Edgar Morin

Transcripción

Edgar Morin
Edgar Morin / LA MENTE BIEN ORDENADA / Barcelona: Seix Barral. 2001
Ahora bien, el conocimiento pertinente es aquel que es capaz de situar toda
información en su contexto, y si es posible, dentro del conjunto donde la misma se
inscribe. Se puede decir incluso que el conocimiento progresa principalmente, no por
sofisticación, formalización y abstracción, sino por la capacidad de contextualizar y
globalizar. (Pág. 16)
Así, cada vez más:
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La información es una materia prima que el conocimiento debe dominar e
integrar.
El conocimiento debe ser reconsiderado permanentemente y revisado por el
pensamiento.
El pensamiento es más que nunca el capital más precioso para el individuo y la
sociedad”. (Pág. 20)
La primera finalidad de la enseñanza fue formulada por Montaigne: es mejor una
mente bien ordenada que otra muy llena. Está claro lo que significa “una cabeza muy
llena”: es una cabeza donde el saber está acumulado, apilado y no dispone de un
principio de selección y de organización que le dé sentido. “Una mente bien
ordenada” significa que, más que acumular el saber, es mucho más importante
disponer a la vez:
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De una aptitud general para plantear y tratar los problemas.
De principios organizativos que permitan unir los saberes y darles sentido. (Pág.
26)
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Contrariamente a la opinión común en el día de hoy, el desarrollo de aptitudes
generales del espíritu permite un mejor desarrollo de competencias particulares o
especializadas. Cuando más poderosa es la inteligencia general, más grande es su
facultad de tratar los problemas particulares. La educación debe favorecer la aptitud
natural del espíritu para plantear y resolver los problemas y correlativamente
estimular el pleno empleo de la inteligencia general. (Pág. 26)
La mayor aportación del conocimiento del siglo XX ha sido el conocimiento de los
límites del conocimiento. La mayor certidumbre que nos ha dado es la de la
imposibilidad de eliminar ciertas incertidumbres, no sólo en la acción sino también en
el conocimiento. (Págs. 71-72)
La condición humana está marcada por dos grandes incertidumbres: la incertidumbre
cognitiva y la incertidumbre histórica.
Existen tres principios de incertidumbre en el conocimiento:
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El primero es cerebral: el conocimiento no es nunca un reflejo de lo real sino
siempre traducción y reconstrucción, es decir, que comporta riesgos de error.
El segundo es psíquico: el conocimiento de los hechos siempre es tributario de la
interpretación.
El tercero es epistemológico: resulta de la crisis de los fundamentos de la certeza
en filosofía (a partir de Nietzsche) y luego en la ciencia (a partir de Bachelard y
Popper)
Conocer y pensar no es llegar a una verdad absolutamente cierta, sino que es dialogar
con la incertidumbre. (Pág. 76)
Prepararse para nuestro mundo incierto es lo contrario de resignarse a un
escepticismo generalizado. Es esforzarse en pensar bien, es volverse aptos para
elaborar y practicar estrategias, es, en suma, efectuar nuestras apuestas con toda
conciencia.
Esforzarse en pensar bien es practicar un pensamiento que se afana sin cesar en
contextualizar y globalizar sus informaciones y conocimientos, que se aplica sin cesar
a luchar contra el error y la mentira hacia uno mismo, cosa que nos lleva una vez más
al problema de la “cabeza bien ordenada”.
Es también conciente de la ecología de la acción:
La ecología de la acción comporta por principio que toda acción, una vez lanzada,
entra en un juego de interacciones y retroacciones en el seno del medio en el cual se
efectúa, que pueden desviarle de sus fines e incluso llevar a un resultado contrario al
que espera
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El segundo principio de la ecología de la acción nos dice que las consecuencias
últimas de la acción son impredecibles. (Pág. 79)
Recordemos el segundo y tercer principio del Discurso del Método:
“Dividir cada una de las dificultades que examinamos en tantas parcelas como se
pueda y sea necesario para resolverlas mejor”.
“Conducir por orden mis pensamientos, comenzando por los objetos más sencillos y
los más fáciles de conocer, para subir poco a poco como por grados hasta el
conocimiento de los más complejos”.
El segundo principio lleva en sí potencialmente el principio de separación y el tercero
el principio de reducción, los cuales dominarán el conocimiento científico.
El principio de reducción comporta dos ramas. La primera es la de la reducción del
conocimiento del todo al conocimiento aditivo de las partes.
La segunda rama del principio de reducción tiende a limitar lo conocible a lo que es
mensurable, cuantificable, formalizable, según el axioma de Galileo: los fenómenos
no deben ser descritos más que con ayuda de cantidades mensurables. (Págs. 116-17)
Existe, efectivamente, necesidad de un pensamiento:
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Que capte que el conocimiento de las partes depende del conocimiento del todo y
que el conocimiento del todo depende del conocimiento de las partes.
Que reconozca y trate los fenómenos multidimensionales en vez de aislar de
manera mutiladora cada una de sus dimensiones.
Que reconozca y trate las realidades que son a la vez solidarias y conflictivas
(como la democracia misma, sistema que se nutre de antagonismos al mismo
tiempo que los regula).
Que respete lo diverso, al mismo tiempo que reconoce lo único.
A un pensamiento que aísla y separa hay que sustituirlo por un pensamiento que
distinga y una. A un pensamiento disyuntivo y reductor hay que sustituirlo por un
pensamiento de lo complejo, en el sentido originario del término complexus: lo que
está tejido junto. (Pág. 117)
Esto nos indica que un modo de pensar capaz de unir y solidarizar conocimientos
separados, es capaz de prolongarse en una ética de la interrelación y de la solidaridad
entre humanos. Un pensamiento capaz de no quedarse encerrado en lo local y lo
particular sino de concebir los conjuntos, sería apto para favorecer el sentido de la
responsabilidad y de la ciudadanía. La reforma del pensamiento tendría pues
consecuencias existenciales, éticas y ciudadanas. (Pág.128)

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