Se habla venezolano - Ediciones Puntocero

Transcripción

Se habla venezolano - Ediciones Puntocero
Se habla venezolano
1ª edi­ción: marzo 2010
© Revista Marcapasos, marzo 2010
© Ediciones Puntocero, marzo 2010
Re­ser­va­dos to­dos los de­re­chos.
Que­da ri­gu­ro­sa­men­te pro­hi­bi­da, sin au­to­ri­za­ción
es­cri­ta de los ti­tu­la­res del Copy­right, ba­jo las
san­ciones es­ta­ble­ci­das en las le­yes, la re­pro­duc­ción
par­cial o to­tal de es­ta obra por cual­quier me­dio
o pro­ce­di­mien­to, in­clui­dos la re­pro­gra­fía
y el tra­ta­mien­to in­for­má­ti­co.
Ediciones Puntocero
Apar­ta­do 50.304. Ca­ra­cas 1050, Ve­ne­zue­la
Telf.: [+58-2] 762.30.36 / Fax: [+58-2] 762.02.10
e-mail: con­tac­[email protected]
ww­w.edicionespuntocero­.com
ISBN: 978-980-7312-05-9
De­pó­si­to le­gal: lf6642010800820
Di­se­ño de co­lec­ción
Ediciones Puntocero
Fotografía de portada
David Maris
Diagramación
Victoria Araujo
Co­rrec­ción
Hernán Carrera
Im­pre­sión
Editorial Melvin
Prin­ted in Ve­ne­zue­la
Se habla
venezolano
Doce historias que laten con Marcapasos
A Alberto Salcedo Ramos, el mentor
A Leila Guerriero, la inspiración
A Hernán Carrera, el mago de las palabras
A Pastor Acea (in memoriam), por la impresión
que nos dejó
Índice
Prefacio.......................................................................................... 9
No hay golpe pequeño
Maye Primera Garcés ..............................................................15
Y al séptimo día dijo: Sea la furia en Petare
David González ....................................................................... 29
Marcados por el 666
Carla Candia Casado............................................................... 43
Queremos tanto a Lila
Hernán Carrera........................................................................ 55
Desde la autopista.com
Andrea Daza Tapia.................................................................... 65
Elena, pero no santa
Morelia Morillo Ramos..........................................................73
No nombrarás en vano
Briamel González Zambrano..................................................83
¡Qué molleja, primo!
Milagros Palomares.................................................................. 95
Óyeme, ¿qué te cuesta?
Sandra Lafuente Portillo.....................................................103
Bella y sin quirófano
Liza López Vinogradoff.........................................................115
Prefacio
Más Puma que nunca
Alma Ariza............................................................................... 127
Todos contestan por Tío Simón
Laura Helena Castillo...........................................................133
Las crónicas que hemos seleccionado para esta primera antología de la revista Marcapasos son todas del tipo que siempre, desde
el nacimiento de esta publicación independiente, el siete de marzo
de 2007, nos interesó. En un país altamente dividido por la agenda
política, nos propusimos poner el ojo en todo aquello que los medios
grandes, presas de la polarización, estaban dejando de contar. La vida
azarosa, el hecho insólito, la hazaña de gente común y cotidiana. El
lado menos célebre de los más célebres. El ángulo nunca explotado
del tema que resonó en la prensa. Las miles de historias que merecen
ser contadas y que, a pesar de su latido poderoso, pasan inadvertidas
para la voracidad noticiosa de la prensa o se pierden en la vorágine
de la conflictividad social y política. Historias de verdad con gente
de verdad, que vive en este mismo país. Quisimos, entiéndase bien,
sostener con la escritura un postulado: hacer ver que la gente corriente,
esa que no «declara» cada día un discurso hecho frente al grabador
o la cámara, puede ser también protagonista.
Con los años y dentro de una evolución natural, estos temas
comenzaron a adquirir, en las diez ediciones que imprimimos y sacamos a la calle hasta noviembre de 2008, un indiscutible sello propio,
una manera de mirar y de contar, un ADN. Una personalidad que
ahora, después de un año sin salir, y cuando la revista cumple tres,
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transvasa su fuerza y su visión a un nuevo formato: a tono con los
tiempos, Marcapasos se recrea ahora a sí misma como revista digital.
Experimenta con un nuevo lenguaje, se abre a las insondables oportunidades de la web, quiere beber de sus valiosísimos recursos y, no
por último, seguir honrando el reconocimiento alcanzado como la
primera revista venezolana de crónicas.
En feliz conjunción con ese cambio de soporte físico se publica
esta antología, que busca ser –y es– un muy «marcapasiano» retrato
de la venezolanidad, de eso que, sin necesidad de ondear o blandir
símbolos patrios, podemos llamar la identidad nacional contemporánea. La que está en el modo de nombrarnos, en los rasgos contrapuestos de los íconos de nuestra cultura popular, en los buhoneros
de la vía rápida, en la violencia tozuda, en el deporte como medio
de «salir de abajo», en el talante único del Zulia, en la magia ya casi
perdida de la Gran Sabana, en las raras formas de buscar a Dios o
de endiosar la belleza artificial, en esa manera nuestra y caribe de
vocear angustias íntimas.
Son doce crónicas las que leerán aquí: un niño que comenzó
a boxear a los tres años y es un proyecto de campeón mundial bien
elaborado por su padre; el diario de una semana de violencia cruda
en Petare; una reportera, unas horas, en la piel de los vendedores
ambulantes de la autopista Francisco Fajardo; Lila Morillo y el Puma
José Luis Rodríguez, cada uno por su lado; el Simón Díaz que ganó
el Grammy Latino; la Elena que inspiró el nombre de la capital de la
Gran Sabana; una secta que, con el triple seis como símbolo, adora a
un anticristo al que sus adeptos llaman «Papi»; el país de las Yuleidis
y los Usnavys, el de esos nombres ornitorrincos que amenazan marcarnos como estirpe; el Maracaibo insólito (tierra creadora de muchos
de esos nombres, por cierto) al que una vez llegó un pingüino y que
en un museo conserva el descomunal cálculo de vejiga de su gran
prócer; y dos experimentos: una cronista sentada en un banquito
en Chacaíto, con un letrero delante –«Se escuchan angustias, se dan
consejos»– y las personas que atendieron ese llamado, y otra que
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paso a paso siguió un casting convocado por la propia revista para
comprobar que la belleza natural es tan portadeable o más que la de
silicona y photoshop.
Doce historias reales y vernáculas, escritas por periodistas venezolanos que han sabido combinar talento, reporterismo riguroso
y recursos narrativos para hacer que sus textos no solamente digan:
que palpiten.
Doce historias que hablan venezolano y, como ya lo dice nuestro
eslogan, que laten.
Liza López, Sandra Lafuente y Victoria Araujo
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Se habla venezolano
No hay golpe pequeño
Lleva más de la mitad de su vida montado en el ring. Tiene
la mirada fiera, pegada contundente, sobrada disciplina y
piernas ágiles que mueve con rapidez de zancudo. Todavía no
es campeón, pero empezará a serlo apenas alcance los kilos
que le faltan para llegar al minimosca o siquiera al paja. El
Pequeño Tyson es un proyecto de siete años de edad que, desde que lanzó en la cuna su primer upper, prepara a trompada
limpia un futuro de faja mundial.
Maye Primera Garcés
Cuando era pequeña, allá en su natal Valencia, quería ser santa. El deseo no
se cumplió ni de lejos: hoy, adulta, es reportera. El diario Tal Cual, el vespertino
y el matutino, fue su escuela de reporterismo, y en esa escuela se especializó
en el periodismo político. De política escribió durante diez años, con agudeza e
ironía, hasta que se convirtió en la jefa de redacción de ese periódico. También
trabajó en El Mundo (el de Teodoro Petkoff) y ha escrito para revistas como
Travesías, Gatopardo y Marcapasos. Del Programa Balboa para Jóvenes Periodistas
Iberoamericanos que cursó en Madrid en 2008 se vino con un nuevo encargo:
es la corresponsal en Venezuela de El País de España desde septiembre de ese
año. Desde 2009 es profesora de Historia de Venezuela en la escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela, su alma mater.
El Pequeño Tyson tiene siete años, y ha recibido y repartido unos
cuarenta y dos minutos de golpes a la mandíbula y al torso, en cuatro
años de carrera boxística. Pesa veintitrés kilos que mueve con la rapidez
de un zancudo cuando sube al cuadrilátero, hasta que su contendor
logra cercarlo contra las cuerdas por unos segundos. Que no duele,
dice él, para explicar, en su discurso de niño, que ni el gancho más
contundente le ha hecho preferir el beisbol antes que el boxeo.
Subió por primera vez al ring a los tres años, sólo para la foto.
Llevaba unos guantes de diez onzas –rojos con negro– que formaban
una sola pieza desde sus nudillos hasta el antebrazo y hacían contraste
con su gesto blando y con sus pantaloncillos de muñequitos. Ahora,
de siete, Francisco José Cuadrado –que tal es su nombre fuera del
ring– tiene la pose del retador: sabe entornar la mirada, juntar las
pupilas con las cejas y marcar un jab en el aire, mientras con el puño
derecho se protege el rostro. La fiereza se aprende.
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En lugar de fotos de bautizo, cumpleaños y actos escolares, su
álbum personal es un desfile de superestrellas locales: aquí lo alza en
brazos el presidente de la Asociación Mundial de Boxeo, Gilberto
Mendoza; acá corretea al campeón mundial superpluma Edwin Valero en el gimnasio de Caricuao; en esta otra aparece con el primer
campeón mundial de Venezuela, el «Morocho» Hernández; y ésta es
de la última visita a Caracas de su padrino de cuerda, Jorge Zerpa.
Sólo en unas pocas posa junto a su padre, José Cuadrado, que suele
ser la voz detrás del lente que le pide: «Hijo, voltea… una sonrisita»,
y que –click– lo inmortaliza al lado de los campeones. «En esta foto
tenía ocho meses», explica el papá, y aparece Francisco José con la
mano derecha muy abierta y la izquierda cerrada en un puño. «Desde
chiquitico está es pendiente de golpear».
José Cuadrado no es de esos que avergüenzan a los hijos mostrándole a la visita sus primeros desnudos en la bañera. Cada imagen que saca de los álbumes guarda coherencia con su proyecto de
vida: el suyo y el de Francisco. Las alinea sobre un mantel puesto
en el piso y lee en ellas el futuro del menor de la familia, como si
fuesen cartas del Tarot: «Pienso que a los quince años debe estar en
la selección nacional y para 2016 tenemos pautado que vaya a las
olimpíadas. No pasará de sesenta kilos. Ya en el 2020 puede optar
al campeonato mundial».
–¿Y si el niño no quiere? –le preguntan siempre.
–Él no va a abandonar el boxeo mientras tenga el apoyo mío. Y
yo no quiero que sea sólo un campeón, sino un súper campeón.
***
Tres de cada diez niños que asisten al gimnasio de boxeo Manuel
Mota, en la calle Alí Primera de Los Teques, estado Miranda –donde entrena el Pequeño Tyson–, desertan al llegar a la adolescencia.
«Usted sabe: entran al liceo y empiezan a tener noviecitas, a salir
por ahí». Razón de hormonas, de feromonas. Esa es la explicación
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que le encuentra el entrenador Jesús García a este éxodo natural.
Pero, a pesar de las estadísticas, ahora mismo se ejercitan alrededor
de doscientos niños en el gimnasio, y sus edades oscilan entre los
cinco y los diecisiete años. Allí les enseñan disciplina, a llamar de
«usted», a respetar a sus padres; los resguardan del ocio y los dejan lo
suficientemente cansados como para que al llegar a casa piensen sólo
en dormir y no en buscar pleitos. En ocho meses, dependiendo de
las habilidades de cada uno, les advierten que llevan armas blancas
en las manos.
El boxeo es el único deporte en Venezuela por cuya formación
no hay que pagar nada: ni matrícula ni inscripción. Sería el colmo,
dice García, que además de venir a recibir golpes se les fuera a cobrar
algo. El atleta compra su equipo –guantes, caretas, vendas– y el Estado
le provee lo demás: formación gratis y una beca que oscila entre los
trescientos y los quinientos mil bolívares para los mayores de doce
años que ganen medallas en los campeonatos nacionales. La regla
general es que los que se inician en el Manuel Mota son muchachos
de extracción popular: vienen de la carretera vieja de Tejerías, del
sector La Lagunetica de Los Teques (donde vive el Pequeño Tyson),
del Barrio Miranda, de La Nacional, del José Gregorio Hernández,
de La Matica, de Santa Eulalia, de Palo Alto, del barrio El Trigo;
aunque en la última temporada comenzaron a llegar algunos de urbanizaciones de clase media, de San Antonio de los Altos, de Club
de Campo y de Carrizal. Cuando hay más violencia en las calles
que en el ring, hasta la madre consentidora prefiere que a su hijo le
saquen el aire de un upper y no de un disparo. Eso explica por qué la
mayoría de los atletas jóvenes, muy jóvenes, se inician en el deporte
a instancias de sus padres.
Ya nada es como antes, cuando los muchachos que se aventuraban en el mundo del boxeo tenían que hacerlo a escondidas. Jesús
García fue uno de esos niños, hace más de tres décadas.
Comenzó a boxear en Maturín, a los doce años. Vendía empanadas
y periódicos, y con los puños sonaba al que se le ocurriera robarle la
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