Arlene B. Tickner

Transcripción

Arlene B. Tickner
locales e hibridización
*
Arlene B. Tickner1
Arlene B. Tickner
Relaciones de conocimiento
centro-periferia:
hegemonía, contribuciones
Introducción
Históricamente, los estudios de Relaciones Internacionales, así como
los demás campos de las Ciencias Sociales en los países de la periferia,
han sido descritos en términos de su apego a modelos estadounidenses
y europeos, así como la existencia asimétrica de flujos de conocimiento
entre Norte y Sur (Holsti; 1985; Richard; 2001). En otras palabras, la
sensación que prima es de un norte exportador de conocimiento y un
sur importador y consumidor de este.
La dependencia intelectual del sur ha sido analizada desde varios
ángulos. Primero, las categorías y los conceptos diseñados en el primer
mundo pueden tener una escasa aplicación cuando estos se insertan
en contextos sociales y culturales distintos, hasta tal punto que pueden
volverse disfuncionales y contraproducentes. Por ejemplo, en el campo
de las Relaciones Internacionales, las teorías provenientes de Estados
Unidos basadas en el quehacer de las grandes potencias y la centralidad
del poder, tienen poca relevancia para pensar la política internacional de
un país como Colombia.
Segundo, el predominio de la ciencia social occidental en los países
subdesarrollados tiene el efecto de negarles a estos la condición de
sujetos activos en la construcción de su propio conocimiento. La
precariedad de la periferia como fuente de conocimiento se relaciona
con el carácter autorreferencial de diversos campos de estudio a nivel
* Una versión revisada de este texto fue publicado en Godoy, Horacio J, González Arana, Roberto y Orozco Restrepo,
Gabriel (Eds.). Construyendo lo global. Aportes al debate de Relaciones Internacionales (pp.18-34). Barranquilla: Editorial
Universidad del Norte.
1 Arlene B. Tickner es profesora titular del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes, Colombia. Sus
áreas de investigación incluyen la política exterior de Colombia y de América Latina, dinámicas de seguridad en América
Latina y la sociología del conocimiento en la disciplina de las Relaciones Internacionales. Su publicación más reciente
(coeditado con David L. Blaney), es Thinking International Relations Differently (Londres: Routledge, 2012).
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Seguridad internacional y Crimen organizado
internacional. En Relaciones Internacionales,
un famoso dicho como “los fuertes hacen lo
que quieren mientras que los débiles hacen lo
que les toca”, pronunciado por Tucídides, hace
más de 2 000 años, reproduce la idea de que los
países del Sur son irrelevantes para el estudio
de la política global. En palabras de Kenneth
Waltz, uno de los autores internacionalistas más
importantes en la historia de este campo, “sería
absurdo construir una teoría de las relaciones
internacionales basada en países como Malasia
y Costa Rica” (1979: 72). De lo anterior se
desprende el hecho de que cualquier proceso de
transmisión de conocimiento entre Norte y Sur
implica procesos de dominación, explotación y
hegemonía.
Tercero, la gran mayoría del conocimiento sobre
la periferia es producida por académicos de
los países céntricos, con lo cual se territorializa
dentro de los cánones sociales de la academia
occidental. La representación de la periferia
constituye un medio por el cual el centro también
se define en términos de superioridad y diferencia
(Doty; 1996: 3). Por ejemplo, conceptos como
el subdesarrollo, la democracia iliberal y la
debilidad estatal constituyen tres formas en
las que la periferia ha sido representada por el
centro en función de lo que le hace falta en vez
de lo que tiene (Escobar; 1998). La repetición
e institucionalización del discurso académico
sobre la periferia conduce a su naturalización,
con lo cual, los conceptos señalados aparecen
como objetivos, neutrales y estáticos; en vez
de construidos y subjetivos. Según Roxanne
Lynn Doty (1996: 8), la hegemonía radica
precisamente en la generación de categorías
con carácter estático para interpretar el mundo,
ya que estas determinan las formas en las que
se pueden analizar y confrontar realidades
específicas.
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A pesar de que la hegemonía intelectual ejerce
un efecto real sobre el conocimiento en nuestros
países, relativamente pocos esfuerzos han sido
realizados para determinar cómo es que viaja
el conocimiento entre el centro y la periferia, y
cómo este se transforma en el momento de ser
absorbido por filtros locales como la cultura.
En este texto exploraré tres casos distintos de
intercambio de conocimiento entre América
Latina y Estados Unidos, haciendo uso del
campo de las Relaciones Internacionales
(Tickner; 2002).
Con ello, intentaré argumentar que la
importación de conocimiento hegemónico de
parte de la periferia necesariamente implica su
transformación y adaptación al contexto local.
Asimismo, a pesar de que se afirma que la
periferia no es productora de sus propias ideas,
hay antecedentes importantes en América Latina
de producción de conocimiento autóctono: el
pensamiento cepalino y la dependencia son los
más importantes, los cuales han sido exportados
a los países céntricos y consumidos también
por ellos. Finalmente, la absorción de modelos
importados, por lo general, se da dentro de un
contexto de conocimiento local preexistente, con
lo cual el contenido de ambos, saberes externos y
saberes locales, se modifica.
Caso uno: la teoría de la
modernización y el pensamiento
cepalino
El primer caso tiene que ver con las formas
en que el subdesarrollo se ha analizado
históricamente en América Latina. Durante los
años cincuenta y sesenta tendieron a coexistir
dos escuelas distintas para dar cuenta de este
fenómeno: la teoría de la modernización o la
teoría desarrollista, creada en Estados Unidos; y
la escuela cepalina, liderada originalmente por
Raúl Prébisch, el primer director de la Comisión
Económica para América Latina y el Caribe
(Cepal).
La teoría de la modernización buscó explicar
el subdesarrollo y la modernización como un
proceso lineal por medio del cual las diferentes
sociedades adquirían valores occidentales que les
permitieran efectuar la transición de sociedades
tradicionales a sociedades modernas. La hipótesis
central de la teoría era que los valores, las
instituciones y las actitudes características de
las sociedades tradicionales constituían la causa
principal del subdesarrollo en la región, así
como el mayor obstáculo a su modernización
(Valenzuela y Valenzuela; 1978).
Como resultado, la teoría de la modernización
caracterizaba a los países en desarrollo como
sociedades duales en las que coexistían zonas
tradicionales, atrasadas, por lo general agrícolas,
y zonas dinámicas, modernas e industriales.
Así, se consideraba que la transición hacia
la modernización ocurría por medio de la
adquisición de los valores occidentales modernos
–materializados en partidos políticos modernos,
la democracia, una división real de poderes,
un Poder Legislativo funcional, gremios, entre
otros– de parte de las élites políticas y económicas
en América Latina.
La Cepal, en contraste con la teoría de la
modernización, intentó explicar el subdesarrollo
de América Latina en función de las dinámicas
propias del sistema internacional capitalista, y no
como producto de carencias preexistentes dentro
de los países de la región. En consecuencia, el
pensamiento cepalino buscó ilustrar cómo la
expansión del capitalismo, la división internacional
del trabajo y la inserción de las economías
latinoamericanas dentro del sistema global
producían relaciones asimétricas entre los países
fuertes, denominados céntricos por Prébisch,
y los países de la periferia. Específicamente,
la concentración de la producción en bienes
primarios fue identificada como la causa
principal de las relaciones comerciales desiguales
sufridas por los países latinoamericanos, dada
la inelasticidad de su demanda en términos de
precio e ingreso (United Nations-ECLA; 1950).
En respuesta a este diagnóstico, la Cepal señaló
la necesidad de orientar la producción de la
región hacia bienes manufacturados, a fin de
volver sus economías menos vulnerables a los
cambios en el mercado global. El instrumento
interno por el cual esta transformación debía
efectuarse era la industrialización por sustitución
de importaciones (ISI), la cual requería de una
intervención activa del Estado en la regulación
de la economía. A nivel regional, la Cepal
también impulsó procesos de integración en toda
América Latina para aumentar la capacidad
colectiva de los países para relacionarse con el
capitalismo global y para protegerlos de sus
efectos más nocivos (Cardoso; 1972: 48).
Arlene B. Tickner
Relaciones de conocimiento centro-periferia: hegemonía, contribuciones locales e hibridización
A pesar de asociar el subdesarrollo de América
Latina con el entorno internacional, y no con
las condiciones domésticas propias de los países
regionales, el pensamiento cepalino se nutrió
ampliamente de la teoría de la modernización a
la hora de formular sus propuestas para superar
esta situación. Por ejemplo, el descuido del sector
agrícola que las políticas preferenciales de la ISI
impulsó y reflejó la convicción de que las zonas
rurales constituían la fuente principal del atraso
de la región. Así, las políticas impulsadas por la
Cepal buscaron no solo eliminar los intereses
latifundistas en el campo, en principio algo muy
positivo, sino que también repercutieron en la
reducción de fuentes de empleo en los sectores
rurales de la región (Fishlow; 1988).
Por su parte, y de manera similar a la teoría de la
modernización, la Cepal colocó una gran fe en
las élites progresistas de la región, provenientes de
los nuevos partidos de centro y centro-izquierda
que venían formándose entre los años cincuenta
y sesenta, quienes, se suponía, se encargarían
de sacar a sus respectivos países del atraso al
inyectarles valores modernos.
Caso dos: teoría de la dependencia
Aunque las recomendaciones de la Cepal se
implementaron de forma entusiasta en toda
América Latina, el agotamiento de las primeras
etapas de la sustitución de importaciones produjo
una serie de críticas respecto de la viabilidad de
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Seguridad internacional y Crimen organizado
esta estrategia de desarrollo. Se crearon serios
desbalances sectoriales, se debilitó el sector
agrícola, la capacidad de absorción de la mano de
obra nacional se redujo a raíz del tránsito hacia
industrias intensivas en insumos tecnológicos,
hubo crisis fiscales agudas, así como niveles altos
de inflación; y peor aún, la industrialización por
sustitución de importaciones creó un nuevo tipo
de dependencia frente a las importaciones y la
inversión extranjera (Santos; 1969).
La teoría de la dependencia nació del seno de la
escuela cepalina, al tiempo que trató de corregir
lo que percibía como algunas de sus limitaciones.
Compartió muchos supuestos fundamentales de
la Cepal –el carácter desigual de las relaciones
de intercambio en la economía global, la
división del mundo entre centro y periferia, la
inserción desventajosa de América Latina en
la división internacional del trabajo con base
en la especialización de bienes primarios– pero
también rechazó el proyecto de modernización
gradualista propuesto por ella, el cual estaba
altamente influenciado por la teoría de la
modernización que primaba en Estados Unidos.
Asimismo, a pesar de que el pensamiento
cepalino y la dependencia recalcaron la división
internacional del trabajo como el principal
obstáculo para la realización del desarrollo
nacional, los autores de la dependencia tenían de
presente el papel de la historia en la creación y
recreación de relaciones dependientes. En otras
palabras, la dependencia no es una condición
estática sino que cambia constantemente
como resultado de las transformaciones en el
capitalismo global. Lo anterior pone en evidencia
que el desarrollo tampoco constituye un proceso
lineal y uniforme, como lo suponen la teoría de
la modernización y la escuela de la Cepal.
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En su libro clásico, “Dependencia y desarrollo
en América Latina”, Fernando Enrique
Cardoso y Enzo Faletto (1969) basan su análisis
del subdesarrollo de la región en un supuesto
básico que comparten todos los autores de
la dependencia: el subdesarrollo es producto
directo de la expansión del sistema capitalista,
el cual vincula a diversas economías al sistema
global según sus respectivos aparatos productivos.
La dependencia se mantiene a través de esta
división internacional del trabajo y por medio
de las relaciones de dominación económica
y política que ella genera dentro de los países
dependientes. La construcción de coaliciones
estratégicas entre grupos dominantes en el centro
y la periferia, así como la explotación semifeudal
de las zonas marginadas de los países periféricos
a fin de fomentar procesos de urbanización y
modernización en las ciudades, constituyen dos
manifestaciones de este proceso.
Cardoso y Faletto (1969: 30) afirman que una
comprensión adecuada de la dependencia
significa no solo un análisis de las fuerzas externas
que producen históricamente situaciones de
dependencia, sino también de las configuraciones
específicas de clase que estas producen dentro
de los países. Así, tanto las dimensiones interna
y externa, social, económica, y política de la
dependencia se vuelven importantes a la hora de
examinar el surgimiento de formaciones sociales
en América Latina en períodos históricos
distintos.
Según autores como Theotonio dos Santos
(1969; 1973), Cardoso (1972) y Osvaldo Sunkel
(1980), una etapa distinta de dependencia
se inició entre los años treinta y cincuenta,
dada la transformación de algunas de las
economías más avanzadas de la región, en
particular Brasil, Argentina, Chile y México.
De la especialización en la producción de bienes
primarios, estos países pasaron a producir bienes
industrializados, propuesta que se generalizó en
América Latina a raíz de las formulaciones de
la Cepal. Precisamente, lo que se conocía como
la dependencia transnacional radicaba en la
importancia de las economías más desarrolladas
de la región para los intereses o mercados de
consumidores. Santos (1968: 1), en particular,
observa que la industrialización capitalista en
la región y la presencia del capital extranjero
constituyeron dos facetas del mismo proceso, es
decir, lo uno no podría haber prosperado sin lo
otro.
Lo anterior sugiere que las transformaciones en
el carácter del capitalismo global necesariamente
implican cambios en las relaciones de
dominación y subordinación entre centro y
periferia. Cardoso (1972: 43-44) afirma que esta
etapa de dependencia transnacional produjo
nuevas formas de interacción entre empresas
multinacionales y burguesía local, y distintas
formas de negociación entre estas y el Estado.
Por lo tanto, la naturaleza específica de la
dependencia en distintos contextos nacionales
fue determinada por el peso relativo de los
actores transnacionales y los estados nacionales
latinoamericanos.
Para Cardoso (1974), el desarrollo dependiente, en
vez del desarrollo del subdesarrollo, término acuñado
por André Gunder Frank (1977), fue el principal
resultado de la dependencia transnacional.
Contrario a los argumentos predominantes de
esta escuela, en el sentido de que la dependencia
impedía el crecimiento de las economías
periféricas, en situaciones caracterizadas por
la industrialización (justamente lo que la Cepal
impuso en América Latina como salida a la
dependencia), el desarrollo no era incompatible
con la dependencia. A pesar que el desarrollo
dependiente constituía un motor del crecimiento
económico a mediados del siglo XX en la
región, también generó graves distorsiones en las
estructuras económicas, políticas y sociales de los
países latinoamericanos, dado que el desarrollo
se circunscribía a los intereses capitalistas
transnacionales (Sunkel y Fuenzalida; 1980:
45). Además de agudizar la concentración
de la riqueza, generó un tipo de dinamismo
económico limitado a pequeñas zonas de
desarrollo (Cardoso; 1972: 47).
Además de modificar la estructura productiva
de los países dependientes de forma negativa,
Guillermo O’Donnell (1972), en su discusión
del modelo burocrático autoritario en Brasil y
el Cono Sur, muestra cómo la modernización
y la industrialización en América Latina,
en vez de producir condiciones favorables
para la democracia, se asociaron con el auge
de gobiernos autoritarios en estos países.
Lo anterior contradice directamente los
planteamientos de la teoría de la modernización;
es decir, mayor modernización equivale a mayor
democratización del régimen político.
Arlene B. Tickner
Relaciones de conocimiento centro-periferia: hegemonía, contribuciones locales e hibridización
Entre los años sesenta y setenta, la dependencia
se convirtió en un verdadero paradigma de
las ciencias sociales en América Latina. No
solo constituyó el lente principal por el cual
la academia regional analizaba problemas
de subdesarrollo y la lucha de clases, sino que
también ofreció las bases para repensar las
relaciones internacionales latinoamericanas,
dadas las luces que arrojaba sobre problemas
como el Estado, el desarrollo nacional y la
soberanía, entre otros.
Más interesante aún para los propósitos de este
texto, la dependencia constituyó una reacción
elocuente al etnocentrismo característico de
la teoría de la modernización, la cual tendía a
representar a regiones como América Latina
como atrasadas precisamente porque no habían
logrado agotar las mismas etapas del desarrollo
que los países avanzados. Al contrario, la
dependencia aclaró que el subdesarrollo y el
desarrollo en distintas partes del mundo son
producidos históricamente en función de las
necesidades del capitalismo global.
Lo anterior tuvo eco en la academia del primer
mundo, la cual se acogió enérgicamente a los
planteamientos de la dependencia en sus propios
análisis de las ciencias sociales (Packenham;
1992). Por ejemplo, por primera vez en la
evolución de las ciencias sociales occidentales se
empezó a analizar el problema de la pobreza,
uno de los dilemas éticos más grandes de la
humanidad, desde un marco normativo que
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Seguridad internacional y Crimen organizado
buscaba condenar y solucionar dicha situación.
Las teorías feministas, por su parte, se nutrieron
de algunas ideas de la dependencia, entre ellas, la
existencia de estructuras de violencia propagadas
por el capitalismo que obstaculizaban la
satisfacción de necesidades básicas de algunos
sectores de la población mundial, e introdujeron
a estos marcos de análisis el factor de género
como otra condición más de exclusión y
discriminación en la sociedad. Algunos de los
planteamientos más interesantes de la llamada
escuela postcolonial para analizar los problemas
del tercer mundo hoy día –entre ellos el carácter
depredador del imperialismo cultural y la
denuncia del eurocentrismo– se nutren también
de reflexiones provenientes de la dependencia
(Shohat; 1992).
De esta forma, la dependencia constituye uno
de los pocos modelos exitosos de exportación
de conocimiento de sur a norte, la cual tuvo
profundas implicaciones para las formas en las
que los problemas de desigualdad y dominación
empezaron a ser analizados desde las ciencias
sociales del primer mundo.
Caso tres: las Relaciones
Internacionales y el problema de la autonomía
Los estudios internacionales en América Latina
constituyen un tercer ejemplo de producción
de conocimiento local en la región. De alguna
forma, el campo se creó entre los sesenta y
setenta con el objetivo de superar las limitaciones
tanto del marco conceptual local predominante,
la dependencia, así como de las teorías de las
Relaciones Internacionales que primaban en
Estados Unidos, en particular el realismo clásico y
la interdependencia (Lagos; 1980; Muñoz; 1980).
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Para analizar el quehacer internacional, la
dependencia se consideraba demasiado deter­
minista, es decir, no visualizaba la posibilidad
de romper con las relaciones dependientes
entre periferia y centro salvo por medio de la
vía revolucionaria, opción que para muchos
académicos latinoamericanos no era ni viable
ni deseable. Por su parte, se creía que el análisis
de la realidad internacional desde la perspectiva
estadounidense del realismo no obedecía a
las necesidades de América Latina, ya que
dicha teoría se concentra en las relaciones de
poder entre actores estatales en un mundo que
carece de un gobierno central y deja de lado
las consideraciones normativas del quehacer
internacional (Tomassini; 1990: 61). Así, la
creación de este campo de estudio obedeció a
la necesidad de reducir los niveles existentes de
dependencia intelectual, política y económica,
al tiempo que buscaba crear visiones autóctonas
acerca de la política mundial.
Una preocupación fundamental que surgió
dentro de las relaciones internacionales
latinoamericanas se relacionaba con el problema
de la autonomía regional. La autonomía no
solo se veía como factor indispensable para el
desarrollo económico, algo que la dependencia
ya había recalcado, sino que el concepto también
empezó a vincularse con la política exterior de la
región. Desde el exterior, la autonomía se empezó
a considerar como un mecanismo regional para
salvaguardar contra los efectos más negativos de
la dependencia. Y desde el interior, esta se vio
como un instrumento para afirmar los intereses
regionales en el sistema internacional.
En muchos sentidos, la literatura sobre la
autonomía que se produjo en América Latina
durante los años ochenta, estableció un puente
conceptual entre la escuela de la dependencia
y las dos teorías dominantes de las relaciones
internacionales en Estados Unidos, el realismo
clásico (Morgenthau; 1968) y la interdependencia
(Keohane y Nye; 1977). Por ello, constituye
un ejemplo de hibridización de conocimiento
de gran interés, precisamente porque ilustra
la complejidad de los procesos de transporte,
asimilación y transformación que implica el
intercambio de conocimiento entre centro y
periferia (Tickner; 2002).
La dependencia y el realismo, a pesar de
plantear preguntas y problemas muy diferentes
–la primera pregunta acerca del subdesarrollo y
la dominación centro-periferia mientras que la
segunda gira en torno a las relaciones de poder
entre grandes potencias– comparten una serie de
supuestos acerca del carácter del orden global.
Ambos consideran que el poder, sea económico
como en el caso de la dependencia, o estratégicomilitar en el del realismo, establece relaciones
jerarquizadas entre diferentes países en el orden
global; ambos observan que en un mundo en que
no existe un gobierno internacional, los fuertes
hacen lo que quieren en materia de política
mundial; y ambos ofrecen pocas esperanzas
de que los países periféricos puedan satisfacer
sus objetivos en política internacional, salvo
por medio del establecimiento de relaciones
subordinadas y dependientes con un país más
fuerte.
Por su parte, la dependencia comparte con
la teoría de la interdependencia la idea de
un sistema global interconectado, producido
primordialmente por el capitalismo, y por
ende la importancia de los temas económicos
para la política internacional. Las dos, también
identifican a los actores no estatales, en particular,
las empresas transnacionales, como jugadores
importantes en el escenario internacional.
La síntesis entre teorías locales e importadas se
vuelve evidente en las referencias académicas
hechas a dos autores en particular, Helio
Jaguaribe (1979) y Juan Carlos Puig (1980).
Los académicos latinoamericanos en el campo
de las Relaciones Internacionales reconocen a
ambos por haber incorporado de forma creativa
las ideas estadounidenses dentro de los análisis
regionales de la política global (Russell; 1992:
10). Esta fusión de conceptos tomados de la
dependencia, el realismo y la interdependencia,
constituye un modelo híbrido latinoamericano
que se convirtió en un mecanismo central para
analizar la política internacional desde muchos
países de la región (Tickner; 2002).
Para Jaguaribe (1979: 96-97), la autonomía
es función de lo que el autor describe como
la viabilidad nacional y de la permisibilidad
internacional. Lo primero se refiere a la
existencia de recursos humanos y materiales
adecuados, y el grado de cohesión sociocultural
que existe dentro de un país dado. Lo segundo se
relaciona con la capacidad de un país para
neutralizar las amenazas externas, y depende
de factores como las capacidades económicas
y militares, así como el establecimiento de
alianzas con terceros países. Jaguaribe identifica
dos requisitos adicionales para el logro de la
autonomía, a saber, la autonomía tecnológica
y empresarial, y la existencia de relaciones
favorables con el hegemón (Estados Unidos en
nuestro caso). En todos estos casos, Jaguaribe
está refiriéndose directamente a los problemas
que genera la dependencia en términos de la
ausencia de recursos, la debilidad del Estado,
la ausencia de la soberanía para impedir la
intervención de terceros, sean otros países o
empresas transnacionales, y la pérdida de control
sobre los insumos tecnológicos. Asimismo,
el autor hace hincapié en el hecho de que el
conocimiento tecnológico, si bien es fundamental
para controlar los actores transnacionales, debe
ser acompañado por un recurso humano, en
particular de carácter empresarial adecuado.
Arlene B. Tickner
Relaciones de conocimiento centro-periferia: hegemonía, contribuciones locales e hibridización
De forma similar a los argumentos planteados
por Jaguaribe, Puig (1980) considera que la
autonomía requiere grados adecuados de
viabilidad nacional, una cantidad suficiente de
recursos domésticos, y un compromiso explícito
de parte de las élites de que la autonomía
tiene un valor intrínseco. Así, ambos autores
comparten la convicción de que si los grupos
dominantes de la región no deciden romper con
los lazos de dependencia que los unen al centro,
la autonomía difícilmente se puede lograr.
La autonomía constituye, en esta medida, un
tema que atañe a la problemática internacional
de los países periféricos. En el pensamiento
céntrico es algo que ni siquiera se discute, ya que
169
Seguridad internacional y Crimen organizado
los países fuertes como Estados Unidos gozan
de la autonomía de forma casi automática, y
por ende, no tienen que reflexionar acerca de
cómo adquirirla. En muchos contextos del tercer
mundo, la autonomía es importante en términos
simbólicos, ya que se considera un mecanismo
fundamental para asegurar distintas forma de
desarrollo no dependiente, y para garantizar la
independencia del Estado (Inayatullah; 1996: 53).
Como forma de práctica política, la autonomía
constituye un instrumento para defender a la
soberanía nacional y el desarrollo, para controlar
las actividades de las empresas transnacionales,
para afianzar las capacidades negociadoras, y
para defender otros intereses frente a los países
fuertes.
Conclusiones
¿Qué lecciones arrojan estos tres casos sobre
la hegemonía intelectual, el intercambio de
conocimiento Norte-Sur y la construcción de
saberes locales? El pensamiento cepalino, la
escuela de la dependencia y las reflexiones
posteriores acerca de la autonomía ilustran que
la actividad intelectual en la periferia es híbrida
en el sentido de que está arraigada en un entorno
cultural específico, en este caso, América Latina.
Pero también, el conocimiento se ve influenciado
por sistemas de pensamiento exportados desde
los centros dominantes. En otras palabras, las
contribuciones del Sur, por más autóctonas que
sean, por lo general se caracterizan por ubicarse
en las fronteras del conocimiento dominante
pero no totalmente por fuera de ellas (Mignolo;
2000).
170
En el caso de la Cepal, es claro que al tiempo
que su análisis del subdesarrollo en América
Latina partía de una base totalmente distinta
y en su momento novedosa el funcionamiento
del capitalismo global, también derivó su visión
acerca del proceso de la modernización y el
desarrollo de aquella teoría que primaba en
Estados Unidos para entender estos problemas,
la teoría de la modernización. De allí que, si
bien el pensamiento cepalino daba cuenta de
las condiciones desfavorables de inserción de
los países de la región dentro de la economía
internacional, se basaba en el supuesto de que
al arreglar este problema, por medio de la
industrialización básicamente y el fortalecimiento
de procesos de integración regional, América
Latina podría seguir el mismo camino que el
mundo desarrollado. Para ello, colocó una gran
expectativa en el papel que las élites deberían
ejercer en el proceso de desarrollo, de la misma
forma que la teoría de la modernización había
identificado a estas como actores modernos
que generarían efectos multiplicadores en sus
respectivas sociedades.
Al contrario de la teoría de la modernización y la
Cepal, la escuela de la dependencia, al partir de
un análisis histórico y no lineal del subdesarrollo,
argumenta que por más que cambie el carácter
de la producción en América Latina (de
bienes primarios a bienes industrializados,
por ejemplo), su lugar dependiente dentro del
capitalismo global seguirá siendo el mismo. ¿Por
qué?, porque la condición de dependencia no
solo implica producir un cierto tipo de bien y
ocupar un lugar específico dentro de la división
internacional del trabajo, sino que sugiere que
históricamente esa inserción en la economía
global también obstaculiza la consolidación del
Estado periférico, al tiempo que crea grupos
dominantes con pocos incentivos para romper
sus lazos con los grupos dominantes del centro.
Como en el caso del pensamiento cepalino, las
ideas dependentistas no salieron de un vacío,
sino que fueron inspiradas en el marxismo, y,
en particular, en reflexiones anteriores acerca
del imperialismo, entre ellas las de Lenin
(1975). Mientras que el análisis de Lenin gira
en torno a los efectos del imperialismo para las
relaciones dentro y entre países imperialistas, la
dependencia, partiendo de una reflexión similar
acerca de la estructura capitalista global, sitúa
su análisis en los efectos de las relaciones centroperiferia dentro de los países periféricos.
Por su parte, el hecho de que el clima académico
y político en Estados Unidos en los años sesenta
y setenta fuera receptivo a teorías como el
marxismo, permite entender la acogida que
tuvo la dependencia en ese medio. Finalmente,
como se sugirió antes, dentro de los estudios
internacionales en América Latina la autonomía
se volvió un concepto fundamental como
medio para superar los efectos más nefastos
de la dependencia. Así, haciendo uso de la
idea general de la dependencia, y aceptando
las enormes limitaciones a las cuales los países
periféricos latinoamericanos se enfrentaban
en sus relaciones externas, los autores que
escribieron sobre este concepto trataron de
mostrar que adquirir espacios autónomos
que permitieran una mejor gestión interna
y externa del Estado no era imposible. Para
ello, fueron asimiladas algunas ideas propias
del pensamiento estadounidense en relaciones
internacionales, tomadas de la teoría realista y la
interdependencia. Por ejemplo, el concepto del
poder que prima en el pensamiento realista fue
incorporado como autonomía, entendida como
la capacidad de defender la soberanía nacional,
de controlar las actividades de las empresas
transnacionales, y de defender algunos intereses
básicos ante los países céntricos del sistema
internacional. La importancia del Estado en las
teorías estadounidenses también tuvo amplia
acogida en los estudios internacionales en
América Latina, por la sencilla razón de que
dentro de la región existía la convicción de que un
Estado fuerte era el mejor garante del desarrollo
económico y la construcción de identidades
nacionales más sólidas. Así, el concepto realista
de un Estado unitario y racional que actúa
en función del interés nacional tuvo amplia
resonancia ante un Estado en América Latina
que se había convertido en el principal espacio
de regulación de las relaciones políticas, sociales
y económicas en muchos países de la región.
En este texto, he intentado esbozar unos pocos
ejemplos de cómo los procesos de intercambio
y producción de conocimiento pueden
analizarse. Lo que estos indican es un papel
primordial para la historiografía y la sociología
de la Ciencia en el estudio de los procesos de
formación de conocimiento en distintos campos.
¿Cuál es el papel de la comunidad académica
latinoamericana en diversos momentos
históricos? ¿Cómo interactúa el conocimiento
con las necesidades del Estado? ¿Cómo inciden
en el conocimiento las relaciones internacionales
de un país? ¿Cuál es la especificidad cultural del
conocimiento? Estas constituyen solo algunas
de las interrogantes que las aproximaciones
señaladas ayudarían a esclarecer.
Arlene B. Tickner
Relaciones de conocimiento centro-periferia: hegemonía, contribuciones locales e hibridización
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