LFV 320 JUECES 5:21-6:15 Continuamos hoy

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LFV 320 JUECES 5:21-6:15 Continuamos hoy
LFV 320
JUECES 5:21-6:15
Continuamos hoy nuestro estudio en el capítulo 5 de los Jueces. Y
vamos a comenzar leyendo los versículos 21 al 23, donde continúa la
canción de Débora y de Barac. Dicen así:
21
Los barrió el torrente Cisón,
el antiguo torrente, el torrente Cisón.
¡Marcha, alma mía, con poder!
22
Entonces resonaron los cascos de los caballos
por el galopar, por el galopar de sus valientes.
23
“¡Maldecid a Meroz!”, dijo el ángel del Señor,
“maldecid severamente a sus moradores”,
porque no vinieron en ayuda del Señor,
en ayuda del Señor contra los fuertes.
El versículo 23 es un versículo extraño, y francamente no sé quien era
Meroz. Sin embargo, hay una cosa que sí sé con toda certeza y es que yo
no querría ser un habitante de la ciudad de Meroz. No vinieron a ayudar a
la obra del Señor, y por tanto fueron maldecidos. Ahora, continuemos con
el versículo 24 de este capítulo 5 de Jueces:
24
Bendita sea entre las mujeres Jael,
mujer de Heber, el ceneo;
entre las mujeres, bendita sea en la tienda.
A pesar de su acto tan brutal, Jael fue considerada la heroína de su tiempo.
Ahora, Dios no aprueba tales hechos. Pero ésta fue una época de guerra y
de sufrir las consecuencias de la guerra. Por todas partes quedaron señales
del holocausto de la batalla; los cuerpos muertos, y las secuelas de la
guerra. Las almas de los hombres se ennegrecieron y quedaron marcadas
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con cicatrices. El follaje de la civilización fue removido cual fachada
exterior. Enmarañado y nudoso, el tronco del barbarismo se reveló. Lo
que hizo Jael fue una acción terrible. La mujer ha sido creada con más
belleza que el hombre. Hay algo hermoso que ha desaparecido de la vida en
la actualidad, y creemos que algún aspecto de lo que se ha perdido se centra
en el sexo femenino, y algún otro, en el sexo masculino. En esta canción se
reveló el corazón de una madre. Ella se acordó de que Sísara, el jefe
militar, aunque había sido un enemigo, tenía una madre. Y aunque alabó a
Jael por lo que ella hizo, pensó en la madre de Sísara Pasemos ahora el
versículo 28 y leamos hasta el versículo 30 de este capítulo 5 de Jueces:
28
La madre de Sísara se asoma a la ventana,
y por entre las celosías dice a voces:
“¿Por qué tarda su carro en venir?
¿Por qué las ruedas de sus carros se detienen?”.
29
Las más avisadas de sus damas le respondían,
y aun ella se respondía a sí misma:
30
“¿No será que han hallado botín y lo están repartiendo?
A cada uno, una doncella o dos;
las vestiduras de colores para Sísara,
las vestiduras bordadas de colores;
la ropa de color bordada por ambos lados,
para los jefes de los que tomaron el botín”.
La madre de Sísara supo en su corazón lo que había sucedido. Ella sabía
que él había sido muerto. Había creído que volvería a casa, pero él nunca
llegó. Aun en este caso, el corazón de Débora se compadeció de esta mujer
porque era una madre.
Ahora el versículo 31, versículo final de este
capítulo 5 de Jueces dice:
31
Así perezcan todos tus enemigos, Señor;
mas brillen los que te aman,
como el sol cuando sale en su esplendor.
Y hubo paz en la tierra durante cuarenta años.
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Ha habido madres en el pasado que han superado obstáculos en tiempos
malos, en tiempos difíciles como en los que Débora vivió. Lea usted la
historia de Agustín, por ejemplo. El tuvo una maravillosa madre que se
llamaba Mónica, y oraba mucho por él.
profesor de universidad.
Agustín era un corrompido
Pero por fin llegó a los pies de Jesucristo.
Tenemos también a Susana Wesley, quien oraba por sus dos hijos. Es
posible que usted haya oído hablar de ellos. Sus nombres son Juan y Carlos
Wesley. Ahora, no estamos hablando en cuanto a la adoración del sexo
femenino, ni de la maternidad.
Pero sí queremos decir que estamos
alejándonos mucho de la concepción de Dios al respecto. ¡Qué descripción
hallamos aquí en Débora y su canción! ¡Qué ejemplo a imitar!
Y así finalizamos nuestro estudio del capítulo 5 de los jueces. Llegamos
ahora a
JUECES 6:1-15
Considerando la totalidad de este capítulo, tenemos los siguientes eventos:
los israelitas a causa de su pecado, fueron oprimidos por Madián; un ángel
envió a Gedeón para librarlos; la ofrenda de Gedeón fue consumida por
fuego; Gedeón destruyó el altar de Baal; y por último tenemos las señales
reveladas a Gedeón.
Gedeón fue el siguiente juez. Fue llamado a ser juez en el capítulo 6, y el
capítulo 7 relata cuán poderosamente Dios le usó. El fue uno de los jueces
más interesantes, aunque no el más sobresaliente. En realidad, ninguno de
los jueces fue prominente. En general, fueron hombres caracterizados por
la mediocridad. Eran hombres comunes y extraños.
Cada uno fue
insignificante, insuficiente e inadecuado. Cada uno de ellos tuvo algún
desliz en su vida, algún fallo evidente, y a veces ese defecto fue la misma
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razón por la cual Dios los eligió y los utilizó.
Ahora nos agradaría añadir algunos de los antecedentes de este incidente,
con algunos hechos que creemos muy pertinentes. Por muchos años los
críticos descartaron la narración de los Jueces.
Dijeron que como no
localizaron estos eventos en la historia secular, estos realmente no
ocurrieron y que no había ninguna situación en el pasado a la cual pudieran
corresponder. Pero, esta idea ya ha cambiado a causa de la pala del
arqueólogo y a la investigación de hombres tales como Burney, Moulton,
Breasted y Garstang. Estos destacados eruditos, nos han proporcionado los
antecedentes y el trasfondo del libro de los Jueces.
Ahora, sabemos que en este tiempo particular de la historia, Egipto era
poco fuerte. Había sido un poder mundial, pero en la época de nuestro
relato era débil, porque en este período los faraones que estaban en el
poder, eran hombres políticamente débiles. También había problemas y
dificultades interiores y, en consecuencia, esta nación perdió su control
sobre sus colonias, y la colonia principal era Palestina. Pues Israel estaba
bajo el mando de Egipto. Las tribus nómadas al oriente y al sur del mar
Muerto, empezaron a presionar y a traspasar los límites del territorio ajeno,
debido a la sequía en su tierra, la cual habían experimentado por muchos
años. Por tanto, estas tribus nómadas del desierto comenzaron a invadir el
territorio de Israel. Los madianitas y los amalecitas se encontraban entre
los pueblos beduinos del desierto que entraron en la tierra prometida. La
historia de Gedeón comenzó con esa situación. Leamos pues los primeros
dos versículos de este capítulo 6 de Jueces, que comienza el relato en que
ISRAEL PECÓ Y FUE OPRIMIDO POR MADIÁN
1
Los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos del Señor, y el Señor
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los entregó en manos de Madián por siete años. 2Como la mano de
Madián los oprimía cada vez más, los hijos de Israel, por temor a los
madianitas, se hicieron cuevas en los montes, cavernas y lugares
fortificados.
Los madianitas y los amalecitas se desplazaban como una tribu nómada
desorganizada. Eran atracadores. Despojaban los sembrados y víveres de
otros pueblos. Generalmente llevaban con ellos a sus familias. El hecho es
que transportaban con ellos todo lo que tenían. Y acampaban mientras
avanzaban. Es por eso que en el relato de este incidente no se nos dio la
cifra de su población porque no era posible contarlos, al carecer esos
pueblos de toda organización. Pero a causa de lo numerosos que eran,
abrumaron a los habitantes de la tierra prometida. Los israelitas huían de
sus hogares y vivían en cuevas y en cavernas. Hay abundante evidencia
actual en la tierra de Israel, de que ellos vivieron en cuevas, especialmente
durante este período en particular.
Aquí tenemos nuevamente la misma vieja historia. Israel pecó y el ciclo
histórico comenzó a ponerse en movimiento. Dios había bendecido a los
hijos de Israel bajo la dirección de Débora. Pero cuando pecaron, Dios los
entregó en manos de Madián, y ellos entonces clamaron por su liberación.
Leamos ahora el versículo 5 de este capítulo 6 de Jueces:
5
Con sus tiendas y sus ganados, subían como una inmensa nube de
langostas. Ellos y sus camellos eran innumerables, y venían a la tierra
para devastarla.
Los madianitas se dirigieron contra los hijos de Israel. Al entrar en la tierra
prometida, llegaron como una plaga de langostas. Eran como dice aquí:
“innumerables” y esa expresión significa que no habían sido contados.
Era una multitud tan grande, que ni el enemigo los podía contar. Los
madianitas vieron que Israel tenía buenas cosechas, y como a ellos les
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faltaban grano y víveres para ellos mismos y para sus animales, decidieron
avanzar.
La tribu de Manasés, de la cual Gedeón era miembro, ocupaba la llanura en
el cual estaba situado el Valle de Esdraelón (lugar donde en el futuro se
librará la batalla de Armagedón). Aunque ellos habían ocupado aquel
territorio, cuando estos nómadas entraron en esa región, los israelitas
salieron hacia los montes, refugiándose en las cavernas y en las cuevas.
Les fue necesario hacerlo. Y vieron como el enemigo recogía las cosechas
que habían dejado atrás. Éste fue el período histórico en el cual la historia
de Gedeón tuvo lugar. Continuemos ahora leyendo los versículos 7 hasta el
10 de este capítulo 6 de Jueces:
7
Cuando los hijos de Israel clamaron al Señor a causa de los
madianitas, 8El Señor les envió un profeta, el cual les dijo:
«Así ha dicho el Señor, Dios de Israel: “Yo os hice salir de Egipto y os
saqué de la casa de servidumbre. 9Os libré de manos de los egipcios y
de manos de todos los que os afligieron, a los cuales eché de delante de
vosotros, y os di su tierra. 10También os dije: ‘Yo soy el Señor, vuestro
Dios: No temáis a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis’.
Sin embargo, no habéis obedecido a mi voz”».
Aquí encontramos a Israel una vez más, lamentando y quejándose. Pero
Dios fue misericordioso y bondadoso con ellos. Un profeta vino y les
explicó por qué se hallaban en esa condición. Clamaron a Dios, y Dios por
misericordia, les envió a otro juez. Y tenemos entonces a
GEDEÓN, EL SEXTO JUEZ
Ahora, en esta coyuntura, Dios hizo aparecer a Gedeón en una situación
realmente embarazosa. Se nos dice lo siguiente en el versículo 11:
11
Entonces vino el ángel del Señor y se sentó debajo de la encina que
está en Ofra, la cual era de Joás abiezerita. Gedeón, su hijo, estaba
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sacudiendo el trigo en el lagar, para esconderlo de los madianitas,
Gedeón no se nos presentó aquí como un héroe ni como un hombre
sobresaliente. ¿Sabe usted lo que estaba haciendo? Estaba limpiando el
trigo en el lagar, a escondidas. Ahora, el lagar era la clave de toda esta
situación. Es que en aquel entonces, el lagar siempre se colocaba al pie de
la colina porque allí bajaban las uvas de la viña. Naturalmente, llevaban las
uvas pesadas cuesta abajo. Las traían al lugar más bajo. En contraste, la era
siempre se colocaba en la parte alta de la colina, la colina más alta que
había, para aprovechar el viento que arrebataba la cizaña o la paja menuda
e inservible del grano.
Encontramos pues aquí a Gedeón sacudiendo el trigo al pie de la colina.
Ahora, ése sería el lugar adecuado para traer las uvas, pero no era el lugar
apropiado para traer el trigo y sacudirlo. ¿Puede usted estimado oyente,
imaginarse la frustración de este hombre? ¿Por qué no subía hasta la parte
alta de la colina? Bueno, porque tenía miedo a los madianitas. No quería
que le vieran sacudiendo el trigo. Y bien podemos hacernos una idea de su
frustración. El aire no llegaba allí abajo donde él se encontraba, y menos el
viento. Por lo tanto, echaba el trigo al aire, y ¿qué sucedía? ¿Era acaso
aquel polvo o paja menuda llevada por el viento? No. Bajaba por su cuello
introduciéndose por su ropa, haciéndole sentir muy incómodo. Pero allí
estaba, tratando de sacudir el trigo lo mejor que podía en un lugar como
ese. Y al mismo tiempo reprochándose por ser cobarde, por tener miedo de
subir a la parte alta de la colina. Creemos que habrá mirado colina arriba
anhelante, y pensando: ¿me atrevo a subir, o no? Gedeón estaba pasando
por una experiencia muy frustrante. Pero Dios iba a usar a este hombre. Y
veremos por qué Dios usó este tipo de persona.
Fue en ese momento en que se le apareció el ángel del Señor, el cual
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muchos de nosotros creemos no era otro que el Cristo pre-encarnado.
Leamos el versículo 12 de este capítulo 6 de Jueces:
12
cuando se le apareció el ángel del Señor y le dijo:
— El Señor está contigo, hombre esforzado y valiente.
Ahora, no me diga estimado oyente, que no hay sentido del humor en la
Biblia. ¿No cree usted que parece humorístico llamar a Gedeón, varón
esforzado y valiente? Dios es un humorista maravilloso. Por supuesto que
la Biblia es un libro serio. Habla de una raza que se halla controlada por el
pecado, y se ocupa de la salvación de Dios para esa raza. Revela a un Dios
Santo y exaltado. Pero Dios tiene sentido del humor, y si usted no aprecia
esa característica en la Biblia, algunas veces no la hallará tan interesante.
Jesucristo tenía sentido del humor. Un día, por ejemplo les dijo a los
fariseos en Mateo 23:24: “¡Guías ciegos, que coláis el mosquito, y tragáis
el camello!” Ahora, si usted no cree que eso tiene gracia, la próxima vez
que vea un camello, mírelo bien.
Un camello tiene más partes que
sobresalen, que un vehículo espacial. Hasta tiene cuernos. También tiene
la nuez de garganta más grande que existe. Tiene como almohadillas en
sus rodillas, grandes uñas; algunos tienen una sola joroba, mientras que
otros tienen dos. Por todas partes tienen protuberancias. Ahora, volviendo
a las palabras de Jesús, ¿puede usted imaginarse a aquellos líderes
religiosos intentando tragarse un camello? Dios, realmente, tiene sentido
del humor.
Pues bien, una de las cosas más ocurrentes que el Señor pudo haber
llamado a Gedeón fue “varón esforzado y valiente,” porque era muy
temeroso.
Creo que cuando Gedeón miró hacia arriba y le oyó decir,
“varón esforzado y valiente,” miró a su alrededor para ver si no había otro
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por allí, porque ese término ciertamente no era aplicable a él. Y luego se
volvió al ángel y le dijo: “¿Quién? ¿Yo? ¿Me llamas varón esforzado y
valiente cuando estoy por aquí abajo en el lagar, echando el trigo al aire,
cuando en realidad debía estar allá arriba, en la parte alta de la colina? Si
yo fuera un hombre esforzado y valiente, es allí donde estaría, y no aquí
abajo. No soy nada más que un cobarde.” El Señor quiso animarle, claro,
pero el caso es que fue un título algo humorístico el que el Señor le dio a
este hombre.
Bueno, Dios le había llamado ahora a este cargo para librar a su pueblo, y
había nombrado a un hombre bastante peculiar. Ahora, este hombre sufría
de un complejo de inferioridad. Leamos el versículo 13 de este capítulo 6
de Jueces:
13
Gedeón le respondió:
—Ah, señor mío, si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos ha
sobrevenido todo esto? ¿Dónde están todas esas maravillas que
nuestros padres nos han contado, diciendo: “¿No nos sacó el Señor de
Egipto?”. Y ahora el Señor nos ha desamparado y nos ha entregado en
manos de los madianitas.
Ahora, el ángel del Señor no dijo que el Señor estaba con Israel en este
tiempo. Estaba con Gedeón. Francamente, no estaba con Israel debido a
su pecado. El ángel dijo: “El Señor está contigo.” Es el número singular.
“Contigo, Gedeón.” Pero Gedeón no podía creer que Dios estuviera con él.
Quería saber dónde estaban todos aquellos milagros de los cuales sus
antepasados le habían hablado. Creía que el Señor había desamparado a
Israel. Pero se equivocó. El Señor en verdad no había abandonado a Israel.
Eran los israelitas quienes habían abandonado al Señor.
Este hombre pues se encontraba en mal estado desde un punto de vista
mental y espiritual.
En realidad, no sólo sufría de un complejo de
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inferioridad, sino que también era escéptico, cínico, débil y cobarde. Así
era este hombre Gedeón. Qué impresión errónea se da de él hoy en día,
cuando se le describe como un caballero vestido de una brillante armadura.
Pero, éste fue el hombre al cual Dios llamó. Ahora el versículo 14 nos
dice:
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Mirándolo el Señor, le dijo:
—Ve con esta tu fuerza y salvarás a Israel de manos de los madianitas.
¿No te envío yo?
Éste fue el llamamiento y la comisión de Gedeón. Era una misión que
requería valor.
Sin embargo, es interesante notar que aun en aquel
momento Gedeón no creía a Dios.
Observemos lo que Gedeón dijo.
Leamos el versículo 15 de este capítulo 6 de Jueces:
15
Gedeón le respondió de nuevo:
—Ah, señor mío, ¿con qué salvaré yo a Israel? He aquí que mi familia
es pobre en Manasés, y yo soy el menor en la casa de mi padre.
Ahora, consideremos por un momento el concepto que Gedeón tenía de sí
mismo. Lo que dijo en realidad fue: “Ciertamente no puedo creer que me
estés pidiendo que yo haga esto. En primer lugar, yo pertenezco a la
nación de Israel. Y estamos oprimidos por los madianitas.” Ahora, había
sido bastante malo ser oprimidos en Egipto. Pero imagínese usted lo que
era ser oprimidos por estos nómadas del desierto, los madianitas. Y dijo
Gedeón: “Nos hallamos en una situación de esclavitud. Estamos
escondiéndonos, y aquí estoy yo sacudiendo el trigo al pie de la colina. Y
tú vienes y me llamas ¿a mí? Bueno, para empezar, la tribu de Manasés,
uno de los hijos de José, no es notable por ningún motivo. Ningún hombre
destacado ha salido de esta tribu. En la tribu de Manasés, mi familia no es
muy conocida. No somos personas distinguidas. Sucede que en la familia
mía, yo soy el de menor importancia. ¿Cómo es posible que me llames a
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mí?” Este hombre Gedeón creía que él era el último de todos los hombres
en Israel, que podía ser usado por Dios. Y, ¿sabe usted una cosa? Él tenía
razón.
Humanamente hablando, él era el último hombre de todos los
israelitas que Dios debía haber llamado.
Nuestro problema hoy en día, estimado oyente, es que la mayoría de
nosotros parece que nos sentimos demasiado fuertes como para que Dios
nos use. La mayoría de nosotros nos consideramos demasiado capaces y en
condiciones para ser usados por Dios. Observará usted que Dios solamente
usa a las personas débiles. Ése es el método de Dios. Y nos recuerda una
escena del Nuevo Testamento en la cual Jesús les habló a Sus discípulos,
que aún no habían aprendido a conocer sus propias limitaciones y se creían
suficientes para actuar por su cuenta. En aquella ocasión, Jesús les dijo:
“Yo soy la vid y vosotros sois los sarmientos. El que permanece unido a Mí
y yo unido a él, da mucho fruto; pues sin mí nada podéis hacer.” Estimado
oyente, ¿aprenderemos alguna vez esta sencilla lección?