los fuegos de narbondel

Transcripción

los fuegos de narbondel
LOS FUEGOS DE NARBONDEL
Mark Anthony
Traducción de Bruenor y Akemichan (www.reinosolvidados.com)
Capítulo 1: El maestro de armas
Existen millares de muertes diferentes en el inframundo – muchos
horrores distintos acechando en cavernas oscuras y merodeando en oscuros
rincones, cada criatura al acecho deseando atrapar carne fresca con sus
colmillos, púas o veneno. En el mundo de la superficie, a mucha distancia por
encima, los animales matan para poder comer y sobrevivir. Pero las ciraturas
que cazan en el laberinto de túneles bajo Toril no matan para vivir, porque la
vida misma es una agonía para ellos. Matan porque son guiados a matar por
la locura, el odio y la maldad palpable en cada piedra de este sitio. Matan,
porque sólo mientras matan se sienten ellos mismos.
Haciendo el mismo ruido que una sombra moviéndose, Zaknafein
maestro de armas de la casa Do’Urden, novena casa de Menzoberrazan,
antigua ciudad de elfos oscuros, caminaba por pasillos esculpidos en la roca.
Había dejado su montura a cierta distancia: un lagarto de las profundidades,
colgando en un costado de una estalagmita gigante. Rápido y silencioso, al
igual que los reptiles, Zak prefería confíar en su propia habilidad para los
últimos giros y vueltas. No estaba lejos.
Como la muerte, se sumergió en la oscuridad.
Dominion, la región salvaje alrededor de la frontera de la ciudad
subterranea. La piel oscura de su cuerpo se confunde con las sombras y su
pelo oculto en la capucha de su piwafwi, su capa mágica. Sólo el brillo de sus
ojos capaces de ver en la oscuridad gracias a las variaciones de calor
irradiadas por los distintos objetos. Un rastro de aire caliente solo puede
significar la presencia de una criatura.
Zak irguió su cabeza con las puntiagudas orejas prestas a escuchar los
reveladores sonidos. Había cruzado el límite por donde patrullaban los
jóvenes guerreros drows manteniendo las cercanías de Menzoberrazan libres
de monstruos. Cualquier cosa podría estar acechando detrás de cada curva
en el túnel, cualquiera de los centenares de predadores que habitan la
infraoscuridad. Si, es fácil encontrar la muerte en la infraoscuridad pero
¿Quién dice que hay que temerla? Zaknafein rió sin hacer ruido, con sus
blancos dientes desafiando la oscuridad. ¿Acaso no somos nosotros los drows
el mayor temor de todos?
Empezó a moverse.
Minutos después Zak alcanzó a su presa: un grupo de kobolds. Hasta ese
momento ni siquiera sabía que había estado dando caza a este grupo de
criaturas con caras de perro. Podría haber sido cualquiera de la gran variedad
de monstruos. Aún así daría lo mismo, lo único que importaba era que eran
malvados. Se acercó a los kobolds, sería suficiente por el momento.
Los harapientos seres estaban amontonados en una pequeña cueva,
peleándose por el botín de su última víctima. Los ojos rojos de Zak detectaron
el contorno de un casco con cuernos y un valioso martillo de guerra gracias al
frío del metal. Un enano. Los enanos eran fieros guerreros, y los kobolds
criaturas cobardes, pero una docena de ellos no dudaría en atacar a un
solitario enano que se encontraba demasiado lejos de las minas de la
seguridad de su clan. Mechones de pelo sangriento colgaban aún de su
armadura, los kobolds le habían atacado y desgarrado.
-¡Mío! Gritó una de las criaturas en la lengua común de la infraoscuridad,
mientras sus ojos brillaban con avaricia. Arrancó un manto de fina tela de las
manos sucias de otro kobold.
-¡Es mío! Respondió el otro kobold. – ¡Fui yo quien mordió su sucio cuello!
-¡No! ¡Es mío! Siseó un tercero. –Fui yo quien le sacó los ojos con mis
propios dedos. ¡Lo hice!
Los dos enfadados contendientes derribaron al primero mordiéndole con
sus dientes amarillos mientras también destrozaban la capa. Otras peleas
surgieron entre los otros kobolds por el resto de los bienes del desafortunado
enano. Zak sabía que era el momento de actuar si todavía quería hacer algo
de ejercicio. Dejando atrás su piwafwi entró a la cueva.
-¿Por qué no resuelvo esta contienda por vosotros? Preguntó en voz alta
mientras una sonrisa se dibujaba en su angulosa cara. ¿Qué tal si todos
vosotros os quedáis sin nada?
Los kobolds se quedaron congelados mirando al maestro de armas drow
con caras de sorpresa y temor, los trozos de tela y pequeñas joyas pasándose
de unas manos harapientas a otras. Entonces de repente todos empezaron a
gritar y a empujarse para intentar escapar de la pesadilla antes que los
demás. No había nada en la antípoda oscura que los kobolds temiesen más
que a un drow. Y con razón.
Con una sola mano, Zak esgrimió su espada de adamantita mientras que
con la otra sacaba su látigo del cinturón. En un gesto aparentemente
perezoso, agitó la muñeca. El látigo golpeó como una serpiente negra,
zancadilleando los pies del kobold más cercano. Su espada le siguió después.
Al igual que un insecto moribundo el kobold se retorcía en la punta de su
espada. Zak se deshizo de él y acto seguido busco a la siguiente víctima. Los
kobolds eran como los dulces, no podía matar tan sólo a uno. La sonrisa de
Zak se ensanchó al cortar una garganta en la maraña de cuerpos. Era
delgado como todos los elfos, pero su liviana figura era afilada y fuerte, como
su espada. En una ciudad de guerreros Zak sabía que era uno de los mejores.
No era cuestión de orgullo, simplemente era un hecho.
Otro kobold cayço bajo el filo de su espada. El malvado resplandor de sus
ojos fue desvaneciéndose hasta que se volvieron fríos y quietos como la
piedra. Con una mano separó la espada del cadaver, con la otra volvió a
arremeter con el látigo. El suave cuero se enroscó en la garganta de un
kobold mientras le frenaba en seco su huida.La criatura intentaba en vano
separar el látigo de su garganta con los dedos. Con un experto golpe de brazo
el látigo cortó el cuello del desdichado kobold.
La excitación corria por sus venas. Zaknafein tenía casi 400 años, y había
dedicado prácticamente toda su vida a entrenarse en el arte de la batalla. Era
su pasión, su destino, para lo que había nacido.
Zak bailó y esquivó facilmente entre la telaraña de kobolds, cayendo en
el conocido trance de los movimientos rítmicos de la batalla. Cuando mataba
a éstas u otras criaturas malvadas sabía con claridad que hacia bien.A
diferencia de cualquier otra cosa en el mundo de los elfos oscuros, esto tenía
sentido para él.En Menzoberrazan todo se reducía al status social. Cada una
de las casas nobles de la ciudad eran parte de un interminable juego de
intriga, alianzas y traiciones. Todo para satisfacer y buscar el favor de la
diosa Lloth. Aquellos que se ganan el favor de la Reina araña, alcanzan
grandes cotas de poder y prosperidad, mientras quienes tienen la mala
suerte de caer en desdicha sólo encuentran el camino a la muerte y
destrucción total. Para Zak, escalar en la escalera de Lloth era un callejón sin
salida. Ninguna familia mantenía el favor de Lloth para siempre, a cada una le
llegaría el turno de caer al final. El no que´ria formar parte de ese juego sin
sentido. Las maquinaciones, los asesinatos, los complots entre las sombras,
todo eso le costaba comprenderlo. Pero este kobold muriendo bajo su
espada... si, esto si que lo entendía- Pensó Zak..
La pequeña caverna se sumió en el silencio exceptuando los gorgeos de
un kobold moribundo, todos sus compañeros muertos. Zak blandió su espada
para acabar con el trabajo que había empezado.
Entonces fue cuando la vió. Se desenroscó por un hilo de plata y lo miró
con unos ojos que se asemejaban a pequeñas joyas. Una araña.
Envainó la espada con disgusto y se quedó observando al arácnido. Era
una simple araña de las cavernas, no más grande que la palma de su mano,
pero todas las arañas eran sagradas para Lloth, y todas sus sirvientes, nadie
podía dañarlas. Un sabro amargo le acudió al paladar, había matado a los
kobolds para él, para satisfacer sus propios deseos, pero eso también había
servido para que la Reina Araña, se beneficiase de ello. Los kobolds eran
enemigos de los drows, y el haberlos matado era de provecho para su raza.
Sus mejillas volvieron a su lugar, transformando su sonrisa de nuevo en
una expresión de displicencia. Se separó del último kobold mientras la
criatura pensaba con sorpresa que se había librado de una muerte segura, sin
darse cuenta que la araña se acercaba Sin siquiera mirar, Zak silenció a la
criatura, pero esta vez no había placer en ello. No ahora. Miró a la araña y
cerro con fuerza la mano que tenía sobre el látigo, sabiendo a ciencia cierta
que podría matar a la araña con un simple movimiento. Pero no se atrevía,
no, ni mucho menos a atacar a uno de los siervos de Lloth.
Un sentimiento de opresión se cernía sobre él. Después de recoger sus
trofeos, se dirigió de vuelta a la ciudad drow.
Al tiempo que se acercaba a la enorme caverna de Menzoberrazan, su
sentimiento de opresión se convertía en uno de desesperación. Sentándose
de nuevo en su montura lagarto, dirigió la mirada a la ciudad de los drows,
pero no la consideraba su hogar. Hace mucho tiempo, según cuentan las
leyendas, los drows vivían en la superficie. Convivían con sus congéneres, los
elfos del bosque en un mundo sin toneladas de roca como techo,
simplemente un gran vacio llamado cielo. Sólo de pensar en vivir en un sitio
así, Zak se mareaba al igual que viviendo entre su gente. Tanto habían
cambiado los drows tras vivir eones y siglos en la infraoscuridad que nunca
serían capaz de vivir de nuevo en la superficie. Ahora eran criaturas de la
oscuridad, Lloth los había llevado a eso. Ella había conseguido eso, y por ello
él la odiaba.
Zak desvió su mirada a través del horizonte iluminado por los fuegos
feéricos de su ciudad.Los fuegos feéricos eran luces conjuradas por los magos
de cada casa, de forma que iluminasen y resaltasen las formas de las
estalagmitas y estalagtitas que formaban cada casa. Durante quinientos
años, todas y cada una de las rocas que conformaban la ciudad habían sido
transformadas mágicamente según el uso y los necesidades de los drowsalgunos puentes colgaban en formas imposibles, habilitando un camino entre
estalagmitas vaciadas y convertidas en vivienda en su interior. Todo había
sido alterado excepto Narbondel.
El gran pilar de piedra se alzaba en el mismo centro de la caverna, alto y
esplendoroso desde había mas de un milenio.Aquí en la infinita oscuridad,
donde no había alternancia entre la noche y el día, Narbondel servía como
reloj para toda la ciudad. Una vez al día, el archimago de Menzoberrazan,
conjuraba un hechizo de fuego que subía a través del pilar. Durante el resto
del día el fuego descendía por el pilar, cuando éste se volvía frío y había
perdido el calor – La fría muerte de Narbondel- el ciclo empezaba de nuevo.
A pesar de la magia que se lanzaba sobre él, Narbondel se volvía frío y
oscuro cada día. La oscuridad siempre prevalece al final. Zak meneó su
cabeza. Quizás era un ingenuo al pensar que él era diferente del resto de sus
crueles y caprichosos congéneres. El sólo mataba criaturas malvadas, pero al
fin y al cabo era el matar lo que prevalecía o no? Quizás no era tan diferente
de ellos. Ese era de hecho su mayor temor.
Un tenue zumbido rompió su ensimismamiento. Algo vibró en su cuello,
metió la mano en la bolsa que llevaba atada al cuello y sacó el símbolo de su
casa, la casa Do’Urden. Era un disco de adamantita grabado con una araña
blandiendo un arma diferente en cada una de sus ocho patas. La moneda
brillaba y estaba caliente al tacto, la matrona Malicia, lider de la casa requería
la asistencia de su maestro de armas.
Por un momento, Zak estudió adentrarse a la negra infraoscuridad, las
posibilidades de que un drow solitario pudiese sobrevivir en un mundo tan
salvaje eran ínfimas, pero al menos existían y podía ser libre.
El disco metálico vibró de nuevo en la palma de su mano, el calor se
volvió molesto. Zak suspiró mientras los sueños de libertad se evaporaban.
Pertenecía a la infraoscuridad aún menos que a Menzoberrazan. Le gustase o
no, ésta era su casa. Azuzó a su lagarto con rapidez dirigiendose hacia una
puerta arqueada de vuelta a la ciudad de los drows.
No conviene hacer esperar a tu matrona.
Capítulo 2: La Matrona.
"¿Donde está?" Preguntó la Madre Matrona Malicia con una aguda voz
que mostraba su impaciencia.
Paséo con gracia por delante de la verja de adamantita que separaba los
aposentos privados superiores de las cámaras más comunes del piso inferior
del complejo, su negro vestido colgaba como si fuese su sombra. Los demás
nobles de la casa – Sus cinco hijos, así como su patriarca actual, Rizzen – la
miraban desde una prudente distancia. Nadie se atrevía a enfrentarse a su
cólera.
Malicia maldijó para sí. No cabía duda de que Zaknafein era el mejor
maestro de armas de la ciudad, pero eso no le confería ninguna ventaja si no
podía controlarlo. Un sirviente, especialmente un varón, no hacía esperar a su
matrona. Hace algunos años, sustituyó a Zaknafein como patrón por el
actual, pensando que eso le haría ver lo que pasaba si alguien osaba no
complacerla. Desde entonces se había vuelto más tozudo e inmanejable.
Malicia temía verse avergonzada de Zaknafein, a pesar de lo útil que era para
ella, no lo toleraría mucho tiempo mas.
- Déjeme tratar a mi con Zaknafein a su vuelta, Matrona Malicia.- Se
ofreció Briza, la hija mayor. Al contrario que su afilada madre, Briza era
grande y basta para ser una drow. Recientemente ascendida a suma
sacerdotisa de Lloth, disfrutaba de su recién adquirida autoridad. – Los
varones no son tan inteligentes como el resto de nosotroas. Hay sólo una
forma de aprender que entienden.- Acarició con cariño el látigo de cabezas de
serpiente en su cinturón. La media docena de serpientes sisearon de
emoción.
-Si he molestado a la Matrona Malicia el placer de castigarme le
pertenece a ella, no a ti Briza Do’Urden.
Todos se volvieron para ver a una forma que se izaba por el aire y flotaba
por encima de la verja adamantina. Zaknafein aterrizó delante de Malicia,
agitando una mano para poner fin al hechizo de levitación que todos los
nobles drow eran capaces de hacer, un hecho que suponía la falta de
escaleras para llegar a los aposentos superiores de la casa. Briza dirigió una
mirada asesina al maestro de armas pero contuvo su lengua. Todos sabían
que su respuesta había sido correcta y que se había excedido en su cometido
por sus ansias de castigar a Zaknafein.
Malicia cruzó sus brazos sobre el pecho con una expresión fría. – No me
gusta esperar Zaknafein. Explícame rápidamente por qué no debería
entregarte a Briza y su látigo.
- No hay razón para ello, Matrona.- Contestó Zaknafein, agachando su
cabeza y tomando una postura de sumisión delante de ella. – Pero déjame
entregarte este regalo antes de que hagas lo que desees.
Posó a sus pies un paquete con una docena de orejas peludas de kobolds
unidas por una cuerda. Malicia levantó una ceja impresionada a pesar de su
rabia. Los kobolds eran cobardes, pero cuando estaban acorralados eran
correosos y exterminar a una docena de ellos no era moco de pavo. Eso
complacería a Lloth.
Ella sintió su rabia serenarse. Era un buen regalo, y Zaknafein estaba
actuando de una manera complaciente. Quizás su castigo fuera acudir a sus
aposentos y servirla allí a ella. Sabía que debería resistir la tentación. Zak
debería saber como la había enfurecido. Y todavía... miró a Rizzen. Su patrón
actual era manejable si, dócil, complaciente, pero prácticamente un muñeco.
Puede que fuese su falta de control sobre Zak lo que lo hiciese tan deseable.
El peligro parecía siempre tan atractivo...
Cualquiera que fuese la decisión, Malicia decidió dejarla para después. El
regalo de Zaknafein la había complacido por el momento. Además, había
asuntos más importantes que atender.
Malicia descansó su afilada barbilla sobre una mano, sus oscuros ojos
brillaban. – Tu y yo discutiremos tu castigo después Zaknafein, a solas.
Con esas últimas palabras, la expresión de sorpresa de Briza se hizo
visible en su rostro. Rizzen dirigió a Zaknafein una mirada de intenso odio,
después recapacitó y ocultó su expresión – Dejemos que atraiga él la ira de la
Matrona Malicia- pensó Zaknafein tan sólo hizo un mudo gesto de
asentimiento.
Satisfecha de haber solucionado el problema, Malicia decidió que era
hora de explicarles por qué les había convocado a todos. – He pensado en un
plan- Dijo con una voz suave. – Un plan que si sale bien, podrá atraer el favor
de Lloth hacia la casa Do’Urden.
Vierna y Maya, las hermanas menores de Briza se dirigieron miradas de
enigma.
- ¿Pero no disfrutamos del favor de la Reina Araña?- Exclamó Vierna con
una voz indecisa.
El tono de Maya tenía más confianza. –Después de todo ahora mismo
somos la novena casa de MenzoberrazanLos ojos de Malicia se entornaron al mirar a sus dos hijas. A pesar que las
dos eran casi sumas sacerdotisas, aún no lo eran y no deberían haber
hablado sin su consentimiento. A pesar de ello, sus palabras le gustaron así
que decidió dejarlo pasar sin ningún comentario acerca de ellos.
- Si, somos la novena casa- replicó Malicia- ¿Pero acaso no es mejor ser la
octava?
Un brillo apareció en el ojo de sus hijas, entonces supo que había elegido
bien. Ser la octava casa confería el derecho a un asiento en el consejo de la
ciudad y un día uno de sus hijas heredaría el puesto. La avaricia era mejor
motivador que el castigo. Ahora Vierna y Maya la miraban con sumo interés.
Malicia elevó una mano a su garganta. – Estoy sedienta, quiero vino.
Sin discusión, sus dos hijos se habían mantenido silenciosos en un rincón
apatado. Los varones no podían opinar sobre los temas de las casas si no
eran directamente preguntados por ello. Con 11 años y de lejos el más joven
de los dos, Drizzt se había convertido hace poco en príncipe paje, y no era
aún un noble de pleno derecho. Por lo tanto, servir a su madre matrona era
su trabajo. A pesar de ello el chico parecía no haber oido sus requerimientos
y continuaba con la mirada fija en sus botas, que era lo que se esperaba de
un príncipe paje en presencia de nobles. Después de unos incómodos
instantes, Dinin, el hermano mayor golpeó en la oreja a Drizzt, sacándolo de
su estupor.
-Ya has oido a la madre Matrona, está sedienta.- Susurró Dinin.
El pequeño Drizzt parpadeó e hizo un leve gesto de asentimiento de
cabeza. Se apresuró a una mesa dorada donde había unos vasos de cristal y
un decantador leno de vino oscuro de hongos.
Malicia continuó en vez de esperar. – El festival de los fundadores se
aproxima, el festival donde se rememora el día que se fundó Menzoberrazán
hace más de 5.000 años. ¿Alguno de vosotros sabe qué ocurrirá ese día?
- ¡Yo lo sé!
Todos miraron sorprendidos al pequeño Drizzt. Estaba delante de Malicia
sosteniendo una copa de vino. Para Dinin un varón adulto, hablar sin haber
pedido permiso se tomaba como una gran ofensa. Para un príncipe paje era
simplemente impensable. A pesar de ello, antes de que Malicia reaccionase el
chico continuó.
- En el festival de los fundadores, la Reina Araña se presenta en algún
punto de la ciudad. – Drizzt frunció el entrecejo mientras recordaba los
detalles. – Aparece disfrazada. Yo creo que es para saber lo que los drow
piensan realmente acerca de ella.
Briza fue la primera en recuperarse. Dio un paso adelante esgrimiendo su
látigo de cabezas de serpiente. –¡Maldito idiota! – vociferó. - ¡Es sólo una vieja
historia! Alzó el látigo. Drizzt se quedó quieto temblando de miedo pero no
retrocedió.
La manó bailó, acelerando el descenso del látigo.
- La historia es cierta, ¡estúpida!- Malicia volcó su ira directamente contra
su hija.
Briza se quedó perplejo con un gesto de incredulidad.
Malicia hizo un sonido de disgusto. – Quizá te dieron la túnica de alta
sacerdotisa demasiado pronto Briza, si un niño varón sabe más que tu.
Briza empezó a balbucear una disculpa, pero Malicia la dió la espalda. Se
acercó al chico, apretando firmemente su mandíbula con su mano,
levantando su cabeza cruelmente. La copa se cayó de sus manos y el vino se
esparció por el suelo como si fuese sangre oscura. Ella le miró a los ojos,
sujetándolos con la fuerza de su mente para que no pudiesen desviar la
mirada. Sus ojos eran de un inusual color lavanda, como siempre Malicia se
preguntó qué veían esos ojos que los demás ignoraban.
- Cuéntame qué mas sabes sobre el festival.- Ordenó.
El chicó se quedó inmóvil en mudo terror. Ella presionó sus dedos,
clavándolos en la carne del chico.
-¡Dímelo!
A pesar de su miedo, Drizzt se las arregló para hablar: La verdad es que
no sé nada mas, respiró – Excepto que el día del festival tienes que ser
amable con todo el mundo, incluso con los goblins, porque no hay forma de
saber el disfraz que Lloth va a adoptar. Eso es todo.
Ella rebuscó en sus extraños ojos lilas una vez mas, después asintió,
satisfecho de oir la verdad de los labios del chico. Era peculiar, el más joven
de sus hijos y casi imposible de aprender respeto y comportamiento. Sin
embargo, había algo de poder en él. Lo presentía, aunque de momento
estaba enterrado. Pero si sometía ese poder con su mente y su
temperamento, podría ser una poderosa arma en sus manos algún día.
Malicia soltó al niño. Drizzt permaneció de pies confundido hasta que
Dinin, con cara de enfadado, le ordenó que volviese a su lado. No cabía duda
de que Dinin castigaría al chico más tarde por haberlo dejado en evidencia,
ya que era su deber educar sobre el comportamiento de un príncipe paje.
Malicia no intervendría, era el derecho de Dinin y eso fortalecería al chico.
Malicia se dirigió a su familia. – A pesar de ser un niño Drizzt está en lo
correcto. El cuento no es una simple leyenda, a pesar de que muchos lo
piensan. En el festival de los fundadores la Reina Araña aparecerá en algún
lugar de la ciudad. Si se presenta en una casa noble, esa casa recibirá un
gran honor y es seguro que prosperará en el año siguiente.- Su voz bajó de
tono hasta un ronroneo autocomplaciente. – Mi plan hará que sea la casa
Do`Urden la que Lloth elija.- Zaknafein soltó una carcajada. – Con todo el
respeto, estás muy segura de ti misma Matrona. – ¡Claro que lo estoy! –
Contestó Malicia- ¿Qué había hecho ella para ser maldita con estos
irrespetuosos varones? Por lo menos Dinin sabía cúal era su lugar.
- ¿Cómo piensas traer a Lloth, madre? – Preguntó Briza en un tono sumiso
que dejaba claro que intentaba recuperar el favor de su madre.
Malicia dejó creer a Briza que había tenido éxito. – Con esto – Respondió,
de su vestido sacó una piedra muy oscura tallada con la forma de una araña
con un único rubi engastado en su abdomen. Esta joya indicará a quien la
lleve el camino hacia una reliquia sagrada, la daga que un día utilizo
Menzoberra quien funcó la ciudad en nombre de Lloth hace tantos años. La
persona que me ha dado la piedra me ha asegurado que si conseguimos la
Daga. de Menzoberra, Lloth nos agraciará con su presencia como recompensa
Los demás escucharon atentamente y asintieron, todos excepto
Zaknafein, quien de nuevo planteó una pregunta escéptica. – ¿Cómo has
conseguido esa información y esa joya?
Malicia le dirigió una mirada terrorífica. – He convocado a una yochlol.
Los demás la miraron con miedo y horror, incluido Zaknafein para su
satisfacción..
- Si, lo hice yo sola. – Siguió –Un gran riesgo, pero Lloth favorece a
quienes toman riesgos.
A pesar de su placer, Malicia se estremeció al recordar la ceremonia
secreta. No se convocaba a una de las sirvientas de Lloth por capricho. A
pesar de ser la Matrona de la novena casa y de sus 5 siglos de edad, tembló a
la vista de la masa amorfa y burbujeante que surgió entre las llamas mágicas
que había conjurado. Si se hubiese sentido ofendida con su llamada, la
yochlol la hubiese convertido en araña y la hubiese aplastado con su mano.
Pero el momento parecía oportuno para correr el riesgo y Malicia no se
equivocó. La yochlol se sintio halagada con su deferencia y le otorgó la joya
con forma de araña como respuesta a su pregunta de cómo aumentar su
posición a los ojos de Lloth.
Se aproximó al maestro de armas. – Zaknafein, te confío la joya de araña
y la tarea de encontrar la Daga de Menzoberra en el nombre de la casa
Do’Urden.- Acto seguido le tendió la oscura piedra.
Zak se quedó mirando la piedra pero no hizo ningún ademán de cogerla.
Todos vieron como la ira enrojecía las mejillas de Malicia. – No me
desafies en esto, Zaknafein.- Le advirtió con una peligrosa voz – He sido
indulgente en el pasado, pero no voy a sufrir tu vergüenza nunca mas. Si me
fallas en esta tarea será lo último que hagas.
Los otros contuvieron el aliento mientras la madre matrona y el maestro
de armas se cruzaban las miradas durante un instante interminable. Por un
momento Malicia no las tuvo todas consigo de que ganaría. Finalmente Zak
bajó la mirada y tomó la joya en sus manos. – Encontraré la daga, matrona, o
moriré en el intento.- Masculló entre dientes apretados.
Malicia se mordió la lengua para evitar un suspiro de alivio. No siempre
disfrutaba siendo tan dura con sus hijos y sirvientes, pero ella era la madre
matrona, y la prosperidad de la casa estaba por delante de todo, incluso de
sus propios sentimientos. – Una sabia elección, Zaknafein- Fue todo lo que
dijo. Después de un momento habló con voz enérgica. – Ahora, quiero estar a
solas con mis hijas.
En este momento, los tres varones hicieron una reverencia y se
acercaron a la valla de adamantita. Totalmente acompasados, levitaron por
encima y se perdieron en el nivel inferior.
- Encontrar la daga no va a ser un desafio fácil. – Añadió Briza cuando los
varones hubieron desaparecido – ¿Qué ocurrirá si Zaknafein realmente muere
en la búsqueda?
Vierna y Maya miraron a la mujer mayor con preocupación, queriendo
expresas sus propios reparos, pero mantuvieron la boca cerrada recordando
su lugar.
Malicia tamborileo los dedos contra su mejilla en actitud indiferente. – Si
Zaknafein muere en la búsqueda, morirá por la mayor gloria de Lloth y
nuestra diosa lo tomará como un sacrificio. – Malicia se permitió una
carcajada. – En ambos casos – siguió – Lloth estará orgullosa de la casa
Do’Urden.
Sus hijas se unieron a las carcajadas.
Capítulo 3: El Príncipe Paje
Nunca levantes la vista del suelo.
Esa fue la primera lección que Drizzt Do’Urden aprendió como principe
paje, y fue una lección duramente aprendida. No podía contar las veces que
había sentido el doloroso mordisco del látigo de cabezas de serpiente de su
hermana Briza como castigo por romper esa importante regla. Y eso que no
era una cosa tan dificil de recordar. Drizzt sabía que no debía alzar la mirada
sin permiso. Pero saber algo no hace más fácil el cumplirlo. No importaba
cuanto se esforzara en no levantar la mirada de sus botas, parecía que algo
pecular, o interesante o maravilloso captase su atención, y antes incluso de
darse cuenta levantaba la mirada.
Desafortunadamente, Briza estaba detrás esperando a que tal afrenta
ocurriese. Entonces, con un malvado grito, desenfundaba su látigo y daba
rienda suelta a las serpientes vivas contra su espalda. Drizzt nunca lloraba o
intentaba evitar los golpes. Con eso sólo conseguiría incrementar la cantidad
de azotes. Era el príncipe paje, y según su punto de vista, era la forma de
vida más baja de toda la casa Do’Urden.
- Principe paje, ¡ven aquí! – Llamó una voz a través del salón principal de
la casa. – Tengo una tarea para ti.
Esta vez Drizzt recordó que debía mantener la cabeza baja. No podía ver
al interlocutor, pero esa voz la conocía muy bien, era la de su hermana
Vierna.
Durante los primeros diez años de su vida, antes de convertirse en el
príncipe paje, la voz de Vierna era la única que había escuchado quitando la
suya propia. Vierna había sido su tutora. Drizzt se le había entregado de
pequeño y tenía la tarea de enseñar a Drizzt a comunicarse, tanto con el
lenguaje hablado como con el complicado lenguaje de signos utilizado por los
drows para comunicarse silenciosamente. También le había enseñado como
usar y mantener el control sobre las innatas capacidades mágicas: El hechizo
de levitación y el de conjurar fuegos feéricos. Más que cualquier otra cosa, le
había enseñado el estatus de los varones drow en la sociedad. Las hembras
eran sus superiores y siempre tenía que honrarlas. Ella le había hecho repetir
esta doctrina tantas veces que en ocasiones se despertaba repitiéndola en
voz alta..
A pesar que los métodos de enseñanza de Vierna habían sido de todo
menos amables, pocas veces había utilizado su látigo con él y cuando lo
hacía no demostraba el rencor de su hermana Briza. En cambio, desde que se
convirtió en príncipe paje hace un año, Vierna retomó sus estidio en ArachTinilith, y pronto sería consagrada como suma sacerdotisa de Lloth. Cuando
ese momento llegase Drizzt sabía que podía dejar de esperar buen trato por
parte de su hermana. Las sumas sacerdotisas de Lloth no eran conocidas por
su clemencia.
Manteniendo sus ojos en el suelo, Drizzt se apremió en dirección a la voz,
confiando en sus afilados instintos para evitar objetos que no podía ver. En
unos instantes llegó a unas zapatillas de piel que sabía pertenecían a su
hermana.
- Escucha bien príncipe paje, porque no te lo repetiré dos veces. – dijo
Vierna con tono cortante. – El festival de los fundadores es dentro de dos días
y la matrona ha ornado que la casa esté lista para la inminente visita de la
Reina Araña.
-Si finalmente se molesta en venir. – murmuró para sí antes de pensar
siquiera en controlar sus palabras. Afortundamente para él, Vierna no lo
escuchó o decidió ignorarlo.
- Un hongo verde ha crecido en las paredes del gran salón desde la
última fiesta.- la joven drow prosiguió. – Briza quiere que limpies todas las
piedras, con esto.
En su mano sostenía una cucharilla de cobre. El chico miró sorprendido a
la pequeña cucharilla. Era claramente inadecuada para una tarea tan grande,
la superficie a limpiar era simplemente enorme.
- ¿Se supone que tengo que rascar todas las paredes del gran salón de
festejos con esto? Gruñó, olvidándose del lugar que le correspondía.
- ¡No me cuestiones, Principe Paje! Le advirtió Vierna con una voz
creciente. – ¡Puedes estar seguro que recibirás un latigazo por cada hongo
que dejes en las paredes!
Sabiendo que era mejor no cuestionarla, Drizzt empezó a asentir. Para su
sorpresa, Vierna se acercó y le susurró al oido. – He lanzado un hechizo sobre
la cucharilla, haciéndola más afilada, hermanito, quizás así la tarea deje de
ser imposible. Pero te juro, que si le dices a Briza o a cualquier otra persona
lo que he hecho, te golpearé hasta que tu piel se separe de tu cuerpo como si
fuese una capa de rothe.
Drizzt se estrimeció con sus palabras. Sabía que no debía ponerlas en
duda y que en caso necesario cumpliría su palabra. Antes que puediese
contestar, Vierna se giró y desapareció por una puerta lateral. Drizzt estudió
la cucharilla que tenía en la mano, con la yema de los dedos probó lo
mágicamente afilada que estaba. Puede que las sacerdotisas de Lloth en
Arach-Tinilith no le hubiesen arrebatado a Vierna su clemencia, todavía.
Sin querer ser visto con el objeto encantado, Drizzt se dirigió a un
pasadizo. Con once años, era como otros muchos niños drows, pequeño y
delgado, pero tan rápido como el látigo de Briza. En unos breves instantes
estaba en el gran salón.
A diferencia de la mayoría de las casas nobles de Menzoberrazan, que
estaban construidas en las estalagmitas o estalactitas, la Casa Do’Urden
estaba en la zona oeste de la pared de la gran caverna. El gran salón era la
estancia más profunda de la casa, y por eso era más húmedo y propenso al
moho.
Drizzt gruñó con un profundo disgusto mientras miraba las paredes. Las
piedras estaban cubiertas de un musgo verduzco del que emanaba un tenúe
resplandor. Suspiró. Autocomplacerse sólo le daría mas tiempo al musgo para
crecer. Esgrimiendo la cucharilla, se aproximo a una de las paredes y empezó
con su tarea. Vierna había subestimado el poder de su hechizo.
A la par que Drizzt rascaba con la cucharilla por la pared, tiras de musgo
caían y ennegrecian convirtiéndose en polvo. Sin poder creer lo que veía,
corrió a pasar el instrumento hechizado por la pared de nuevo. Un suave y
oscuro trozo de pared apareció. Una sonrisa cruzó la cara del joven drow.
Parecía que la horrible tareas que Briza le había destinado no iba a ser tan
eternamente tediosa como ella se había esperado.
Con energía, el joven elfo oscuro se lanzó a completar la tarea.
Concentrándose plenamente, se elevó en el aire haciendo uso de sus poderes
de levitación como noble drow para alcanzar las partes más altas y el techo.
Pronto se convirtió en un juego de volteretas y piruetas en el aire, cortando
trozos de hongos con la cucharilla encantada. Se imaginó que era la familiar
cara de Briza la que caía y se desintegraba, y pronto ecos de joven risa élfica
se escucharon por toda la sala. Después de lo que pareció un corto espacio
de tiempo, Drizzt se sentó en el suelo respirando profundamente y sonriendo.
Inspeccionó las paredes, no había rastro de hongos en las suaves superficies
de ónice.
Un sonido llegó a sus puntiagudas orejas. Alzó la cabeza y vió a una rata
corretear por la piedra. La pequeña criatura cruzó por el suelo del salón, sus
ojos rojos como la sangre apuntando a un agujero en la pared opuesta. Con
un grito de guerra, Drizzt voló por el aire y se plantó en medio del camino de
la rata, blandiendo la afilada cucharilla delante de él. No era precisamente
una espada, pero tampoco la rata era una peligrosa criatura de la
infraoscuridad. Ninguna de las dos cosas le importaban a Drizzt.
A veces, desde un punto secreto de vigilancia en un lugar elevado,
observaba a Zaknafein, el maestro de armas entrenando a los trescientos
soldados de la casa Do’Urden. Durante horas, Drizzt les veía practicar sus
habilidades con las armas. No estaba seguro de por qué pero una gran
fascinación corría por sus venas cuando escuchaba el sonido de las armas de
adamantita, y veía los bailes de maniobras de ataque que Zaknafein
enseñaba. Drizzt estaba condenado a vivir como príncipe paje otros 5 años,
pero después si Briza no se las arreglado para matarle con su malvado látigo
se convertiría en un noble de pleno derecho y sería el momento de entrenar
las habilidades de las que la casa Do’Urden sacaría provecho. Drizzt sabía
que era posible que le mandasen a la torre de hechicería de Sorcere en Tier
Breche, para aprender los oscuros secretos de la magia. Pero en el fondo de
su corazón, quería que le entregasen a Zaknafein, para que el maestro de
armas le enseñase la peligrosa danza.
Haciendo su mejor imitación del maestro de armas, Drizzt giró alrededor
de la rata. La criatura siseó, levantándose sobre sus cuartos traseros y
enseñando sus dientes amarillentos. Drizzt atacó con su cucharilla afilada
mágicamente. A pesar de lo rápido que era, la rata era aún más rápida. Le
esquivó perfectamente y se escabulló del salón de festejos. Con un salto,
Drizzt salió corriendo detrás de ella. Alcanzó a su enemigo y se cruzó en su
camino de nuevo. La criatura se arrinconó, siseando y babeando, con los ojos
llenos de odio. Drizzt acorraló a su enemigo. Como había visto cientos de
veces a Zaknafein, levantó su arma y después la lanzó en un rápido
movimiento definitivo.
Se detuvo, parando la cucharilla unos centimetros antes del desastre.
Aprovechando su oportunidad, la rata se escabulló entre las piernas de Drizzt
y desapareció por una rendija. Drizzt ni siquiera la miró, sus ojos bizcos
miraban al objeto que se encontraba delante de su cara.
Una tela de araña. Los plateados hilos formaban una tela de araña que se
unía a la esquina del corredor. En el centro de la tela de araña, como una
joya, colgaba una pequeña araña. Si no hubiese interrumpido su tajo en el
último momento, su brazo hubiese atravesado el frágil tejido. Con gran
cuidado, Drizzt bajó la cucharilla. Todas las arañas eran sagrada para la Diosa
Lloth. El haber destrozado la telaraña de una de ellas le hubiera reservado
unas buenas sesiones con el látigo de Briza. Pero si además hubiese matado
accidentalmente a la araña...
Drizzt dejó salir un tenue suspiro. El castigo por matar a una araña era la
muerte: rápida, dolorosa y sin posibilidad de indulto.
A pesar del desenlace fatal de su casi accidente, Drizzt se acercó a la
telaraña con fascinación, estudiando a la araña del centro. –No entiendo esta
Lloth vuestra- murmuró en alto – todo el mundo quiere su favor, mi madre, mi
hermana. Todas las otras casas. Harían lo que hiciese falta para conseguirlo.
Pero a la vez, están aterrorizadas por Lloth. Algunas veces tengo la impresión
de que también la odian. Pero eso tan sólo hace que la adoren mas. ¿Por qué?
¿Por qué es tan importante si es tan mala? – La araña sólo siguió colgada
silenciosa en su telaraña. Drizzt frunció el ceño con disgusto. – Bien, no me
importa lo que piense el resto – decidió - No tengo miedo de las arañas, si
Lloth se me aparece en el festival, le diré lo que pìenso en su fea cara.
Envalentonado con su decisión, se giró y volvió por el pasadizo, de vuelta
al caprichoso mundo que conocia como Príncipe Paje, dejando a la araña en la
oscuridad girando en su telaraña.
Capítulo 4: En el fuego
A Zaknafein no le gustaba esta misión.
El maestro de armas permanecía en el parapeto por encima de las
puertas de adamantita que guardaban la entrada de la Casa Do’Urden. Las
puertas estaban a medio levantar, para que los nobles de la casa pudiesen
levitar por encima fácilmente mientras que los goblins, gnomos y otra escoria
se mantenían fuera. En épocas de crisis, las puertas podían levantarse para
cubrir totalmente la entrada a la casa, para que nadie pudiese atravesarlas.
Alguna vez, Zak había reflexionado sobre el verdadero propósito de las
puertas. Quizás no habían sido forjadas para proteger a los drows de la casa,
si no para mantenerlos dentro.
Zak observó el complejo de cámaras privadas de los nobles de la casa a
través del balcón. Distinguió figuras borrosas moverse entre las brumas. ¿Qué
oscuros planes estarían planeando la Matrona Malicia y sus hijas? – Se
preguntó.
Justo cuando Zak se disponía a marcharse, una pequeña forma descendió
de la balconada medio flotando medio cayéndose. Un segundo después, Rizza
alcanzó la barandilla y la agarró fuertemente mientras gritaba y agitaba su
látigo de cabezas de serpiente como muestra de su enfado. La pequeña
figura, sin embargo se había esfumado por el pasillo. La cara de Briza se
trastorno en una máscara de ira mientras volvía al nivel superior.
A pesar de su mal humor, una pequeña sonrisa se dibujó en los labios de
Zak. Así que el pequeño Príncipe Paje Do’Urden... como se llamaba? Drizzt?
Estaba provocando dolores de cabeza a su hermana mayor otra vez. Zak no
le suponía ese caracter de uno de los hijos de Rizzen. Drizzt podría ser un
fuerte e inteligente elfo algún día si su caracter no se echaba a perder, como
seguramente ocurriría. Una vez Zak albergó esperanzas similares para su hija
Vierna, pero los maestros de Arach-Tinilith la adoctrinaron a sus anchas. Cada
día Vierna se parecía mas a Malicia en sus ansías de ganar el favor de Lloth.
Ah, Malicia. Zak recordó los años en los que había sido el patrón de la
casa Do’Urden. Por un tiempo, creyó que amaba a Malicia, y que ella le
correspondía hasta el día en el que ella le relevó de su cargo y se percató que
todo lo que le importaba era la posición social que ocupaba la Casa Do’Urden
en la escala de favor de Lloth. En ocasiones, Malicia convocaba a Zak a sus
habitaciones y el cumplía. Las ordenes de una madre matrona no se podían
desobedecer, además no era del todo desagradable. Aún Zak veía que
cualquiera que fuera el sentimiento que había entre ellos, aún estaba ahí
pero no era ni había sido nunca amor.
Una araña gigante esculpida en una piedra verde oscura descansaba en
el parapeto detrás de Zak. Una araña de jade. Docenas de ellas patrullaban la
casa Do’Urden como defensa ante cualquiera que traspasase las puertas.
Tenían un poderoso encantamiento que en presencia de un intruso, las
arañas se animaban y atacaban con una rápida y mortal fuerza.
- ¿Por qué no me atacas ahora, araña? –Siseó Zak con una voz llena de
consternación – Aquí soy un impostor, ¿no puedes percibir que soy tu
enemigo?
Pero la araña siguió siendo de piedra.
Zak sintió una mirada en la nuca. No necesitaba mirar a la balconada
para saber que le estaban observando. No podía retrasar su misión ni un
segundo mas. Una brisa de aire calentado por algún pozo lejano y profundo
de lava devolvió su largo pelo blanco a su espalda. Zak descendió del
parapeto utilizando sus innatos poderes de levitación. Sin mirar atrás, se
perdió en el laberinto que era Menzoberrazan.
Después de una corta distancia, paro, sacando la joya de araña de la
bolsa que llevaba al cuello. Dejó la pequeña araña de onice en la palma de su
mano, después pronunció la palabra mágica que Malicia le había enseñado
que a su vez le había enseñado a ella la yochlol. De repente, el rubí
engastado en el abdomen de la araña empezó a lucir. Ahora viva, la araña
correteó por la palma de la mano de Zak. Sólo con la fuerza de su mente
consiguió resistir el instinto de cerrar la mano y aplastarla. Moviendo las
piernas, la araña describió unos circulos y después se detuvo apuntando
hacia la derecha de Zak. Ese debería ser el camino, se giró y se dirigió a una
calle lateral.
Zak sólo podía imaginar dónde le llevaría la araña. Según la yochlol, la
Daga de Menzoberra estaba escondida en algún lugar de la ciudad. Era dificil
de imaginarlo. Después de todo, no había un milímetro de esta caverna que
no hubiese sido explorado por ojos dorw, tocado con manos drows y
explotado por familias drows durante siglos. El lugar donde se encontraba la
daga, tenía que ser peliagudo para haberse mantenido oculto durante cinco
mil años. A pesar de ello, Zak tenía la esperanza de que la araña enjoyada le
condujese efectivamente al lugar donde se encontraba. Malicia había dejado
sus órdenes muy claras. A pesar de lo que sintiese por él, esta vez un fallo
sería imperdonable.
Al principio Zak pensó que la Daga de Menzoberra estaría escondida en
Qu'ellarz'orl. La araña parecía conducirle directamente a la meseta donde se
encontraban los complejos de las casas mas poderosas de Menzoberrazan,
incluida la casa Baenre, la primera y más poderosa casa de Menzoberrazan.
El corazón de Zak sufrió un vuelco. Si la daga estaba escondida en una de las
casas, no tenía opción a recuperarla. Dificilmente podría llamar
tranquilamente a las puertas de la casa Baenre preguntando a ver si podía
echar un vistazo. La única respuesta que cabía esperar era un rayo de
energía mágica que parase su corazón inmediatamente.
Justo cuando Zak llegó al límite del bosque de setas que era la frontera
de la exclusiva meseta, la araña se movió a la parte izquierda de su mano,
apuntando directamente al centro de la ciudad. Zak se permitió un suspiro de
tranquilidad antes de continuar.
Prácticamente había llegado al destino cuando se percató hacia donde le
dirigía la araña.
Zak había alcanzado el mismísimo centro de la gran caverna que
albergaba Menzoberrazan. Levantó la mirada de la araña en la palma de su
mano. El encantado arácnido se había alineado con el gigantesco pilar de
piedra que se alzaba delante de él: Narbondel.
Por supuesto. Tenía mucho sentido. De todas las formaciones rocosas
que había en Menzoberrazan, sólo una había permanecido intacta durante
milenios de las manos o la magia drow. Era un monumento en la caverna,
desde que Menzoberra había liderado a su gente allí cinco mil años atrás: el
pilar de Narbondel. Sólo aquí podría haber algo importante escondido durante
tanto tiempo.
Zaknafein se aproximó al pilar por los lugares donde la temperatura se
aproximaba a la de su propio cuerpo, manteniendose así invisible a la visión
infraroja. No estaba prohibido merodear por Narbondel, pero nadie lo hacía. El
pilar era responsabilidad del archimago de la ciudad, cuya tarea consistía en
convocar fuegos mágicos que subían y bajaban por el pilar a diario. Zak
dudaba que Gromph Baenre se tomase a bien que él andase por allí y recibir
uno de los poderosos conjuros del archimago no era una cosa que deseara en
absoluto.
El maestro de armas se aproximó a una zona de aire caliente en la base
del pilar y pasó a la visión normal. La araña parecía nerviosa, como si
desease llegar a la reliquia que llevaba tanto tiempo perdida.
-Paciencia- susurró Zak, aunque no estaba seguro si para la araña o para
si mismo.
Cuando miró el calor residual prácticamente había llegado a la base del
pilar. La piedra estaba de nuevo fría y oscura. Esto era la Negra Muerte de
Narbondel. La medianoche se aproximaba. Sería la única oportunidad de Zak.
Ahora el archimago descansaba en sus lujosos aposentos de Sorcere,
preparándose para lanzar el hechizo de fuego que marcaría un nuevo día. No
habría miradas mientras el pilar estaba frío. Podría permanecer oculto, o eso
esperaba al menos.
Dejando atrás la seguridad de la zona de aire caliente, Zak rodeó
Narbondel. La superficie del pilar era irregular, llena de recovecos. Un
pequeño cuchilo podría insertarse en cualquiera de ellos. Sujetando la araña,
miró alrededor del pilar intentando adivinar donde podría estar la daga. La
araña daba circulos en su mano pero no paraba, como si le fuese imposible
determinar una dirección. Entonces una idea le vino a la cabeza. Levantó su
cuello, mirando a la cima del pilar. Claro, era una dirección que la araña no
podía indicar: Arriba.
Zak podría haber levitado ahí arriba en unos segundos. Sin embargo
utilizar la magia habría llamado la atención. No se podía arriesgar. No podía
alertar a las otras casas nobles acerca de su misión. Ya sería bastante dificil
conseguir la daga sin competencia. Zak tendría que llegar a la cima del pilar
por el método tradicional.
No se paró a mirar si alguien le estaba observando. La velocidad era su
única esperanza. Con movimientos rápidos y seguros, Zak empezó a escalar
por la superficie de Narbondel. Cerró sus ojos conentrándose en los aisderos
que sus manos podían encontrar. Empezó a sudar por el esfuerzo. Apretó los
dientes y siguió subiendo. Al fin, logró alcanzar un lugar donde parar a
descansar un momento. Se tumbó boca arriba con el corazón agitado,
enseguidá se obligo a continuar de nuevo.
Zaknafein miró desde la cima de Narbondel.
Una muda admiración se le escapó. Menzoberranzan se extendía a sus
pies como una telaraña increible, inimaginable. Los fuegos mágicos se
repartían por la ciudad, aunque en vez de alumbrar parecía que ayudaban a
crear sombras que acrecentaban la sensación de oscuridad. Era una vista tan
gloriosa como prohibida.
-¿Esta es la preciosa pesadilla que hemos creado? Zak murmuró en voz
alta.
Por el rabillo del ojo, captó unos lejanos destellos de luz que le sacaron
de su ensimismamiento. Se volvió para ver distintos globos de luz mágicos
por los alrededores de Tier Breche, la famosa academia de la ciudad. El
archimago había dejado sus aposentos en Sorcere y se disponía a ir a
Narbondel para cumplir su tarea. A Zak no le quedaba mucho tiempo.
Echando mano de nuevo a su saquito del cuello, sacó la Joya de araña.
Para su sorpresa, la araña saltó de su mano al suelo. El pequeño arácnido
echó a andar por la cima del pilar. Zak siguió la tenue luz mágica del
abdomen de la araña. De repente y sin previo aviso, la luz se desvaneció. Zak
tragó, pensando que haía perdido la araña. Segundos después se dio cuenta
que se había deslizado por un hueco entre las rocas.
De rodillas enfrente del hueco, introdujo los dedos por la apertura, éstos
tocaron un sensible mecanismo de algún tipo que se deslizó al tocarlo. En el
mismo instante, un soplo de aire subió por el hueco mientras se oía un golpe
metálico contra la roca. Un círculo de roca se hundió por la cima del pilar
dejando una apertura como para que un elfo pudiese gatear en ella.
Zak se permitió el lujo de soltar una risita, parecía que finalmente la
araña hizo su cometido.
Preparado para cualquier cosa, el maestro de armas se agachó al lado del
agujero en el pilar. Oteó al interior con su visión infraroja viendo tan solo frío
y oscuridad. No había nada que hacer excepto ir al interior. Zak bajó a pulso
desde el borde y sus pies tocaron un escalón. A sus pies una especie de luz
escarlata relucía. La joya de araña. Cogió la joya y la introdujo de nuevo en su
bolsa.
A solas, descendió la escalera de caracol internándose cada vez más en
el corazón de Narbondel. Con cada paso, el aire se hacía más pesado. Las
paredes y escalones de alrededor tenían la misma calidez, así que para sus
ojos élficos eran brumas borrosas por lo que se tuvo que guiar sólo con el
tacto. Pronto estuvo seguro de que había bajado más que lo que había
subido. Ahora estaba bajo Narbondel. A pesar de ello la escalera bajaba y
bajaba, internándose en las entrañas del mundo.
Sin aviso la escalera terminó abruptamente en una caida libre. Zak pudo
detenerse justo a tiempo, tambaleándose en su último paso. Delante sólo el
vacio y una especie de bruma azulada flotando en el aire. Con un parpadeo
Zak cambió a la visión normal. Un sendero se abria a sus pies.
Estaba en el borde de una gran telaraña. Unos gruesos hilos plateados
formaban una red gigantesca con el vacio como fondo. Era de las cuerdas de
donde emanaba la tenue luz.
Vió algo en el mismo centro de la telaraña. Una especie de paquete de
algún tipo. No, no un paquete, un capullo. Del interior surgía un pulso de luz
morada. Algo había en el interior. Zak tuvo un presentimiento, pero sólo
había una forma de saberlo a ciencia cierta.
Concentrándose, Zak intentó levitar, pero sintió su cuerpo extrañamente
pesado. Un campo antimagia cubría este lugar, así que la magia no
funcionaría aquí. Tendría que alcanzar el centro de otra manera. Uno de los
hilos de la telaraña estaba a sólo unos pasos del último escalón. Zak midió la
distancia y después salto sobre el filamento de tan sólo un par de dedos de
grosor con la agilidad de un acróbata.
Demostrando la agilidad que sólo la raza élfica tenía, el maestro de
armas se movió por el entramado de hilos. El material sedoso se combaba a
su paso a pesar de su liviano peso, aunque eso no le reportaba ninguna
dificultad. Sin mirar abajo, bailó por los hilos cruzados. Pronto llegó al centro.
El capullo era grande, un orbe de hilos entrelazados más grande que su
brazo. Una luz violeta seguía palpitando del interior como si estuviese vivo.
Cogiendo el cuchillo de su cinturón, Zak lo clavó. Los filamentos eran duros y
elásticos y el cuchillo rebotó. Lanzó otro tajo al capullo. Al tercer intento, el
cuchillo de adamantita se rompió pero no sin antes provocar un profundo
corte en el capullo. Zak tiró el trozo roto al abismo a sus pies, después metió
los dedos por la hendidura. Sus dedos se afianzaron a algo suave y caliente.
Tiró de ello, mirando con admiración al cuchillo ornamentado que sostenía en
su mano. La gran piedra engastada en su empuñadora vibraba con fuerza
propia. La Daga de Menzoberra.
Zak dejo escapar un grito de victoria. Se levantó, balanceándose en la
red y esgrimiendo su premio. El capullo estaba oscuro. Mientras lohacia el
interior. Huesos amarillentos se empezaron a caer del capullo, cayendo al
abismo. Así que esto era una tumba, el lugar de descanso eterno de
Menzoberra.
Un sonido repentino, como el chasquido de un látigo se hizo eco en las
paredes de piedra. En ese mismo instante los filamentos en los que se
sostenía Zak temblaron, casi lanzándolo al abismo. La telaraña se estaba
rompiendo. Cerca, otro de los hilos se partió. Como el látigo de un gigante,
uno de las partes rotas siseó al rozar a Zak trazando una linea en su mejilla.
La sangre empezó a manar por la herida. Unos centimetros mas y su cabeza
se hubiese separado limpiamente de sus hombros. La tela de araña entera
empezó a vibrar y temblar mientras mas y mas filamentos se movían
vertiginósamente.
Asegurando la daga en su cinturón, Zak corrió para ponerse a salvo
mientras trataba de mantener el equilibrio. Un agudo chasquido le bastó para
ponerse alerta. Se escabulló del peligro un instante antes de que hubiese sido
fatal. Aterrizando en otro de los hilos, seiguió corriendo mientras buscaba el
hilo más cercano a la escalera. Tres veces mas tuvo que saltar en el último
instante antes de que los hilos que lo sostenían cayeran. La red entera estaba
cayendo hacia el abismo, aunque de momento él había conseguido
sobrevivir.
Zak se paró un momento y tensó sus piernas, preparándose para saltar a
la escalera. Fue demasiado lento. Antes de poder moverse la cuerda se
chascó. Zak intentó llegar a otra pero no había ninguna. El resto de la gran
telaraña se desmoronó. Red y maestro de armas se precipitaron a la
oscuridad.
Su instintó activó el poder de levitación y esta vez, funcionó. Zak se
mantuvo en el aire mientras la tela de araña se desvanecía. Zak se rió de su
propia estupidez. Claro! El campo antimagia provenía de la tela de araña.
Cuando la red se rompió, se rompió también el campo antimagia y sus
poderes regresaron.
Zak aterrizó en el último escalón, después empezó a subir. Había subido
un gran trecho cuando sus sensibles orejas escucharon un sonido suave
aunque claro, una voz.
- La medianoche se aproxima, el momento ha llegado, que los fuegos se
enciendan.
Zak se quedó quieto. Esa voz sólo podría perteneces a una persona: el
Archimago. Zak había subido hasta la base de Narbondel. Por los huecos y
hendiduras las palabras del archimago habían llegado al interior del pilar, y
su significado renovó los temores de Zak.
Que los fuegos se enciendan.
Filtrándose, las palabras arcanas hicieron crepitar la magia. Un hechizo.
Zak no esperó a escuchar el final. Con renovada urgencia, se apresuró por la
escalera. Había dado tres vueltas a la escalera de caracol cuando escuchó el
rugir del fuego. Una luz anaranjada surgió del fondo, junto con un golpe de
aire ardiente. La medianoche había llegado. El archimago había lanzado su
hechizo. Los fuegos de Narbondel estaban renaciedo.
Zak siguió subiendo. El ardiente aire quemó su nariz y sus pulmones y las
lágrimas empezaron a correr por su rostro. El brillo anaranjado perfiló su
silueta. Pasarían horas hasta que el fuego mágico se esparciese por el pilar
pero mientras tanto, la escalera de caracol actuaba como una chimenea. Las
llamaradas mágicas subían por el hueco como si fuese el aliento de un
dragón.
Aún a´si Zak fue más veloz. Luchando por respirar, llegó a la cima de la
escalera. Un círculo de fría oscuridad se enfrentaba a él. La trampilla. Alcanzó
el mecanismo de apertura. La misión había sido un éxito. Malicia tendría su
preciada Daga...
Zak se paró repentinamente. Un rugido tronó por el corredor. El fuego
mágico estaba tan sólo unos segundos detrás... A pesar de ello Zak dudó.
Sacó la daga de Menzoberra de su cinturón y la observó, una sensación de
disgusto le recorrió el cuerpo. Había arriesgado su vida para recuperar esta
reliquia, ¿para qué? ¿Para que Malicia pudiese honrar a Lloth en sus juegos de
traición e intriga? La piedra púrpura engastada brilló como un ojo maléfico.
Zak curvó sus labios en una media sonrisa. No, no tomaría parte en sus
planes para ganarse el favor de Lloth. Sólo había una cosa que podía hacer, y
al diablo con las consecuencias.
- ¡No haré nada que te plazca, Lloth!- gritó desafiando al estruendo. – Si
quieres tu preciada daga tendrás que ir a buscarla al fondo del abismo.- Con
eso, Zak lanzó la daga por la escalera, al corazón del creciente fuego. La
reliquia brilló, después se perdió en el resplandor de las llamas. El pelo de
Zak empezó a chamuscarse. El vapor salía de sus ropas de cuero. Dentro de
un instante, se quemaría vivo. Con un desafiante grito de furia, se elevó a
pulso y cerro la trampilla con la tapa de piedra.
El ruido y el fuego cesaron. Zak se tendió en la cima del pilar, apoyando
la mejilla en la fría piedra. Sólo después de unos momentos se percató de que
seguía vivo. Con un gruñido, consiguió ponerse en pie. Debajo, la procesión
de luz mágica emprendió su camino de vuelta a Tier Breche. Sólo la base de
Narbondel resplandecía de calor gracias al furioso fuego que había en el
interior. Zak suspiró profundamente, preparándose. Caminó hasta el borde
del pilar y levitó hasta la calle.
En cuanto apareció por la casa Do’Urden, la Matrona Malicia le estaba
esperando.
- He vuelto.
Zak esquivó el enrejado de adamantita y aterrizó en el suelo de ónice.
Malicia revolotéo a su alrededor con peligrosa gracia.
- Eso ya lo veo. – sus ojos se entrecerraron pero su expresión era
inescrutable. - ¿Has traido la daga?
Zak no debía dudar si quería tener alguna oportunidad de engañarla. –Me
temo que no Madre Matrona- dijó, mostrando arrepentimiento. – La araña me
llevó a una tumba en el interior de Narbondel. No tengo duda de que fué una
vez el lugar donde estaba la daga. Pero la daga no estaba allí, seguramente
los saqueadores de tumbas la robasen, supongo.
Malicia deslizó sus brazos a su alrededor. Zak permaneció quieto
asombrado. ¿lo había perdonado así de fácil? Después acercó sus labios a su
oido y le susurró:
- Mentiroso.
Zak se paralizó de repente, dió un paso atrás, buscando las palabras. –
No, Madre Matrona... "
- ¡Silencio! gritó, sus ojos brillaron con renovada furia. – Lo he visto todo,
idiota. ¡Todo!- pusó una mano en su hombro. Una pequeña araña recorrió su
brazo para llegar hasta su hombro.
Zak acalló un juramento. Así que había enviado a una de sus pequeñas
espias con él. Se lo tendría que haber imaginado. El miedo fue sustituido por
resignación. Meneó su cabeza. –No me arrepiento de lo que he hecho. –Lo
harás, Zaknafein- siseó Malicia. –Lo harás. Hizo un gesto hosco. Tres formas
surgieron de las sombras. Sus hijas. Vierna y Maya cruzaron los brazos
mientras Briza jugueteaba con sus crueles tiras de cuero. Zak levantó la
mirada, esperando ver pena en los ojos de Vierna. En su lugar vio la nada, un
vacio.
- ¿Qué vamos a hacer, Madre? - Pregunto Briza, estirando las correas
para tensarlas mas. – La daga iba a brindarnos el favor de Lloth. En cambio
esta blasfemia nos va a traer la desgracia a ojos de la Reina Araña.
- ¡Estamos condenados! Maya gimió desesperada. – No todavía – dijo
Malicia – No si el crimen es castigado de la manera apropiada. Zaknafein
debe ser castigado por sus actos. Y sólo existe un castigo para la redención.
- ¿Matarle? preguntó Vierna con una voz sin piza de emoción. Malice
sacudió su cabeza. –La muerte no es suficiente para aplacar la furia de Lloth.sus labios se curvaron en una malévola sonrisa –No – sentenció - el castigo de
Zaknafein va a ser algo pero que la simple muerte.
Zak la miró con auténtico pavor. ¿A qué se refería? Aunque ni sus miedos
más profundos pudieron encontrar las palabras.
- Por tus crímenes contra Lloth y la casa Do’Urden Zaknafein, yo te
sentenció a convertirte en… una draraña. – Zak tembó ante su anuncio.
Incluso las hijas de Malicia se asombrarón. No había un mayor castigo para
los drows. Convertirse en draraña significaba que mutarían su cuerpo para
convertirlo en mitad araña, mitad drow, una transformación que no podía ser
revertida jamás.
- Llevadlo a la caverna de los perdidos- ordenó Malicia. – ¡No quiero
volver a ver su cara nunca mas!
Zak intentó tensar su cuerpo, pero no había nada que hacer. Las hijas de
Malicia le arrastraron para cumplir su condena.
Capítulo 5: Camino a la gloria
Con los nudillos de las manos blancos, la matrona Malicia se aferró a la verja
de adamantita y observó a los esclavos trabajando como insectos en el
complejo inferior.
-¿Hacia donde ahora, Daermon N'a'shezbaernon?- murmuró Malicia usando el
antiguo nombre de la casa Do´Urden. -¿Ha llegado al final ya tu marcha hacia
la gloria?
Unas manos la alcanzaron desde atrás, acariciando sus hombros, recorriendo
la suave y tersa piel de su espalda. Sintió un cálido aliento contra su nuca. Ven a la cama Malicia. Yo te ayudaré a olvidar tus problemas.
Con un fuerte empujón Malicia se desembarazó de las manos y se giró.
“Matrona Malicia para ti Rizzen”, dijo con un tono venenoso, hacia su actual
patrón. Ya había tenido más que suficiente por hoy de hombres irrespetuosos
que no conocían su sitio.
Los ojos de Rizzen se sobresaltaron alarmados e intentó torpemente articular
una tosca disculpa.
Malicia suspiró entonces, haciendo caso omiso a sus palabras con un molesto
gesto de su mano. No tenía sentido descargar su ira contra Rizzen, era débil y
maleable, y se derrumbaba demasiado pronto y fácil como para darle
ninguna satisfacción. Sacudió la cabeza, si Zaknafein simplemente hubiese
sido más como Rizzen este desastre nunca habría ocurrido. Pero si Zak
hubiese sido como Rizzen nunca habría tenido la fuerza suficiente para
conseguir la daga de Menzoberra. Zaknafein siempre había sido su mayor
pesadilla y al mismo tiempo su mayor ayuda, pero ya no volvería a ser
ninguna
de
ellas
jamás.
“Déjame Rizzen” le ordenó.
Rizzen hizo una gran reverencia y se retiró de nuevo a la habitación, Malicia
se olvidó de él incluso antes de que se hubiese ido. La matrona de la casa Do
´Urden hizo volver su mente de nuevo al asunto que tenía entre manos. Era
crucial entender hasta la última implicación, prever cada posible
consecuencia de lo que había ocurrido. Tenía que estar segura de que su casa
no se había puesto en una posición de debilidad por todo esto. Si lo estuviese,
alguna casa de menor rango podría lanzar un ataque encubierto y oportunista
contra la casa Do´Urden para eliminarlos y subir así de estatus.
Una y otra vez Malicia revisó y sopesó todos los posibles resultados en su
mente. Al fin asintió, satisfecha, la casa Do´Urden estaba a salvo, al menos
por el momento. Zaknafein había arrojado la daga de Menzoberra a los
fuegos de Narbondel, no había absolutamente ninguna esperanza de que
Lloth apareciese entre los muros de la casa Do´Urden mañana, durante el
festival de la fundación. Sin embargo, por su blasfema acción, Zaknafein
había sido sentenciado al más funesto castigo conocido para un drow.
Seguramente eso aplacaría a Lloth y devolvería la balanza de favores de
nuevo al equilibrio. Malicia no había ganado nada por sus esfuerzos, pero
tenía que creer que tampoco había perdido nada.
Un estremecimiento la recorrió al pensar en el juicio que le había hecho pasar
a su maestro de armas. No fue algo con lo que ella se hubiese deleitado. A
pesar de que había proferido las terribles palabras, su corazón le había
gritado que se detuviese. Ser transformado en una draraña era un destino
que ella no habría deseado ni a su peor enemigo. Bajo sus órdenes Zak se
convertiría en un monstruo, una criatura torturada de aspecto espantoso,
forzado a vivir el resto de sus días envuelto en dolor y locura, odiando y
cazando en el laberinto del Domino Oscuro.
A pesar de eso, ¿qué elección había hecho malicia?, ninguna. Lo que había
hecho lo hizo para proteger la casa Do´Urden. Era una madre matrona, la
prosperidad de la casa estaba por delante de todo lo demás, no podía
olvidarse de eso, aunque el horrible peso de sus acciones caía sobre ella,
haciéndola arrastrarse de rodillas. Un gemido se escapo de sus labios, la
mayoría de los días se regocijaba con su poder de madre matrona de una
casa noble, pero a veces el poder conllevaba una terrible carga.
Un suave zumbido alcanzó sus delicadas y puntiagudas orejas. Malicia,
levantó la vista sorprendida para ver un pequeño disco que la sobrevolaba. El
círculo de metal relucía con luz de zafiro a medida que giraba en medio del
aire. ¡Un disco-mensaje!, pero ¿de quién?. Extendió su mano y el disco la
iluminó, calentando su piel. Una imagen apareció, traslúcida pero clara,
sobrevolando la superficie del disco. Era la visión de una anciana mujer elfa,
su oscura carne estaba marchita, su pelo amarillento y desaliñado, pero sus
ojos eran tan brillantes como piedras pulidas. Malicia ahogó un grito, la
imagen era la de la matrona Baenre, líder de la primera casa de
Menzoberranzan. Para sorpresa de Malicia la imagen de la elfa oscura
empezó
a
hablar.
“Saludos matrona Malicia”. La voz de la matrona Baenre emanaba clara pero
débil de la imagen.
“Saludos …” comenzó a responde Malicia, pero la imagen continuo hablando
sin pausa, fue entonces cuando se dio cuenta de que no estaba realmente
hablando con la matrona Baenre, era un mensaje grabado en el propio disco.
“El festival de la fundación está cerca”, la imagen de la matrona Baenre se
alargó, “como ya sabes es tradición que en ese día los nobles de dos casas
que no acostumbran a cenar juntos lo hagan. Si la casa Do´Urden se dignase
a ser nuestra anfitriona en este sagrado día le estaría muy agradecida”.
El corazón de Malicia empezó a latir rápido en su pecho. ¿Baenre quería cenar
con la casa Do´Urden en el día del festival?, ¡qué maravillosa fortuna!, el plan
de Malicia de ser bendecida con una visita de Lloth se había evaporado, pero
sin duda este era el siguiente mayor honor que podía recibir. Claramente esto
significaba que la casa Baenre aceptaba y favorecía la reciente subida de
estatus de la casa Do´Urden. Y una vez se haya sabido que la casa Baenre
había elegido la casa Do´Urden para festejar con ella el día del festival el
estatus del clan de Malicia podría subir de nuevo pronto.
“¿Aceptará la matrona Malicia esta oferta?”, la imagen que sobrevolaba el
disco terminó de hablar. A pesar de que era una cuestión de educación,
Malicia supo que no era realmente una petición sino una orden, rechazarla
sería como suicidarse, y ella no estaba dispuesta a hacerlo.
Malicia se irguió y habló con un tono formal. “Por favor informa a la matrona
Baenre de que estoy honrada de aceptar su gentil oferta”. La imagen de la
vieja bruja asintió y después se desvaneció. El disco se alzó de la mano de
Malicia y zumbó alejándose para entregar su respuesta a la casa Baenre.
A fuerza de voluntad Malicia eliminó los pensamientos de Zaknafein de su
mente, era mejor que lo olvidase. Además, ahora tenía otros asuntos de los
que preocuparse. Una sonrisa se dibujó en sus oscuros labios rojos, la derrota
se había convertido en victoria, mañana será un día glorioso después de todo.
Capítulo 6: La transformación.
Le habían atado al oscuro altar, boca arriba, con los pies y manos atados
con anchas cuerdas a las cuatro esquinas de la pesada losa. Un grito de pura
agonía se escuchó a través del eco de la caverna, seguido de un suave canto
a coro. Zaknafein movió su cuello, forzándolo contra sus ataduras, para
intentar ver lo que estaba ocurriendo. No era el único sentenciado a
convertirse en draraña ese día.
Era difícil ver nada. Una bruma llenaba el aire, surgiendo de los fuegos
sagrados que las sacerdotisas habían encendido. El olor del miedo le llenaba
claramente las fosas nasales. Este era un lugar maligno. El suave canto se
elevó de tono a medida que los drow forzaban sus pulmones. Por un
momento, el humo se arremolinó, convirtiéndose más grueso y Zak tuvo una
breve visión de unas sombras moviéndose.
A su derecha, ocho sacerdotisas de Lloth rodeaban un altar en el que otra
figura estaba tendida. En la cabecera de la losa de piedra, brillando con unas
llamas verdosas que se elevaban de un brasero de cobre había una forma de
pesadilla. La mole era una masa de carne sin forma con tentáculos y ojos
bulbosos. Una yochlol, las sirvientas de Lloth, invocada de las profundidades
del Abismo para ejercer su maldad. Un sentimiento de miedo y repulsa
atravesó a Zak cuando fue consciente de la yochlol. Apretó los dientes,
intentando no vomitar.
Las sacerdotisas levantaron los brazos exultantes mientras su canto
llegaba a su momento álgido. La yochlol extendió sus tentáculos,
enroscándolos en la cabeza de su victima. La desdichada hembra drow gritó
una última vez. Después con una velocidad sobrecogedora el cambio
comenzó. Finas piernas surgieron de la cadera mientras su torso se movía
grotescamente. Su grito se transformó en un murmullo sin sentido que era en
parte locura y en parte ira. Las sacerdotisas se apartaron y por un momento
Zak vió la perfecta silueta que ahora había en el altar donde la hembra drow
estaba unos instantes antes. La criatura tenía el torso de un drow, no se
distinguía si hembra o varón pero su abdomen y sus piernas eran de una
araña gigantesca. Después el humo se arremolinó de nuevo y perdió la forma
de su vista.
Zak escuchó dos veces mas los gritos de aquellos que habían desafiado a
la Reina Araña. Después la cámara calló en silencio. Era su turno. Intentó
romper sus ataduras pero el esfuerzo resultó inútil. Tensando su cuerpo,
esperó al momento de su condena.
Antes de que le llegara el momento sucedió una cosa muy extraña. Una
pequeña forma se aupó al altar. Zak la vió, su asombro sustituyó a su miedo.
¿Qué era esta criatura? Parecía una figurita de un elfo, no más grande que su
mano. Solo que estaba viva.
No, viva no, Zak se dio cuenta. Hechizada.
Con pequeños pasos, el diminuto golem se aproximó a la mano derecha
de Zak, levantó un brazo metálico y lo apuntó con una luz verdosa. Un
pequeño cuchillo estaba atado a la mano del golem. Los ojos de Zak se
abrieron cuando lanzó un tajo a sus ataduras, cortándolas casi
completamente.
- Podremos descansar cuando nuestro trabajo haya acabado, hermanas.
Le llegó la voz desde la penumbra. – Veamos el rostro de nuestro último
pecador.
Con una rapidez increible el golem se metió en el bolsillo de Zak. Las
formas de túnica oscura aparecieron a través del humo. Crueles sonrisas en
bellos rostros drow. Una luz esmeralda atravesó la penumbra cuando se
encendió el brasero en la cabeza del altar. Las llamas rugieron y algo se
desprendió de ellas. Zak arqueó su espalda y percibió una pequeña masa de
carne con tentáculos. El indescriptible terror le revolvió las tripas. Las
sacerdotisas elevaron sus plegrarias a la vez. Zak hizo una mueca cuando le
llegó la primera sensación de dolor. Ahora o nunca era su única oportunidad.
En un sólo movimiento, lanzó su puño derecho hacia arriba rompiendo las
ataduras y cogiendo el puñal de ceremonias del cinturón de una de las
sacerdotisas. Lanzo un tajo en arco con la hoja de araña, cortando las
gargantas de dos sorprendidas sacerdotisas y remató el movimiento cortando
el resto de sus ataduras. Incluso antes de que los cuerpos se desplomasen en
el suelo, Zak estaba sobre el altar blandiendo la daga.
Se encontró frente a frente con la yochlol.
El ser lo miraba desde su posición, surgiendo del brasero. Le gritó de una
forma diabólica y se abalanzó sobre el con sus tentáculos y colmillos con
intención de desmembrarle completamente. Zak no esperó, dió un salto y
golpeó el brasero, tirándolo al suelo. Las chispas surgieron por doquier. La
yochlol gritó de nuevo y después desapareció entre volutas de humo, de
vuelta al Abismo mientras el fuego que la había convocado se apagaba.
Zak estudió su alrededor. El resto de sacerdotisas recuperaron la
compostura. Esgrimieron sus dagas y látigos rodeándolo. Una elevó su brazo
mientras canturreaba las palabras de un hechizo. Zak la pateó en la
mandibula antes de que acabase su conjuro. Otra sacerdotisa le lanzó un
golpe con un bastón mágico. Zak lanzó su ataque y el bastón y el brazo de la
sacerdotisa cayeron al suelo. Ella observó el sangriento muñón y se desmayó
allí mismo.
A pesar de todo, Zak sonrió. Iban a enseñarle su justicia y ahora era él el
que las enseñaba su justicia. De nuevo sintió la claridad de ideas que le
embriagaba cuando se enfrentaba al mal. Las sacerdotisas trabajaban para la
malvada Reina Araña, las criaturas de Arach-Tinilith. Eran las que le daban a
la Reina Araña el poder que necesitaba. Puede que fuese un asesino, puede
que no mejor que ellas o que cualquier otro drow. Pero si tenía que asesinar,
que fuesen criaturas malvadas como estas.
Su sonrisa se ensanchó cuando recogió otra daga de uno de los
cadáveres. Las hojas brillaban en sus manos, eran hojas afiladas
mágicamente.
El terror asomaba en los ojos de las cuatro sacerdotisas restantes. Para
ellas ahora mismo era su mayor preocupación, más incluso que las criaturas
del Abismo. Dos de ellas murieron cuando Zak clavó las dagas en su espalda
atravesando sus corazones mientras huían. Se dispuso a perseguir a las dos
restantes pero se encontró con un cuarteto de soldados varones.
El primero desenvainó la espada. Mientras lo hacía, Zak llevo a cabo un
movimiento que había inventado hace tiempo. Elevó una de las dagas, la otra
la bajó y las separo en diferentes angulos. Cuando el soldado avanzó Zak
juntó las dagas y atrapó el brazo entre medias. Hubo un sonido de huesos
rotos y el soldado escapó gritando de dolor. Zak soltó una carcajada y
terminó rápidamente con el resto de los soldados gracias a las dagas
mágicas. Salió en persecución de las dos sacerdotisas restantes mientras
dejaba atrás cuatro cadáveres drow.
Atisbó tres formas mitad drow mitad arácnidas. El asesinato y la locura
brillaban en sus ojos rojos: drarañas.
Las nuevas monstruosidades avanzaron con sus patas peludas,
esgrimiendo armas en sus manos drow. Zak se puso a la defensiva. Se movió
y fintó y un par de patas cayeron al suelo. Esquivó de nuevo y cayó otra pata.
Pero las drarañas seguían avanzando. En su ansia de sangre parecía que no
sentían el dolor. Le acosaron hasta que su espalda tocó contra la piedra. Su
respiración se tornó más rápida. No podría mantener a raya a las drarañas
mucho mas tiempo. Las abominaciones gritaron, sus bocas rezumaban
espuma debido a que presentían que su victoria estaba cerca.
Zak miró alrededor desesperado, buscando una forma de escapar. No
existía. Entonces sus ojos se fijaron en algo, era un disparo muy largo, pero
su única oportunidad. Intentando apuntar, lanzó la daga con todas sus
fuerzas a las estalactitas del techo. La daga rebotó en la piedra. Zak esquivó
una pierna de araña, se puso en posición y lanzó su otra daga. La daga
relució en un estallido de luz púrpura cuando su encantamiento se liberó. La
fuerza de la explosión hizo caer a las estalactitas, una de las drarañas gritó
de agonía.
Zak escapó de las estalactitas. Cada una de las drarañas había sido
atravesada por las estalactitas. Mientras miraba, las drarañas morían con sus
patas curvadas hacia arriba. Una luz brilló en sus ojos por última vez antes de
desvanecerse para siempre. Zak sacudió su cabeza, las había hecho un favor.
Mejor morir que vivir durante siglos como monstruos.
Zak echó una mirada a sus ropas llenas de sangre. Una sonrisa se asomó
en su rostro. ¿Acaso no era él también un monstruo?
Pasos lejanos hacían resonaban en el corredor, acercándose. Las dos
sacerdotisas habían ido en busca de ayuda. Los soldados llegarían pronto,
más de los que podría hacer frente. Echando un vistazo alrededor, sus ojos
detectaron un pasadizo lateral. Levitando, para no dejar el calor residual de
sus huellas, accedió al pasadizo y se introdujo en el Dominio Oscuro.
Minutos después, Zak se apoyó en el suelo, sus poderes de levitación se
habían agotado por el momento. Escuchó con sus sensibles oídos pero no
escuchó ruidos de persecución. Había escapado de pasar el resto de su vida
como una draraña. Pero ahora, ¿qué haría? Era un paria. No podía volver de
nuevo a Menzoberrazan. Todo lo que podría encontrar un drow solitario en la
Antipoda Oscura era la muerte. Era preferible a ser una draraña si, pero no
había mucha diferencia.
Algo se movió en el interior de su bolsillo. Sacó el pequeño golem de
arcilla. El pequeño golem se quedó mirándole con sus ojos de muñeco. Zak
dejó el muñeco en el suelo y se acuclilló a su lado. ¿Quién habría enviado al
golem? ¿A quien debía el haber podido escapar?
Sin previo aviso, el golem empezó a caminar e hizo un movimiento con su
brazo de arcilla. Zak lo miró con sorpresa, le estaba indicando que lo siguiese,
pero ¿a donde? Puede que lo guiase hacia la respuesta a sus preguntas. Zak
siguió al golem. A pesar de sus piernas cortas, se movía con una velocidad
sorprendente, a través de túneles, cavernas y pasadizos naturales. Empezaba
a pensar que el golem lo estaba guiando sin sentido, cuando el golem se
detuvo.
El golem se detuvo delante de un círculo de piedras blancas. No era una
formación natural y había sido situada allí, al final del túnel. El golem seguía
como tal así que sólo le quedaba una cosa por hacer: dio un paso al interior
del círculo de piedras.
Sus sentidos se embotaron y una especie de neblina lo rodeó.
- Veo que mi pequeño sirviente ha tenido éxito. – dijo una voz sibilante.
Zak se balanceaba, apretando su estómago. Por un momento pensó que
iba a vomitar.
- Mis disculpas – prosiguió la voz – el teletransporte a veces puede ser
desconcertante, pero la sensación debería desaparecer tras unos instantes.
Mientras escuchaba esas palabras, se empezó a encontrar mejor. Zak se
vió dentro de otro círculo de piedras, en el centro de una cámara octagonal,
llena de pergaminos, viales de cristal, instrumentos de metal y unos cuantos
animales disecados. Delante de él, una figura vestida de negro, con la cara
cubierta por una máscara gris sin rostro.
Zak se puso tenso, aprestándose a defenderse si fuese necesario. ¿Quién eres?
Una risa acolchada se escuchó a través de la máscara, con un toque de
crueldad implícito. –Alguien que podría haberte destrozado una docena de
veces en tan sólo unos segudos, a pesar de toda tu fuerza. Maestro de armas.
Pero tranquilízate, te lo ruego. No me he tomado las molestias de salvarte de
tu destino a manos de las sacerdotisas para envolverte ahora con una bola de
fuego.
Zak miró al otro, todavía desconfiando. –Entonces, ¿aquí estoy a salvo?
De nuevo la risa fantasmal. -No, Zaknafein. A salvo es lo único que no
estas. Pero si te refieres a dolor físico, tranquilo, nada te dañará. Es tu alma la
que corre peligro al estar aquí.
Estas palabras intrigaron a Zak. Muy a su pesar, bajó la guardía, saliendo
del círculo de piedras blancas. – Aún no has respondido a mi pregunta, ¿Quién
eres?
- Soy Jalynfein, pero pocos me conocen por ese nombre. Para la moyría
soy simplemente el Mago Araña.
Zak lo miró perpejlo. Eso confirmaba sus sospechas de encontrarse en la
cámara de un mago, en algún lugar dentro de Sorcere, la academia de magia
de Tier Breche. Pero este no era simplemente un maestro. El Mago Araña, era
uno de los magos más infames y misteriosos en todo Menzoberrazan. Se
decía que su poder sólo era superado por su deseo de servir a Lloth y esto
sólo superado por su locura. Aunque a Zak no le parecía que estuviese loco,
ni mucho menos.
La confusión de Zak fue visible para el mago. – Vamos – señaló un par de
sillas alrededor de una mesa. – Te explicaré lo que buenamente pueda, pero
no tenemos mucho tiempo. Su mirada se ha desviado un momento, pero
volverá pronto, ella siempre está vigilando.
Zak se estremeció. No necesitaba preguntar quien era ella.
Momentos después estaban sentados a la mesa, tomando vino mientras
el Mago Araña continuaba hablando: -Hay algo que debo enseñarte,
Zaknafein. No querrás verlo, pero debes hacerlo para comprender lo que te
voy a decir.
Sin más preámbulos, el mago se quitó la máscara gris. Lo que había
debajo… no era una cara. En cambio, había un enjambre de patas de araña
moviéndose. Cientos de ellas, miles. Zak tuvo una arcada y apartó la vista.
Cuando reunió el valor para girarse de nuevo, la máscara estaba en su sitio
de nuevo.
-¿Como…?- Zak tartamudeó, era todo lo que podía decir. – Te ahorraré los
detalles – dijo el mago con una voz tensa –Solo que una yochlol me lo hizo,
una de las sirvientes de la Reina Araña. Ahora entenderás que sienta mi mas
profundo despecio hacia la Lloth.- Durante los siguientes minutos Zak
escuchó como el Mago Araña hablaba de su odio hacia la Reina Araña.
Jalynfein odiaba a Lloth no sólo por lo que la había hecho, si no por todo el
daño que había causado a los drows con sus diabólicas criaturas mutadas.
Los elfos oscuros habían sido hace mucho tiempo criaturas nobles, seres
llenos de compasión y bondad. Eso fué antes de ser llevados a la
Infraoscuridad y de sentirse atrapados en la red de depravación, codicia y
ambición. Para la Reina Araña, manipular a los drows era tan solo parte de un
juego, un juego que disfrutaba enormemente.
Estas palabras abrieron la puerta de la esperanza en el interior de
Zaknafein. – Siempre pensé que estaba solo, que era el único que odiaba en
lo que los drows se habían convertido.
-No, no estas solo – Continuó el Mago Araña. – Hay otros que son…
diferentes. Otros que creen que los drows no pertenecen a este mundo
malvado e infame. He traido a algunos de ellos, igual que te he traido a ti,
para hablar juntos. No somos muchos, pero existimos.- El mago cerro la mano
formando un puño. – Eso significa que la corrupción de Lloth no es completa.
Si lo fuese, aquellos que como nosotros son diferentes no tendrían cabida en
este mundo oscuro!
Zak se quedó mirando al mago mientras sus palabras hacían mella en él.
En su interior una chispa de esperanza había prendido. – Pero ¿Cómo
podemos combatirla? No abiertamente por supuesto – Dijo el mago con una
voz aguda. – Has aprendido la lección lo que uno consigue desafiándola
abiertamente. La muerte o la transformación. No, si queremos derrotar a
Lloth tiene que ser en su propio juego.
Zak no lo comprendía.
-Piensa en mi- el mago prosiguió – presentándome como un leal discípulo
evito su escrutinio, incluso cuando parece que estoy trabajando para ella, lo
hago para todo lo contrario. Uso el poder que me otorga y lo uso en su
contra. Debo ser cuidadoso si, paciente. Puede llevar siglos. Pero poco a
poco, seguro que volvemos a los drow en su contra.
Zak nego con la cabeza, sus dudas aumentaban. –No lo sé Jalynfein. Soy
un guerrero. No sé ganarme a mis enemigos, sólo enfrentarme a ellos.
La voz del mago era apremiante. –Debes confiar en mi maestro de armas.
Vuelve a tu casa. Sirve a tu Matrona y a sus hijas sacerdotisas. Vuelve y no
les des razones para que duden de que eres una leal y devota marioneta que
puedan usar a su antojo. Pero mientras lo haces, observa y espera. Cuando
surja la oportunidad de hacer algo bueno y desbaratar los planes de Lloth la
verás.- El Mago Araña se acercó y le apretó el hombro. Sirviéndola podemos
derrotarla Zaknafein, es la única manera.
-Pero incluso si estas en lo cierto, no puedo volver –Protestó Zak.
-Si puedes.
El Mago Araña pasó una mano por la superficie de una bola de cristal.
Dentro apareció la imagen de un gran pilar, el último resido de calor
desvaneciéndose de su superficie de piedra. Narbondel.
-Pensaste que habías destruido la daga de Menzoberra cuando la
lanzaste al fuego, pero no fué así. Ni siquiera las poderosas llamas del
archimago son capaces de destruir una reliquia tan poderosa como la daga.
Un destello apareció en los ojos de Zak. Si recuperaba la daga y se la
daba a Malicia, ella no tendría otra alternativa que nombrarle de nuevo
maestro de armas. En ese momento tomó la decisión. Vencerla sirviéndola.
Si, era la única manera.
Zak se movió con un movimiento brusco. –Debo irme, tengo una daga
que recuperar para mi amada Madre Matrona.
Quizás eran sólo las sombras pero una sonrisa parecía reflejarse en la ma
´scara gris del mago. –Buena suerte Zaknafein. Sería muy peligroso si
volviesemos a hablar de nuevo, así que déjame decirte que ha sido un honor
conocerte.
Zak sólo pudo asentir, ya que no sabía qué mas decir.
-Usa el disco, te llevará a Narbondel.- Terminó Jalynfein.
Sin mas palabras, Zak caminó al centro del círculo y el mundo se
convirtió en brumas de nuevo.
Capítulo 7: Para servir ...
Jalynfein se sentó en el silencio de sus habitaciones, en el corazón de
Sorcere. Enfocó su mirada al interior de la bola de cristal, a Narbondel,
pensando en los peligros de los que no había advertido al maestro de armas.
Fingir servir a Lloth era la única esperanza de determinar su poder. Pero
había un enorme riesgo en ello. Actuando como un esclavo de la Reina Araña,
un día cualquier drow podría despertarse pensando en que realmente se ha
convertido en eso. El tiempo era su aliado, pero también su enemigo. Con el
tiempo cualquier drow, incluso uno de buen corazón podría corromperse y
volverse malvado.
"Cada día encendemos la llama de Narbondel, amigo – Jalynfein susurró
al cristal – Cada día tenemos una oportunidad de hacer el bien, pero también
de hacer el mal.
Jalynfein suspiró. Ahora ya estaba más allá de su control. Movió una
mano y el cristal se oscureció. El Mago Araña se levantó, era hora de servir a
Lloth.
Capítulo 8: Reliquias
Drizzt sabía que no debería estar ahí. Briza le había ordenado pulir todos
los pomos de puerta de la casa Do'Urden, pero no había dicho nada acerca de
abrirlas.
La puerta se cerró detrás de él, ya era demasiado tarde.
- Bueno, ya que me he ganado unos latigazos, más me vale echar un
vistazo.- Razonó el joven drow.
Por un momento, Drizzt disfrutó del silencio de la pequeña antecámara.
En ese instante, toda la casa Do'Urden estaba trabajando en los últimos
retoques para el festival de la fundación, y también para la inminente llegada
de la Matrona Baenre y su cohorte. Incluso para lo que era habitual en Briza,
la tarea que le había encomendado era tediosa. La casa Do'Urden no era la
más grande de Menzoberrazan, pero tampoco era ni mucho menos la más
pequeña. Después de pulir un centenar de pomos, Drizzt ya había perdido la
cuenta, llegó al último de ellos en una pequeña y bien disimulada puerta al
final de un pasillo.
Drizzt no estaba seguro de qué era lo que le había llamado la atención de
la puerta. Todas las otras puertas de la casa eran grandes y tenían
intrincadas tallas de arañas y telas de araña y antiguos héroes drow. En
cambio esta puerta era normal y corriente, sin nada que llamase la atención.
Quizás precisamente por eso le había llamado la atención. Ni siquiera
recordaba haber girado el pomo, pero de repente la puerta se abrió.
Drizzt miró en el interior de la pequeña cámara. Después de un momento
suspiró con resignación, la habitación estaba vacía, excepto por unas sillas
rotas y unos tapices podridos. Drizzt se giró para marcharse. Si podía salir sin
ser visto quizás se librase de los azotes después de todo. Alcanzó el pomo.
Fué entonces cuando se percató. Las paredes de la cámara estaban
llenas de un moho púrpura excepto por un pequeño círculo en el centro de la
pared a su izquierda. Drizzt frunció el ceño. Eso no tenía sentido, el moho
crecía en las superficies que no se tocaban a menudo...
En un segundo, se movió de la puerta a la pared, mirando al círculo de
piedra desnuda. Sólo había una razón por la que el moho no hubiese crecido
en esa parte de la pared. Poniendo a prueba su corazonada levantó su mano
y presionó el círculo.
No me esperaba esto, pensó Drizzt mientras el suelo se abría a sus pies.
Intentó levitar pero no lo hizo a tiempo. Con un suave golpe aterrizó en algo
frio, duro y brillante.
Monedas, se percató después de un momento. Eran un montón de
monedas de adamantita. Miró a la apertura a unos 3 metros de donde se
encontraba, no habría problema en levitar hasta allí arriba, pero primero...
Se acuclilló, cogiendo con las dos manos monedas y miró alrededor. Sus
ojos lavanda brillaron con el reflejo de plata, rubíes y perlas. Pasó sus dedos
por copas de bronce y cetros enjoyados. ¡Era la cámara secreta del tesoro de
la familia! Si su madre o hermanas le encontraban allí, le azotarían hasta el
último suspiro de su vida. Si tuviese algo de sentido común escaparía lo más
rápido posible. Pero la vida como príncipe paje era tan y tan aburrida y todo
lo que había alrededor era tan fascinante... Decidió que no se quedaría
mucho tiempo mas.
Drizzt se puso una corona y esgrimió una espada, simulando ser el rey de
algún reino profundo. Se imaginó matando a terribles criaturas de la
infraoscuridad.
Un destelló le llamó la atención. En un pedestal de mármol había un
tazón de oro. La espada se deslizó de los dedos de Drizzt mientras se
aproximaba. El bajel no estaba adornado pero algo le decía que no era un
tazón normal. Lo tocó. Mientras lo hacía desde un recipiente invisible se
vertió agua suficiente para llenarlo. Al principio todo lo que vió era su propio
reflejo, pero después el agua se oscureció. Se oscureció más aún que los
rincones más oscuros del inframundo. Un sonido de terror se escapó de su
garganta, pero no podía apartar la vista.
Empezaron a aparecer imágenes en la quietud del agua. Vio a su madre
hablando a sus hermanas, mientras sus cabezas asentían al unísono. La
imagen cambió y entonces divisó a su hermano Dinin practicando con sus
espadas. En una rápida sucesión aparecieron docenas de sitios de la ciudad y
caras que Drizzt no conocía.
Al fin lo entendió todo. Era un tazón de escudriñamiento. Una vez
escuchó a la Matrona Malicia comentarle algo a Briza cuando no se daban
cuenta de que las estaba escuchando. Era uno de los mayores tesoros de la
casa Do'Urden.
Deberías irte de este sitio ahora, le advirtió una voz en el interior de su
cabeza. El consejo sin embargo, fué totalmente desoido gracias a la
curiosidad que sentía. El tazón de escudriñamiento podría enseñarle todo lo
que siempre había querido! Pero ¿qué le pediría que le enseñase? Quizás lo
mejor era que la propia magia lo decidiese por él.
Agarró el tazón, -enséñame algo imporntate- ordenó con un intento de
voz profunda. El metal pareció calentarse entre sus manos.
Por un momento pensó que su orden había sido malentendida por el
tazón ya que el agua empezó a oscurecerse tanto que dañaba a los ojos. La
oscuridad se convirtió en fuego. Las llamas retrocedieron por un momento y
mostraron una daga. Era una daga preciosa. Una gema púrpura brillaba en su
empuñadura y su hoja relucía con el reflejo de las llamas. Drizzt se mordió el
labio. La daga parecía real, tan real que por un momento sin pensar en lo que
hacía, introdujo la mano en el tazón y atravesó la lámina de agua.
Sus dedos se cerraron en torno al metal caliente.
Con un grito de sorpresa y dolor, Drizzt retiró la mano. El agua burbujeó y
hubo un siseo de vapor. Cuando el vapor se disolvió Drizzt observó con miedo
y también admiración..
- ¿Qué he hecho? susurró.
Tenía la daga de metal, ahora tibio en sus manos.
Capítulo 9: La gema de Araña
La realidad se hizó mas difusa para Zaknafein, fluyó, se retorció y volvió a
formarse de nuevo. Una vez mas observó el mismísimo centro de la gran
telaraña de Menzoberrazan, Narbondel. La piedra estaba templada a sus
pies, pero las luces púrpuras que indicaban que el archimago se aproximaban
estaban cerca. Un nuevo día estaba a punto de comenzar. El festival de la
fundación. A Zak no le quedaba mucho tiempo.
El maestro de armas pasó la mano alrededor del pilar buscando la fisura
en la piedra. La encontró y metió la mano dentro, pulsó una especie de botón,
activando el mecanismo. Como la última vez, la piedra se abrió. Sin dudarlo,
Zak descendió y ajustó sus ojos a las oscuras penumbras de alrededor.
En unos minutos supo que la Daga de Menzoberra se había ido. No podía
haber caído lejos de las escaleras. Además el brillo de la gema engastada la
delataría. Zak juró y perjuó mientras subía de nuevo la escalera, pero sabía
que no encontraría la daga y estaba disgustado por ello.
-¿Donde esta? Murmuró en la oscuridad.
El Mago Araña dijo que no estaba destruida y Zak no dudaba de la
palabra del mago.
- Jalynfein no me mentiría, somos espíritus hermanados.
Si la reliquia no estaba allí significaba que alguien la tenía. Pero ¿quien? Y
¿A donde se la habrá llevado? El festival de la fundación estaba a punto de
comenzar. No tenía tiempo para buscar ni siqueira en un sector de la ciudad.
Parecía que su cruzada por la absolución había llegado a un final prematuro.
De repente una risita comedida escapó de la garganta de Zak. ¡Qué tonto
había sido! ¡Si tenía la manera de encontrar la reliquia colgado de su propio
cuello! De la bolsa sacó la gema de araña y la posó en su mano. El rubí de su
abdomen brilló y la araña dió un par de vueltas para orientarse, después
apuntó hacia el oeste. Zak observó el camino en esa dirección.
No había tiempo que perder, Zak salió del pilar y saltó por el borde
gracias al poder mágico de su piwafwi y dejando el aire caliente ocultase su
calor corporal de miradas indiscretas. Aterrizó y se perdió entre las calles de
la ciudad mientras justo antes de que las procesiones llegasen a la base de
Narbondel.
El archimago apolló las manos en Narbondel y el fuego se reavivó en su
interior. La piedrá brillaba de poder, el festival había comenzado.
Capítulo 10: Un goblin en la puerta.
La Matrona Malicia miró a su alrededor, los ojos le brillaban de
satisfacción. Todo estaba dispuesto para el festival. Siguiendo sus órdenes,
los esclavos habían llevado los tesoros más opulentos de la casa Do'Urden a
la sala de celebraciones: sillas adornadas con huesos de enano, mesas de
ónice con patas de dragón, escanciadores de bebidas tintados con la sangre
de hadas del bosque del mundo de la suuperficie. Su casa no era la más rica
de Menzoberrazan, pero podía dejar asombrados a muchos, no a la Matrona
Baenre, pero al menos la agradaría.
Malicia sonrió, pero su expresión cambió. A pesar de su inminente
victoria, faltaba algo. Con disgusto se dio cuenta de quien era. Estaba mejor
sin el desobediente maestro de armas, se dijo. Encontraría a otro que lo
reemplazase, en su cama y en su corazón. Era de tontos malgastar sus
pensamientos con Zaknafein, hoy iba a ser su día de gloria.
Dinin se apresuró en el salón de festejos y se arrodilló a sus pies. –
Perdona la interrupción Matrona, pero me pediste que te informase de
quienquiera que llamase a las puertas de la casa. Un goblin solitario ha
llegado y pide hospitalidad.
Briza soltó un bufido de rabia. "Maldito gusano." Agarró su látigo de
serpientes “Me encargaré de él Madre.”
Malicia miró a su hija: - ¿Y atraer la ira de Lloth? -Replicó- Creo que no.
Aparta tu látigo Briza. Te gusta empuñarlo demasiado. Quizás te vendría bien
saber cómo se siente estar al otro lado de ese látigo.
Briza se quedó de piedra, después guardó rápidamente su látigo aunque
sentía casi como si la hubiese mordido realmente.
Malicia levantó su mentón pensativa. "La Reina Araña va a aparecer en
algún lugar de la ciudad hoy, y no hay ningún indicio de la forma que puede
tomar. No podemos arriesgarnos a echar a ningún visitante.” Se volvió a su
hijo: - Dinin, trae a ese goblin, deberá tener todo lo que quiera.
Dinin se quedó asombrado, pero tuvo la sensatez de no cuestionar a su
madre. Volvió minutos después con el goblin: una criatura pequeña y
demacrada con la piel verde y una cara llena de verrugas. Malicia refrenó las
ganas de clavar su daga en el cuello de aquella asquerosa cosa. Había
demasiadas historias de familias que habían echado a alguna criatura similar
para encontrarse después que era la mismísima Lloth disfrazada, lo
descubrían mientras todos morían envenenados. Malicia se forzó a sonreir.
"Bienvenido a la casa Do'Urden, ¿Quieres algo de vino?"
El goblin asintió frotándose las manos y mostró una sonrisa llena de
dientes amarillos. “¡Como me gusta este Festival!”
La propia Malicia estaba lavando los pies del goblin en un recipiente de
plata cuando las puertas del salón de festejos se abrieron y la misma Matrona
Baenre apareció por ellas.
"No olvides lavar bien entre los dedos" dijo la anciana elfa con su voz
rasposa. “Los goblins no se conocen precisamente por su dedicación a la
higiene”.
Malicia se levantó, secándose las manos en la túnica: -Matrona Baenre,
estab solo… intentando…. Sus mejillas refulgieron de vergüenza.
Baenre avanzó, apoyada en su bastón. "No tengas miedo, Matrona
Malicia. Aprecio una madre matrona que conoce los valores de la tradición.
Pero creo que has demostrado a ese goblin la suficiente hospitalidad que un
día como hoy se merece.
El goblin levantó la mirada y se percató de que su diversión había
acabado. Malicia hizo un gesto a Dinin y s hijo agarró al goblin sacándolo a
rastras del salón. Malicia respiró profundamente. Las cosas se habían torcido
un poco al principio pero parecía que el daño no era grave, quizás todo
saliese bien después de todo. Recuperando las indicaciones del protocolo,
agachó la cabeza en señal de agradecimiento.
- Su presencia nos honra en este día de celebraciones Matrona Baenre.
Con una mano impaciente, la anciana elfa desechó las palabras. – Claro
que os honra, ¿dónde está el vino? Estoy sedienta.
-Por aquí la indicó Malicia hacia una mesa. Estoy segura que encontrarás
todo de tu agrado.
- Oh, deja que sea yo quien lo decida. – Dijo la Matrona Baenre, y esta
vez su risa no sonó tan amable.
Malicia apretó los dientes. Puede que no resultase tan fácil después de
todo.
Capítulo 11: Intrusos
Zak echó hacia atrás la capucha de la túnica andrajosa que se había
puesto encima del piwafwi. Miró a izquierda y derecha del pasillo pero no
había nadie a la vista. Había sido fácil entrar a la casa Do’Urden como un
mendigo. Nadie era rechazado el día del festival. Una vez dentro Zak usó su
familiaridad con el complejo para llegar a las cámaras superiores, aunque lo
primero fue pasar por sus aposentos para recoger sus espadas. Después
comenzó la búsqueda.
Abriendo su mano, Zak miró a la araña de piedra. Al principio le había
sorprendido enormemente que la araña le hubiese llevado a la casa
Do’Urden. Alguien de la casa tenía la daga. Zak no sabía quien podía ser. Sólo
podía esperar que la daga no estuviese ya en manos de Malicia o no tendría
oportunidad de ganarse su favor de nuevo. Con velocidad se deslizó
sigilosamente por el corredor.
Pronto los sonidos de la fiesta llegaron a sus oídos. La fiesta estaba cerca,
y por el brillo del rubí engastado en el abdomen de la araña, la daga también.
Una figura apareció a la vista, caminando por el pasillo, el rostro oculto por
una bandeja colmada de platos. El arácnido encantado se agitó.
Ese es quien tiene la daga, se dio cuenta Zak. Aseguró la araña en su
bolsillo y empuñó las espadas sin sacarlas de sus vainas.
Esperó hasta que su objetivo estuviese cerca y entonces atacó. Con un
agudo sonido de vajilla rota el contenido de la bandeja se estrelló contra el
suelo. Zak cruzó sus espadas intentando atrapar a su oponente bajo ellas
pero sólo encontró piedra. Su oponente era más escurridizo de lo que había
pensado. En el caso, estaba intentando escabullirse a través de las pierns de
Zak. A pesar de lo rápido que era, Zak era un maestro de armas, antes de
que su presa pudiese escabullirse de nuevo, Zak le hizo la zancadilla y movió
su espada para arrinconarlo contra el suelo de nuevo bocaabajo, el forcejeo
se terminó.
- Date la vuelta. –Ordenó Zak –Déjame ver tu cara, pero hazlo despacio o
perderas la cabeza en el proceso.
El otro se giró despacio. Zak levantó una ceja, dificilmente se podía
imaginar este tipo de enemigos.
- Hola Maestro Zaknafein – Dijo Drizzt Do’Urden en voz baja.
A pesar de todo, una sonrisa se formó en la cara de Zak. El chico era un buen
luchador, y aunque había sido derrotado, no había miedo en sus ojos. El chico
tenía coraje. Es una lástima, durante los próximos años se lo arrebatarán
todo. En todo caso ahora había asuntos más apremiantes. Levantó a Drizzt y
echó a un lado la piwafwi del joven drow, enganchado en su cinturón había
una daga de ceremonias con una gran gema púrpura en su empuñadura. La
joya de araña no había fallado.
Zak dio al chico una orden bien clara: Dime como has conseguido esto,
ahora.
Drizzt asintió rápidamente. Con tono nervioso contó lo acontecido en la
sala del tesoro, el recipiente mágico y cómo había llegado a la daga a través
del agua. Zak escuchó con grán interes. No dudaba de las palabras del chico,
estaba claro que no mentía.
- ¿Está enfadado conmigo Maestro Zaknafein? – Dijo Drizzt cuando
terminó su explicación.
Zak no sabía cómo respondeer a eso. Por alguna razón quiso tranquilizar
al chico. Era imposible que Drizzt fuese hijo de Rizzen, después de todo le
recordaba demasiado a sí mismo. Se arrodilló y empezó a calmar al chico
explicándole que todo iba a ir bien a partir de entonces.
Fue entonces cuando escuchó el chirrido. Sintió una sensación extraña en
el estómago. Se había olvidado de las arañas de jade.
Dos grandes formas de piedra, lisa y verde se aproximaban hacia ellos.
La función de las arañas de jade de la casa Do’Urden era la de proteger el
complejo de los intrusos. Al atacar a un vástago de la casa, Zak fue declarado
intruso, y había visto lo que las arañas de jade hacían a los intrusos. Por lo
general no quedaba lo suficiente de ellos para identificar ni siquiera la raza.
Las patas de jade repiqueteaban contra el suelo de piedra.
- ¿Qué es lo que ocurre? Preguntó Drizzt mientras miraba confundido a
las arañas mágicas. - ¿Por qué nos están atacando?
- No nos están atacando – Gruñó Zaknafein – Vienen buscándome a mi,
ahora échate a un lado. – Echó mano de sus espadas.
Una luz brilló en los extraños ojos púrpura del chico. –No, te voy a ayudar.
Zak lo miró con asombro, y luego sacudió la cabeza. Empezó a decirle al
joven que se apartase, pero ya era demasiado tarde. El sonido de las patas
de las arañas aumentaba mientras se lanzaban al ataque.
El maestro de armas estaba preparado, dispuso las dos espadas
formando una barrera delante de ellos. Las arañas llegaron sólo para tener
que retirar sus patas. A pesar de ello las espadas no causaron ningún daño a
las arañas. Ni siquiera las espadas de adamantita podían dañar a la piedra
encantada. Zak siguió moviendo sus espadas en un patrón de vértigo,
defendiéndose de las arañas, pero paso a paso, perdió terreno, retrocediendo
lentamente.
Escuchó el chasquido detrás de él demasiado tarde. Una tercera araña de
jade se le acercaba por la espalda. Miró por encima de su hombro para ver
como en su intento de cogerle a él iba a matar a Drizzt. -Corre! Gritó Zak.
Pero el chico se mantuvo firme. Agarró la daga de Menzoberra con una
mano y con la otra esgrimió un cuchillo que había cogido del suelo. Con toda
la intención movió los cuchillos intentando mantener a raya a la araña. Sus
movimientos eran inútiles y la araña los esquivó echándose a un lado y le
clavó sus garras. Zak intentó desembarazarse de las dos arañas restantes
pero era imposible. La tercera araña se disponía a dar el toque de gracia al
chico.
Ocurrió con tanta velocidad que Zak apenas se lo creía. Con
determinación, Drizzt esgrimió los cuchillos en direcciones opuestas, uno alto
y el otro bajo y ligeramente desalineados. El cuchillo superior descendió
mientras el inferior ascendía, atrapando la mandíbula de la araña entre ellos.
Cuando se unieron, la daga de Menzoberra emitió un brillo violáceo. La
mandíbula de piedra se convirtió en polvo. La araña retrocedió emitiendo un
sonido de dolor.
Zak estaba tan asombrado que casi descuida su guardia. Una pata se
movió hacia él, renovó su defensa mientras miraba a Drizzt. El movimiento
había sido bastante defectuoso pero no había duda, era la doble finta. Zak
había usado el movimiento miles de veces contra sus enemigos, era su sello
de identidad, nunca se lo había enseñado a nadie. ¿Como podía ser que el
chico lo aprendiese por instinto?
Entonces no tuvo ninguna duda. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?
El espíritu de Drizzt, su habilidad con las armas, su mirada desafiante. Malicia
le mintió hace once años, era su hijo y no el de Rizzen.
- Mi hijo. Dijo Zak maravillado.
La tercera araña de jade se estaba recuperando. Ni siquiera un golpe de
la daga de Menzoberra había sido suficiente para mantenerla alejada. Drizzt
tenía el instinto de un guerrero, pero no tenía experiencia. El primer golpe
había sido fortuito, el segundo no tenía por qué serlo.
Zak lanzó un furioso ataque contra las arañas, apartándolas un momento.
Abrió la puerta de una cámara lateral y empujó al chico dentro.
- Cierra la puerta y no la abras hasta que te lo ordene.
Drizzt sacudió su cabeza con disgusto. -Pero quiero ayudarte en la lucha.
No había tiempo para ser amables. - ¡Es una orden! Gritó Zak – ¡Hazlo!
Drizzt hundió su cabeza y se dispuso a obedecer al maestro de armas.
Cuando Zak escuchó el sonido de la puerta, se giró para enfrentarse a sus
enemigos. Las tres arañas de jade se disponían a un ataque conjunto.
− Vamos engendros mágicos – Gritó. Y las tres arañas también le
obedecieron.
Capítulo 12: El portador de la daga
- Hola Drizzt Do'Urden- dijo una voz sigilosa.
Sobresaltándose ante la sorpresa, Drizzt miró alrededor. Al principio el
pequeño almacén parecía vacio. Después las sombras se revelaron ante él.
Parpadeó y se dió cuenta que no realmente había alguien más con él.
Era la drow más bella que había visto nunca. Su piel era tan negra como
el ónice y tan brillante como un fuego fatuo, su pelo blanco como la nieve le
caía sobre los hombros en una lustrosa curva. Estaba vestida con una túnica
que parecía terciopelo. Sus labios rojos y profundos mostraban una pequeña
sonrisa que mostraba sus dientes blancos como perlas. Lo más remarcable
era sin duda sus ojos, como los de Drizzt eran púrpura.
Aunque atenuados, Drizzt oía claramente los sonidos de la batalla que se
desarrollaba fuera. "Debería estar ahí fuera, ayudándole" protestó. "Algún día
seré un gran guerrero ¿sabes?"
La dama reía con un sonido coral. "Oh, si. Lo sé. Pero tu lugar ahora
mismo está aquí. Portador de la Daga."
Drizzt miró a la daga enjoyada en su funda. Su gema púrpura emitía
destellos. Drizzt miró a la mujer.
"¿Cómo es que me conoces?" preguntó.
"Sé muchas cosas" replicó ella. Un soplido de aire pareció agitar su
túnica, pero Drizzt no percibió ese soplo de aire. Se dió cuenta de que
realmente era el propio vestido el que se movía. La túnica no estaba
confeccionada de terciopelo si no de pequeñas arañas cada una agarrada a la
otra.
Drizzt de repente tenía la boca seca. Se humedeció los labios. "No
tengo... no tengo miedo de las arañas"
"De verdad" Su sonrisa dejó paso a una expresión peligrosa. "Ven más
cerca niño."
La mujer del vestido de arañas le dirigió un brazo y Drizzt no pudo resistir
a su tremendo poder.
Capítulo 13: El favor de Lloth
La Matrona Malicia caminaba por el corredor alejándose de los sonidos de
conmoción, alguien había osado interrumpir las celebraciones. Con curiosidad
o incluso deseosa de ver lo que había interrumpido las celebraciones. Malicia
sólo podía esperar que fuese lo que fuese no la avergonzase delante de la
poderosa Matrona Baenre, de la primera casa de Menzoberrazan.
Sus esperanas se diluyeron cuando dobló una esquina y vió la escena que
se desarrollaba delante de ella.. Una mezcla de emociones la aturdieron:
incredulidad, rabia y una inexplicable sensación de excitación.
Las tres arañas de jade le tenían acorralado. Una de sus espadas se había
caído de su mano y la otra se había roto. La sangre caía de la comisura de
sus labios. Podría haber manejado una araña de jade con facilidad, dos con
dificultades. Pero incluso para él, tres eran demasiado. Le estaban
acorralando para matarlo.
"¿No es ese tu maestro de armas?, Matrona Malicia?" una voz croó a su
oido. Era la Matrona Baenre.
Malicia nego con su cabeza confundida. "No . . . si. Quiero decir ... lo era,
Pero yo..."
"Ordena tu mente, Hermana," Terminió Baenre con una sonrisa.
La furia despejó su mente. No iba a quedar como una estúpida en su
propia casa. No por culpa de su intratable Maestro de armas. Ni siquiera por
la mismísima Matrona Baenre. Alzó la voz en una orden: ¡Parad!
Las tres arañas acataron sus órdenes a la vez. Las criaturas animadas
retrocedieron, después se irguieron y se convirtieron en estatuas otra vez.
Zaknafein se apoyó contra la pared, el pecho subiendo y bajando, se
apretaba una herida en el costado. La mandíbula de Briza se cayó de golpe
cuando vió al Maestro de armas condenado, pero por una vez se acordó de
mantenerse callada, como hicieron el resto de los miembros de la casa. Todos
contuvieron la respiración mientras la Matrona Malicia se acercaba a él.
"¿Cómo?" Su voz era fría, dura. "¿Cómo has sobrevivido a la ceremonia
de transformación en la Caverna de la Perdición? "
Un destello travieso se vislumbró en los ojos de Zak. Mostró sus dientes
ensangrentados en una sonrisa sardónica. "¿Qué puedo decir? Lloth me
mostró su favor."
Era mentira. Ambos lo sabían. Pero Malicia no necesitó más pruebas. Sólo
la desafiaría de nuevo y eso demostraría su falta de control sobre él delante
de la Matrona Baenre. Nadie tendría que enfrentarse a un varón tan
insufrible. Cualesquiera que fuesen los sentimientos que aún tenía por
Zaknafein estaban eclipasados ahora mismo por la rabia que sentía contra él.
"¡Si realmente tienes el favor de Lloth estarás contento si te envío a su
lado en el Abismo!" gritó Malicia. Sacó una daga con forma de araña de su
corpiñoy la alzó para asestar un golpe.
Para su asombro, Zak no se resistió. "Como desees, Madre Matrona."
Agachó la cabeza ofreciéndole el cuello.
Malicia dudó, mirando al maestro de armas confundida. ¿Qué tramaba
Zaknafein?
"Es tu derecho quitarme la vida," siguió Zak. "Pero resulta que sé dónde
esta la Daga de Menzoberra en este mismo momento."
Malicia suspiró sibiilantemente. Así que ese era su juego. Bien, no caería
en su trampa. "Pruébalo," dijo. "o muere"
"Muy bien"
Zak se levantó y abrió una puerta lateral. Todos cogieron aire mientras
una pequeña forma salió de la oscuridad.
"¿Drizzt?" Malicia resopló con incredulidad. "¿Qué tiene que ver el chico
con esto?"
Zak puso una mano en el hombro del chico. "Enséñasela Drizzt,
enséñasela a todos"
El chico pareció revivir, su mirada violeta volvió a enfocar algo. Una brisa
pasó a través de él. "No puedo, Maestro Zaknafein. Ya no la tengo."
"¿Qué?" Zak gritó. Una mirada de terror se dibujó en su cara. Agitó el
hombro del chico con desesperación. "¿Pero qué la ha pasado?"
Drizzt suspiró, como si le fuese dificil recordar qué es lo que había
pasado. "Fue una mujer. En la antecámara. Cogió la daga."
Zak sacudió violentamente al chico. "¿Quién? ¿Quién te la ha quitado?
¿Una de tus hermanas?"
Drizzt se sacudió de dolor, negando con la cabeza. "No. No, No sé quien
era. No la había visto nunca antes. De todas formas ya se ha marchado"
Zak soltó al chico, bajando los hombros en gesto de derrota. Malicia
presionó la daga contra el cuello del maestro de armas. "Has perdido,
Zaknafein," dijo. "Fuese cual fuese el truco que tenías preparado para mi, no
ha funcionado. Has escapado a tu destino una vez, pero no lo escaparás de
nuevo. "
"Un momento, Matrona Malicia. La araña es rápida en despachar su
justicia, pero no prejuzga nunca. "
Malicia dudó, sosteniendo el cuchillo ante la piel magullada del cuello de
Zaknafein. Miró sorprendida mientras con cuidados movimientos se acercó al
chico Drizzt. La anciana drow agarró una temblorosa mano, agarrándole la
barbilla le hizo cruzar la mirada con la suya.
"Dime más de esa mujer que te habló, chico." Drizzt se retorció ante la
mirada de la anciana pero no podía escapar de su firme agarre. Tartamudeó
unas palabras "Ya lo he dicho Matrona Baenre, no la conocía."
"¿Oh? ¿Entonces por qué le diste la daga?" Drizzt se mordió el labio,
como si intentase recordar. "Ella . . . Ella me dijo que debería dársela que la
Madre matrona Malicia se alegraría si lo hacía, de alguna manera, cuando lo
dijo tenía sentido."
Malicia no podía aguantarse mas. Todos su cuidadoso plan se había ido al
traste. Estos malditos varones se habían reído de ella. La casa Do'Urden no
ganaría favor ese día, si no todo lo contrario. Nunca ganaría un asiento en el
consejo regente de Menzoberrazan, "¡Mentiroso!" Se separó de Zaknafein
para dirigir la daga hacia el muchacho.
"No, Matrona Malicia, este chico no miente," dijo Baenre con voz rasposa.
"¿Lo ves? La verdad está pintada en su rostro." Empujó a una sorprendida
Malicia atrás, y devolvió su inquisidora mirada a Drizzt. "Dime chico. ¿Cómo
era esa mujer?"
Copn una mirada de terror Drizzt la describió. "Era preciosa, la drow más
bella que he visto nunca. Su vestido... su vestido estaba hecho de arañas."
Con esto, un sonido de asombro general salió de los drows allí reunidos.
La Matrona Baenre asintió con la cabeza, como si eso confirmase sus
sospechas.
Drizzt parpadeó, su expresión maravillada dió paso a una de anhelo. "¿He
hecho algo mal, Matrona Baenre?"
"No, chico. No tengas miedo, hiciste bien." Le soltó de su presa. "Ahora
déjanos. Tenemos asuntos importantes que discutir. Demasiado importantes
para las orejas de los pequeños."
Drizzt asintió, después escapó por el pasillo, no sin antes mirar con
descaro de nuevo a la Matrona Baenre.
Cuando se fué, Malicia ladeó la cabeza con confusión. "No lo entiendo."
"Tampoco yo," afirmó Zak aproximándose.
"Ya lo veo," replicó la Matrona Baenre con una voz seca. "Dejadme ser
más clara." Con esto la marchita drow levantó sus huesudos brazos,
apuntando a lo que quedaba del festejo. "¡Regocijaos, elfos oscuros!" Gritó.
"¡Que todos en la ciudad sepan que nuestra señora Lloth, la oscura Reina
Araña, Madre de los Drows ha aparecido en la casa Do'Urden!"
"¡Alabada sea Lloth!" gritaron los drows postrándose en el suelo.
Por fin Malicia lo comprendió todo. La mujer con el vestido de arañas ...
no podría ser cualquier otra. La última gota de ira fué reemplazada por puro
júbilo. ¡Lloth había aparecido en su casa el día del festival! Y la Matrona
Baenre había sido testigo de ello. Era todo lo que ella había deseado. Se giró
hacia Baenre con los ojos brillantes.
La anciana drow asintió. "Si, Matrona Malicia, has logrado una gran
victoria hoy." Su voz bajó de tono hasta ser un suspiro. "Pero recuerda el
favor de Lloth es un arma de doble filo. La Reina Araña te vigilará más de
cerca a partir de ahora."
En su regocijo, Malicia le hizo poco caso a las palabras de la Matrona
Baenre. "Casa Do'Urden, octava casa de Menzoberranzan," murmuró las
palabras mientras sus hijas la miraban. Si, le gustaba como sonaba.
Briza levantó su labio en un gesto de disgusto. "No es justo," dijo. "Drizzt
es sólo un niño y un varón. ¿Por qué Lloth no se apareció ante mi?"
"Calla, cretina," La espetó Malicia, pero su reproche era sólo a medias. Ni
siquiera Briza podía estropearla su satisfacción.
Epílogo
"Gracias por responder a mi llamada tan pronto Zaknafein" dijo Malicia en
un tono agradable.
Zak pasó a través de los hijos de Malicia y se arrodilló delante de su
trono. "Por supuesto, Matrona Malicia." Las palabras le salieron fáciles. Era el
tono habitual que solía utilizar y estaba acostumbrado. Estaba claro que a ella
le gustaba ese tono.
"He tenido la decisión del consejo acerca de tu condena, Zaknafein,"
Malicia habló tranquilamente. "Como escapaste de la transformación en
draña, estas absuelto de tus crímenes."
Zak soltó un suspiro de alivio. Tenía miedo que la sentencía aún fuese
firme, aunque tenía que haber previsto la absolución. En Menzoberranzan, si
alguien podía escapar de un crimen sin ser visto, entonces el crimen no había
ocurrido. Así era la justicia de los drows. Hizo un asentimiento. "Será un honor
seguir sirviéndote Madre Matrona. ¿Habrá algún otro castigo para mi?" Con
esto Malicia se le acercó y le susurró al oído algo que sólo él escuchó. "No sé
a qué juego estas jugando, Zaknafein. Pero no importa. Incluso si tratas de
desafiarme, me has servido tal y como quería." Su voz se tornó amenazante.
"Has hablado de castigo. Dejemos que esto sea tu castigo, que sepas que
todo lo que hagas, absolutamente todo lo harás para servirme. Me servirás
Zaknafein."
Mientras ella hablaba, Zak reprimió las ganas de alejarse. Si, fingirá ser
discipliente con Malicia. Jugaría al doble juego de Lloth. Y cuando tuviese la
menor oportunidad la aprovecharía contra ella. Una vez mas las palabras del
mago Araña sonaron en su mente. Dominarla sirviéndola. Zak no lo olvidaría.
Obedientemente, el maestro de armas dijo: "Como ordenes, Matrona
Malicia," Volvió a su posición detrás del trono, al lado de Rizzen, quien le
dirigió una mirada de odio, ahora que Zak había recuperado el favor de la
Matrona Malicia. Zak ignoró al ahora patrón.
Malicia y sus hijas empezaron a urdir nuevos planes para elevar a la casa
Do'Urden en la escalera de poder de Menzoberrazan. Zak no escuchaba. En
cambio sus ojos se dirigieron hacia Drizzt. Mi hijo, pensó por centésima vez.
El chico estaba en un lado de la cámara, sus ojos miraban al suelo como le
correspondía a un príncipe paje, y ahogó un bostezo. Para su propia
seguridad, la Matrona decidió ocultar al chico la verdadera naturaleza del
encuentro que había tenido con la bella drow. Zak sabía que estaban
equivocadas, pero estaba contento de todas formas. Mejor si el chico no era
consciente aún, como todo drow estaba destinado a caer en las redes de
Lloth. Zak percibía que el chico era diferente, como él mismo. Lloth aún no lo
había corrompido. Y si Zak podía hacer algo para evitarlo, nunca llegaría a
hacerlo. Si, quizá hubiese algo de bondad entre tanta oscuridad.

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