Por inocente - Quito Eterno
Transcripción
Por inocente - Quito Eterno
Por inocente 04 de enero Belermo Joaquín Pinto La fiesta de los Santos Inocentes fue sin duda una de las más celebradas en Quito, desde la época colonial hasta la década del cincuenta del pasado siglo XX. Durante el lapso comprendido entre el 28 de diciembre y el 6 de enero, los quiteños hacían gala de su ingenio y humor para ser parte de un festejo cargado de una naturaleza lúdica y profana. Si bien el origen de esta fiesta tiene un basamento cristiano, que hace relación a la matanza ordenada por el Rey Herodes I El Grande de todos los niños menores de dos años, en Quito adquirió un sentido vinculado a lo popular. De ahí que la frase “por inocente” cobraba sentido en la medida que la persona escogida para realizar la broma, caía en la misma totalmente desprevenida. Era común que un amigo se acercarse a saludar al otro, y al momento de extenderle la mano, el primero embarraba la mano del segundo con tinta negra. Otra broma usual era la de hacer pasar carbón o jabón negro por algún dulce en particular, o rellenar empanadas con algodón, o cambiar el azúcar por sal, por nombrar algunas. Lo enraizada que estaba esta fiesta en Quito, fue corroborado por los relatos de viajeros que visitaron la ciudad a lo largo del siglo XIX. En sus textos describieron detalladamente la forma en que los quiteños festejaban esta celebración. Las calles desde las primeras horas de la mañana, empezaban a llenarse de grupos o cuadrillas de personas disfrazadas quienes bebían, reían y bailaban no solo entre ellos, sino también con los vecinos. Para la noche el número de enmascarados aumentaba y con ellos la diversión. Las plazas como la de Santo Domingo o de la Independencia, a más de los portales, eran los sitios preferidos para socializar entre amigos y conocidos, con ayuda de elementos como polvorines, bebida, comida, dulces, música y composiciones literarias. En cuanto a los trajes existió cierta evolución, ya que podían ser inventados o acondicionados. Por ejemplo para finales del siglo XIX era común utilizar como disfraz, la vestimenta de algunos pueblos indígenas. Ya para inicios del siglo XX, el negocio de alquiler de disfraces fue en aumento, tanto que en las décadas de los veinte y treinta las barberías se convirtieron en sitio de visita obligado, para aquellos que deseaban alquilar un disfraz para estas festividades. Los disfraces más apetecidos eran la de payasos, osos, monos, perros, viejas chuchumecas, gitanas, capariches, españolas, belermos,pierrots, bolsiconas, entre otros. Lo interesante del caso es que las personas no solo que se colocaban el disfraz, sino que interpretaban con todo detalle al personaje, provocando en los espectadores un deleite estético sin parangones. Así se formaban cuadrillas que eran lideradas por el mono, quien era el encargado de abrir paso con su larga cola. En primera fila estaba el payaso vestido con un traje de brillantes colores y una cachiporra que le servía para perseguir a quienes le importunaban con coplas como ésta: “Payasito que no valís, a tu mama te parecís, Payasito la lección de la esquina a la estación”. Junto a él también estaba la vieja chuchumeca encarnada por un hombre vestido de mujer, con gruesas trenzas de lana y varios follones, misma que en una mano llevaba un paquete de colaciones y en la otra un látigo. Mientras los niños le gritaban “vieja chuchumeca, cara de muñeca”, ella lanzaba al suelo las colaciones. Ante esto los niños se apresuraban a cogerlas, mientras la chuchumeca aprovechaba la ocasión para darles algunos azotes. Todos estos personajes después de realizar sus chanzas y burlas, tomaban fuerzas en los alrededores del Colegio Sagrados Corazones del Centro, en donde en medio de improvisadas chinganas ubicadas a lo largo de la calle Flores (sitios en donde se expendía comida y bebida) comían, bailaban y fraternizaban con los integrantes de otras cuadrillas. Después de esto el jolgorio seguía hasta avanzadas horas de la noche. A esto se sumaban los bailes que se organizaban en las Plazas Belmonte y Arenas, y las Por inocente ferias populares instaladas en la Plaza de San Francisco. El punto culminante llegaba con el Corso de Flores del 6 de enero, mismo que partía desde la Plaza de Santo Domingo. El desfile contaba con la presencia de numerosos carros alegóricos adornados con gran habilidad e iniciativa, al igual que los balcones de las casas. Los quiteños atestaban las calles del centro de la ciudad, muchos de ellos aún con sus disfraces para deleitarse con el mismo. Terminado el desfile el festejo continuaba en algunas plazas, para que los quiteños pudiesen aprovechar al máximo los últimos instantes de la Fiesta de Santos Inocentes… .org El Otro Quito Susana Freire García Artículo 01 2016