de casting - Antonio Altarriba

Transcripción

de casting - Antonio Altarriba
DE CASTING
Hubo un tiempo en el que todos queríamos
ser santos. Y, aunque suene a
espiritualidad medieval, tampoco hace
tanto de ello. Todavía a mediados del siglo
pasado se educaba a los niños en este
afán y, para incentivarlo, se ponía como
ejemplo la vida de Teresa de Jesús, la
santa con mayor vocación de toda la
Iglesia. Cuenta su hagiografía que, con
muy pocos años y el seso sorbido por la
lectura de obras edificantes, se fugó de la
casa familiar en compañía de su hermano
para, cual quijote de la fe, ir en busca de un
buen martirio que le abriera de par en par
las puertas del paraíso. Al fin y al cabo,
según los principios cristianos, esto es un
valle de lágrimas, mero tránsito hacia la
verdadera vida que sólo empieza después
de la muerte. De ahí el teresiano “muero
porque no muero”, cumbre de la lírica
mística.
El héroe, trasunto civil del santo, también
funcionó como modelo aunque su
explotación pedagógica fue mucho menor.
Ambas figuras sirvieron de referencia moral
durante siglos hasta que, a partir del XVIII,
el auge de la burguesía y su apego a los
bienes terrenales logró que la religión le
hiciera un hueco al placer. La prosperidad
de una sociedad industrializada ponía muy
difícil la renuncia al mundo y sus cada vez
más irresistibles tentaciones. La perfección
del ser fue sustituida como meta existencial
por la abundancia del tener. De esa
manera la modernidad instauró el dinero
como valor dominante y, a partir de
entonces, todos quisimos ser ricos.
La posmodernidad ha venido a introducir
un nuevo cambio de modelo. Y no es que
ya no queramos ser ricos sino que, dándolo
por descontado o considerándolo valor
subsidiario, preferimos ser famosos. El
cuarto de hora de notoriedad que otorgó
Andy Warhol a cada masificado mortal
quiere ser ampliado a toda costa por las
nuevas generaciones. Miles de jóvenes se
apiñan ante los trampolines que,
presumiblemente, van a lanzarles al
estrellato. Aunque sea de la manera más
estrafalaria. Todo con tal de salir en
pantalla. Participar en alguno de los
numerosos “realities” que salpican la
programación televisiva constituye su
máxima ambición. Gran hermano, La casa
de tu vida, Fama, Operación triunfo, Hijos
de Babel, Tienes talento, Tú sí que vales,
Supermodelo... A muchos ni siquiera les
importa el contenido del programa o las
aptitudes requeridas. Cantan, bailan,
desfilan o, simplemente, conviven con tal
de que sea cara al público. Para
conseguirlo pasan días enteros haciendo
cola ante un jefe de casting, elevado ahora
a la categoría de demiurgo que decide
sobre su destino mediático. La fama cotiza
tan al alza que hasta los intentos por
alcanzarla resultan rentables y ya se hacen
programas con los castings del propio
programa. Hoy la felicidad consiste en
exhibirse ante la multitud hasta ser
aclamado o, al menos, reconocido.
De santos a ricos y de ricos a famosos.
Muchos interpretan esta secuencia de
modelos éticos como la prueba del proceso
de degradación en el que estamos
embarcados. Hemos pasado de la
trascendencia espiritual a la futilidad
mediática, hemos cambiado la eternidad
con Dios por unos minutos en antena. Pues
bien, quizá haya que reconsiderar el
manido discurso de que cualquier tiempo
pasado fue mejor y comprobar que, en
último término, los jóvenes de hoy no
hacen nada distinto a lo que hicieron sus
antepasados. La santidad, la riqueza y la
fama, independientemente de los valores
en los que se sustenten, son tres formas de
reconocimiento social. En una sociedad
agrícola, regida por la fuerza y la voluntad
divina nada mejor que ser santo o guerrero.
En una sociedad industrial basada en el
comercio el dinero se convierte en el único
indicativo del triunfo. Y en la sociedad de la
comunicación y la conexión permanente, la
ocupación del espacio mediático durante el
mayor tiempo posible parece una opción,
más que legítima, necesaria.
En este mundo masificado y al mismo
tiempo globalizado, salidos ya del
integrismo religioso y de la pobreza, nos
urge, ante todo, salir del anonimato. Pero
con cuidado... No hay que olvidar que el
sueño de la fama acaba a menudo en
frustración y genera juguetes rotos
utilizados y luego desechados por esa
voraz máquina que ya no puede permitirse
que cese el espectáculo... Y ningún casting
prepara para el fracaso.
Antonio Altarriba
En El Mundo, 17 de febrero de 2008

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