la gran bombarda turca: el cañón que derribó a

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la gran bombarda turca: el cañón que derribó a
LA GRAN BOMBARDA TURCA: EL CAÑÓN QUE DERRIBÓ A CONSTANTINOPLA
CONSTANTINOPLA, EL "CUERNO DE ORO"
El 29 de mayo de 1453 el Imperio Bizantino sucumbía ante el poder de los turcos otomanos después de
1123 años de existencia. La ciudad de Constantinopla, fundada por el emperador romano Constantino el
Grande en el año 330 d.C, fue tomada después de 8 semanas de intenso asedio por las tropas del sultán
Mehmet II el Conquistador. El sistema defensivo con que contaba Constantinopla era formidable, siendo su
máxima expresión la inexpugnable triple muralla construida por el emperador Teodosio II. Antes de ésta ya
existía otra con un perímetro bastante menor, mandada construir por el emperador Constantino. Estas
murallas permitieron a Constantinopla sobrevivir a múltiples asedios desde el siglo V.
Fue en el año 412 d.C. cuando se empezaron a construir, no finalizando las obras hasta el año 447 d.C.
Posteriormente varios tramos de la muralla sufrieron restauraciones y modificaciones. Las defensas que se
encontraron los turcos en abril de 1453 planteaban todo un reto para su toma. Existe sólo un antecedente
que podía dar esperanzas a los otomanos para la toma de la ciudad, y es que en 1204 Constantinopla fue
asediada y tomada en el transcurso de la fatídica IV Cruzada. Desde la terminación de estas murallas
pasaron 757 años de numerosos intentos de tomar Constantinopla, naufragando ante sus poderosos muros
persas, ávaros, árabes, búlgaros, rusos, pechenegos y otomanos, entre otros. En particular los turcos
otomanos habían intentado en no menos de cuatro ocasiones tomar Constantinopla sin éxito (1359, 1394,
1411 y 1422).
Gráfico del asedio a Constantinopla
La muralla terrestre tenía una longitud de seis kilómetros entre la costa del Mar Negro y el Cuerno de Oro.
Estas murallas constaban de un triple sistema defensivo formado en primer lugar por un foso parapetado de
unos 20 metros de ancho. Después del foso existía una franja de terreno de 15 metros hasta la primera
línea de murallas. Dichas murallas contaban con unos muros de 8 metros de altura y 2 de espesor. Para
complementar la defensa de estas murallas, se habían construido más de 80 torres a lo largo de estos seis
kilómetros.
Detrás de las primeras murallas se extendía un pasillo de 18 metros de anchura hasta la segunda línea de
murallas. Dicho pasillo permitía a los defensores moverse a lo largo del perímetro amurallado con rapidez, a
la vez que proporcionaba un espacio de defensa si el enemigo conseguía tomar la primera muralla. La
segunda línea amurallada era aún más formidable que la primera. La altura de los muros llegaba hasta los
13 metros siendo la anchura de 5 metros. Este tramo contaba con más de 100 torres de hasta 15 metros de
altura. A las murallas terrestres hay que sumarle 13 kilómetros de una muralla costera que tenía unas 300
torres de defensa aproximadamente. La altura de este inmenso tramo era la misma, 12 metros.
Sección de las murallas
Otro elemento esencial en la defensa fue la famosa cadena de hierro que cerraba el Cuerno de Oro. La
misión primordial de esta gran cadena era la de impedir el paso de las flotas invasoras al interior de la bahía
del Cuerno de Oro. Protegían a su vez el interior de la bahía unos 28 buques de guerra. Al día de hoy, dicha
cadena todavía se conserva en el museo militar de Estambul.
LOS PREPARATIVOS
Los turcos iniciaron su andadura en el uso de la artillería en el siglo XIV principalmente para los asedios.
Hacía ya 100 años que la artillería era usada en las guerras, pero su eficacia no había sido demasiada
como arma de asedio. Uno de los protagonistas de nuestra historia fue el musulmán de origen húngaro
Orbán. Este ingeniero converso al Islam fue el que diseñó y construyó por encargo del Sultán Mehmet II los
cañones destinados a sitiar Constantinopla. Se cree que Orbán ofreció sus conocimientos al emperador
bizantino antes que a los turcos, pero debido a los problemas económicos por los que atravesaban los
bizantinos se tuvo que rechazar el ofrecimiento. Sirva este ejemplo para comprender el gran coste que
suponía el adquirir una tecnología de asedio que para la época era el último grito. Al no obtener Orbán
resultados de su estancia en Constantinopla, se encaminó hacia la corte de Mehmet II. Llevado ante su
presencia, el sultán le preguntó a Orbán si podía fabricar un cañón lo suficientemente poderoso como para
destruir las murallas de Teodosio, y éste le contestó que podía construir un cañón con el que sería capaz de
destruir las mismísimas murallas de la mítica Babilonia.
Orbán dio esta respuesta al sultán a sabiendas de cómo eran las murallas de Constantinopla. Durante su
residencia en la ciudad, y mientras esperaba una respuesta del emperador bizantino a sus ofrecimientos,
Orbán estudió meticulosamente la triple muralla de Teodosio y el resto de las defensas. El sultán, que
entonces tenía 21 años de edad, era muy consciente de la importancia que podía tener la artillería en un
asedio, y por eso le encomendó al ingeniero húngaro no sólo la construcción del gran cañón, sino también
una profunda modernización del parque artillero. En esta ocasión el dinero no iba a ser problema. Mehmet le
pagó al húngaro cuatro veces más de lo que esperaba y además le facilitó toda la ayuda técnica que
pudiera necesitar en la fundición de las piezas. Fue en 1452 cuando Orbán se dispuso a la tarea de fabricar
varios cañones para el sultán. Para su fundición fueron necesarios muchos esfuerzos. Muchos materiales
fueron reunidos para su fabricación, como cobre y estaño para hacer bronce, y sin olvidar los
imprescindibles salitre, azufre y carbón para los “mixtos” de la pólvora que, en saquetes, servían para
impulsar los terribles e inmensos proyectiles de esta mortífera arma.
Tres meses después de iniciar su construcción el primer gran cañón vio la luz. Durante el otoño de 1452 se
trasladó, desde Adrianópolis, la actual Edirne turca, este gran cañón y dos piezas más hasta la recién
construida fortaleza de Rumeli Hisar (el estrangulador del Estrecho). Esta fortaleza, edificada entre abril y
agosto de 1452, fue destinada a controlar el tráfico marítimo del estrecho de los Dardanelos y debilitar así a
Constantinopla. El 25 de noviembre de ese mismo año, tras un par de descorazonadores intentos, un navío
veneciano, capitaneado por Antonio Erizzo que trababa de llegar a la ciudad bizantina con ayuda, fue
cañoneado y hundido tras hacer caso omiso de las órdenes turcas para detenerse y amarrar en los muelles
del castillo. La suerte que corrieron los marineros y el capitán fue premonitoria. El capitán veneciano fue
empalado y la tripulación degollada como escarmiento. Satisfecho con este primer cañón, el sultán le
ordenó a Orbán construir uno todavía más grande: la Gran Bombarda. En enero de 1453 estaba terminado.
La Gran Bombarda
LA GRAN BOMBARDA TURCA
La Gran Bombarda constaba de dos piezas de bronce unidas entre sí, y su longitud era de unos 8 ó 9
metros aproximadamente. "El grosor del bronce era de un palmo, a saber, veinte centímetros, y su
circunferencia de ochenta centímetros por la parte donde se metía la pólvora, y doscientos cuarenta por la
mitad de la parte delantera por donde se introducían las balas". Su peso rondaba las dieciocho toneladas y
podía disparar proyectiles esféricos de granito cuyo diámetro era de 762mm.
El peso de cada proyectil era de 680 kilos. Su alcance era de 1.600 metros y la cadencia de tiro de unos 7 u
8 disparos diarios. Se necesitaban al menos 3 horas para recargar el cañón y volver a dispararlo. La
dotación para servir esta monstruosa pieza era de 200 hombres.
A pesar de su imponente aspecto, la Gran Bombarda era un cañón impreciso en sus disparos. Mehmet II
quiso probar el cañón y una vez colocado y asegurado cerca de su palacio, efectuó el primer disparo. El
proyectil salió disparado a una distancia de 1.600 metros, acabando por hundirse en la tierra unos 180
centímetros. No sin cierta previsión se ordenó advertir a todos los ciudadanos de Adrianópolis, antes de la
prueba, de que oirían un ruido infernal del cual no debían tener miedo. Se dice que el estruendo del disparo
consiguió oírse a 15 kilómetros a la redonda. Las gentes que vieron por primera vez el cañón afirmaron que
"era un horrible y extraordinario monstruo".
La Gran Bombarda era sin duda alguna la pieza más grande y espectacular que se usó en el asedio.
Basados en dicha pieza se fabricaron hasta 42 cañones más, los cuales fueron situados a partir de 1464 en
diversas fortalezas que jalonaban el paso por los Dardanelos. El siguiente reto que se presentó fue su
traslado desde la ciudad de Adrianópolis hasta los muros de la capital bizantina, que estaba a 225
kilómetros. Para ello fueron necesarios más de dos meses, 30 carros atados entre si y tirados por 60
bueyes. Cientos de hombres allanaron y desbrozaron el terreno por donde iba a pasar la Gran Bombarda
para facilitar su transporte y para que ésta no volcara.
Fueron necesarios siete días para instalar y preparar el cañón. El lugar elegido para ello fue enfrente del
sector de las murallas denominado Mesoteichion, justo delante de la mismísima tienda del sultán. Dicho
sector era considerado como uno de los escasos puntos débiles de las murallas, pues su construcción
estaba dictada por el paso, a través del mismo, del río Lycus. Esto motivó que la estructura de las
fortificaciones fuese de menor altura y profundidad que en otras partes de la muralla. Tanto la Gran
Bombarda como el resto de los cañones fueron colocados sobre plataformas de tierra y piedra para
afianzarlos, aunque con la llegada de las lluvias de abril esto se vio dificultado.
LA CAÍDA DE CONSTANTINOPLA
El 7 de abril de 1453 dio comienzo oficialmente el asedio con el disparo que efectuó la Gran Bombarda y al
que siguieron los demás cañones fabricados por Orbán.
Su primer objetivo fue la Puerta Militar de San Romano y el sector de la muralla, ya que se consideraba
como el punto más débil de la misma. A partir del 12 de abril el cañoneo no se detuvo. Día tras día los
proyectiles de las bombardas debilitaban los muros de Constantinopla que no estaban diseñados para
repeler los ataques de la artillería. No debemos olvidar que se estaba enfrentando una tecnología defensiva
del siglo V con otra ofensiva del siglo XV. Tecnología defensiva que contaba además con otra desventaja,
pues las torres nunca fueron modernizadas para permitir un uso sostenido y eficaz de la variopinta artillería
con la que contaban los defensores.
De esta manera los bizantinos se vieron privados del soporte de un fuego de contrabatería. La táctica de tiro
usada por los otomanos era simple. Los primeros disparos iban dirigidos a la base de la muralla para
provocar un boquete o grieta de varios metros en la mampostería. A continuación, afinando el tiro en la
medida de lo posible, se disparaba en línea vertical sobre la base de los primeros impactos. De esta forma
se conseguía debilitar y derrumbar parte del lienzo de la muralla. "...y la piedra disparada con enorme fuerza
y velocidad, golpea la muralla, la cual inmediatamente se derriba y rompe en varios fragmentos dispersos,
que caen sobre los defensores matando a todo aquel que se encuentre cerca".
Harina de otro costal era cómo los defensores arreglaban los desperfectos ocasionados por los cañones. Al
caer el día, cuando cesaban los disparos de la artillería, los bizantinos salían extramuros para reparar las
murallas con sacos terreros, barriles llenos tierra, cajas, árboles, escombros de la propia muralla e incluso
pacas de lana y algodón. Estos últimos dos materiales tenían la ventaja de poder resistir mejor la lluvia de
proyectiles turcos. Ante la efectividad de las reparaciones bizantinas el sultán mandó disparar sus cañones
contra dos fortificaciones extramuros con mejores resultados.
Cuando las murallas fueron pulverizadas por la artillería, las guarniciones de ambas fortalezas fueron
empaladas. En otras ocasiones el sultán Mehmet mandó apuntar sus cañones por encima de la triple
muralla para bombardear el interior de la ciudad. El resultado de dichos bombardeos fueron numerosos
incendios en el interior de Constantinopla que sustraían defensores del perímetro de la muralla. Fueron
varios los asaltos que sufrió la ciudad y a pesar de estar derruida la muralla exterior en el sector de
Mesoteichion, los bizantinos repelieron estos ataques no sin gran esfuerzo. Pero pocos días después la
ciudad iba a recibir un duro golpe. El 21 de abril el sultán ordenó construir un camino de madera para que
sus barcos pasaran del estrecho de los Dardanelos al interior del Cuerno de Oro.
Construido por ingenieros italianos, el camino medía 12 kilómetros de longitud y salvaba un desnivel de 75
metros, permitiendo introducir en el Cuerno de Oro hasta 70 navíos de guerra turcos. En esta ocasión la
artillería otomana obtuvo un pequeño triunfo al conseguir alejar con sus proyectiles a la flota cristiana de 26
galeras de guerra que se encontraba en el interior del Cuerno. Una nueva amenaza se cernía sobre la
capital del exiguo imperio. A los seis kilómetros de murallas terrestres ahora había que sumarle los trece de
murallas costeras que había que defender, y no eran precisamente soldados lo que le sobraban a los
bizantinos.
Debido a los intensos bombardeos, la Gran Bombarda quedó dañada durante varios días en el mes de
mayo, disminuyendo así la presión sobre la ciudad. Podemos imaginar que la avería se debió producir por el
uso intenso que se le estaba dando a la pieza. Los ataques se reanudaron durante el resto del mes de mayo
sin resultados positivos para los sitiadores. En cambio para los bizantinos el futuro se volvía cada vez más
oscuro. Un barco que había zarpado tiempo atrás en busca de una flota veneciana de rescate regresó el 23
de mayo con la peor de las noticias. Nadie acudiría en auxilio de Constantinopla.
Una antigua profecía de Constantino el Grande vaticinaba que la ciudad sólo sobreviviría mientras la Luna
brillase en el cielo. La noche del 24 de mayo de 1453 se produjo un eclipse lunar que oscureció
Constantinopla. Pero los malos presagios no terminaron ahí ya que al día siguiente durante una procesión
uno de los iconos más sagrados de la ciudad cayó de su marco al suelo. La procesión siguió su camino
hasta que una granizada inundó las calles. ¿Qué más podía ocurrir?
El 25 de mayo la ciudad amaneció envuelta en una espesa niebla y un frío invernal totalmente inusual para
finales de mayo. "Aquella noche, al disiparse la niebla, se observó un resplandor extraño sobre la cúpula de
la iglesia de Santa Sofía. Se vio también desde el campamento turco lo mismo que por los
constantinopolitanos, los turcos se inquietaron igualmente. El mismo sultán tuvo que ser tranquilizado por
sus sabios...".
Muchos creyeron ver en este suceso que Cristo abandonaba Constantinopla, pero la explicación a dicho
fenómeno era más terrenal. Tanto el eclipse como los efectos visuales que se produjeron estaban
originados por una nube volcánica que había tenido su origen en la erupción del volcán Kuwae en Nuevas
Hébridas. El último y definitivo ataque tuvo lugar el día 29 de mayo antes del amanecer, sobre el ya muy
castigado sector del Mesoteichion. Mehmet II lanzó a la batalla en primer lugar a los Bashi Bazuks en dos
oleadas que se estrellaron literalmente contra las murallas.
El segundo ataque lo llevaron a cabo los soldados regulares del contingente anatolio, pero una vez más
fueron contenidos por los defensores. Entonces fue cuando el sultán mandó atacar a los jenízaros, los
soldados mejor entrenados y equipados de los que disponía. Su ataque se prolongó hasta el mediodía, y
cuando parecía que habían fracasado en su empeño, dos hechos cambiaron la suerte de la ciudad.
En primer lugar el genovés Giovanni Giustiniani, designado por el mismísimo emperador Constantino
Paleólogo como comandante en jefe de la defensa de Constantinopla, cayó mortalmente herido. Al ser
retirado de la primera línea, los soldados genoveses que luchaban con él siguieron a su capitán, dejando vía
libre un sector de la muralla al asalto jenízaro. El segundo hecho trascendental fue el hallazgo por parte de
los turcos de una poterna que estaba mal atrancada, conocida como Kerkoporta. Por ella consiguieron
penetrar un grupo de jenízaros, capitaneados, según la leyenda, por uno gigantesco de nombre Hasan, que
rápidamente lograron colocar estandartes en algunas de las torres. Aunque fueron, rápidamente, abatidos
por los defensores, su gesto sirvió para galvanizar los asaltos. La lucha que a continuación tuvo dentro de la
ciudad fue el último acto del asedio. El mismo emperador Constantino XI, el último de los romanos, halló la
muerte en combate. Según algunas fuentes, defendiendo la brecha que se había producido cerca de la
puerta de San Romanus; según otros autores, retirándose, combatiendo, hacia la poterna del Cristo, en un
vano intento de alcanzar alguna embarcación.
CONCLUSIONES
La artillería del húngaro Orbán fue en parte determinante para inclinar la balanza hacia el lado turco, pero
fue necesaria una vez más la intervención de la infantería al asalto para decidir la suerte de una ciudad
asediada. Se hicieron precisos más años para perfeccionar el uso de la artillería en los asedios a fortalezas
y ciudades, lo cual provocó a su vez un cambio radical en la arquitectura defensiva.
Las murallas de Teodosio hoy en día
Hoy el turista que visita la antigua Constantinopla puede acercarse hasta los restos conservados de la triple
muralla de Teodosio y hacerse una idea de las dimensiones de la batalla. Los muros de lo que en otro
tiempo fue la capital de un gran imperio, son los testigos mudos de los albores de la artillería de asedio.
Pocos años después de la caída de Constantinopla, fueron los Reyes Católicos los que se valieron de estas
armas para conquistar el Reino nazarí de Granada, concluyendo de esta forma la Reconquista en España.
¿Y qué fue de la Gran Bombarda? La teoría más aceptada, a fecha de hoy, es que fue refundida para la
fabricación de las nuevas 42 piezas antes mencionadas. Los rigores de la campaña de Constantinopla la
habían deteriorado de forma irreversible, privándola de utilidad militar.
Bombarda turca en Fort Nelson
Parte de esas cuarenta y dos piezas, 354 años más tarde seguían todavía en su puesto. En 1807, en uno
de los múltiples conflictos que esa región vería durante el siglo XIX, uno de esos cañones fue empleado
contra una fuerza británica de la Royal Navy. Lejos de estallar, el viejo cañón funcionó a la perfección,
alcanzando por dos veces a uno de los navíos del Almirante Duckworth, causando cerca de 60 bajas
mortales. Posiblemente, las últimas víctimas de la herencia de la Gran Bombarda. Una de esas piezas,
todavía sobrevive en buen estado. Está expuesta en Fort Nelson, Portsmouth; y fue un regalo realizado en
1867, por parte del sultán Abdülâziz a la reina Victoria. Pese a los avances de la artillería, aún hoy sigue
siendo un arma realmente impresionante.
Fuente: www.armas.es

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