a completar su formación. Siendo de distintos y
bellos lugares de Venezuela, ricos en historia, con enormes recursos naturales y muchas
personas buenas y abnegadas, ellos han venido desde aquellas tierras a Roma para
adquirir una preparación que luego los capacite para ofrecer el Evangelio, con
entusiasmo y fidelidad, a sus hermanos venezolanos.
También yo doy gracias a Dios por haber podido servir a la Iglesia en esa linda Nación,
por haber tenido la gracia de visitarla, conocer a sus gentes, rezar en sus templos,
invocar a la Madre de Cristo con las advocaciones de Coromoto, del Valle, de
Chiquinquirá, de La Pastora y otras muchas. ¡Con cuantas maravillas el Señor ha
enriquecido vuestro País!
En oración por Venezuela
Al mismo tiempo, como declaran repetidamente los profetas, tomamos conciencia de las
preocupaciones, de los anhelos y desafíos que acompañan a los venezolanos.
Quisiéramos, y hoy lo suplicamos en nuestra plegaria, inspirándonos en el Profeta
Baruc, que el mismo Dios envolviera a la gente de Venezuela con la misericordia y la
justicia, que, sin duelo ni aflicción, se sintieran alegres por llevar a Dios en su interior,
que cuantos viven allí, en una hermandad que aunara corazones y esperanzas, edificaran
un presente fructuoso y un futuro constructivo.
A ello ayuda escuchar a San Pablo en la segunda lectura. El Apóstol, dirigiéndose a una
comunidad muy querida por él, la de Filipos, daba gracias al Señor por los que la
formaban, al tiempo que pedía en su oración que el amor de los filipenses siguiera
creciendo cada vez más y más en penetración y en sensibilidad, de modo que los unos
supieran apreciar los valores de los otros (cf. Fil. 1,9). Esto es lo que nosotros también
pedimos para nuestros hermanos de Venezuela: que abunden en discernimiento, que
sepan ver lo positivo que hay en cada uno de ellos, que estén colmados de los frutos de
justicia que vienen por Jesucristo. Lo deseamos, en particular, en este tiempo santo de
Adviento, tiempo de esperanza, de espera espiritual, tiempo en donde la humildad de
Dios quiere remover la soberbia humana.
Nuestra respuesta: La Conversión
Este tiempo litúrgico es precioso para recordar que Dios ofrece la salvación a todos los
hombres. Ese ofrecimiento tiene como primera exigencia la conversión. Se trata de
ponerse en actitud de escucha, como los que iban en fila al encuentro de Juan el
Bautista, cuando éste recorría todas las comarcas del Jordán “predicando un bautismo
de conversión” (Lc. 3,3). Una conversión que nos impone a todos la pregunta que le
hacia la gente a Juan, y luego a Jesucristo: ¿Qué debemos hacer? Esa pregunta viene
hoy dirigida a nosotros. No podemos dejarla caer en el vacío. No puede quedar en el
aire sin respuesta. Exige de nuestra parte algo más que simples palabras, algo más que
propósitos que el viento arrastra. La conversión pide arrepentimiento, reflexión,
valentía, opciones concretas, iniciativas, decisiones; exige preparar el corazón a Cristo
que llega para pedirnos frutos de amor.
Para los alumnos de este Colegio la respuesta a esta pregunta ha de concretizarse en el
estudio serio, en el aprovechamiento del tiempo, en un deseo de crecer en la virtud. No
puede ser de otro modo. Muchos tienen puestos los ojos en ustedes y los están
esperando. La Iglesia que peregrina en su Patria, sus connacionales, necesitan hoy mas
que nunca sacerdotes cabales que tengan bien asegurada su fidelidad al Señor, bien
integrada su misión y aceptadas y vividas con alegría sus exigencias. Sacerdotes bien
preparados humana, pastoral, espiritual e intelectualmente, de forma que puedan
dialogar con todos, ofrecer puentes a todos, iluminar a todos con la luz de Dios;
sacerdotes pobres para trabajar contra la pobreza. Y la mejor forma de trabajar contra la
pobreza es siendo sembradores de paz, artesanos de concordia, forjadores de justicia.
Amistad profunda con Jesús
Ahora bien, la fuerza para realizar estos trabajos no tiene su origen en ustedes. Nace de
una amistad profunda con Jesús, de un trato asiduo con él y de un amor apasionado por
la Iglesia. Nadie que ama a Cristo se aparta de su Esposa, la Iglesia. Por el contrario,
busca servirla con coherencia y sencillez. Queridos amigos sacerdotes, que Cristo y la
Iglesia sean sus dos grandes amores. Recordadlo siempre: estando al lado de Cristo,
podrán dar la vida por la Iglesia, tal y como él lo hizo. Identificándose con el Buen
Pastor podrán apacentar rectamente su grey; gastándose y desgastándose por el Señor
servirán a los hermanos sin cansarse. San Juan de Ávila, Doctor de la Iglesia y modelo
de pastores, les alienta en este sentido cuando predicaba que: “Aquel que se encarnó en
el vientre de la Virgen…quiere venir a cada uno de los que estamos aquí. Aparejadle,
hermanos, vuestras ánimas, que quiere Dios venir a ellas” (Serm. 2, 128).
Abran, pues, las puertas de su vida, de su historia, de su mente a ese Dios que desea
hacer morada en ustedes. En este tiempo de Adviento, ustedes, sacerdotes jóvenes,
repitan la oración de toda la Iglesia: “Ven, Señor, Jesús”. Necesitan su ayuda, su luz
para cumplir con su cometido, a menudo arduo y fatigoso. Llamados a Roma para
enriquecer y fortalecer su voluntad, tengan la responsabilidad de dar lo mejor de ustedes
mismos durante su estancia en este Colegio. Muchos en su Patria les están aguardando
como heraldos de Cristo, testigos de la caridad, agentes de paz, misioneros de la bondad
y dispensadores de la misericordia. Sé bien que el tiempo de estudios no es fácil.
Requiere concentración, arrojo y diligencia. Pero si son constantes e invocan la divina
gracia, comprobarán lo que el salmista nos ha dicho hoy: “al ir, iba llorando, llevando la
semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas” (Sal. 125).
Integridad, Humildad y Fraternidad
Amigos: la Gracia de Dios colma de éxitos nuestros esfuerzos. Con esta certeza, y
recordando mis tiempos de estudiante, les animo vivamente a dar cabida a la voz de
Dios, que grita en su interior, invitándoles a llenar de contenido este santo tiempo
litúrgico. Y este contenido no puede ser en su caso otro que la integridad de vida, la
humildad en la oración, la alegría en la fraternidad sacerdotal. Estas virtudes han de ser
cultivadas en este Colegio y enriquecidas con el contacto con aquellos otros alumnos,
de diversas nacionalidades y culturas, que hallarán en las Universidades Romanas para
fortalecer la catolicidad que nos hace visible la persona y el ministerio del Papa.
Queridos amigos, encomendamos en esta Eucaristía a sus profesores, a los benefactores
de esta Casa; encomendamos a los responsables del progreso y la paz entre los pueblos;
rogamos por los pastores y fieles de Venezuela, con un singular recuerdo por cuantos
pasan por la prueba del dolor, por los que se sienten marginados, por cuantos se hallan
enfermos, solos o abandonados. La Iglesia no es ajena a ningún sufrimiento humano.
Dispongámonos a acercarnos al altar con el primor con que la Santísima Virgen María
prepararía la llegada de su Divino Hijo; con el clamor con que le acoge en su pobreza;
con la ternura con que lo rodeó durante toda su vida; con el silencio comprometido de
San José; con la trasparencia de Juan el Bautista.
Preparemos nuestros corazones durante este santo tiempo de Adviento para poder luego
gozar con la conmemoración del misterio de du nacimiento en la Noche Santa.
Limpiemos de abrojos, de espinas y cardos nuestra vida; que los valles del orgullo se
abajen y las vías tortuosas en caminos de entendimiento y colaboración. Así lograremos
transformar nuestro mundo en una cuna para nuestro salvador y hacer de nuestra vida
una digna posada. “Que nadie diga que no quiere a este huésped, que con solo venir
paga bien la posada” (San Juan de Ávila, Serm. 3 y 7).
A todos: ¡Buen Adviento en el Colegio! ¡Feliz Navidad!
Mons. Pietro Card. Parolín, Secretario de Estado de la Santa Sede.

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