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Delegación Diocesana
Catequesis.
REZAMOS TODOS JUNTOS
Porque anochece ya,
Porque es tarde, Dios mío,
Porque temo perder
Las huellas del camino,
No me dejes tan solo
Y quédate conmigo.
Porque he sido rebelde
Y he buscado el peligro
Y escudriñé curioso
Las cumbres y el abismo,
Perdóname, Señor,
Y quédate conmigo.
Porque ardo en sed de ti
Y en hambre de tu trigo,
Ven, siéntate a mi mesa,
Bendice el pan y el vino.
¡Qué aprisa cae la tarde!
¡Quédate al fin conmigo! Amén.
ESCUCHAMOS LA PALABRA DE
DIOS
Jesús les propuso esta parábola:
-Un hombre había plantado una higuera en su
viña; un día vino a buscar fruto en ella y no lo
encontró. Así que dijo al viñador: “hace ya tres
años que vengo a buscar fruto en esta higuera y
no lo encuentro. ¡Córtala! ¿Por qué va a estar
ocupando terreno inútilmente?
El viñador contestó: “Señor, déjala todavía este
año; yo la cavaré y echaré abono, a ver si da
fruto en lo sucesivo; si no, la cortarás”.
(Lc.13,6-8).
MEDITAMOS Y COMENTAMOS EL
TEXTO (Páginas 2-3)
REZAMOS TODOS JUNTOS
CANTAMOS
Tú, Señor, me llamas,
Tú, Señor, me dices,
“ven y sígueme”,
Señor, contigo iré.
Dejaré en la orilla mis redes,
Cogeré el arado contigo, Señor,
Guardaré mi puesto en tu senda,
Sembraré tu palabra en mi pueblo,
Y brotará, y crecerá.
Señor, contigo iré. Señor, contigo iré.
Padre nuestro que estás en
el cielo...venga a nosotros tu
reino...
Señor, Jesús:
Tu elección llega por caminos insospechados.
Nos llamas a través de otras personas.
Nos llamas, sobre todo, a través de los pobres,
Los niños, los que no tienen luz,
Los que no pueden levantarse, andar solos.
Te doy gracias porque me has llamado
Y me has elegido para ser acompañante
De otras personas, especialmente de los más
pequeños, en su caminar hacia Ti.
Envía tu sol y tu lluvia
Sobre el desierto de mi tierra
Para que produzca flores y frutos de vida.
Agarra mi mano con tu mano
Para que juntos agarremos muchas manos
Y alcemos muchas vidas hacia la altura.
Gracias, Señor, porque me has llamado y me
has elegido.
1
(Reflexión para la celebración del comienzo de curso)
El Señor nos ha llamado a ser catequistas en unos momentos difíciles
para vivir de la fe. La desconfianza en la tarea que realizamos, el desánimo ante el
escaso fruto inminente cosechado, e incluso la inseguridad personal que sentimos como
evangelizadores, al chocar con la dureza del ambiente, todo esto puede llevarnos a vivir
y desarrollar nuestra vocación de catequistas desde el desánimo y la desesperación.
“¿Cómo cantar nuestros cantos en tierra extraña”? ¿Cómo hablar de Dios
cuando todo en torno a nosotros se ha hecho indiferencia, silencio y hasta burla: “Dónde
está vuestro Dios”?
Sólo podemos seguir viviendo como cristianos en nuestros días y sólo
podremos realizar con gozo nuestra tarea catequética, si recuperamos la
esperanza, si superamos las aparentes razones para desesperar.
Esperanza que, hoy, se traduce en cultivar la virtud de la paciencia. La
paciencia es la forma de realización de la esperanza en tiempos difíciles.
Mirad, lo contrario a la esperanza vivida como paciencia es, naturalmente,
la impaciencia. La impaciencia en un doble sentido:
La impaciencia por exceso, que consiste en la decisión de anticipar el
término, en la pretensión de llegar al final sin apenas habernos puesto en
movimiento, quemando etapas, marcando nosotros el ritmo y los caminos a
seguir. Es querer hacer crecer la planta tirando del tallo verde que apenas
empieza a despuntar. Olvidando, pues, que la vida está felizmente en otras
manos; que es Dios quien tiene la iniciativa.
La impaciencia hace que nos olvidemos que el futuro de nuestro trabajo
tiene mucho de don, de regalo por parte del Espíritu, y algo de construcción
por nuestra parte.
La impaciencia por conseguir el fruto ya maduro puede ser un signo de que
queremos huir cuanto antes del camino a recorrer por considerarlo
demasiado duro. Comenzar y en seguida cosechar. ¿Y los cuidados del
árbol, la poda necesaria, las heladas, las sequías, el volver a empezar?
También la impaciencia por defecto comporta otra dimensión. Consiste
fundamentalmente en dejar de esperar, en desesperarse, en no esperar nada (ni siento, ni
padezco; el no sentir pasión por lo que hago), que se traduce en la práctica en la
tentación del abandono, o en la tentación de añorar los viejos tiempos.
Esta tentación de refugiarnos en los viejos tiempos (también como miedo a
enfrentarse al momento presente) es evadirse de los problemas, tensiones y
personas de nuestro tiempo.
Es la tentación a rehusar hacer presente en ellos, poco a poco,
pacientemente, modestamente, el Reino de Dios, objeto de nuestra
esperanza y de nuestros trabajos.
Frente a estas dos actitudes, de presunción y desesperación, impaciencia y
pérdida de la paciencia, la situación que vivimos está pidiendo de nosotros una
espiritualidad que incorpore los rasgos de la paciencia, como nombre actual para la
esperanza. La paciencia con dos rasgos: la resistencia y la sumisión.
2
La resistencia al mal bajo todas sus formas, la perseverancia en la lucha,
enraizarnos en la realidad que nos toca, el enfrentamiento a todos los obstáculos –
vengan de donde vengan- a los valores del Evangelio.
Pero resistencia sin falsas heroicidades. Por eso, resistencia con sumisión. A
lo que Dios quiera, al ritmo que El, a través de los acontecimientos de la vida nos
imponga. Sumisión a sus designios, confianza en su voluntad sobre nosotros.
Resistencia al mal: “Pase de mí este cáliz”; pero sumisión: “ No se haga
mi voluntad, sino la tuya”.
Resistencia, arraigada en la entrega confiada al fundamento de nuestra esperanza que
hará posible nuestra permanencia, nuestra perseverancia en medio de nuestra debilidad.
Así, hombro con hombro con las gentes de nuestro tiempo y arraigados en Jesucristo,
encontraremos el coraje y la paz para seguir comprometidos en nuestras tareas.
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