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2.xxx. 2-8 2.748. x-x de abril mes de de 2010 2011 PLIEGO At il magnam fuga. Pa velia volestem GUILLERMO JOSÉ CHAMINADE, MISIONERO magnam EN UN TIEMPO NUEVO FIRMA Cargo José María Arnaiz, SM La celebración de los 250 años de presencia y de acción significativa en la Iglesia y en la sociedad del P. Guillermo José Chaminade (1761-1850), fundador de la Familia Marianista, llega en un momento oportuno de la historia de los marianistas. Oportuno para iniciar un período de revitalización. Así será si acertamos a volver al corazón de nuestro carisma y entrar en elPit espíritu queudipsanis nos dio el quunt ser y que Chaminade nos dejó. volorep dipsam asitatqui Por lo mismo, estamos invitados a vivir este acontecimiento con inctum velic toreperi accum vitempo sanimil memoria purificada ipsum y agradecida, y con una fe que actúa por qui voluptis la caridad y consolida una esperanza que nos permite lanzarnos animosos hacia el futuro. Nos toca retomar lo vital de nuestra fundación marianista y situarlo en el contexto de hoy. PLIEGO Año de fiesta y compromiso Q ueremos que esta celebración se convierta en un año santo, en una gran fiesta, de las que llevan al compromiso, que es la mejor acción de gracias. Al P. Chaminade le tocó pasar página en la historia. Vio varios ocasos; y en las noches oscuras alcanzó a percibir los albores. En la frontera entre dos épocas supo hacerse camino hacia el nuevo tramo de la historia y vivir con audacia y lucidez en una revolución sociocultural y política. Por eso es maestro de aquellos a quienes les toca abrir brechas. Recibió la gracia del vino nuevo y acertó a encontrar los odres nuevos. Bien puede ser patrono de los que les toca ser misioneros en tiempo nuevo. Chaminade es nombre de colegio, de universidad, de calle o de plaza; es título de libro, marca de vino, ya que hizo su vida en Burdeos. Pero es, sobre todo, etiqueta de maestros en el espíritu; de fundador y misionero de María, de hombre de Dios. Es una forma más de encarnar el Evangelio; de trasmitir un carisma, de hacer comunión, de recordar con fuerza la misión de los laicos en la Iglesia y en la sociedad, y de multiplicar cristianos. Concibió unas instituciones originales y, con ellas en la mente y en el corazón, hizo un camino de vida cristiana, y más concretamente de santidad, y propuso un método de formación en la fe. Su proyecto sigue vivo porque en él hay semillas del Espíritu. Ese proyecto fue, en su tiempo, y sigue siendo hoy, una alternativa a la realidad sociocultural y religiosa en que vivimos. La persona de un beato y el patrimonio que él deja a su familia espiritual, si es fundador, no es exclusivo de su familia religiosa, en este caso la marianista. Es un regalo del Espíritu y aire fresco para toda la Iglesia y la sociedad. Compartir su testimonio de vida y su mensaje es lo que quiero hacer desde estas páginas. Su beatificación, hace poco más de diez años, nos sirvió a los marianistas para presentar en sociedad y en la Iglesia un rostro original de santidad y de humanidad: el del P. Chaminade con dimensión universal; un rostro que traspasa la realidad de la Familia Marianista para convertirse en patrimonio de todos los que buscan orientación para ser misioneros de tiempos difíciles. Ese rostro fue el que se descubrió en la Plaza de San Pedro en la mañana del domingo 3 de septiembre del año 2000; el que mostró y describió el Papa a los creyentes ante la faz del mundo en la homilía de esta celebración. A los actuales marianistas nos toca saber volcar la figura de nuestro fundador en moldes de Iglesia universal, de sociedad desafiante y de la cultura de nuestros días, de educador de jóvenes, de servidor de pobres, de líder que sustituye barreras por horizontes. Por mi parte, en los días de esta celebración, escucho cinco importantes llamadas. Para algunos y en algunas partes, son de vida o muerte: Acierten a vivir este momento como tiempo de contradicción; para superarla bien y florecer, hay que convertirse en signos de contradicción; ni más ni menos. Son días para pasar y hacer pasar de la muerte a la vida. Esa es la mayor y mejor contradicción, ya que nos lleva a la resurrección. Ese era su mensaje: “Es cuestión de recomenzar con decisión y de hacer algo determinante para gloria de Jesucristo” (Cartas, n. 22). Denlo todo; la vida solo así rebrota, las ramas secas se convierten en gérmenes si cerca hay alguien que entra en el dinamismo del Evangelio según el cual el que pierde la vida la va a encontrar si cree “que aún hay sol en las bardas”. El espíritu del P. Chaminade es para tiempos difíciles: “Mi confianza está puesta en el Señor y en su Madre, para quienes yo quiero vivir y dar la vida” (Cartas, n. 1.308). Cuando llega la crisis, lo difícil, no queda más que volver a Jesús, colocarle en el centro, en el corazón; y el corazón, en el centro del Evangelio. La vuelta a Jesús fue propuesta espiritual y pastoral decisiva del P. Guillermo José. Él aparece en la escena de la Iglesia y de la Familia Marianista para que nos volvamos a Jesús; y Jesús está en el corazón de María (Lc 2, 19). Ahí le encontramos. Esa urgencia sintió el fundador: “Me encuentro en Francia casi como en una tierra extranjera. No sé casi qué decir y qué hacer” (Cartas, n. 575). Si en algo es maestro el padre Chaminade, es en oración. Entrar en su escuela de oración es responder a un aspecto fundamental de su propuesta. Nos invita a encarnar la Palabra. Con lenguaje de nuestros días, nos quiere haciendo la lectura orante de la Palabra. Cuando eso se practica, se enciende nuestro corazón como les pasó a los de Emaús. “Hay que amar lo que se cree; la fe, y sobre todo la fe del corazón, es un gran don de Dios; por ello siempre necesitamos decir: Señor, auméntanos la fe” (Cartas, n. 164). La lectura de la historia de la Iglesia que ha hecho el P. Guillermo José es muy sencilla. Siempre que la Iglesia ha querido dar un paso nuevo ha acudido a María; se ha convertido en una Iglesia mariana, se ha vivido una nueva anunciación. Con esa visión, nos recuerda con mucha convicción que “nosotros somos los misioneros de María… A ella le están reservadas nuevas batallas” (Cartas, n. 1.163) y, por supuesto, nuevas victorias. Y exige lo que fue opción clara del P. Chaminade: “Cada uno de nosotros ha recibido de María un mandato para trabajar por la salvación de nuestros hermanos del mundo”. Al P. Guillermo José le podemos presentar y en él podemos ver un gran peregrino de la fe. Vivió días de una durísima revolución civil y religiosa en su país. Con esa revolución, todo se removió en él y en torno a él. Por eso sintió la necesidad de fundar. Su pensamiento, su proyecto y pasión nos sirven en nuestros días para caminar por nuestro mundo y alcanzar la misma meta que él se propuso: multiplicar los cristianos. Año de gracia, año del P. Chaminade. Que, en estos días, el P. Chaminade esté cerca de nosotros y nos sea propicio. I. UN SOLO PERSONAJE CON CINCO ROSTROS: PERFIL DE MISIONERO PARA TIEMPO NUEVO Tuve en el despacho de Roma, durante diez años, el cuadro más antiguo del P. Chaminade. Trabajaba con él y en su presencia. Más de una vez sentí que me miraba, y no faltaron los momentos en que creí que me hablaba. Para mí, ese rostro era el típico rostro de fundador y padre; el del que mira profundo y de cerca porque cerca está. La pintura corresponde a los últimos años de su vida. Se lee en él seguridad, bondad y gravedad a la vez; camino hecho, experiencia, consejo y el sufrimiento propio de quien ha iniciado algo importante en la Iglesia y ha penado para darlo a la luz y cuesta que siga vivo. Sus labios son poco pronunciados y no llegan a sonreír; sus ojos, penetrantes y escrutadores a la vez, nos hacen pensar en una voz fuerte y sonora; los rasgos de su rostro están bien definidos. Espontáneamente, lo que me venía a los labios al contemplarlo era llamarle “padre”, “padre fundador”, y me surgía una relación de veneración y de cariño filial. Él ha engendrado una vida marianista, de ella participo yo, y de ella, en cierto modo, también soy responsable; trabajo para que sea vida abundante. Respondiendo a una llamada del Señor, se propuso hacer de los marianistas una familia a la que le gustó llamar “La Familia de María”. Muchas veces he pensado que si él no hubiera respondido generosamente a la llamada del Señor para engendrar esta vida, yo no la estaría viviendo en este momento, ni el nombre “marianistas” se escucharía en más de 40 países de todo el mundo. Muchas veces, he sentido que para él soy un hijo, y como tal me debo comportar. Le tengo que conocer, escuchar y, sobre todo, querer y seguir la obra que él calificó de “grande” y magnífica. Pero he sentido también que, como él, soy un padre. Me toca hablar, engendrar, continuar su tarea de implantar vida marianista. En mi oficina de Santiago de Chile, está un diseño del P. Chaminade. Este tiene autor: Brian Zampier, marianista norteamericano, un buen artista. Yo lo considero un rostro del tiempo de la convicción y de la propuesta. No sé por qué este rostro me ha inspirado la dimensión de maestro en la vida del Espíritu, aspecto que acompañó al P. Chaminade de una manera especial entre sus 39 y sus casi 90 años. Maestro en la oración, en la fe, en la misión, en la prueba, en la transmisión de la fe, en la iniciación en el misterio de María. Y me ha dejado con motivaciones profundas, con visión nueva y también con claridad sobre el camino que debía tomar en varias circunstancias de mi vida y que he tenido que hacer en este cambio de época. Es buen maestro “porque estaba convencido de que Dios habla al corazón del que se calla para escucharle”. Es el rostro de un iniciador en los caminos del espíritu. Para ello, leía mucho; tenía una estupenda biblioteca para aquellos tiempos, más de 800 volúmenes; se formaba ininterrumpidamente, hizo su doctorado; escribía, daba conferencias, predicaba, formaba y aconsejaba. PLIEGO El tercer cuadro que también está en mi despacho es el oficial de la beatificación. El que apareció como una gigante fotografía en la fachada de San Pedro el 3 de septiembre del 2000. Muestra un rostro de beatificado, de hombre feliz. Feliz por lo que hizo por el Reino, por su fidelidad hasta el final, por su confianza en María, por haber creído, por haber ofrecido una alternativa a los hombres y mujeres de su tiempo. Se le puede calcular una edad de unos 60 años, quizás la de más plenitud. Expresa alegría serena, simpatía, paz, entrega al Señor. En ese rostro yo he visto un beato, un intercesor. Ante él se puede recuperar la esperanza que la Vida Marianista necesita para ser refundada, ya que sirve para hacer santos, gente feliz. De hecho, varios de sus miembros han sido proclamados como tales. Por supuesto, ante él se puede poner uno de rodillas y pedir gracia y protección, con la oración oficial de la misa del beato: Padre, tú has inspirado al bienaventurado Guillermo-José para que se pusiera bajo la protección de María, a fin de trabajar en la venida de tu Reino; danos la gracia de imitar su firmeza en la fe y de difundir con su mismo ardor la buena noticia de la salvación. Amén. Ante él me ha tocado ponerme varias veces de rodillas y, por su mediación, el Señor me ha concedido, no tanto lo que le he pedido, como lo que he necesitado. Es un verdadero intercesor y con confianza nos podemos dirigir a él. No hay duda de que para aprender a conocer, amar y servir a nuestro fundador hay que usar la imagen y el sonido, además de los textos. Alfonso Ruano, director de Arte de la Editorial SM, es el autor del logotipo del presente Año Chaminade. Como él mismo ha expresado, ha pretendido reflejar en él muchos valores a través de una imagen/ retro del P. Chaminade, reconocida por repetida y usada a lo largo de mucho tiempo, pero presentada de una manera nueva; lo esencial de la imagen aparece en máximo contraste –sombra/luz– y silueta. Pero hay en ella un toque de modernidad, al traducir la silueta en “píxeles”. El tipo de letra utilizada también quiere reflejar la sensibilidad por lo nuevo y sencillo. Aquí estamos ante algo que es más que un rostro; se quiere “volver a los orígenes para proyectar futuro y celebrar la historia propia con un lenguaje gráfico del presente, que impulsa este momento hacia delante”; en el fondo, nos presenta al misionero de un mundo y un tiempo nuevo. Por eso merece la pena fijar la mirada en esta estupenda expresión artística. Esta sencilla expresión artística debe estar con nosotros cuando nos hacemos ‘la pregunta del millón’: ¿cómo ser misioneros en este momento de la historia? En esta celebración de los 250 años del nacimiento del P. Chaminade, ¿qué queremos que pase y suceda en nosotros? Con la ayuda del superior general, en su cuarta circular Conocer, amar y seguir al fundador, se concluye que el objetivo del Año Chaminade es ambicioso. Su deseo es que este acontecimiento nos ayude a renovar la vivencia de nuestra vocación y carisma marianista. “Esta fidelidad al fundador se hace más necesaria en momentos de cambio de cultura, de época, como el que estamos viviendo. Como les decía en mi presentación de los documentos del último Capítulo General, vivimos un tiempo ‘de cambio, de tránsito entre una imagen de vida religiosa y marianista que se está difuminando y otra que está por emerger con claridad’. Como bien mostraba el resultado de la consulta a la Compañía, es momento de incertidumbre, en el que se desatan los miedos ante el futuro”. Este rostro es el que nos inspira la fidelidad creativa; su mirada tiene algo de penetrante que hace que sea grande nuestra audacia apostólica. Hemos contemplado cuatro rostros del P. Chaminade. Echo de menos un buen icono del fundador. Ese sería el quinto, y correspondería, sobre todo, al de los momentos en los que se dio cuenta de que, al evangelizar en un cambio de época, habría nuevos rumbos y, para ello, habría que pensar en el cielo, en él para siempre. Querría que este icono también estuviera en mi despacho. El icono es muy distinto de la pintura realista. Es una idea hecha imagen; ayuda a la contemplación y es fruto de la misma; acompaña en la celebración y sirve para alabar y dar gracias. Evoca nuestra sensibilidad mística. Nos presentaría al Chaminade “dorado”, trasfigurado e iluminado. Por lo mismo, solo podremos tener el icono Chaminade a partir de la lectura orada de su vida y de sus palabras. El icono es “teología en líneas y colores”. Ese icono nos recordaría lo esencial del mensaje de Chaminade: ir a Jesús por María, es decir, por la vía de la fe y de la maternidad, y llegar a María por Jesús, por un camino filial y fraterno. El icono Chaminade nos dejaría con la alegría y la paz del resucitado, del que pasó de la muerte a la vida y con ganas de compartir las bienaventuranzas a través de una vida santa y moldeada según la suya. En ese icono querría ver representado al P. Chaminade de pie, lanzado a lo alto como alguien que está viendo lo invisible y cara a cara con Dios. Sus pies deberían estar en movimiento: es hermosos ver bajar de la montaña los pies del mensajero de la paz. Su caridad pastoral tiene que ser visible y transparente. La parte central de este icono sería su rostro. En él aparecería la lucidez y la audacia, la bondad y la felicidad; y también un signo de lucha y de victoria. Su mirada estaría dirigida a nosotros y nos repetiría las palabras que dirigió a los primeros marianistas, y que tuvieron para él y para los que las escucharon la fuerza de una promesa y de una profecía: “Tal como les veo ahora les vi un día”. Es una mirada que, a su vez, concentra y reúne; viene del interior, ya que al padre Chaminade le gustaba repetir: “Lo esencial es lo interior”. Así, Chaminade, además de padre, maestro, beato y misionero, se transforma en objeto de nuestra así uno se confirma en que la persona, el proyecto, el camino hecho por el P. Chaminade es válido para hoy día. Ese camino, para ser valioso, precisa de etapas diferentes, y ser él mismo, en cierto modo, la meta. Es la andadura que el P. Chaminade hizo y que nos propone para llevar un buen ritmo y en buena dirección por la cotidianidad de este siglo XXI. contemplación, en olor de Cristo, con el que los santos nos hacen sentir su presencia. Este sería el icono de un hombre que desde la tierra y desde el cielo nos ofrece las señales de ruta para emprender nuevas etapas de la historia. En Chaminade se confirma que la gracia se edifica sobre la naturaleza; estamos ante un hombre sano y, al mismo tiempo, apasionado por el Reino. Se confirma que en nuestra vida todo es don y tarea. Él recibió iluminaciones, manifestaciones del Señor, disfrutó de la acción misteriosa del Espíritu en su vida, que le condujo por caminos que él no sospechaba cuando iniciaba su historia en la pequeña ciudad de Périgueux. Por fin, cuando se contempla ese rostro nuevo del padre Chaminade, se confirma que el hilo conductor de su vida fue la confianza y la certeza de que su obra era “la obra de María”. II. ¿CÓMO HACER QUE UN SACERDOTE FRANCÉS, MUERTO EN 1850, SEA UN HOMBRE QUE MARQUE NUESTRO RUMBO EN EL SIGLO XXI? Siguiendo sus pasos. Porque él supo entrar en el mundo de su tiempo con decisión y fuerza. En efecto, en plena revolución y difíciles días del Burdeos del terror, decidió plantar cara, se negó a prestar juramento a la Constitución Civil del Clero y continuó su misión y sus tareas de evangelización aun con riesgo de su vida. Cuando vuelve del exilio en 1800, mira de frente la realidad, sin nostalgia. Imaginó entonces una forma distinta de vivir la fe en comunidad y con presencia activa y transformadora en el mundo. Así, en cierto modo, “reinventó” la Iglesia. Optó por basar en los laicos su intento de nueva evangelización, la que necesitaba la Francia descristianizada. Para ello, creó “la congregación mariana”, inspirada en lo que ya existía, en los jesuitas, pero con mucha fuerza misionera e intensa actividad social y fuerte relación comunitaria. Para ello, crea una especie de Instituto secular, “el Estado”, dos congregaciones religiosas: las de las religiosas y los religiosos. Al hacer todo esto, respondía a una inspiración recibida en Zaragoza. Primer paso: identificar los signos de vitalidad y ver esos signos de vitalidad Allí, en los días de exilio, adquirió una gran convicción: la vitalidad del cristianismo pasa por una nueva evangelización puesta bajo la protección de María, madre de todos los creyentes. Vio que la Iglesia del siglo XIX no se relanzaría sobre los mismos presupuestos y bases que la anterior a la revolución. En ella hay que innovar y emprender caminos nuevos. Para ello, buscó inspiración en María. Creativo y práctico a la vez, sueña y procede con realizaciones concretas. En plena crisis de pensamiento y vida cristiana en Francia, elabora el credo del momento y lo confiesa y transmite. Menos conocido que otros pensadores de esos días, será, sin embargo, más profundo. A todos sus seguidores les confió la misión de estar al servicio de los jóvenes y de los pobres, destinatarios preferidos de la obra que iniciaba. Pero la mayor de las modernidades del padre Chaminade es la que comparte con los santos de entonces y de ahora. Sabía que nada grande se puede hacer en el ámbito de la vida espiritual y de la misión sin la oración, sin el aliento del creyente, que lo mete en el seno del amor, de las obras grandes. Para entender y vivir esta realidad, se precisa entrar en una escuela de oración, y eso monta el P. Chaminade. Solo así se entiende el carisma marianista y solo Al volver de Zaragoza, el padre Chaminade llega con una intuición, una inspiración; ha visto algo. Ha “visto” signos de vida que vida darán. Ha “visto” hombres y mujeres, jóvenes y adultos, que son una alternativa a la realidad existente que debilita o bloquea la fe de su pueblo. Tiene un sueño. Al ver a esos jóvenes, cree y espera; espera y actúa. Les organiza, se mueve. Sueña con un futuro y mantiene firme su visión a pesar de los acontecimientos que se oponen a ello. Su vida podría ser descrita como una serie de contratiempos y como una victoria progresiva sobre todos los muchos obstáculos que fueron apareciendo en los diferentes momentos. Pero en él todo nace de ver la vida que renace, de descubrir lo que brota. Él mismo se comparó con un arroyo de corriente suave que supera con paciencia todos los impedimentos a su paso, superándolos para continuar impertérrito su curso. Supo dónde había agua y terreno fértil. Entre los signos de vitalidad que él conoce y ve, estaba la realidad de los carismas que mueven a la gente. De ellos brotaba mucha vida; florecían y crecían. La congregación comienza en diciembre del 1800 y al año siguiente contaba con 100 miembros; en 1809, ya eran 1.000, y ello le hizo pensar y soñar en una acción y en un pueblo de santos. Vio crecer y se dio a hacer crecer. En 1825, la congregación se había extendido a más de cincuenta ciudades. Su sueño de recristianizar Francia parecía hacerse realidad. Soñó el futuro y lo vio. De ahí partió, le movieron la vida, las ganas, la certeza de su fe. Ese fue su primer paso y tiene que ser el nuestro: ver los signos de vitalidad. Un pueblo, un grupo, una persona PLIEGO que no ve los signos de vitalidad no tiene ningún futuro. Él vio a María. Ella, por supuesto, no es el centro de su intuición carismática. Lo es Cristo. Pero se preocupa de enseñar a “mirar a Jesús, unirse a Jesús y actuar en y por Jesús”. María está en el centro y lleva al centro. Para el padre Chaminade, María es la realización más alta del Evangelio y el gran signo del rostro maternal y misericordioso de la cercanía del Padre y de Cristo, con quienes ella nos invita a entrar en comunión. Con ella se vivió el primer Pentecostés y se vive todo nuevo Pentecostés. De estas grandes intuiciones marianas nace su gran convicción para el P. Chaminade: nuestro futuro es María. Por tanto, como se nos recordaría más tarde: “No se puede hablar de la Iglesia si no está presente María” (Pablo VI). El P. Chaminade no se comporta en su proceder misionero como un nostálgico de lo que se está perdiendo, sino como un profeta entusiasta de lo que está naciendo y de lo que Dios quiere crear. Por eso Juan XXIII, al declarar la heroicidad de sus virtudes, lo considera “un pionero y un precursor”. Segundo paso: poner nombre a esos signos Este paso es importante para un innovador, un fundador; es importante dar un alma, una vida, a lo que se inicia. El segundo paso supone verter la visión del proyecto que el Señor le ha inspirado y que le anima en personas, instituciones, grupos, realizaciones. Importante, también, ponerle nombre. A sus obras las va a llamar Congregación de la Inmaculada Concepción, religiosas marianistas, Compañía de María, religiosos marianistas; capilla de la Magdalena para acoger a jóvenes, escuelas para la juventud. Las personas se llaman Adela, Lalanne, María Teresa Lamourous, Canton, Rothea. El padre Chaminade es un líder con seguidores. Un buen mensaje de su parte para los emprendedores de corto hálito sería: “¡Ánimo! El tiempo y los años pasan rápido. Vamos avanzando, mi querida Teresa; nos hacemos viejos… Ahora deberíamos comenzar de veras y hacer algo para la gloria de Jesús, nuestro buen Maestro. Piénsalo por ti misma; yo lo haré por mi parte”. El cardenal Donnet, de Burdeos, llegó a afirmar que a la cabeza de todas las obras buenas de la diócesis se encontraba el nombre de Chaminade. Tercer paso: situarlos en el contexto de la sociedad y de la Iglesia Esa sociedad francesa del padre Chaminade precisa justicia y fe, equidad y calidad de vida; necesita gente, sobre todo laicos, apasionados por Jesús y por la humanidad. En esa sociedad e Iglesia, “los antiguos métodos ya no podían resolver satisfactoriamente los problemas actuales. El mundo ya no podía volver a sus formas previas. Se debería aplicar la misma palanca, pero ahora con diferentes puntos de apoyo” (P. Chaminade). En esa sociedad e Iglesia había que transmitir la fe. Hay que llegar a la inclusión, la interdependencia, la fe del corazón. El P. Chaminade soñaba que en esa realidad tendría que probar que el “cristianismo no es una institución envejecida y que el Evangelio puede practicarse todavía como hace 1.800 años”. El desafío era claro: la necesidad de una educación religiosa y la lucha por la formación de mentes y corazones. Esos signos de vida y esos movimientos se encarnan en la realidad social, política, cultural y religiosa de su tiempo. Su proyecto y los nuevos desafíos que emprende exigían que la sociedad para la que trabajaba recuperara su alma, sus raíces espirituales y morales. Cuarto paso: convertirlos en punto de partida de una etapa nueva Con ese carisma, esas personas, este peregrino en la fe comienza una etapa nueva. Algo nuevo supo iniciar Guillermo José Chaminade el día 8 de diciembre del 1800 y el 1 de mayo del 1817. Para ello hay que ser original, hay que traer algo nuevo al mundo. Los grandes hombres y mujeres no se dedican a hacer fotocopias. Tienen carisma, viven de una manera original el Evangelio. Fue mucho lo nuevo que apareció en la sociedad y en la Iglesia, sobre todo en Burdeos, por obra del padre fundador. Sabía que había que empezar una etapa nueva: Nova bella. Fundó mucho, fue iniciador de grupos y realidades diferentes; plantó, regó e hizo regar. A los que han sabido descubrir lo nuevo de lo nuevo hay que seguirles de cerca. Dan vida y abren camino. Él nunca quiso aceptar la derrota. Con el P. Chaminade comienza una nueva forma de ser Iglesia; en nuestros días diríamos que nos “vendió” un modelo mariano de Iglesia; una nueva forma de ser laico, de ser religioso y de ser una familia espiritual en el mundo. Los días del padre Chaminade fueron de cambio, de tránsito, y él vio emerger con bastante claridad muchas realidades nuevas. Por eso él mismo hacía esta confidencia: “… No sabemos todavía muy bien cómo será ese futuro, pero estamos convencidos de que está ahí, y lo esperamos fiados en el Señor, porque sabemos, es más, sentimos y vivimos por qué y para qué quiere el Señor religiosos marianistas en la Iglesia y en el mundo”. Quinto paso: celebrar esos signos de vida Esto significa que este hombre del siglo XVIII-XIX se arrepintió de no dar más vida al pueblo y a la Iglesia de sus días; le costó proclamar que su obra era magnífica, grande, transformadora, pero, al fin, lo hizo. Más de una vez pensó que la Familia Marianista no iba a sobrevivir, y de esos malos pensamientos se arrepintió. Escuchó la Palabra de Dios para conocer el querer de Dios y de los hombres, y para hacer que corrieran aires nuevos y fresca brisa en su entorno, y para revivir sus sueños. El “hagan todo lo que él les diga” se convirtió en divisa para todos. Mucha fuerza sacó del “te aplastó la cabeza y te la aplastará”; escuchaba con oído de profeta. Oró para tener inspiración, fuerza, constancia y generosidad. Agradeció el ver crecer lo que había iniciado, lo que contagiaba vida. Alabó al Padre, cantó el Magníficat. En una palabra, para el marianista toda celebración es un nuevo encuentro con María que le lleva a la misión; ese encuentro se refrenda con una consagración que es renovación de la consagración bautismal y que pide, también, más amar y mejor servir. En la tarea misionera, sobre todo cuando es comunitaria, el marianista reaviva el carisma fundacional y logra especial fecundidad. Este proceso gira en torno a un núcleo carismático. Cuando se captan todas estas intuiciones e instituciones carismáticas, se descubre en el padre Chaminade un hombre del siglo XVIII y XIX que sirve para hacer camino en el siglo XXI. Da pistas a los que tenemos que evangelizar en tiempos nuevos. III. MENSAJE A LA FAMILIA MARIANISTA DE HOY El P. Chaminade, después de sus casi 90 años vividos en esta tierra y de los 160 en la Casa del Padre y desde allí, ¿qué nos dice a los marianistas? He aquí algunas de las palabras que nos dirige con ocasión de este aniversario. Este mensaje lo resumimos en las tres ‘R’. R elanzar la misión Ello supone un renacer del celo evangelizador en todos los integrantes de la Familia Marianista. Esta familia existe para evangelizar. Nos viene bien evocar las palabras proféticas de Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi: “La Iglesia existe para evangelizar; su misión y su dicha es el anuncio de Jesucristo”. Eso hacen los evangelizadores convencidos y entusiastas como los primeros cristianos. Evangelizar es el gozo y la vocación del marianista. De ahí la espontánea audacia misionera. Estamos en momento propicio para despertar nuestra vocación misionera. La misión no es proselitismo, sino ganas de contagiar el gozo por lo que hemos encontrado en Jesús. La tenemos que convertir en una urgencia y un gran deseo. Actualmente, la conciencia de necesidad misionera tiene que crecer mucho. Nos lo imponen los hechos y los números. El misionero evangelizador marianista tiene que ser hombre y mujer con carisma misionero, con vocación, con especial modo de orientar la vida y metidos en el corazón de una Iglesia valientemente lanzada a perforar nuevos horizontes. Bien podemos decir que un nuevo modo de evangelización se está gestando. En la Familia Marianista del mundo hay brotes de una nueva acción misionera. Esta misión está delineada en el campo de la educación, la justicia, el desarrollo humano y el anuncio del Evangelio. Pasa por el contacto y por el contagio. Será siempre una buena noticia y eco de la propuesta de Miqueas: practicar la justicia, amar con ternura y caminar humildemente con el Señor (Miq 6, 8). No hay duda de que en el proyecto misionero hay un “vayan”, salgan a la calle, contagien el fuego del Espíritu. R eafirmar y expresar de modo nuevo la identidad del marianista, el carisma Ello supone hacer realidad la experiencia kerigmática original cristiana y marianista. La cual se da en el encuentro personal con Jesús. Así se define la condición del creyente. Tenemos necesidad de “lanzar las redes en aguas más profundas” (Benedicto XVI). En los últimos años, el mundo y la Iglesia cambiaron y pusieron en crisis la identidad de las personas, de los creyentes, de la familia. El contexto cultural ha llevado a ello. Este fue el intento del Vaticano II. Pero algunos tienen la impresión de estar viviendo una primavera interrumpida. Esa identidad nos la da también la descripción del marianista de hoy, los rasgos que le deben caracterizar. No hay ninguna duda de que es una mezcla de alegría pascual y misericordia, de gratuidad y generosidad. Estas cuatro notas son las propias de los días de resurrección. Estas notas y este nuevo dinamismo viene de la experiencia pascual que lo llena todo. Desde ella se marcan bien estos trinomios: seguimiento, misión, Jesucristo; mundo, Iglesia, Reino; persona, sociedad, comunidad; liberación, comunión, transformación; ministros, laicos y religiosos. Un buen ejercicio de fe y de aprecio al P. Chaminade nos lleva a juntar estas experiencias hasta dar con algo diferente, algo con lo que nos dividiríamos menos en la Iglesia y la Familia Marianista, y lograríamos entrar en contacto con más grandeza de ánimo y con más espíritu pascual. Nos toca vivir y formular esta nueva identidad que parte del corazón de nuestra fe en Cristo muerto y resucitado y recorrer el camino pascual. “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DA, 243). R enovar la institución eclesial El mundo ha cambiado, también la realidad cultural que nos rodea. La Familia Marianista, no lo suficiente como institución, la Iglesia tampoco. Se vive un reduccionismo grande, en el que se advierte la falta de la influencia de la mística de Jesús y del espíritu pascual. Otras instituciones tienen un mensaje más atractivo, un lenguaje más claro y cercano, y una acción más fecunda que la nuestra. En cada época de la Iglesia, sus instituciones han tenido un proyecto que les ha permitido superar su agotamiento y han evitado que su meta fuera continuar y mantener lo que se hace. Ahora falta propuesta alternativa y fijar el modo de llevarla adelante. Muchas de las estructuras no responden más a las exigencias de los hombres y mujeres de hoy, que tienen sed de un Dios más cercano, transparente y visible. Para lograrlo, se requiere una mayor sinergia; más puentes que vallas, y más nexos que separaciones. Las otras dos tareas no se van a conseguir si esta no se da. Activar, potenciar y enriquecer PLIEGO las estructuras de diálogo, participación, complementariedad, reciprocidad e interacción supone importantes cambios eclesiales. Esta Familia Marianista que el padre Chaminade fundó no dudo que en este momento la querría diferente. Buscaría que todos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, religiosos y laicos, bebiéramos del mismo pozo; esa savia se fortificaría en el tronco de ese gran árbol por donde corre y crece la savia común; llegaría a las ramas, diferentes y vivas, que, alimentadas por las mismas raíces, darían frutos variados y sabrosos que fortalecerían al Pueblo de Dios. El vino nuevo apunta a renovar, a revitalizar la novedad del Evangelio. Los odres que contienen ese vino son las estructuras. El P. Chaminade fue revolucionario en proponer odres nuevos; a nosotros nos toca dar pasos importantes en la sociedad y en la Iglesia en este campo. Estas son las tres ‘R’ de la propuesta del fundador que ahora se convierten en proclama: A la Iglesia del siglo XXI que camina por India, Perú, Kenia, España, Canadá: ¡paz y gozo! El creyente de este siglo, para serlo y hacer creyentes a los demás, necesita lucidez y audacia, como las necesité yo para rehacer el tejido de la fe en el comienzo del siglo XIX en mi país. Les exhorto a ser lúcidos, a ver lejos; a no dar tanta importancia a lo que separa, que a veces quita visión de conjunto. Destaquen lo que une a los hombres y mujeres del mundo entero. Pongan la fe y el amor en el centro. La lucidez supone ver las raíces sin olvidar los frutos. La lucidez no paraliza, evita el repetirse y la mediocridad, recrea. Lleva a actuar, a comenzar etapa nueva. Los fines de una etapa pueden ser comienzos de otra nueva. Solo los que tienen lucidez pueden ver en la oscuridad y ponderar todo el peso de los dos grandes problemas de este tiempo: el de la pobreza y el de no saber o no querer vivir juntos los que son diferentes. Imposible que la pobreza desaparezca en 24 horas, pero es mucho lo que se puede hacer para disminuirla. Que acierten a ver, sobre todo, las luces de la nueva aurora y las conviertan en fuerzas revitalizadoras. No olviden que las cosas que les han servido para hacer glorioso el pasado no siempre les servirán para hacer fecundo el futuro. Yo, antes de fundar a los religiosos marianistas, miré por todas partes para dar con una forma de vida consagrada que respondiera originalmente al deseo de vivir en santidad. Solo así se entra en la verdadera utopía y se confía en la Providencia, como me gustó hacer en mi vida. Recomiendo que tengan mucha audacia. Cuanto más lúcido sea su discernimiento, mayor será su audacia. Que sea la de los profetas y maestros. Invito a dar batallas nuevas para tiempos nuevos. Para ello, hay que comenzar por sembrar esperanza y cultivar el coraje de todos los días. Es necesario reconciliarse con la simplicidad de lo concreto para llegar lejos. Si no se ejercita la esperanza, se seguirá atrapado en la nostalgia del pasado. Les repetí muchas veces, sobre todo cuando ya me acercaba a la muerte, que es importante tener la moral de vencedores, y de los vencedores que consiguen la victoria sin derrotar a nadie. De María aprendí lucidez y audacia. Fue lúcida en la Anunciación, audaz en su canto del Magníficat. Se sintió pequeña, pero no impotente. Fue audaz al pie de la Cruz y cuando dijo: “Todo lo que Él les diga, háganlo”. Audacia comunicó a los apóstoles en el Cenáculo. Por ello bien les puedo proponer: “María duce”, María es guía y buena compañía. Ya en el Santuario del Pilar me concedió gracia para ser lúcido y evitar el miedo que paraliza. Muchas veces le pedí: “Fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor”. No hay duda: para aprender a evangelizar en un cambio de época, se precisa vivir días con riesgo. Hagan esto y vivirán. Este es el mensaje del Beato Chaminade para el protagonista del cambio de época. Que con su gracia seamos capaces de seguir sus huellas. Nos hace mucho bien una afinidad espiritual con él y ponernos en condiciones para recibir el “impulso interior” que de él viene. Reconocida la talla excepcional del P. Chaminade como hombre de Dios, nos interesa y necesitamos su mediación en nuestras vidas. La que llega por su intercesión. Así nos envuelve con el espíritu que nos pasa junto con su manto, como ocurrió con Elías y Eliseo (2 Re 2, 8-15). Pedimos gracia para ser engendrados en Cristo por él (1 Co 4, 15-16). Así, estamos prolongando la santidad de vida del fundador y su misión. Así, llegaremos a ser “nosotros mismos, en nuestro mundo, sus ojos y su corazón: ojos que miren y vean como él, corazones que sientan como él, que vibren con lo que él vibró, amen lo que él amó” (P. Manuel Cortés).