Mujeres abandonadas, mujeres olvidadas

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Mujeres abandonadas, mujeres olvidadas
Mujeres abandonadas, mujeres olvidadas
ISABEL TF.STÓN NÚÑEZ
RoCío SÁNCHEZ Romo
UNIVERSIDAD DE EXTREMADURA
1. EL IMPACTO DE LA AUSENCIA Y EL ABANDONO
EN EL MUNDO FEMENINO
Durante el verano de 1995 una breve estancia en el Archivo General de
la Nación de Méjico posibilitó la localización de una interesante colección de
correspondencia privada, que los legajos del Ramo de Inquisición del citado
archivo han custodiado en un estado bastante aceptable’. Muchas de estas
cartas se escribieron y recibieron dentro del espacio americano, pero el volumen más importante de las mismas se produjo en el Viejo Mundo y caminó
hacia el Nuevo en busca de noticias de los seres queridos ausentes en Indias.
Más de la mitad de las mismas las enviaron mujeres, que en calidad de esposas, madres, hijas, amantes.., trataban de ponerse en contacto con unos esposos, hijos, padres, amantes.., que las habían olvidado y, aunque casi todas
ellas lo sabían, no se resistieron a romper los lazos de afecto con que habían
estado unidos. La mayoría intuían las razones del olvido, pues no ignoraban
los placeres que la nueva tierra y sus hembras podían brindar al emigrado.
Algunas transmitieron en sus misivas la imagen estereotipada que en este
sentido el Viejo Mundo había creado sobre las gentes asentadas en el espacio americano:
Sánchez Rubio, R. y Testón Núñez, 1.: El hilo que une. Las relaciones epistolares en el
Viejo
y el Nuevo Mundo (Siglos XVI-XVIII). En prensa
Cuajemos de llistoria Ma/cato, nP 9 (monográfico); pp. 91-119. Servicio de Publicaciones 0CM. Madrid, 1997
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Isabel Testón Núñez y Rocío Sánchez Rubio
«Y así os ruego, par amor de Dios, no os desveléis en quererte casar allá,
porque las criollas de esa tierra son muy viciosos, nunca tienen con sus maridas o,
le decía doña María Capacha Monsalve a su hijo Diego Tavira de Toledo, en
la carta que le remitiera desde Granada en 1618 a la ciudad de Méjico2. En
tono muy similar, aunque desde el dolor de la esposa abandonada, se manifestaba Magdalena Suñé en la carta que escribiera en 1739 desde Cádiz a su
marido Silvestre Fernández, avecindado en Méjico:
los realitos que ganes ——le decía-—— los guardes para nuestro remedio y no
los gastes mal gastados en esas tierras, pues no faltan ocasiones provocativas
para ella»3.
Realmente no iban muy descaminadas estas mujeres, aunque, en honor a la
verdad, debemos decir que muchas tenían sobradas razones para pensar de tal
modo, pues la ausencia prolongada sin noticias ni ayuda económica alguna
—que en casos extremos rebasan los veinte años— apuntan ineludiblemente
hacia el inicio de una nueva vida por parte del emigrado en el territorio americano. Tanto es así, que el conjunto documental al que estamos haciendo referencia se encuentra relacionado estrechamente con los delitos de bigamia incoados por el Tribunal de la Inquisición novohispana, en cuyos procesos se
incorporan como prueba testimonial del delito cometido4. Se trata, pues, de una
fuente rica en matices que transmite lo cotidiano, lo íntimo, los sentimientos
de parejas y familias separadas por el Océano y también por el olvido. Sus
posibilidades de análisis, sobre todo en el terreno familiar y en el mundo feme-
Archivo General de la Nación de México (en adelante A.G.N.M). Ramo Inquisición.
Vol 306 (t). s/f
Ibidem. Vol 816. fol 422-423v.
Aunque la bigamia ha sido suficientemente estudiada en buena parte de los tribunales peninsulares, dando origen a sugerentes trabajos publicados en los últimos años, las
peculiaridades que este delito encierra en el espacio americano requiere que se considere
su realidad. Sobre el tema ver Enciso Rojas, MD.: Amores y deso,nares en las alianzas
matrimoniales de los bígamas del siglo XVIíJ. Amor y desamor Vivencia de parejas en la
sociedad novohispana. México. 1992, Pp.. 101-126. Esta autora trata el tema más extensamente en El delito de bigamia y el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en Nueva
España. Siglo XVIII. Tesis de Licenciatura inédita presentada en la IJNAM. Noviembre de
1983. Del mismo modo el tema es abordado por Ripodas Ardanaz, D.: El matrimonio en
índias. Realidad social y regulación jurídico. Buenos Aires. 1977, pp. 103-162. y Alberro,
5.: La actividad del Santo Oficio de la Inquisición en Nueva España. 1571 -1 700. México.
1981.
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nino% son tan sugerentes que no hemos dudado un momento en aprovecharlas
para planteamos un proyecto de investigación sobre la realidad cotidiana que
rodeó a los núcleos de expulsión de los emigrados a América durante el período moderno, porque, afortunadamente, cada vez sabemos más sobre los entresijos del fenómeno migratorio y sus protagonistas directos6, pero ignoramos
casi todo lo concerniente a aquellos que, permaneciendo en la Península, cooEsta colección epistolar representa una importante propuesta de fuentes para el estudio
de la mujer del Antiguo Régimen, pues desde su privacidad aportan valiosísimos datos, difíciles de encontrar en otras fuentes, sobre el contexto en que se desenvuelve la vida de la mujer
en el citado período histórico. Sobre el problema de la localización de bases documentales ver
el trabajo de Folguera, P.: «Notas para el estudio social de la mujer en España». Actos de las
Primeras Jornadas de Investigación Interdisciplinaria. Nuevas Perspectivas sobre la mujer.
Madrid. Universidad Autónoma. 1982, Pp. 47-55. Así mismo hay que destacar el esfuerzo que
grupos de investigación sobre la temática femenina están realizando en la búsqueda de nuevas
fuentes que aporten luz sobre un tema no siempre bien informado. Como ejemplo véase el trabajo colectivo compilado por Margarita Birriel Salcedo: Nuevas preguntas, nuevas miradas.
Fuentes y documentación para la historia de las mujeres (Siglos XIII-XVIII). Granada. 1992.
También es de interés la aportación de M. Bírriel Salcedo: «La experiencia silenciada. Las
mujeres en la historia de Andalucía. Andalucía Moderna». Las mujeres en la historio de Andalucio. Córdoba. 1994, pp. 41-56. En la misma obra C. Segura Gramo: «Vías metodológicas y
fuentes para la historia de las mujeres en Andalucía», Pp. 72-82.
Desde que en 1975 Magnus Múrner realizara un informe sobre el estado de la investigacutn en el campo de la emigración a América duranle los tiempos modernos, el panorama
historiográfico se ha enriquecido sustancialmente. En los últimos años la publicación de
monografías y la celebración de jornadas, congresos y encuentros han contribuido a que hoy
conozcamos mejor el tema de la emigración española a América en una coyuntura ligada
estrechamente a la celebración del V Centenario del Descubrimiento. En 1991 el mismo autor
volvía a elaborar otro informe dando cuenta de las principales novedades y avances realizados
durante los dieciséis años transcurridos desde su primer balance. En él se hacía eco del interés por este campo de estudio, sobre todo en España; de la misma manera destacaba el auge
de las investigaciones de ámbito regional, reconociendo que el avance realizado en el campo
de la emigración ultramarina se había logrado precisamente gracias a esos estudit,s. Finalmente ponía de relieve que los trabajos publicados se significaban no tanto por los resultados
obtenidos, sino por el descubrimiento y experimentación de fuentes nuevas y el tratamiento de
aspectos inéditos. Este logro, sin embargo, no escondía la necesidad urgente de confrontar los
datos fragmentarios recogidos a nivel regional o incluso local con el fin de obtener una visión
general del perfil migratorio hispano, un perfil todavía incompleto. La conclusión con la que
Magnus Mórner cerraba su último informe no dejaba lugar a dudas: Lo que más importaría en
el momento actual, ———escribía— sería una coordinación verdadera de las investigaciones
diversas que están realizando acerca de la emigración española hacia América. Ver Mórner,
M.:« La emigración española al Nuevo Mundo antes de t810. Un informe del estado de la
investigación». Anuario de Estudios Americanos. XXXII. 43-131 y «Migraciones a Hispanoamérica durante la época colonial». Anuario de Estudios Americanos. Suplemento. XLVIII. 2.
3-25. Una síntesis sobre el estado actual de nuestros conocimientos en este campo la realiza
Martínez Shaw, C.: La emigración española a América (1492-1824). Gijón. 1994.
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Lrabeí Testón Núñez y Rocía Sónchez Rubia
peraron también, a su manera, para que el proceso de la emigración fuera una
realidad7. Nos proponemos, por tanto, descubrir los motivos ocultos, detectar
las actitudes, vislumbrar la lucha cotidiana de los que aquí quedaron para
poder sobrevivir y escapar del olvido. Queremos, en una palabra, observar el
impacto de la emigración y el papel que en ella representó la mujer desde el
otro lado del Océano, y el presente estudio constituye una primera aproximación al tema.
Suena casi a perogrullada, pero es necesario que partamos de una consideración previa para poder ubicar en su compleja dimensión el fenómeno histórico que aquí nos proponemos analizar: que la emigración americana tuvo
un claro protagonismo masculino a lo largo de su existencia es un hecho innegable y de sobra conocido8. Pero, por la misma razón, la mujer acaba convirtiéndose en el centro directo del fenómeno migratorio en el ámbito peninsu-
La documentación exisíente suele informar con mayt>r frecuencia sobre el emigrante
porque, al fin y a la postre, él protagonizó la gesta americana. En el mismo sentido, desde hace
escasos anos se vienen publicando distintas colecciones epistolares dc carácter privado, pero
que difieren de las que proponemos para la realización dc este estudio en qoe poseen un origen y destino inverso a éstas. Es decir son escritas desde América a la Península y por tanto
informan de la experiencia de los emigíados a sus familiares y no de las experiencias y vivencias de estos últimos. Otie, E.: Cartas privadas de emigrantes a Indias. 1540-1616. Sevilla.
1 988; González de Chaves, J,: Natas para la historia de la emigración canaria o América.
Cartas de emigrantes canarios, Sigla XVIII. V Coloquio de historiu cunaria—omericana.
1985; pp. 113-139; Morales Padrón, E. y Macías, 1.: Cartas de América. 1700-1800. Sevilla.
1991; Usunáriz, J.M.: tina visión de lo América del XVIII. Correspondencia de emigrantes
guipuzcoanas y navarros. Madrid. 1992; Márquez Macías, R.: Historias de América: La cmigracion española en tinto y papel. Huelva. 1994.
Para el siglo XVI los datos con los que contamos apuntan hacia una emigración fundamentalmente masculina, si bien la proporción de mujeres fue aumentando a medida que transcorría el siglo. Según las cifras proporcionadas por 1’. Boyd-Bowman, durante el período antillano y la etapas de la conquista (le los grandes imperios, las mujeres suponían entre tín 5 y
un 6%. La situación comienza a modificarse hacia mediados del siglo XVI, para entonces han
concluido las dos principales conquistas. se entra en una fase plena de colonización y 3as ciudades recién fundadas ganan en seguridad y en comodidad. También para entonces la propia
legislación actúa como mecanismo corrector del desajuste al disponerse en varios decretos la
obligatoriedad del hombre casado de llevar a su mujer o, en caso de residir en Indias, de reuniría con él en aquellas partes. Atendiendo a estos factores, a partir de 1560, el contingente
femenino representa más de la cuarta parte del total de la emigración, de tal manera que a finales de la centuria la emigración fetaenina es cinco veces más alta que a comienzos de siglo.
«Gobernar es poblar» se constituyó en el lema de la Corona durante todt> el período colonial
y. sin duda, para el poblamiento la mujer conformó un facttsr indispensable, en especial la
mujer casada, elemento esencial en la familia y en la estabilidad de las poblaciones. BoydBowman, P.: «Patterns of Spanish Emigration tu the Indies until 1600». J-lispanic American
IIistarical Review. LVI. 4, pp. 580-604; De los Posogeros y Licencias para ir a las Indias y
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lar. Las limitaciones jurídicas y económicas que constreñían el espacio femenino del período moderno, haciendo de la mujer un ser dependiente del
varón9, marcarán definitivamente su vida cuando éste decide emprender la
aventura americana, porque la mujer sola, sin esposo, sin padre o sin hijos que
la represente y mantenga, tendrá necesariamente que asumir de forma directa
su destino, y para ello no estaba casi nunca preparada, ni mucho menos acostumbrada’0.
Es decir, la emigración del varón podría ser en parte una liberación para la
mujer dependiente de él, pero también encerraba sus trampas, porque las condiciones en que quedaron estas mujeres no eran nada alentadoras. El primer y
principal problema era de índole económica, porque los que emprendían la
aventura amerícana, salvo excepciones, lo hacían para huir de la miseria probando fortuna en unas lejanas tierras que se prometían plagadas de riquezas
bolver a estos Rey,mos. Libro ntveno. Título XXVI de la Recopilación de los Leyes de los Reitíos de las Indios (cd. Facsímil). Madrid. 1973; Sena-Santana, E.:«La emigración femenina
española en el siglo XVI al nuevo mundo: algunas consideraciones mcrodológicas». Nuevas
pregummtas. Nuevas miradas... Op. cit, pp. 81-90.
Capel Martínez, R.M.’: «Los protocolos notariales en la historia de la mujer en la
España del Antiguo Régimen». Actas de las Cuartas Jornadas de hmvestigación Interdiscipli‘martas. Ordenamiento jurídico y realidad social de las mujeres. Madrid. 1986, pp. 169-179.
En la misma publicación colectiva pueden verse las aportaciones de Cepeda Gómez, 1’.: «La
situación jurídica de la mujer en España durante el Antiguo Régimen y el Régimen Liberal»,
pp. 181-193; Friedman, E.G.: «El status jurídico de la mujer castellana durante el Antiguo
Régimen», pp. 41-53; Fernández Vargas, V. y López—Cordón Cortezo. M,’ V.: «Mujer y régimen jurídico en el Antiguo Régimen.: una realidad disociada», pp. 13-40.
“> Sánchez Ortega, M.< H.: La mujer y la sexítalidad en el Antiguo Régimen. La perspectiva i;mquisitorial. Madrid. 1992, pp. 81-107. Pese a las trabas legales y sociales existentes hacia las mujeres que viven solas, su presencia en la sociedad del Antiguo Régimen era
importante, al menos así se desprende del análisis que t. Dubert García ha realizado para la
familia urbana gallega, donde los hogares encabezados por muieres representan entre el
17,4% y cl 24,2% del conjunto. Dubert García, 1.: Los comportanmientos de la familia urbana
en la Galicia del Antiguo Régimen. Santiago de Compostela. 1987, pp. 55-6?. Valores ligeramente inferiores representan los bogares encabezados por mujeres en la diócesis de Coria
a finales del siglo XVIII, con un 166c4. Hernández Bermejo, M.0 A. y Testón Núñez, 1.: «La
fúmilia cacereña a finales del Antiguo Régimen». Studia Historico. IX. 1991, pp. 143-158.Un
valor similar se obtiene para los espacios rurales cacereños del XVI en Testón Núñez, 1.: La
mujer en la Extremadura del siglo XVI. Cortos de don Pedro de Valdivia. Barcelona. 1991,
pp. 206-215.
Aunque la pobreza, sea cual Itere su origen y grado, se constituye en el telón de fondo
que enmarca el desplazamiento a Amnérica de una importante porción del contingente migratono, sin embargo, no sería correcto igualar esa penuria a miseria o pobreza absolutas. Se cmigra a Indias para huir de una realidad que no satisface y para buscar solución y remedio a las
muchas necesidades. Carlos Martínez Shaw, haciéndose eco de los más recientes trabajos
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Isabel Testón Núñez y Rocía Sónchez Rubio
No eran, por tanto, miembros privilegiados de la sociedad, sino gente humilde
que para escapar de la pobreza debían realizar un tremendo esfuerzo pecuniario para costearse un viaje que no estaba al alcance de todos los bolsillos. Un
viaje que no pocas veces se sufragaba endeudándose o vendiendo lo poco que
la familia tenía, siempre con la esperanza de que el emigrado enviase dinero lo
antes posible para solventar la situación12. María de Jesús en la carta que envió
desde Sevilla en 1595 a su esposo Juan de Rillo, un criador de ganado avecindado en Méjico, relata una de esas pequeñas tragedias personales, ilustrativas
de lo que estamos diciendo. Ella quedó sola y al cargo de un hijo de su marido
—posiblemente habido en un matrimonio anterior—, en espera de ayuda económica o reclamo para viajar por parte de éste. La espera se había dilatado por
espacio de siete años cuando escribió; siete años que debieron parecerle siglos,
pues la dejó en la más pura indigencia, tal como ella en su misiva le reprochaba:
sobre emigración señala que entre los emigrantes hubo gentes de toda condición social, y
apunta algunas precisiones generales válidas para el conjunto español y para todo el siglo XVI
y buena parte dcl XVII. En primer lugar, la emigración española contó siempre con una representación importante del grupo de los hidalgos y la nobleza de segundo grado, por el contrarío, la gran nobleza pasó a América en contadas ocasiones y casi siempre para el desempeño
de altos cargos de gobierno. En segundo lugar, son los sectores intermedios de otros grupos
sociales quienes se encuentran en disposición de pasar a América. La exclusión de las capas
menos favorecidas de los grupos más humildes fue motivada por la imposibilidad de hacer
frente a los enormes gastos que el desplazamiento a América exigían. En tercer lugar, la distribución socioprofesional estuvo también condicionada por el carácter predominantemente
urbano de la emigración. Y, en cuarto lugar, la Corona impuso el paso a Indias de determinados grupos exigidos por la política colonizadora elaborada en las altas instancias gubernamentales: éste fue el caso de burócratas, eclesiásticos y militares. Martínez Shaw, C.: Op. cit.,
pp. 64-73.
Uno de los principales escollos para viajar a América fue sufragare1 costo del viaje,
gasto que ascendía a sumas considerables si tenemos en cuenta que al precio del pasaje
había que agregar los gastos ocasionados por el desplazamiento a la corte para la obtención
de la licencia o el pago a un procurador, la estancia en Sevilla —que podía alargarse varios
meses—, así como la compra de provisiones y equipaje para el viaje. Para procurarse los
fondos necesarios buena parte de los pasajeros optó por vender sus propiedades (los protocolos notariales dan buena cuenta de ventas efectuadas para tal fin), si bien existieron otras
fórmulas utilizadas habitualmente por quienes no tuvieron esa opción o no quisieron desprenderse de su patrimonio. Entre ellas podemos señalar como más utilizadas las donaciones de diversa cuantía efectuadas por familiares y deudos, el adelanto de herencias —modalidad títilizada sobre todo por los más jóvenes—, el recurso a préstamos. el paso en calidad
de criados y, finalmente, la utilización de dineros remitidos por familiares desde América
enviados para ese objetivo. Ver Sánchez Rubio, R.: La emigración extremeño al Nuevo
Mundo. Exclusiones voluntarias y forzosas de un pueblo periférico en el siglo XVI? Madrid.
1993, pp. 284-296.
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«cuando os fuisteis, que vendisteis cuanto había para el flete, y le disteis
trescientos reales a Pero López porque os llevora, mejor fuera que enviaras
cíen ducados para vestir a vuestro lujo y a mí, que estoy destuetonoda de trabajar para sustentar a él y mantener la l,onraoA.
En el mejor de los casos, es decir, cuando los acontecimientos discurrían
por los cauces previstos y el hombre conseguía mandar con prontitud alguna
ayuda económica, la familia que permanecía en la Península debía afrontar un
largo período —de dos años como mínimo4——— de absoluta penuria económica
y en unas circunstancias nada favorables, pues, no lo olvidemos, esa familia,
como consecuencia del hecho migratorio, se encontraba encabezada por una
mujer, con las limitaciones legales y económicas que ello implicaba. La situacion se complica cuando ese tiempo mínimo se dilata en lustros y décadas por
efecto del olvido o por el fracaso del emigrado.
Surge de este modo un escollo de difícil, aunque no imposible, solución, al
convertirse la mujer en responsable directa de la economía familiar. Para salvarlo sólo cabían dos alternativas honorables: la primera y, por otra parte la
más frecuente, fue acogerse al amparo de los familiares más directos; unos
familiares que no siempre estaban dispuestos a realizar este esfuerzo. Las cartas privadas están plagadas de gestos de solidaridad y también de insolidaridad
familiar hacia estas mujeres solas y su prole; unos gestos que transmiten hábitos y prácticas sociales: por lo general, la mujer será acogida por la familia
troncal de origen y no por la del emigrado, aunque en uno y otro sentido también existen excepciones, de las que nos dan sobradas pruebas las misivas
enviadas desde la Península a América.
La segunda alternativa requería que la mujer tomara directamente las rtendas de la economía familiar desempeñando algún trabajo remunerado, para el
que, dicho sea, no siempre estaba preparada. Aprender un oficio y ponerse a
trabajar formó parte de la lucha cotidiana de muchas de estas mujeres, máxime
cuando tenían hijos que alimentar y sacar adelante, no resultando extraño
encontrar gestos de solidaridad entre mujeres de la misma familia que aunan
sus esfuerzos para poder subsistir Isabel Váez fue una mujer sevillana que
vivió prácticamente todo su matrimonio sin su esposo Juan Gera, pues cuando
le escribió en 1620 a Méjico se lamentaba de una dilatada ausencia de treinta
2 A.G.N.M.: Romo Inquisición. Vol. 256. fols. 435-436v
~ En el cómputo sólo hemos considerado el promedio necesario para efectuar el viaje de
ida y el de vuelta. A ello debería afladirse el tiempo que se emplea para la preparación del pri—
mero y el período mínimo para conseguir algún tipo de fortuna ylo de ganancia. Sobre el viaje
a Indias Ver: Sánchez Rubio, R.: Op. cic, pp. 311-315.
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Isabel Testón Núñez y Rocío Sánchez Rubio
años. Aprendió a sobrevivir tal como le refería a su marido «con solo el arrojo
y nos manos»; y por si esto no fuera poco debió hacersc cargo, junto con su
cuñada, de su anciana suegra, quien, como le apuntaba a su esposo,
«está muy vieja y sin sustento, y ques i no lo buscaní os para dárselo ‘le coPie,;
5
yo y su hermana, de noche no lo tenemos, y así padecemos eterna necesidad»’
Una y otra posibilidad no eran necesariamente exeluyentes y existen testimonios que ratifican la existencia de mujeres acogidas por la familia y que a
pesar dc ello trabajan para cooperar económicamente. Pero lo habitual fue que
la mujer se ganase el sustento cuando carecía de cualquier tipo de ayuda fami—
liar, bien por no disponer de deudos que la acogiesen, o bien por haberse trasladado de su lugar de residencia para aproximarse al puerto de embarque en
espera de un viaje que para algunas nunca llegó a realizarse.
Hemos dicho que la emigración americana fue predominantemente masculina, pero cuando el hombre que partía estaba casado la ley limitaba su tiempo
de permanencia, salvo que éste reclamase la presencia de su esposa en el nuevo
lugar de residencia”’. No era una situación cómoda para nadie, qué duda cabe,
pero casi siempre el marido marchaba por delante buscando acomodo para facilitar el ulterior viaje de su familia. Y así las cosas, lo lógico era que la esposa se
trasladara en la fecha prevista al puerto de embarque para seguir los pasos del
emigrado al lado de sus hijos, en caso de tenerlos’7. Pero, lo que inicialmente
sólo iba a ser una estancia transitoria acababa convirtiéndose para muchas en un
lugar de residencia definitivo, pues la ausencia de noticias del marido imposibilitaba hacer un viaje siempre temido y para el que en pocas ocasiones se disponía del dinero suficiente con el que costearlo. Así, la mujer quedaba atrapada en
una ciudad que poco a poco dejaba de ser la sala de espera del viaje para convertirse en espacio de morada; un espacio en el que debía aprender a sobrevivir,
aunque ocasiones para hacerlo no faltaban porque así Sevilla como Cádiz eran
urbes populosas y, por tanto, con posibilidades laborales, pese a que a las mujeres les resultara mucho más difícil conseguirlo. No obstante, había resortes,
siempre clásicos y mal remunerados: el servicio doméstico, la lactancia y las
‘5
manufacturas textiles acogían el empleo femenino en los más de los casos
A.G.N.M. Ra,no Imíquiisición. Vol. 467 (2). IbIs. 296-297.
De los pasa geros y Licencias para ira las Indios... Recopilación de los Leyes... Op. cit.
‘~ Sobre el papel de Sevilla y la mujer en el proceso emigratorio a Indias ver Pareja Ortiz,
M.~ C.: Presencia de la mujer sevillana en Indias: Vida cotidiana. Sevilla. 1994.
< En un reciente estudio ME. Perry ha resaltado la función vital de las mujeres en el
desenvolvimiento de la vida cotidiana yen la actividad económica sevillana de los siglos XVI
<~
16
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Puede que por razones similares a las descritas y también por el miedo que
los peligros del viaje acarreaba, lo cierto y verdad es que muchas mujeres se
negaron a reencontrarse con sus esposos en el suelo americano. Veían la travesía como cosa de hombres, y preferían quedarse a la espera de un dorado
que antes o después debería venir en la Flota. También la correspondencia privada es elocuente en este sentido, y la negativa a embarcar de las mujeres se
repite constantemente como si se tratara de un hecho socialmente asumido. En
1604 Francisca de Vergara escribió desde Sevilla a su esposo Roque de Santa
Maria, avecindado en Patzquaro, una carta llena de reproches por la ausencia
prolongada y la falta de noticias; en ella, con coraje, le decía:
«si yo fuera hombre, yo ya hubiera pasado allá, no a remediarme la
hacienda, sino a solamente verle» <.
En un tono muy similar se expresaba ciento treinta años después Fusebia
Morante, al escribir desde Cádiz a su marido Simón Pérez Cahamaño, un
gallego residente en Méjico:
«De lo que me dices cíe mi ido por allá, bien pudieras tú conocer que eso es
imposible, que ‘ni espíritu20.no me llama por ese ca~nino, que esos viajes son
buenos para los hombres>~
Seria absurdo y, por otra parte, ilógico que consideráramos el hecho de que
toda la problemática se redujera a las cuestiones estrictamente económicas.
Ciertamente, no podemos negar que éstas fueran prioritarias en la mayoría de
los casos, pues no debemos olvidar que los móviles de la emigración suelen ser
de índole material, amén de las dificultades pecuniarias antes aludidas que provocaban los costos del desplazamiento. Con todo, los que aquí permanecían
quedaban sufriendo una penuria arrastrada en el tiempo y precipitada definitivamente por el desembolso del pasaje. La sensación de pobreza y de indefensión económica dominan las vidas de estas mujeres, siendo ésta una realidad
extensiva a todas las capas sociales. Es lógico pensar que las más directamente
afectadas fueron las mujeres procedentes de las clases populares, pero también
existiert)n compañeras de infortunio de una extracción más elevada. Como
botón de muestra tomemos el caso de Gracia de Carvajal, una mujer bien reía-
y XVII. Perry, ME.: Ni espada rata ni mujer que troto. Mujer y desorden social en la Sevilla
del siglo de oro. Barcelona. 1993, PP. 12-40.
‘« A.G.N.M. Ramo Inquisíción. Vol. 281. foís. 612-613.
20 Ibidem. Vol. 858. fols. 4-5.
loo
Isabel Testón Núñez y Rocío Sánchez Rubio
ctonada con personas de la alta sociedad sevillana. Aunque desconocemos su
procedencia geográfica, resulta evidente que se desplazó a Sevilla, junto con
su hijo, para facilitar el viaje una vez fuera reclamada por su marido Hernando
de Carvajal. Sin embargo, los años transcurrieron y sus expectativas no llegaron a cumplirse, pese a que Gracia si era una mujer dispuesta a emprender la
travesía por motivos más que contundentes, tal como manifestó en una carta
enviada a Méjico:
«no estoy fuera —decía— de irme a esos portes a morir con él».
Para subsistir y mantener a su hijo trabajó, llegando a tener
«diez o doce muchachas que enseñar para ayudar apagar un aposento,
que no se puede hacer ni pagar otra cosa con toda mi trabajo de pincho—
chas; yo trabajando días y noches para sustentorme, que si quiero comprar
una camisa o saya es menester ayunaría, y todo esto a pesar de que tenía
muy buena carta de date»,
que de acuerdo con la ley gestionaba su marido ausente y nuevamente casado
en las Filipinas2’.
No se trataba sólo de pobreza y miseria, sino también de soledad y abandono. Sentirse olvidada por alguien a quien se amaba, pese a que sus prolongados silencios apuntaban hacia una dirección absolutamente opuesta, producía
auténticos desgarros que en la correspondencia privada se plasman patéticamente. En este terreno la mujer se dibuja mucho menos fuerte que en el campo
anterior Las frases, las súplicas y los ofrecimientos de reencuentro y perdón,
pese a lo que con certeza saben ha ocurrido, transmiten la sensibilidad femenina, aunque tampoco descartamos que enmascaren una realidad menos sensible, producida por la dependencia que a todos los niveles la sociedad imponía
en relación con el hombre. Actos de amor, que más parecen de sumisión, abundan en la correspondencia privada, llegándose incluso al ofrecimiento de educar y mantener a los hijos habidos por el esposo en América en aras de facilitar el retomo y la reconciliación. Así se lo proponía Catalina Rodríguez de Lara
a su esposo Alonso Guerra de Mendoza en una carta enviada en 1595 a Méjico:
«Hanme dicho que tenéis hijos olIó que os detienen, traerlos que por
vuestro amor yo los regalaré acá como si yo los pariera. Elese de mí que lo
haré mejor, que lo hago por daros contento»——.
~ .tbidem. Vol. 185. fols. 7-18v.
Ibide,n. Vol. 256. s/f.
2=
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101
Esta situación de abandono se verá acrecentada cuando existe una prole de
la que la mujer se convierte en directa responsable. Sin recursos en la mayoría
de los casos para sustentarlos, y sin fuerza moral para poder educarlos, llevar
a cabo esta tarea no debió de ser nada fácil para ellas. Sacar los hijos adelante
requería esfuerzos ímprobos, tal como hemos podido observar en las páginas
precedentes, pero también estas mujeres se plantearon como mcta una educación que asegurase su futuro, casi al mismo nivel a como lo hubiese hecho el
padre de estar presente.
«Alfin, como mujer, y mis ganancias son de mujer, y para que crezcan
los atoros, es ,nenester ganar tic,,, Señor, yo le he escrito hartas veces y no
he tenido respuesta de vmd.; señor, acá estoy, como digo arriba, con harto
trabajo con mis muchachos. La tierra está cara, el trigo vale a veinte y das
reales la fanega y en este precio tampoco lo podemos hallan Señor, coma
y. md.s abc, estos mozos andan perdiendo de mala suerte, querrían estar en
la escuela, y no tengo con qué dar escuela; señor, mire qué se puede
hacer»,
le decía María de Zumieta en 1583, desde Aya, a su marido Francisco de Manterola ausente en Nueva España hacia ya siete años22.
2. HISTORIA DE UNA AUSENCIA
Muchas historias ejemplificadoras de la realidad femenina referida con
anterioridad pueden localizarse en el contenido de las cartas privadas, pero
pocas son capaces de condensar en sí mismas tanta diversidad de matices como
la protagonizada por la familia de Antonio de Acevedo e Isabel Pérez. Es esta
la única razón que nos ha movido a reconstruir aquí sus vivencias, siguiendo
stempre el hilo conductor de sus misivas24.
Isabel y Antonio iniciaron su vida matrimonial en el último tercio del siglo
XVI, aunque desconocemos la fecha exacta de su desposorio. Las cartas no
refieren nada al respecto, pero es muy posible que Isabel se casara como la
mayoría dc las mujeres de su tiempo dirigida por los intereses económicos y
=2
Ibide,n. Vol. 135. s/f.
» Se trata de una colección de 22 cartas escritas entre 1582 a 1585. Asimismo nos hemos
servido de los datos proporcionados en el proceso que la Inquisición de Méjico abrió contra
Antonio de Acevedo por delito de bigamia. A.G.N.M. Ramo Inquisición. Vol. 135 s/f. Al
encontrarse sin foliar la documentación para las posteriores citas de la correspondencia procederemos a utilizar como referencia la fecha de redacción de las mismas, teniendo presente
que el origen documental es el mismo.
102
Isabel Testón Núñez y Rocío Sánchez Rubio
familiares que siempre tenían mucho más que decir por aquel entonces que los
sentimientos personales25. No es pura suposición porque hay datos que apuntan de forma muy directa en este sentido: la dedicación profesional de ambas
familias, la proximidad geográfica, la similar extracción social, los convierten
en prototipos del modelo matrimonial creado en el seno de las estrategias familiares de los tiempos modernos26.
Antonio de Acevedo había nacido dentro de una familia de negociantes
asentada en el corazón del comercio castellano, pues no en vano estaban avecindados en Tordesillas y extendían sus ramificaciones hacia Valladolid y
Medina del Campo. No estamos hablando de una saga de grandes mercaderes,
pues en realidad eran pequeños comerciantes, pero muy inmersos en esta actividad. Luis de Acevedo, padre de Antonio, al menos a mediados de la década
de los años ochenta controlaba el abasto de la carne en Valladolid y como
refería un remitente anónimo le va muy bien27. Todos los ascendentes varones
se desenvolvieron profesionalmente en el mundo mercantil e incluso proyectaron su negocio hacia el prometedor mercado americanot, enviando para ello
a uno de sus miembros: Cristóbal de Acevedo, tío de Antonio, que más adelante tendría un papel muy importante en su vida y en la historia que estamos
refiriendo. Esta misma dedicación profesional y con actitudes muy similares
se proyecta hacia la generación de Antonio, en la que de nuevo encontramos
una vinculación prioritaria de sus elementos masculinos al mundo del comercio.
Que el volumen del negocio no era espectacular lo demuestra la precaria
situación económica en la que circunstancialmente se desarrolla la vida de esta
familia. Las cartas nos hablan de deudas y embargos. También ponen en evidencia la pérdida de expectativas para la promoción familiar por falta de liqui-
-~ Pérez, 1.: «La femme et l’amour dans lEspagne du 16e siécle». Amours légitimes.
Amours illégitimes en Espagne (I6~~]7~ siécles). Paris. 1985, pp. 19-29; Rodríguez Sánchez,
A.: «El poder familiar: la patria potestad en el Xntiguo Régimen» Estructuras y formas <le
poder en la Historia. Salamanca. 1990. pp. 105-116; Pérez Molina, 1.: «Las mujeres y el
maír,mtsnio en el derecho catalán moderno». Las mujeres en el Antiguo Régimen. Imagen y
realidad. Barceltna. 1994, pp. 21-56.
-“ Pía Alberola, P.: «Familia y matrimonio en la Valencia Moderna. Apuntes para su estudio». La Familia en la España Mediterránea (Siglos XV-XIX). Barcelona. 1987, pp. 94-128;
Montojo Montojo, V. (ed.): Linaje, familia y marginocióm, en España. Murcia. 1992; Chacón
Jiménez, F. y Hernández Franco, J. (cd.): Poder, familia y consanguinidad en la España del
Antiguo Régimen. Barcelona. 1992.
» Carta fechada el 14 de abril de 1584.
-~ Un estudio sobre el comercio ultramarino, sus protagonistas y oiganización puede
verse en Lorenzo Sanz, E.: Co,m,ercio con Américo en la época de Felipe II. Valladolid. 1979.
103
Mujeres abandonadas, mujeres olvidadas
dez. ¿Cómo si no entender la renuncia al matrimonio de María de la Vega, hermana menor de Antonio, con un gentilhombre de Benavente que la pretendía?
Un matrimonio de lustre que «por falta de dineros» se tuvo que dejar29. No en
vano en el entorno familiar de Antonio los matrimonios se valoraban con unas
dotes que rondaban los 1.000 ducados, tal como se informa en la carta que su
tía María de Acevedo le escribiera en abril de 1584, refiriéndose siempre a
matrimonios celebrados entre miembros masculinos de la familia de los Acelu
vedo y mujeres procedentes de un ámbito económico similar al de ellosEstamos ante un grupo de mercaderes muy activos que movilizan su capital constantemente, arriesgando a veces en exceso, con pérdidas y ganancias,
en una dinámica propia de la actividad a la que se dedican. Sirva como ejemPío de lo dicho el caso de los hermanos Alonso y Lorenzo de Torres, primos
de Antonio de Acevedo. El primero informaba en la carta remitida en junio de
1584 de la prosperidad de su negocio en los siguientes términos:
«Aquí pasé o va tic> de y. mnd. cinco mil .v tantos maravedís de la parte que
me cupo de la fianza que hice o Ramón de Ms Ríos;
1,legue a Nuestro Señor
de traer a vmd. a esta tierra con mucha prosperidad, para que a todos dé conrento y lo goce con su mnujer e hijos, a la cual he dicho que al mayor le oca—
ben de enseñar a leer y escribir para traerle a mis negocios que, o Dios grocias, después que y. md.se fue, están algo tmiás adelante, que un avanzo que
ahora hice hollé en año y inedia más de das mil ducados de ganancia sin ‘nos
de 1.500 ducados de costas, que porque sé que mis cosas dan o vmd. contento
le doy’ cuentas de ellas... Yo “le aparté cíe en cosa ¿le Vio/ante Rodríguez porque no cabíamos en aquella lonja los mercodurías de ella y las míos, y vivo cml
la calle de Toledo de Medina del Campo; esto ¿ligo para cuando u. md. me
escribiere, que quiero qíte seo con cada armada y occisión que se le ofrezca»~’.
Alonso de Torres no sólo era un buen mercader —como queda de manifiesto en las ganancias obtenidas——— sino que ante todo era una persona solida-
29
Así lo expresa Isabel Pérez a su marido en la carta que le escribió el 3 de enero de
1583.
»‘ Un estudio pormenorizado sobre las cartas de la dote y su función dentro de las estrategias familiares, aunque circunscrita al ámbito extremeño, puede eneontrarse en Hernández
Bermejo. M.~ A.: La familia extremeña en los tiempos modernos. Badajoz. 1990, pp. 123-184.
La citada autora caleula para la villa dc Cáceres durante el siglo XVt un valor medio por dote
en reales de casi 38.000. Los nobles cacereños, que son los que aportan dotes más elevadas,
ofrecen un valor bastante superior a la media, que ronda los 58.000 reales. Las dotes de la
familia de los Acevedo superarían los 33.000 reales, situándose por encima de la media de los
comerciantes (22.200 reales) y los burócratas y profesionales liberales de la villa de Cáceres
(14.000 reales).
21 Carta fechada el 1 de junio de 1584.
104
Isabel Testón Núñez y Rocío
Sánchez Rubio
rta con los de su sangre; se brinda para ayudar y absorber en su negocio al hijo
mayor de Antonio de Acevedo y también le ofrece participar de su crédito y
mercadería al propio Antonto:
«Y si de acá yo pudiere servir o vmd. de enviarle alguitas mercaderías
que siento vmd. gamíancia, me lo avise, que niás tengo para cualquier cosa que
emí Sevilla. Tengo honíbre a quiemí lo dirigir paro que él hago lo mismo a
vmd.
Si de tal modo se comportaba con parientes allegados, es lógico suponer
que otro tanto hiciera con aquellos que estaban unidos a él por mayores lazos
de sangre. Por ello su hermano Lorenzo fue un agente destacado de otra de las
actividades que dentro de la propia coherencia del sistema económico desarrollaba Alonso: el negocio de las finanzas. Pero Lorenzo, o tenía menor fortuna
que su hermano o no supo arriesgar debidamente. Su experiencia nos la relata
el propio Alonso con las siguientes palabras:
«Loremízo de Torres, ímii hermamía, ha salido mmiuy gran perdido; estaba en
‘ni.s negocios, y jugó en una cohrcínzn. Ilanme dicho está en Sevilla para ir en
esta armada, no sé si a la Nueva España o al Perú. Si acoso aportare o eso
ciudad, suplica a vmd. le favorezca que, aunque me perdió lo que mnejugó, me
duele, que al fin es niuy fiel y ¿iii hermano; y duéleme muncho cíue mío sepa a
dónde lía de ir aparar».
El afecto y la solidaridad para con el hermano lleva a Alonso a hacer partícipe a Lorenzo de su éxito empresarial con gran generosidad como expresara
en la misma carta remitida al primo:
«Plugiera o Dios que yo supiera a dónde ha ido, poro remitirle quiniemítos ducados de algunas mercodurias para que empezara ohio tratar y arribar
con ellas. Avíreme v.md.si porto a eso tierra en cualquier tiempo que seo, y
33.
escríbame muy a mnenudo en qué trata, y cónía le va, que lo deseo saber»
La importante cuantía de las dotes señaladas más arriba nos ponen en aviso
de la estima social que tenía la familia de los Acevedo. Es decir, sus matrimonios se valoran porque se desea emparentar con ellos. De acuerdo con esta
lógica interna, el matrimonio de Antonio se concertó con una mujer perteneciente a una familia con una economía también pujante y de un entorno geográfico y social también muy similar Isabel Pérez, su esposa, era originaria del
» Ihidem.
Ibid cm.
Mujeres abandonadas, mujeres olvidadas
105
pueblo de Tordehumos y procedía de una familia de labradores que, como
muchas otras de aquel entonces, empezaba a experimentar en el mundo de los
negocios, circunscritos, en este caso, al ámbito artesanal de Tordesillas y
Medina de Rioseco. De su solvencia económica no nos queda la menor duda,
ni tampoco de que fue, precisamente, este matrimonio que en su concierto
parecía ventajoso, el que dio al traste con buena parte de ella. Años después
Isabel recordaba a su marido el hecho de haber olvidado ~<quienyo era y descandía», y también le ponía en evidencia de como su madre con la «costa ordinana y gastos que conmigo y vuestros hijos ha tenido y tiene, ha venido a que
va no es su casa la que solía».
De todo lo dicho hasta ahora ningún elemento de este relato podemos
resaltarlo como nuevo o sorprendente, lo cual, paradójicamente nos reconforta,
ya que el matrimonio de Antonio e Isabel encaja a la perfección en el comportamiento modélico que los expertos en el tema de la familia española nos
han definido para los componentes del grupo socio-económico al que pertenecen nuestros protagonistas. Por ello, tampoco debe extrañarnos que el amor no
llegase a cuajar en su vida matrimonial24: las alusiones a la vida licenciosa de
Antonio son frecuentes, sin olvidar que nada más llegar al Nuevo Mundo decidiera contraer unas segundas nupcias, que dieron con sus huesos en las cárceles del Tribunal de la Inquisición mejicana. Por su parte, Isabel tampoco deja
traslucir en sus cartas unos sentimientos apasionados hacia su esposo, que sí
son habituales en las misivas de otras mujeres enamoradas. Ciertamente, aparecen frases de amor, pero en ellas se encierra mucho más la sensación de soledad y desamparo que el cariño y la pasión hacia el esposo ausente.
Casada, pues, como muchas de las jóvenes de su tiempo merced a la voluntad e intereses de sus progenitores, Isabel Pérez inició la convivencia marital
con un esposo que no la amaba demasiado y del que no obstante alumbraría
tres hijos: Luisico, Anica y Antoñico. Vivieron, como todos los suyos, de la
actividad mercantil, aunque también disponían de un patrimonio de bienes raíces, situado en San Román, Mota del Cuervo y Tordesillas, compuesto de
viñas, pinares, heredades e inmuebles. Fue en esta última localidad donde el
matrimonio fijó su residencia, desde donde Antonio desarrollaba sus negocios.
Nacía sabemos de su trayectoria profesional durante los primeros años de
mutua convivencia, pero es evidente que Antonio acabó enredándose en un
mal negocio que hizo peligrar la estabilidad económica y social de la familia.
>~ Aunque existentes, las expresiones relativas a la felicidad conyugal no se suelen prodigar en la documentación del período moderno. Testón Núñez, 1.: Amor, sexo y matrimonio
en Extremnadura. Badajoz. 1985, Pp. 64-65.
106
Isabel Testón Núñez y Rocío Sánchez Rubio
Los datos que poseemos al respecto son fragmentarios y no aclaran gran cosa,
pero dejan vislumbrar que Antonio no sólo emprendió un mal negocio, sino
que éste terminó siendo delictivo, con el consecuente daño a la honorabilidad
de la familia, pues años después le confirmaba su esposa «que lo que a vmd.
llevó a esa tierra le tiene ya libre de venir a esta»35.
Como salida para este enmarañado asunto, el Nuevo Mundo se dibujaba
como la única alternativa posible. Una alternativa que estaba en la mente de
sus deudos y allegados pues no en vano era la práctica común en casos similares: no olvidemos que años después su primo Lorenzo de Torres optaría por
la misma solución ante una situación parecida, porque América posibilitaba en
simultáneo una vía de ocultación del delincuente y un camino de prosperidad
económica, sin olvidar la posible proyección del negocio familiar en esas tierras.
Lo difícil era llegar hasta allí siendo un perseguido por la justicia. Pero
esto tampoco era insalvable, pues mecanismos existían para trasgredir la
norma. En el caso concreto de Antonio, la vía que adoptó fue asumir la identidad de su primo Luis de Acevedo con cuyo nombre y pasado emprendió el
viaje a Indias36. No fue un acto espontáneo, sino sumamente meditado, que
contó con la colaboración de su esposa y familiares más allegados32. Por ello,
el 24 de marzo de 1 582 se presentó ante el corregidor de Tordesillas. el licenciado Alonso de Pereira, para cumplimentar la preceptiva información de limpieza de sangre a nombre de Luis de Acevedo, y declarando su intención de
Carta fechada el 25 abril de 1583.
~ El fenómeno de los pasajeros ilegales se convirtió en un problema endémico de difícil
solución que la Corona intentará eriadicar haciendo uso de su potestad legisladora y sancionadora. El fenómeno no se circunscribe en exclusiva al grupo de personas a quienes, según las
nortuas decretadas, les estaba vedado el acceso al Nuevo Mundo. Las trabas y demoras en la
concesión de licencias, la imposición de condiciones para otorgárse éstas y los engorrosos trámiles burocráticos motivaron que algunos pasajeros recurrieran a vías extralegales a ñn de no
tener que supeditarse a los mecanismos burocráticos. La propia legislación da buena cuenta de
las vías de ocultación empleadas por el pasaje ilícito: las falsificaciones de licencias e informaciones (modalidad utilizada por Antonio de Acevedo, nuestro protagonista) fue uno de los
principales recursos a juzgar por las protestas oficiales de la Casa de la Coníralación.
~> Debemos confesar que el equívoco de los nombres nos confundió, y que sólo después
de leer la limpieza de sangre comprendimos las razones ocultas que llevaron a sus deudos más
próximos a dirigir el sobreescrito de las canas dirigidas a Antonio de Acevedo a nombre de
Luis de Acevedo, lo que confirma su complicidad. Entre ellos se encuentran su mujer Isabel
Pérez, su madre Ana de la Vega, y su hermano Hernando dc la Vega. Por contra los parientes
~>
mas lejanos como suprimo Juan de la Fuente o su tía María de Acevedo le dirigen los sobreescritos a nombre de Antonio, por lo que entendemos que sólo los más allegados estaban ente-
rados del cambio de identidad.
Mujeres abandonadas, mujeres olvidadas
107
«ir y pasar a las indios, reinos del Perú», un destino tan falso como el nombre que adoptaría a partir de este momento, porque, aún a sabiendas que Perú
podía haber sido un espacio prometedor, las espectativas de Antonio se multiplicaban en las tierras de Nueva España, donde se asentaban algunos miembros
de su familia. Si el tirón Járniliar es un hecho comprobado para el conjunto de
los flujos migratorios indianos2t, mayor sentido tiene éste cuando el punto de
acogida y de referencia del viajero lo constituye un pariente coronado con el
éxito, como es el caso de Cristóbal de Acevedo, un próspero comerciante avecindado en Méjico, a cuya casa encaminó sus pasos Antonio, buscando su protección y ayuda profesional.
En un clima de burla y engaño, Antonio inició la aventura americana en
junio de 1582, con la absoluta complicidad de su esposa. Isabel debió colaborar en esta farsa por considerar que era la única salida posible, ya que no existe
ningún otro indjcjo que nos haga entenderlo de otro modo. Para ella Ja marcha
del esposo no implicaba alivio alguno, sino el inicio de una vida llena de privaciones y dificultades. Estaba muy enferma cuando Antonio emprendió el
viaje, y tampoco esto fue obstáculo para quedarse sola, ni para que el peso de
la justicia cayera sobre sus inexpertos hombros, pues a poco de emprender el
viaje su esposo le hicieron pleito de acreedores, y tuvo que presenciar como
todo su negocio se derrumbaba por mano de la acción judicial:
«Bodega sacó las prendas y los vendió y se los embargaron, y .rc quedó
mi hermana con la deuda de Valladolid —unos cuatrocientos reales—.., ha
hecho Alonso de Acevedo pleito de acreedores; por eso se ha de vender toda
y nada a míadie ha de ser pagado»2”.
Isabel quedó en Tordesillas «desnuda y enferma, y tullida y cargada de
hijos y sin un maravedí de hacienda, ni remedio»40. Una situación que si bien
para muchas mujeres de su tiempo hubiera sido difícil de soportar, no lo fue
~ El tirón familiar o la cadena migratoria que significa convocar en América en un
mismo lugar y sucesivamente a familiares que quedaron atrás se erige —como han tenido ocasión de demostrar numerosos trabajos—— en causa determinante de la emigración; supone un
poderoso factor de atracción. Las espectativas creadas por los individuos asentados en Indias
hacen que la emigración esté condicionada por relaciones de parentesco entre los mismos emigrantes en una proporción elevada. Para el caso extremeño, entre 1550 y 1590 se detectan a
más de seiscientos extremeños titulares o peticionarios de licencia que aducen de manera
explícita, demostrándolo documentalmente o a través de declaraciones de testigos, la tenencia
de familiares en suelo americano, quienes requieren su presencia para conservar la hacienda
que han ganado y beneficiarles con la misma. Sánchez Rubio, R.: Op. ciÉ, pp. 122-126.
29 Cartas fechadas el 3 de enero de 1583 y el 6 de febrero de 1583, respectivamente.
40 Carta fechada el 1 de noviembre de 1583.
108
Isabel Testón Núñez y Rocía Sánchez Rubio
así para la protagonista de este relato, y ello no sólo por sus cualidades personales, sino también por las posibilidades ambientales y sociales de su entorno.
Para empezar, si bien es cierto que ella había caído en la pobreza merced a la
mala gestión que su esposo hiciera del negocio familiar, no es menos real que
tenía a su entera disposición una parentela bien situada y con recursos suficientes como para poder acogerla junto con su prole y escapar así de la miseria y del deshonor. Una parentela que como bien sabemos no se limitaba a su
familia más directa, sino también a la de su esposo. Sin embargo, en el caso de
Isabel, como en el de la mayoría de las mujeres que quedaron solas a consecuencia de la emigración de sus cónyuges a Indias, será su familia parentelar
la que asuma el papel solidario dc sustentaría y ayudarla. No en vano, cuando
todo se derrumbaba, Isabel se trasladó con sus hijos al domicilio paterno de
Tordehumos, donde la acogió su madre, ya anciana y viuda, mientras que los
parientes de su esposo, tal como ella refería, lo más que hicieron fue dificultarle la vida:
«de vuestros deudos, el regalo y refrigerio que tengo es cada día venir
aquí a notificarme de malas y ponerme en pleitos, que les pudiera ser bien
41.
escusado, pues les consta lo que padezco»
Sería por tanto en Tordehumos, bajo la protección de su madre y hermanos, donde Isabel Pérez y sus tres hijos encontraron inicialmente cobijo y suslento. Así se lo informaba Catalina Pérez a su cuñado Antonio de Acevedo en
la carta que le escribió en febrero de 1583:
«La que le aviso es que mni hermana está muy regalada de mis hermanos,
y sus hijos mnuy bien tratados, que tienen tanta lástima a níi hermmíana que sienípre tiene de sobra la que ha menester. Para cuando se jite a Tordehumnos yo
hice una saya de muy buen pardo y miii hermana Man Pérez le dio un manto >2.42
En el mismo sentido, se pronunció insistentemente Isabel Pérez cuando
escribía a su esposo:
«Ya sabe —le decía— que yo estoy en caso de mi madre, donde a míy a
la niña y a Antoñica nos hacen mucha merced y nos regalan, y mnis herníanos
ni mas ni menos...que si no es por el socorro de Nuestro Señor y de algunos
de nuestros deudos, que lo hacen mejor que los que lo son, y de esta santa
41
42
42
Carta fechada en noviembre de 1583.
Carta fechada el 6 de febrero de 1583.
Cartas fechadas el 22 de noviembre de 1582 y el 25 de abril de 1583, respectivamente.
Mujeres
abandonadas, mujeres olvidadas
109
vieja, mi ,nadre, que vive y vive para que no deje de socorrer por darla a sus
4>
nietos, no sé qué será de nosotros».
Las cartas dejan traslucir una cooperación constante de todos y cada uno
de los miembros de la unidad familiar para aliviar en lo posible la precariedad
económica y la soledad de la hermana, pero sobre todo evidencian que las solidaridades se articulan en ámbitos diferentes en función de las potencialidades
que cada cual puede desarrollar sin distanciarse de los roles socialmente aceptados. Así, las mujeres, sobre todo su hermana Catalina y su madre, se involucran de manera muy directa en la ayuda material y moral de Isabel: la alimentan, la visten, la compadecen y demuestran todo su amor para con ella.
«Ya que mi Ventura no es verle ———decía Isabel a su esposo—, con mi hermomia Catalina Pérez pasaré todos mis trabajos, porque ríe tiene promnetido de
llevarme consigo a míy a Aníco, que a Antoñíco muchos hay que me le quiere,,, y Luisico está muy bomíico. Y por corta no podré decir lo mucho que me
hace, porque tiene mucha cuento de enviarmne lo que he menester>’4>.
Estas palabras de Isabel no reflejan simplemente sus sensaciones o buenos
deseos de tranquilizar a su esposo, sino que trasladan a la escritura la pura realidad de lo vivido, pues más tarde Catalina confirmaba esta actitud a su cuñado
con las siguientes palabras:
~<Enlo que a mi hermano yo pudiere hacer mientras él estuviere por allá,
va temídré cuidado de lo que hubiere memiester»4>.
Meses más tarde Isabel ponía nuevamente de manifiesto el buen comportamiento que con ella y sus hijos estaba teniendo Catalina Pérez:
«está bueno, y la debéis, porque conmigo y vuestros hijos ha hecho y hace
más de lo que debe»46.
Por su parte, los miembros masculinos cooperan también desde una perspectiva material, pues ayudan económicamente a su hermana, pero sobre todo
lo hacen en una dimensión moral como guardianes del honor, asumiendo el
papel del esposo ausente. Catalina Pérez en la carta que escribiera a su cuñado
en noviembre de 1583 reconocía, en un tono cargado de recriminación, que
Carta fechada el 3 de enero de 1583.
~ Carta fechada el 6 de febrero de 1583.
“‘ Carta fechada en noviembre de 1583.
«‘
lío
Isabel Testón Núñez y Rocío Sánchez Rubio
esta responsabilidad había sido asumida por los varones de la familia sín nIngún tipo de dudas, sin posibilidad de cortapisa alguna:
«Qíte it md. tiene poco concierto de mni hermana y poca confianza —le
decía—, yes grande el desammíar que le tiene, porque semmiejonte.s razones no se
pueden decir. simio es de una mujer perdido y mnal imítencionada y que tenga
poca ley con su marido, lo cual de mí hermana no se puede decir, pues que
pospuso todo lo que pudo por dar contento a vmd
me pesa que no entiendo
que vive emigoñodo, que pues la dejó entre sus propios parientes de vmd. que
yana lajávorecían con ninguna merced, debe hacer bien procurándolo escusar sino en lo que esto obligada, cuandio no se confiara vmd. a mnis hermanos,
que silo vieron torcer el pie le quitaron, no digo yo la vida, pero treinta silos
42.
tuviera
Los hermanos de Isabel no sólo asumen la función del esposo en la salvaauarda del honor, sino que también adoptan el papel del padre ausente en caso
de ser preciso. Así, mientras los niños menores, Anica y Antoñico, quedaron a
los cuidados de Isabel en la casa paterna de Tordehumos. el hijo mayor, Luisíco, pasó bajo la protección de su tío materno Juan Pérez, quien residía en
Rioseco junto con su esposa. Aunque desconocemos la edad del menor, las cartas dejan traslucir que se trataba de un niño necesitado ya de la presencia masculina para su educación, y por ello su tío debió rellenar el vacío que había
dejado el padre en este ámbito. Juan desempeñó su función correctamente, y
así se lo hacia saber Isabel a su esposo:
«Vuestros hijos al presente tienen salud. Luis está con mi hermano J,,an
Pérez. El le adoctrino y enseña a leer y virtud. Está declarado estar quebrado;
trato de abrirle. Va a la escuela y se aplica biemí>~4k
En otras cartas le manifestaba que el niño había aceptado bastante bien la
separación, tanto
~<queno se le acuerda de padre ni de mmíodre, sino es cuando viene a ‘Fordehumnos, que no quiere sino llorar.., le regalan mucho su tía y tía, ya que
siemute la ausencia como si hubiera veinte anos>249.
42
~‘
>‘
mente.
Carta fechada cli de noviembre de 1583.
Carta fechada en noviembre de 1583,
Cartas fechadas el 15 de noviembre de 1582 y el 6 de febrero de 1583, respectiva-
Mujeres abandonadas, majeres olvidadas
111
Resulta evidente que las atenciones hacia Isabel y su prole las asumen de
una forma más activa los miembros de su familia más directa, pero también las
solidaridades aparecen de la mano de deudos y familiares menos próximos,
que no por ello omiten esta obligación parentelar.
«En <ni enfermedad —informaba Isabel a Antonio— me han hecho
mn,.íchos mnercedlts si>? m?íngum? interes, el señor Alonso García y la senard? ml
tía Ana de Villa/pando. Dios se íd> ~
d~ue va miO puedo... Inés dic Ihrres
0.
tiene gusto con los notos, acuérdlese cje ella citandio escriba>»
De este modo, con la cooperación de unos y otros, podemos vislumbrar la
vida de Isabel más que resuelta, aún cuando el marido ausente no hiciera inten—
ción de retornar. Ella era una mujer afortunada, lo sabía y reconocía con gratitud la cooperación y ayuda. No todas las mujeres en situación similar a la suya
podían sentirse tan a salvo como ella se encontraba. Para algunas hubiera sido
suficiente acomodarse a la circunstancias y dejar que la corriente las arrastrara
cobijadas entre los suyos. Pero Isabel no estaba hecha de esa pasta acomodaticia. Era, a su manera, una luchadora, como otras muchas mujeres de su tiempo
y, sobre todo, de su entorno, porque no lo olvidemos, Isabel se movía en un
ambiente en el que las mujeres asumían unos papeles que, desde los estereotipos femeninos que con un presentismo absurdo nos hemos fabricado, pueden
parecernos ajenos a la lógica social del momento51: en el espacio vital de Isabel había mujeres que regentaban negocios prósperos, como su hermana Catalina Pérez o Violante Rodríguez, quien compartiera lonja de mercaderías en
Medina de Campo con Alonso de Torres, primo de Antonio de Acevedo. La
propia Catalina Pérez demuestra una actitud dinámica y de riesgo que escapa
Carta fechada el 25 de abril de 1583
Vigil, M.: La vida de/as mujeres en los siglos XVI y XVII. Madrid. 1986, pp. 121-125.
Sin embargo, María Helena Sánchez Ortega hace ya unos años ponía una lanza en favor del
papel de la mujer en el proceso productivo tanto familiar como social de la España del Antigua Régimen, aunque resaltando el papel secundario realizado por las mismas. Sánchez
Ortega, M.3 II.: Actas de los Primeros Jornadas de Imívestigación... Op. cit., pp. 109-110. Del
mismo modo, V. Fernández Vargas y M.’ V. López—Cordón han resaltado la actividad comercial de la mujer “plebeya” del mismo periodo histórico. Op. ch., pp. 37-39. Por su parte M.
Vicente Valentín ha analizado el papel de las mujeres en la artesanía barcelonesa en el periodo moderno y la documeníación gremial: Vicente Valentín, Xi: «Mujeres artesanas en la Barcelona Modeina». Las Imínjeres en el Antiguo Regimmíen... Op. cit., pp. 59-90; «El trabajo de las
mujeres en la Modernidad». Nuevas preguntas, nuevas miradas.. Op. cit. 1992, pp. 25-43. En
la misma obra colectiva, Segura Craiño, C.: «Presencia y ausencia de las mujeres en la sociedad urbana. Fuentes para su estudio», pp. 13-24.
><
>‘
112
Isabel Testón Núñez y Rocio Sánchez Rubio
a nuestros conceptos básicos sobre la realidad de las mujeres de su tiempo: no
sólo se ganaba la vida y amparaba a sus patientes necesitados, sino que se sentía capaz de hacer las Américas con fines tan honorables como ganar las dotes
de sus hermanas menores. Con tono sincero le confesaba estos proyectos a su
cuñado en la carta que le escribiera el mes de febrero de 1583:
~<Diossabe la peno que me ha dado cada vez qite se mne acuerda de no me
dejar mi madre ir con vmd., porque estos hermamias van creciendo muy aprisa,
5>.
y ya había necesidad de haber ido para ganar para ellas>r
Pero, sin duda, lo que nos ha resultado más llamativo es la conciencia que
estas mujeres poseen de su condición femenina —aspecto de la cultura de la
mujer que no por existente, es suficientemente conocido, al menos para el periodo moderno53—; una conciencia que no dudaron poner de manifiesto en algunas de sus misivas:
~<JIeosdado, señor cuenta —comentaba Isabel a su esposo— y comno
digo, por no doras pena, no me quiero alargar más, aunque había biem en qué
poderlo hacer úe vuestra vida yo no la quiero pedir porque sois hombre y
nacisteis en libertd,dI»M.
En otra carta le decía:
«Bien parece ser el homm;bre de más ,m,erecimiento que los mujeres. porque
si yo entendiera estar de vuestra vista ausente una hora sin ve ros y entendiera
padíecer mil mnaertes, no roe ausetitoros~55.
Carta fechadael 6 dc lúbiero de 1583. Un primo de Antonio de Acevedo llamado Gaspar Núñez, que llegó a Nueva España en 1584, realizó el viaje, tal corno informó su madre
María de Acevedo por razones muy similares a las pretendidas por Catalina: «pues tefuiste en
>~
tonto riesgo sólo para valer más y ayudarme y darme buena vgjez y para remedio de tus hermanos». Carta fechada el 15 de abril de 1584. Estas actitudes fueron compartidas ptr muchos
emigrantes; marchar a América en busca de remedio y sohición para las necesidades que se
pasan en la Península y para dotar a las hijas o hermanas doncellas fueron razones asiduamente esgrimidas por los emigrantes en sus peticiones de licencia para pasar a Indias. Sánchez
Rubio, R.: Op. cit., pp. 118-122..
~‘ Nash, M.: «Desde la invisibilidad a la presencia de la mujer en la historia: comentes
historiográficas y marcos conceptuales de ta nueva historia de la mujer». Actas de las Primeras Jornadas... Op. <it., pp. 18-37.
>~ Carta fechada en noviembre de 1583.
» Carta fechada el 15 de noviembre de 1582.
Carta fechada el 1 de noviembre de 1583.
Mujeres abandonadas, mujeres olvidadas
113
De forma aún más contundente se expresaba en este sentido su hermana
Catalina Pérez diciéndole a su cuñado
«que si dádolo nos fuera a los mujeres y hubiéramnos de tomar cuenta a
los o,arído~ y tan estrecha corno mt mmmd. ¿o ha signtjlcdtdo, seguro que fuema
cuenta bien oscura la que vmd. diera y que ningán contador lo atinara>~».
Este ambiente favorable y la propia actitud de Isabel debieron actuar de
forma muy positiva a la hora de encauzar a nuestra protagonista por el mundo
del trabajo. Sin embargo, si queremos comprender con toda profundidad este
comportamiento, es preciso tener presente las dificultades por las que debió
pasar la madre de Isabel a poco de emprender su viaje Antonio de Acevedo: la
anciana enfermó de cierta gravedad, mientras que su economía se iba deteriorando como consecuencia del esfuerzo realizado para atender lo mejor posible
a su hija y nietos. Por ello Isabel no se quedó de manos cruzadas, sino que
intentó abrirse camino aprendiendo algún oficio con el que colaborar en el sustento propio y de los suyos. Y de nuevo fue su hermana, Catalina Pérez, quien
le brindé su ayuda, acogiéndola durante dos meses en su domicilio de Tordesillas para enseñarle un oficio, que aprendió como muy gran maestra57. A poco
de vivir esta experiencia Isabel se la transmitía a su esposo con frases escuetas, pero no exentas de orgullo:
«Ya estuve en Tordesillas, que por mis trabajos fui a ser aprendiz de reíareía; fue Nuestro Señor servido —que socorre a las necesidades— que salí can
mm ,mmtem,ción de oj,cio... aje va muy bien con el oficio nuevo» sg
No le quedaba otra alternativa más que ésta, si no quería permanecer como
una carga para sus parientes. En realidad, la marcha de su esposo no le había
reportado nada positivo. Es posible que sin el derrumbe de su economía las
cosas hubieran sido muy diferentes, pues la mujer sola gozaba de una autonomía, no tanto social, como legal, que le era negada cuando vivía bajo la potestad del marido. Pero, sin solvencia económica poco de esto tenía sentido.
La vida de Isabel fue muy dura tras la marcha de su esposo. Aún contando
con el apoyo de sus parientes, debió asumir la responsabilidad familiar, sobre
todo mientras duró la enfermedad de su madre, y para esto no todas las mujeres estaban preparadas, pues eran funciones a las que sólo tenían que hacer
frente ante la ausencia del cabeza de familia. Ella afrontó la situación en sole-
>~
“
Carta fechada el 6 de febrero de 1583.
Cartas fechadas el 15 de noviembre de 1582 y el 3 de abril de 1583, respectivamente.
114
Isabel Testón Núñez y
Rocío Sámíchez Rubio
dad, pero sin desmayo, y así se lo refirió a su esposo en la carta que le escribiera desde Tordehumos en noviembre de 1583:
o... 05 quiero aquí diecir en qué poso lo vida, pardí que con/orine a esto
podáis hacer la información y exatnolor los testigos: Después que os fuisteis
fue Dic,s servid] de librarme ¿leí todio de Idi emífermímedad Cm, clac “me dlejastc’is. Y
luego, como mne vi con dilguna mejoría, “le li/le en cosa de mi n,adíre, díandie
con regalo nie acabé —mediante la voluntad cíe I)ios— de librar cíe mnis imíales.
Mi madidíre, con la costa ordinaria y’ gastos que conmigo y vitestros litios lid!
tenido y tiene, ha venidio a díue va no es su cc/SO lo cíue solía, por lo que para
sustentaría a ella y a vuestros hí?¡os tengo qíte estar a Idi labor de (lid! V de
noche, y el dhO que Jaltase en esto, faltaría ío dIUC habe,nos mnenester ¡-la
estado muy al cabo en su en/ermedididí y trabajado lo que Dios sabe. Algunas
veces ha colgado todio por Cii, porqite a ratos mis hermnanos se han cansd/dlo
con la largueza de la enfermnedad. Vuestmos líijd.s ia,nbién cx r¿stos andamí l,ien
alcanzados die .s-díludi, y tengo biemí en qué ocuparme en curdirles. Y por mío ns
dar pena, no os quiero díecir a lo más a c/t/e ole ha necesitc¿do vuestrdi ¿ii/sol cia die trabajos, y habéis, señor de pensar ¿jime no bastaba ccxrecer de ‘os pctra
estor vie,ício cm, sentir esta lásti,ndi sin que yc m/;e pudiese dar cítra cosa faceci
de vercs contemíto, y yo estoy tal que no le pienso tener en mmli v¿dla.
Señor cuando inc lízibicrais dlc’jdtdlo cOt? 110(1 hacienda tnedhana, y libre de
cleudias, y ¿le crictr hijos, y ¿le acudlir a cosdis que os ííe dicho, liabas cíe J)Ú/? —
sar quien va era y descendía para estcir obiig¿;¿ía aiim? emí el vestir y el calzar
5’.
y atender a to¿los. Lo que sientc e.s vuestra ouseuíciass
El sentimiento de soledad que transmiten estas palabras, y que es una constante de todas las misivas que Isabel envió a su marido«’, sin olvidar el cúmulo
de dificultades materiales que rodearon su existencia cotidiana, debieron motivar el hecho de que se planteara la búsqueda del reencuentro con el esposo
ausente. Y éste es de nuevo un comportamiento peculiar de nuestra protavonista, pues la mayor parte de las mujeres que vivieron la experiencia de la
separación conyugal como consecuencia de la emigración solían mostrarse
demasiado remisas a emprender el viaje del reencuentro. El miedo a la travesta y a lo desconocido, amén del recelo de abandonar su entorno y su parentela suelen actuar como elementos disuasorios a la hora de iniciar la experiencia americana. Prefieren quedarse esperando el fruto dorado, que todo
» Carta lechada en noviembre de 1583.
<« Las alusiones en este sentido son constantes, y todas las carias están replelas de párrafos que transmiten esta sensación. Como muestra, tengamos presente la siguiente frase que
escribió Isabel a su tío Cristóbal de Acevedo: «Espera en la ,,,erced de Dies y e!? que vmd.
tendrá tuidatio siemopre ¿le esta triste viuda y de estos niños huérfanas». Carta fechada el 4 de
abril de 1483.
Mujeres abandonadas, mujeres olvidadas
115
emigrante perseguía, y a ser posible el retorno del ausente cargado de gloria y
fortuna.
En honor a la verdad, en un primer momento Isabel va a mostrar unas pautas de comportamiento similares a las anteriormente descritas. El primero en
dar el paso había sido Antonio de Acevedo, quien debió sugerir a su mujer la
posibilidad del viaje transoceánico, pero ella rehusó el ofrecimiento al escribir
a su marido en abril de 1583:
«Y cm? lo que roca a lo que mne manda de me mudar paro esa tierra — le
decía—, si ello fuera en .ru compañía Nacrita Señor robar] para mí hubiera
mayor contento que el de mimudar aunque yo fuera no digo yo a Indias, simio a
todo el niun¿lo, no recuscira la jormicxda, que fuero más sujeta que u imiguna
esclavo en el rnumido que hubiera. Pero así, hoy entenderá cuatí dificultosos
5m.
5am? los cantinas paro yo me atrever a esa jornada»
Sin embargo, siete meses más tarde Isabel se había replanteado la cuestión
y accedía a hacer el viaje bajo la condición de que viniese su esposo a buscarla
a Sevilla de secreto para poder realizar con él la larga travesía:
«Raegoas cuanto puedo que obrevieis vuestro venida si quereis hallarme
vivo, y placiese a Dios que yo pudiese tener ,,íodo para escusarosía yendo yo
allá, níás yo mío siento cómo, si no fuese venir vos a Sevilla y saberla yo que
estoís ahí, que hasta allí un hermano mnío me llevaría, porque ya veis vos que
ni a vuestra homíra ni a la mnía estaría bien ir por otras vías y ma,meras. Y si
por ésta quisierais dispomíeros, que hermanos tengo que sin pesadunbre. a
trueco de yerme allá y claro.r gusto. lo harán. Y por vida vuestra, señor, que os
determineis a ello, porque muy determinada estoy o doras gusta en todo, coma
sienipre. Y para esto poco dinero era menester que enviaseis»62.
Puede que sólo fuese una treta para hacerlo venir, pero lo más probable es
que ella viese la situación cada vez más difícil, pues conocía las condiciones
humanas de su esposo. No en vano, nada más iniciar éste su experiencia amerícana ella le hacía las siguientes recomendaciones:
«Sólo le. suplico viva comí niucho recato con la gemite de esa tierra y utire
los negocias que toma, no sean de suerte que le sean odiosos, sino que viva
con ,nucha paz y quietud... quiero que en toda dé contento al señor mmii tío, a
~~ Carla fechada el 2 de abril de 1583.
«~ Carta fechada en noviembre de 1583.
62 Cartas fechadas el 15 y 22 de noviembre de 1582, respectivamente.
«~ Carta fechada el 6 de febrero de 1583.
116
Isabel Testón Núñez y
Rocío Sánchez Rubio
quien escriba —se refiere a Cristóbal de Acevedo— y no salga de su ‘nono y
62.
megocio, y mire que hay en esa tierra, gente, digo, nujeres viciosas»
Las debilidades de Antonio debían de ser un secreto a voces, pues su
cuñada Catalina Pérez también se manifestaba en este sentido, pero de forma
mucho más directa que su esposa, acusándole de mujeriego:
«Procure darse buenas mnañas, y lo que ganare sea lícitamente, y apártese
de malas caumpañíar, principalmemmte de mnujeres, porque es ¿¡migo de ell¿ms>».
3. HISTORIA DE UN OLVIDO
Isabel y Catalina no iban mal encaminadas en sus apreciaciones sobre el
carácter de Antonio. Al menos, su conducta sentimental en tierras americanas
puso en evidencia el desamor y el olvido para con su esposa.
Antonio de Acevedo había embarcado en la flota de Nueva España en
junio de 1582; tres meses antes, como ya dijimos, había realizado la preceptiva
información de limpieza de sangre suplantando la personalidad de su pariente
Luis de Acevedo. No viajó solo, sino en compañía de su primo Pedro de Castro65, hijo de Pedro de Acevedo, quien, al igual que Antonio, encaminaba sus
pasos hacia el domicilio de su tío Cristóbal de Acevedo, el mercader, residente
en la calle de San Agustín de la ciudad de Méjico66.
Visto así, y a pesar de las desastrosas circunstancias de su marcha, Antonio era un emigrante privilegiado. Ciertamente, muchos de los que emprendían
el viaje lo hacían al amparo de parientes y deudos que los habían precedido en
la aventura americana y, por tanto, lo hacían con la certidumbre de encontrar
protección y cobijo en un espacio ajeno y desconocido. Pero no todos contaban con un referente tan seguro y prometedor; no olvidemos que Cristóbal de
Acevedo era un pariente muy próximo —tío camal— y, sobre todo, no debea
n las primeFrente las salidas individuales que caracterizan el fenómeno micratorio e
ras décadas del siglo XVI, se constata en la segunda mitad de la centuria la participación cada
vez mas numerosa de personas que se embarcan al unísono formando parte de unidades familiares o ligadas por rasgos de parentesco. Para el caso extremeño, en el último cuarto del siglo
XVI dos de cada tres emigrantes que se excluyen lo hacen en compañía de algún deudo. Para
afrontar la difícil experiencia de la emigración, la protección y los vínculos familiares resultan
determinantes, pero también se busca el apoyo y la compañía de amigos y conocidos, tanto de
cara al viaje como al asentamiento en aquellas partes. Sánchez Rubio, R.: Op. cit., pp. 327-333.
«« Denuncia hecha ante el Tribunal de la Inquisición de Méjico por Cristóbal de Acevedo.
A.G.N.M. Ramno Inquisición. Vol. 135. su.
6>
Mujeres abandonadas, mujeres olvidadas
117
mos pasar por alto que había conseguido montar un negocio próspero en tierras mejicanas, del que podían beneficiarse los parientes que arribaban buscando su ayuda. Los deudos que permanecieron en el ámbito peninsular percibían esa realidad como algo lógico y evidente, por lo que podemos deducir que
Antonio de Acevedo y Pedro de Castro viajaban con muchos menos miedos e
incertidumbres que la mayoría de sus compañeros de aventura.
De la pertinencia de tales consideraciones dan testimonio las palabras de
gratitud que Isabel dirigiera a su tío Cristóbal de Acevedo:
«Doy muchas gracias a Dios por el buen suceso de su ca,nimio, el cual
tengo par tal el haber arribado a tan buen puerto como es la cosa de vmd.,
donde he entendido la mucha merced que a mi mmíarido se hace.., que como
‘muevo en tan extraño tierra tendrá grande necesidad de favor y ayudo... Mis
trabajos yfatigas se glosaro/m comí saber que mi Antonio de Acevedo había líegodo con salud a puerto, dom=dehalló tan buemí socorro que habiendo perdido
un padre le diese Nuestro Señor otro, y tal cual a v.,mmd., mmmi señor, le guarde
Dios muchos años y no menos.., de mi señora Juamío Rautmsta. la cmmal beso las
‘imanas tantas veces como soy obligada, y me la guarde como yo deseo la salvaciomm de mi almmía, o la cual suplico sea servida tomar cuenta muy mmíemmudo
de mi Amitonio de Acevedo, de su vida, y cómimo re halla en ause,ícia de esta
suya» 62,
Así pues, Antonio y su primo Pedro de Castro, una vez desembarcados en
el puerto de San Juan de Ulúa, allá por el mes de septiembre de 1582, eneaminart)n sus pasos a la ciudad de Méjico buscando la ayuda de su tío Cristóbal de Acevedo, y éste no los defraudó, pues los acogió y favoreció en todo
cuanto les fue posible. Antonio permaneció a su lado en la ciudad de Méjico
por espacio de algo más de un año, cooperando posiblemente con su tío en las
tareas del negocio familiar. Más tarde debió decidir independizarse, aunque
siempre bajo el amparo de su protector, y así por el mes de noviembre de 1583
se fue a Oaxaca «con tres mil pesos de ropcx para poner tienda y ganar de
comer»’t. Fue allí donde conoció a su segunda esposa, la hija de un labrador”9
de dicha ciudad. Este paso en falso debió darlo por amor, ya que con el nuevo
matrimonio Antonio no hizo un buen negoeio, pues se casó muy pobremente70.
Isabel, buena conocedora de las debilidades de su esposo, le había puesto en
aviso de los peligros a los que debería enfrentarse:
62
~‘
‘~
~‘>
~‘
Cartas fechadas el 4 de abril y 7 de noviembre de 1583, respectivamente.
Cf. nota 66.
Carta fechada el 14 de enero de 1584.
Carta lechada el 16 de enero de 1584.
Carta fechada el 25 de abril de 1583.
118
Isabel Testón Núñez y Rocío Sánchez
Rubio
«Ya, señor sobe —íe alertaba en una de sus cartas— que los mujeres,
por gozosos y generosas, de eso tierra somm coromma cíe mnujeres de toda el
Contraer un segundo matrimonio no debió resultarle demasiado difícil,
pues no olvidemos que Antonio había viajado a Indias con una identidad falsa,
la de su primo Luis de Acevedo, quien, cuando se realizó la limpieza de sangre, era soltero. No existían escollos legales que salvar, por lo que los desposorios se realizaron sin dificultad alguna. Además, contaba con la inmensidad
del virreinato novohispano y su distancia de España como factor fundamental
para asegurar la ocultación del segundo matrimonio y del acto delictivo que tal
acción llevaba implícito. Con todo, la felicidad le duró sólo unos días, porque
el espacio de ocultación no funcionó. Había demasiados parientes y conocidos
derramados por la geografía de la Nueva España72 como para que su delito
quedara impune.
A poco de celebrarse el matrimonio en Oaxaca llegaban a casa de Cristóbat de Acevedo noticias de tal acontecimiento, de la pluma de fray Francisco
de Alvarado, sobrino de Juana Bautista Galindo, la esposa de Cristóbal de Acevedo. En las carta que escribió desde Tepuzculula el 14 y 16 de enero de 1584
trataba de poner en aviso a sus tíos sobre lo acontecido, a la vez que hacía
constar el sentimiento de Antonio por lo sucedido:
«Harto lástima le tengo, porque mne dijo un español que está muy arrepenticio y que creo que re hubiera holgado de no haberlo hecha. Dios le
ayude>».
Desconocemos cuanto tardó en llegar esta misiva a manos de sus destinatarios, pero el 3 de febrero de 1584 se personó en el Tribunal de la Inquisición
de Méjico Cristóbal de Acevedo con el objeto de denunciar ante sus jueces el
delito cometido por su sobrino Antonio. Un mes después, el 6 de marzo de
22 Las cartas nos han pemmitido detectar a diversos deudos tanto de Antonio de Acevedo
como (le su mujer Isabel Pérez asentados en América durante la estancia de nuestro protagonista en el virreinato de Nueva España a donde el primero dirige sus pasos. Además de su tío
Cristóbal de Acevedo y la esposa de éste, Juana Bautista, Antonio tenía tres primos carnales,
un primo y una prima carnales de su esposa y dos sobrinos de Juana Bautista diseminados por
el conjunto de la geografía del virreinato; amén de otros conocidos que no se mencionan. Ello
demuestra un fenómeno conocido en el poblamiento hispano del Nuevo Mundo: la sociabilidad de sus miembros,
22 Cartas fechadas el 14 y el 16 de enero de 1584, respectivamente
~‘ A.G.N.M. Romo Inquisición. Vol. 135. s/f.
Mujeres abandonadas, nmujeres olvidadas
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1584 ftíe preso en casa de Francisco Lozano, estando recién llegado de Oaxaca
74. Antes de ponerlo en las cárceles secretas del
a esta ciudad —Méjico—--
Santo Oficio fue catado y se le encontraron diversas joyas tanto propias como
ajenas que le habían sido entregadas como prendas de algunas acciones de
préstamo por él efectuadas. Poco después se procedía al embargo de sus bienes, que estaban contenidos en una petaca y caja que llevó al tribunal su amigo
Francisco Lozano; tenía tres taleguillas de 390 pesos, 27 piedras de toda
suerte chiquitas, además de diversas joyas y abundante mercancía muy
diversa, pero marcada indiscutiblemente por el sello del lujo (tejidos de seda,
sillas de montar de brida, escribanías, objetos de plata, etc.).
Es posible que de no haberse descubierto su delito Antonio hubiera sido un
triunfador en suelo americano. Era un hombre advertid/o en negocios75, tal
como reconocía su tía Maria de Acevedo cuando le escribiera desde Tordesilías en abril de 1584, ignorando, por supuesto, que su sobrino, el negociante,
había caído en las redes del Santo Oficio por haber olvidado en la lejanía que
en Tordesillas había dejado esposa y tres hijos.
“
Carta fechada el ¡5 de abmil de 1584.

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