Capítulo 1

Transcripción

Capítulo 1
Lora Leigh
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Pecados Mortales
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
LORA LEIGH
PECADOS
MORTALES
2º Pecados
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
ARGUMENTO
Logan Callahan, un hombre duro y atormentado por su
cruel pasado, rehuye cualquier tipo de relación... hasta
que conoce a Skye O'Brien, su nueva vecina.
Nada lo había preparado para la salvaje pasión
que surge entre ellos, para la abrumadora necesidad
que siente de protegerla, de hacerla suya para
siempre, de estrecharla contra sí y no dejar que
nadie, ni siquiera el implacable asesino que les
persigue, los separe jamás...
La única intención de Skye al instalarse en aquel
pequeño pueblo era vengar la muerte de su
hermana. Sin embargo, sus planes se verán
truncados cuando se enamora locamente de Logan,
un hombre que destila masculinidad, rudeza y que
intentará por todos los medios alejarla del peligro, un
hombre que la arrastrará sin remedio a un mundo
lleno de oscuridad... y placeres inimaginables.
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Prólogo
Alta prioridad.
Condado de Corbin, Colorado.
Un millón de dólares.
Todos los gastos pagados.
Tres objetivos, extra de quinientos mil por golpe.
Depositar la mitad al principio.
Avisar una vez completado.
Responder al momento.
Ryan Calvert miró el mensaje durante un buen rato, con los labios apretados y la
mandíbula tensa por la furia.
Tenía que admitir que contaba con que ocurriera aquello en cualquier momento.
¡Joder!, lo esperaba desde hacía años.
Su caracterización como asesino era perfecta.
Hacía ya doce años que lanzó el rumor de que estaba dispuesto a realizar
trabajos en el Condado de Corbin, ofreciendo sus servicios a quien pudiera interesar.
Pero no había obtenido los resultados esperados hasta ese momento.
¿Qué había inclinado la balanza?
¿Fue el regreso de los Callahan o, como sospechaba, el inminente matrimonio de
uno de ellos?
Aquella boda destaparía una compleja cuestión que nadie en el condado quería
que se reabriera. Después de todo, que se casara uno de los tres primos Callahan,
significaba que podían llegar herederos. Y estaba seguro de que los barones no
permitirían que ocurriera tal cosa.
Es decir, si eran los barones los que estaban detrás de todo aquello.
Estaba investigando aquel asunto desde que se enteró del fallecimiento de sus
padres biológicos y de todo lo ocurrido tras su adopción.
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Había pisado el Condado de Corbin por primera vez doce años antes, y fue
entonces cuando conoció a sus tres sobrinos, que acabaron alistándose en los
Marines. Fue la misma época en la que comenzó a actuar un asesino en serie que
se dedicaba a matar chicas, chicas que se habían relacionado con los Callahan en
algún momento. Los tres primos consiguieron probar su inocencia a duras penas.
—¿Se trata de lo que estaba esperando, jefe? —preguntó su lugarteniente,
reclinándose en la silla y clavando pensativamente los ojos en la pantalla.
Ryan asintió con la cabeza.
—Ya no hay marcha atrás —murmuró.
Todo estaba milimétricamente estudiado. Cada año transcurrido había tenido que
ajustar sus planes, acotándolos un poco, pero había previsto todas las posibilidades.
—Regresa a la oficina —ordenó al otro hombre—. Me pondré en contacto con
Stokesberry y le enviaré el archivo encriptado con los datos que hemos ido
reuniendo.
—Sabe que Skye O'Brien está allí, ¿verdad?
Ryan clavó los ojos en su segundo.
—¿La hija de Douglas O'Brien? ¿La que acogió Jefferson tras la muerte de sus
padres biológicos?
—Sí. Alquiló una casa allí hace seis meses. Justo al lado de la de Logan
Callahan.
Ryan suspiró pesadamente, consciente de qué había motivado a la joven a hacer
aquello. Su intención era investigar a todo aquél que tuviera como objetivo a los
primos Callaban. La hermana adoptiva de Skye hizo lo mismo y había acabado
muerta; el mismo destino que podría aguardarle a ella.
«Esto tiene que terminar ya. Ahora.»
Los Callahan se mantuvieron alejados del condado de Corbin todo el tiempo que
pudieron; intentaron cortar los lazos que les ataban a aquel lugar, seguramente
intentando convencerse a sí mismos de que su herencia no significaba nada.
Sin embargo, al final no había podido ser. Sus raíces, y el legado por el que sus
padres habían perdido la vida, eran importantes.
—Demasiada sangre derramada —suspiró Ryan—. Si los barones estuvieran
detrás de esto, ya habríamos encontrado pruebas de ello.
—Sólo son títeres —aseguró John, meneando la cabeza—. La prueba está en las
escuchas que tenemos en sus casas. Hay alguien detrás de ellos, controlándolos.
Ryan se incorporó en la silla y tamborileó ligeramente con los dedos sobre el
oscuro escritorio de nogal mientras fruncía los labios de manera pensativa.
—Haz una lista —pidió—. Búscame algunos sospechosos. Me pondré en contacto
con la Agencia para comunicarles que ya nos hemos puesto en marcha. Quiero
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asegurarme de que si el jefe de O'Brien se entera de que ella está allí, no la obligue
a marcharse. Ha llegado el momento de poner punto final a todo esto y
necesitaremos un agente de campo.
—De acuerdo. —John asintió con la cabeza antes de acercarse a la batería de
ordenadores para obtener la información que requería—. La Unidad ya está en
posición y lista para actuar. Lo ha planeado bien, jefe. Daremos con quienquiera que
esté detrás de todo esto.
Lo único que les faltaba era el momento adecuado, la oferta final. Y acababan de
recibirla. Ryan se aseguraría de que cayeran todos los implicados y que la deuda
que tenían con él se saldara de una vez.
En el condado de Corbin estaba a punto de estallar el infierno y él únicamente
sería el detonante.
Sólo sería necesario un pequeño empujón cuando llegara el momento.
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Capítulo 1
Era tan guapo ahora como en aquella fotografía, tomada doce años antes. Igual
de duro e inaccesible. Parecía un hombre del que una mujer podía llegar a
depender.
Un hombre con el que una mujer podía alcanzar el placer.
Skye O'Brien se había pasado los últimos seis meses intentando conocer al
hombre del que Amy Jefferson, su hermana adoptiva, había pensado eso.
El hombre que había sido la causa su muerte.
Pero Logan Callahan no había empuñado el cuchillo que le cortó la garganta. Sólo
había bailado con ella, quizá coqueteado un poco.
El carnicero de Sweetrock se había ocupado del resto cuando violó, torturó y
asesinó a la alegre y compasiva mujer a la que ella consideraba su hermana.
Ahora comprendía por qué Amy se había arriesgado tanto por el, por qué como
agente del FBI recién reclutada había comenzado a investigar lo ocurrido hacía
ahora doce años. Lamentablemente, murió antes de poder contar lo que había
descubierto.
Logan no era guapo en el sentido clásico. Tenía ese aire de vaquero rudo y
peligroso que volvía locas a las mujeres; algo que debía inflar su ego cada día.
Hombros anchos, largas y musculosas piernas y pies grandes; lo que le hacía
preguntarse si sería cierto lo que se decía de los hombres con los pies grandes. No
había ni un gramo de grasa en su duro y poderoso cuerpo. «Los hombres —había dicho siempre su madre—, son como el buen vino:
mejoran con los años.»
En el caso de Logan Callahan eso era un hecho indiscutible. A sus treinta y dos
años, las leves patas de gallo que tenía en las esquinas de los ojos resultaban tan
sexys como el color verde de sus pupilas. Las finas arrugas de la frente y la boca
decían que era un hombre que no había tenido una vida fácil, aunque ella sabía bien
que la había disfrutado a fondo.
El brillo en esos inusuales ojos suyos cuando observaba a las mujeres que se
detenían a sonreírle, seducirle o hablarle, aseguraba a todas y cada una de ellas
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que si estaban dispuestas a irse a la cama con él, les proporcionaría una experiencia
inolvidable.
No les prometía nada más, pero lo recordarían mientras vivieran.
Sin duda, saber que la vida de cualquiera de ellas podría acortarse
considerablemente si estaban con él era la razón por la que Logan rechazaba todas
las invitaciones y coquetas insinuaciones que recibía.
Después de todo, ¿qué hombre podría vivir con la certeza de que sus amantes
morían simplemente por ser sus amantes?
El buscaba diversión fuera de la ciudad y consideraba una obligación no
relacionarse con ninguna de las bellezas locales que asistían a las reuniones que se
celebraban en el condado de Corbin cada fin de semana, algo que ellas lamentaban
profundamente.
—Vamos, Callahan, sabes que puedo enseñarte a seguir el ritmo a la perfección
—dijo ella al tiempo que se movía a su espalda, burlándose de él con sus
insinuantes movimientos—. Anímate, sólo tienes que decir que sí.
Logan curvó los labios en una provocativa sonrisa mientras la miraba, casi con
tristeza.
—Te he visto bailando a través de la ventana de la sala, en tu casa —comentó
arrastrando las palabras—. No tienes sentido del ritmo, O'Brien. Ni siquiera sabes
lle- varlo con la música de los ochenta, y eso que te encanta. Dudo mucho que me
puedas enseñar algo.
Sin embargo, él podría enseñarle muchas cosas, pensó. Algunas muy
interesantes.
—¡Oh, mi pobre corazón! —La joven fingió acento sureño en su burlona respuesta
mientras movía los dedos sobre la suave curva desnuda de sus pechos, por encima
del escote de la camiseta—. Creo que voy a morirme de pura excitación. ¿Te has
dignado a hablarme? —Parpadeó con coquetería mientras le miraba por el rabillo del
ojo.
No estaba exagerando. No era mucha la gente a la que Logan Callahan se
molestaba en responder con algo más que un monosílabo.
Él hizo una mueca burlona.
—Me encantan los buenos espectáculos. Observarte bailar se ha convertido en la
parte más divertida de la noche.
Ella entrecerró los ojos.
—Mirón.
—Exhibicionista —replicó—. Sabías que estaba mirándote.
—Por supuesto —mintió Skye—. Era evidente que necesitabas un poco de
diversión. Pero no creas que se va a repetir la función.
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En realidad, ella no sabía que la había estado observando. Le resultó imposible
no sonrojarse de vergüenza.
—Ahora es a mí a quien le toca decir «¡mi pobre corazón!» —El fingió lamentar
aquella pérdida—. Dime que no serás tan cruel.
A Skye no le quedó más remedio que reírse ante la respuesta mientras
escudriñaba aquella pequeña plaza que en el pueblo conocían como City Park.
Después, dejó la cerveza en la mesita cercana y metió las manos en los bolsillos
traseros de los vaque- ros.
El lugar era un exuberante refugio de verano lleno de flores, árboles frondosos y
pequeñas grutas, la banda tocaba desde el cenador, y alrededor de éste, sobre el
pavimento de adoquines, se hallaba la pista de baile.
A ella le encantaba.
—Todavía no puedo creer que se organice algo así cada fin de semana —
comentó, observando los sensuales contoneos de los bailarines.
—El año que viene hará sesenta años que se celebran estas reuniones —le
informó Logan—. He asistido a ellas casi toda mi vida, acompañado de mis primos.
¿Por qué no bailas?
—Todavía no estoy lo suficientemente borracha —murmuró ella, sabiendo que él
estaba tomándole el pelo.
Logan sonrió sin disimulo.
—Te he estado observando desde la primera reunión de este año, O'Brien. Jamás
bailas en público ni te emborrachas.
—Es que tengo cierto sentido del ridículo. —El la hacía reír.
¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que quiso reírse?
¿Era cosa de su imaginación o Logan estaba un poco más cerca? ¿Era su calor
corporal lo que estaba sintiendo?
—¿No te gusta dejarte llevar? —preguntó él.
—¿Dejarme llevar? —repitió con sarcasmo, conteniendo una sonrisa mientras le
miraba de arriba abajo—. Vamos, Callahan, en esa pista sólo hay un hombre que no
pisa a su pareja y es tu primo Crowe. Y tengo mucho cariño a mis pies. Además, he
escuchado que el único Callahan que vale la pena ya tiene pareja.
Le guiñó un ojo y le hizo un mohín con los labios fruncidos antes de tomar la
cerveza de la mesita y alejarse.
Logan observó en silencio cómo su agradable vecina se detenía aquí y allá,
coqueteando, rechazando alguna oferta de baile, antes de dirigirse a la salida.
Frunció el ceño. Ella se marchaba y no era el mejor momento para que una mujer
anduviera sola por las calles.
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La fiesta no terminaría antes de medianoche. Todavía había que degustar los
pasteles caseros y sortear las mesas de comida con las que contribuían los
negocios locales y algunos vecinos.
Ella regresaba sola a casa y él sabía mejor que nadie que en la oscuridad había
monstruos.
Dejó la botella de cerveza en la mesa más cercana y se acercó a su primo Crowe.
—Me largo —le informó tras darle una palmada en el hombro.
—Bien —murmuró Crowe—. Creo que yo me quedaré un rato más a ver si gano
un pastel.
Logan miró a su primo de reojo.
—¿Qué pastel?
—El pastel de manzana, por supuesto. —Crowe sonrió ampliamente, aunque la
curva de sus labios quedaba desmentida por su gélida mirada—. Ya sabes que es mi
favorito.
No era cierto, pero tal vez sí le gustara la cocinera del mismo.
—Buena suerte —le deseó con una mueca—. ¿Cuánto te gastaste la semana
pasada intentando ganar ese pastel?
—Aquí entre nosotros —gruñó Crowe—, unos trescientos dólares.
—¿Y este fin de semana? —preguntó.
Crowe sonrió ampliamente y se inclinó hacia él para hablarle al oído.
—Conseguí que Jeannie Thompson, el sheriff y su nuevo ayudante, John Caine,
me compraran las papeletas. Esta vez ganaré.
Estaba claramente enfadado con su suerte, aunque, por mucho que hiciera,
aquello estaba amañado desde el principio. Pero, demonios, era su dinero y tenía
derecho a gastárselo como quisiera.
Logan se alejo en busca de su propia tentación. Sabía que no era lo mejor para
él, pero era demasiado estúpido para detenerse.
¿El pueblo era seguro ahora? Era la pregunta que se hacía día y noche. Se
suponía que el carnicero de Sweetrock, que había atentado contra su primo Rafer un
mes atrás, estaba muerto.
Su nombre real era Lowry Berry. Intentó matar a la novia de Rafer, Cami, y casi lo
había logrado. Consiguió acabar con una de las ex-amantes de su primo y pensó
que también conseguiría poner fin a la vida de Cami, pero al final fue él quien murió.
Sin embargo, ¿realmente había desaparecido el peligro? Las últimas palabras de
Lowry fueron la confesión de que no había actuado solo. ¿Había dicho la verdad?
¿O, como creía el sheriff, había intentado asegurarse de que los Callahan no
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vivieran en paz? Lo cierto era que no habían encontrado ninguna prueba de la
existencia de un cómplice.
Caminó con rapidez por la acera y atravesó un cruce tras otro hasta alcanzar a
Skye, que recorría las bien iluminadas calles mucho más despacio.
«¡Joder, vaya culo tenía!»
Tuvo que apretar los dientes y contener el deseo de bajar la mano para
recolocarse el pene tras la bragueta de los vaqueros.
Aquel exuberante y redondeado trasero hacía que le ardieran las manos de ganas
de acariciarlo, de deslizar las palmas por las marcadas curvas y atraerla hacia él. De
tener las caderas envueltas por esas piernas mientras clavaba los dedos en los
globos gemelos de su culo y se hundía una y otra vez en...
«¡No, joder! No seguiría por ese camino».
Pero todavía seguía viendo cómo sus nalgas se contoneaban y movían unos
pasos por delante. Y allí habría mantenido la mirada si no hubiera notado que ella se
ponía rígida de repente.
Puede que pareciera que la joven caminaba como si tal cosa para un observador
casual, pero él había notado la leve tensión en sus hombros.
—No deberías pasear sola, O'Brien. En la plaza había un montón de taxis que
habrían podido llevarte a casa sin correr ningún peligro —le advirtió cuando estuvo
lo suficientemente cerca para que ella lo escuchara.
Skye se detuvo y se volvió hacia él, mirándole con cierto recelo en sus ojos
oscuros mientras esperaba que la alcanzara.
—Callahan, estoy segura de que los asesinos del hacha tienen cosas mejores
que hacer esta noche que fijarse en mí —respondió con sarcasmo.
Cualquier diversión que él estuviera sintiendo se evaporó al instante.
—No te lo tomes a broma. —Los monstruos existían y ella debería saberlo.
Y a veces utilizaban cuchillos y drogas. Dejaban incapacitadas a mujeres
inocentes, las violaban sin piedad, las torturaban cortándolas aquí y allá, para
finalmente rebanarles la garganta.
El largo pelo oscuro le rozó la cara cuando ella ladeó la cabeza con una expresión
repentinamente sombría.
—Tienes razón, no era mi intención sonar tan frívola. Agradezco la compañía. —
Se frotó los brazos con energía—. Comencé a notar una sensación extraña en la
nuca en cuanto salí de la plaza y estaba a punto de darme la vuelta para subirme a
uno de esos taxis que dices. Mis palabras sólo han sido fruto de mi nerviosismo.
Créeme, no quería resultar despectiva.
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Había peligro flotando en la noche; él también lo había percibido y no podía
hacerlo desaparecer. De hecho, sentía una comezón en la nuca desde hacía una
semana.
—¿Has visto a alguien? —Dejó que su mirada vagara por los alrededores y le
puso la mano en la cintura cuando volvieron a caminar.
—En realidad no —contestó con un encogimiento de hombros—. Nada fuera de lo
normal. Un mapache en el patio de la señora Jakes y su marido espiando por la
ventana.
—En las reuniones semanales no hay muchos altercados sobre los que hablar—
dijo él en voz baja—. Y, aunque no asisten, los vecinos no pueden evitar mirar por
las ventanas. Por otro lado, las cámaras instaladas en las esquinas ayudan a
identificar a los que causan problemas, así que si ocurre algo, será en las zonas más
alejadas del centro del pueblo. Aquí pueden detener a los que traten de
aprovecharse de las familias asistentes, pero en las afueras no es tan fácil prever los
movimientos de la gente.
—¿Las reuniones son entonces algo más que una fiesta? —Le miró atentamente.
Los rasgos masculinos resultaban sombríos y casi prohibidos en medio de la
oscuridad.
—Sí, mucho más. —Él asintió con la cabeza—. Sin embargo, todo el mundo es
bienvenido.
«Más bien casi todo el mundo.» Skye conocía la historia de los Callahan por los
resultados de las investigaciones de Amy. Años atrás, los tres primos no habrían sido
precisamente acogidos con los brazos abiertos.
Fue durante una de esas reuniones festivas cuando murió Amy, justo a las
afueras del pueblo. Habían abandonado su cuerpo en la base de la montaña de
Crowe, el pico más elevado del condado y que pertenecía al mayor de los primos
Callahan.
Skye cruzó los brazos sobre los pechos. Volvía a sentir escalofríos.
—Estás helada.
Logan se detuvo, se quitó la camisa de leñador que llevaba abierta sobre la
camiseta y la ayudó a ponérsela.
Al parecer, la caballerosidad no había muerto todavía.
—¿Estás seguro de que no la necesitas?
Él hizo una mueca.
—Sólo me la puse por si a alguna mujer se le olvidaba traer la chaqueta.
La joven tuvo que reírse. Logan era brusco y poco hablador, realmente le
sorprendía que respondiera a sus preguntas con algo más que un simple sí o no.
—¿Qué estás haciendo en este condado, Skye?
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Sus palabras, serias, casi herméticas, estuvieron a punto de hacerle bajar la
guardia. Llevaba mucho tiempo esperando que le preguntara eso. Le asombraba
que Logan hubiera logrado contenerse durante tantos meses en los que ella sólo
poseía aquella frustrada soledad que él, por el contrario, parecía buscar cuando
estaba en casa.
—Es un lugar tan bueno como cualquier otro para trabajar. — Era una verdad a
medias—. Supongo que necesitaba esconderme en algún sitio por algún tiempo.
No iba a decir nada más. Tenía sus razones para estar allí, y una de ellas era
ocultarse. Disfrutaba de un permiso —gracias a Dios, remunerado—, mientras
superaba algunas pesadillas relacionadas con su último caso. Algo que se había
añadido a la muerte de la que consideraba una hermana y la injusticia que envolvía
esos hechos.
Pero, si le contaba eso a Logan Callahan, él desaparecería con tanta rapidez que
no le daría tiempo ni a girar la cabeza.
—¿Te escondes de algo o de alguien? —inquirió él mientras ella se arrebujaba en
el interior de la camisa.
—Supongo que de las decisiones. —Alzó la mirada hacia Logan con una leve
sonrisa—. En ocasiones cuesta tomar la correcta, ¿verdad?
—Pero ¿por qué acabaste en el condado de Corbin? —Había un tono de
sospecha en su voz.
—Podía ir donde quisiera, y recordé que aquí vive una antigua amiga. Estudié un
año en un colegio privado y trabé amistad con una chica llamada Anna Corbin. Me
sugirió que visitara Sweetrock y me gustó la idea.
Él se puso tenso, tal y como ella esperaba.
—Entonces, ¿conoces bien a Anna? —La pregunta estaba expresada en un tono
gélido, como si se cuestionara la prudencia de hablar e incluso pasear con Skye.
—La conozco tan bien que su abuela me odia. —Ensayó una risa superficial y
despreocupada—. Una huérfana sin conexiones y con pocas posibilidades de
tenerlas, como yo, no es exactamente el tipo de amistad que los Corbin quieren para
sus hijos o nietos.
Aquello era cierto y él también lo sabía.
—Ah, sí, esa vida privilegiada... Arrastro las palabras—. La princesita debe tener
los amigos adecuados.
—Eso es lo que su familia pretende. —Emitió otra risita. Tenía que ser muy
precavida.
No quería alarmar a aquel hombre. Logan Callahan tenía capacidad para hurgar
en el historial de una persona y sacar a la luz todos sus secretos. Si intuía el más
leve engaño, se distanciaría y ella no podía permitirse que ocurriera tal cosa. No, si
quería descubrir la identidad del asesino.
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—¿Has dicho que eres huérfana? —preguntó él finalmente, clavando los ojos en
ella.
—Sí, mis padres están muertos. —Se encogió de hombros—. Murieron cuando
era una adolescente. —No quería hablar de eso. No era el momento ni el lugar.
Él le presionó la cintura con la mano antes de bajarla a la cadera y acercarla a su
cuerpo.
—John Corbin habrá puesto el grito en el cielo al saber que eres amiga de su
nieta —convino con simpatía, cambiando de tema. Cruzaron otra calle más y se
internaron en la avenida en la que ambos vivían.
—Corbin, su hijo, su nuera, sus vaqueros y sus esposas; los hijos de éstos, sus
socios... —Ella no pudo contener una carcajada.
—Así son los Corbin y las otras dos familias fundadoras —confirmó él—. La
decencia no es un valor al alza entre ellos.
Logan lo sabía mejor que nadie. Era nieto de uno de esos hombres. Su abuelo,
Saúl Rafferty, junto con sus socios John Corbin y Marshal Roberts —abuelos
asimismo de Rafer y Crowe—, les habían repudiado. De hecho, casi les habían
destruido. Hasta el año anterior no habían logrado recuperar parte del legado que
les dejaron sus madres y que hasta entonces habían retenido sus abuelos.
—Gracias a Dios, no tengo que tratar con ellos. Y Anna es distinta. Hasta ahora,
me ha demostrado que sigue siendo la persona que conocí.
No obstante, a pesar de sus palabras, Skye sentía cierta preocupación por su
amiga. Anna todavía era muy joven e impresionable, y podía acabar convirtiéndose
en el títere de John Corbin en según qué circunstancias. Sobre todo, si llegaba a
considerarse víctima de una traición.
—Parece que ya estamos en casa.
Ambos caminaron en silencio bajo los tupidos árboles que flanqueaban la avenida
y que formaban una impenetrable cortina que protegía el enorme patio que
compartían sus casas.
Las fachadas de ambas viviendas estaban separadas por unos cien metros y los
frondosos árboles que rodeaban los patios creaban una especie de oasis interior.
Nadie podía verles desde la calle, pero sí se veía de una casa a otra.
—Gracias por acompañarme. —Skye se quitó la camisa sin comentar nada más
sobre su amiga.
No quería que pareciera que sentía curiosidad por él y su familia, ni tampoco por
las amistades de sus padres. Aunque a veces la impaciencia le corroía por dentro,
debía ser precavida o acabaría desbaratando los seis meses que llevaba intentando
acercarse a ese hombre para ofrecerse como cebo. Si el carnicero de Sweetrock
tenía un cómplice, ella le atraparía.
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Estaba segura de que Lowry Berry no había trabajado solo, y por lo que le había
contado John Caine, el nuevo ayudante del sheriff, tenía razón.
Logan tomó su camisa con la mirada clavada en ella, como si estuviera
considerando algo importante.
Skye sacó las llaves del bolsillo y abrió la puerta. Vaciló un momento pero,
finalmente, esbozó una rápida sonrisa y le guiñó un ojo.
—Que duermas bien, grandullón —se burló antes de entrar.
—Skye, tienes que dejes de jugar. —Antes de que ella pudiera evitarlo, él curvó
los dedos sobre su muñeca y la arrastró hacia su cuerpo.
De repente Skye se encontró pegada a él, mirándole en estado de shock,
mientras notaba su dura erección contra el vientre.
Tragó saliva. La sensación del pesado miembro que palpitaba bajo los vaqueros
hizo que le subiera un hormigueo por la espalda. Era la constatación de que él no
tenía ninguna carencia en ese aspecto.
—¿Que deje de jugar a qué? —¡Oh, Dios! Sonar inocente nunca le había
resultado tan difícil como en ese momento.
El enredó suavemente los dedos de la otra mano en sus cabellos. Tiró del pelo
para obligarla a mirarle a los ojos y provocó que la joven sintiera un escalofrío
debido a la punzada de dolor en el cuero cabelludo.
—Logan, actúas de una manera muy extraña. —La acusación era completamente
absurda. El estaba haciendo justo lo que ella quería que hiciera.
Estaba a punto de besarla.
Sus labios se hallaban a un aliento de los de ella. El aroma masculino la envolvía,
estaba a punto de saborearlo.
Pero no podía ser ella la que diera el primer paso.
El tenía que desearla tanto como para no poder resistirse.
Tenía que ser incapaz de contenerse.
Pero Logan no había llegado todavía a ese punto... Aunque estaba cerca.
La soltó lentamente. Aflojó los dedos a regañadientes, como si estuviera
obligándose a hacerlo.
—Estás jugando con fuego —gruñó alejándose un paso.
Ella tuvo que contener el deseo de sonreír.
—Jamás juego con fuego, Logan. Estoy poseída por las llamas.
Era cierto. Tenía pocas ganas de enamorarse de él, pero no le importaría
llevárselo a la cama. Además de que Logan era un hombre impresionantemente
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interesante que la atraía como ningún otro, jamás alcanzaría su objetivo si no se
acostaba con él.
Iba a ser el cebo, y para conseguirlo era necesario convertirse en la amante de
Logan.
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Pecados Mortales
Capítulo 2
Estaba cometiendo un error y lo sabía.
Cada vez que Logan se acercaba a la valla que separaba su casa de la de Skye y
miraba el suave resplandor que salía por la ventana de la sala, era consciente de
que aquello era un error.
Había pasado ya una semana desde la reunión y ella no había aparecido por el
pueblo durante esos días, así que él había regresado pronto a casa porque se había
cansado de esperar a que lo hiciera.
¡Qué jodido desastre!
Tenía treinta y dos años y jamás había bajado la guardia ante ninguna mujer.
A lo largo de los últimos doce años se había asegurado muy bien de que ninguna
mujer traspasara el escudo con el que había protegido su corazón.
Era imprescindible que siguiera solo y, a pesar de ello, allí estaba observando a
Skye. Y eso no era más que uno de sus problemas.
Su miembro estaba duro como una piedra y palpitaba con una voracidad
innegable. Le resultaba imposible apartar la vista, como si fuera un adolescente
espiando a su novia por la ventana.
¡Joder! Era patético y lo sabía.
Le había dicho a Skye que dejara de jugar y, al parecer, eso es lo que la joven
había hecho. Lo que él no podía asegurar es si ella se estaba limitando a esperar
para luego reanudar el juego.
¿Se había vuelto tan desconfiado a lo largo de los años que sólo podía ver los
motivos ocultos en todo el mundo? ¿Que no podía aceptar que alguien se interesara
por él sin más? ¿Que una mujer pudiera desearle?
Se pasó los dedos por el pelo mientras admitía para sus adentros que le resultaba
realmente difícil creer que alguien en el condado de Corbin no tuviera doble
intención.
Se había pasado una semana ante el ordenador, colgado del teléfono, intentando
hablar con todos sus contactos en el negocio de la información. La investigación a
fondo que realizó sobre Skye O'Brien demostraba que estaba limpia.
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Bueno, salvo unas multas por exceso de velocidad. Y también estaba aquella
ocasión cuando, siendo todavía una universitaria, se emborrachó un poco y le hizo
una proposición deshonesta a un policía en un bar.
Aventuras normales y cotidianas, comunes y corrientes, propias de una joven de
su edad.
Pero él no quería creerlo. La sospecha era un cruel demonio de dientes afilados
que atormentaba su mente.
Le corroía por dentro como un ácido cuando ella apareció ante sus ojos.
Los largos mechones de pelo oscuro se derramaban sobre su espalda con
sensualidad y volvía a llevar puesto uno de esos insinuantes camisones que le
ponían a cien y tensaban sus testículos con un aullido de pura lujuria. El encaje,
transparente y negro, parecía tan condenadamente suave que deseaba tocarlo
antes de continuar haciéndolo con su piel.
La tela se ceñía a sus pechos, marcaba la delicada cintura y caía hasta los pies
de manera majestuosa. Quiso arrancarla de su cuerpo. Deslizársela desde los
hombros hasta las caderas y ver cómo formaba un charco en el suelo.
No, una vez que la tela estuviera por sus caderas, toda su atención se centraría
en sus generosos senos.
De repente, los acordes de una insinuante melodía de R&B inundaron la noche en
vez, de las estruendosas piezas de rock que la joven solía bailar.
No es que fuera la mejor bailarina que hubiera visto nunca, pero ¡cómo le gustaba
verla moverse...! Skye poseía una sensualidad natural que se reflejaba en cada
paso, en cada giro de caderas, en cada apasionado movimiento que hacía.
Incluso en ese momento, mientras ella miraba hacia el patio con cierta
incertidumbre, él percibía su deseo de dejarse llevar por la música.
No pudo contener una sonrisa.
Había apagado las luces a propósito para que la joven creyera que no estaba.
Durante los últimos días no había bailado ni una sola vez.
La vio cerrar las cortinas de la ventana y bajar todavía más la intensidad de la luz.
Sí, ella quería bailar, pero no que él la observara. Y ahora pensaba que estaba sola.
Frotándose la barba incipiente que le cubría la barbilla, Logan ladeó la cabeza
levemente y miró cómo la joven comenzaba a contonearse.
De una manera lenta y pausada, ella alzó los brazos por encima de la cabeza y
comenzó a mecer las caderas con sensuales movimientos. ¡Joder! Jamás en su vida
había estado tan duro, tan dolorido por la necesidad de acostarse con una mujer.
La rítmica y erótica música flotó como una cálida brisa en la noche, guiando sus
movimientos. Quizá Skye no siguiera la cadencia a la perfección, pero desde luego
en él provocaba un furioso anhelo que le atormentaba sin cesar. Bailaba como lo
haría para un amante.
~18~
Lora Leigh
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Pecados Mortales
Era tentadora, sensual... Parecía suplicar una caricia.
La vio bajar las manos, deslizarías sobre el estómago y más abajo, acariciándose
el vientre mientras movía la cabeza al compás. Se tocó las caderas, primero con
suavidad y luego clavándose las uñas.
Él se tensó como si sintiera en su propia carne la fantasmal caricia de aquellas
uñas arañándole la piel, provocándole una punzada de placer que impactó
directamente en sus testículos.
¡Dios!, podría masturbarse mirándola, y lo más probable es que se corriera con la
fuerza suficiente como para que se le aflojaran las rodillas. La imagen que se ofrecía
ante sus ojos suplicaba sexo. Rogaba el contacto de un hombre. Le incitaba a
querer a enterrar la polla entre sus muslos y comenzar a embestir en su interior
siguiendo ese marcado ritmo que resonaba en sus oídos.
Estaba a punto de ponerse en movimiento para atravesar la distancia que les
separaba cuando un nuevo sonido se entrometió en la noche.
Al principio no supo definir de qué se trataba.
Un suave y angustiado quejido.
Regresó a su casa con rapidez, tomó el arma que había dejado en un estante y
volvió a la puerta del patio.
Ahí estaba otra vez...
—Tranquila, pequeña —siseó alguien—. Deja de gruñir.
Todos los músculos de Logan se pusieron rígidos al oír aquello, y un furioso
impulso le impulsó a moverse.
Dio un paso fuera de la casa, sin salir de las sombras en ningún momento, y
esperó.
No tuvo que aguardar mucho tiempo.
Saúl Rafferty había envejecido desde la última vez que le vio, hacía ya algunos
meses. Entonces estaba con su esposa, Tandy.
Logan había clavado los ojos en la pareja de ancianos y se dijo a sí mismo que no
eran lágrimas lo que hacían brillar los ojos de su abuela, ni desesperación la
expresión que cubría su cara.
Saúl se había comportado con la misma frialdad de siempre. Condujo a su esposa
por delante de su único nieto y pasó de largo como si éste no existiera.
—Deja de llorar de una vez. —A pesar de las rudas palabras, a la voz de su
abuelo le faltaba la brusca repugnancia de la que solía hacer gala.
Saúl no podía estar haciendo lo que parecía.
Pero sí lo hacía.
Logan espero en silencio a que el anciano rodeara la casa.
~19~
Lora Leigh
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Pecados Mortales
En una mano sostenía a un cachorro y en la otra una caseta de plástico para
perros.
—¿Qué demonios haces aquí, viejo? —Logan guardó el arma en la cinturilla de
los vaqueros y miró a su abuelo con las manos en las caderas.
Saúl no pareció sorprendido.
—Debería haber sospechado que no tendrías el sentido común de haber salido.
—Su áspero tono rezumaba cólera—. Por qué te ocultas en tu propio hogar? No
puedes andar con las luces apagadas, simulando que no estás aquí.
Aquello no tenía sentido.
—No vuelvas a acercarte a mí en la oscuridad —gruñó Logan mientras Saúl
dejaba caer al perro sobre la hierba.
El animal comenzó a dar vueltas a su alrededor y se puso a mordisquearle los
cordones de las deportivas mientras emitía juguetones gruñidos de cachorro,
tironeando de ellos como si le suplicara que jugara con él.
El perro era condenadamente pequeño y demasiado cariñoso. No quería tener
nada que ver con un perro así. No quería recordar otro cachorro que tuvo cuando
era niño, ni su muerte. Lo último que deseaba era ser el responsable de cuidar de
ése.
De repente se encendieron las luces en el patio de Skye y la música se
interrumpió bruscamente. La joven se había percatado de la presencia de Logan y
de su abuelo.
—¿Logan? —llamó.
La preocupación en su tono le hizo sentir una opresión en el pecho. Sólo sus
primos se habían preocupado por lo que le ocurría ¿Qué iba a hacer con una vecina
tan sexy que ahora parecía sentir lo mismo?
—Todo va bien, señorita O'Brien —respondió, negándose a mirarla—. El señor
Rafferty estaba recogiendo a su perro y ya se marchaba.
—Baja la voz gruño Saúl de repente—. No tienes ni un gramo de sentido común,
igual que tu padre.
—No. —Logan se inclinó hacia el anciano antes de pensar lo que hacía. Sus
narices casi se tocaron mientras le miraba lleno de furia, con el latido de la sangre
palpitándole en los oídos—. No menciones a mi padre. Ni a mi madre. No repitas sus
nombres. Llevas veinte años simulando que no existieron y, en lo que a mí respecta,
para ti no existen.
—No seas estúpido, chico —repuso Saúl, negándose a amilanarse ante él—.
Sabes que compartimos la misma sangre.
—No compartimos absolutamente nada —afirmó Logan con desprecio.
Saúl ni siquiera tuvo la prudencia de alejarse.
~20~
Lora Leigh
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Pecados Mortales
—Eso es, chico, sigue odiándome. Será lo mejor para los dos.
—Entonces, lárgate de mi propiedad y no se te ocurra dejar aquí a tu animal.
—Tu abuela está muriéndose, Logan.
El comentario de Saúl, inesperado y sin venir a cuento, hizo que se quedara
paralizado y le mirara confundido.
—¿Qué has dicho?
—Se muere. —La voz de Saúl se volvió más ronca mientras bajaba la mirada y
clavaba los ojos en el cachorro que se acababa de sentar a sus pies y que, con la
cara arrugada y feliz, les contemplaba con jadeante adoración—. Ésta es su perra
favorita: una pug enana. Quiere que la tengas tú. Me ha rogado que te la traiga.
¿Se lo había rogado?
¿Por qué razón iba a querer que la tuviera él? A su abuela no le había importado
si estaba vivo o muerto durante veinte años, y ahora, de repente, ¿quería que se
quedara con su perra?
No tenía sentido.
Se dijo a sí mismo que debía decirle a Saúl que no le importaba, pero fue incapaz
de hacerlo. Había habido un tiempo, ya muy lejano, en el que adoró a ese hombre y
a su esposa. Se había pasado horas jugando con sus perritos y sentado en las
rodillas de su abuelo mientras éste le leía.
Pero aquello ocurrió mucho tiempo atrás.
—Llévatela —ordenó al anciano—. No quiero que la historia se repita.
Tenía diez años cuando Saúl y Tandy le regalaron su primer cachorro. Y tres
meses después de que sus padres murieran en un extraño accidente automovilístico
en las montañas, aquel perro había sido envenenado.
El animal murió en sus brazos mientras el veterinario se negaba a atenderle, a
socorrer a un niño que pedía ayuda a gritos rogando que salvaran a su perro.
—Yo no te hice nada. —Saúl le sostuvo la mirada—, No tenía ninguna razón para
intentar matarte, Logan.
—Mataste al perro.
Saúl agitó la cabeza canosa.
—El cachorro comió tu comida en la reunión del centro comunitario. Tu comida.
Yo no estaba allí y te aseguro que no contraté a nadie para matar a un niño. Si
quisiera verte muerto no habría acabado con la vida de un animal para conseguirlo;
eso hubiera roto el corazón a tu abuela...
—Nada mío os rompió nunca el corazón. —No era posible, para eso habría tenido
que importarles.
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—Chico, no sabes lo que dices —le espetó el anciano con desprecio al tiempo
que miraba hacia un lado.
Skye estaba todavía en el umbral. No podía escuchar lo que estaban diciendo,
pero parecía estar en guardia. Tenía los brazos cruzados y los ojos brillantes. Por su
expresión se diría que no estaba contenta de ver allí a Saúl Rafferty.
—Esa chica está preocupada por ti. —El anciano esbozó una mueca, como si
quisiera burlarse antes de renunciar a ello y bajar cabeza—. Tandy quiere que tú la
tengas. Te la he traído por eso así de simple.
—Llévatela. Mi abuela no me quiso antes y ahora yo no quiero quedarme con uno
de sus malditos perros.
—No, lo único que quieres es mantener ese condenado orgullo y tener la certeza
de que conoces todas las respuestas —escupió Saúl lleno de furia, estremeciéndose
de ira de pies a cabeza—. Por eso te digo que eres como tu padre, Logan. Igual que
tú, él se dedicó a escuchar a su orgullo.
—Y eso le mató —masculló Logan—. ¿No es así, Saúl?
Era lo que los tres primos sospechaban. Sabían que las muertes de sus padres
no habían sido un accidente, ya que todos y cada uno de los ocupantes de aquel
vehículo habían crecido en aquellas montañas y habían aprendido a conducir en esa
carretera. Jamás se hubieran arriesgado a recorrerla durante una ventisca.
A menos que no les quedara otro remedio.
—Eres un estúpido. —El tono de Saúl ya no estaba lleno de furia—. Un completo
estúpido, chico, y también estás ciego y eres demasiado orgulloso para darte
cuenta.
—Te equivocas. —El odio ardía en su interior e impregnaba los recuerdos del niño
que había sido y que se había sentido solo durante tanto tiempo—. Veo la realidad
desde hace muchos años, Rafferty. Veo los monstruos que tú, Marshal Roberts y
John Corbin habéis sido siempre. Dime, ¿mataste a mis otros abuelos igual que
mataste a tu hija?
El anciano se sobresaltó. El dolor era patente en su mirada y, aunque quiso
ignorarlo, convencerse a sí mismo de que Saúl Rafferty no poseía sentimientos
suficientes como para sentir pena, Logan no pudo negarla.
Adoptó una expresión neutra y apretó los labios, haciendo que su abuelo meneara
lentamente la cabeza.
—No —susurró Saúl por fin, con una voz tan ronca que apenas era posible
comprender las palabras—. No, Logan. Ni los maté a ellos ni maté a mi niña.
Logan se quedó anonadado. No por la afirmación, sino por la solitaria lágrima que
vio deslizarse por la mejilla de su abuelo. Se quedó mirando al anciano con sorpresa
y le observó darse la vuelta y alejarse con los hombros caídos.
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Pecados Mortales
El sonido de un motor al otro lado de la calle rompió el silencio unos momentos
después, recordándole que el viejo bastardo se había olvidado algo.
—¡Maldición! —gruñó mientras clavaba los ojos en el cachorro que estaba a sus
pies. Se había acurrucado contra su zapato y se había dormido.
—¿Logan?
Al escuchar su nombre, él giró la cabeza y observó que Skye recorría la distancia
que les separaba con una expresión preocupada.
—¿Quieres un perro? —Mantener la voz calmada fue la cosa más difícil que
había hecho en toda su vida.
—Me parece que está donde quiere estar. —Se acuclilló y, sin preocuparse de los
daños que podía ocasionar la hierba en su camisón, pasó el dorso de los dedos por
el pelaje que cubría la pequeña cabeza.
Fue rechazada con rapidez.
El cachorro se alejó de ella con un leve gruñido y se ocultó tras los talones de
Logan, que se inclinó, lo cogió por el cogote y lo introdujo en la pequeña caseta que
Saúl había traído con él.
Luego se acercó a la casa y cerró la puerta para no escuchar los amargos
quejidos del animal al prohibirle la entrada.
—¿Logan?
Ella había tenido que seguirle, ¿verdad?
—Vete a casa, Skye —le aconsejó con cansancio, escuchando como se abría la
puerta—. De veras, no es un buen momento.
—¿Alguna vez es un buen momento para ti? —Su tono no era de reproche,
aunque si lo hubiera sido no le habría importado.
¿Qué esperaba? Sabía desde hacía meses que el tacto no era el punto fuerte de
la joven.
—No. Ninguno.
Se volvió hacia ella al oír que se movía. La luz de la luna que entraba por la
cristalera se reflejaba sobre el camisón y hacía que pareciera una sombra alrededor
de su cuerpo, como un aura de magia oscura.
—Está bien, me marcho. —La joven se encogió de hombros—. Quédate aquí solo
y recréate en tu miserable soledad, Logan. Parece que nadie es lo suficientemente
bueno para compartirla contigo.
Antes de que pudiera detenerla, Skye se dio la vuelta y se alejó, saliendo por la
puerta con cuidadosa rapidez para que ésta no se cerrara sobre el cuerpo del
pequeño cachorro que intentaba entrar.
Logan esperó.
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Se obligó a esperar.
Pero no tardó ni un segundo en seguirla. La atrapó a la altura del enorme roble
que había entre ambas casas y la envolvió con fuerza entre sus brazos.
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Capítulo 3
Aquel beso le destrozó. Trajo consigo la certeza de que limitarse a ignorar la
atracción que sentía por ella no iba a dar resultado. No podía pasarla por alto, sobre
todo cuando le tentaba con esa mirada de sirena y esos labios exuberantes que
tanto ansiaba probar.
No podía ignorarla cuando ella le retaba, le desafiaba con cada mirada incitándole
a tocarla como si fuera eso lo que más quisiera hacer en el mundo. Ni cuando la
abrazaba y notaba cómo se amoldaba perfectamente a su cuerpo.
Había luchado contra ese impulso durante seis meses. Y en ese momento, a altas
horas de la noche, cuando el sentido común había desaparecido ya y la oscuridad
les envolvía como un manto, cuando el bochornoso calor del verano parecía
confundirse con la hoguera que se había creado en su interior, cedió al hambre y fue
perfectamente consciente de la soledad que le había atormentado hasta entonces.
Mientras miraba sus ojos oscuros se dio cuenta de que tenía los dedos enredados
en los largos mechones sedosos, pero no fue capaz de soltarlos. Su erección
presionaba contra la bragueta intentando traspasar los vaqueros para friccionarse
contra el vientre de Skye. Todo su cuerpo palpitaba por la necesidad de poseerla
hasta que no importó nada más, hasta que sólo tuvo sentido aquel instante
suspendido en el tiempo.
Ni siquiera pensó en que iba a besarla. Tampoco recordaba ya lo que ella había
dicho en tono de burla, regañándole de la misma manera que siempre lo hacía. No
podía acordarse de qué había hecho en esa ocasión. Lo único que ocupaba su
mente era ese destructivo pensamiento de que conocía la manera perfecta de
mantenerla en silencio.
Besarla.
Y ahora que la había besado, no sabía cómo iba a detenerse.
Quería contenerse.
Se dijo a sí mismo que iba a controlarse.
Que no iba a permitir que eso llegara más lejos. Esa mujer era su vecina, estaba
fuera de su alcance. No se liaba con ninguna mujer que viviera a menos de
doscientos kilómetros de Sweetrock porque todas terminaban muertas.
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Lora Leigh
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—¿A qué esperas? -—La voz de Skye era temblorosa cuando le rozó
sensualmente la mejilla con las pestañas antes de mirarle.
Aquella mirada de sirena, sensual y seductora, tenía un matiz de hambrienta
inocencia que, francamente, le sorprendió.
Estaba asombrado de que ella pudiera sentir un anhelo tan ardiente por él. Estaba
seguro de que cualquier mujer que conociera su historia, que conociera las muertes
que iba dejando a su paso, sería incapaz de desearle.
Cerró los dedos con fuerza en sus cabellos y tiró de las hebras lentamente,
obligándola a echar la cabeza hacia atrás. La leve punzada que le produjo en el
cuero cabelludo hizo que la joven emitiera un gemido.
¡Oh, sí!, a ella le gustaba aquello.
—Creo que estoy esperando a ver si recupero el sentido común.
Pero un ansia puramente sexual corría por sus venas, le anudaba las entrañas y
le hacía estremecer al verse obligado a reconocer ante sí mismo que no podía
renunciar a ella.
Quería abrazarla durante un poco más de tiempo.
—¿Y debemos mostrar algo de sentido común en este momento?
La pregunta de Skye casi le hizo sonreír. Y no había tenido razones para reírse
desde hacía mucho tiempo.
¿Por qué no le sorprendía que le resultara tan fácil esbozar una sonrisa cuando
estaba con esa mujer? Una mujer de la que no podía mantener alejadas las manos.
Nunca había tenido problemas para ignorar a una hembra decidida y seguir
adelante. Jamás le resultó difícil alejarse en busca de otra. El sexo no le controlaba,
era él quien lo controlaba todo.
Hasta que conoció a Skye.
Y ahora tenía el mal presentimiento de que ella siempre sería una amenaza para
su autocontrol.
—Estoy seguro de que deberíamos. —Pero sus labios seguían moviéndose sobre
los de ella, amoldándose a ellos, rozándolos como si fueran la seda más suave del
mundo antes de comenzar a separárselos con la punta de la lengua.
Una súbita y exquisita sensación de placer lo atravesó de arriba abajo. En el
mismo momento en que su boca tocó la de ella, algo parecido a una chispeante
corriente eléctrica lo recorrió y enardeció sus sentidos todavía más.
«¡Joder!» Era como hundirse en pura sensación.
Ella separó los labios para dejarle introducir la lengua por completo, para
permitirle comprobar su dulzura interior, para que la lamiera y se emborrachara con
su delicioso sabor a ambrosía.
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Absorbió cada gota, embriagado por ella.
Jamás un beso había sido así. Nunca había sentido que le hiciera vibrar todo el
cuerpo. Como si, definitivamente, cobrara vida. Cada una de sus terminaciones
nerviosas hormigueaba con aquel fuego y su piel bebía de su contacto en cada
punto que se tocaban.
La presionó con más fuerza contra el tronco del árbol y, de repente, la deseó más
de lo que había deseado nunca a una mujer.
Quería sentirla contra él. Desnuda. Sólo ellos y nada más. Sólo ese calor
incontenible. Sin ropa, sin vaqueros ni camisón. Sin pensamientos, sin
lamentaciones.
Sin saber dónde acabarían.
En su cama o en la de ella.
Quería que se entregara, que le ofreciera su cuerpo desnudo, que abriera las
piernas, que sus gemidos inundaran sus oídos mientras se hundía en ella una y otra
vez.
Suavizó el beso y apartó los labios, lo justo para acariciarle delicadamente con
ellos la comisura de la boca.
—Skye, me vuelves loco.
Ella giró la cabeza buscándole de nuevo, y todo pensamiento se evaporó.
Era como si fuera la primera vez que besaba a una mujer. Intentó ser delicado,
pero no pudo. No tuvo conciencia del tiempo ni del lugar mientras la devoraba como
un hombre que se muriera por sus caricias, por una sola mirada suya.
Y no podía comprender que un simple roce de dos bocas pudiera provocar tal
éxtasis.
Buscó su lengua con la de él y luego ambas se enredaron en un baile exótico. Le
deslizó las manos por la espalda hasta llegar a las caderas y siguió hacia los muslos
para alzarla contra su cuerpo.
«¡Oh, Dios, sí!» No pensaba volver a interrumpir el beso otra vez ni siquiera para
gemir de puro placer.
No lo haría.
No recordaría el pasado, ni el presente, ni las pesadillas que a menudo poblaban
sus noches.
La sostuvo por el pelo y bebió los estrangulados gemidos que ella emitía. Impulsó
la pelvis contra la de ella; juraría que podía sentir el calor y la humedad de su dulce
sexo a través de la ropa.
Sus pechos eran firmes y cálidos contra su torso, sus pezones estaban tan duros
que podía sentirlos a través de la camisa.
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Pero él quería más que sentirlos a través de la tela. Quería albergarlos con sus
manos, juguetear con ellos entre los dedos. Quería capturarlos con la boca y
saborear su dulzura.
Deslizó la mano por debajo del camisón y le acarició el estómago antes de
ahuecarla sobre uno de los firmes montículos. Llevado por el fiero deseo, le clavó los
dedos cuando la joven se arqueó contra él presa del frenesí.
Jamás había creído posible sentir tanto placer con un simple beso. Quizá las
mujeres sí lo sintieran. Eran más suaves y dulces; se excitaban con el romance, las
palabras suaves y las caricias tiernas. Pero los hombres eran más salvajes, más
voraces.
Y él sentía una condenada voracidad además de placer. Placer al tocarla, al ser
acariciado por ella.
Y por encima de esa hambre incontenible había algo más. Algo que hacía que su
instinto de autoconservación hiciera saltar todas las alarmas. Algo que él sabía muy
bien que podría terminar por destrozarlos a los dos.
Skye no esperaba sentir eso.
No lo imaginó cuando se dio cuenta de que Logan estaba discutiendo con alguien.
No supo que ese alguien era su abuelo.
Ni que terminarían así.
Se tensó entre los brazos de aquel hombre que la conducía a un abismo de
sensaciones y no se sintió capaz de elegir entre gritar de miedo o gemir de placer.
Gimió de placer.
Ráfagas de pura excitación atravesaron su cuerpo cuando Logan le envolvió un
pecho con la mano y comenzó a apretar el pezón entre el pulgar y el índice. Contuvo
el aliento y se arqueó hacia él al notar que los estremecimientos la recorrían de pies
a cabeza hasta estallar entre sus muslos. La detonación fue una explosión de
anhelo. Sus sentidos se vieron inundados por una insensata necesidad mientras su
sexo se anegaba, preparándose para su posesión.
No pudo retener un sorprendido gemido de protesta cuando él apartó los labios de
pronto. Una hormigueante y ardiente sensación partió de su cuero cabelludo cuando
la obligó a dejar caer la cabeza hacia atrás y comenzó a trazar un erótico sendero de
placer por su cuello.
La caricia, tierna y sensible, le calentó la piel y le hizo emitir otro gemido cuando
él le frotó los dientes contra su carne.
—Logan... —Necesitaba más. Ansiaba el placer y el calor que acompañaban a
cada roce, a cada contacto de sus labios en su cuerpo, a cada excitante caricia.
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Se sentía virgen otra vez; una tierna inocente experimentando su primer
encuentro sexual.
Percibía que él estaba conteniéndose, que se aferraba al poco control que le
quedaba, y esa certeza le despertó un ramalazo de rebeldía.
No quería que Logan se contuviera.
Ansiaba que se descontrolara. Anhelaba que liberara esa necesidad oscura y
salvaje que percibía en su interior.
—No sabes lo que estás provocando —gruñó él con la voz ronca, tan
peligrosamente sexy como el anhelo que refrenaba.
—¿Qué te apuestas? —Oh, claro que sabía lo que estaba haciendo, y también lo
que quería exactamente.
Por eso no podía mantenerse alejada de él. Había bastado una mirada para que
sólo pudiera pensar en sus caricias, en sus besos.
No estaba allí sólo por la investigación o por la hermana a la que quería vengar.
¡Dios, no!, le deseaba a él.
Un leve mordisco en su cuello fue la recompensa por haberle lanzado aquel reto.
Pero si ése era su premio, ¿qué era el lento deslizar de los tirantes del camisón
hasta desnudar sus pechos?
Contuvo el aliento y esperó. Observó cómo la mirada de Logan bajaba hasta sus
senos a pesar de que estaba demasiado oscuro para poder ver algo.
Él le pasó el pulgar de nuevo por el pezón, arrancándole un nuevo gemido.
—¡Qué preciosidad! —Cobijó el montículo con la mano, alzándolo hacia sus
labios—. Me moría de ganas de saborear estos duros y pequeños pezones. Cada
vez que te veo los observo; se marcan contra tu ropa como si me rogaran que los
lomara entre mis labios.
¡Oh, sí!, eso era justo lo que hacían.
Y Skye le rogaría todo lo que quisiera para conseguirlo.
El inclinó la cabeza.
El calor de su aliento fue la primera advertencia de lo que estaba por llegar. Sin
embargo, cuando su lengua rozó la excitada punta, Skye supo que nada hasta
entonces la había preparado para el ardiente hormigueo que la hizo pegarse contra
él.
La lamió, frotó la lengua contra el pezón como si quisiera sosegarlo, pero sólo
consiguió que se pusiera más duro y enhiesto.
Que le anhelara más.
—Sabes a caramelo, Skye. —Su voz sonaba áspera por el deseo—. Y a mí me
encantan los dulces.
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Su tono sexy y casi juguetón sonaba tan ronco y masculino que la joven se
estremeció de placer. Percibió en sus palabras un hambre afilada, una incontenible
necesidad.
El cuerpo de Logan resultaba duro y musculoso bajo su mano mientras la
deslizaba desde los hombros al cuello, antes de comenzar a jugar con los largos
mechones de pelo trigueño.
Las gruesas hebras eran un poco ásperas entre sus dedos y le hicieron cosquillas
en las palmas cuando se aferró a sus cabellos para obligarlo a acercarse más.
Quería que se pegara a ella, que su ardiente lengua aplacara aquella creciente
necesidad... Y finalmente él inclinó la cabeza para apoderarse de un duro pico y
luego del otro.
Su lengua le provocó un aterciopelado y exquisito placer cuando comenzó a
frotarla sobre la sensible cima. La fricción se volvió más exigente, estimulando todas
las terminaciones nerviosas del pezón y haciéndola arquearse hacia él para estar
todavía más cerca.
No era suficiente.
«¡Oh, Dios! Sólo un poco más fuerte. Sólo quiero disfrutar de unas pocas
sensaciones mas.»
De repente, él apresó con los dientes la tierna carne y comenzó a tirar. Ella notó
un furioso nudo de éxtasis en el centro del vientre y su clítoris se inflamó al tiempo
que entre sus muslos se derramaban los resbaladizos fluidos.
Fue como ser empujada al interior de un salvaje vórtice de intenso erotismo. Un
placer que no sabía cómo manejar y contra el que no quería luchar.
—Sí. —No pudo contener un gemido al sentir que Logan succionaba el tenso
pezón con la boca, enviando una intensa corriente tras otra desde la apretada cima
hasta el palpitante clítoris.
Cuando él apretó el pezón con más fuerza, las sensaciones se incrementaron
hasta que sintió un remolino de primitivo y abrumador éxtasis en su interior.
Le deseaba, quería cada caricia; cada llama de placer que pudiera obtener.
Giró las caderas y frotó el duro clítoris contra el muslo cubierto por los vaqueros,
consiguiendo que las sensaciones se incrementaran. Aquel gesto la condujo por un
abrasador camino en el que la absoluta destrucción sensual quedaba a sólo una
caricia.
Únicamente una.
Sólo un poco más de presión en el lugar adecuado y la explosión la destruiría.
Era lo más impactante que hubiera sentido nunca, pero sabía que había más. Lo
podía sentir, casi lo rozaba.
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—Acabaré por poseerte contra este árbol si no nos detenemos ya. —La voz de
Logan, jadeante y ronca, hizo que la ansiedad se intensificara en su vientre,
ampliando el alcance de cada sensación que la recorría.
—Hazlo, entonces.
La entrecortada risa masculina enardeció todavía más sus sentidos ya excitados.
—No es una buena idea. —Logan le acarició la curva del pecho con los labios
cuando ella volvió a arquearse, anhelando que capturara el pezón con su boca.
—Deja de pensar—le suplicó ella—. No quiero pensar
Pero tenían que hacerlo.
Logan apoyó la cabeza en el pecho de Skye mientras luchaba por recuperar el
aliento sin verse inundado por su aroma.
Le resultó imposible.
No había manera de que pudiera coger aire sin impregnarse de su dulce perfume,
sin saborear la seda de su piel.
Pero tenía que pensar. Tenía que protegerla, proteger eso; aquel placer que
jamás hubiera imaginado que existiera. Ni siquiera en sus fantasías más
descabelladas había creído que hubiera una mujer a la que pudiera desear por
encima de su propia cordura.
Y allí estaba ella, una mujer que colocaría por encima de él y de su propia
familia.
Antes de que pudiera perderse todavía más en el calor y la embriagadora
promesa que representaba, se apartó.
—¿Qué haces? —Una patente angustia inundaba la voz de Skye cuando él la
dejó sobre sus pies. Sus pupilas estaban llenas de necesidad cuando alzó los ojos
hacia él y lo miró fijamente.
—Si seguimos adelante no me conformaré con unos cuantos besos bajo este
árbol —le advirtió al tiempo que la miraba con la misma intensidad, luchando contra
sí mismo más que contra cualquier otra cosa.
—Ya te he dicho que adelante —le recordó con ferocidad.
—No ando buscando una amante, Skye. —Se obligó a decir las palabras, se
obligó a mirarla a los ojos mientras las decía—. Esto no es el principio de una
relación entre nosotros. Quiero que lo comprendas y lo aceptes.
Ella frunció el ceño antes de hablar.
—No estoy pidiéndote un anillo de compromiso, Logan —le aseguró con
impaciencia.
—¿Estás dispuesta a aceptar una sola noche de sexo ardiente y salvaje? —le
preguntó él—. Porque eso es todo lo que puedo ofrecer: una noche y nada más, por
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mucho que los dos deseemos otra cosa. Mañana todo había acabado, eso será
todo. No puede ser más.
Ella le observó con patente incredulidad.
—¿Limitas la cantidad de tiempo que pasas con una mujer?
—Una noche —repitió él, odiándose a sí mismo. Detestando el hambre que le
corroía y le aseguraba que era un maldito bastardo.
—Así que una noche nada más, ¿no? —Skye se alejó del árbol y se puso delante
de él.
Todavía seguían envueltos por las sombras del roble, a salvo de ojos indiscretos y
de la posibilidad de que un enemigo supiera más de sus acciones de lo que era
seguro para ellos.
El tuvo que entrelazar las manos para no abrazarla, para no estrecharla con
fuerza y regresar a ese ciclón de placer y éxtasis.
Una sonrisa de sirena curvó de nuevo los labios de Skye, estimulando cada
instinto de conservación que poseía y que ya no tenía centrado en mantenerse a
salvo.
—¿Y crees que una noche conmigo sería suficiente?
La vio arquear una ceja y deseó poder aceptar el provocativo reto que le estaba
lanzando.
—Conseguiré que lo sea.
La risa femenina fue tan suave y sensual como la calurosa noche de verano que
les rodeaba.
—No te engañes, Logan. Una noche no será suficiente — le prometió,
sorprendiéndole—. Lo que está a punto de estallar entre nosotros hará estremecer
los cimientos de nuestros mundos hasta el punto de que será necesaria una sierra
para separarnos.
«¡Oh, Dios! Una mujer no debería ser tan intuitiva.»
Él ya sabía eso. Lo sabía y lo temía con toda su alma. Ajustó la parte superior del
camisón para cubrirle los firmes pechos y dejó caer las manos a los costados
mientras ella le miraba con los ojos entrecerrados.
—Tú has empezado esto. Has abierto una puerta que no creo que puedas cerrar,
por mucho que quieras negarlo. Los dos lo de seamos tanto que incluso podríamos
suplicar por ello, Solo por eso, estoy dispuesta a esperar a que te des cuenta y
aceptes que no será un lío de una noche.
El ya lo sabía, ése era el problema.
La observó alejarse del árbol y la siguió lentamente intentando proteger su
delicado cuerpo de cualquier ojo indiscreto que pudiera estar espiándoles.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
—Ya me informarás cuando hayas recuperado la sensatez. — Se volvió hacia él y
le miró a los ojos.
Logan tuvo que contener una mueca.
En ese instante, gracias a la tenue luz que había en el patio, pudo ver el crudo
deseo que brillaba en las pupilas de Skye, y fue testigo de cómo se transformaba en
una furia que no se correspondía en absoluto con el tono calmado de su voz y la
contención de su cuerpo.
—Pero si esperas demasiado tiempo, es posible que pierdas mucho más de lo
que imaginas.
Y él tenía muy buena imaginación.
—¿No estás siendo un poco engreída, Skye? —se burló, aunque sabía de sobra
que no se trataba de engreimiento; era confianza. Y estaba basada en el explosivo
poder del placer que había surgido entre ellos.
—Es confianza —aseguró ella, haciéndose eco de sus pensamientos—.
Confianza, porque sé que jamás había sentido un placer como el que acabo de
alcanzar entre tus brazos... Y porque también sé que tú tampoco.
El curvó los labios, pensando que estaba a punto de decir la mentira más grande
de su vida.
—¿Estás muy segura de ti misma, verdad?
La suave risa de Skye flotó en la noche.
—Más segura que de nada en mi vida. —Se dio la vuelta y atravesó el patio en
dirección a su casa—.Y haz el favor de ocuparte del perrito ordenó desde la puerta
—. No tengo ganas de escucharle gemir durante la noche.
Logan miró al animal
Apenas era un puñado de piel y huesos, un diminuto cachorro encogido junto a la
puerta del patio que emitía un suave gañido que inundaba la noche... y que le
rompía el corazón.
El perro era demasiado pequeño, demasiado delicado para defenderse. Aquel
maldito animal era demasiado amigable y complaciente como para darse cuenta del
daño que podía sufrir.
Le daría comida y agua, y le pediría a su primo Crowe que le construyera un
pequeño refugio en una esquina del patio. Se prometió a sí mismo que conseguiría
que se lo quedara algún vecino. Le encontraría un hogar, porque quedárselo podía
significar su muerte.
Como ya había ocurrido antes.
El condado de Corbin era un lugar maldito, decidió. Pero lo más peligroso no era
el riesgo que corría esa perrita, sino el que acechaba a la mujer más vital y
apasionada que hubiera conocido nunca.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
Jamás había tenido una amante en el condado. De hecho, ni siquiera había
disfrutado de un polvo de una noche.
Pero había estado a punto de romper esa regla con Skye.
Sabía —en lo más profundo de su ser— que el asesino que había estado
acechando el lugar durante los doce años anteriores seguía allí fuera; esperando,
observando.
Por eso la había dejado ir sin importar el hambre que sentía por ella.
El monstruo esperaba el momento oportuno para reaparecer, para torturar y matar
a cualquier mujer que le importara tanto a él como a sus dos primos. Las violaría y
mutilaría, encontrando placer en observarlas morir. Y él acababa de poner en peligro
a la única mujer que había conseguido acelerarle el corazón.
A la única que le había tocado y le había hecho ansiar una caricia más.
Logan se quedó inmóvil en la oscuridad y miró a su alrededor, preguntándose si
habría alguna manera de tenerla y, al mismo tiempo, protegerla de aquel maldito
asesino decidido a descubrir y matar a cualquier mujer que le importara. De evitar
atraer la atención del demonio que les amenazaba.
El demonio que sus primos y él estaban decididos a encontrar y vencer antes de
que él los destruyera a ellos.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
Capítulo 4
La joven yacía en la cama como si fuera La Bella Durmiente. Su pelo rubio estaba
desparramado sobre la almohada y formaba un halo alrededor de su cabeza
mientras dormía.
En la almohada, a su lado, había una cinta de seda roja atada en un lazo perfecto.
Aprender a hacerlo no había sido fácil.
Encontrar a la chica adecuada fue todavía más difícil, admitió para sus adentros.
Sólo la había visto aquella noche que su jefe y él siguieron a Logan Callahan a
Boulder para espiar sus movimientos. Le observaron y esperaron pacientemente
hasta que eligió una amante.
Sólo se trató de un rollo de una noche, pero matarla serviría para advertir a los
Callahan de que el juego había comenzado otra vez y que ahora no había reglas.
Persuadir al jefe para hacerlo tampoco fue sencillo. Era desconfiado y no había
logrado convencerle para que le dejara ocuparse de todo.
Imaginaba que al muy bastardo le gustaba ese juego tanto como a él. Disfrutaba
provocando el miedo en sus víctimas. Adoraba la tensión y la excitación del
momento, por eso le resultaba imposible comprender que el jefe se negara a
participar activamente.
No, no entendía por qué se mantenía tan distante.
Sacudiendo la cabeza, sacó una bolsa hermética Ziploc del bolsillo de la
chaqueta, cogió la gasa empapada en narcótico que había guardado en ella
previamente, y luego se inclinó para aplicarla sobre la boca y la nariz de la joven.
La vio abrir los ojos de golpe.
Tuvo que sonreír. Tenía unos bonitos ojos color avellana. De hecho, los primos
Callahan eran conocidos por su inclinación hacia las bellezas exóticas.
En este caso los ojos eran lo más llamativo, lo que hacía que esa muchacha
destacara en medio de una multitud. Sí, sin duda poseían una forma muy peculiar.
Eran levemente rasgados, y las pupilas poseían un extraño matiz entre ámbar y
castaño.
Sostuvo la gasa en su lugar, forzándola a aspirar la potente droga mientras la
excitación comenzaba a llenar sus vaqueros.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
Bueno, los vaqueros de uno de los Callahan. Quiso reírse entre dientes, pero
estaba demasiado ocupado observando, esperando. Emitió un leve suspiro cuando
aquella belleza se aquietó bajo sus manos.
Excelente. Todo estaba resultando según había prometido. Hasta ahora no había
cometido ningún error.
Era consciente de que su jefe estaba oculto entre las sombras, a su espalda,
controlándole a pesar de la gélida actitud que mostraba. Esa era siempre su actitud.
Lo cierto era que parecía helado por dentro, decidió al tiempo que apartaba las
sábanas que cubrían el cuerpo de Marietta para observar su desnudez con lasciva
anticipación.
Llevó los dedos a la cremallera de los vaqueros.
—Todavía no. —Rudo e inquebrantable, el sonido de la voz del jefe le hizo apretar
los puños y los dientes con irritación—. Vístela. Tenemos poco tiempo.
Asintió con la cabeza sin hablar, conteniendo la burla y la ira que ardía en su
interior.
Cogió la ropa de una silla y se tomó su tiempo para vestirla. Tenía que estar
perfecta. Marietta Tyme siempre se preocupaba mucho por su apariencia.
Le puso unos vaqueros ceñidos y una de esas blusas de colores que enfatizarían
el extraño color tostado de sus ojos. En realidad era una pena que tuviera que morir
sólo por haberse acostado con un Callahan.
Pero le habían contratado para que hiciera eso y admitía sin ambages que
disfrutaba infligiendo dolor, escuchándolas llorar y rogar piedad. Le encantaba. Pero
aquella pequeña ratoncita no era su tipo. No parecía capaz de presentar mucha
batalla. Siempre había pensado que a Logan le gustaba que sus amantes mostraran
una pizca de pasión.
No la iba a violar allí, sino en el cercano condado de Corbin. Muy pronto sería
suya.
«No cometas ningún error», se advirtió a sí mismo cuando se inclinó para ponerle
las deportivas de loneta y las ató con cuidado.
El vecino de enfrente permanecía despierto hasta el amanecer observando el
cielo nocturno. Tenía una cámara de vigilancia que sólo captaría lo que el jefe y él
querían que se viera.
—Bella durmiente —susurró otra vez—, sueña un poco más...
Le pasó la palma por la pierna hasta llegar al muslo, a la entrepierna, donde
percibió la calidez de sus pliegues bajo los vaqueros.
No había cometido errores y no los cometería a partir de ese momento.
Retiró la gasa empapada en narcótico y la devolvió a su lugar en el bolsillo antes
de ponerla en pie. Espabiló a la joven lo suficiente como para que diera unos
vacilantes pasos arrastrando los pies mientras él la sostenía contra su costado.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
La condujo hacia la puerta principal y lanzó una mirada por encima del hombro
antes de abrirla, comprobando que el otro hombre ya había desaparecido siguiendo
el plan trazado.
El jefe se había largado a través de la puerta trasera, que no tenía cerrojo tal y
como sabía por una visita anterior.
Lo habían planeado todo hasta el último detalle.
Se dirigió al enorme pickup negro 250 King Ranch que había aparcado frente a la
casa y se felicitó por el trabajo bien hecho.
A diferencia de Thomas Jones, doce años antes, y de Lowry Berry el mes pasado,
no pensaba cometer errores,
No permitiría que nadie interfiriera en lo que se prometió a sí mismo cuando los
primos Callahan fueron arrestados antes de largarse del condado de Corbin.
Prefería la muerte para ellos, pero su jefe no estaba dispuesto a seguir ese
camino...
Todavía.
Sólo era cuestión de tiempo, pensó mientras transportaba a Marietta del porche a
la acera y la obligaba a dar unos indecisos pasos hasta la puerta del copiloto.
Conocía bien la naturaleza humana y sabía que el pensamiento de matar a los
Callahan era algo que también rondaba en la mente de su jefe.
Esperaba que le dejara ayudar.
Quería ayudar.
Se aseguraría de que sufrieran.
Pero hasta que llegara ese momento, se conformaría con hacérselo a Marietta.
Tampoco pasaría mucho tiempo antes de que tuviera a otra mujer; estaba seguro. El
jefe le había dicho que serían tres. Tres mujeres que habían sido amantes de Logan;
rameras que estuvieron dispuestas a acostarse con él una noche en vez de insistir
en un compromiso.
Puso a la joven casi inconsciente en el asiento y le abrochó el cinturón de
seguridad. Le pasó una mano por la mejilla, acariciándola, antes de cerrar la puerta
y rodear el coche con paso lento hasta el asiento del conductor.
Oh, sí, sabía que le estaban observando.
Clete Olen estaba asomada a la ventana, al otro lado de la calle, espiándole.
La ignoró.
Además, sabía que había varios vecinos más mirándole desde sus porches en
sombras. Después de todo, era una agradable noche de verano y aquélla era una de
las vecindades más seguras de la ciudad.
Arrancó el coche y se rió para sus adentros.
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Pecados Mortales
La gente del barrio no había ayudado demasiado a Marietta.
Ésa sería la última vez que la verían aunque todavía no lo supieran.
Se preguntó si Logan Callahan sabría que las relaciones que había mantenido a
lo largo de los últimos seis meses no habían sido tan discretas después de todo.
Él conocía a todas las mujeres que habían sido sus amantes, sabía dónde
encontrarlas y cómo atacarlas.
Sólo tenía que tener paciencia.
Horas después
Logan escuchó los gritos que resonaban en aquel paisaje etéreo del bosque;
estaban impregnados de una agónica furia que traspasaba sus sentidos. Un
desgarrador terror le atravesó, consciente de lo que estaba oyendo, lo qué
significaban aquellos gritos.
Era el sueño. El mismo sueño de siempre. No podía librarse de él.
Saber que no podría salvarla seguía atormentando su alma, rompiéndosela casi
tanto como entonces.
Porque no la pudo salvar.
Nadie pudo.
Jaymi.
La amante de su primo.
Su amiga.
Revivió la manera en que había corrido a través del irregular terreno junto con sus
primos, Rafer y Crowe, luchando por llegar hasta ella, aunque una parte de él sabía
ahora —igual que entonces— que no llegarían a tiempo. El destino se mostró
extremadamente cruel y les marcó con recuerdos y pesadillas desde entonces.
La sangre corrió a toda velocidad por sus venas, atronó en su corazón, y la
adrenalina inundó su cuerpo mientras la furia comenzaba a apoderarse de sus
sentidos.
El sonido de su agonía penetró la oscuridad, Escuchó que Rafer maldecía delante
de él con voz quebrada y enfurecida. No oyó a Crowe. Tan silencioso como la misma
noche, su primo mayor se limitaba a correr llevando a la muerte consigo.
Recuerdos de doce años atrás surgieron en la mente dormida de Logan bañando
la noche de un matiz sanguinolento. El tiempo parecía transcurrir a cámara lenta
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Lora Leigh
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mientras la sangre se derramaba desde el profundo corte realizado por el monstruo
en el cuello de Jaymi.
Sin embargo, ella no lloraba. Miraba por encima del hombro de Rafer.
—Tye ha venido a por mí, Rafer —susurraba ella—. Está aquí. Tye... aquí.
Se refería a su difunto marido.
El dolor y el terror habían provocado que evocara al hombre que amó por encima
de todas las cosas para olvidar el sufrimiento.
Rafer intentaba taponar la herida para retener la sangre dentro de su cuerpo al
tiempo que le gritaba que no muriera.
Rogándole que no le dejara.
Después de todo, ¿quién iba a aceptarle como ella lo hacía? ¿Quién indagaría
más allá de los estragos que el pasado había provocado en los tres primos y vería
sólo a tres seres humanos?
Mientras seguía a Crowe en busca del asesino que había convertido a Jaymi en
su sexta víctima, sintió por primera vez el pesar, la pena y la horrible certeza de lo
que aquella noche iba a significar en sus vidas.
Cada una de las seis mujeres que murió aquel verano había estado relacionada
con ellos. Cada una de ellas se había acostado con alguno de los tres, o lo hacía en
el momento de su muerte.
Logan había perdido a dos amantes en el pasado, Crowe a tres, y Rafer perdió a
la mujer que le había ayudado a encontrar algo de paz a lo largo de todo el año
anterior.
Cuando llegó junto a Crowe, éste resoplaba de rodillas sobre la tierra del camino
de montaña. Las manos y la cara de su primo estaban manchadas de sangre. Su
pecho subía y bajaba por culpa de la respiración entrecortada, y tenía los ojos llenos
de lágrimas cuando los alzó para mirarle.
—¡Maldita sea! Se me escapó —jadeó Crowe con la voz rota por el dolor—.
¡Joder! Se me ha escapado.
Logan clavó los ojos en las manos de su primo. Los dos observaron la sangre que
las cubría antes de que Crowe volviera a mirarle, ahora con una salvaje y
apremiante expresión deformando sus rasgos.
—Lleva mi cuchillo clavado en las tripas —gruñó—. No vivirá mucho tiempo.
La hoja del cuchillo de Crowe era afilada, dentada, hecha para matar, y su primo
se había asegurado de que sirviera para su propósito.
El hecho de que eran demasiado jóvenes para eso fue un borroso pensamiento
en su mente. A pesar de todo, allí estaban, sin escapatoria.
—Jaymi ha muerto. —Ayudó a Crowe a ponerse en pie y se sostuvieron la mirada
durante unos minutos eternos mientras su primo se apoyaba en él para incorporarse.
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—¡Joder!, Logan, todo ha salido mal esta noche. —La pena inundaba también la
voz de Crowe.
No habían sido lo suficientemente rápidos. No habían podido salvar a Jaymi y
ahora tendrían suerte si podían salvarse a sí mismos.
Cuando regresaron al claro del bosque y vieron cómo su primo menor, Rafer,
acunaba a Jaymi entre sus brazos, llorando sobre su pelo, supieron que ésa podía
ser su última noche en libertad. Y también la última de sus vidas.
Logan observó cómo Rafer apoyaba la cabeza en la de Jaymi sin dejar de
mecerla.
El enorme cuerpo de Rafer hacía que la mujer pareciera incluso más menuda.
Parecía demasiado pequeña, demasiado delicada entre sus brazos.
No se movía. Estaba completamente inmóvil porque no habían sido capaces de
mantenerla a salvo.
Rafer había prometido a su mejor amigo, el difunto marido de Jaymi, que
protegería a Jaymi con su vida. Que la cuidaría, que la salvaría.
Pero ninguno de ellos tres pudo evitar que muriera a manos de un loco.
Logan clavó los ojos en la sangre que empapaba la ropa y las manos de Rafer y
luego miró las llamas del fuego que parecieron crecer ante sus ojos. Se escuchó el
eco de una risa y, cuando dio un salto para salvar a Rafer del cuchillo que apareció
súbitamente a su lado, sintió el frío mordisco del acero penetrando en su propia
espalda.
Le despertó de golpe aquel intuitivo instinto que le había salvado a lo largo de los
años.
Mientras yacía allí con los sentidos alerta, un ruido que no se correspondía con
los habituales de la noche inundó el silencio de la habitación.
La irritación le hizo perder la paciencia, y apretó los dientes maldiciendo para sus
adentros. ¡Joder!, ¿es que en aquel maldito condado estaba prohibido dormir un
poco?
Era la cuarta noche que se despertaba con la certeza de que algo o alguien
merodeaba alrededor de su casa.
Por lo general, el ruido estaba provocado por la perrita que Saúl Rafferty había
dejado en el patio; ésa para la que todavía no había encontrado un hogar.
Sin embargo, aquella noche había algo más. Algo más grande, más silencioso...
Alguien que se movía con deliberado sigilo.
Odiaba que interrumpieran su sueño. Notaba que los dedos le hormigueaban por
las ganas de pelea, que los nudillos palpitaban como si desearan propinar los duros
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Pecados Mortales
y poderosos golpes que sólo ansiaba cuando participaba en una buena lucha a
puñetazos.
Pero eso había sido en el pasado. Ahora, ese estado de ánimo le acompañaba
desde la noche en que se obligó a sí mismo a enviar a su deliciosa vecina a una
cama vacía.
¡Demonios!, desde que él mismo regresó a su propia cama. A partir de aquella
noche sólo lograba conciliar el sueño en el sofá.
Y sí, puede que las noches fueran así más tolerables, pero escuchaba cada
jodido ruido que se producía en el exterior. Su entrenamiento era demasiado bueno
para pasarlos por alto.
Cada noche se despertaba con esa certeza aunque no escuchaba nada
sospechoso. Sin embargo, alguien se movía sigilosamente por el exterior de su casa
poniendo a prueba su seguridad.
Así que entre el lloriqueante cachorro que arañaba lastimosamente la puerta del
patio, a tan sólo unos metros, y la conciencia de que había alguien merodeando allí
fuera, no había dormido demasiado durante la última semana.
Ni de día ni de noche.
Ladeó la cabeza para intentar captar otra vez el ruido sospechoso y se encontró
escuchando los quejidos del animal. Por fin, renunció a cualquier idea de conseguir
dormir y clavó los ojos en el techo una noche más.
Además, si no le hubiera despertado la sensación de que algo invadía su espacio,
lo habría hecho la pesadilla.
Así que era inútil.
Estaba condenado a seguir despierto si no quería volver a revivir aquella noche.
Se concentró en el lloriqueo de la perrita y en los arañazos cuando ésta volvió a
rascar la puerta. Un segundo después fue consciente de lo que no oía. Sus sentidos
se concentraron en el hecho de que algunos de los sonidos familiares de la noche
habían cesado. No se escuchaba a ningún búho ni a los grillos. Algo o alguien los
perturbaba.
Notaba una sensación de peligro, de intrusión. El extraño todavía no había
causado daños, pero él notaba que estaba a punto de intentarlo.
«¡Joder!»
La pequeña perrita que parecía negarse a ser propiedad de otra persona era
demasiado pequeña, demasiado delicada y demasiado vulnerable a los enemigos de
los Callahan, allí donde estaba. Y ahora, con lo que fuera que acechaba en la noche,
el peligro no había hecho más que aumentar.
Sí, el cachorro estaría mucho mejor fuera de allí. Dando la impresión de que no le
importaba, de que ignoraba al animal, conseguiría salvarle la vida. Su reputación de
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Pecados Mortales
no tener amigos, ni amantes, ni relaciones de ningún tipo, hacía que hasta el
momento nadie hubiera sufrido las consecuencias de verse vinculado a él.
El sonido de los vagos quejidos hizo que clavara los ojos en el techo con
irritación.
¿No. podía la gente de esa calle olvidar el rumor de que los Callahan eran unos
bastardos perezosos y sin ambición? ¿No podían darse cuenta de que también
necesitaban dormir?
Sin duda tenía que ser un vecino buscando la mejor manera de irritarle. De
encontrar una debilidad. De incrementar la tensión que todo el mundo le presumía y
conseguir que perdiera el control.
¡Joder! Ojalá le dejaran en paz. Ojalá se evaporaran las malditas pesadillas y le
dejaran disfrutar de una deliciosa fantasía en la que su atractiva vecina fuera la
protagonista. Su beso todavía le hacía arder.
Movió la mano silenciosamente de donde la tenía, sobre el abdomen, y la deslizó
hacia donde había dejado la pistola un poco antes. Se acomodó en busca de la
confortable posición que llevaba horas luchando por encontrar, y suspiró cuando no
la encontró.
Debería disparar al intruso aunque sólo fuera por irritarle. O quizá podría darle
una buena paliza.
Ojalá pudiera atraparle en esa ocasión. Hasta ahora el intruso había sido lo
suficientemente hábil para escapar antes de que pudiera pillarle.
Sostuvo el arma con firmeza y se incorporó antes de poner los pies, todavía
calzados con las zapatillas deportivas, en el brillante suelo de madera del comedor.
Sus primos se habían reído cuando supieron que había comenzado a dormir en el
viejo sofá. Por supuesto, no les había dado ninguna explicación al respecto. Crowe
ya tenía la mosca detrás de la oreja con respecto a su vecina y le conocía lo
suficiente como para saber en qué consistían exactamente sus fantasías.
Su primo había señalado que había al menos cuatro enormes dormitorios con su
correspondiente baño en el piso de arriba, todos con grandes camas de matrimonio.
Y cuando lo hizo, los tres recordaron lo mismo.
Hubo un tiempo en el que las tres parejas Callahan habían vivido en esa casa con
sus hijos. Tres niños: Crowe, Logan y Rafer, y una niña más pequeña, la primera
descendiente de los Callahan desde que habían emigrado desde Irlanda.
Se habían mudado allí para preservar el bienestar de sus hijos. Creían que
estarían a salvo con el sistema de seguridad que pensaban instalar antes de poner
en marcha la venganza final contra los poderosos hombres que intentaban
destruirlos.
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Sin embargo, los números no siempre cuadraban, y la inocencia no siempre salía
victoriosa. Los padres de los tres primos lo habían aprendido aquella miserable
noche de ventisca en una carretera de montaña cuando regresaban de Aspen. Con
ellos iba la más pequeña de sus hijos; un bebé de ojos alegres, cabellos oscuros y
encantadora sonrisa, que había sido arrancada de la vida demasiado pronto.
Tras poner los pies en el suelo, Logan se levantó lentamente del sofá. El recuerdo
de aquel bebé inundó su mente mientras sostenía el arma contra el muslo y
atravesaba el comedor manteniéndose oculto entre las sombras en todo momento.
Aplastando aquellos recuerdos, se concentró en la falta de sonidos que había en
un lugar en particular. El tenía titulación como sanitario en las Fuerzas Especiales de
la Marina, pero había sido mucho más. Lo mismo que sus primos. Y llevaba
esperando problemas desde hacía seis meses, desde el momento en que pisó el
condado de nuevo.
Otro sonido floto en el aire. Un diminuto gruñido, contenido y agudo. El sonido
provocó que una increíble y silenciosa furia le hiciera fruncir los labios.
La cachorrita que tenía en el patío ya se sentía ferozmente territorial a pesar de
su pequeño tamaño. Era una inocente espectadora en la guerra que comenzaba a
fraguarse entre los Callahan y los patriarcas de las tres familias gobernantes en el
condado: los conocidos como «los barones»; ancianos que estaban dispuestos a
acabar con sus propios nietos.
Logan no le daba especial importancia al hecho de que su propio abuelo le
hubiera llevado el cachorro. Sabía que Saúl Rafferty sólo estaba en la tierra para
atormentarle y que lo había hecho para que tuviera algo por lo que preocuparse si al
animal le pasaba algo o lo torturaban de alguna manera.
Sólo porque era pequeña, inocente y sus enemigos asumirían que le pertenecía.
Si consiguiera que alguien se hiciera cargo de ella, entonces no llegaría a sufrir
daño alguno. Por desgracia, la cachorrilla se negaba a irse con nadie que no fuera
él.
Intentar obligar a la perrita a salir de debajo de los arbustos que bordeaban los
laterales del patio había resultado difícil incluso para la vecina cada vez que la pilló
intentándolo.
El animal parecía sentir adoración únicamente hacia su nuevo dueño, así que
esperaba que se escondiese mientras él acababa con el intruso. Cada vez que salía
al patio, lo primero que hacía la cachorrita era intentar dormir sobre sus zapatos.
El perro guardaba ahora silencio escondido bajo un árbol, junto al macizo de
flores que había al lado de la casa. Eso indicaba que el intruso se había acercado
bastante.
«¡Joder!» No necesitaba eso. No quería otra muerte sobre su conciencia y menos
la de un animal, una mujer o un amigo inocentes.
«¡Por favor, Dios!»
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¿Cuánta más culpa tendría que soportar?
Un segundo después escuchó otro agudo ladrido seguido de un gruñido.
Como si alguien hubiera tratado de seducir a su diminuta invitada para que saliera
de debajo del arbusto.
¿Por qué razón? ¿Para hacerle pagar los pecados del dueño de la casa?
No estaba dispuesto a consentirlo ni, por supuesto, a permitirlo.
«¡No!» Si alguien estaba decidido a intentar hacerle daño, se prometió a sí mismo
que lucharía contra quien fuera y se ocuparía de que recibiera su merecido.
Curvó los labios con dureza. Esperaba que quien estuviera allí fuera valiente,
atrevido o lo suficientemente estúpido como para permitir que lo atrapara, porque
años de furia reprimida bullían en su interior.
Se movió de manera sigilosa a lo largo de la pared hacia las puertas de cristal,
con los sentidos totalmente alerta, y observó con cuidado la oscuridad a través del
vidrio.
Entonces, de repente, una sombra se movió ante sus ojos.
La noche, sin luna, no ayudaba a identificar al extraño que estaba agachado junto
a la casa.
Su posición, sus movimientos y la oscuridad que inundaba el patio estaban a
favor del intruso, que trababa inútilmente de alcanzar al cachorro.
Antes de que la figura humana pudiera deslizarse debajo del árbol y ocultarse,
Logan abrió bruscamente la puerta y se dirigió hacia ella. La agarró por el cuello y la
arrastró antes de hacerle caer al suelo, en el interior de la vivienda.
Entonces, se quedó paralizado. No supo decir quién de los dos estaba más
sorprendido.
Él sin duda no lo esperaba y no pudo explicar la cólera que le inundó cuando sus
miradas se encontraron.
—¿Qué demonios haces aquí? —gruñó.
Guardó el arma en la cinturilla de los pantalones y se inclinó para tomar a la joven
por debajo de los brazos mientras ella intentaba levantarse poniéndola de pie
bruscamente.
—¡Tranquilo! —Aturdida, y no demasiado contenta, su intrusa intentó recuperar el
equilibrio y se irguió en toda su estatura antes de mirarle con una expresión de furia
en sus graciosos rasgos de pilluela—. ¿Qué te pasa, Logan?
Claro que «toda su estatura» no era demasiada. Midiendo menos de metro
setenta, no era exactamente la persona más alta de los alrededores.
Pero daba igual. Su delicado cuerpo había sido suficiente para excitarle al
máximo cuando la presionó contra el árbol y la besó hasta perder el sentido. Aunque
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tampoco era que aquella noche le hubiera quedado demasiado sentido común que
conservar.
Descalza y con los brazos en jarras, ella le miraba con una intensa expresión de
irritación.
Volvía a llevar uno de esos camisones transparentes de encaje y era la tentación
personificada. En esta ocasión no era negro, sino del verde primaveral más suave
que él hubiera visto. El borde de la bata rozaba el suelo, protegiendo el transparente
camisón que llevaba debajo y que apenas ocultaba la sombra oscura entre sus
muslos y los insolentes pezones que coronaban sus pechos.
—Ya no estamos en una de esas edades oscuras en las que se maltrataba a las
mujeres, Callahan —le informó con acritud, al ver que no le respondía.
¡Joder!, esa mujer era la culpable de su erección. Era la protagonista de cada una
de las fantasías húmedas que producía su excitada imaginación. Y lo más aterrador
de todo era que comenzaba a formar parte de sueños que, sorprendentemente, no
tenían ningún cariz sexual.
No podía permitirlo.
—¿Que qué me pasa? —estalló, sintiendo que una mezcla de excitación,
emoción y profunda necesidad luchaban en su interior contra el resentimiento y la
furia sin que él pudiera hacer nada para evitarlo—. Son las tres de la madrugada y te
dedicas a merodear por mi patio como si no tuvieras más de nueve años. ¿Por qué
demonios no cruzaste el patio por la parte iluminada?
Cruzó los brazos sobre el pecho antes de bajar una furiosa mirada hacia Skye,
que observaba cómo la perrita se sentaba sobre sus cuartos traseros y le miraba
con jadeante adoración. La carita del animal estaba arrugada de felicidad, como si
simplemente verle la complaciera. No entendía por qué.
Él era el capullo que estaba intentando regalarla, no su salvador.
Skye hizo una mueca burlona al escucharle y elevó la vista a la de él antes de
comenzar a hablar.
—Me gusta la oscuridad —repuso con ironía—. Ya tienes una explicación. ¿Acaso
no puedo visitar al único miembro sociable de tu pequeña familia? ¿Es necesario
que trate también contigo?
Él quiso pasarse la mano por la cara para comprobar que seguía dormido, pero ni
sus más descabelladas fantasías podían incluir un sueño tan ridículo.
En especial la parte en la que podía vislumbrar sus pezones a través del encaje y
la suave seda que los cubría.
—No seas infantil —dijo lentamente, desesperado por ignorar el calor que
empezó a traspasar la loneta de las zapatillas deportivas cuando el cachorro se
tumbó sobre ellas para dormir—. Estás haciéndome perder la paciencia. Pensaba
que habíamos acordado que ibas a mantenerte lo más alejada de mí que pudieras.
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Ella agrandó los ojos antes de deslizar la mirada hacia la pequeña bola de pelo
que tenía sobre los pies, como si la respuesta fuera muy evidente.
«¡Joder!» No había pedido eso. No recordaba haber buscado esa clase de
problemas.
—La parte más sociable de tu familia, ¿recuerdas? —repitió Skye—. He venido a
saludarla a ella, no a ti.
—Si tanto la aprecias, ¿por qué no te la llevas a casa? —mascullo él, apretando
los dientes cuando el cachorro cambió de posición en busca de un mejor acomodo
—. No es, y nunca será, parte de mi familia.
Ella arqueó una ceja burlonamente.
—Me da la impresión de que la cachorrita cree que ya está en casa.
Logan no se detuvo a pensar ni a considerar sus acciones. La sensación del
cuerpo caliente acurrucado sobre su calzado, el pequeño corazón martilleando
contra la loneta, le hizo recordar algo en lo que rara vez se permitía pensar. Se
inclinó, tomó a la perrita por el pelaje del cogote y, abriendo la puerta de cristal, echó
al manso animal al patio.
—Llévatela —la invitó fríamente, ignorando la decepcionada cara del cachorro—.
Aquí no tiene sitio.
Ni tampoco lo tenía ella.
Se le iba a romper el corazón.
Los gemidos del animal amenazaron su determinación y la mirada de decepción y
pesar de Skye estuvieron a punto de acabar con su control.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
Capítulo 5
Logan siempre había sabido, incluso cuando era un niño que vivía en el infierno
en que se había convertido la disputa que mantenían sus padres y sus abuelos, que
jamás podría compartir su vida con una mujer y un cachorro. Porque, cuando ya
tenías a la mujer y al perro, no pasaba mucho tiempo hasta que llegaban los niños y,
como en su propio caso, éstos se verían perjudicados.
Porque eran los niños los que sufrían cuando los padres ya no estaban allí para
protegerles.
Casi se estremeció por dentro al imaginarse a esos niños. Una chica con el pelo
oscuro de Skye y sus rasgos delicados, o un niño con el mismo tono de cabello que
él y los ojos de ella.
—¡Eres un capullo, Callahan! ¿Lo sabías? —Skye cruzó los delgados brazos
sobre aquellos insolentes pechos que él conocía tan íntimamente.
Frunció el ceño y, gracias a Dios, la fantasía de tener hijos con ella desapareció.
—Lo que sé es que tienes fijación con la perra. ¿Cómo se te ocurre merodear en
mi patio por la noche para buscarla? —gruñó él obligándose a darse la vuelta y
dirigirse a la cocina a hacer café.
Lo que realmente le gustaría tomar sería un buen trago de whisky, pero les había
prometido a sus primos que se controlaría a la hora de beber, así que no tenía
alcohol en casa.
—No tengo ninguna fijación con la perra. Lo que tengo es un vecino egoísta e
insensible que se niega a ocuparse del animal que tiene en el patio —replicó Skye,
siguiéndole descalza.
Tras entrar en la cocina con ella pisándole los talones, Logan preparó café sin
encender la luz. No quería correr el riesgo de que la diáfana tela del camisón
mostrara la suave piel, el vello oscuro entre sus muslos y los duros pezones de la
joven.
No, definitivamente no parecía llevar bragas.
Su erección era como acero pugnando bajo los pantalones, y debía andarse con
cuidado para que ella no se diera cuenta. Bastaría una pequeña chispa para liberar
la pasión que amenazaba con envolverlos de manera incontrolable.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
—Voy a dar por hecho que no te gustan los perros —comentó Skye como si eso
fuera un crimen mientras él seguía midiendo la cantidad de café sin decir palabra—.
¿Cómo es posible que a un hombre que besa tan apasionadamente como tú no le
gusten los perros?
Mostró una expresión de auténtica incomprensión al pronunciar la última frase
y frunció los labios al mismo tiempo, como si le resultara odioso que se le ocurriera
besarla otra vez.
—Debería ser ilegal o algo así —apostilló Skye ante su silencio.
Que ella se lo quedara mirando acusadoramente no sirvió para que se aplacara la
excitación que enardecía los sentidos de Logan.
Pero, aun así, la ignoró, igual que fingió ignorar los quejidos provenientes del
patio y el deseo que crepitaba entre ellos.
—¿No me respondes, Callahan? —le recriminó ella en un tono definitivamente
furioso.
—¿Ha sido una pregunta? Pensaba que estabas sentando cátedra. —Lanzó a la
joven una sonrisa burlona, esperando que eso la enfadara lo suficiente como para
largarse a su casa—-. Además, ¿para qué comenzar una discusión que sólo servirá
para retrasar tu marcha? Podríamos acabar cometiendo un maldito error.
Ignoró el enorme nudo de pesar que parecía crecer en sus entrañas.
Y en sus testículos.
—Sin duda, sabes cómo tratar a una mujer —repuso irónica—. No recuerdo que
nadie haya dicho jamás que es un error estar conmigo.
A pesar de sus palabras, no parecía demasiado molesta, pensó Logan.
La vio apoyarse en la encimera y su erección casi traspasó la cremallera.
¡Joder!, aquel maldito camisón estaba hecho de encaje y una seda tan suave que
competía con la tersura de su piel.
—Es evidente que no te das por aludida, porque sigues aquí, tentándome a
cometer ese maldito error.
Ella curvó los labios al escuchar su comentario y echó un vistazo a la encimera.
—Has puesto dos tazas ahí encima. Mi madre se decepcionaría si fuera tan
maleducada como para irme sin probar tu café.
Él miró hacia abajo. Sí, había dos tazas. Un juego de tazas para dos. Ni siquiera
sabía que poseyera tal cosa.
No lo había hecho a propósito.
—¿Por qué quieres compartir una taza de café si estás tan molesta conmigo? —
preguntó al tiempo que servía el humeante líquido.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
—No es de extrañar que no duermas bien si tomas café a estas horas —
reflexionó ella mientras cogía la bebida que le ofrecía—. Gracias. Rara vez rechazo
uno. Me encanta.
Era evidente que Skye estaba tomándole el pelo.
—Duermo bien.
—Esa respuesta tan lacónica me hace dudar de su veracidad — replicó con un
suspiro, como si estuviera armándose de paciencia.
Lacónico. La novia de su primo, Cami, solía decir que lo era en algunas
ocasiones.
Se llevó la taza a los labios y sorbió el café en vez de hacer comentario alguno.
Se concentró en el hecho de que estaba tratando de poner furiosa a Skye.
Por desgracia, no lo conseguía. Ella se limitaba a permanecer allí sonriendo
mientras bebía su café.
Todavía no sabía bien lo que sentía sobre todo aquello, era consciente de que
seguir discutiendo con ella, a solas en la cocina, sólo serviría para que tuviera más
ganas de llevársela a la cama. Y bien sabía Dios que si lo hacía, luego no habría
marcha atrás. No la dejaría respirar durante semanas.
Quizá meses.
Ése era el problema; estaba seguro de que le encantaría tener cerca a esa mujer
de manera indefinida.
Y eso sería un error de dimensiones épicas.
—Buen café. —Skye encogió los hombros antes de bajar la taza, observándole
con aquellos brillantes ojos suyos. Tentándole. Como si supiera que su erección
luchaba por tomar el control y sólo esperara el momento en el que él estallase.
Logan frunció el ceño.
—¿Buen café? Posiblemente tú lo hagas mucho mejor que yo.
—Mi café es horrible. Hago mal muchas cosas, pero mi café es especialmente
malo —aseguró, frunciendo la nariz con clara aversión.
Estaba mintiendo. Estaba seguro de ello.
—Coges un filtro, lo llenas de café, llenas la cafetera de agua y listo —enumeró él
—. ¿Cómo puede salirte mal?
—Ni idea. —La vio encoger los hombros como si no tuviera importancia.
—Pensaba que los aburridos programadores informáticos sabrían al menos hacer
café —señaló.
Skye pensó que era muy posible que tuviera razón, pero ella no era
programadora, y todavía no podía confesárselo.
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—Y yo pensaba que un hombre con tu inteligencia y determinación no se
dedicaría a haraganear en casa, ignorando a su perro. Estás más preocupado por
obtener tu herencia que por probar tu inocencia —replicó sarcásticamente.
El se rió.
—¿Crees que me interesa probar algo a los bastardos que hay aquí? —Sus
labios esbozaron una sonrisa que no llegó a sus ojos—. Vamos, Skye, no puedes
pensar eso si realmente estás al tanto de todas las murmuraciones.
Las había escuchado, sí, por eso tenía tantas dudas.
—¿Por qué lo haces, Logan? —No pudo contener la pregunta ante su sombría
intensidad—. ¿Por qué dejas que este condado hable tan mal de ti y no te defiendes
siquiera?
Durante un momento, Skye pensó que no le respondería.
—Nuestras madres eran consideradas como las princesas del condado —
comenzó con suavidad, sorprendiéndola—. Nuestros padres, en cambio, eran las
ovejas negras, incluso antes de que murieran mis abuelos paternos. Eran salvajes
como demonios y les daba igual las consecuencias de sus actos. Cuando se
casaron con las hijas de los barones, todo el mundo dijo que David, Samuel y
Benjamín estaban buscando su final. Y así ocurrió trece años después.
—Esa no es razón para que no te defiendas.
Él se rió.
—Este lugar es el feudo privado de los barones y sus familias, Skye. Son los que
dan empleo a todo el mundo. Los responsables de que el condado salga adelante.
Nuestras madres —suavizó la voz— daban cobijo a los pobres, alimentaban a los
hambrientos, se disfrazaban de duendes en Navidad... Todo el mundo las quería y
las protegía Que estuvieran embarazadas cuando se casaron sólo dio pie a la
creencia de que se vieron forzadas a contraer matrimonio.
—Increíble... —Skye sacudió la cabeza sin dejar de observarle. Podía notar su
tristeza, el pesar que embargaba el alma de Logan—. Dime, ¿qué ocurrió hace doce
años?
—Me preguntaba cuánto tiempo tardarías en preguntarlo. — El tono de sarcasmo
se contradecía con su expresión resignada.
Ella alzó los hombros sabiendo que su rostro reflejaba la simpatía y la pena que
sentía.
Logan suspiró.
—Todas eran mujeres hermosas y maravillosas. Eso es lo que intento decirte,
Skye. No las matamos nosotros pero, definitivamente, murieron por culpa nuestra.
¿Quieres unirte a ellas? Es lo que ocurrirá si continúas tentándome.
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Gracias a Dios, el agónico gemido de la perrita salvó a la joven de tener que
contestar. Apretó los labios antes de lanzar una ojeada a la puerta que comunicaba
la sala con el patio y le miró acusadoramente.
El cachorro arañaba el cristal sin dejar de lloriquear. Otra vez.
Y Logan simuló que ignorar al animal no le partía el alma.
Otra vez.
—No puedes dejarla sola ahí fuera —concluyó ella finalmente—. Logan, se pasa
las noches gimiendo. Me rompe el corazón.
El tomó un sorbo de café antes de contestar.
—Yo no elegí a ese animal, ¿verdad? No le he dicho que aúlle como si le
estuvieran matando cada noche. Si tanto te molesta oírlo, llévatelo a casa contigo.
La sonrisa de Skye se evaporó y le lanzó una mirada furiosa.
Le observó con desaprobadora censura. Es posible que incluso fuera más que
eso, pero Logan se sentía optimista esa noche y prefería apostar por desaprobación
en vez de por concluyente aversión.
—¿De verdad no te gustan los perros? —Le miró de soslayo y la desaprobación
se transformó en franca sorpresa.
—¿Nunca has conocido a nadie a quien no le gusten? —Volvió a llevarse la taza
de café a los labios.
—No. A todo el mundo le gustan los perros, los garitos... los bebés. —La vio
menear la cabeza como si cualquier otra cosa le resultara inconcebible.
—¿Bebés? —Hizo una pausa antes de acercarse otra vez la taza a la boca.
¡Como si necesitara cafeína o cualquier otro estimulante después de lo que
acababa de escuchar!
—Es una manera de hablar. —Skye encogió los hombros, un gracioso gesto que
hizo que sus pechos se elevaran y parecieran todavía más redondos. Sencillamente
encantadora.
Las manos de Logan le hormiguearon por acariciarlos, por sopesarlos, por
poseerlos.
—Mira, da igual. No tengo ganas de discutir. —Ladeó la cabeza—. Como ya te he
dicho, si tanto quieres a la perrita, llévatela a casa.
—Mi casero no me permite tener mascotas.
—Tampoco el mío —replicó rápidamente, triunfal. Debería de habérsele ocurrido
antes esa excusa.
O puede que no. La expresión de Skye se volvió demasiado escéptica.
—Callahan, eres el dueño de la casa. —Había un matiz de decepción en su voz.
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Logan estuvo a punto de lanzar una carcajada. Lo hubiera hecho, pero el
cachorro volvió a arañar la puerta, recordándole que no necesitaba perritos, gatitos
ni bebés. Les ocurrían cosas. Cosas malas que podían hacerles mucho daño.
—Conozco al dueño de tu casa —dijo con serenidad—. Hablaré con él.
Aquella perrita podía convertirse en una debilidad, y no podía permitírselo. No
más de lo que podía permitírselo con respecto a su vecina.
Durante un breve segundo vislumbró una nota de simpatía en la mirada femenina
antes de que se transformara en curiosidad.
—¿Por qué tienes que ser tan gruñón todo el tiempo? Sé que el hombre que me
avisó la semana pasada de que me mantuviera alejado de él no es idiota. ¿Por qué
quieres dar esa imagen?
Logan bebió un sorbo más de café.
—En realidad sí soy un idiota —le aseguró—. Es más fácil avisar a mis posibles
amantes de que sólo se tratará de una noche. Agradezco la privacidad y no me
gustan las ataduras.
Ella entrecerró los ojos. Preciosos ojos oscuros que parecían encandilarle,
atraparle. Y que casi le hicieron atragantarse con la mentira que acababa de soltar.
¡Joder, quizá estuviera pasando la crisis de los treinta o algo por el estilo, porque
era lo único a lo que podía recurrir para mantener las manos alejadas de ella y
conservar su corazón alejado de lo que deseaba. De lo que anhelaba.
Se estaba haciendo demasiado viejo para esa mierda.
—Mientes —aseguró Skye con suavidad—. ¿Acaso crees que todos los que
conozco en este lugar no se han apresurado a avisarme de lo peligroso que es ser
tu vecina?
«¡Capullos!»
Logan bebió otro sorbo antes de responder.
—Y no les has escuchado.
—Rara vez lo hago —convino ella—. Además, han pasado ya hace doce años
desde los asesinatos. Deberías permitirte el lujo de disfrutar de la vida.
—Hace sólo cuatro semanas un gilipollas decidió imitar los crímenes del carnicero
de Sweetrock y casi mató a la amante de mi primo —Su tono fue brusco a propósito
—-. Y antes de eso mató a otra mujer. No, Skye, no creo que pueda permitirme ese
lujo. Y te aseguro que no miento; no puedo permitirme siquiera tener un perro.
Y probablemente nunca podría.
—La cachorrita no tiene madre, Callahan —suspiró Skye con suavidad—. Como
tú. Como yo. —Esbozó una amarga sonrisa—. Y por alguna razón que no
comprendo, parece que te quiere a ti. ¿No puedes hacerla feliz aunque sólo sea por
unos días?
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Logan dejó la taza sobre la encimera con cuidado de no dejar ver la cólera ni
ninguna otra de las emociones que le provocaban aquellas palabras.
—Puedo llevarla a la perrera. —Encogió los hombros como si no le importara—.
Estoy seguro de que allí le encontrarán una familia.
Si era sincero consigo mismo, la recriminación que leyó en los ojos de Skye le
dolió más de lo que esperaba. Ella no podía imaginarse cuánto deseaba...
La vio aspirar lentamente, como si estuviera obligándose a tener paciencia, antes
de depositar su taza junto a la de él.
—Así que no necesitas a nadie, ¿verdad? ¿Te has interesado por tu abuela?
—No tengo abuela. —Mantuvo un tono comedido, pero la ira, el anhelo por
disfrutar de cosas que sabía que no podía tener, le hacían arder por dentro.
—Me la encontré en la farmacia el otro día —continuó ella al ver que no añadía
nada más. Su tono era suave, lleno de simpatía—. Me preguntó por ti.
—¿Por qué lo haría? —Intentó que su réplica estuviera llena de ironía, pero no
pudo conseguirlo.
Skye se encogió de hombros.
—No lo sé, pero parecía muy preocupada.
—Basta. —Había llegado el momento de poner freno a todo aquello y conseguir
expulsarla de su vida y de su cabeza—. Si has escuchado los rumores, ya sabes de
qué va esto. Deja de ser tan jodidamente curiosa.
—¿Quieres que deje de preocuparme por ti? —No, era imposible que hubiera
pesar en sus palabras—. El malo, bruto y enorme Logan no puede soportar que
alguien se interese por él. Ni tampoco permitirse el lujo de interesarse por nadie. ¿Es
eso lo que quieres decir?
—Todos los que me importan acaban muertos.
Y no podía olvidarlo.
—Entonces ¿por qué no renuncias a todo y vives como cualquier persona?
—¿Quieres que me olvide de varios millones de dólares, bonos y propiedades? —
Se rió burlonamente—. ¿Me consideras tan estúpido como para dar la espalda a
eso?
Lo haría al instante si pensara que eso lo cambiaría todo.
Pero no lo haría. Marcharse lejos no solucionaría nada.
—No te creo afirmó Skye en voz baja—. He escuchado todos los rumores y sé
sumar dos más dos. Tres rudos héroes militares no van a quedarse de brazos
cruzados sin hacer nada. Habéis regresado para investigar ¿no es cierto?
Logan la miró con los ojos entrecerrados.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
—No me importa lo que pienses, O'Brien. Lo único que voy a hacer es sobrevivir
hasta que consiga que esos bastardos devuelvan cada jodida propiedad que haya
pertenecido a mis padres. Después de eso, el condado de Corbin tendrá que
reconocer sus errores.
El silencio se alargó entre ellos. Finalmente, la decepción fue perceptible en los
ojos de Skye, provocando a Logan una opresión en el pecho, cerca del corazón.
La joven asintió solemnemente.
—Ha llegado el momento de irme a casa. Tengo cosas mejores que hacer esta
noche que intentar convencerte de nada. Que disfrutes de tu agradable y solitaria
vida, Callahan.
Skye se volvió para salir, pero Logan no pensaba permitir que se largara así como
así.
—Llévate contigo a la maldita perra —gruñó, dejándose llevar por la cólera—. Si
la quieres es tuya. No creo que la mantengan viva en la perrera mucho tiempo.
Nadie quiere un perro que se pasa la vida gimiendo.
Y ese perro en particular tenía que estar en una casa, a cubierto. Los pug
enfermaban con facilidad; necesitaban cuidados, igual que las mujeres y los bebés.
—Si quisiera vivir conmigo, habría entrado en mi casa la primera vez que le hice
una carantoña en el patio en vez de darse la vuelta y correr hacia una puerta que
siempre permanece cerrada para ella —le espetó con furia—. ¿Qué te pasa con esa
perrita? No quieres quedártela y tampoco quieres llevarla a la perrera. ¿Qué
pretendes hacer con ella? ¿Ver cómo se muere de hambre en el patio trasero?
—No he dejado que pasara hambre —masculló con los dientes apretados,
intentando ignorar la chispa que le impulsaba a poner fin a aquello de una vez.
Esa chispa que conseguía que su miembro estuviera duro como una piedra y las
manos lo hormiguearan por tocar a Skye.
Por extraño que pudiera parecer, la misma chispa que había sentido desde el
momento en que la vio en el patio trasero poco después de que la joven se mudara
a la casa de al lado.
—Entiendo —concluyó ella, enderezándose lentamente—. No quieres que nadie
dependa de ti, ¿es eso?
Exactamente.
—Así es —confirmó él, observando su expresión, sus ojos. Lo que vio allí hizo
que la opresión en su pecho se avivara por la culpa y el pesar.
Vio piedad y tristeza.
Y no le gustó. No le gustó nada.
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—¿Crees que puedes evitar para siempre ese tipo de responsabilidades? —
preguntó acusadoramente, lanzando chispas por los ojos—. No es que importe,
claro, pero ¿acaso existe algo o alguien de los que no puedas prescindir?
—Está mi familia —Notó ese matiz en su voz que aseguraba que estaba
perdiendo el control que mantenía sobre sus emociones, sobre su cólera... sobre la
jodida necesidad de poseerla.
Ella no sabía el infierno que sus primos y él habían sufrido en carne propia a
través de los años; las pérdidas que habían padecido.
Ahora no tenían otra opción que sobrevivir. Habían sido las pérdidas las que les
llevaron lejos del condado una vez, pero eso no volvería a ocurrir.
—¿Tu abuelo? —preguntó ella con picardía—. ¿O te refieres sólo a tus primos?
Por lo que sé, uno de ellos tiene novia ahora y el otro acaba de invertir dinero en su
propio negocio. ¿Te refieres a ellos? En el condado se rumorea que no tienes nada a
tu nombre, Logan. Sin embargo, es evidente que tus primos al menos están
decididos a intentar vivir la vida.
—¿Qué coño te importa a ti? —gruñó, perdiendo por completo su precioso
control.
¡Joder!, ella no tenía ni idea de cuánto le costaba traspasar la posesión de todo lo
que había soñado tener a lo largo de su vida.
Observar a Crowe y a Rafer luchar contra el infierno que estaba a punto
desatarse, rebelarse por los sueños que guardaban en su interior, por la necesidad
de tener una vida.
Pero a él no le quedaba otra alternativa. Alguien tenía que cuidar de los otros dos.
Alguien tenía que ofrecerse de parapeto para que sus primos viviesen en paz.
—¿Y qué te queda a ti, Callahan?
—¿Una vecina demasiado curiosa y un cachorro demasiado delicado que no
quiere que le busque una casa? —ironizó, dejando caer los brazos a los costados y
mirándola lleno de furia—. ¿Acaso es asunto suyo, señorita O'Brien?
La cólera y la necesidad que le inundaban le hicieron acercarse a ella todavía
más. Tenía que hacerlo a pesar de saber que estaba a punto de cometer el peor
error de su vida.
La tocó.
Antes de poder pensar, de poder detenerse, tenía las manos en la parte superior
de sus brazos y la atraía hacia él. Apretaba su cálido cuerpo contra el suyo como si
necesitara su calor para vivir.
—Me queda un hambre que me corroe por dentro por una mujer en cuyos ojos
puedo leer que ansia un final feliz. —La abrazó como un hombre desesperado.
Como si necesitara sus caricias—. Pero no encontrarás eso conmigo y tu insistencia
sólo acabará empujándonos hacia algo que nos lastimará a los dos.
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¡Como si él necesitara que le empujaran!
—Conmigo no será suficiente una noche —advirtió ella nuevamente, mirándole
retadora—. ¿Qué clase de juego es el tuyo? ¿Por qué te peleas conmigo por culpa
de una perrita que los dos sabemos que quieres? Deseas tanto quedarte con ese
perro como tenerme a mí en tu cama. ¿Por qué, Logan? ¿Por qué te niegas a
tenernos?
—Porque no me atrevo.
Mientras clavaba la mirada en ella, se dio cuenta de que la había deseado desde
la primera vez que la vio. No debería, por supuesto, pero haberla probado la semana
anterior, abrazarla debajo del árbol, no había sido suficiente.
No debería desearla, pero lo hacía, y su hambre por ella crecía cada vez más. La
necesitaba con tanto ardor que no podía controlarse, con una voracidad repentina y
abrumadora que no podía hacer desaparecer.
Quizá Skye tuviera razón y una noche no fuera suficiente, pero ambos pagarían
por ello.
—¿Estás esperando otra vez a que te vuelva el sentido común? —susurró ella,
pasándole las yemas por el bíceps antes de clavarle los dedos.
No protestaba ni intentaba alejarle. No luchaba contra él. En cambio, Logan
combatía aquel deseo con cada gramo de control que poseía... y estaba perdiendo.
Ella le masajeó los tensos músculos del brazo, deslizando la punta de las uñas
por la dura carne y enviando una ardiente ráfaga de sensaciones al grueso miembro
de Logan.
—Ojalá supiera cómo conseguirlo. —Siguió tratando de resistirse—. No lo logré la
última vez, ¿por qué crees que seré capaz de hacerlo ahora?
No conocía ninguna manera de evitar lo que estaba a punto de ocurrir.
Sostuvo su provocativa mirada con la sensación de que estaba atado a Skye por
una cadena invisible, y supo que estaba condenado.
Inclinó la cabeza y rozó sus labios, que se abrieron para él, dejándole sentir su
sedoso y cálido interior, su temblorosa necesidad. Y cuando Logan vio que las
pupilas de Skye se oscurecían, que cerraba las pestañas, se dio cuenta de que todo
estaba perdido.
Llevaba meses imaginando que la follaba. ¡Joder!, lo había soñado tantas veces,
tenía tantas imágenes en su mente que, en algunas ocasiones, pensaba que podría
follarla durante toda una década y no llegar a experimentarlas todas.
Pero ésta no la había imaginado.
Nunca se lo había permitido porque sabía lo que le provocaría. La posibilidad de
poseerla allí, en su casa, donde jamás podría olvidarlo, le hacía sentir cosas en las
que no quería pensar.
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Pecados Mortales
Una ola de sensaciones invadió su cuerpo y tensó cada músculo. Lentamente,
muy lentamente, le separó los labios todavía más y se adueñó de su lengua sin
dudar.
Ella le puso las manos en los hombros y suspiró contra su boca. Respiraba tan
agitadamente que el corazón golpeaba furioso en su pecho siguiendo el mismo ritmo
que el suyo. Le apresó las caderas y la acercó, alzándola al mismo tiempo. La
apretó contra su cuerpo y acarició las deliciosas curvas de su trasero, conteniendo el
gemido de anhelo que constreñía su garganta. Siguió levantándola y, antes de que
supiera cómo, la había sentado sobre la encimera y tenía sus piernas alrededor de
las caderas mientras presionaba la dura cordillera de su erección contra la húmeda
calidez que la joven tenía entre los muslos.
Skye era pequeña, curvilínea, ardiente como el infierno y él se acomodó entre sus
piernas perfectamente. Empujó la delgada y suave seda del camisón, y arrugó la
bata sobre sus caderas al tiempo que gemía de deseo, presa de la anticipación.
¡Oh, Dios!, no llevaba bragas.
Le deslizó las manos entre la espalda y el camisón.
¡Santo Dios!, iba a matarle de deseo.
Su pene palpitó de felicidad, volviéndole casi loco, cuando ella se impulsó con
firmeza contra él.
El roce de la tela contra el inflamado y sensible glande se convirtió en una agonía
erótica. Quería deslizar su engrosado miembro en el suave calor líquido que le
esperaba, en aquel dulce néctar que fluía entre sus pliegues, preparándola y
humedeciendo sus vaqueros.
La necesidad de follarla era un hambre de la que mucho se temía no podría
alejarse. I lasta ese momento de su vida, no había habido nada de lo que no pudiera
alejarse. No se lo podía permitir.
Pero ahora no podía separarse de ella.
Skye le apresó entre sus muslos, rodeándole la parte trasera de las piernas con
las suyas. Luego le rozó los labios suavemente, separándolos y ofreciéndole la
boca; acariciándole la lengua para saborearle una y otra vez.
Una ráfaga de puro éxtasis sensual inundó el cuerpo de Logan y le embriagó más
rápido que cualquier licor.
El anhelo de poseerla se convirtió en un furioso y controlador impulso que era
incapaz de contener.
Nunca, en toda su vida sexual, había sufrido una necesidad comparable a la que
sentía en ese momento.
Aún faltaban horas para el amanecer. La oscuridad les envolvía en su abrazo
aquella cálida noche de verano. El calor que les rodeaba se correspondía a la
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Pecados Mortales
perfección con el deseo que crepitaba en su interior, avivando un fuego tan brillante
que le hizo estremecer sin control.
Su excitación había llegado a tal extremo que amenazaba con acabar con su
autodominio.
Estaba tan seguro de que ocurriría que se rindió.
Cedió.
Ni siquiera tenía voluntad para combatir.
Lo único en lo que podía pensar era en el hambre que sentía por esa mujer.
Le quitó la bata lentamente y luego le bajó los tirantes del camisón. Ella alzó los
brazos para que la liberara de la tela, que quedó arrugada alrededor de su cintura. Al
instante siguiente, Logan se apoderó de sus pechos. Se recreó en el calor, en el
peso de los tiernos montículos cuando éstos llenaron sus palmas, y atrapó los
endurecidos pezones entre el pulgar y el índice.
Entonces la empujó hacia atrás y, recostándose sobre ella, la besó con aquella
incontrolable necesidad destructiva que crecía imparable en su interior.
No podía poseerla
No lo haría. Dios era su testigo.
Sabía que una noche no sería suficiente, pero podía tener una parte de ella: su
placer.
Sus gritos resonándole en los oídos.
La respuesta que complacería sus sentidos.
Antes de dejarla marchar, conseguiría que no pudiera contener los gritos de
placer.
—¡No puedo dormir por culpa de lo mucho que te deseo! — confesó ella cuando
Logan alejó los labios para besarle la línea de la mandíbula.
Skye no podía contenerse más. No quería hacerlo.
—Doy vueltas y vueltas en la cama y me digo a mí misma una y otra vez que lo
del otro día no fue tan bueno.
Se la veía torturada por los recuerdos, por el ansia viva de tenerlo otra vez.
Él alzó la cabeza y se la quedó mirando fijamente. El tormento que brillaba en sus
pupilas se le clavó en el alma como una flecha.
—Pero sí fue tan bueno, ¿verdad, Logan?
Sabía que lo había sido. Y podía degustar el deseo otra vez en sus labios, en la
llameante necesidad que atravesaba su cuerpo a toda velocidad.
—Fue jodidamente bueno —admitió Logan con un gruñido.
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Las palabras, duras y ásperas, golpearon a la joven. Temía que volviera a
apartarse dejándola dolorida y anhelante. Que se alejara y la dejara desesperada
por disfrutar de una liberación que no podía alcanzar por sí misma.
No podía volver a dejarla así.
Logan observó el hambre en sus ojos, la sintió en sus manos cuando ella tiró de
la camiseta, aferrando la prenda hasta que consiguió quitársela.
Pudo ver el dolorido deseo sensual que la atravesaba.
Después de deshacerse de la camiseta, la despojó del camisón que seguía
arrugado alrededor de sus caderas, y lo dejo caer al suelo. Iba a asegurarse de que
jamás se ol- vidara de esa noche ni del placer que iba a proporcionarle.
Jamás le olvidaría. Jamás dejaría de desear sus caricias.
Bajó los labios hacia la dura cima de uno de sus senos y la sostuvo entre los
dedos antes de comenzar a succionarla a fondo contra el paladar.
Los suaves gemidos de Skye se amplificaron cuando le sujetó la cabeza con las
manos, entrelazando los dedos entre sus cabellos para inmovilizarlo contra su pecho
con firmeza. Para mantenerlo tan cerca como pudiera.
Mientras Logan saboreaba su dulce carne, ardía de tal forma por ella que se
precipitó en un profundo pozo de indomable necesidad.
Suya.
El pensamiento se abrió paso en su mente antes de que pudiera desecharlo.
Suya.
La ansiedad le desgarró por dentro.
¡Oh, Dios!, renunciar a ella, dejarla ir, le mataría.
Si sólo tenía esa noche, iba a proporcionarle un placer que jamás olvidaría.
Skye jadeó, luchó por reprimir los gritos que brotaron en su garganta cuando él la
aferró por las caderas y la arrastró hasta el borde de la encimera. Se apoderó de sus
muslos y siguió acariciándole el pezón con la lengua, torturándola sin piedad. Luego
comenzó a deslizarle la mano por la pierna, poco a poco, lentamente, directo al
centro de su deseo.
El clítoris de Skye estaba tan hinchado que apenas podía aguantar el dolor que le
provocaba la necesidad. Nunca había sentido nada tan intenso por un hombre.
Estaba tan resbaladiza y caliente que cuando los dedos de Logan alcanzaron la
parte superior del muslo, no pudo reprimir un gemido. Aturdida por las sensaciones
que la embargaban, se arqueó hacia él anhelando sentir allí su toque, en la parte
más sensible de su cuerpo. Ansiaba que la acariciara allí con los dedos, que la
penetrara con ellos...
Lo necesitaba. Lo necesitaba más de lo que había necesitado nada en su vida.
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Pecados Mortales
—¡Por favor! —Las palabras fueron un grito ronco y desesperado, un ruego
salvaje que no pudo contener antes de sentir el tierno roce de los dedos masculinos
contra la suave carne desnuda de los pliegues interiores.
A la vez, Logan apresó el pezón con los dientes y volvió a succionarlo a fondo,
chupándolo con la misma hambrienta intensidad de la primera vez.
Los ojos, verdes como esmeraldas, centelleaban de deseo mientras seguía
aguijoneando la punta del pezón con la lengua.
Skye se arqueó de nuevo en respuesta. Se moriría si él se detenía. El roce
juguetón de los dedos de Logan entre sus pliegues anegados la hacía enloquecer de
anhelo.
—¡Por favor! —gritó al sentir que aquellos dedos diabólicos la abrían, y que dos
de ellos trazaban un atormentador círculo de fuego alrededor del clítoris.
El pequeño brote comenzó a palpitar, a vibrar, y el anhelo de alcanzar la liberación
se convirtió en una dolorosa necesidad.
—¡Por favor! —gritó otra vez.
—¿Por favor qué, Skye? —La ronca pregunta fue un susurro contra la curva de su
pecho al tiempo que frotaba la barba incipiente contra el tierno montículo—. Dime lo
que quieres, Dame eso al menos.
—Por favor, Logan, deja de jugar conmigo. —Le acarició el cuero cabelludo
mientras él rozaba el valle entre sus pechos con la barbilla.
—¿Cómo juego contigo, Skye? —demandó él, con la voz rota por la creciente
lujuria.
—¡Maldito seas, Logan! —gritó ella.
—Dímelo —rugió de repente, alzando la cabeza y mirándola con expresión
apremiante y las mejillas enrojecidas de ardiente sexualidad—. Dime lo que quieres.
Lo que sientes. Dame esas palabras, Skye. Dame ese placer.
Por alguna razón, necesitaba escuchar lo que ella anhelaba.
—Necesito tus dedos —musitó la joven, conteniendo el aliento cuando los
inquisitivos dedos acariciaron la resbaladiza abertura de su sexo.
—¿Cómo los necesitas? —exigió él—. Dime cómo los necesitas.
Ella había jurado que si llegaba a poseerla, no sería suficiente con una vez. E iba
a mantener esa promesa.
—Fóllame, Logan —susurró mientras la excitación comenzaba a convertirse en
adrenalina líquida en sus venas—. Fóllame con ellos. Usa los labios, la lengua. He
soñado con tener tus labios y tu lengua en mi clítoris... —Se arqueó con un grito
ahogado cuando él comenzó empezó a trazar un recorrido de lentos besos por su
cuerpo—. Sueño con eso mientras intento alcanzar el placer en mi cama. Pero mis
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Pecados Mortales
dedos no son lo suficientemente buenos, y tu lengua y tu boca no están allí para
ayudarme.
Un retumbante y desesperado gruñido masculino vibró contra la sensible piel de
su vientre, haciendo que su cuerpo se tensara en desesperada respuesta.
—Voy a comerte como si fueras mi plato favorito. —Allí estaba; un leve indicio de
juguetona provocación mezclada con el jadeante sonido de la creciente lujuria—.
Tranquila, cariño, tranquila. Voy a saborearte por entero y a follarte hasta que me
claves las uñas en la espalda.
Ella arqueó las caderas al tiempo que emitía un quejido ante aquella sensual
amenaza.
—¡Oh, Dios! ¡Sí! —No pudo reprimir la súplica—. Así, Logan. Eso es lo que
necesito. Te lo ruego.
Logan deslizó los labios por la parte superior del muslo de la joven, hasta que ella
sitió el cálido aliento contra los enredados rizos que protegían su clítoris.
Un segundo después estuvo segura de que podría morir de placer. Vibraba sin
poder contenerse mientras él capturaba el hinchado nudo de nervios entre los labios
y lo succionaba para luego soltarlo con la misma rapidez.
Entonces, él comenzó a usar la lengua y todo dejó de existir. Nada podía
traspasar aquella nube de placer. Era tan intenso que supo que nunca volvería a ser
la misma.
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Capítulo 6
Las sensaciones se atropellaban unas a otras y atravesaban el cuerpo de Skye a
toda velocidad. Sintió los labios de Logan, su lengua y la cálida presencia de su
boca torturando el hinchado clítoris entre sus pliegues, mientras le dilataba la sedosa
entrada de su sexo con lentos y cada vez más profundos empujes de los dedos,
hasta que éstos se deslizaron con más comodidad.
Era una tortura exquisita.
Logan arrastró una silla para sentarse frente ella. Le alzó las piernas, doblándole
las rodillas para apoyarle los pies en sus hombros, con la orden de no moverlos de
allí, y a continuación, procedió a cumplir su promesa: devorarla como si fuera su
plato favorito.
Sin dejar de mover los dos dedos que estiraban los constreñidos músculos de su
vagina, siguió lamiéndola, acariciándola, rozando sin cesar el dolorido clítoris con la
lengua.
Hacía años que Skye no tenía tiempo o ganas de buscarse un amante. Los rollos
de una noche no eran algo que la satisficiera, así que nunca los había buscado.
Y no estaba dispuesta a comenzar ahora.
Antes de que la noche acabara, una vez que él dejara de volverla loca con su
boca, ella le haría lo que llevaba meses imaginando.
Volverle a él loco con la suya. Saborearle como Logan la saboreaba a ella.
Llenarse la boca con su miembro y succionarle hasta que eyaculara en su interior,
hasta lograr que se rindiera a sus deseos.
Él, inclemente, apretó la lengua con más firmeza contra su clítoris y empezó a
friccionarlo haciendo que se retorciera bajo él.
—¡Logan! —gritó sin poder contenerse.
Logan acarició las paredes de su sexo con la punta de los dedos antes de
separarlos en su interior intentando que la apretada funda se relajara.
Skye nunca se había sentido tan estrecha como para que la simple anchura de
dos dedos le resultara dolorosa. Quizá la necesidad por Logan había hecho que sus
músculos se hincharan de manera imposible.
No estaba segura de cuál sería la razón. Y realmente no le importaba.
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Pecados Mortales
Notaba que sus jugos fluían, ayudando a la penetración y aliviando el ardor que
provocaban sus envites.
Los labios y la lengua de Logan eran malvados instrumentos de tortura que no le
permitían llegar al clímax. La llevaban hasta el borde del precipicio, pero se detenían
justo antes de dejarla alcanzar la liberación.
Le enredó los dedos en el pelo y tiró, luchando por tomar aire cuando Logan
volvió a rozarle el clítoris. Tras aquella erótica caricia, él deslizó la lengua más abajo
mientras retiraba los dedos.
—¡Oh, Dios, Logan! —Arqueó las caderas cuando la penetró con la lengua, rígida
como una lanza—. ¡Por favor, dame más!
Había comenzado a implorar y ni siquiera le importaba.
Él siguió jugando con ella, provocando que los jugos fluyeran sin cesar con sus
lametones y caricias, utilizando la lengua para follarla con lentos envites, disfrutando
de su sabor con lujuriosa cadencia.
Skye, lectora compulsiva, jamás había imaginado que existiera un placer así fuera
de las páginas de un libro. Siempre había considerado aquellas descripciones como
fantasías femeninas de lo que las mujeres querían, en vez de una realidad que
pudiera existir de verdad.
Pero aquello era cierto. Entre los brazos de Logan estaba experimentando
aquellas fantasías que sólo había leído e imaginado.
Él se tomó su tiempo para saborearla, martirizándola con la lengua y negándose a
apresurarse por mucho que se lo rogara.
Le sostuvo las piernas en alto con una mano cuando ella se meció bajo su boca, y
le pasó la lengua entre los pliegues una vez más al tiempo que introducía sus dedos
más profundamente todavía.
Skye movió las caderas, contoneándose y arqueándose ante cada envite para
llegar a ese punto culminante que parecía estar fuera de su alcance.
Estaba segura de que se moriría si él continuaba jugando con ella. Que se moriría
si se detenía. Y si le diera un solo instante para alcanzar la liberación, podría hacer
realidad la fantasía que había rondado en su mente durante meses, volviéndola loca.
Logan escuchó los entrecortados gritos que ella profería y casi perdió el control
hasta el punto de pensar que acabaría corriéndose en los vaqueros.
¡Joder!, jamás le había ocurrido tal cosa, ni siquiera cuando era un adolescente
inexperto con su primera chica.
Skye le hacía sentir algo que no era racional. Le obligaba a romper todas sus
reglas, le hacía morirse de deseo por ella cuando sabía que no debería.
Introdujo los dedos más adentro y tuvo que recordarse a sí mismo que no quería
apresurar el final. Si la firme presión de los músculos internos de la joven era una
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señal, hacía muchos años que ella no tenía ningún amante; demasiados para el
tamaño y la dureza de su miembro.
Siempre era suave con sus amantes, pero Skye le hacía sentirse tan jodidamente
hambriento que temía hacerle daño. Una parte de él quería penetrarla salvajemente,
percibir que se ceñía con fuerza alrededor de su polla, notar cómo le succionaba,
cómo se dilataba para acomodar su anchura.
¡Oh, Santo Dios! Esa mujer le volvía loco.
Siguió chupándole el clítoris y notó que el pequeño brote comenzaba a palpitar
bajo su lengua. Sí, sin duda Skye estaba a punto de explotar.
Pero Logan no quería que aquello terminara todavía. Una vez que ella culminara,
aquel interludio habría acabado y tendría que devolverla a su casa. A su cama.
No podía retenerla por mucho que quisiera.
Presionó sus dedos más adentro, y sintió que sus testículos se contraían en
respuesta.
Ella estaba anegada, le empapaba los dedos. Su sabor en la lengua le hacía
pensar en el verano; ardiente y lleno de vida. No quería otra cosa que liberar su
torturado miembro y...
¡Joder!, si ya lo tenía en la mano.
¿Cuándo se había desabrochado los vaqueros y liberado su pulsante y tensa
carne?
Sostuvo la gruesa polla con una mano y comenzó a acariciar el sensible glande.
Lo apretó firmemente, rezando para ser capaz de contenerse y retener el control que
se le escabullía entre los dedos.
Lo único que quería era hundirse en la calidez del cuerpo de Skye, y ese anhelo
estaba a punto de matarle.
Si no permitía que ella alcanzara el éxtasis, si no le ponía fin a eso, iba a terminar
por empalarla con tanta violencia que ninguno de los dos sabría dónde comenzaba
uno y dónde terminaba el otro.
Besó el brote palpitante mientras seguía penetrándola con los dedos, friccionando
los sensibles tejidos con los resbaladizos fluidos que seguían manando,
conduciéndola sin titubear hacia una explosión imparable.
Retiró los dedos al tiempo que utilizaba los labios para succionar el hinchado
nudo de nervios y, de repente, volvió a ensartarla con un giro de muñeca y azotó el
clítoris con la lengua siguiendo un ritmo rápido que la hizo estallar en unos
segundos.
El éxtasis la envolvió por entero.
Los ojos de Skye ardieron cuando él cambió el ritmo de los dedos y del
movimiento de sus labios. Entre un aliento y el siguiente le succionó el clítoris con
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una fuerza que convirtió el sensible punto en el centro de un exquisito dolor, y
después comenzó a aguijonearla con la lengua con rítmicos y rápidos envites.
Sin piedad, Logan retiró los dedos y volvió a introducirlos una y otra vez. Los
músculos internos de la joven se aferraron a ellos con fuerza y él los curvó para
friccionar un sensible lugar en su interior, detonando una imparable explosión que la
atravesó por completo.
Pero Logan no se detuvo tras ese primer orgasmo. No moderó sus movimientos
sólo porque ella hubiera gritado de placer; siguió taladrándola con los dedos y
friccionándole el clítoris con la lengua.
La ayudó a surcar el orgasmo sin poder contener un masculino gemido que vibró
contra sus pliegues y la envió a nuevas cotas de satisfacción.
Pareció que el clímax era eterno.
Skye tensó los muslos sobre sus hombros, arqueó las caderas y se estremeció de
pies a cabeza sin control. Oleadas de ardientes sensaciones recorrieron su columna
y le arrancaron otro largo gemido. Estallaban en el interior de su sexo con una
intensidad que la hacía jadear ahogadamente. Y aun entonces, siguió remontando
un placer que sólo él controlaba.
Y que controlaba con crueldad. Dilataba cada sensación el máximo posible antes
de dejarla bajar. La llevaba con él cada vez más arriba, más allá de lo que ella había
sabido que se podía llegar.
Sus labios, que se habían apoderado de su clítoris, sus ambiciosos dedos, que
acariciaban las terminaciones nerviosas de su vagina, no hacían sino incrementar
las sensaciones.
La empujó al borde del éxtasis absoluto y la hizo permanecer allí, vibrando
durante un tiempo infinito hasta que, por fin, le permitió comenzar a descender.
Fue una caída contra la que ella luchó con todo su ser. Había sido violento, sí;
envolvente; tan destructivo y sensual que estaba segura de que jamás había
disfrutado de tal placer, pero aún quedaba una palpitante necesidad; una plenitud
que todavía no había alcanzado. Algo que su ávido cuerpo quería experimentar.
Sujetándola con firmeza, él la acompañó de vuelta a la realidad hasta que la dejó
ir con un último lametazo en el hipersensibilizado clítoris, manteniendo los dedos
todavía en su interior.
Logan sintió que los agotados músculos internos de la joven continuaban ciñendo
y apresando sus dedos, y que los jugos seguían manando. Cada convulsión interior
expulsaba nuevos y cálidos fluidos que se derramaban en sus dedos y por el interior
de los muslos.
Cuando el último y eufórico estremecimiento convulsionó la vagina, retiró los
dedos con la certeza de que todavía quedaba mucho por experimentar.
Sí, ella todavía no estaba realmente satisfecha.
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Ni mucho menos.
—No es suficiente —susurró Skye, como si le leyera el pensamiento. Intentó
enderezarse, trató de tocarle, de acariciarle y cumplir alguna de las reprimidas
fantasías que atravesaban sus venas con rapidez.
Suspiró al tiempo que abría los ojos y vislumbró la helada expresión de Logan. Un
intenso pesar brillaba en las pupilas masculinas.
Mientras la ayudaba a ponerse derecha, él le atrapó las manos con una de las
suyas al tiempo que ella le miraba con sorpresa.
—¿Logan? —Notó una opresión en el pecho. Tenía el convencimiento de que, si
bien no era suficiente, los ojos de Logan decían que se había acabado.
—Es suficiente, cariño. —Con la mano libre le retiró el pelo que había caído en
sus mejillas y la miró con expresión torturada mientras ella notaba la dura longitud
de su erección, libre de los vaqueros, latiendo ferozmente contra su muslo.
Llevada por la desesperación, bajo la mirada al grueso y pesado miembro antes
de alzar la vista otra vez.
—¿Lo es? —preguntó, dejándose llevar por el dolor que comenzaba a extenderse
en su interior.
—Tiene que serlo. —Su tono era duro, y sus ojos verdes parecían hielo
esmeralda a pesar del jadeante sonido de su voz. Estaba negando lo que ambos
sabían que era un hecho probado: los dos seguían doloridos por alcanzar la
culminación absoluta.
Se alejó de ella y se abrochó los vaqueros antes de inclinarse para recoger la
camiseta y el camisón del suelo.
Ella no dijo ni una sola palabra cuando él le pasó el camisón por la cabeza y la
ayudó a deslizar los brazos por los tirantes.
Estaba a punto de llorar.
Le temblaban los labios.
¿Cuánto tiempo hacía que no lloraba?
Imaginaba que desde que dejó atrás la adolescencia. Siempre había intentando
no gritar ni llorar porque su padre decía que las niñas grandes no lloraban.
Bien, ahora era una chica grande y lo único que quería era sollozar al ver que
Logan le daba la espalda y se ponía la camiseta.
Vio cómo se flexionaban los músculos de su espalda, cómo se tensaban y
ondulaban al introducirse en la prenda, cómo le caían los cabellos alborotados hasta
enmarcarle la cara.
Cuando se volvió hacia ella, a pesar de su silencio, la observó con la respiración
tan jadeante y entrecortada como la suya.
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Skye se bajó lentamente de la encimera, conteniendo la respiración antes de que
él borrara la distancia para ayudarla. Pero no quería que la volviera a tocar. Le
aterraba que lo hiciera, porque podría dejarse llevar por las emociones que la
recorrían.
¿Quién iba a imaginar que él poseyera un control tan sobrehumano? Había
demostrado una contención desmedida. Todo lo contrario que ella, a la que nada le
hubiera impedido dejarse llevar por la necesidad que la inundaba.
Notó un nudo en el estómago cuando la emoción y el pesar crecieron en su
interior Y también se avivó la cólera.
«¡Qué se vaya al infierno!» Era posible que él fuera masoquista, pero ella, sin
duda, no lo era.
Y ya se había reprimido suficiente.
Estaba allí por una razón y ésta no era atormentarse por un hombre que no quería
saber nada de ella. Logan no quería tener coche, ni casa, ni perro... ni amante. No
quería pensar en un futuro con alguien ni ninguna otra cosa por el estilo. No tenía
sueños que compartir, salvo aquel maldito nexo de unión que compartía con sus
primos.
«¡Maldito seas!»
Maldito fuera, y maldita la hora en la que pensó que aquello podría resultar.
Debería haberse imaginado desde el principio que jamás podría ser suyo... ¡Joder!
Claro que lo había sabido desde el primer momento.
Se inclinó para recoger la bata del suelo, se la puso y se ató el cinturón con
rapidez. Se sintió torpe mientras contenía las lágrimas.
Por fin, dio media vuelta y atravesó con premura la cocina en sombras en busca
de la puerta al patio.
—¡Skye, maldita sea, espera! —gritó él, corriendo tras ella. Su tono era lo
suficientemente alto como para hacer que le escuchara a pesar de la furia que la
embargaba.
Pero no le esperó. No podía.
Si lo hacía, acabaría por caer de rodillas ante él sollozando, rogándole que la
follara de una vez.
Abrió la puerta del patio antes de que él le diera alcance. Una vez allí, se inclinó,
tomó en brazos a la perrita y cruzó la corta distancia que la separaba de su casa.
«Al menos ahora la perrita tendrá a alguien con quien llorar», pensó mientras los
gemidos del animal se volvían más lastimeros al verla cerrar la puerta a su espalda.
Con rapidez, corrió las cortinas para no volver a ver a Logan. Sabía que si lo
hacía terminaría implorándole que la tomara, que la hiciese suya.
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Apretó la pequeña bola de pelo contra el pecho y atravesó la casa hasta llegar a
la amplia estancia que usaba como dormitorio.
Cerró la puerta a su espalda, suspiró y observó fijamente los tristes y húmedos
ojos de la perrita. La expresión del animal era una mezcla de perplejidad y pesar;
unos sentimientos que le resultaban muy familiares.
¿Por qué Logan se negaba a amarla?
—No pasa nada, bonita —susurró cuando la perrita volvió a lloriquear con tristeza
—. Tranquilízate o lloraré contigo.
Porque por alguna razón, durante un alocado momento de la semana anterior,
bajo las ramas del viejo roble, había llegado a considerar de verdad que Logan
Callahan podría llegar a desear, aunque sólo fuera un poco, tener una amante, un
perrito, un futuro...
Y ahora sabía lo mucho que se había equivocado.
No se había percatado de lo en serio que él había hablado cuando le dijo que no
podía ocurrir, que no lo permitiría.
Que ella no era más que una aventura de una noche.
Por primera vez desde la muerte de sus padres, derramó una lágrima y la perrita
gimió contra su pecho una vez más.
El animalito estaba demasiado apegado a alguien que no lo quería. Se había
resistido a abandonar la propiedad de Logan, como si salir de allí pudiera robarle la
probabilidad de que lo aceptara el hombre que había decidido que fuera su dueño.
—Tranquila, bonita —repitió con un murmullo cuando la perrita gimió otra vez.
Dejó al animal en el suelo antes de tomar un periódico y esparcir las páginas
sobre el pavimento.
—Voy a buscar una manta para ti —dijo al cachorro al tiempo que se inclinaba y
pasaba los dedos por el suave pelaje color albaricoque.
La suave caricia consiguió que el pug se tumbara de lado junto a la puerta y que
sus ojos castaños la miraran con desolación.
—No eres la única a la que no ha querido —susurró Skye—. Es evidente que a mí
también me ha rechazado.
Y por desgracia, le seguía deseando con desesperación.
—Duerme. —Caminó hasta la cama y se sentó en el borde.
Suspirando, estiró el brazo y abrió el cajón de la mesilla de noche para sacar la
foto que guardaba allí. En la instantánea, Amy apoyaba la cabeza contra su hombro
con una sonrisa en los ojos.
¡Oh, Dios!, ¿qué habría hecho sin su familia adoptiva —sin su hermana del alma
— después de quedarse huérfana?
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El hecho de que su niñera y el guardaespaldas mataran a sus padres de un
certero disparo en la cabeza antes de registrar toda la casa en su búsqueda, la dejó
devastada.
Fue Amy la que impidió que se volviera loca.
La que la obligó a seguir riendo.
La que le dio un motivo para levantarse por las mañanas.
La que la abrazó cuando las aterradoras pesadillas hacían que se despertara
llorando y gritando.
Antes de que pudiera contenerse, una lágrima cayó sobre la fotografía.
Suspiró de nuevo y la secó mientras una dolorosa sensación inundaba su
estómago y su pecho. La pérdida de Amy la había destrozado.
Logan Callaban es un hombre increíble, Skye —le había confesado su hermana
—. Es atractivo como un demonio, y también triste y solitario. En el condado de
Corbin está pasando algo y yo voy a averiguar qué es. Sus primos y él son buena
gente. No se merecen lo que les ocurre.
Amy no le había contado lo que llegó a averiguar. No le dijo que la perseguía un
asesino, pero ella sabía que lo que fuera que descubrió había oscurecido la mirada
de su hermana y había hecho que se preocupara por Logan.
— Quizá algún día pueda encontrar un buen hombre como Logan — había
respondido Skye con decisión—. Alguien que no acabe muerto como mis padres.
Amy sonrió y le acarició el pelo, apartándoselo de la cara.
—Yo soy demasiado mayor para Logan, Skye. Quizá cuando tú crezcas un poco,
os conozcáis y él pueda amarte de todas las maneras posibles. Quiero que estés
con alguien que te proteja, hermanita. Alguien que te quiera con todo su corazón,
con toda su alma.
Aquélla fue su última conversación.
Dos días después, un excursionista encontró el cuerpo destrozado de Amy, roto,
horriblemente mutilado y ensangrentado.
—¡Oh, Dios! —no se había dado cuenta de los sollozos que le rasgaban el pecho
hasta que notó la fuerza con la que oprimía la foto y las lágrimas que le anegaban
los ojos.
Entonces ella tenía quince años. Sus padres habían muerto cinco años atrás y las
pesadillas todavía la atormentaban.
Encontrar su camino en la vida después de presenciar el brutal asesinato de sus
progenitores no hubiera sido posible sin Amy. Ojalá hubieran compartido más
tiempo.
Un suave quejido le hizo apartar la vista.
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La cachorrilla estaba sentada a sus pies. La vio inclinar la cabeza antes de
lamerle el tobillo, como si quisiera consolarla. Un segundo después, el animal se
irguió sobre los cuartos traseros y apoyó las patas delanteras contra sus piernas,
como pidiéndole que la subiera.
Y ella, admitió para sus adentros, necesitaba consuelo.
Necesitaba a Logan. Necesitaba sus caricias y ese algo que había percibido en la
fotografía que Amy le mostró doce años antes. Aquella chispa de humor que todavía
no había sido ahogada. Aquella insinuante y masculina sonrisa que le robó el
corazón cuando tenía quince años.
Necesitaba al hombre que había reclamado para sí misma cuando no era más
que una adolescente, y también necesitaba vengar a su hermana.
Se prometió que aunque no pudiera conseguir al hombre, obtendría la venganza.
La luz del día avanzaba despacio pero sin pausa, imponiéndose a la oscuridad al
otro lado de las cortinas. Había vencido otra noche. Una noche más en la que las
pesadillas no la acosarían en la oscuridad.
Miró a su alrededor.
La casa, al igual que la de Logan, era demasiado grande para una sola persona.
Había cuatro dormitorios grandes en el piso de arriba y, además, disponía del
cuarto de invitados que había añadido el inquilino anterior.
Era en esa estancia donde había instalado su dormitorio.
Si sumaba la superficie de la habitación a la del cuarto de baño, donde había una
enorme bañera, disponía de más espacio que en su apartamento en D.C.
Los dormitorios de la planta superior eran más bonitos, pero estaban arriba, y allí
se encontraba aislada y sola.
Se levantó de la cama y se acercó a la cómoda para coger su ropa interior antes
de dirigirse a la ducha. El amanecer ya iluminaba las montañas. Había llegado la
hora de acostarse. Llevaba años sin poder dormir por la noche. Conocía demasiado
bien la crueldad que se escondía en la oscuridad para realizar sus maldades.
Cuando terminó de ducharse y regresó al dormitorio, el sol ya asomaba por las
ventanas e iluminaba la cama.
La pequeña bola de pelo seguía sentada ante la puerta del dormitorio y la miró sin
dejar de quejarse; sonidos casi imperceptibles que le rompieron el corazón.
Había observado a aquel animalito ante la puerta de Logan durante más de una
semana. Incluso se había sentado en el patio para escucharla llorar.
La perrita la siguió con curiosidad. Gimió ante la puerta principal mientras Skye la
revisaba, y luego la acompañó escaleras arriba antes de que ella se detuviera en el
quinto escalón y la tomara en brazos. El animal era muy pequeño y le costaba
mucho esfuerzo escalar los peldaños. La joven sostuvo al pug contra el pecho y
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revisó las ventanas y la puerta del balcón que daba directamente a la casa de Logan
Callaban.
No vio señal de él en el dormitorio. Ni en el exterior.
La perra gimió de nuevo.
Skye sacudió la cabeza y bajó las escaleras. Le ofreció al perrito un poco de agua
y la puso en el suelo, animándola cuando comenzó a beber. Después cedió a la
debilidad, esperando no arrepentirse, y acomodó al cachorro en la cama junto a ella.
El animal se colocó en mitad del colchón, luego se acercó a la almohada y,
finalmente, a su lado, encontró un lugar en el que parecía, si no feliz, por lo menos
estar cómoda.
—¿Cuál es tu historia, bonita? —preguntó Skye al tiempo que deslizaba los dedos
sobre el pelaje albaricoque del lomo del animal—. ¿Por qué piensas que tu sitio está
allí en vez de aquí?
Ella nunca había tenido antes un perrito. Su padre adoptivo no se lo había
permitido porque era alérgico a perros y gatos.
Y antes de eso...
Se quedó mirando fijamente el techo durante un buen rato antes de volver a mirar
a la perrita, que volvía a gemir otra vez.
—Por lo menos aquí eres bienvenida. —Pobre animal huérfano. Ella sabía muy
bien qué se sentía al no tener madre, al implorar por estar en el lugar al que
pertenecía mientras se veía forzada vivir en otro.
El animal dio un largo suspiro, triste y melancólico, antes de colocar su arrugada
carita contra una pata y mirarla con la misma confusión y tristeza que ella sentía.
La joven deslizó otra vez la mano por el lomo albaricoque, acariciando
suavemente a la cachorrita antes de clavar los ojos de nuevo en el techo. Se
preguntó si esa mañana acudiría el sueño o si al igual que la última semana, daría
vueltas en el lecho para despertarse finalmente con los dedos entre los excitados
pliegues de su sexo.
Al menos, habría algo caliente junto a ella en esa ocasión, alguien que no haría
preguntas. Que no indagaría ni maldeciría cuando ella no tuviera las respuestas, si
por casualidad las pesadillas invadieran la luz del día,
Al menos, tendría compañía aunque se sintiera sola.
Aquel pensamiento hizo que se le escapara otra lágrima entre los párpados.
¡Maldición!, seguía sin sentirse deseada.
Logan dejó de escuchar los lastimeros quejidos provenientes del patio. El sonido
de la perrita arañando el cristal desapareció y tuvo la certeza de que cuando
intentara dormir en el sofá, no la escucharía.
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Aquella pequeña bola de pelo era casi igual a otro animal que había poseído
veinte años antes; el último regalo que recibió de sus abuelos antes de la muerte de
sus padres.
Los ancianos le dieron el cachorro, un macho en aquella ocasión, porque el
animal estaba a punto de volverles locos.
Según su abuela —-que era la que criaba los perros— el chucho no había dejado
de llorar desde el momento que exhaló el primer aliento. Lloraba cuando Saúl y
Tandy Rafferty entraron en su casa, mirando a su padre con furia incontenible, y
siguió llorando cuando sus abuelos clavaron los ojos en él con una expresión que ni
siquiera ahora podía descifrar.
Quizá una mezcla de dolor y furia en la de él y calmada agonía en la de ella.
Su abuela, Tandy Rafferty, había caminado lentamente hacia él con el perrito
gimiendo entre sus manos extendidas. El animal era un ejemplar de buen tamaño,
de ojos acuosos, pelaje suave y cara negra. El pequeño perro dejó de lloriquear en
el momento que le tocó, y le miró fijamente como si él fuera su destino.
Al ver aquello, Tandy se giró y salió de la casa sin decir palabra
Saúl, en cambio, se puso en cuclillas para que sus ojos quedaran al mismo nivel y
le habló sin apartar la vista.
—Algunas veces, hay un regalo esperándote a pesar de que ni siquiera sabías
que existía. Este pequeño animal ha estado llorando desde el día que nació y
mantenerlo vivo ha sido un auténtico calvario. Ahora es tuyo. Encárgate de él, hijo.
Un año después, el perro murió entre sus brazos por culpa de un trozo de carne
envenenado que comió. Murió mientras sus primos y él golpeaban la puerta del
veterinario, gritando entre súplicas que les ayudara.
Y lo más terrible de todo es que el veterinario estaba en casa. Abrió la puerta
trasera solo después de que Jack, el pobre animal, agonizara entre los brazos de
Logan.
Aquello sucedió hace muchos años. Y ahora, ahora había otro cachorro cuyos
gemidos de sufrimiento y desasosiego no cesaban desde que llegó a su casa.
Era una hembra de no más de diez semanas. La misma edad del cachorro que
Tandy Rafferty le había regalado antaño.
Hizo una mueca y se dirigió a la sala, donde había dejado el móvil, para realizar
una llamada.
—¿Qué coño quieres? —respondió un Saúl Rafferty enfurecido después del
primer timbrazo.
Logan se encaminó de nuevo a la cocina.
—¿Por qué me has hecho esto, viejo bastardo? —gruñó—. Ven a buscarla.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
—Esa pequeña ha llorado desde el momento en que nació. Tú abuela no se
quedó tranquila hasta que la llevé a tu casa, así que ahora es tuya. Ocúpate de ella
y se callará.
—¿Para que acabe muerta también?
El silencio inundó la línea durante un buen rato antes de que Saul Rafferty
suspirara con lo que parecía ser un profundo cansancio.
—Nunca le des la espalda a su comida. —Su voz se apagó y Logan estuvo
seguro de haber imaginado la nota de pesar en el tono de su abuelo.
—¡Vete al infierno! —rugió.
—Es de la última carnada de MyGal, la favorita de tu abuela. —Saúl ignoró la
maldición de su nieto al oír aquello y continuó hablando—: A la madre le
diagnosticaron cáncer canino hace unos días, sólo unas semanas después de parir.
No iré a por ella. Tandy me pidió que te la diera, y no quiero fallarle.
—La regalaré —aseguró Logan con un gran placer—. No quiero nada que
provenga de ti.
Saúl emitió un bufido.
—Has intentado regalarla seis veces desde el día en que te la llevé, y en cada
una de esas ocasiones te la devolvieron. Asúmelo de una jodida vez, es tuya.
—Yo tampoco la quiero. Te la llevaré de vuelta.
—Como la traigas aquí, le rebanaré el pescuezo antes de que la vea tu abuela.
No quiero que se disguste por nada.
—Como si algo de lo que yo hiciera pudiera disgustarla, salvo el hecho de que
esté vivo. Eso y tu incapacidad para apropiarte de todo lo que mi madre quería que
yo tuviera. Y ahora es mío, Saúl. Todo mío.
Su abuelo guardó silencio durante un largo rato.
—Eso es lo que yo habría hecho, chico. Justo lo que habría hecho —dijo antes de
colgar.
Solo como estaba, en la cocina, Logan se quedó mirando a su alrededor,
deseando que la cólera y el pesar que ardían en su interior se debieran únicamente
a Saúl, y no porque la abuela que nunca había llegado a conocer bien, la que nunca
le había querido, estuviera muriéndose.
Dios, estaba tan solo...
No podía tener al animal... ni a la mujer.
En la oscura cocina, se inclinó y apoyó las manos sobre la encimera; la misma en
la que Skye había gritado de placer; donde se había entregado a él, ansiosa y
ardiente.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
¿Qué demonios estaba haciendo? ¿Qué demonios estaba haciéndole a ella y a sí
mismo?
Cuando la miró a los ojos había visto algo que jamás creyó que vería, algo que,
sin duda, no había esperado.
Había visto a la mujer con la que, finalmente, deseaba compartir el futuro.
La mujer que le deseaba más que nada.
La mujer a la que había rechazado, dejándola insatisfecha. Dolorida. Con anhelo
en los ojos.
Antes de poder contenerse, se dio la vuelta y dio un puñetazo a la pared,
agrietándola.
—¡Joder! —gruñó. La furia se mezclaba con un hambre que sabía que acabaría
venciéndole con la misma contundencia que ardía en su interior.
Se mesó el pelo con las manos y se retiró de la cara los mechones mientras hacía
una mueca al notar el olor femenino en los dedos que había sumergido en su
cuerpo.
Eso tenía que acabar. Tenía que acabar antes de que se volviera loco, porque
Dios sabía tan bien como él que no poseía autocontrol de ninguna clase en lo que a
ella se refería.
Iba a tenerla. Y como ella había afirmado, una vez no sería suficiente.
Después de todo, la joven había sido una buena luchadora.
Arrancó el todoterreno negro de su refugio entre los árboles que bordeaban el
riachuelo, y salió del parque antes de respirar hondo.
Estaba saciado por el momento.
Física y sexualmente saciado.
La necesidad de infligir dolor, de percibir el miedo que inundaba aquel cuerpo
delicado y más débil que el suyo, de ver la sangre fluyendo y de sentir el fuerte
rechazo de la mujer mientras la violaba y torturaba, estaba ahora satisfecha.
Por el momento...
Deslizó las manos enguantadas por el volante, paró el coche, y abrió la puerta
para salir lentamente.
Su jefe no había participado, aunque le ayudó al principio.
Sonrió ampliamente mientras se dirigía a la parte trasera del todoterreno.
Al final, sólo después de unas horas, ni siquiera su jefe tuvo estómago para
soportar la visión del dolor que podía infligir.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
Ni siquiera el viejo cabrón pudo soportar los gritos, la agonía, las súplicas... Había
tenido que largarse.
Qué ironía. Aquel hombre no podía soportar las acciones que conllevaban sus
órdenes.
Y después de que saliera aquel hijo de puta, ella gritó todavía con más intensidad.
Había implorado hasta que se le quebró la voz y sólo emitió graznidos de agonía.
Luego todo acabó.
Una vez que se les rompía la voz, la única satisfacción era ver manar la sangre.
Pasar la lengua por cada corte para satisfacer la lujuria que recorría su cuerpo.
Finalmente, le había rebanado la garganta.
Aunque la joven hubiera respirado durante sus últimas horas, realmente no había
estado allí.
Había aguantado la tortura dos días y a él le había gustado su resistencia. Fue
mayor de la que jamás había supuesto.
Suspirando al recordarlo, abrió la puerta trasera del todoterreno y buscó a tientas
la lona alquitranada en la que había en vuelto a Marietta.
La había lavado de pies a cabeza, por dentro y por fuera, desde las uñas de las
manos a las de los pies.
No había ni siquiera una mota de polvo en su cuerpo. Estaba tan limpia como una
patena. No quedaba ni un rastro que la asociara con nadie.
Llevó el cuerpo inerte al borde del riachuelo, lo colocó boca abajo y tiró de la lona
para lanzar el cadáver al río.
La encontrarían muy pronto.
Dobló la lona y caminó varios pasos cargando con ella anti s de depositarla en el
suelo. Luego se quitó uno de los guantes de látex y lo dejó caer detrás de un árbol.
Un poco más tarde, puso mi trozo de lela en un arbusto espinoso, procurando que
pareciera como si hubiera sido desgarrada de unos vaqueros.
Los vaqueros eran de Logan Callahan, al igual que el guante; pruebas más que
evidentes que lo conducirían a la cárcel.
Él había tenido la precaución de afeitarse las piernas y de llevar un calzón largo
por debajo de los pantalones para asegurarse de que no aparecía ningún otro rastro
de ADN.
No había quedado ni una mota.
Aquello incriminaría a Logan como ninguna otra cosa. El futuro de aquel maldito
Callahan estaba en la prisión y él acababa de asegurarse de ello.
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Capítulo 7
Cinco días después, Logan reconoció para sus adentros que la tensión existente
entre Skye y él se enrarecía cada día que pasaba, y eso que ni siquiera tenían tanto
contacto como antes. Se habían observado el uno al otro desde detrás de las
ventanas; él desde el dormitorio principal del piso superior, mientras ella lo hacía
desde cualquiera al tiempo que comprobaba las cerraduras cada noche.
Casi se rió. Skye se dejaba ver más ahora que en cualquier otro momento desde
que se mudó a aquella casa, y él estaba más excitado cada día que pasaba, algo
que jamás le hubiera parecido posible. Si no ponía fin rápidamente a esa tortura,
acabaría teniendo marcada de por vida la cremallera de los vaqueros en la polla.
La noche anterior se había paseado desnudo por la sala con la intención de que
ella le imitara, pero Skye se había ido a la cama esa mañana con un camisón. La
prenda era negra y llegaba hasta el suelo, con una bata de chifón transparente por
encima, y aun así le había hecho enloquecer de deseo.
No le hubiera excitado más aunque estuviera desnuda.
Eso era lo que ella consideraba un romance: joderle a todas horas
Sin embargo, jamás ninguna otra mujer le había resultado tan atractiva.
Supo que sería así desde el principio. Lo vio en el brillo de sus ojos la primera
vez, que la miró fijamente. Lo sintió en su beso; en su inocente respuesta cuando se
corrió entre sus brazos. ¡Joder! ¡Que Dios tuviera piedad de su negra alma!
Ella parecía una maldita princesa de cuento de hadas, y su polla respondía
poniéndose dura como el acero; algo condenadamente incómodo. Lo único que
quería hacer en ese momento era reemplazar la provocativa inocencia de la joven
por puro conocimiento sexual.
Por un fuego imposible de extinguir.
Ella era una exuberante diosa que sabía cómo volverle loco y que no tenía
remordimientos en utilizar sus secretos de seducción a pesar de su inocencia.
A veces, Logan reconocía que le divertía realmente el juego que la joven se traía
entre manos. Entonces lanzaba una mirada a través del patio y, al no verla, sentía
que la pena y la soledad volvían a capturarle.
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¡Joder!, estaba deseando que sus primos encontraran el rastro de quienquiera
que hubiera contratado al bastardo que atacó a la novia de Rafer, Cami, el mes
pasado.
Mientras Crowe y Rafer llevaban a cabo su tarea, él había intentado realizar la
suya, pero sus excursiones por el pueblo no habían tenido demasiado éxito.
No importaba dónde fuera ni con quién intentara hablar; se sentía observado,
cuestionado, incluso temido. Y todo ello hacia que se cuestionase si podría llevar a
cabo su misión.
Suspiró y se apoyó en el marco de la puerta, mirando la casa de Skye con los
ojos entrecerrados antes de soltar una maldición.
Se acabó.
En el momento en el que la viera, se acercaría. Le explicaría todo lo que pudiera.
Trataría de hacerle comprender la amenaza, el peligro, y que fuera ella quien
decidiera si bajaba la guardia y le permitía entrar en su cama.
Tenía que conseguir que comprendiera lo que ella significaba para él, lo mucho
que había llegado a importarle.
Que le dolía hacerle daño.
Aquella sensación de estar esperando algo, iba a tener que parar. Estaba
dejándose distraer por una mujer de la que no podía mantener alejadas las manos.
Para eso servían todos aquellos años de entrenamiento pagado por el gobierno...
Podía resistir el suero de la verdad, vencería a cualquier otro agente que quisiera
retarle en fuerza o en inteligencia, pero era incapaz de luchar contra el dolor que
había visto en los ojos femeninos la noche que la llevó al orgasmo.
Eran ya las dos de la tarde y todavía no había señales de Skye o del cachorro.
Aunque tampoco es que lo hubiera esperado.
Jamás la veía por las mañanas. Una vez que amanecía, la casa se quedaba en
silencio hasta la caída de la tarde. Ella dormía durante el día en la habitación de la
planta baja.
El inquilino anterior había levantado un añadido con el que él, que había
comprado aquella propiedad sin que nadie lo supiera, estuvo de acuerdo en su
momento. Pero ahora deseaba no haberlo permitido, ya que las ventanas de aquella
habitación no eran visibles desde su casa.
Desde allí no podía verla, no podía aprender sus hábitos, sus rutinas.
Sabía por el contrato de alquiler que Skye trabajaba para una de las principales
firmas de software del país y que se dedicaba a diseñar programas y editar
manuales; algo que sonaba frío y distante, muy distinto del tipo de trabajo que él
hubiera imaginado para ella.
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Escuchó que sonaba el timbre y frunció el ceño mientras se dirigía a abrir la
puerta, a pesar de su renuencia a hacer tal cosa.
Debería ignorar a quienquiera que fuera.
No quería compañía y no tenía intención de aguantar a nadie. Durante veinte
años, los buenos ciudadanos de Sweetrock en general, y del barrio de Rafferty l.ane
en particular, habían ignorado las injusticias cometidas contra los primos Callahan.
Se habían limitado a observar como les confiscaban las propiedades y les
humillaban, negándose a testificar que Mina Rafferty Callahan había amado a su
único hijo así como a su marido.
Bajó las escaleras mientras se pasaba las manos por el pelo e ignoró los
recuerdos del pasado con una mueca. Eran recuerdos que no quería volver a revivir,
pero resultaban difíciles de esquivar ahora que residía de nuevo en la casa donde
había pasado sus primeros once años de vida.
Abrió la puerta y clavó los ojos en la visita con serenidad, a pesar de la
inquietante sensación que hizo que se le erizara el vello de la nuca.
—Hola, Archer, ¿en qué puedo ayudarte? —Se apoyó en el marco de la puerta y
cruzó los brazos sobre el pecho mientras se fijaba en que los vecinos habían salido
a los porches y patios a lo largo de la calle.
«Un día más en Sweetrock», pensó con desdén mientras acribillaba al sheriff con
la mirada y observaba de reojo al hombre armado que le acompañaba.
Archer se quitó el sombrero vaquero de color beige de la cabeza y se pasó los
dedos por el pelo oscuro en un gesto de frustración.
—Logan, te presento al detective Ian Staton de Boulder. Necesitamos hablar
contigo.
De cabello oscuro y duros rasgos marcados, el detective le observó con gélidos
ojos azules. Vestía pantalones vaqueros, una camisa de algodón y una chaqueta
sport, bajo la que escondía la pistolera que Logan había notado antes, y unas botas
de cuero gastadas.
—Ahora, Callahan.
Había algo en la demanda que alertó sus sentidos e hizo sonar todas sus alarmas
internas, advirtiéndole del peligro inminente.
—Habla, entonces. —Logan les devolvió la mirada con serenidad.
—Si no te molesta, prefiero hacerlo en privado —repuso el sheriff-—. No querrás
que nos vean tus vecinos, ¿verdad?
Logan entrecerró los ojos ante la insinuación del sheriff.
—¿Están bien Crowe y Rafer? ¿Cami? —Lanzó una mirada al detective.
—Sí, por lo que yo sé. —Archer asintió con la cabeza—. No estoy aquí por ellos.
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—Pasad. —Logan dio un paso atrás y permitió que ambos hombres entraran en
su casa—. ¿Os apetece una taza de café?
—Si no es molestia. —Había cierto tono de alivio en la voz de Archer.
—No hemos venido a hacer una visita social, sheriff —le recordó el detective en
tono duro—. El café no entra en el orden del día.
—Entonces, póngalo en la agenda —masculló Archer en un tono que no admitía
réplicas—. Ya se lo he dicho, haremos esto a mi manera.
A juzgar por la mirada del sheriff, Logan estaba condenadamente seguro de no
querer enterarse de qué era lo que pasaba.
Los condujo a la cocina, comenzó a hacer el café, y no se volvió hacia ellos hasta
que el oscuro líquido comenzó a salpicar el inferior de la cafetera.
Archer y el detective se mantenían a una prudente distancia de él y no le quitaban
la vista de encima.
Era evidente que algo iba muy mal y cada vez estaba más seguro de que no
quería enterarse de qué se trataba.
Cansancio, culpabilidad, pesar... Todas esas emociones le atravesaron como un
relámpago mientras luchaba contra la certeza que veía en la penetrante mirada del
sheriff.
La certeza de que su vida estaba a punto de volver a convertirse en un infierno.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó dándose la vuelta y sirviendo el café, más por
hacer algo que por tener necesidad de cafeína.
Dejó dos tazas sobre la encimera, en el mismo mueble donde había sentado a
Skye, cruzó los brazos sobre el pecho y esperó.
—Hemos hablado con tus vecinos —respondió el sheriff-—. Nadie puede
asegurar que estuvieras aquí la madrugada del sábado al domingo, ni si saliste o no.
Nadie te vio —gruñó con voz ronca y un rastro de cólera que le hizo tensarse—.
¿Tus cámaras de seguridad pueden atestiguar que no te moviste de aquí?
Archer quería que tuviera una coartada para esa noche y, al parecer, iba a
necesitarla.
Le extrañó, no obstante, que los vecinos no juraran cualquier falsedad que le
metiera en problemas todavía mayores.
—Aún no he terminado de instalar el sistema de seguridad —señaló.
Eso era mentira, pero no tenía intención de revelar qué parte del interior de su
casa estaba protegida por las cámaras. Era el exterior donde no había concluido
todavía. Sin embargo, sólo mostraría la instalación si no le quedaba otra alternativa.
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—¿Tienes una coartada para el sábado
¿Específicamente entre las tres y media y las cinco?
después
de
medianoche?
Logan hizo una pausa mientras se llevaba la taza de café a los labios.
—¿Importa? —preguntó finalmente.
Skye O'Brien no estaba demasiado contenta cuando se marchó aquella noche,
así que no estaba seguro de si testificaría a su favor.
—Tiene mucha importancia, señor Callahan —aseguró el detective, cambiando de
posición. Tenía una mano sobre la culata del arma y la otra en la cadera.
Con movimientos pausados, Logan puso el café en el mostrador y volvió a cruzar
los brazos.
—¿Conoces a alguien que pueda testificar haberte visto entre las tres y media y
las cinco? —El tono de Archer era ahora mucho más acuciante.
Él ensayó una risa burlona.
—¿Y tú qué crees? ¿Por qué no me cuentas qué coño ha ocurrido?
—Déjese de tonterías, sheriff —gruñó el detective—. No sé ni por qué pierde el
tiempo. Tiene la prueba de ADN y con eso es suficiente para acusar a Callahan.
Logan sintió un vuelco en el estómago mientras las palabras «prueba de ADN»
flotaban en el aire.
—¿Qué ha ocurrido, Archer?
El sheriff se golpeó el muslo con el sombrero y tensó la mandíbula antes de
mirarle con furia indomable.
—Un ranchero encontró ayer por la mañana a Marietta Tyme en Wiley Creek —
anunció el detective con frialdad, sin dar tiempo a que Archer hablara—. Había sido
violada, torturada y cortada en tantos sitios, que tenía el cuerpo en carne viva. La
remataron cortándole la garganta. Un testigo le sitúa en su casa a las tres de la
madrugada del sábado al domingo, ayudándola a subir a un todoterreno negro
aparcado frente a su vivienda. Se enganchó los vaqueros en un arbusto espinoso,
Callahan, y se olvidó un guante. Tenemos sus huellas dactilares y su ADN en la
escena. Quiero que baje los brazos y se dé la vuelta. Vamos a detenerle por el
asesinato de Marietta Tyme.
Quiso sentarse.
Necesitaba sentarse.
Quiso ceder a la acuciante necesidad de estampar el puño en las narices de
aquel arrogante detective, pero se limitó a permanecer en silencio con los ojos
clavados en ambos hombres.
Quiso convencerse de que ésta era, simplemente, otra pesadilla. De que en
cualquier momento lograría despertarse y estaría otra vez envuelto en aquella red de
sueños tortuosos.
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—¿El Carnicero? —Su voz, llena de ira, provocó que los dos hombres le miraran
con mucha más cautela—. No es posible que mi ADN estuviera allí, Archer.
Pero no existían errores como ése. Si Archer había ido a su casa, y no negaba las
palabras del detective, es que no había error posible.
—Va a tener que acompañarnos, Callahan—repitió el detective. No nos más
ponga nías difícil.
—¿Ha sido el Carnicero, Archer? —gruñó mirando al hombre que solía llamar
amigo.
—El mismo modus operandi, el mismo tipo de arma. —Archer asintió con la
cabeza—. Encontramos tus huellas dactilares en el apartamento de la víctima, y
también una vieja cazadora tuya. —El sheriff tragó saliva, apartó la mirada durante
un segundo y luego le miró de frente—. A pocos metros del cadáver hallamos un
trozo de tela con tu sudor y, por tanto, tu ADN. Es innegable, Logan, es tuyo; así
como las huellas que había en el guante.
—Me olvidé la cazadora allí el mes pasado. —Respiró hondo mientras sostenía la
mirada de Archer, pensando que se le romperían los dientes de tanto apretarlos—.
Fue la última vez que vi a Marietta. La única que estuve en su casa.
No quiso verla aunque ella le había llamado por teléfono varias veces. Se había
burlado de él, flirteando de manera sugerente, pero Logan ignoró la invitación y no
regresó para recoger la cazadora.
Y ahora ella estaba muerta.
—Necesitas una coartada —masculló Archer.
—No tiene coartada, sheriff —intervino el detective con gélida furia.
Logan curvó los labios en una mueca burlona mientras observaba a Archer.
—Así que, mis primos y yo nos hemos convertido de nuevo en los principales
sospechosos, ¿verdad?
Archer suspiró con cansancio.
—Uno de los vecinos de Marietta se preocupó al ver que no aparecía durante
cuatro días. Llamó a su trabajo y, al enterarse de que no había ido tampoco por allí,
denunció su desaparición. El informe llegó ayer al detective Stanton. Se había
acercado a Sweetrock para interrogarte cuando Tim Robbins llamó por teléfono.
¿Sabes esa pequeña propiedad que tiene en Wiley Creeck? Acababa de descubrir el
cadáver de una mujer desnuda en el arroyo, a un par de kilómetros de su casa.
Envié a John Caine, mi ayudante, a ocuparse del asunto.
Logan asintió con la cabeza lentamente, intentando asimilar las palabras del
sheriff.
—Staton y yo nos dirigimos allí en cuanto me puso al tanto de lo que encontró, y
confirmamos la identidad de la chica. —Archer negó con la cabeza—. Fuimos
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directos del lugar del crimen al laboratorio y todo coincidió. El forense ha situado la
muerte entre las tres y media y las cinco de la madrugada del domingo.
Entre las tres y media y las cinco de la noche del sábado al domingo... Sí, Logan
tenía una coartada, pero dudaba que la señorita O'Brien se tomara la molestia de
declarar a su favor. Y ninguna otra persona en aquella maldita calle estaba dispuesta
a hacerlo.
—Dime que tienes una coartada —exigió Archer—. Al menos dame algo, un cabo
del que tirar. Si no te arresto por esto, los barones, el alcalde y el Consejo Municipal
me despedirán. Dame una simple coartada, joder.
Los barones: John Corbin, Marshal Roberts y su propio abuelo, Saúl Rafferty.
Habían colocado a sus títeres en el ayuntamiento y, sin duda, el alcalde no tardaría
mucho tiempo en ceder a la presión que señalaba a los Callahan.
—Habla, Logan. ¿Tienes alguna coartada? —Era evidente que Archer estaba a
punto de perder la paciencia.
—Está claro que no tiene ninguna, sheriff —dijo el detective con desprecio—, o ya
lo habría dicho. Y cualquier coartada que pudiera tener sólo nos daría otro
sospechoso en el crimen. —Sacó unas esposas del bolsillo trasero de los vaqueros
—. Bien, ¿cómo vamos a hacer las cosas?
Justo cuando Logan abrió la boca para decirle al sheriff y al detective que se
podían ir directamente al infierno, resonó en la puerta trasera un golpe seco y
bastante imperioso.
Logan sabía quién era, y estaba seguro de qué actitud acompañaría a esa
llamada.
Se tensó de pies a cabeza al saber que ella iba a verse envuelta en todo aquello.
Era la única persona a la que había logrado proteger, mantener al margen de su
infierno personal, y ahora se vería inmersa por completo.
No importaba si ella mentía o decía la verdad, iba a verse implicada.
Pasaría a formar parte de su pesadilla y ya no habría manera de mantenerla
alejada.
Se escuchó otro golpe.
Logan miró al sheriff con frialdad. No pensaba ser él quien abriera la puerta e
invitara a Skye al enfrentamiento que se estaba fraguando entre él y un detective
incapaz de contener su arrogancia.
Por desgracia, Archer no pensaba como él. Antes de que pudiera detenerle, el
sheriff dio un paso hacia la puerta y la abrió.
Lo primero que se oyó fue el ladrido duro y furioso de la perrita.
Un segundo después, el animal había logrado saltar desde los brazos de Skye,
que estaba en el umbral. El sheriff se lanzó a por el perro y lo apretó contra su
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pecho, pero acabó soltando un aullido de sorpresa cuando dos diminutos caninos se
le clavaron en el cuello antes de que pudiera devolver aquella bola de pelo a la
recién llegada.
Lamentablemente, la perrita no quería a Skye. Un agudo y furioso ladrido
acompañó al forcejeo impetuoso que hizo que el cachorro saliera despedido de los
brazos de Archer.
De inmediato, Logan estiró los brazos y logró atrapar a la pequeña y gruñidora
tirana antes de que cayera sobre las baldosas.
¿Se había retorcido el animal entre sus manos para lamerle la cara? Cuando la
depositó en el suelo, al tiempo que rezaba para que Skye se largara sin abrir la
boca, pensó en la mejor manera de demostrar a aquel bicho mimado que hacerle
carantoñas no formaba parte de su orden del día.
Se miró fijamente el pie al notar que el cachorro se dejaba caer sobre la zapatilla
deportiva, y el animal le devolvió una mirada feliz, medio adormecido.
El primer cachorro que poseyó había sido un ejemplar tranquilo, pacífico y
relajado. Éste, sin embargo, era cualquier cosa menos calmado.
—Vas a tener que hacer algo con respecto a ella. —Skye permaneció en el
umbral, claramente furiosa, señalando a la perrita con un dedo imperioso.
—¿De veras? —Logan arqueó una ceja en un gesto de burla—. Me lo pensaré.
Ahora que la has traído, ya puedes largarte a tu casa.
La quería fuera de allí. No quería que se viera involucrada en aquello.
—¡Oh, Dios! ¿Puedo irme? ¿De verdad? —La joven puso los brazos en jarras al
tiempo que ladeaba la cabeza y golpeaba el suelo con el pie, en una actitud
claramente agresiva—. No pienso irme, Callahan, me debes una. Ese pequeño
monstruo ha convertido mi vida en un infierno.
—Asumiste el riesgo al llevártela. —Durante un breve secundo, casi olvidó que el
detective acababa de sacar las esposas para arrestarle—. Vete de una vez, Skye.
Estoy ocupado.
—Tu mascota no me ha dejado dormir desde que me la llevé el sábado por la
noche. Me ha destrozado unos vaqueros nuevos, una blusa de seda, y casi se ha
cargado la pata de una antigua mesita de café. Está volviéndome loca. Ha intentado
destruir mi casa para intentar llegar hasta a ti. ¿Cómo lo consigues? ¿Hechizas a las
hembras? Nunca, jamás, volveré a venir aquí a las tres de la madrugada a menos
que me apunten a la cabeza con un arma.
Skye estaba indignada. O eso supuso él hasta que la miró directamente a los ojos
y percibió que, en vez de cólera, lo que allí brillaba era un frío y determinado
propósito. Como si, de alguna manera, ella supiera exactamente lo que estaba
ocurriendo.
Se inclinó, tomó a la perrita por el cogote y, sosteniéndola ante su cara, miró
aquellos ojos oscuros y acuosos.
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¿Quién hubiera podido suponerlo? Había ignorado al animal durante una semana
en la que sólo le había proporcionado comida y agua, y ahora era la clave para
probar —una vez más— que no había matado a nadie. Porque Skye acababa de
hacer saber a sus indeseables visitantes que ella estuvo con él en la noche y a la
hora en que necesitaba una coartada.
El cachorro se retorció en su mano sin dejar de mirarle a los ojos con lo que
hubiera jurado que era una sagaz sonrisa de satisfacción canina.
Negó con la cabeza ante la ironía de los hechos, dejó al animal en el suelo y
observó, sin sorprenderse, que la perrita se dejaba caer de nuevo sobre su pie,
poniendo la arrugada carita encima de la zapatilla, sobre los dedos.
—Sheriff Tobías, detective Staton, les presento a mi vecina, Skye O'Brien —
claudicó finalmente, sin dejar de observar la mirada penetrante de Archer cuando
éste fijó su atención en Skye.
—Encantada de conocerles —dijo ella con frialdad antes de volverse hacia él con
una expresión de frustración en la cara. Una frustración que no se reflejaba en sus
ojos—. Mira, ella te adora; yo no. Puedes quedártela y aceptar su cariño, o dejar que
se consuma en el patio con el corazón destrozado. Es tu elección. Cinco días han
sido suficientes para mí.
—¿Estuvo aquí hace cinco días a las tres de la madrugada? — El tono de Archer
era más duro ahora—. ¿Está refiriéndose a la madrugada del sábado al domingo,
señorita O'Brien?
—Skye, no... —intervino Logan.
La joven cruzó los brazos sobre los pechos y lanzó al sheriff una mirada airada.
—Sí, me refiero a esa noche. ¿Por qué? —Bajó los ojos al animal que yacía sobre
los pies de Logan con expresión de dicha perruna y sacudió la cabeza—. Tienes que
hacer algo con ella, Callahan.
—Señorita O'Brien ¿podría discutir más tarde con el señor Callahan sobre el
cachorro? —La impaciencia era evidente en la voz el detective mientras la miraba de
arriba abajo con clara irritación.
Definitivamente, Skye le comprendía muy bien.
La irritación parecía ser la actitud normal para tratar con Logan Callahan.
—Por favor, ¿podría explicarnos lo que quiso decir hace un momento, cuando
insinuó que había estado aquí a las tres de la madrugada hace cinco días? —pidió el
sheriff.
Ella pudo leer en la cara de Logan que él esperaba que mintiera. Pero si fuera ésa
su intención, no habría corrido allí en el momento en que su contacto le informó de lo
que estaba ocurriendo.
Se aclaró la voz y paseó la mirada entre el sheriff y el detective.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
—¿Qué has hecho ahora, Callahan? ¿Denunciarme por colarme en tu casa? Es
evidente que eres un tipo muy raro, pero esto sí que no me lo esperaba.
—Vete a casa, Skye —le espetó Logan con voz dura.
Archer no pudo evitar sonreír.
—Le prometo que no interrumpiré mucho tiempo esta discusión, señorita O'Brien.
Una vez que me confirme que sabe dónde estaba Logan el sábado a las tres de la
madrugada, podremos dejarles a solas.
Ella apretó los labios y ladeó la cabeza como si estuviese pensando.
—Hable de una vez, señorita —la instó el detective con acritud, haciendo que
Logan le mirara con la promesa de una oscura amenaza.
Amenaza que el detective ignoró, por supuesto.
—Ya que me lo piden tan amablemente... —Skye cargó el peso en una cadera y
miró a Logan furiosa antes de volver a clavarle los ojos en el sheriff . Salí de mi casa
a eso de las dos de la madrugada y me dirigí a la del señor Callahan por la puerta
que separa nuestros patios, esperando que la perrita no me ladrara, como suele
hacer cada vez que me cuelo. —Observó de nuevo a Logan con los ojos brillantes
de furia—. Estuve jugando un rato con el animal y no sé qué hora sería cuando este
hombre aquí presente me invitó amablemente a entrar en su casa. Tomamos café,
nos lanzamos pullas durante unos cuantos minutos, los suficientes como para saber
que no le gustan los perros ni los bebés, y... nos besamos. —Archer tosió como si se
hubiera atragantado—. Comenzaba a amanecer cuando regresé a mi casa... con el
demonio de Tasmania. —Observó con rencor a la perra.
El animal bostezó en el zapato de Logan antes de mirarla de soslayo con
expresión de inocencia.
Aliviado, el sheriff dejó escapar un largo suspiro mientras Logan, arrogante como
siempre, clavaba sus ojos en ella como si acabara de cometer un crimen.
—Todavía me cuesta creer que me hayas denunciado al sheriff —se burló Skye
—. Un hombre de verdad no llama al sheriff para denunciar un allanamiento de ese
tipo —le acusó antes de mirar a Archer—. Además, fue un acto humanitario; les
aseguro que dejaba a ese animal llorando en el patio durante toda la noche. Si no
retira la denuncia, les garantizo que formularé cargos contra él por crueldad hacia
los animales.
Logan entrecerró los ojos como advertencia al tiempo que el sheriff tosía para
disimular una carcajada.
El detective, por su parte, parecía cada vez más enfadado. Sabía tan bien Skye lo
que había ocurrido. Su contacto, la única persona en el condado que conocía su
historial y el porqué de su presencia allí, la había llamado mientras el sheriff y el
detective se dirigían a casa de Logan.
—Esto no tiene nada que ver con que te colaras en mi casa —gruñó Logan
finalmente con helado desdén—. Necesitaba una coartada.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
Fue entonces cuando Skye se percató de que la mirada de Logan brillaba con una
tenue emoción que ella no había podido descifrar hasta ese momento.
Y era pesar.
—¿Una coartada? —Frunció el ceño a los tres hombres como si no entendiera
nada—. ¿Qué clase de coartada?
—Esta mañana encontraron muerta a una chica que yo conocía —le explicó
Logan con una expresión de profundo dolor oscureciendo sus ojos verdes—. La
asesinaron.
Ella les miró inquisitivamente.
—¿Y creen que lo hiciste tú, a pesar de que las otras veces que te han
considerado culpable de algo en este pueblo sólo fueron burdas trampas para tratar
de incriminarte? —preguntó con incredulidad antes de mirar al sheriff y al detective
—. ¿Están locos? ¿Han oído hablar del derecho a vivir en paz? Logan podría
demandar a todo el condado por el hostigamiento que él y sus primos sufrieron en el
pasado. Archer, esperaba mucho más de un sheriff con su historial.
—Lleva aquí seis meses y ya conoce toda la historia —masculló Logan en
dirección al sheriff—. Este pueblo es un coladero de información. ¿Es que nadie
puede mantener la boca cerrada?
—Este es un pueblo cualquiera, como cualquier otro en cualquier lugar del mundo
—repuso ella, sosteniendo la mirada del sheriff—. Corre el rumor de que usted es
amigo de los Callahan, Archer. Es una vergüenza que venga aquí con acusaciones
de ese tipo.
—Yo no estaba acusando a Logan de nada, señorita. Sólo quería que me diera
una explicación. —Archer la miró con el ceño fruncido antes de clavar los ojos en su
amigo—. Necesitaba saber donde estuvo. Eso es todo.
Era evidente que había mucho más.
Y ella sabía lo que era.
La tensión que flotó en el aire bastó para que el perrito alzara la cabeza con
expresión aturdida.
—Bien, ahora ya lo sabe —concluyó Skye con patente hostilidad.
—¿Tengo que creer la palabra de una mujer que al parecer mantiene una relación
con el sospechoso? —intervino el detective.
—Oh, le aseguro que mi palabra es de fiar. —Skye dejó a un lado la interpretación
de vecina inocente cuando le replicó con dureza.
Estaba a punto de revelar toda la estrategia, aun consciente de que Logan se
enfadaría con ella al menos durante los próximos diez años. Pero ya se había
cansado de aquel juego. Se había entrenado durante años como agente secreto y
sus servicios eran muy apreciados en el FBI. Era una excelente profesional a la que
tendrían que tener en cuenta.
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Pecados Mortales
El detective Staton la miró con sarcasmo.
—No sé quién coño se cree que es, señorita O'Brien, pero no pienso fiarme de su
palabra. —Empuñó el arma y apuntó a Logan—. Vámonos, Callahan.
—Staton, ¿qué hace? —intervino el sheriff.
—No, Archer, ¿qué hace usted? —replicó el detective enfurecido—. Este asunto
ha sido una cadena de errores desde que atravesamos esa puerta. Hay una mujer
muerta; su cuerpo desnudo, torturado, violado y con la garganta cortada ha sido
hallado en su condado. Sería un estúpido si creyera lo que me cuenta el primero que
aparece. —Señaló a Skye con aire insultante.
Ella arqueó una ceja.
—Le sugiero que se ponga en contacto con la oficina más cercana del FBI,
detective Staton. Mientras lo hace, haré una llamada directa al director de la Agencia
en Washington D.C., y hablaré con su esposa, Lena, que me considera casi una hija.
Creo que incluso lloraré un poco cuando cuente lo rudo que está siendo usted
conmigo. ¿Qué me dice ahora? ¿Tampoco se fía de mi palabra?
Logan la miró fijamente, intentando mantener la expresión en blanco, sin mostrar
ninguna emoción exterior. Ni cólera, ni sospecha ni, sin duda, la sensación de
traición que le provocó un escalofrío en la espalda.
Notó que se le encogía el estómago, que la cólera recorría sus sentidos y que
podría atravesar la pared con un puño.
¡Dios!, debería haberle enseñado al sheriff y al detective la cinta que habían
grabado en el interior de su casa las cámaras de seguridad, donde se incluía fecha,
hora y audio.
Podía haberse deshecho de la media hora de metraje en la que había tenido la
cabeza y los dedos enterrados entre las piernas de aquella pequeña traidora. Podría
haberle dicho a Archer por qué había borrado ese intervalo y haberse negado a abrir
la puerta cuando ella llamó.
—Será mejor que te vayas. —Abrió la puerta—. Adiós, señorita O'Brien. No se
preocupe de mi cachorro, yo mismo me ocuparé de él a partir de ahora.
Skye le miró en silencio, consciente de lo que acababa de revelar y de lo
rápidamente que aquella información se propagaría por el pueblo, una vez que las
autoridades realizaran el papeleo pertinente.
Además, tendría que explicarle a Logan por qué estaba allí. contarle que formaba
parte del FBI desde hacía años.
Pero aún no. Su corazón no podría sobrevivir al rechazo del hombre que se lo
estaba robando poco a poco.
—Vete —murmuró él, advirtiéndole con el tono del peligro que corría.
—Lo siento. —Por fin, ella encontró la voz mientras luchaba contra la repentina
certeza de lo que había supuesto su silencio—. Tendría que haberte dicho que...
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—Ahora.
La joven tuvo que contener el temblor en los labios y el repentino miedo que la
embargó. Le aterraba pensar que podría haber perdido a Logan antes incluso de
haberle tenido.
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Capítulo 8
Skye cerró de golpe la puerta de su casa y sacó el móvil del bolsillo para marcar
un número con rapidez.
—Por difícil que te resulte creerlo, el detective Stanton acaba de enseñarme
algunas palabrotas nuevas —comentó su contacto en un tono tan bajo que apenas
logró oírle.
—Lo imagino, y asumo toda la culpa —murmuró ella—. Quiero ver la escena del
crimen —anunció sin preliminares.
El silencio fue la única respuesta a su demanda.
—Ni te molestes en poner alguna excusa para impedírmelo —masculló—. No
tengo demasiado tiempo antes de que Staton me eche al director encima, y es
necesario que me haga una composición de lugar.
—No te hará ningún bien —negó el hombre quedamente—. Déjalo, Skye. Ya
tienes bastantes pesadillas.
Por desgracia, su interlocutor y ella se habían cubierto las espaldas suficientes
veces en el pasado para que él fuera muy consciente de su pasado, de lo que había
perdido y de sus malos sueños.
—Si no me acompañas, iré sola—le amenazó mientras recogía su arma, los
guantes de látex, el cuaderno para tomar notas, las bolsas para guardar pruebas...
—Allí no queda nada, maldita sea —siseó él—. ¿No crees que si fuera así me
hubiera encargado de encontrarlo, igual que encontré el trozo de tela y el guante?
—¿Acaso le dijiste a alguien que era una trampa?—replicó Skye.
—¿Por qué crees que Logan tuvo la oportunidad de dar explicaciones en vez de
ser arrestado en el acto? —Ella se mantuvo en silencio—. Por el amor de Dios,
Skye, no lo hagas. No estás preparada para ello.
La aguda risa que ella emitió contenía una nota de dolor y cólera.
—No estés tan seguro. Tengo mi equipo a punto y estoy dispuesta para salir.
Puedes acompañarme, apoyarme si fuera necesario, o puedo hacerlo sola. Ya lo he
hecho antes, ¿recuerdas?
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Sí, había actuado sin ayuda de nadie, y casi le había costado la vida porque el
agente que era su compañero en esa época se había negado a escucharla.
Gracias a Dios, ya no eran colegas en ese momento.
—¡Joder! —estalló el hombre.
—Reúnete conmigo en el camino de acceso al lugar. Quiero ver todas las fotos de
la escena del crimen y las pruebas. Sé que puedes conseguirlas. Siempre te he
cubierto cuando lo has necesitado, John. Incluso cuando no éramos conscientes de
ello. —Su voz sonó suplicante—. ¿Vas a dejarme sola ahora?
No, ella sabía que John no la dejaría en la estacada.
Cortó la llamada antes de apagar el portátil en el que había grabado todo y salió
de la casa con rapidez.
Rara vez conducía el sedán negro que le habían asignado tras su última misión.
La Agencia le había permitido usarlo con tal de que siguiera interpretando su papel,
y hasta que todo aquello se aclarara, sería lo que haría. No había tenido que
testificar, lo que aseguraba que el historial creado para alcanzar sus fines seguiría
siendo válido.
Mientras conducía por el pueblo, tuvo que contenerse con todas sus fuerzas para
no liberar el dolor que le anudaba el corazón. No era la primera vez que alguien que
le importaba se alejaba de ella. Era su sino; marcharse lejos o que lo hiciera el otro.
El trayecto en coche le daba la oportunidad de pensar; la posibilidad de decidir
qué hacer con respecto a Logan, los Callahan y sus motivos para estar en el
condado de Corbin.
De momento el condado era un lugar interesante, no sólo para ella, sino también
para el FBI.
Doce años antes, la Agencia había acudido allí para investigar y estudiar los
crímenes del Carnicero de Sweetrock, un violador que secuestraba a sus víctimas y
dejaba un perfecto lazo rojo en las almohadas de las mujeres que luego torturaba.
Las mantenía escondidas durante varios días y después abandonaba los cuerpos
desnudos en el área que frecuentaban los primos Callahan.
Desde el primer momento había sido evidente para todos los investigadores que
alguien estaba tratando de incriminar a los tres primos.
Habían descubierto algunas pequeñas diferencias entre los lazos que aparecieron
y en los ángulos de las cuchilladas que cosían todos los cuerpos. Sin embargo, a las
administraciones locales no se les había informado de que los investigadores de los
asesinatos nunca habían pensado que el Carnicero fuera una sola persona ni que
habían descartado a los Callahan como ejecutores desde el primer momento. La
Agencia mantuvo esa información en secreto, igual que las razones para hacerlo.
El hecho de que los asesinatos hubieran cesado en el condado después de que
los primos Callahan se hubieran alistado en las Tuerzas Armadas, sólo fortaleció la
teoría.
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Para el FBI era evidente que había un complot para tender una trampa e
incriminar a tres jóvenes, y las pruebas también había dejado en evidencia una
conspiración política que les concernía.
Pruebas que no habían podido demostrar hasta un año antes.
Y ahora el Carnicero había aparecido de nuevo.
Una vez que los agentes asignados a la investigación en el condado de Corbin
supieran que ella era la coartada de Logan... Bueno, ni siquiera haría falta eso. En
cuanto supieran que estaba en la zona, llamarían al director e intentarían que se
largara de allí.
Por suerte, el permiso medico que disfrutaba serviría para mantenerla alejada aún
algo más de tiempo de su trabajo en la Agencia, pero sería poco. El director podía
revocárselo cuando lo considerara conveniente, aunque ella sabía que no lo haría...
por el momento. Eso le proporcionaría, con suerte, algunos días más.
Y que Dios la ayudara cuando su padre adoptivo, el gobernador de Colorado, se
enterara de lo que estaba haciendo. Su furia sería tan intensa que seguramente se
dirigiría él mismo al condado de Corbin para sacarla de allí lo más pronto posible.
El trayecto en coche hasta el desvío que conducía al lugar donde había sido
hallado el cuerpo de Marietta Tyme duraba unos treinta minutos y quedaba a sólo
unos kilómetros de la montaña de Crowe.
Quienquiera que cometiera esos crímenes iba a por los Callahan, estaba claro.
John la estaba esperando apoyado en el todoterreno y la miró con evidente rencor
al verla aparecer. Llevaba un sombrero vaquero calado hasta las cejas, lo que
dotaba a su mirada de un aire oscuro y peligroso.
—Esto no me gusta nada —le dijo en cuanto ella se sentó en el asiento del
copiloto del todoterreno, tras aparcar y cerrar el sedán con llave—. Archer pedirá mi
cabeza por esto. Lo sabes, ¿verdad?
—Lo que sé es que acabaré enfadándome si sigues protestando —dijo con
exasperación—. Es la primera pista sólida que tenemos desde hace años. La chica
que desapareció el año pasado no fue encontrada jamás. Sólo dieron con su
impermeable en el sótano de Lowry. Tiene que haber algo en algún sitio, John,
únicamente tenemos que encontrarlo.
—¡Aquí no queda nada que encontrar! —rugió John, estrellando violentamente el
puño contra el volante del todoterreno.
Skye ni siquiera se molestó en sobresaltarse, aunque se meció por la fuerza con
que tomaron la curva antes de que el vehículo se detuviera.
—Fui yo mismo quien registró toda la escena —gruñó John con una expresión
furiosa—. Ese hijo de puta la limpió a fondo, de pies a cabeza, Skye. Por dentro y
por fuera. Y el cuerpo fue limpiado y desinfectado completamente. No había nada
que encontrar excepto ese condenado guante y ese trozo de tela.
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—¿Y eso no le extraño a nadie más que a ti? —preguntó ella, sorprendida.
—A Archer. —Se quitó el sombrero de manera violenta y lo lanzó sobre el
salpicadero antes de pasarse los dedos por el pelo—. El caso es de su competencia,
pero Staton no hizo más que azuzarle. Jamás había visto a nadie más decidido a
crucificar a un hombre con una historia que apenas se sostiene. Está loco.
—¿Alguien ha investigado su pasado? —inquirió mientras él arrancaba de nuevo
el todoterreno en medio de una nube de grava y polvo.
—Tendremos todos los datos a última hora de la tarde —resopló, mirándola de
reojo al tiempo que conducía por el camino de tierra que se extendía paralelo al río
—. Pero si sólo contáramos con las pruebas y no fueras su coartada, Logan
Callahan estaría esposado tras las rejas.
Skye respiró hondo y esperó a que John siguiera hablando.
—Todo está limpio, incluso la lona que hayamos doblada en la arena de la orilla.
No había huellas de neumáticos ni de cualquier otra cosa; ni siquiera sangre. La
escena era tan perfecta que hizo que me estremeciera. El cuerpo estaba tan limpio...
No encontramos nada.
—Salvo el trozo de tela y el guante —añadió ella.
—Exacto.
John detuvo el todoterreno con suavidad a varios metros de la cinta policial que
delimitaba la escena del crimen y que se extendía entre los árboles en una zona
bastante amplia, y luego le entregó a Skye el dossier que había llevado consigo.
Contenía fotos, un análisis topográfico en 3D de la escena realizado por ordenador y
algunas imágenes por satélite.
Antes de bajar del vehículo, Skye se cubrió los zapatos con protectores plásticos
y se puso los guantes, pero no se molestó en coger las bolsas de la pruebas.
Conocía a John. Si encontraba algo, habría sido puesto allí después de que él
examinara la escena.
Traspasó la cinta siguiéndole y se acercó al lugar donde habían dibujado en el
suelo la posición del cuerpo. Conteniendo el pesar que la desgarraba, se agachó
sobre la arena y esparció las fotografías mientras trataba de ocultar las lágrimas.
No vio a Marietta Tyme, sino a Amy. La imagen de su hermana adoptiva tirada de
manera desgarbada sobre la tierra del bosque, su mirada ciega, la prueba de que su
dolor quedaría congelado para siempre en la máscara que la muerte había dejado
en su rostro.
—Lo siento —susurró mientras se cubría los labios con una mano—. Lo siento
mucho.
No estuvo segura de si hablaba con Marietta o con Amy. Pero lo que sí sabía era
que en ambas escenas del crimen, además de la posición de los cuerpos, había
otras similitudes.
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—¿Cuánto tiempo estuvo a la intemperie? —preguntó a John.
—No demasiado —respondió él—. Imagino que a lo sumo una noche, aunque no
puedo asegurártelo. Hay variables que no conoceremos hasta que demos con el
asesino.
Skye se dio cuenta de que tenía la cara húmeda por las lágrimas.
¡Oh, Dios!, era la segunda vez. Sus emociones estaban tan a flor de piel que no
sabía si sería capaz de reprimirlas.
—Hace doce años mataron a seis mujeres y ahora todo parece apuntar que el
asesino ha vuelto —murmuró—. Hace seis semanas hubo una desaparición y una
presunta muerte. Cami Flannigan fue atacada dos veces y casi no la cuenta ninguna
de ellas.
—Los asesinos múltiples suelen ser controlados por un compañero dominante —
apostilló John.
—Todos los crímenes siguen el mismo patrón. Cuerpos desinfectados antes de
ser desechados —pensó en voz alta—. Hace doce años, las violaciones fueron
cometidas en el bosque, pero la chica desconocida y Marietta fueron atacadas en
otro lugar. Y lo único que sabemos es que todas estaban relacionadas de manera
íntima con los Callahan.
—¿Crees que lo hacen para expulsarlos del pueblo? —reflexionó John—. Me
refiero a los primos.
Ella negó con la cabeza.
—Eso parece, ¿verdad? Pero no sé...
—Sin embargo, los convierten en sospechosos —gruñó él.
—Se trata de algo más profundo —murmuró ella.
—El sheriff Tobias ha estado haciendo averiguaciones desde que Logan Callahan
y sus primos regresaron al pueblo —le informó John—. Acababan de contratarme
como ayudante cuando aparecieron. Por lo que sé, su tío murió en un accidente muy
extraño, lo más raro que nadie puede imaginar. Todo ha ido de mal en peor desde
entonces.
Ella esparció más fotografías por la arena. Imágenes que mostraban diversas
perspectivas del cuerpo de la víctima.
—Disfrutó torturándola —afirmó con suavidad al percibir las marcas en la pálida
piel de Marietta—. Lo último que hizo fue cortarle la garganta.
—El forense asegura que en ese momento ella estaba inconsciente —indicó John
—. El informe de la autopsia llegó poco antes de que me llamaras.
Skye giró la cabeza para mirarle y luego volvió a clavar los ojos en las fotografías.
Aquella mujer había compartido el mismo destino que Amy y exigía para ella la
misma justicia.
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—¿Más sospechosos además de Logan? —preguntó.
—¿Estás de broma? —gruñó él.
Claro. ¿Para qué buscar otros sospechosos si podían culpar a los Callahan?
—¿Quién sabe qué estoy aquí? —Le observó de reojo y notó la diversión en su
expresión.
—Todos. Staton llamó al director del FBI en cuanto salió de casa de Logan. Creo
que incluso escuché los gritos que profería cuando dijo tu nombre.
Skye no lo dudaba.
Hojeó el dossier y no pudo evitar sonreír al llegar a una copia de seguridad. Una
trascripción completa de toda la información existente.
John sabía que la encontraría, pero posiblemente no contara con que se la
quedara.
Deslizó el archivo bajo la camiseta y recogió las fotos que había esparcido
asegurándose de limpiar cualquier rastro de arena.
Devolvió el material a la carpeta y borró sus lágrimas con rapidez.
Los hombres de la Agencia, así como los demás hombres del mundo, tenían
problemas para enfrentarse a las lágrimas de una mujer ante la muerte.
Lo consideraban una debilidad y no entendían que sintiesen empatía por el dolor
que habían sufrido las víctimas.
Pocas agentes se permitían llorar. Y pocos agentes, ya fueran hombres o
mujeres, admitían la necesidad de tener que hacerlo.
Sin embargo, sus lágrimas volvieron a acudir.
Estaba disfrutando de tiempo prestado y lo sabía. Acababa de perder a un
hombre que valía la pena. Lo había visto en sus ojos. En su expresión.
Si podía, Logan se aseguraría de que no formara parte de su vida.
De que jamás llegara a entrar en su corazón.
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Capítulo 9
Tras haber aparcado el coche en el garaje de su casa una hora antes, Skye se
encaminó a la taberna, situada en un extremo del pueblo, cruzando la plaza a pie.
Por suerte, el permiso médico de baja por enfermedad era prácticamente
irrevocable y el director de la Agencia no podía obligarla a participar en la operación.
Al menos todavía.
La Sweetrock Tavern era el único local del pueblo —en realidad de todo el
condado de Corbin— con licencia para despachar licores. Una muestra más del
poder de los barones.
El dueño, Amos Chando Wright, era hijo adoptivo de John Corbin. Cuando la
madre de Chando murió de parto, su padre era el capataz del rancho y Regina
Corbin se hizo cargo del bebé, criándolo como un hijo. Al crecer, había surgido cierta
tensión entre Chando y John, aunque nadie sabía la causa.
Corbin, junto con Saúl Rafferty y Marshal Roberts, eran leales a Chando, algo que
sus nietos jamás habían entendido. De hecho, los barones habían utilizado todas las
argucias legales necesarias para que no se despacharan licores en ningún otro lugar
en el condado.
Skye sabía que ésa era otra de las situaciones que estaba siendo investigada por
el FBI en ese momento, concretamente por el departamento de fraudes
empresariales.
No es que Chando pareciera estar involucrado en la conspiración contra los
Callahan, pero podía verse atrapado por el fuego cruzado si se demostraba que los
barones sí lo estaban.
Por suerte, aquella investigación no le concernía. Los fraudes empresariales no
eran de su competencia.
Saludó a Chando, que ejercía de camarero esa tarde, y caminó hasta el fondo de
local, donde solía almorzar una vez a la semana con sus dos amigas.
—Llegas tarde otra vez, Skye. —La sonrisa de Anna Corbin era tan plácida como
siempre.
Skye, Anna y Amy habían asistido a la Brighton Preparatory School, un exclusivo
internado situado en Mensa, California. Por entonces, Anna era muy tímida, pero ella
la había apoyado y había logrado que se integrara con el resto de las alumnas.
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Pecados Mortales
A Amelia la conoció después de mudarse a Sweetrock. Por lo que Skye sabía,
tenía varios años más que Anna y trabajaba para su padre, el fiscal del condado.
Había sido también muy buena amiga de Cami Flannigan, la novia de Rafer
Callahan.
Amelia era incluso más callada que Anna y siempre observaba a los que la
rodeaban con cautelosa prudencia.
—Me he quedado dormida —se disculpó mientras se sentaba junto a Anna;
enfrente de Amelia y de espaldas a la pared, como procuraba situarse siempre de
forma inconsciente.
Eran ya las dos de la tarde y la taberna estaba casi vacía. El gran número de
clientes habituales que acudía a almorzar había regresado ya a sus trabajos. Y
aunque quedaban unos cuantos vaqueros de los Corbin en el local, se encontraban
bastante alejados; a las chicas no les gustaba sentarse cerca de ellos.
—Ahora que estás aquí, podrías contarnos con todo detalle lo que estabas
haciendo con Logan Callahan la noche que esa pobre chica fue secuestrada —
susurró Anna en voz baja.
—Anna, habíamos quedado en que no sacarías el tema —le recordó Amelia antes
de ocultar la cabeza entre las páginas del menú.
—Está bien, reconozco que mentí. —Anna sonrió y puso los ojos en blanco de
manera expresiva, haciendo que Amelia girara la cara para que no la vieran reírse—.
Eres peor que mi abuelo le reprochó—. Él intentó que me quedara hoy en casa,
igual que tú.
Skye miró fijamente a Amelia con los ojos entrecerrados. Parecía incómoda con el
rumbo que había tomado la conversación.
—No quiero que sufras, Anna —dijo la joven en voz tan baja como la de la otra
chica—. Quienquiera que mató a Marietta Tyme no se detendrá. Jamás lo hará.
Skye observó a Amelia atentamente.
—¿Estás refiriéndote al Carnicero? Alguien le está imitando, ¿verdad? —preguntó
inútilmente. Dudaba que la joven tuviera información, y si la tenía, no sería fácil
sonsacársela.
—¿Quién puede imaginar quién o qué demonios es? —Amelia se pasó las manos
por la cara con gesto de cansancio—. Sólo sé que se dedica a matar mujeres poco
discretas. —Miró a Anna con el ceño fruncido—. Y no quiero que se fije en ella.
—No has respondido a mi pregunta —-le recordó Anna, ignorando las
preocupaciones de Amelia—. ¿Qué hacías en casa de Logan Callahan el sábado a
las tres de la madrugada?
—Saúl Rafferty dejó un cachorro en casa de Logan y éste no logra deshacerse de
él. —Lanzó un suspiro—. Ha regalado ese perro a todos los que se han interesado
en él, pero el animal se pasa el día llorando y siempre se lo devuelven. Lo tiene
atado en el patio de su casa. Discutimos porque no me deja dormir. —Tuvo la
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precaución de hacer que no sospecharan que pudiera existir siquiera un indicio de
amistad entre Logan y ella—. Como se niega a encargarse de la perrita, me la llevé
a mi casa para cuidarla. Fue entonces cuando descubrí la razón por la que siempre
se la devuelven. —Fingió estremecerse de horror al pensar en el ciclón de
destrucción que el animal había provocado.
—Sí, eso es justo lo que haría el tío Saul —dijo Anna.
Skye miró a Amelia, que jugueteaba con el menú con gesto intranquilo.
—Tía Tandy no es la misma últimamente —murmuró Anna . Está muy enferma.
Escuché a mi abuelo hablar con tío Saul sobre ese cachorro, ¿Llegaste a ver a mi tío
en el patio de Logan?
Ella hizo una mueca.
—Sí, estuvieron discutiendo. Parecían leones enfurecidos intentando demostrar
quién era capaz de gruñir más alto.
—Te creo —asintió Anna—. Mi abuelo siempre ha dicho que son muy parecidos.
—Es irónico, ¿verdad? Saul le lleva la perrita pero se niega a tener nada que ver
con él —señaló Skye.
—Es algo incomprensible. —Anna se recostó y pasó el dedo por el borde de su
menú con el ceño fruncido—. Jamás he entendido por qué. —Alzó la vista y clavó
los ojos en ella con expresión de tristeza—. Hay muchos sentimientos de dolor y
cólera cuando los tres barones hablan de los Callahan, pero ninguno intenta arreglar
las cosas.
—Deberías dejar de hablar de ese tema, Anna —dijo entonces Amelia en un tono
de voz que sugería que no era la primera vez que le hacía aquella advertencia.
—¿Como tú has dejado de hablar con Cami? —repuso Anna con simpatía.
—Déjalo, Anna. —Amelia parecía cansada del tema—. No quiero hablar de ella
contigo.
«¿Qué demonios ocurría allí?»
Skye se recostó en el asiento y observó a sus dos amigas igual que había
observado a Saúl Rafferty y a Logan la semana anterior.
Anna miró a Amelia con el ceño fruncido antes de responder.
—Hablando de Cami, ¿dónde está? —preguntó.
—Rafer y ella se marcharon a algún sitio a descansar. —Amelia encogió los
hombros justo en el momento en el que la camarera apareció con el pedido—. No he
vuelto a verlos desde la noche en que Lowry Berry trató de violarla y matarla.
Dejó de hablar y bajó la vista con una rara mirada, una mirada que hacía pensar
que quizá hubiera intentado contactar con la que en una ocasión fuera su mejor
amiga.
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Pecados Mortales
Después de aquello las tres mantuvieron una agradable charla mientras comían, y
Skye no encontró un momento adecuado para preguntarle a Amelia acerca de los
rumores que corrían sobre la amistad que había mantenido con Cami.
Se disponían ya a salir de la taberna cuando sintió la suave vibración del móvil
contra la cadera.
—Necesito ir al baño, chicas —se excusó, brindándoles una tímida sonrisa—.
Hasta otro día.
Con rapidez, se dirigió a la parte de atrás del local, extrajo el teléfono del bolsillo y
activó la aplicación de seguridad que su hermano adoptivo había instalado en el
aparato. Apretó los labios y entrecerró los ojos al ver la imagen que apareció en la
pantalla. Tal y como sospechaba, Logan había entrado en su casa.
Ahogó una maldición y, en vez de dirigirse al baño, se encaminó hacia la puerta
que unía la taberna con el almacén.
No quería ser vista. Teniendo en cuenta lo que estaba pasando en ese momento
en su casa, era evidente que alguien estaba muy interesado en seguir sus
movimientos.
Por suerte, el almacén estaba abierto. Chando lo utilizaba muchas veces a lo
largo del día y no se molestaba en cerrarlo con llave. Era allí donde guardaba los
suministros de licores, artículos para la cocina del restaurante y algunos trastos
viejos; un lugar perfecto para que Skye se escabullera sin que nadie la viera.
Sí, resultaba perfecto para sus fines. El vado de carga y descarga en la parte de
atrás se abría a un callejón estrecho y, desde allí, podría llegar a casa tomando
algunas callejuelas.
Una de las primeras cosas que hizo al trasladarse a Sweetrock fue tomar nota de
todas las posibles vías de escape desde cada edificio en el que entraba. Las había
utilizado varias veces sólo para familiarizarse con ellas y asegurarse de que disponía
de una posibilidad inmejorable para huir en el caso de que resultara necesario.
Algo muy probable. La posibilidad de que tuviera que reconsiderar el plan que
había ideado después de conocer a Logan Callaban era algo que pendía sobre su
cabeza desde el principio.
¡Dios!, había tardado seis meses en conseguir que la besara. Cuánto tiempo
perdido…
Pero no iba a pensar en eso, no en ese momento en el que las probabilidades de
acabar en la cama con él eran nulas.
De hecho, era incluso más fácil que Logan le disparara antes.
¡Maldito fuera! Había hecho todo aquello porque quería atrapar al asesino, y
considerando las capacidades que poseía, sabía que a Logan podría serle de mucha
utilidad su ayuda. Tenía un talento del que él y sus primos carecían: podía conseguir
información.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
Ésa era su mayor habilidad. Podía acercarse a cualquier persona, hacer que
confiara en ella y sacarle información sin que se diera cuenta.
Como hija adoptiva de un político con hambre de poder, había asistido a tres de
los mejores internados del país; y sobrevivir en ellos había dependido de aprender a
obtener información y saber dónde y cuándo usarla.
Sí, sin duda asistir a varios colegios privados había sido un buen entrenamiento
para cualquier trabajo que requiriera de cierta habilidad como espía. Había
aprendido a salir de una habitación en un quinto piso sin que nadie la viera, a
atravesar puertas cerradas y a burlar un sistema de seguridad con cámaras para
luego regresar con el mismo sigilo cuando el amanecer despuntaba sobre el
horizonte.
Su hermana adoptiva le enseñó todos aquellos trucos. Trucos que ella, a su vez,
mostró a Anna en el tercer internado al que asistió. Más adelante, después de que
comenzara a trabajar para el FBI, Amy siguió entrenándola en algunas cosas más,
como escapar, pelear y defenderse de cualquier amenaza imaginable.
Su amistad con Anna Corbin, una chica tranquila y demasiado tímida, se fortaleció
lo suficiente a lo largo de los años como para obtener información sobre el condado
de Corbin y también algunos datos más que nunca hubiera imaginado.
Sin embargo, Anna no sabía nada sobre ella. Ignoraba incluso que su familia
adoptiva era la del político Cárter Jefferson.
Papá Cárter, como ella le llamaba, siempre había procurado mantener en secreto
la relación que les unía. Para protegerla, le había dicho siempre. Para asegurarse de
que no era objetivo de secuestradores ni resultaba herida por su culpa.
No obstante, una parte de Skye siempre se había preguntado si la causa de
aquella extraña conducta radicaría en que se avergonzaba de ella.
Él y mamá María la querían, de eso no tenía duda alguna. Habían sentido
debilidad por ella incluso antes de la muerte de Amy, pero, aun así, lo cierto es que
su hermana nunca había asistido al colegio bajo un nombre falso. Nunca había
tenido que simular que sus padres eran unas personas diferentes ni visitar a su
familia sólo en vacaciones.
Antes de la muerte de Amy, las vacaciones siempre habían transcurrido en la
finca familiar y las estancias en la playa se reservaban para el período navideño.
Usar las callejuelas para llegar a su casa le proporcionó tiempo suficiente para
pensar. Tiempo que probablemente no necesitaba, porque no disfrutaba dándole
vueltas a esas sospechas que crecían en su interior cada vez que recordaba el
pasado. Especular sobre el sigiloso cuidado que Cárter acostumbraba a tener con
ella, siempre le hacía pensar en sus padres biológicos.
En sus muertes.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
En el hecho de que habían muerto en medio de un turbio asunto relacionado con
drogas y de que sus asesinatos hicieron que el gobierno pusiera en marcha una
breve investigación sobre los Jefferson.
Y además, en ese momento lo último que necesitaba era recordar el pasado.
Ahora le urgía concentrar su atención en el hecho de que Logan Callahan por fin
tenía sospechas sobre ella. Sospechas que le habían llevado a forzar la entrada de
su casa y comenzar a buscar
Cosas que no necesitaba saber que existían.
***
Logan comprendía finalmente por qué la descripción del trabajo que realizaba
Skye no se ajustaba a la mujer que estaba deseando conocer mucho mejor. ¿Así
que diseño de programas y edición de manuales? ¡Ja!
Pero, ¿cómo iba a imaginarse que pertenecía al FBI? Eso quería decir que podía
ser tan eficaz como él. Para qué engañarse, Skye O'Brien podía ser incluso mejor, y
eso no le gustaba en absoluto. Sin duda era una mujer demasiado inteligente,
demasiado intuitiva y, o mucho se equivocaba, o también era buena con los sistemas
de seguridad. Sistemas de vigilancia encubierta, para ser exactos.
Los medios con los que contaba eran tan sofisticados que jamás hubiera
imaginado que pudiera encontrarlos en su casa. Unos medios que nunca habría
descubierto si no hubiera registrado también el sótano de la vivienda; si no hubiera
visto la puerta entreabierta y la hubiera abierto del todo para asegurarse de que todo
estaba bien.
Al colarse en la casa después de que ella saliera a almorzar con Anna Corbin y
Amelia Sorenson, se había enterado de unas cuantas cosas sobre Skye O'Brien que
le habían dejado asombrado. Nada, a lo largo de los últimos seis meses trascurridos
desde que la conoció, le había hecho sospechar sobre ella.
A la joven le encantaban las fotografías. Multitud de fotos de amigos y personas
que imaginaba que eran sus padres, tanto biológicos como adoptivos, estaban
cuidadosamente guardadas en unas cajas en el sótano.
Algunas de aquellas imágenes habían sido contempladas a menudo, o eso
indicaba el estado desgastado del papel en el que estaban impresas.
Había fotografías en las que aparecía como una torpe adolescente acompañada
de Cárter Jefferson y su hija Amy, entonces recién incorporada al FBI.
Registró minuciosamente el lugar y encontró un pequeño y sorprendente álbum
lleno de imágenes de Amy que abarcaban desde la adolescencia hasta el año en
que murió. En todas ellas aparecía también Skye, y en la mayoría estaban las dos
hermanas solas.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
En aquel mismo álbum también había cartas de Amy. Muchas cartas. Tomó nota
mental de regresar en la próxima ocasión que Skye se ausentara para examinar
todo aquello a conciencia. Tenía el presentimiento de que entre aquellas páginas
encontraría más información sobre la joven de la que ella estaba dispuesta a
facilitarle.
Las fotografías, retazos de la vida de Skye y Amy, le perturbaron profundamente.
Amy había sido su amiga, alguien con quien había compartido café, con quien se
había reído. Una muchacha que murió por su culpa.
La cólera comenzó a bullir lentamente en su interior, y una vez que alcanzó el
punto álgido, sintió un dolor desgarrador atravesándole el corazón.
También descubrió que Skye era la hija adoptiva de Cárter Jefferson; lo probaban
los documentos de tutela que había encontrado en el álbum.
Y eso implicaba que se trataba de la querida hermana adoptiva que Amy Jefferson
había mencionado en alguna ocasión.
Cuando conoció a Amy —tres años mayor que él— le pareció una diosa. Alta, con
sedoso pelo color caramelo aclarado por el so1; largas y torneadas piernas, y piel
tan suave como la seda. Ella siempre se burlaba de él. Poseía una gran fuerza
interior y era capaz de seguirle el ritmo en cualquier actividad que emprendiera.
Había bailado con ella en alguna de las reuniones semanales del condado, que
fue donde la conoció. A Amy le había hecho gracia la manera en que les observaba
todo el mundo.
Ojalá hubiera imaginado entonces las consecuencias que tendría para ella haber
bailado con él y buscado su amistad. Si lo hubiera sabido, habría permanecido tan
alejado como le hubiera sido posible.
Amy sabía quién era él y había escuchado hablar de la caza de la que era objeto,
pero no le había dicho quién era ella ni lo que hacía. De hecho, él no lo supo hasta
después de su muerte.
Skye le había mentido igual que Amy, y no le había importado nada cómo se
sentiría él si acababa muerta.
¡Joder! ¿Qué demonios iba a hacer ahora? ¿Cómo iba a digerir el hecho de que
estaba decidida a meterse en su cama por una sola razón?
Quería convertirse en cebo y así atraer al asesino hacia ella. Exactamente igual
que Amy, que se había convertido en su amiga por el mismo motivo.
En aquel momento le sorprendió que Cárter Jefferson no le hubiera culpado de la
muerte de Amy, aunque desde luego, él si se había culpado a sí mismo. El
gobernador incluso había tomado un avión hasta Sweetrock doce años atrás para
reunirse con él, sus primos y su abogado, a pesar de que los barones estaban
intentando por todos los medios que los tres fueran encarcelados por el asesinato de
Jaymi.
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Cárter había llevado consigo el dossier que Amy le había ido enviando mientras
investigaba los asesinatos. Su hija se había basado en los perfiles de los criminales
para intentar enfrentarse al monstruo ella sola... Y al final fue la bestia la que acabó
con ella.
Después de enterarse de la muerte de Marietta, Logan se había pasado horas al
teléfono intentando contactar con las otras dos mujeres con las que había mantenido
relaciones desde que regresó a Colorado.
Les había avisado del peligro y contado lo que le había ocurrido a Marieta, y ellas
habían reaccionado con una mezcla de furia y terror. Al parecer, en todos los
boletines de noticias se hablaba ya de la vuelta del Carnicero de Sweetrock.
Por suerte, por alguna razón inexplicable que él no comprendía, no se había
mencionado todavía la manera en que esa noticia estaba relacionada con los
Callaban.
Guardó silencio en vez comentar el tema con Crowe, que estaba al otro extremo
de la línea del auricular que llevaba puesto, y continuó el recorrido del cable blanco
desde el cuadro eléctrico instalado en el sótano de la casa.
Lo siguió de una habitación a otra por debajo de la moqueta. La única señal que
delataba su existencia era una muesca contra la pared y algunas virutas de madera;
pequeñas motitas que habían escapado al aspirador.
El tendido eléctrico abarcaba cada estancia de la casa hasta llegar a la suite
donde ella dormía.
Aquel cable no había sido instalado por un electricista convencional, puesto que él
no había recibido ninguna factura al respecto. Y ni siquiera con sus conocimientos
de espionaje encubierto y electrónica, había sido capaz de discernir para qué servía
exactamente aquella línea eléctrica.
Multitud de recuerdos sobre Amy, una amiga cuya amistad no había buscado, una
parte de su pasado que nunca pensó que regresaría para rondarle, merodeaban
maliciosamente en su mente.
Debería haber dado con toda aquella información al hacer la investigación sobre
Skye. Debería haber estado allí, en alguna parte.
Estaba seguro de que aquel jodido condado estaba maldito. Ni siquiera Cami
había podido escapar de sus recuerdos. De hecho, Rafer le había contado que la
joven casi se había vuelto loca durante la primera semana que estuvieron en el
caribe, con intención de tostarse bajo el sol.
Ella regresó tan blanca como se fue, llorando de manera desgarradora mientras
Rafer la rodeaba con sus brazos en el pequeño aeropuerto privado que habían
utilizado.
Sacudiendo la cabeza para alejar aquellos pensamientos, se arrodilló en el suelo
y alzó el borde de la moqueta, allí donde los indicios demostraban que había sido
despegada por el borde.
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Skye era jodidamente buena. Si no hubiera instalado él mismo el nuevo cuadro
eléctrico durante uno de sus breves permisos, jamás se hubiera lijado en que salía
de él un cable que antes no estaba allí. El trabajo estaba muy bien realizado y
perfectamente disimulado.
¿Habría sido idea de ella? ¿O habría sido decisión de otra persona?
Aquel trabajo no sólo había requerido tiempo, sino también experiencia y
paciencia. ¿Poseía Skye los conocimientos necesarios para realizar aquella
instalación? ¿Para qué demonios servía?
Era evidente que el exhaustivo estudio que Crowe había hecho de ella no había
sido lo suficientemente profundo. Algo que quedaba más que probado si
consideraba que ni siquiera habían averiguado su conexión con el gobernador
Jefferson.
—Tenemos un problema —anunció, incorporándose para dirigirse al espacioso
cuarto de baño para ver si el cable continuaba por allí.
No encontró nada, pero creyó escuchar los excitados gruñidos del perrito al oír su
voz.
Frunció el ceño y escudriñó el suelo con cuidado.
El color de los azulejos, beige oscuro, dificultaba en gran medida descubrir si
alguien había instalado un cable por allí.
Se arrodilló y comenzó a pasar los dedos por la lechada entre las baldosas,
revisándola cuidadosamente. Todo estaba bien acabado y con el color
correspondiente.
Comenzó a dar golpecitos en la unión entre la pared y el suelo, y entrecerró los
ojos antes de sacar del bolsillo trasero de los vaqueros un amplificador de sonidos e
inclinarse sobre el rodapié.
—Los azulejos del suelo del cuarto de baño han sido reemplazados en algunos
sitios —murmuró a Crowe—. No puedo descubrir por dónde va el cable, dónde
termina, ni para qué sirve.
—¡Joder! —exclamó Crowe—. Tienes que darte prisa. Las chicas están pagando
la cuenta y no veo a Skye por ninguna parte ¡Mierda, ha desaparecido! Puede que
nos haya descubierto.
—Imposible —repuso Logan en voz baja mientras volvía a palpar el rodapié—. No
puede saber nada.
Comenzó a levantarse y se detuvo de repente, con el cuerpo rígido por la
sorpresa.
Pero el cosquilleo que le erizaba el pelo de la nuca le aseguraba que sí, que en
efecto era posible. Skye estaba allí.
—No importa —gruñó—. Creo que acabo de encontrarla. O, más exactamente,
ella le había encontrado a él.
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Capítulo 10
Con el frío cañón de un arma presionado contra su cabeza, Logan se puso
lentamente de pie, procurando en todo momento mantener las manos alejadas del
cuerpo.
—Intentaría quitarte esa maldita cosa, pero tengo el presentimiento de que
apretarías el gatillo —bromeó, ocultando una sonrisa al tiempo que se preguntaba
por qué demonios encontraba aquello tan gracioso.
Cuando notó que se aliviaba la presión del arma en su cuero cabelludo y que ella
daba un paso atrás, se dio la vuelta lentamente.
Sí, Skye estaba dispuesta a disparar.
Pero aun así él tenía ganas de esbozar una amplia sonrisa.
Sin embargo, la joven se mantenía impávida; no había ninguna señal de diversión
en su rostro, ni ningún afecto en su mirada. De hecho, sus ojos mostraban una
expresión tan dura como la de cualquier soldado en la batalla.
—Dame el auricular —ordenó ella—. Crowe y Rafer no tienen por qué escuchar lo
que decimos.
—Sólo está oyéndonos Crowe —le aclaró, preguntándose si ella se imaginaría lo
que estaba haciendo Rafer—. Y no sé si quiero realmente cortar la comunicación
con la única persona que podría venir en mi ayuda. Si me dispararas no lo sabría
nadie más.
Una mueca que no podía considerarse sonrisa, y que no se vio reflejada en sus
ojos, curvó los labios de Skye, haciendo que Logan se pusiera en guardia.
—Créeme, puedo hacer que lamentes estar aquí sin tener que matarte. ¿Cómo
has entrado sin que saltara la alarma?
Él arqueó las cejas.
—Es evidente que ha saltado. Estás aquí, ¿no?
Skye sacudió la cabeza con rapidez.
—No estoy aquí porque haya saltado la alarma. En el dormitorio he dispuesto
otras medidas de seguridad. Ya lo has visto. — Hizo una pausa y repitió—: Dame el
auricular.
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Logan se quitó el aparato de la oreja lentamente. Tenía la certeza de que no le
gustaría conocer las muchas y variadas maneras en las que podría hacerle lamentar
cualquier cosa si no seguía sus instrucciones.
—Deberías apagarlo; tiene mucho alcance —le indicó cuando ella cogió el
auricular.
No mentía. Podía escucharse incluso la risa de Crowe burlándose de él.
—Lo sé.
Skye oprimió el pequeño botón en el lateral del auricular y se guardó el dispositivo
en el bolsillo antes de darse la vuelta sin añadir palabra y dirigirse al dormitorio.
Logan la siguió con curiosidad al ver que abría bruscamente las puertas del
vestidor y se adentraba en la amplia estancia. Con cautela, él se detuvo en el umbral
y observó cómo Skye comenzaba a retirar perchas con ropa de la pared trasera y las
colgaba en las barras de los laterales.
Después de un minuto, la pared del fondo estaba libre y ella daba un paso atrás.
Skye le miró a los ojos con la misma expresión distante que antes y señaló la
pared.
En silencio, Logan se acercó y examinó el lugar de cerca. No parecía haber nada
fuera de lo normal, así que golpeó varias zonas de la pared para averiguar si era
sólida o, por el contrario, existían oquedades detrás.
Revisó las esquinas y la superficie en busca de delatoras huellas de uñas en la
pintura. Finalmente, dio un paso atrás y la miró. Era evidente que ella trataba de
mostrarle algo, pero no conseguía saber que era.
Aquella actitud le molestaba.
El gélido silencio, la absoluta distancia emocional y la dura cólera contenida, le
aseguraban que la mujer que había estado en su casa, la que estaba dispuesta a
bromear con él, había adoptado otra faceta que él desconocía. Una parte de su
carácter que no le estaba gustando demasiado.
Le recordaba a la mirada de los soldados que habían sido testigos de demasiada
sangre, de demasiada muerte. Se preguntó qué clase de vida habría tenido Skye
O'Brien.
La vio sacar del bolsillo trasero lo que parecía ser un mando a distancia y apuntar
con él a la pared antes de presionar varios botones. Le resultó imposible memorizar
los números y el orden en que los tecleó, y frunció el ceño cuando ella apretó el
botón de SELECT. Se escuchó un sonido sordo y la pared que hasta ese momento
había sido sólida e inamovible, se abrió por la mitad cinco centímetros.
Entonces, sin poder controlarse, se volvió hacia ella con expresión airada.
—El contrato de alquiler exige permiso por escrito para cualquier obra que se
realice dentro y fuera de la casa.
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La irritación que bullía en su interior no tenía nada que ver con que ella hubiera
modificado el interior de la casa, sino con el hecho de que su habitación secreta
parecía mucho más grande y mejor equipada que la de él mismo.
Se sentía insultado.
O más bien excitado.
Estaba duro.
Ella le había mentido. Bueno, quizá no le había mentido, pero sí le había
engañado.
Le había inducido a creer que era muy distinta. Le había ocultado una parte vital
de sí misma.
Y él había confiado en ella.
Le había dejado entrar en su vida a pesar de que no debería haberlo hecho.
Cuando notó que algo no cuadraba y no pudo probarlo, se aseguró a sí mismo
que era por culpa de la situación; por el peligro que le envolvía. Que era un
mecanismo de defensa para proteger su corazón y cerrarlo a ella.
Y ahora que todo salía a la luz, lo único que quería era arrancarle la ropa y
follarla.
La cólera se incrementó aún más en su interior.
La vio cruzar los brazos sobre los pechos y adoptar una actitud arrogante y
femenina que le provocó una insoportable tensión en los testículos.
¿Por qué no había seguido su instinto sobre ella cuando la conoció?
Skye arqueó una ceja, burlándose de él.
—Sabiendo que eres el misterioso dueño de esta casa, tenía claro que no
permitirías una reforma de este tipo. Por eso no te dije nada. Ni al agente
inmobiliario, claro está.
En otras palabras, era un completo secreto para todo el mundo, salvo para ella y
quien le hubiera ayudado a realizar la instalación.
Furioso, se volvió hacia la pared y abrió el panel para inspeccionar el estrecho
cuarto que había detrás. Calculó que ocuparía unos dos metros cuadrados.
En la pared había seis monitores, y en cada pantalla se emitían las imágenes de
dos cámaras diferentes.
En total, doce cámaras.
Dos cubrían el perímetro del patio lateral que separaba su casa de la de Skye.
La miró lentamente.
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—Tienes pruebas de que la noche en que Marietta fue raptada no me moví de mi
casa. ¿Por qué no se las enseñaste al gobernador en vez de ponerte como cebo
para el asesino?
La cólera era como un ácido que le roía el alma. Algo que no ayudaba en absoluto
a suavizar la dureza que llenaba sus vaqueros.
Por un momento, casi la odio por ello.
No había nada excitante en el hecho de que ella se hubiera expuesto
deliberadamente al peligro y, sin embargo, no podía negar su necesidad de poseerla
lo más rápido posible.
—Ese detective de Boulder me cabreó —confesó la joven en un tono frío e
indiferente.
Aquello le enfureció todavía más: su voz, la falta de emoción en su cara y en sus
ojos, la distancia emocional y física que ponía entre ellos.
—Mientes.
Skye se rió sin humor.
—No me molestaría en mentirte, Logan. No tengo razones para ello. Jamás has
sospechado que fuera otra cosa que una inquilina irritante, confiésalo.
Aquello no era cierto. Por lo menos no era cierto que la considerara irritante.
—¿Por qué? —le preguntó mirándola fijamente mientras la cólera crecía, tan
ardiente y salvaje como la excitación que le desgarraba por dentro—. ¿Por qué
estás aquí, Skye? ¿Por qué siendo la hija del gobernador, aunque sólo sea adoptiva,
estás en un condado perdido en las montañas de Colorado?
La joven arqueó las cejas y apretó los labios antes de contestar.
—Estoy de baja laboral por enfermedad. —En sus ojos empezaba a brillar
levemente un rastro de ira.
—¿Por baja médica? —Miró el cuarto lleno de monitores antes de volverse de
nuevo hacia ella—. ¡No me jodas! Cuéntame la verdad, no pienso tolerar que
continúes engañándome.
—Digamos que estoy aquí de vacaciones... —la curva de los labios femeninos era
tensa y tirante—... y que soy un poco paranoica.
É1 sacudió la cabeza lentamente.
—No, esto no es un pasatiempo. Estás aquí por mí. Para probar que mate a esas
mujeres. Para demostrar que maté a Amy.
—Te equivocas. —La ira ya no era un tenue matiz en sus ojos, ahora se había
convertido en un creciente brillo cada vez más intenso.
La furia enrojecía su cara y hacía que ardieran aquellas pupilas oscuras.
—¡No me mientas! —gritó él.
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Era el primo tranquilo.
El que jamás se enfadaba ni gritaba.
Pero aquélla era la mujer que deseaba más que nada en el mundo y le estaba
mintiendo.
No lo pensaba tolerar.
«No ahora.»
No después del reto deliberado que le había lanzado al asesino.
No después de que éste estuviera intentando por todos los medios que pareciera
que tenía la sangre de mujeres inocentes en las manos.
—Puede que seas arrogante y demasiado orgulloso para tu propio bien, pero no
creo que hayas hecho daño jamás a una mujer —repuso la joven con rapidez.
Logan se acercó a ella sin apartar la mirada de sus ojos, y fue consciente de que
el fuego que brillaba en sus pupilas se avivaba. La obligó a retroceder hasta dar con
la espalda en la pared, junto al cuarto oculto, apoyó las manos a ambos lados de su
cabeza y se inclinó hasta que sus narices casi se rozaron.
—Estás aquí por Amy —dijo muy despacio, con el cuerpo tan tenso que se
preguntó si, por primera vez en su vida, estaría a punto de perder el control—. Para
probar que yo la maté.
Ella, al igual que la mayoría de los habitantes de aquel condado, creía que había
asesinado a Amy Jefferson y a las demás chicas que aparecieron muertas aquel
verano.
—Te equivocas —afirmó ella apretando los dientes con furia—. Sí, estoy aquí
para encontrar al asesino, pero nunca, ni por un segundo, he creído que fueras tú. Ni
lo creo yo, ni lo creía Amy.
Logan se alejó bruscamente de ella, se giró y golpeó la pared con el puño.
¡Joder! A ese paso iba a terminar por romperse la mano; aunque, ciertamente, eso
sería preferible a sentir lo que sentía ahora.
Unas emociones inexplicables.
Unos sentimientos que le atravesaban por entero, le oprimían las entrañas y se
clavaban en su corazón con tanta intensidad que ponían su alma al descubierto.
Se volvió hacia ella muy despacio, con los puños apretados a los costados.
Leyó cautela en sus ojos, pero no vio miedo.
¡Pensaba que no tenía motivos para sentir temor!
Se preguntó si sabría que daría la vida por ella. Que moriría para asegurarse de
que no sufría ni un solo día de su vida.
Porque la amaba.
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Se puso rígido. Aquella certeza era una punzante agonía que le fragmentaba por
dentro. Atravesaba todo su ser y hacía caer el velo de autoengaño que se había
impuesto.
—Amy me dijo en una ocasión que eras su mejor amigo — susurró ella, y él odió
cada palabra que salió de sus labios—. La noche antes de desaparecer lloró, Logan,
porque estaba segura de que quienquiera que fuera el que trataba de poner una
trampa para incriminaros iba a tener éxito.
—¡Cállate! —Hizo un imperioso gesto con la mano—. Olvida esa mierda. Voy a
rescindirte el contrato de alquiler. Estás en la calle. No te quiero aquí. —Volvió a
gritar, pero no tan fuerte esta vez—. ¿Me has oído bien, Skye? Escúchame o te
ataré, te amordazaré y te encerraré en un lugar donde esté jodidamente seguro de
que jamás tendré que preocuparme por qué un demente te haga daño. Donde ese
puto violador no pueda ponerte las manos encima.
La furia, incrementada por el mayor miedo que había sentido en su vida, casi le
hizo caer de rodillas y, durante un momento, le resultó imposible seguir
controlándose.
Sin pararse a pensar, volvió a borrar la distancia entre ellos. Alargó las manos
hacia ella y le clavó los dedos en la parte superior de los brazos para asegurarse de
que no escapaba antes de apretarla contra su cuerpo.
No pudo negar su necesidad por ella.
La quería en su cama. La ansiaba, anhelaba sus caricias ardientemente, quería
tocarla por todas partes sin importar lo que estaba ocurriendo a su alrededor.
La deseaba, ardía por ella, se moría por ella y no le importaban las mentiras que
dijera o lo que pudiera sospechar de él.
Skye emitió un gemido de placer cuando Logan pegó su cuerpo al de ella,
hundiéndole la dura longitud del pene en el vientre. Un imparable ardor se extendió
por la totalidad de su cuerpo. Notó una intensa vibración en el vientre y los jugos
anegaron su sexo en medio de una oleada de crudo erotismo.
Un estremecimiento le bajó por la espalda.
¡Oh, Dios!, le encantaba que él se mostrara tan dominante y masculino. Había
esperado durante meses a que Logan diera rienda suelta a su incontenible impulso
sexual, pero no había esperado el efecto que tendría sobre ella.
Envuelto en la magia del deseo, Logan le clavó los dedos con más firmeza en los
brazos y se apoderó de su boca. Le introdujo la lengua entre los labios y la conquistó
con un beso que hizo que su cuerpo hormigueara de pies a cabeza.
Una oleada de placer recorrió a la joven por completo, avivando una necesidad en
su interior que la dejó sin aliento.
Había tenido intención de resistirse si él intentaba tocarla, de negarse si se le
ocurría tener el descaro de sugerirlo siquiera.
~109~
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Logan la había rechazado desde el día en que la conoció, cuando lo único que
ella quería era conocer al hombre al que tanto aprecio tenía su hermana adoptiva y,
de paso, intentar atrapar al Carnicero de Sweetrock.
Estaba entrenada a conciencia y conocía más de cien maneras de escapar de los
brazos de un hombre.
Del agarre de un secuestrador.
Del abrazo de un asesino.
Pero no lo estaba para liberarse del dueño de su corazón.
Debería utilizar ese conocimiento para darle una buena patada en el culo... Si es
que podía, claro.
Pero sólo pudo gemir cuando sus labios cubrieron los de ella, aprisionándolos con
fuerza, domándolos y sometiéndolos, bloqueando cualquier objeción que ella
pudiera haber tenido. Igual que ocurría siempre, cualquier resistencia que hubiera
pensado ofrecer voló por la ventana en el segundo en que él la tocó.
Era como ser capturada por un ciclón. Transportada a un área donde sólo existían
sensaciones, donde respirar no era importante y él la reclamaba con una fuerza
contra la que no podía ni quería luchar.
Era un placer que no podía rechazar. Lo único que ansiaba era hundirse en él,
disfrutar de cada segundo porque, por primera vez en su vida, había encontrado
algo por lo que merecía la pena luchar; algo que quería para sí misma.
Eso era lo que él le hacía sentir.
Aquel placer no era habitual, pensó deslizándole las manos por los anchos
hombros. Encontrar aquel tipo de éxtasis era algo que sólo sucedía una vez en la
vida.
Algo que no había sentido nunca con ningún otro hombre.
Algo que haría trizas su alma si él no correspondiese a sus sentimientos.
Retirándose ligeramente, Logan le pasó la lengua por los labios antes de besarla
de nuevo y hacer que gimiera desesperada por obtener más. Le deslizó las manos
por la espalda y las caderas, acariciándola primero por encima de la fina blusa que
llevaba puesta y luego por debajo. Un segundo después, la obligó a alzar los brazos
por encima de la cabeza para poder quitarle la delicada prenda poco a poco.
En respuesta, la joven agarró la camisa de Logan y con un rápido y brusco tirón
hizo que los botones salieran disparados en todas las direcciones
Acababa de lanzarle un reto... y él iba aceptarlo.
—Ten cuidado, Skye. —Su voz, ronca y gutural, se correspondía a la perfección
con la lujuria que brillaba en sus ojos—. Te aconsejo que seas muy prudente y no
me provoques más de lo que puedo soportar.
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Deslizó la punta de los dedos por el brazo derecho, haciendo que la joven se
estremeciera, y siguió moviendo los dedos más arriba, sin apartar la mirada de la de
ella, hasta enganchar uno en la tira del sujetador de encaje, que bajó por el hombro
de manera provocativa.
—Quiero tentarte. Provocarte. Aunque he debido ser demasiado sutil, porque
estás aquí, hablando conmigo en vez de follarme. —Skye soltó el aire, jadeante,
mientras acariciaba la sólida dureza cubierta de vello de su torso hasta la cinturilla
de los vaqueros.
No había ni un gramo de grasa en aquel delgado abdomen. Era todo músculo,
duro y caliente, que se tensó en respuesta a su roce cuando le abrió el cinturón.
Quería desnudarle.
Él le deslizó los labios por el hombro hasta hundirle los dientes en la redondeada
curva y ella no pudo contener un tembloroso gemido al tiempo que temblaba de pies
a cabeza. Quería liberar la pesada longitud que contenía la bragueta y apoderarse
de ella antes de que Logan cambiara de idea otra vez.
Mientras movía las manos por los botones metálicos —no, nada de cremalleras
que le facilitaran la labor— le temblaron los dedos.
La gruesa erección tensaba la tela, dificultando su labor, y Logan no hacía nada
por ayudarla. Estaba demasiado ocupado despojándola lentamente del sujetador,
deslizándole los tirantes por los hombros y los brazos.
Una intensa mezcla de excitación y anticipación se apodero de ella, haciendo que
se arqueara contra él, intentando provocarle sin dejar de mover las manos,
acariciándole el abdomen con las uñas después de liberar cada botón y antes de
continuar con el siguiente.
Lo deseaba. La necesidad crecía en su interior hasta un punto en que se preguntó
si lograría sobrevivir si no la liberaba.
Logan volvió a clavarle los dientes en el hombro y ella se puso de puntillas para
presionarse contra él.
Implacable, él deslizó los labios desde el hombro hasta la curva del cuello para
morderla con más fuerza, lamiendo luego la carne dolorida.
Estaba marcándola.
Y Skye sabía más allá de cualquier duda que Logan Callahan jamás había hecho
aquello con ninguna otra mujer.
Cuando ladeó la cabeza para facilitarle el acceso a su cuello, aprovechó para
lamerle la dura carne que rodeaba el plano pezón con voraz ansiedad. Y al
succionárselo, al friccionarle la piel con la lengua y saborear su esencia, incrementó
su propio placer. Una incontenible llamarada de exquisitas sensaciones la atravesó
con la fuerza de una corriente eléctrica.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
Se le escapó un grito cuando una de las manos masculinas le cubrió un pecho y
la otra se desplazó a su cadera. Él la apretó con fuerza, haciéndola sentir los rudos y
jadeantes gemidos que salían de su pecho cuando deslizó los labios todavía más
abajo.
Logan no la habría marcado si no se hubiera rendido a ella, si no supiera que
aquello era mucho más que un polvo de una noche.
—Por favor —susurró enardecida—. Por favor, Logan.
Necesitaba que siguiera, que la hiciera llegar al éxtasis.
—Por favor ¿qué? —En su voz, feroz y dominante, resonaba la misma hambre
que en la suya—. Dime qué quieres, Skye.
Él siempre le pedía palabras, pero ella nunca se las había dicho A nadie antes.
¡Oh, Santo Dios!, ni siquiera había considerado siquiera verbalizar sus deseos.
—Mis pechos —susurró— . Mis pezones. Logan, me duelen los pezones, Por
favor, succiónalos. Ponlos tan duros como la otra vez.
La necesidad de sentir sus labios en aquel lugar la volvía loca, y no pudo evitar
que un desgarrador gemido se escapara de sus labios cuando por fin consiguió lo
que quería.
Logan comenzó por el pecho izquierdo, acariciándolo con los labios antes de
capturar el suave pezón para convertirlo en una enhiesta cima. Lo azotó con la
lengua, y ella movió los dedos con frenesí, casi rasgando la tela de la bragueta para
desabrochar el último botón.
Las abrumadoras sensaciones que recorrían el cuerpo de la joven se volvieron
casi dolorosas y tuvo que sofocar un grito que terminó emitiendo a pesar de todos
sus esfuerzos por retenerlo.
Ambos se contorsionaron por el placer, impulsados por una voracidad
incontenible. Ella introdujo la mano en la abertura de los vaqueros y, justo entonces,
Logan succionó con fuerza el pezón, aplastándolo contra el paladar con avidez
mientras le alzaba el pecho con la mano para capturarlo plenamente con la boca.
Skye echó la cabeza hacia atrás y lanzó un jadeo. Cada succión de la boca
masculina le provocaba un intenso latido en el clítoris que la hacía agonizar de
placer.
La liberación estaba cada vez más cerca. Sus músculos internos comenzaron a
palpitar con desesperada fuerza. Unos cuantos lametazos más y alcanzaría un
cegador e intenso orgasmo. Estaba al borde de un precipicio. Cada ardiente y
afilado latido afectaba a todos los músculos de su cuerpo y parecía empujarla hacia
el abismo.
Por fin, logró deslizar los dedos en el interior de los vaqueros y acariciar la gruesa
erección. La tela resbaló un poco y permitió liberar la longitud de su miembro,
palpitante y enorme, para que ella intentara rodearlo con los dedos. Era tan duro y
largo que sólo pudo pensar en recibirlo en su interior.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
Siguiendo su instinto, deslizó la mano por el ancho eje y acarició el suave glande
con el dedo pulgar.
Dejó caer la cabeza de nuevo hacia atrás y notó el roce del pelo en la espalda
desnuda. Logan no perdió el tiempo y le desabrochó los vaqueros para introducir las
manos en el interior, curvándolas para adaptarlas a sus nalgas y acercarla más
hacia sí.
Aquel rudo movimiento atrapó la mano de la joven entre ambos cuerpos. No podía
moverla. No podía acariciar aquella carne ardiente como quería.
El retiró los labios de su pezón y le soltó el trasero para agarrar la cinturilla de los
vaqueros mientras daba un paso atrás.
Aquella era la oportunidad que Skye había anhelado. Ya había esperado
demasiado tiempo, necesitaba conocer su sabor.
Estaba sedienta de él.
Dolorida.
Le puso las manos sobre el tórax y le miró a los ojos mientras le empujaba contra
la pared.
La sonrisa de Logan estaba llena de promesas y su mirada contenía una
advertencia cuando ella bajó las manos por su pecho.
—Skye, no sabes lo que estás provocando...
—Créeme, lo sé muy bien —susurró la joven, dejándose llevar por las
vertiginosas sensaciones que se apoderaban de ella cada vez que discutía con él.
No era posible que se mantuviera fría entre sus brazos. No podía cerrar su alma
al placer o a las necesidades que Logan le hacía sentir.
Siguió besándole el torso, lamiéndoselo, saboreando su piel mientras se dejaba
caer poco a poco de rodillas. Alzó la mirada hacia la de él y observó el fuego que
brillaba en sus ojos. Deslizó los labios del torso hacia el abdomen, dirigiéndose sin
pausa hacia su objetivo mientras se recreaba en la fuerza de sus muslos.
Cerró los ojos para sentirle con más intensidad, consciente de que lo deseaba
como no había deseado antes a nadie.
Nunca imaginó sentir algo así.
Quería proporcionarle el mismo placer con el que él la había torturado en su
cocina aquella noche. Quería tener la certeza de que Logan sufría esa
desesperación, esa pérdida de control que ella había padecido.
Quería hacerlo vibrar de pasión, necesitaba que se perdiera en aquellas
emociones incontrolables que bullían en su propio interior. En la certeza de que
aquel deseo era más fuerte, más intenso que el que hubiera conocido antes con otra
mujer.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
Le rodeó el ancho glande con la lengua, y lo lamió con avidez. El pesado latido de
la sangre en las gruesas venas de su polla le indicaba el grado de placer al que le
estaba haciendo llegar. Era evidente que el control de Logan pendía de un hilo a
pesar de permanecer inmóvil ante ella.
Capturó la punta del glande entre los labios y comenzó a juguetear con la lengua,
saboreándolo antes de indagar en la estrecha hendidura de la punta.
—¡Oh, joder! ¡No! —gruñó Logan con voz áspera, enredándole los dedos en el
pelo y sujetándole los gruesos rizos—. No podemos arriesgarnos de esta manera.
No te juegues tu placer tentándome de esa manera. Quiero follarte hasta hacerte
perder el sentido.
Haciendo caso omiso, Skye cerró los dedos en torno a la base de la erección en
un intento de retener el imparable clímax.
Enardecido, controlándose como pudo, Logan frotó el glande contra aquellos
labios, hinchados y exuberantes. La sedosa sensación, la húmeda calidez de su
boca, le transportaba a las puertas del Paraíso, y sólo Dios sabía lo mucho que
quería traspasarlas por completo.
Contemplar sus labios acariciándole la polla no era suficiente. Por muy bueno que
fuera, no era todo lo que quería. Anhelaba notar aquella dulce y ardiente boca
aceptándolo por completo. Quería sentirla chupándole, succionándole, tomándole
tan profundamente como pudiera.
—Abre más la boca —le pidió con voz entrecortada, sabiendo que el tiempo se le
acababa y que su autodominio se tambaleaba—. Acepta mi polla, cariño.
Demuéstrame cuánto la necesitas.
La observó mientras ella se pasaba la lengua por los labios para humedecérselos,
suavizándolos para él, y sintió que su cuerpo se tensaba hasta límites imposibles.
Vio que los ojos de Skye brillaban de placer y excitación antes de que separara
los labios como le había pedido, acogiéndole lentamente en su jugoso interior. Sintió
que jugaba con la lengua en la rendija de la punta, en el hinchado glande, excitando
la sensible zona, y le tiró con fuerza del pelo.
Sólo faltaban unos segundos para que inundara su boca. Únicamente unos
segundos para perder el control por completo y hacer algo que quizá lamentarían los
dos; algo que podría afectar al resto de sus vidas.
Sintió una increíble tensión en el vientre ante el inminente placer mientras veía
cómo lo acogía en su boca, pero consiguió retirarse por completo.
Skye abrió los ojos de golpe, buscando su mirada mientras él pasaba la mano por
el húmedo miembro.
¡Oh, Dios, no! Logan no podía dar marcha atrás ahora. Ella no lo permitiría.
Estaba segura de que él deseaba que ocurriera aquello como no había deseado
nada antes, igual que lo deseaba ella.
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Lora Leigh
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Logan le sostuvo la cabeza con firmeza al tiempo que frotaba el palpitante glande
contra sus labios, presionando un poco para colarse dentro otra vez. Observó cómo
su miembro entraba en aquella exuberante boca, abriéndola al máximo. Ella estaba
ruborizada, sus labios eran suaves como la seda mientras acariciaban dulcemente la
tensa y hambrienta carne de su polla. Excitado hasta el máximo, empujó la erección
más profundamente sin perder detalle de las reacciones de la joven y la miró a los
ojos al sentir la lengua contra el sensible glande. Luchó, intentó mantener el control
con todas sus fuerzas, apretó los dientes para que el ansia que sentía por ella no
tomara las riendas. Quería demorar su liberación a pesar de que las garras de la
necesidad se clavaban en él haciéndole sentir emociones que estaba decidido a no
aceptar.
Skye había tenido intención de jugar, pero había tentado demasiado a esa parte
dominante que dormitaba en el interior de Logan, la que había percibido cada vez
que él la tocaba.
¡Oh Dios, le necesitaba!
Separó más los labios para permitir que la gruesa erección penetrara un poco
más en su boca y, al observar los ojos masculinos, notó que cambiaban de color. El
brillante tono esmeralda se oscureció y centelleó con un indicio de dolor. Un dolor
tan insondable y sombrío que era como mirar las profundidades de un océano
repleto de secretos.
Se concentró en la exquisita tarea de darle placer y el ardor que él emitía atravesó
sus sentidos. El duro y constante palpitar de la sangre en el interior de las gruesas
venas que recorrían su polla y el gemido que escapó de sus labios le indicó que
estaba cumpliendo su objetivo.
Quería gozar de cada minuto. De cada segundo. De los diferentes matices de su
sabor y de cada ronco gemido que emitieran sus labios. Iba a tomarse su tiempo y
atesorar cada recuerdo que obtuviera.
Por si acaso.
Le había esperado demasiado tiempo. Demasiados años. Mucho más tiempo del
que él podía imaginar.
Lamió delicadamente la henchida punta, acariciándole y deleitándose en el sabor
de aquellas gotas de humedad que inundaban sus sentidos.
Él tenía el mismo sabor que una tormenta en las montañas; salvaje e indomable.
Lo tomó aún más profundamente y deslizó la lengua por la ardiente carne que le
llenaba la boca hasta encontrar aquel lugar rugoso y extremadamente sensible que
había en el borde del glande, haciéndole emitir un ronco gruñido de placer.
Sin poder contenerse, Logan le sostuvo la cabeza con las dos manos,
manteniéndola inmóvil mientras empezaba a moverse, a empujar lentamente entre
sus labios hinchados. Sabía que jamás tendría suficiente de ella. Que nunca podría
saciar su voraz deseo por aquella mujer.
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Observó extasiado aquellos suaves labios que se abrían y estiraban en torno a su
polla al tiempo que lo tomaba hasta la garganta. Los ojos de la joven brillaban con
intensidad, tenía las mejillas sonrojadas, las uñas clavadas en sus muslos,
arañándole la carne y haciéndole sentir un placer que nunca había soñado que
existiera.
—¡Oh, Dios, Skye! —jadeó mientras luchaba contra la llegada de una inminente y
aniquiladora liberación. Quería que aquel momento durara para siempre, pero el
éxtasis era como una ardiente oleada de anhelo que le recorría el pene y le tensaba
los testículos.
Skye, por su parte, jamás había estado tan cerca de alcanzar el orgasmo sin más
estimulación que el placer de su amante. Cada excitante sensación que atravesaba
su cuerpo le arrancaba un gemido, y cada vez que él se tensaba, notaba una
quemazón en el vientre y nuevos fluidos anegaban su sexo.
Logan le tiraba con fuerza del pelo para mantenerle inmóvil la cabeza mientras
seguía meciendo las caderas contra ella, traspasando sus labios con empujes lentos
y poco profundos, y obligándola a aferrarse a sus muslos.
El placer era una llama de ardientes sensaciones que explosionaban en su
vientre. Le latían los pezones. Estaban hinchados y doloridos, y anhelaban las
caricias de Logan con la misma intensidad que ella necesitaba tocarle.
Le rodeó la base de la erección con los dedos al tiempo que apretaba la boca
alrededor de su glande. Quería sentir su liberación, la necesitaba. Ansiaba el sabor
de Logan, picante y masculino.
—¡Qué boca más dulce! ¡Qué jodidamente caliente! —Logan tensó las manos en
su pelo todavía más—. ¡Sí, succióname más fuerte!
Ella apretó los muslos, desesperada por sentir un poco de presión en el clítoris.
Nunca había necesitado el orgasmo con tanta intensidad como en ese momento.
Adoraba aquella polla. Le encantaban su calor y su dureza, el sabor y la manera
en que palpitaba al aproximarse al orgasmo.
La erección comenzó a vibrar de pronto como advertencia y en la punta brotaron
nuevas gotas, los testículos se contrajeron con fuerza y ella gimió sabiendo que él
estaba a punto de correrse.
Sentía su liberación. Era imparable. Paladeó un segundo su sabor en la boca y...
De repente, él se retiró bruscamente y arrancó el pene de su boca con una rapidez
que la dejó aturdida.
—¡No! Logan, por favor. —Alzó la mirada a la de él, preguntándose qué demonios
ocurría.
—¿Dónde estás, Logan? ¿Ha acabado Skye contigo?
Ella se puso en pie con rapidez y se giró en busca de la blusa al escuchar el
sonido de la voz de Crowe en la puerta del dormitorio.
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—¡Ahora voy! —gritó Logan, con la voz tan ronca que ella se volvió hacia él con la
blusa a medio poner a tiempo de verle subirse los vaqueros.
No iba a poder abrocharse la camisa, pensó satisfecha, sonriendo burlonamente
para sus adentros.
—¡Te has quedado sin tiempo! —le advirtió Crowe con tono de diversión. Su voz
resonaba ya en el dormitorio—. Espero que estés vestido porque me he cansado de
esperar…
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Capítulo 11
Logan se abrochó los vaqueros, pero no le quedó más remedio que dejar la
camisa abierta; los botones estaban esparcidos por el suelo de madera.
Aunque tampoco es que su primo le hubiera dado el tiempo suficiente para
abrochársela.
Crowe nunca había sido un tipo paciente a menos que la situación lo requiriera, y
era evidente que no consideraba que ese caso lo exigiera.
Lo vio detenerse en el umbral y dirigirle una dura mirada antes de volverse
bruscamente hacia uno de los monitores que parpadeaban en la pared.
Mientras tanto, el perro se había puesto a jugar con una borla del pesado
cubrecamas de la cama de Skye.
Logan cruzó los brazos sobre el pecho y observó la situación en silencio,
percibiendo tan bien como su primo la altísima calidad de los fotogramas. Las
imágenes de la pantalla no estaban borrosas. Sí, sin duda Skye disponía de un
equipo excelente y, por lo que parecía, muchos conocimientos de electrónica.
Apenas consciente de la presencia de Crowe a su espalda, se dio cuenta de que
no sabía de qué tipo de cámaras se trataba. No conocía ningún aparato capaz de
captar imágenes tan nítidas y, además, parecían cubrir todos los rincones de la casa.
De hecho, un simple movimiento en el entorno hacía que la cámara más próxima
barriera esa zona.
Justo en ese instante uno de los aparatos giró trescientos sesenta grados sobre sí
mismo y mostró una amplia panorámica que hizo que le resultara imposible ubicar
su localización.
Como mínimo debía de haber tres cámaras en el techo pero, ¿dónde?
Frunció el ceño y se acercó más a los monitores, concentrándose en una cámara
en particular. La imagen mostraba la montaña de Crowe alzándose detrás de la
casa, en un ángulo perfecto que Rafer habría definido claramente como la mejor
posición posible para espiar los alrededores.
—¿Tienen un buen zoom? —le preguntó a Skye.
—Sí, es bastante bueno. —Ella se encogió de hombros—. Comienza a perder
nitidez si enfocas el objetivo, por ejemplo, en uno de los caminos de la montaña.
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Él asintió con la cabeza lentamente. Aunque el tono de la conversación había
bajado de intensidad, aquéllas eran características propias de cámaras de uso
militar y federal.
—Creo que es necesario que veáis esto —dijo entonces la joven, tomando el
mando que había caído al suelo.
Apuntó con el control remoto hacia el reproductor y programó una serie de
órdenes.
El rótulo que apareció entonces en pantalla indicó la fecha y hora de la noche que
Logan había estado con Skye en la cocina. Había dos puntos de vista diferentes del
patio, y cada monitor reproducía una grabación realizada con visión nocturna y
reconocimiento térmico.
—Fijaos en las cámaras tres y cuatro.
En las pantallas aparecieron de pronto imágenes captadas de aquella noche. La
cámara tres mostraba a Skye cruzando silenciosamente el patio desde la parte
trasera de la casa hasta el frente, y en la cuatro se veía una sombra amenazadora
aproximándose por el lateral de la casa, cerca del patio trasero.
—Cámara cinco —indicó.
En aquel monitor aparecía la imagen térmica de un cuerpo; se percibían breves
vislumbres de algunos puntos que dibujaban el contorno rojo de un hombre cada vez
más próximo. La figura se detuvo junto a la casa, a suficiente distancia como para
que no fuera identificable.
En el monitor, se veía cómo Skye se acercaba a los árboles que separaban su
casa de la de Logan mientras los quejidos del cachorro se incrementaban.
—Tu dueño no te hace caso, ¿verdad, cariño? —La voz de la joven tenía que
haber sido perfectamente audible para el intruso.
La figura permaneció inmóvil, esperando junto a la fachada lateral. Su identidad
permaneció oculta a pesar de que la cámara le enfocaba perfectamente.
—Te secuestraría, pequeña, si quisieras venirte conmigo. Escucharte llorar cada
noche me rompe el corazón.
El cachorro, asustado, giró la cabeza hacia la fachada de la casa al tiempo que
reculaba, metiéndose debajo de los arbustos para esconderse de Skye. Desde allí
alzó su graciosa cara arrugada y en los grandes ojos acuosos apareció un brillo de
intenso temor.
—Ven, pequeñita —canturreó Skye con dulzura—. El que te dejó en casa de
Logan merece una buena patada en el culo por no haberte llevado conmigo.
El cachorro gruñó con ferocidad a pesar de su tamaño, consiguiendo que la figura
junto a la fachada, que había comenzado a avanzar de nuevo, se detuviera
bruscamente.
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—Tranquila, yo tampoco me llevo bien con ese impresentable de Callahan —dijo
ella con tristeza—. Cuando son así de tercos, no hay esperanza para ellos. Tu
anterior dueño debería ser arrestado por pensar que una cosita como tú podría
ablandarle.
Lentamente, la sombra retrocedió y se alejó.
—No fuiste tú. —Logan imprimió una gélida advertencia en su voz cuando se
volvió hacia ella.
Skye le había dicho que había llegado por el lateral de la casa.
¿Por qué?
Ella negó con la cabeza y aclaró rápidamente lo sucedido.
—Yo me acerqué desde el otro lado, no pensé en ello hasta que recordé lo que
dijiste esa noche. Por eso volví a revisar el video. —Señaló con la mano el monitor
con la imagen térmica del intruso que atravesaba corriendo el patio trasero.
La figura se acercó a los árboles que lo delimitaban y se abrió paso entre ellos sin
dificultad.
—Estoy segura de que llevaba gafas de visión nocturna —señaló ella—. No es
posible que lograra atravesar la arboleda con tanta facilidad si no las llevara. Estaba
demasiado oscuro e iba demasiado rápido.
Logan estuvo de acuerdo con ella.
Manteniendo los brazos cruzados sobre el pecho, apoyó un codo en la mano
contraria y se mesó la barba incipiente antes de frotarse los labios con los dedos
mientras movía la cabeza pensativamente.
Mientras, la figura del extraño se dirigía a la ladera de la montaña... Y de repente
desapareció. No fue desvaneciéndose poco a poco, sino que se esfumó.
—¿Habéis visto eso? º—inquirió la joven, tensa—. Se volatiliza sin más. No existe
ninguna señal térmica de un vehículo, y por lo que sé, la única manera de que
desapareciera de esa manera sería que hubiera...
Fue él quien terminó la frase.
—... una especie de barrera natural entre el intruso y la cámara. —Giró la cabeza
hacia Crowe.
Su primo conocía las tierras del condado de Corbin como la palma de su mano.
—Tendría que buscar en un mapa la posición exacta, pero sí, es muy probable
que exista una gruta por esa zona. —Crowe asintió pensativamente—. Siempre he
oído decir que hay varias por allí y que se conectan entre sí en el interior de la
montaña, aunque yo no las conozco.
—¿Ibas a advertirme de esto? —le preguntó Logan a Skye ¿Cuándo lo has
descubierto? ¿Por qué no se te ocurrió contármelo?
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Otra vez la vio arquear una ceja. Aquella arrogancia natural era algo que pocas
veces veía en una mujer, y no le gustaba nada que fuera, precisamente, un rasgo de
Skye.
—Te lo habría contado esta noche o mañana. —La joven encogió los hombros
descuidadamente—. Por si no lo recuerdas, la última vez que pisé tu casa me
ordenaste de una manera un tanto grosera que me largara. No pensaba
aventurarme a regresar hasta que se te pasara el mal humor.
—¿Mal humor? —gruñó.
—Sí, a veces parece tu estado natural. —Ella asintió con la cabeza—. No le
mostré al sheriff las grabaciones por el mismo motivo que no te pedí permiso para
instalar las cámaras.
—El factor sorpresa —murmuró Crowe, dando un paso hacia los monitores para
estudiar los registros en tiempo real.
—Hay algo que no entiendo: ¿por qué has estimado necesario realizar
grabaciones espiándome si no me consideras el principal sospechoso de los
crímenes? —inquirió Logan—. ¿Por qué demonios crees que puedes jugar a ser la
agente tocapelotas del FBI que arriesga su vida sin nadie que la apoye?
Al oír aquello, Skye pareció derrumbarse. Sus ojos se humedecieron y tuvo que
parpadear para borrar el pesar que Logan vislumbró en su interior, para disimular la
necesidad y el anhelo que sentía por él.
—Porque aunque entonces no quise reconocerlo, te amé desde el momento que
te conocí, Logan —confesó—. Y quiero algo más que una noche. Amy no tomó
medidas para protegerse cuando comenzó la investigación. No notificó a nadie de la
Agencia que estaba buscando pistas ni se aseguró de disponer del apoyo necesario.
Y yo no quise cometer los mismos errores.
Logan percibió claramente cómo las garras del miedo le oprimirían el corazón. Tal
y como había sospechado, Skye estaba allí para investigar las muertes de Amy y las
demás víctimas. Buscaba a un asesino y, lo mismo que su hermana adoptiva, una
vez que diera con él no viviría para contarlo.
—Al menos ella estaba entrenada para ello. Tú no eres más que una funcionaría
de la Agencia. ¿Acaso crees que no tengo mis contactos? —gruñó, incapaz de
contener la furia que le producía pensar que Skye podía morir—. Tu estrategia no
funcionará. —Señaló los monitores con la mano—. Esto no conseguirá que sigas
viva más de lo que lo consiguió el entrenamiento de Amy. ¡Vete a casa, Skye! —No
gritó en esta ocasión, pero ella se sobresaltó igual en respuesta a su cólera—. Por el
bien de los dos, abandona el condado de Corbin.
La joven abrió la boca para discutir, para defender sus argumentos, pero él no le
dio opción al cerrar bruscamente las puertas del cuarto secreto y abandonar
rápidamente el dormitorio.
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Skye dio un respingo. Jamás se había puesto nerviosa en el transcurso de una
misión. Siempre había hecho de cebo donde se terciara, desde su primer trabajo,
pero jamás había sentido miedo.
Ahora sí.
Se volvió hacia Crowe, que le sostuvo la mirada con expresión sombría durante
un buen rato.
—No va a escucharme, ¿verdad? —le preguntó.
Logan no quería que ella le engañara, pero tampoco estaba dispuesto a asumir la
verdad.
Por suerte, Skye no era una persona conformista.
Crowe negó con la cabeza.
—Éste no es trabajo para ti, Skye —le aseguró—. Eres demasiado frágil. Te
podrías quebrar con demasiada facilidad —concluyó antes de salir con tranquilidad
de la habitación.
Ella apretó los dientes y los siguió rápidamente, alcanzándoles en la cocina
cuando ya se dirigían a la puerta trasera.
—El Carnicero fue a buscar a Marietta a Boulder. —Los dos se detuvieron—. Mis
contactos saben que has tenido otras dos amantes desde que regresaste al condado
de Corbin, Logan. Ellen Mason en Grand Juction y Jenny Perew en Mount Sterling.
—Logan entre cerró los ojos y se aproximó a ella amenazadoramente—. Si ellos las
han encontrado, el asesino también lo puede hacer.
—¿Y cómo diste tú con ellas? —Incluso la perrita se quedó quieta ante el tono
letal en la voz de su amo.
—Investigando —respondió ella—. Llamando a los bares y restaurantes que
sueles frecuentar y haciendo las preguntas correctas. —Y también había contado
con la ayuda del mismo tipo que le había echado una mano a la hora de realizar la
instalación en el cuarto secreto—. Averigüé los nombres la semana pasada. Si
alguien te siguió...
—Nadie lo hizo —rugió Logan.
—Yo lo hice una vez —confesó ella—. Permití que te perdieras de vista cuando
entraste en el centro de Laramie. Permanecí a una distancia prudencial, aun a riesgo
de perderte, pero no lo hice. Si me marcho ahora, nada cambiará. Soy tu cebo. La
gente ya ha comenzado a murmurar. Si no pudiste mantener ocultas a Marietta,
Ellen y Jenny, ¡yo tampoco tendré ninguna oportunidad cuando regrese a Denver!
Logan la miró en silencio. La única señal de vida que había en su rostro era el
furioso brillo esmeralda de sus ojos.
Skye sabía lo que él estaba sintiendo o, por lo menos, lo comprendía. Había
perdido amantes, amigas. El había sido la causa de su muerte y fue incapaz de
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salvarlas. Igual que era incapaz de proteger a sus primos; de interponerse entre
ellos y el asesino.
—Ella tiene razón, Logan. —Había un brillo de pesarosa admiración en la mirada
de Crowe cuando se volvió hacia la joven—. Corre el mismo peligro, si no más, que
Marietta.
—¡Que Dios condene a ese bastardo al infierno! —La voz de Logan rezumaba
furia, pero sus ojos... Sus ojos prometían muerte—. ¿Por qué coño te has
involucrado en esto? ¿Quieres que te maten? —Observó que Skye apretaba los
puños con fuerza y que una dolorosa expresión de cólera iluminaba su cara.
¡Mató a mi hermana! —exclamó con voz ronca, parpadeando para contener las
lágrimas -. Amy me salvó la vida cuando mis padres murieron Permaneció a mi lado
y cuidó de mí. Ese monstruo tiene que pagar por todo lo que ha hecho.
—Te matará como mató a tu hermana —Sabía que sus palabras eran frías y
brutales, pero tenía el presentimiento de que la suavidad no funcionaría con Skye.
Se consideraría un hombre con suerte si llegaba a convencerla de que mostrara un
poco de cautela—. Tu sentido común debería impedir que te arriesgues así — le
espetó mordaz.
Esperó a que la joven hablara, pero, al ver que guardaba silencio, soltó la
pregunta que le había estado rondando todo aquel tiempo.
—¿Cómo coño sabías lo que estaba ocurriendo en mi casa?
—¿Cómo puedes hacer una pregunta tan estúpida? —le gritó ella—. Lo supe
incluso antes de que llegara el sheriff. De hecho, los vecinos hablaban de ello
cuando aún no había llegado. Sabía que habían encontrado el cuerpo de Marietta
Tyme y no estaba dispuesta a permitir que un hombre inocente pagara por un crimen
que no había cometido.
—¿Por qué piensas que me mantendré alejado de ti? —Logan se acercó más,
obligándola a retroceder hasta la mesa de la cocina. La acorraló contra la silla más
cercana, cerrando los dedos en el borde del respaldo y capturándola entre sus
brazos mientras la miraba de manera acusadora—. ¿Por qué, Skye? ¿Por qué
piensas que no te follaré si surge la posibilidad? ¿Porque no me acuesto con
ninguna mujer en Sweetrock? —Se mesó el pelo con fiereza y dio un paso atrás—.
¡Dios!, jamás pensé que ese monstruo se enteraría de lo que hacía en Boulder. ¿De
verdad quieres convertirte en su siguiente víctima?
—¿De verdad quieres permanecer célibe durante el resto de tu vida? —replicó
ella acaloradamente, inclinándose hacia él mientras se clavaba las uñas en las
palmas de las manos—. ¿O prefieres dedicarte a vigilar a tus amantes? ¿Qué tal si
te largas de este condenado condado y das por perdido todo aquello por lo que el tío
de Rafer luchó antes de morir? ¿Y qué pasa con Crowe? — le señaló con la mano
—. ¿Con Rafer? Si realmente te preocupas por él. ¿cómo crees que le afectará que
ese bastardo encuentre a Cami? ¿Qué pasa si tiene éxito y la mata? —gritó—.
¿Podrás vivir con ello?
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—¿Y por qué piensas que tú podrás sobrevivir? —La furia que le provocaba la
situación, el miedo que le encogía el estómago y que le indicaba que el Carnicero
iría a por ella, le carcomía por dentro.
Skye esbozó una sonrisa de divertida confianza, de reto al destino.
—Porque yo no soy una persona normal, Logan. Yo estoy entrenada para
sobrevivir —le informó con serenidad—. Perdonaré tu falta de confianza en mí
porque estoy segura de que no eres consciente de que soy una agente altamente
cualificada del FBI y que estoy entrenada para ser el cebo en toda clase
operaciones. — Abrió los brazos ofreciéndose—. Dime, ¿por qué no actúas como
una persona normal y haces lo que cualquier hombre cuerdo y razonable haría en tu
lugar? ¿Por qué no me utilizas?
—¿Quién dijo que yo fuera cuerdo y razonable? —La miró enfurecido—. Has
perdido el juicio, Skye. —Ni siquiera ahora podía gritarle. Un hombre de verdad no
gritaba a aquéllos que estaban locos, se dijo a sí mismo—. ¿Qué demonios crees
que vas a conseguir? —volvió a preguntarle. No había recibido una buena respuesta
la última vez, así que tampoco la esperaba ahora.
—¿Intentar ayudaros a encontrar a un asesino que lo único que quiere es que
acabéis en prisión acusados de sus crímenes? —Arqueó la ceja burlonamente antes
de continuar azuzándole con sarcástica lógica—. ¿Por qué no dejas de actuar como
si fueras el Llanero Solitario?
—¿El Llanero Solitario? —repitió él con incredulidad.
—¿No sabes quién es? —Skye se encogió de hombros—. Lo siento, siempre veía
viejas series de vaqueros con papá Cárter cuando era pequeña. Lo que realmente
quiero decir es que no puedes enfrentarle solo contra el asesino y que necesitas mi
ayuda.
La miró con incredulidad. Tenía el miembro duro como el acero y la sangre le
rugía en las venas. Había una suave llama de anticipación y adrenalina en los ojos
femeninos que le sacaba de quicio. Estaba loco por poseerla.
Siempre había eludido a las mujeres que trabajaban en la policía o en las Fuerzas
Armadas porque eran demasiado duras, autoritarias... Se consideraban fuertes y
acababan queriendo hacer justo lo que ella estaba tratando de hacer. Exactamente
lo que Amy había hecho doce años antes.
Skye pretendía que creyera que era lo suficientemente fuerte como para tentar a
un asesino y sobrevivir.
Quizá ella pudiera serlo. Sí, tan fuerte y valiente como para amarle para siempre y
sobrevivir. Pero él sabía que nada duraba para siempre. La inmortalidad no existía,
ni en la vida ni en el amor.
Clavó la mirada en ella y observó sus ojos, confiados y tranquilos; leyó la
experiencia que tenía y quiso creerla más que nada en su vida.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
La excitación hacía que su sangre le hirviera con furia en las venas, impulsada
por la cólera. La confianza que leía en los ojos de Skye era como gasolina que
avivara las llamas del erótico deseo que ardía en su interior. Por un segundo,
durante un breve instante, sólo le importó follar con ella.
Dio un paso adelante, dispuesto a tomarla en brazos y llevarla directamente a la
cama para poseerla hasta que ninguno de los dos pudiera moverse. Pero nada
duraba para siempre. Podría tenerla, sí. Podría acostarse con ella una sola vez y
luego tendría que expulsarla de su vida.
De su vida y quizá, si conseguía su propósito, de la vida del asesino.
Y eso era lo primordial. Mantener viva a la mujer que amaba era mucho más
importante que mantener vivo su corazón.
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Pecados Mortales
Capítulo 12
—¡Joder, Logan! ¿No habíamos quedado en que te mantendrías alejado de la
cama de la vecina? —Crowe eligió justo ese momento para burlarse de su primo-—.
Recuerda, lo habías prometido.
Skye alejó renuentemente la mirada de Logan para clavarla en Crowe. Por
supuesto que habían hablado de ella, eran primos. Y al ser el mayor de los tres,
Crowe sentía la incontenible necesidad de intentar proteger a Logan y a Rafer.
Aunque lo cierto es que cualquiera de ellos se comportaba de una manera
ferozmente protectora con respecto a los otros dos.
Y ahora Logan parecía desesperado por encontrar la forma de protegerla también
a ella.
—Sí, esa vecina suya, la señora Reisner, me han dicho que es una auténtica
tigresa —bromeó con una sonrisa, mirando a Skye—. Pero no creo que a Logan le
apetezca hacer el salto del tigre con ella. —Por supuesto, la señora Reisner querría
morirse si escuchara esa conversación.
Crowe hizo una mueca y no precisamente de diversión.
La joven lo observó con atención y vio el dolor que se reflejaba en sus ojos antes
de que él cogiera bruscamente las gafas de so1 del cuello de la camiseta para
ponérselas.
Era evidente que el pesar de aquel hombre era profundo y sombrío. Le hacía
apretar los labios y formaba una oscura sombra verde en sus pupilas.
Según el profesional que había analizado el perfil psicológico y comportamiento
de los tres Callahan, Crowe era el único capaz de abandonarlo todo para dar caza al
asesino. El terapeuta no había tenido ninguna duda al respecto y había añadido que
una vez que diera con el Carnicero, algo que estaba seguro de que ocurriría, haría
sufrir al monstruo de una manera todavía más intensa de la que éste hacía sufrir a
sus víctimas.
Sin embargo, el análisis profesional había llegado a la conclusión de que, en el
caso de Logan, en el supuesto de que la sangre del asesino cubriera sus manos,
éste sólo se distanciaría. No asumiría la realidad. Por eso estaba tan pendiente de
los hechos y no le preocupaba en absoluto ninguna estrategia que planearan para
capturar al monstruo.
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Pecados Mortales
—Aunque me temo que no le interesa demasiado la señora Reisner —continuó
Crowe, burlón—, sino una agente del FBI con más valor que sentido común. Una
loca dispuesta a bailar el tango con un Callahan.
—¿Bailas el tango, Logan? —Skye también sabía hacerse la tonta si quería, e
incluso resultar convincente—. Lo siento, no entra dentro de mis habilidades. Era
una disciplina que mi entrenador no dominaba, y sólo se limitó a enseñarme los
pasos de los bailes texanos. —Sonrió abiertamente.
Logan negó con la cabeza.
—Tengo cosas que hacer. —-Miró a su alrededor y frunció el ceño—. ¿Dónde
está Rumbles? ¡Ese pequeño monstruo estaba aquí hace un momento!
—¿Hablas del cachorro? ¿Le has puesto nombre? Se supone que no debías
perderla de vista y menos aún traerla a mi casa.
—Estaba debajo de la mesa —gruñó Logan, mirando debajo del mueble y,
después, en todos aquellos rincones en los que pudiera haberse escondido—.
Pequeña embaucadora... Lleva cinco días pegada a mi culo a todas horas y ahora
desaparece.
Lo mismo que debía hacer Skye; ignorar a esos hombres igual que Rumbles.
Pensó que no era de extrañar que a la pug le sentara tan bien ese nombre que
significaba estruendo.
Sacudiendo la cabeza, se dirigió al dormitorio con paso firme y se detuvo
bruscamente a los pies de la cama, clavando los ojos en la beatífica estampa que
aparecía ante sus ojos; la inocente imagen que ofrecía el cachorro al que Logan
llamaba «pequeño monstruo».
Una pilluela sin remedio, eso es lo que era. Y, una vez más, había destrozado una
de sus prendas favoritas.
No podía imaginar cómo había hecho el animal para dar con aquella blusa de
seda verde pálido. Llevaba días buscándola y allí estaba, en mitad de la cama, rota
sobre su pequeño cuerpo, y cubriéndole parte de la cara. Uno de los ojos asomaba
por debajo de la tela anunciando que estaba dormida, algo perceptible también en
las patas estiradas.
Aquélla era su posición favorita para dormir. Y por alguna razón, durante el tiempo
que estuvo con Skye, había logrado bajarse de la cama sin despertarla y hecho lo
imposible por dar con una de sus prendas favoritas, antes de volver al lecho y
destrozarla lo justo como para dejarla inservible y después volver a dormirse.
Iba a tener que quitar el arcón que había a los pies de la cama, pensó con un
suspiro. Estaba claro que el animal lo utilizaba como trampolín para ocupar su lugar
favorito en el colchón.
De pronto se dio cuenta de que la había echado de menos. Los últimos días había
añorado el caliente peso del cachorro contra su costado. De hecho, su ausencia
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Pecados Mortales
había provocado que regresaran las pesadillas con una fuerza más intensa que
antes.
No quería soñar. No quería volver a vivir cosas que necesitaba olvidar.
Logan se acercó a ella en ese momento y le rozó los hombros con el torso cuando
se inclinó para hablarle al oído.
—Cuando la miro, lo único que quiero es envolverla entre algodones y guardarla
en un lugar seguro para que esté a salvo hasta que todo esto haya pasado le dijo en
voz baja.
Skye sacudió la cabeza.
—Se moriría —le aseguró en el mismo tono, consciente de que Crowe podía
seguir por allí—. Es pequeña, pero piensa que eres tú quien la necesita. Y si no lo
reconoces, le vas a destrozar ese corazoncito que ya te ha entregado.
La joven no estaba hablando sólo de la perrita. Se refería a su propio corazón, el
que le había regalado sin que él lo supiera cuando tenía sólo quince años, en el
funeral de su hermana, al ver aquella lágrima que le resbaló por la mejilla y se perdió
en la barba incipiente que lucía aquel día.
Fue como si llorara por sí mismo. Aquel día Skye entendió el tipo de hombre que
era; igual que entendía lo que le provocaba el pensamiento de perder a otra amante.
—Me alegra que le hayas puesto nombre. —Mantuvo la voz tan baja que apenas
fue audible.
—Rumbles —dijo Logan con ternura.
—Si la llamaras Bella te adoraría todavía más —propuso quedamente.
Logan suspiró a su espalda.
Una explosiva mezcla de cólera, frustración y tensión seguía crepitando entre
ellos, pero no de manera tan intensa como el deseo. Un deseo incontenible que
ninguno podía ignorar, y ambos lo sabían.
—He intentado mantenerme alejado de ti —susurró, apresándole las caderas con
las manos al tiempo que apoyaba la mejilla en su hombro—. La primera mañana que
me desperté y te vi tomando el sol en el patio, casi desnuda, supe que serías un problema.
Skye se relajó contra él. Aquello era algo que había hecho a propósito, tumbarse
delante de su casa para que él la viera. Al parecer, su frío y distante vecino podía ser
tentado.
—Logan —musitó en lo que casi fue una súplica—. Tienes que dejar de resistirte.
Tienes que dejar que te ayude.
—No necesito tu ayuda, Skye —se negó—. Ni la tuya ni la de ninguna otra
persona, porque no estoy haciendo nada.
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—Sé que tus primos y tú no os imagináis los recursos que tengo, que ignoráis el
hecho de que durante toda mi vida adulta me he entrenado para esto, por eso te
perdono el insulto. —Ensayó una risita temblorosa, una que podía mantener
alejados el dolor y el desencanto—. Aunque será sólo por esta vez.
—Me siento honrado —admitió antes de suspirar—. Pero creo que,
definitivamente, voy a declinar tu desinteresada oferta, cariño. Otra muerte más
sobre mi conciencia me destrozaría.
En especial si fuera la de ella.
Sintiendo su calor en aquel momento, su cuerpo contra el suyo, Logan no era
capaz de imaginar que podría seguir viviendo si un monstruo se la arrebataba.
—Eso es lo que quiere —le aseguró ella—. Lo que todos quieren.
Logan tenía la mandíbula tensa cuando se alejó de ella. Lamentaba la pérdida de
su calidez más de lo que quería admitir, pero era necesario que se alejara. Skye era
demasiado confiada y estaba haciéndole pensar, haciéndole preguntarse...
—¿Me has oído, Logan? Ellos quieren destrozarte. —Se enfrentó a él con una
expresión imperiosa, una mirada llena de emociones que Logan no quería
considerar siquiera. Le provocaban dolor, le hacían anhelar demasiadas cosas.
—Pareces creer que hay una conspiración contra nosotros, Skye. —Sacudió la
cabeza—. Y puede que existiera en el pasado, pero dos de ellos ya han muerto, y
sólo nos queda atrapar al último.
—El psicólogo del FBI no comparte tu opinión —insistió la joven.
Él apretó los dientes.
—Thomas Jones murió la noche que asesinó a Jaymi, y Lowry Berry lo hizo hace
un mes, cuando atacó a Cami. Sólo queda uno.
Skye negó con la cabeza.
—He hablado con el psicólogo, Logan. Enviaron a un agente a la escena del
crimen donde apareció Marietta, a su casa y también le hicieron la autopsia. Todo
coincide con el perfil. Pregunté específicamente e al respecto Nada ha cambiado.
—Tampoco yo he cambiado de idea —le aseguró, antes de acercarse a la cama
para tomar en brazos a la perrita, cubierta por la blusa destrozada, y encaminarse
hacia la puerta.
No quería hacerlo, pero antes de salir del dormitorio, se volvió hacia ella por
última vez.
Skye permanecía parada en mitad de la estancia, mirándole, envuelta en esa
espesa mata de pelo oscuro, largo hasta las caderas, que la hacía parecer todavía
más diminuta y delicada de lo que era en realidad.
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Tenía la blusa mal abrochada y estaba despeinada. En algún momento se había
deshecho de las sandalias. Era la mujer más hermosa que hubiera visto nunca y,
para él, la más letal.
Era la única mujer a la que podría amar.
—Regresa a tu casa, Skye —le ordenó con voz cansada—. Vuelve con tus padres
adoptivos y contrata a un guardaespaldas. Ocúltate hasta que todo esto termine.
Luego iré a por ti.
Ella sacudió la cabeza.
—No lo harías. Y no pienso marcharme. Soy lo suficientemente inteligente como
para saber que puedo resolver esto sin tu ayuda, aunque preferiría trabajar a tu lado.
Confía en mí, Logan, es mejor que me dejes ayudarte.
El rechazo en la mirada masculina le rompió el corazón.
—Créeme, Skye -—repuso él—, soy yo el que está ayudándote a ti.
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Pecados Mortales
Capítulo 13
A1 igual que había hecho cuando se ocupó de Marietta Tyme, reconoció que
Logan Callahan tenía un gusto excelente en lo que a mujeres se refería. Y por lo que
parecía, era capaz de mantener a sus amantes ocultas durante un tiempo.
Sabía que tenía que haber otras más además de esas tres.
Marietta en Boulder, Jenny Perew, que vivía en una pequeña casa con algo de
terreno alrededor en Mount Sterling, y Ellen Masón en Grand Juction. Por desgracia
para él, esta última compartía alojamiento con otras chicas. Y no solo eso. Además
era periodista de un periódico local y no tenía un horario de nueve a cinco, por lo
que no era tan previsible como Perew.
Así que la dulce Jenny moriría primero.
Al jefe no le había gustado nada que no encontrara ninguna más; estaba
convencido de que Logan —el Callahan de pelo claro—, tenía que ser menos
discreto de lo que en realidad era. La fama le precedía.
¡Menuda estupidez!
Aquel viejo chocho que tenía por jefe debía de haberse olvidado hacía décadas
de lo que era realmente un impulso sexual. Incluso podría afirmar que sólo podía
excitarse con el sabor y la sensación de la sangre de sus víctimas.
En cambio, él no tenía ningún problema.
Aparentaba tener una vida sexual normal, quizá demasiado vainilla. Sí, su vida
parecía absolutamente previsible, la de alguien de fiar.
Casi se rio ante ese pensamiento mientras apagaba las luces del coche que había
robado en Mount Sterling. Aunque dudaba que Jenny le escuchara incluso en el
caso de que se pusiera a tocar el claxon.
Aquella chica no tenía perro, ni novio, ni compartía alojamiento con nadie. Y esa
noche, estaba en casa.
Echó un vistazo al reloj en su muñeca. Eran las dos de la mañana. No había
testigos a la vista y Skye O'Brien, la última coartada de Logan, se hallaba de viaje
esa noche. O al menos, eso le había oído decir a un cliente en la oficina de correos;
algo de una cita con un médico.
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Pecados Mortales
Y para rematar la racha de buena suerte, su jefe le había dado vía libre para
preparar a fondo aquel asunto.
Sí, sin duda había tenido suerte esa noche.
Por fin podría secuestrar a la víctima y realizar con ella todas aquellas proezas
sexuales y actos pervertidos que anhelaba tan ardientemente.
Y, de paso, demostrar a su jefe de una vez por todas que sabía muy bien lo que
se traía entre manos.
Le frustraba el hecho de que el jefe hubiera desechado cada uno de sus planes
después de que Logan se librara de la cárcel por el asesinato de Marietta.
Como si eso fuera culpa suya.
Como si no le hubiera advertido al jefe en incontables ocasiones que no pasara
por alto a la sexy vecinita de Logan, Skye.
Los había observado atentamente en las reuniones de los fines de semana, y las
sonrisas que se dirigían entre ellos hablaban por sí solas. Y no solo eso. Se
buscaban con la vista y se sostenían la mirada durante mucho tiempo.
Pero no, Skye no era una cualquiera, según le habían dicho. No era una furcia de
la que los Callahan pudieran aprovecharse tan fácilmente.
¡Maldito viejo! ¿Cómo se atrevía a decirle que debía dejar en suspenso sus
planes hasta que hubiera analizado todas las opciones que tenían?
¿Las opciones que tenían?
¡Como si tuvieran algo en común!
Salió del coche y cerró silenciosamente la puerta antes de dirigirse a la casa por
la entrada trasera, cuyo cerrojo había forzado esa misma mañana.
Ahora seguía pudiéndose cerrar por dentro, por lo que Jenny se sentiría segura,
pero desde el exterior, abrir la puerta era tan sencillo como girar el picaporte. Entró
en la casa con la cabeza gacha, ocultando la cara con el ala del sombrero vaquero
que llevaba puesto por si acaso hubiera cámaras.
Sabía que ofrecía una imagen idéntica a la de Logan Callahan.
En completo silencio, se desplazó por la vivienda hasta llegar a un pequeño
dormitorio que tenía la puerta abierta.
Estaba a oscuras.
Era temprano y, aun así, Jenny estaba durmiendo a pierna suelta.
Extrajo del bolsillo de la chaqueta la bolsita protectora de plástico y sacó la gasa
empapada en narcótico antes de acercarse a la cama.
Con un rápido movimiento, atrapó la cabeza de la joven y le cubrió la boca y la
nariz con la gasa, manteniéndola inmóvil hasta que perdió el conocimiento.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
Sólo pasaron unos segundos.
Sin embargo, el miedo que leyó en los ojos de Jenny durante ese tiempo hizo que
su pene se pusiera firme y que unas gotas de humedad impregnaran el preservativo
que lo cubría.
¡Joder! Iba a tener que ser muy cuidadoso cuando se deshiciera de esa goma.
Pero no importaba. Disponía de todo el tiempo del mundo para ser precavido.
Dejó caer junto a la cama la bolsa que llevaba al hombro y respiró profundamente,
obligándose a mantener la calma.
Estiró y flexionó los dedos, asegurándose de no borrar las huellas de los guantes.
Aquel látex llevaba impresas las huellas dactilares de dos dedos de Logan Callahan,
por si acaso aquel cabrón tenía otra coartada. Estaba seguro de que su plan no
podía ser mejor y esperaba que en esta ocasión funcionara.
Seguro que ahora no se mostraba tan arrogante. Puede que hasta el momento se
hubiera librado de todas las argucias para incriminarle, pero no había contado con
su tenacidad.
Sacudió la cabeza y se concentró en su tarea. Quería divertirse a fondo.
Había planeado lo que iba a ocurrir con todo lujo de detalles, igual que había
hecho anteriormente con la muerte de Marietta. No había espacio para ningún error.
No dejaría ningún indicio que no quisiera que encontraran.
¿Por qué coño no se daba cuenta el jefe de que era un genio?
Sopesaba todos los riesgos, pero el muy capullo pensaba que sólo quería
saborear la sangre otra vez.
Así que iba a hacerlo a su manera y se aseguraría de que el jefe se diera cuenta
de ello.
Con el pene duro como una piedra y la sangre palpitando ferozmente en sus
venas, se dedicó a hacer pedazos el camisón de la mujer.
Aquella prenda era de sencillo algodón, no tan suave y bonita como las que usaba
Skye O'Brien, pero arrancarla del cuerpo del Jenny le resultó divertido.
Como desenvolver un regalo de Navidad.
Iba a follarla hasta que dejara de respirar.
Iba a mirar cómo se desangraba hasta morir.
Iba a dejarla tirada allí mismo cuando todo acabara, desnuda, usada, sobre la
colcha empapada en sangre.
La ató a la cama con los brazos y piernas abiertos, y comenzó a sacar su
instrumental.
Mucho desinfectante.
No pensaba dejar ninguna prueba en esa ocasión.
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Pecados Mortales
Ni siquiera un trocito de tela.
Ni huellas dactilares.
Ni pelos.
No encontrarían siquiera un indicio de ADN en aquella mujer.
Se quitó el sombrero y lo dejó boca abajo sobre el tocador.
Se desvistió lentamente, y dejó a la vista su cuerpo completamente afeitado. No
había dejado ni un solo pelo, y se había exfoliado la piel a conciencia. Además, se
había rociado por entero con una mezcla de látex y aerosol para asegurarse de que
no dejaba atrás ni una sola célula. También se había puesto un preservativo y
cubierto los testículos con una bolsita plástica que posteriormente aseguró con cinta
adhesiva.
Todas las precauciones eran pocas.
Pero el terror que inundó brevemente aquellos ojos castaños bien las valía...
Su jefe iba a lamentar no haber estado presente.
El encuentro estaba previsto a medianoche, pero, a pesar de eso, se había
marchado de casa a las cuatro de la tarde. Resultaría demasiado inusual ver su
vehículo abandonando el pueblo a altas horas de la noche. Llamaría la atención de
demasiada gente.
Sin embargo, si alguien le veía atravesar las montañas a media tarde no resultaría
tan raro. Lo hacía a menudo y nadie le miraría dos veces. Y esa reunión era
demasiado importante para que hubiera testigos.
Veinticuatro años y dos intentos después, el trabajo seguía sin realizarse. Había
permitido que le convencieran de llevar a cabo intrincados complots diseñados,
evidentemente, para fallar y dejar escapar lo que era su objetivo final. Para asegurar
que no obtenía el premio que debería haber recibido mucho tiempo atrás.
Cuando todo aquello comenzó era un hombre joven. Un tipo optimista que creía
que una cuidadosa planificación acababa produciendo los frutos esperados. Pero
finalmente se había dado cuenta de que había demasiados imprevistos capaces de
desbaratar aquellos planes tan meditados
El triunfo se había mantenido esquivo a pesar de los años y el duro trabajo. Daba
igual lo mucho que lo intentara, no importaba a cuánta gente matara ni con quién o
contra qué conspirara, seguía negándosele lo que tanto se había esforzado en
lograr.
Se había retorcido de dolor a causa de ello.
Había sangrado incluso.
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Pecados Mortales
Y después de más de dos décadas, todavía le negaban aquello que tanto había
soñado.
El tiempo se acababa. Ya no era un jovencito, ni siquiera un hombre en la flor de
la edad. Llevaba demasiado tiempo combatiendo en la misma batalla; igual que su
padre y su abuelo, antes que él, habían luchado por lo que debería de haber sido
suyo y que, sin embargo, había acabado en manos de los Callahan.
¡Maldita sea! Debería haber tomado cartas en el asunto hacía ya muchos años.
Mientras atravesaba las montañas camino de la reunión que él mismo había
concertado, admitió que había cometido muchos errores desde el principio. Ahora
tenía claro el sendero que debería de haber tomado desde el primer momento. En
vez de obligar a sus socios a mancharse también las manos de sangre, tendría que
haberles presionado para que contribuyeran con fondos.
Sí, tendría que haber permitido que fuera otro quien matara a esos jodidos
Callahan o a sus padres antes de que hubieran tenido la posibilidad de procrear; de
robar lo que era suyo.
¿Y qué había hecho en su lugar?
Había dejado que le convencieran para sentir un poco de simpatía por ellos a
pesar de que era algo incompatible con sus objetivos.
Sí, era culpable; culpable de haber tenido piedad de unos niños.
Su padre siempre dijo que los que asesinaban niños tenían un lugar especial en el
Infierno. Fue la única regla que recibió de su progenitor: jamás derramar la sangre
de un niño. Ninguno de los dos lo había hecho nunca.
Ese fue su primer error.
El segundo fue creer que los primos Callahan habían renunciado a luchar por la
tierra de sus padres cuando se alistaron en la Marina.
De alguna manera inexplicable, Clyde Ramsey se había enterado del complot
urdido para incriminar a los tres jóvenes del asesinato de Jaymi Flannigan y logró
que escaparan. De no haberlo hecho, habrían muerto en prisión y Clyde lo sabía.
Ladino e intuitivo como nadie, aquel viejo bastardo se aseguró de que sus
sobrinos desaparecieran rumbo a las Fuerzas Armadas; el único lugar en el que su
enemigo real tenía poca influencia. A partir de entonces, fue el propio Clyde quien
luchó contra ellos.
¡Jodido viejo! Era el más listo de todos y habían sido necesarios muchos años
para matarle. Demasiados años y demasiados recursos. Pero el anciano había
anticipado cada intento y, durante todo aquel tiempo, él había aprendido muy bien
que sus cómplices en el crimen no eran más que enemigos disfrazados.
Hubo un tiempo en el que llegó a plantearse olvidarlo todo. Una época en la que
se convenció de que podría ignorar el sueño con el que su padre había fantaseado.
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Pecados Mortales
Pero entonces, David Callahan le robó lo que más quería y él sintió de nuevo
ansias de vengarse, de que corriera la sangre.
Frenó el vehículo frente a la cabaña indicada y permaneció inmóvil durante un
rato, perdido en aquellos recuerdos que rara vez permitía que se inmiscuyeran
libremente en su mente.
Sí, recordaba a una mujer con los ojos brillantes y llenos de vida, con el pelo
enredado y multitud de rizos moviéndose al compás de su risa. Sus labios eran
arcos insolentes y exuberantes, suaves como la seda más fina. Sus besos serían
capaces de hacerle olvidar los planes que su padre le había obligado a jurar que
llevaría a cabo.
Lo único que quería era pasar la vida entre sus brazos. Sólo tenía importancia
amarla Verla sonreír cuando sus ojos se abrieran cada mañana Ver el amor que
estaba seguro que iluminaría su mirada.
Sólo le importaba ella.
Sólo...
Apretó el volante con fuerza entre los dedos cuando la vieja furia volvió a
emponzoñar su alma.
La había cortejado durante años e intentado seducirla en numerosas ocasiones.
Durante mucho tiempo estuvo seguro de que sólo era necesaria paciencia para
llegar a conquistar su corazón, pero había bastado una mirada a aquel bastardo de
David Callahan para que, sólo unas semanas después, se fugara con él llevando ya
en el vientre a su primer hijo.
Tuvo que contener el angustiado sonido que siempre le provocaba el abrumador
dolor de la pérdida, el dolor al que sólo escapaba cuando dormía. Que rasgaba su
garganta cada vez que la furia se apoderaba de él.
Ella fue siempre la dueña de su alma y se la destrozó con absoluta falta de
misericordia. Jamás hubiera imaginado que aquella mujer, la de la sonrisa inocente,
la de las carcajadas llenas de júbilo, podría llegar a destruirle de aquella manera.
Su dulce y preciosa...
La puerta se abrió.
Se intuía el interior, oscuro y silencioso. No había ninguna luz, y no apareció
ningún demonio, aunque sabía muy bien que eso era lo que había allí dentro.
Aquello era la entrada al infierno e iba a acceder a él de manera voluntaria.
Por venganza.
Respiró hondo y salió del pickup para acercarse a la entrada de la cabaña. Era el
único lugar en el que había conocido un poco de paz y felicidad; donde estuvo una
vez con la única mujer que amó
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Pecados Mortales
—Quédate en la puerta —ordenó entonces una voz áspera y despiadada como el
odio puro, tan roja como la sangre derramada—. No quiero ver tu cara, ni que tú
veas la mía.
No importaba que no se vieran. Los dos se conocían muy bien.
—Yo tampoco quiero verte. —Sabía con quién negociaba y eso era lo único que
importaba.
—Recibí la prima —le informó la voz desde el interior de la cabaña—. Medio
millón ingresado en mi cuenta. Los siguientes pagos se efectuarán de la misma
manera.
Medio millón por objetivo y medio millón por adelantado. Total dos millones de
dólares. Había sido necesaria toda una vida para recaudar ese dinero. Un dinero
que tenía repartido por cuentas en todo el mundo y que ahora, por fin, le iba a ser de
utilidad.
—¿Estás seguro de que es esto lo que quieres? —preguntó la voz lenta y
pesadamente.
Sí, quería entrar en el infierno... A eso le llevaban la furia y el odio... y un pasado
que no podía olvidar.
—He realizado el primer pago. —Se encogió de hombros como si nunca hubiera
vacilado.
—Tengo que escuchar las palabras de confirmación —le informó—. No realizaré
el siguiente trabajo sin haberlas oído.
—He ingresado el pago —protestó.
—No importa —dijo el asesino en tono de diversión—. Tengo que escuchar las
palabras. No quiero que luego alegues que no conocías las consecuencias.
Claro que conocía las consecuencias. La primera sería que el sueño que su
familia llevaba acariciando tantos años se haría realidad.
Y si para conseguirlo tenía que pecar, que así fuera.
—Los objetivos son: Rafer Callahan y su puta, Cambria Flannigan; Logan, Crowe
y cualquier furcia que haya pasado la noche en sus camas en los últimos tres meses
y que pueda llevar a sus bastardos. No quiero que aparezcan más Callahan
reclamando una parte del condado de Corbin. Quiero destrozarlos, enterrarlos si
fuera posible, aunque te advierto que yo he tratado inútilmente de conseguirlo
durante doce años y eso que todo el mundo los considera culpables.
Un opresivo silencio inundó la oscuridad durante un buen rato.
—Un millón por cada amante de los Callahan, ¿incluso aunque no haya
posibilidades de que la mujer haya concebido? ¿O hay rebaja por ese hecho?
La furia hirvió en su interior.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
—Cualquier mujer que sea la furcia de uno de ellos merece morir, aunque no
quepa posibilidad alguna de procreación.
El silencio cayó de nuevo sobre ellos.
—De acuerdo —asintió el asesino finalmente—. Puedes irte. Si no te importa, me
aseguraré de que no están preñadas e iré primero a por los objetivos principales.
—Crowe... —murmuró.
Una risa resonó en la cabaña.
—¡No conoces al enemigo! No, el más fuerte no es el mayor ni el más joven. El
más fuerte es el que menos tiene que perder, el que menos ama. Los otros dos
tienen preocupaciones, pero éste sólo vive para que sus amados primos estén a
salvo. En realidad guarda muy poco amor en su interior.
—Logan. —No hubo duda en la voz. Era una afirmación.
Era cierto. Logan era el que menos tenía que perder.
Asintió con la cabeza frente al asesino.
—Cada vez que te deshagas de un objetivo, realizaré el pago. —Se dio la vuelta
con rapidez, se acercó al pickup a grandes zancadas y se alejó de allí.
Frunciendo el ceño, el asesino se acercó a la ventana lentamente y se apoyó en
el marco para mirar el cada vez más lejano vehículo hasta que lo vio perderse en
una curva.
Se rascó distraídamente la mejilla y sintió la barba incipiente que le oscurecía la
mandíbula mientras pensaba que era condenadamente difícil conocer a las
personas.
¡Joder!, jamás hubiera adivinado que el enemigo de los Callahan era el tipo que
se había acercado a él, dispuesto a contratar a un asesino.
No... nunca lo hubiera sospechado.
***
Al día siguiente
Vio salir a Skye y sus fosas nasales se ensancharon. Notaba la furia a flor de piel,
afectando a todos sus sentidos.
El resentimiento era un pesado y cálido manto que le sofocaba; le oprimía,
provocándole una intensa angustia.
No era justo.
No estaba bien.
~138~
Lora Leigh

Pecados Mortales
Había encontrado a otras dos.
La sangre de Jenny, su última víctima, le había sabido condenadamente dulce
mientras eyaculaba en el preservativo. Ver aquellos ojos que no lograban contener la
agonía cuando le rebanó la garganta...
Todo había salido a la perfección cuando secuestró y mató a Marietta. Y ahora
había dejado el cuerpo de Jenny quebrado y vacío de sangre. Los brazos atados a
la cama. Una pierna se le había dislocado en algún momento y tenía un ángulo
extraño, pero no importaba.
Y aun así, su jefe no parecía satisfecho porque todavía no habían encontrado a
Cami Flannigan.
¡Maldita sea! ¿Por qué no había matado primero a Skye O'Brien?
¡Oh, Dios, no! Todavía no. Eso habría sido una estupidez. Matar a Skye O'Brien
no era buena idea en ese momento.
Primero se encargaría de Ellen Masón y de Cami Flannigan, y luego se pensaría
si mataba a la otra hija de Cárter Jefferson. Sabía que si la mataba antes que a las
demás, el FBI caería sobre ellos y no podrían rematar la tarea.
El gobernador utilizaría todo su poder para perseguirlos, y él todavía no estaba
preparado para atentar contra la vida de tres mujeres con un montón de federales
husmeando por el jodido condado.
No había encontrado todavía a Cami, aunque seguía en ello. Rafer Callahan
parecía haber desaparecido con ella de la faz de la tierra.
No, no era culpa suya no haber dado con Cami todavía.
Demonios, ni siquiera se había molestado en contarle al jefe lo que le dijo su
contacto, su único as en la manga; el único que sabía algo de ella.
Respiró profundamente y se calmó pensando que el cuerpo de Jenny aparecería
al cabo de pocos días. Había sido tan insignificante en vida que no significaba nada
para la gente con la que trabajaba, pero tenía un hermano en Arizona que acabaría
echándola de menos después de un tiempo sin saber nada de ella.
Si tenía suerte, incluso antes...
Quizá su jefe tuviera en cuenta su opinión una vez que la encontraran.
¿Cómo que quizá? ¡Después de todo lo que había hecho por él tenía que tenerle
en cuenta!
Siguió a Skye con paso lento mientras ella iba saludando a todos aquéllos a los
que se cruzaba camino de la reunión semanal. Reuniones llenas de música y buena
comida que eran el centro de la vida social del condado cada fin de semana durante
los meses de verano.
~139~
Lora Leigh
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Pecados Mortales
Su jefe estaba complicando un asunto ya de por sí peliagudo. ¿Para qué tanta
meticulosa planificación? ¿Observar el rapto de Marietta desde la barrera era acaso
tan importante como ser el artífice del secuestro?
Entonces ¿por qué al ver que tardaba unos días —sólo unos putos días— en dar
con Cami Flannigan, le llamaba lento e in competente?
El no tenía la culpa de que Logan tuviera una coartada.
¿Acaso no resultaba efectivo?
Nadie hubiera podido predecir que aquella zorra iba a perder el tiempo tonteando
con Logan Callahan a las tres de la madrugada, ¿verdad?
¿Qué demonios le ocurría a su jefe? ¿Se estaba volviendo loco?
¡Joder!, no podía hacerlo todo él solo.
No podía vigilar a los malditos Callahan, buscar a las mujeres con las que a su
jefe le gustaba jugar antes de permitirle matarlas —mujeres que los Callahan habían
poseído en alguna ocasión— y encontrar a Rafer para acabar con su novia.
No era culpa suya que aquellas estúpidas mujeres que parieron a los Callahan
hubieran redactado sus testamentos asegurándose de que nadie que matara a sus
hijos pudiera recibir la herencia.
No era culpa suya que la única manera de quedarse con todo lo que poseían
aquellos malnacidos fuera verlos en prisión u obligarlos a abandonar el condado
durante un año entero.
¡Joder!, aquello no marchaba bien y su jefe trataba de echarle la culpa.
Logan Callahan tenía una coartada y, a pesar de las pruebas que le incriminaban,
la palabra de Skye O'Brien parecía pesar bastante. Y no sólo en Sweetrock, sino en
todo el Estado.
¿Quién lo iba a imaginar?
Doce años antes, Cárter Jefferson había perdido a una hija en el condado de
Corbin a manos del famoso Carnicero de Sweetrock, y ahora su hija adoptiva estaba
a punto de verse implicada en la misma mierda que había acabado con la primera.
O quizá la chica estuviera intentando dar con el Carnicero. El estaba dispuesto a
apostar su vida a que el bueno de Logan Callahan no tenía ni idea de que la
pequeña señorita O'Brien estaba utilizándolo igual que lo utilizó Amy Jefferson.
No tenía ningún interés en matarla, pero sería un placer.
Sin embargo, debía hacerlo con mucho cuidado. Tendría que raptarla sin dejar
ningún testigo; ni siquiera aquéllos que podrían pensar que él era Logan. Ella sólo
podría desaparecer cuando no hubiera nadie a su alrededor que se considerara más
listo que él, en especial su jefe.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
Desafortunadamente el jefe se había equivocado doce años antes, cuando se fijó
en la hija del gobernador, y no sólo porque odiara al político, sino porque la joven se
había hecho amiga de Logan Callahan.
Amiga, no amante.
Desde entonces, Cárter Jefferson se la tenía guardada. Si alguien le desafiaba
amenazando a su hija adoptiva, se desataría el infierno en Sweetrock.
Esa noche, él se limitaría a seguirla.
Le hablaría de trivialidades si surgía la oportunidad, incluso coquetearía con ella
mientras planeaba el siguiente paso a dar.
Irónicamente, la única maniobra que su jefe le exigía era la que él dudaba de
llevar a cabo: secuestrar a Skye O'Brien y retenerla por la fuerza.
Sacudió la cabeza mientras se acercaba a ella.
Aquélla no era una buena idea.
Cárter Jefferson era un mal enemigo, demasiado malo, supiera o no quién eras.
No era la clase de adversario que le gustaría tener.
Ni siquiera aunque supiera lo mucho que disfrutaría asesinándola.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
Capítulo 14
Skye tenía un dolor de cabeza que le producía una enorme tensión en el cuello y
que la dejaba casi aturdida.
Era lo único que había conseguido después de pasarse prácticamente toda la
noche observando las imágenes obtenidas por las cámaras de video. Y por si fuera
poco, también le estaba pasando factura la pesadez que notaba en las piernas
mientras caminaba hacia la plaza principal para llevar a cabo su tarea como
voluntaria en el centro comunitario.
Tendría que ocuparse de niños de seis a doce años.
Le encantaban los críos, pero esa noche lo único que quería era acurrucarse en la
cama y dormir profundamente para no tener que soportar esa sensación de que no
importaba lo que hiciera, lo que dijera... No importaba lo mucho que lo deseara,
Logan no estaba allí y nunca lo estaría.
Pero, aun así, no podía darse por vencida. Estaba demasiado implicada en
aquello. Además, el hecho de que la Agencia hubiera organizado dos operaciones
diferentes en el condado de Corbin era un buen indicativo de que tarde o temprano
aquel lugar explotaría.
Dobló la esquina y siguió caminando por la acera, sonriendo al escuchar el sonido
de la música proveniente de la plaza y el murmullo de las conversaciones de las
personas allí congregadas.
Los habitantes del pueblo podían decir lo que quisieran sobre el sutil chantaje por
el que se veían obligados a asistir, pero una vez que estaban allí, todos pasaban un
buen rato. Aquélla no era la típica reunión donde la gente remoloneaba antes de
marcharse.
Todo lo contrario.
Se formaban grupos, la comida y la bebida corrían sin cesar y las carcajadas eran
el sonido más frecuente. Lanzó una mirada al pequeño grupo que había en la
esquina y no pudo evitar esbozar una amplia sonrisa.
Lo llamaba «comité de bienvenida de la calle Mayor con la segunda Avenida».
Cada semana lo encontraba justo en ese punto. Sus componentes estaban sentados
sobre el muro de piedra que rodeaba la iglesia baptista y saludaban a todos los que
llegaban después de aparcar en las calles circundantes.
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Pecados Mortales
Jack Townsend y su esposa, Jeannie, acababan de doblar la es quina. Y el sheriff
Tobias ya estaba allí, acompañado —para sorpresa de Skye— de Crowe.
El nuevo ayudante del sheriff, John Caine, llegaba en esos momentos a través del
cementerio de la iglesia, con expresión rígida y mirada oscura. Amory Wyatt, el
director de Servicios Sociales, se acercaba desde la dirección opuesta y sonreía
dispuesto a integrarse en el grupo, mientras el fiscal del condado, Wayne Sorenson,
hacía su aparición por la esquina al tiempo que su hija Amelia y Anna Corbin
aparcaban en los lugares reservados de la Segunda avenida.
—Ahí está —gritó Jeannie con una sonrisa en la cara al verla acercarse—. No
pensé que Logan te dejara venir al baile.
Ella hizo una mueca y puso los ojos en blanco.
—No le he pedido permiso. ¿Debía hacerlo? —Lanzó una mirada de soslayo a
Crowe con aire inocente.
—Es probable —repuso él, arrastrando las palabras mientras se recostaba contra
una farola—. Ya lo conoces.
Ella arqueó una ceja.
—Bueno, ya sabe dónde encontrarme.
Se volvió hacia Jeannie, notando que Jack y ella los miraban con diversión.
—No creo que Logan diga nada si finalmente decide venir dijo Jack—. Odia este
tipo de reuniones, pero jamás provocarla una escena.
—Yo, en cambio, creo que estas reuniones son una buena idea. —Quizá la fiesta
de aquella noche la ayudara a recuperar un poco de entusiasmo.
La música flotó en el aire cuando los músicos comenzaron a tocar, consiguiendo
que la plaza se llenara de gente.
—Ya veremos qué dice Logan si aparece —concluyó Crowe con ojos brillantes al
tiempo que sacaba dos cigarros del bolsillo del chaleco y le ofrecía uno a Archer.
El sheriff aceptó el ofrecimiento y, después de pasarse el cigarro bajo la nariz para
inhalar el aroma, se lo puso en los labios con un suspiro de placer.
Crowe encendió el suyo y le pasó el mechero al sheriff antes de mirar a su
alrededor para observar a la multitud.
¿Notaría aquella picazón en el cuello y sentiría la misma tensión subyacente que
ella?
Estaba segura de que alguien la había seguido hasta el punto de encuentro, pero,
gracias a Dios, ahora todo parecía haber vuelto a la normalidad.
—Amelia, Anna, esta noche tengo que ocuparme de los críos de seis a doce
años. —Miró a ambas chicas—. Venid a echadme una mano si tenéis un rato libre.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
Sus amigas solían prestarse voluntarias a menudo en el Centro comunitario, y
siempre se ocupaban de los niños más pequeños, aquéllos que daban más trabajo.
—De acuerdo —le prometió Anna, pasando la mirada de Amelia a un silencioso
Crowe.
Skye observó el gesto y la profundidad de su mirada, y estuvo a punto de fruncir
el ceño ante sus pensamientos.
Amelia clavaba los ojos en Crowe con un rastro de rencor y, aunque le gustaría
saber a qué respondía tal sentimiento, no era el lugar ni el momento adecuados para
indagar sobre ello.
Sin embargo, no fue la única que notó algo diferente en el estado de ánimo de
Amelia porque, cuando la joven se alejó, Crowe no apartó la vista de ella.
De pronto Amelia se volvió, enlazando la mirada con la de Crowe, y entrecerró los
ojos. Por lo que parecía, Logan no era el único Callahan enfadado con una mujer.
—Ha llegado la hora de marcharme —dijo Crowe después de enderezarse—.
Tengo que regresar a casa y asegurarme de que a esa loba no le da por entrar de
nuevo.
—Pensaba que ya habías arreglado la puerta —comentó Jack con cierta
sorpresa.
—Y lo hice —repuso Crowe—, pero no sirvió para nada. Está muy preocupada
por los cachorros y ha dado con el lugar ideal. Como no me ande con cuidado,
acabará pariendo en la sala, delante de la chimenea.
Hacía semanas que corría el rumor de que Crowe había sacado fotos a una loba
colándose en su casa. De hecho, habían subido algunas a Internet después de que
alguien le convenciera para que se las enviara.
Por lo que ella había escuchado, muy poca gente sabía que aquella loba había
sido criada por el propio Crowe desde que la encontró con sólo unas semanas de
vida.
—Mira la parte buena —le consoló Jack—. Una loba recién parida será mejor que
cualquier perro guardián.
—Puede ser, pero tampoco dejaría dormir en mi casa a un perro guardián —gruñó
Crowe—. Ni que pasara la noche en mi cama.
—Podrías avisar a Control de Animales, Crowe —propuso Wayne Sorenson con
gesto preocupado—. Te librarías del problema y la llevarían a una de esas reservas
para lobos.
Aquello sorprendió a Skye. Era la primera vez que había sido testigo de que
alguien que no perteneciera al reducido círculo de amigos de los Callahan se ofrecía
para hacerles un favor.
—No, no me gustaría que acabara encerrada. —Sacudió la cabeza—. Ya se me
ocurrirá algo, pero gracias por la oferta.
~144~
Lora Leigh
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Pecados Mortales
Wayne ladeó la cabeza canosa con una mirada recelosa.
—Si cambias de idea, dímelo.
—Yo también me voy —dijo entonces Skye. Hizo un gesto general para
despedirse de todo el grupo y cruzó con rapidez al otro lado de la calle. Subió a la
acera y pasó junto al templete donde tocaba la banda, acercándose con rapidez al
lado contrario, al Centro Comunitario. Era un edificio amarillo de dos pisos que
albergaba una cocina inmensa, un amplio comedor y muchas zonas de juego. En
otra zona se hallaban un par de docenas de catres y algunas cunas de viaje. En el
piso de arriba había más habitaciones; las del fondo eran oficinas, y en la parte
delantera había una pequeña videoteca y una guardería infantil.
Allí convivían durante el fin de semana varias docenas de niños, entre los seis y
los doce años, mientras sus padres se ocupaban de sus quehaceres o se ofrecían
como voluntarios en otras áreas. Los críos se dividían en dos grupos: los que
querían ver películas en la videoteca y los que preferían jugar en la guardería.
Skye se había ofrecido para ocuparse de ellos durante dos horas. Luego tenía
pensado regresar a casa en vez de quedarse al baile; quizá se dedicase a visionar
más grabaciones de las cámaras hasta que se hiciera de día.
La noche anterior se había quedado dormida mientras miraba los monitores y no
era sólo su cuello el que protestaba por ello. Las pesadillas que la visitaron habían
sido más siniestras que nunca, con recuerdos casi más gráficos que la realidad y
que acabaron por tomar el control de su mente hasta que no pudo aguantar tanto
dolor y miedo.
Una vez en el Centro, se movió a través de la estancia principal para informarse
de lo que esperaban de ella con respecto a los niños y vio que había dos
adolescentes ocupándose de que los más pequeños estuvieran entretenidos. La
idea de que el programa de estudios del instituto otorgara créditos adicionales para
los alumnos que se presentaran voluntarios había sido una idea maravillosa. Pero
como siempre, algunos adolescentes se involucraban más que otros,
De hecho, cuando se acercó a la cocina, vio a una pareja más pendiente de su
conversación que del trabajo que realizaba y tuvo que contener el impulso de
menear la cabeza.
Había seis chicas del grupo de economía doméstica y tres chicos del equipo de
baloncesto buscando aquellos créditos extra.
Johnny Ridgmore, el capitán del equipo de baloncesto, y Callie Brock, presidenta
de las futuras generaciones de amas de casa de América, estaban totalmente
concentrados el uno en el otro, en lugar de en los niños que tenían a su cargo.
—¿Necesitas para algo los créditos que te darán este fin de semana, Johnny? —
preguntó al adolescente acercándose a él.
El chico la miró y la expresión de Callie fue de sincero agradecimiento, como si
estar hablando con él fuera lo último que quisiera hacer.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
Los ojos azul claro de Johnny brillaron con irritación mientras le sostenía la mirada
con una mezcla de insolencia y burla que daba fe de una inmadura arrogancia que
no pensaba tolerar.
—Sí, ¿por qué?
—Para tu información, Callie no tiene doce años —le recordó.
Lo vio volverse hacia la chica sin hacer caso del sarcasmo.
—Puedes llamarme cuando quieras, nena.
La muchacha se sonrojó y la miró con una expresión de alivio antes de darse la
vuelta para alejarse.
En ese momento Skye se dio cuenta de que Johnny retenía a Callie por la
muñeca; o mucho se equivocaba o le iba a aparecer un buen moratón.
—Suéltala, Johnny —le advirtió.
El chico dejó marchar a la chica y se volvió rápidamente hacia Skye, inclinándose
hasta quedar casi nariz contra nariz.
—¿Es que no sabes quién soy, zorra? —Tenía los labios apretados con sarcástica
incredulidad.
—Johnny, me importa muy poco quién seas —le aseguró ella con serenidad—. Lo
único que me preocupa es que no haces nada para ganarle los créditos que
necesitas. Puedo hacer un buen informe sobre lo que haces durante mis horas de
servicio o no, tú eliges.
—Mi tío es el fiscal del condado —le espetó Johnny—. Ninguna furcia de los
Callahan me dice lo que debo hacer.
Intentaba acobardarla como había hecho con Callie, y quizás tratara de intimidarla
por la fuerza.
¡Oh! Lo estaba deseando.
—¿Me has oído? —gruñó él, enseñando los dientes.
—Sólo oigo estupideces, niñato —intervino entonces Logan desde la espalda de
la joven.
Todo ocurrió muy deprisa. Johnny alzó la mano para apartarla y ella se tensó,
esperando el empujón. Era un muchacho de dieciocho años, alto y fuerte, pero no
llegó a ocurrir nada porque Logan le puso la mano en el hombro haciéndole
palidecer.
Y no es que Logan estuviera haciendo nada más que posar la mano, como si
fuera un gesto de camaradería, cuando se inclinó para hablarle al oído.
—Creo que le debes una disculpa a la dama —indicó Logan en voz baja,
utilizando su cuerpo como parapeto para que nadie les viera.
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—Lo siento, señorita O'Brien —se excusó el muchacho con la voz ronca y un leve
indicio de cólera.
Sin embargo, a pesar de sus palabras, el chico la miraba a la nariz en vez de a los
ojos, sin mostrar demasiado respeto.
—Gracias, Johnny —aceptó ella con suavidad, como si realmente tuviera alguna
esperanza de que hubiera aprendido la lección.
Pero realmente lo dudaba. Lo dudaba mucho. Se veía en sus ojos y en su
expresión.
Cuando Logan le soltó, Johnny retrocedió prudentemente.
—Me importa una mierda lo que escriba en ese informe —le espetó entonces,
mirándola con una ardiente expresión de furia—. Y me importa una mierda este pulo
lugar.
Luego miró a Logan y una repentina chispa de miedo brillo en sus ojos mientras
se daba la vuelta y corría hacia la salida, que atravesó rápidamente antes de dar un
sonoro portazo.
—No se parece nada a su madre ni a su tío —comentó ella al notar que Logan se
movía a su espalda.
—Yo no diría lo mismo —se burló él—. Aún recuerdo cuando la actitud de Wayne
era igual a la suya. Ya aprenderás que, en lo que se refiere a los Callahan, el respeto
es algo muy volátil.
—Eso no es cierto —le aseguró—. Sé que hay mucha gente que sigue teniendo
cuidado de no disgustar a los barones porque sus ranchos son la fuente de ingresos
del condado, pero este lugar está expandiéndose y la gente ya no depende tanto de
ellos.
—No importa, Skye —dijo él con evidente cinismo—. Te aseguro que ese niñato
acabará causando problemas. Problemas de los que tendré mucho gusto de
ocuparme si vuelvo a verle cerca de ti.
Logan apenas era capaz de asimilar la abrumadora y repentina furia que le inundó
cuando vio que aquel mocoso llamaba a Skye «furcia de los Callahan».
No se acostumbraría nunca al desprecio que solían mostrarles
Los buenos ciudadanos del condado les habían tratado como basura desde que
sus padres murieron, pero tampoco era que antes les hubieran tratado mucho mejor.
—¿Cuánto tiempo tienes que quedarte? —Señaló la estancia con la cabeza sin
mirar a la niña que le tiraba de la pernera de los vaqueros.
—Hora y media. —Skye curvó los labios al tiempo que alargaba la mano para
acariciar la cabecita del cachorro que él llevaba entre los brazos—. Ignorando a la
niña no conseguirás más que ignorando a Bella.
Logan la miró con el ceño fruncido.
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Lo sabía. Lo había sabido desde el primer momento, desde que Skye y ese
maldito animal se plantaron ante él aquella noche y le hicieron tener esperanza.
Primero un perro, luego una mujer y ahora una cría.
Los niños no tenían sitio en la vida de los Callahan; sus padres se lo habían
demostrado demasiado bien. Cuando murieron y los dejaron huérfanos, Rafer,
Crowe y él se habían quedado totalmente desprotegidos.
—Tenemos que hablar —le dijo a Skye mientras el pug intentaba saltar de sus
brazos para llegar a la niña.
—Lo sé —convino ella antes de mirar de nuevo a la pequeña.
La niña clavaba los ojos en el animal como si para ella fuera un regalo especial.
—Mi papá es alérgico a los perros —susurró mirando a Skye con unos preciosos
ojos oscuros y brillantes—. ¿Puedo verla más de cerca?
Skye levantó la cabeza hacia Logan.
—Sólo quiere verla más de cerca —dijo en voz baja.
Y él quería ponerse a cubierto.
—Es una cría —gruñó, observando que Skye hacía una mueca de exasperación.
—Y Bella es sólo una perrita. Los niños y los perros van de la mano, Logan.
¿Acaso no lo sabes?
Estaba a punto de burlarse de él. Lo leía en sus ojos.
Iba a comenzar a tomarle el pelo y él acabaría besándola otra vez.
«¡Joder!»
—Sólo un poquito, porfaaaa —pidió la niña con una mirada que hubiera derretido
a las piedras.
Entonces él cometió el error de mirar a la pequeña.
Era un error tan grande como lo fue besar a Skye por primera vez.
Enormes ojos castaños. Mirada suplicante, igual que el cachorro.
La niña comenzó a dar saltitos de excitación cuando por fin Logan se inclinó para
permitirle mimar al animal.
Sus manilas temblaban como una hoja en una tormenta, y aquellos pequeños
dedos regordetes acariciaron a la perrita como si fuera algo extremadamente frágil
que pudiera romperse en cualquier momento,
l«¡Oh, Dios!» Casi podía ver a Skye con una niña igual de preciosa y precoz.
Tendría el pelo tan oscuro como ella y sus ojos verdes...
«¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios!»
Se aclaró la voz mientras se levantaba lentamente.
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—Tengo que irme.
Se obligó a ignorar la decepcionada mirada de la niña, pero no pudo evitar
sentirse como el ser más despreciable del mundo cuando notó que tenía los ojos
llenos de lágrimas.
Había llegado el momento de marcharse. De apartarse de críos que podían
romperle el corazón, de un perro que le adoraba y de una mujer que le miraba con
estrellas, bebés y vallas blancas en los ojos.
La risa de Skye, suave e increíblemente femenina, le hizo frotarse el cuello antes
de darse la vuelta y alejarse.
Sí, tenían que hablar.
Tenían mucho que aclarar.
Quería que ella se largara del condado de Corbin, pero tenía el presentimiento de
que eso no iba a ocurrir.
Salió del Centro Comunitario y se dirigió a un lugar protegido al lado del edificio.
Depositó al animal en la hierba y permitió que husmeara y jugara durante unos
minutos, sujetándolo con la correa.
Mientras, se dedicó a observar. Escudriñó la oscuridad y a la buena gente del
condado que se arremolinaba en la plaza, charlando y riéndose.
En realidad, jamás había formado parte de aquellas reuniones Rara vez había
asistido una vez que fue lo suficientemente mayor como para decirle al tío de Rafer
que no quería tener nada que ver con ellas.
Había sido el primero en plantarse, y luego le imitaron Crowe y Rafer. No habían
sido aceptados en el Centro ni siquiera cuando eran niños. No de verdad.
Sin embargo, tenía el presentimiento de que a partir de ese momento asistiría a
todas. Sobre todo después de que aquel condenado niñato se hubiera atrevido a
llamar furcia a Skye.
¡Oh, sí! Conocía a Johnny Ridgemore, igual que conocía a sus padres y su tío.
Los Ridgmore habían sido una vez amigos de sus padres, Sam y Mina. De hecho,
Chloe Ridgemore y Mina Rafferty habían sido amigas íntimas. Su amistad era tan
estrecha que Chloe salió en su defensa de manera pública cuando sus padres se
fugaron.
Pero un año después, Chloe no se hablaba con su amiga. Y dos años más tarde,
incluso le volvía la cara si se cruzaban por la calle.
Logan recordó entonces que un par de semanas antes de que sus padres
murieran, Chloe había acudido a su casa en Rafferty Lane, y que después de su
marcha su madre había llorado durante largo rato.
Había trozos del pasado que todavía se escapaban de su memoria, pero de
pronto se producían situaciones que traían de vuelta esos recuerdos ocultos.
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Pecados Mortales
Como cuando Amelia Sorenson había mandado una nota a Cami poco antes de
que ésta fuera atacada, diciéndole que tenían que hablar.
Una nota que provocó que Cami dejara abierto el sótano de su casa para que
Amelia pudiera entrar a hurtadillas como hacía cuando eran niñas.
Solo que, además de Amelia, también entró alguien más. Un asesino. El hombre
al que habían considerado el Carnicero de Sweetrock.
Pero Logan, igual que ocurrió con Thomas Jones, creía que Lowry Berry no era
más que un títere.
Volvió a notar una comezón en la nuca y miró fijamente la noche oscura con los
ojos entrecerrados y los sentidos alerta.
Crowe había tenido la misma sensación, el presentimiento de que alguien les
espiaba y que lo hacía con intenciones siniestras.
Y aquello impulsaba a Logan a comenzar a actuar.
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Pecados Mortales
Capítulo 15
A1 menos no se había marchado, se consoló Skye casi cuatro horas después,
cuando llegó el voluntario que iba a reemplazarla. Al salir del Centro Comunitario, se
encontró a Logan esperándola acompañado de Bella.
Estaba apoyado contra un pilar del porche y resultaba absolutamente irresistible y
masculino. Daban ganas de lamerlo de arriba abajo.
Había algo diferente en él. Estaba inmóvil y observaba a la multitud mientras el
pug dormía enroscado a sus pies con la cabeza apoyada en su zapatilla deportiva.
Era innegable que llamaba la atención y que atraía la mirada de más de uno de
los asistentes. Algunos le observaban con animosidad; otros —en su mayoría
mujeres, a su pesar— no clavaban los ojos en él precisamente con rencor, eso
estaba claro.
Una repentina llamarada de celos surgió en su interior haciéndole apretar los
labios mientras le veía tomar a la perrita en brazos y caminar hacia ella.
—¿Quieres hacer algo antes de que nos marchemos? —le preguntó él,
deteniéndose a su lado.
—Esta noche no —contestó sacudiendo la cabeza.
—Entonces, vámonos.
Logan no le pidió razones ni explicaciones, lo que la sorprendió. La mayoría de
los hombres que conocía habrían hecho al menos una mueca como haría un crío de
diez años al ver que se negaba i compartir sus pensamientos. Y eso siempre
significaba que, a fin de cuentas, pensaban que no estaba comportándose como
esperaban de ella; que hacía algo mal.
Acunando al cachorro en el hueco del codo, Logan posó la otra mano en su
espalda.
—Ven por aquí —murmuró, conduciéndola fuera de la plaza por una calle
secundaria en vez de atravesar todo el parque.
Ambos caminaron en silencio hasta alcanzar otra callejuela más estrecha.
Skye sintió un hormigueo en la nuca durante un momento, pero desapareció casi
al instante. La persona que les había estado espiando, les había perdido de vista.
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Pecados Mortales
—Tú también lo notas —dijo ella con suavidad—. Los ojos que nos siguen.
—Es el sexto sentido de un soldado —asintió él—. De todas maneras, no eres la
única que se ha pasado los últimos meses espiando a su vecino. Aunque me
perdiste de vista varias veces.
Sí, cuando había ido a Denver, a hablar con el médico.
Esbozó una sonrisa.
—Sólo cuando fui a Denver.
Él la guió a través de un patio privado y un camino de cemento que separaba dos
casas.
—Wayne Sorenson pasó por el local poco después de que tú te fueras —comentó
ella, buscando las sombras más oscuras de la acera—. Se disculpó por lo que me
dijo Johnny y prometió que recibiría un castigo.
—Es lo que me dijo a mí también. —Pero su tono indicaba que no creía que
Wayne fuera a dar un escarmiento a su sobrino.
Ella se metió las manos en los bolsillos mientras cruzaban una de las calles
desiertas.
—No pareces pensar que vaya a hacerlo.
—Sorenson suele decir lo que le conviene. Y eso ha hecho ahora—explicó él—.
Sin embargo, es su hermana quien tiene la última palabra, y ella adora a Johnny.
Jamás permitirá que le castiguen porque haya hecho algo contra los Callahan o
contra una mujer relacionada con nosotros.
—¿No quieres algo distinto a esto, Logan? —Se le partía el corazón al pensar en
lo que la vida les había deparado hasta el momento, así como en lo dura que
parecía que sería a partir de ahora.
Sus amantes corrían el riesgo de morir si el asesino las encontraba. Como la
muerte de Marietta había demostrado, a diferencia de en el pasado, las aventuras de
una noche ya no ofrecían ninguna seguridad.
—¿Cómo no voy a querer algo distinto, Skye? Pero no podemos simplemente
despertarnos un día y decidir que ya no queremos ser el objetivo de un asesino. —
Le puso la mano en el hueco de la cintura y la guió hacia una calle angosta que
llevaba a la manzana siguiente.
—Ya lo sé —dijo bajito, acercándose a él al entrar en el callejón. Cuando habían
recorrido la mitad, se internaron en otra calleja en vez de seguir recto, y siguieron
caminando entre las sombras.
Logan bajó entonces la mano a su cadera y la apretó contra su costado haciendo
que los ojos de la joven se llenaran de lágrimas.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
Skye quería acercarse todavía más, pero temía sentir la furia que él había volcado
en ella cuando supo quién era en realidad. Le aterraba romper definitivamente los
frágiles lazos que se habían creado entre ellos.
Cuando llegaron al final de la calle, Logan volvió a girar y cruzó de acera,
buscando la entrada a otro callejón.
La joven no estaba muy segura de qué sentir al caminar por todas aquellas
callejuelas oscuras, pero lo cierto era que la picazón en la nuca que le hacía
presentir el peligro había desaparecido.
—¿Por qué sigues aquí? —le preguntó por fin, temiendo que no le contestara—.
¿Tan importante es esa herencia que no te importa morir por ella?
—Mientras estaba en las Fuerzas Armadas, intenté convencerme a mí mismo de
que no pertenecía a este lugar —le explicó Logan, tomando de nuevo otra callejuela
—. Aquí no hemos disfrutado de un solo momento de paz, Skye, pero, al fin y al
cabo, es mi hogar.
—¿Aunque la familia de tu madre te ignore? —Era la verdad. Durante más de
veinte años habían sido ninguneados y perseguidos por sus abuelos.
—Bueno, es un pueblo pequeño —suspiró—. Los barones controlan el sustento y
la comida que la gente pone en sus mesas, así que no les queda otra opción que
seguir sus directrices. Casi todos los habitantes dependen de ellos para llevar una
existencia tranquila.
Para ella eso no era una buena excusa.
—Noté que varias personas se acercaban a hablar contigo mientras me
esperabas. Deberías haberles escupido a la cara.
Eso es lo que le habría gustado ver, pero sabía que él jamás lo haría.
Logan se rió entre dientes aunque no parecía demasiado divertido.
—Sienten curiosidad. Todavía intentan decidir si somos unos crueles asesinos o
unos pobres inocentes. —Hizo una breve pausa—. Pero, independientemente de lo
que crean sobre nosotros, nunca nos han tendido la mano, ni siquiera cuando murieron nuestros padres y éramos sólo unos críos.
Era triste pero muy cierto.
—Yo te la habría tendido, Logan —aseguró ella. La solitaria existencia que había
llevado Logan le partía el corazón—. Jamás te habría dado la espalda.
—Lo sé. —Movió la mano desde la cadera y le cubrió los hombros para pegarla a
su costado—. Y eso es lo que más miedo me da, Skye, sé que lo hubieras hecho. —
El silencio nocturno se apoderó del momento mientras la guiaba por otro callejón
más. Era la única calle sin nombre por la que habían pasado.
—¿Cómo se llama esta calle? —preguntó.
Hacía meses que tenía la intención de averiguarlo, pero se le había ido pasando.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
—Callahan. —Había un tono de mofa en su tono—. Quitaron el letrero cuando
murieron nuestros padres.
—Esto no tiene sentido. —Ella negó con la cabeza—. Por lo que tengo entendido,
todos se llevaban bien tiempo atrás, ¿no es cierto?
—Los cuatro fundadores del condado crecieron juntos. John Corbin, que era el
mayor, Jason Rafferty, Andrew Roberts y James Randal Callahan Jr. Eran como
hermanos. Se salvaron el pellejo más de una vez, y cada uno de ellos era capaz de
matar por los demás. Las historias dicen que su unión era fuerte e incuestionable. —
La risa que emitió contenía diversión y amargura a partes iguales—. Ojalá sus hijos
y sus nietos pudieran haber conservado parte de esa lealtad. O como mínimo, la
decencia que los cuatro mostraron.
—¿Todo esto comenzó hace seis generaciones? —indagó.
—Más o menos. —Asintió con la cabeza—. En el plazo de unos meses
trasladaron a sus familias y sus ranchos a estas tierras para fundar Sweetrock y el
condado de Corbin. Fue algo silencioso pero rápido.
—¿Se movían en pos de un sueño?
—Imagino que sí.
Otro callejón y otro patio. Fue entonces cuando Skye se dio cuenta de que
estaban siguiendo la base de la montaña que había a espaldas de Rafferty Lañe,
ocultos por los árboles que cubrían la ladera.
—Pero ese sueño no fue suficiente —continuó Logan—. Nuestros padres nos
contaron historias que a su vez les contaron sus padres, y a éstos sus padres. Los
Callahan eran criadores de caballos, pero la demanda de caballos fue
desapareciendo y sólo quedó la granja. La cuarta generación de mi familia estuvo a
punto de perderlo todo. Los hijos de Eileen y James Callahan, o sea, nuestros
padres, estaban en el Ejército, incapaces de ayudar. Entonces Eillen tomó una
decisión que cambió sus vidas Participó en un complot para vender a su hijo, rubio y
de ojos azules, por una cantidad exorbitante. Era suficiente como para salvar el
rancho y pagar las facturas hospitalarias de su marido. Después de eso, se aseguró
de dejar claro a las demás familias que no podrían acabar con ellos. Se habían
negado a ayudarles a pesar de saber que mi abuelo estaba muriéndose porque no
podía pagar los elevados gastos médicos. Eileen los odiaba, y cuando su marido
supo que se había visto obligada a vender a su hijo recién nacido, él también los
odió con la misma ferocidad.
—Y entonces murieron.
—No, entonces no. Algunos años después —suspiró.
Sus casas aparecieron de pronto ante sus ojos. El porche iluminado por una
tenue luz parecía un remanso de paz y seguridad en medio de la oscuridad.
Igual que el propio condado era un lugar tranquilo y sereno... a menos que fueras
un Callahan.
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Pecados Mortales
—Los árboles que delimitan el patio fueron plantados por mi padre —comentó
Logan mientras la conducía a la línea de pinos que se erguían al pie de la montaña,
en el extremo más alejado de la casa—. Quería estar a cubierto. Después de que
volvieran de la guerra, Clyde, el tío de Rafer, dijo que se habían convertido en
personas diferentes. Que a veces se volvían paranoicos y que creían que estaban
siendo espiados.
—Quizá fuera cierto —murmuró ella cuando pasaban por debajo de la sombra de
los árboles.
—Quizá —convino él—. Y quizá sea hereditario. Crowe, Rafer y yo hemos
instalado detectores térmicos a lo largo de la falda de la montaña desde un poco
más arriba de donde estamos ahora hasta la casa. Si alguien utiliza escáneres o
cámaras térmicas para espiarnos lo descubriremos.
Ella frunció el ceño.
—No he visto nada en mis monitores.
—Hemos terminado de instalarlos esta misma tarde le informó—. Quiero cazar a
ese monstruo, Skye. Quiero asegurarme de que podemos regresar a casa sanos y
salvos en cualquier momento, y que no pongan una bomba en nuestros coches.
Sí, quizá la paranoia fuera hereditaria, pensó ella, pero lo dudaba mucho.
—Teniendo en cuenta lo que está ocurriendo, toda precaución es poca —dijo en
voz baja.
—Yo también lo creo. —La cálida aceptación subyacente en su tono la hizo
sentirse mejor hasta que él continuó hablando—. Entraremos a través de mi casa.
Luego puedes irte a la tuya a través del patio lateral.
Al parecer no iba a satisfacer el deseo que llevaba ardiendo en su interior la
mayor parte de la noche.
Pero se dijo a sí misma que no imploraría. No, no lo haría.
Después de entrar detrás de él en la casa, la atravesaron hasta la puerta del
patio, que Logan abrió antes de dar un paso atrás.
Ella traspasó el umbral y cruzó el patio con rapidez mientras sacaba las llaves del
bolsillo de los vaqueros.
—Buenas noches, Skye —dijo él cuando la vio abrir la puerta de su casa unos
segundos más tarde.
—Sí, buenas noches, Logan. —Se adentró en el interior de la casa, consciente de
la diversión impresa en la voz masculina.
Odiaba que un hombre le tomara el pelo. Ni ella ni ninguna de sus amigas habían
dado con uno tan problemático a lo largo de los años. ¡Maldita sea, claro que no! Si
alguno de los tipos con los que había salido estuviera allí, tendría un preservativo en
la mano y estaría bien dispuesto a terminar la noche en condiciones, sin importar
que fuera la primera o la segunda cita.
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Pecados Mortales
Logan, en cambio, era un hombre con firmes principios y había decidido que no
pondría en peligro su vida acostándose con ella.
Como si eso fuera a impedir que el Carnicero la persiguiera.
Cerró la puerta con llave y miró atentamente la sala débilmente iluminada. Suspiró
mientras extraía del bolso una pequeña pistola automática y se dispuso a revisar
cada una de las habitaciones.
Una vez en la planta de arriba, se detuvo en cada dormitorio a registrar dentro de
los armarios y debajo de las camas.
No encontró nada, ¿acaso le extrañaba? Si alguien hubiera intentado colarse en
su casa, se lo habría advertido la alarma en el móvil, igual que ocurrió cuando se
metió Logan.
Dejó el arma sobre la encimera y, mientras se servía un vaso de agua, ocurrió
algo completamente inesperado.
Jamás hubiera imaginado que alguien que no fuera Logan pudiera eludir el
sistema de seguridad de su casa.
No había encendido las luces —rara vez lo hacía cuando llegaba tarde— y no
pudo ver la sombra que se había escondido en el rincón más oscuro. Pero notó una
picazón en la nuca que le indicó que no estaba sola.
Esa noche, alguien se había colado en su casa.
Una gasa maloliente y húmeda se apretó repentina y brutalmente contra su cara,
casi impidiéndole respirar, mientras otro brazo la atrapaba con dureza contra un
pecho firme.
El producto que impregnaba la tela le quemó los ojos haciendo que se le
anegaran de lágrimas, pero, después de aquella primera aspiración conmocionada y
de la ardiente sensación de los vapores inundando sus pulmones, contuvo el aliento
y aplastó el tacón de la bota sobre los dedos del pie del asaltante.
Él se rió. Su calzado tenía la puntera de acero.
¡Oh, Dios! Tenía que moverse.
Necesitaba liberarse antes de que se viera obligada a respirar y perdiera el
conocimiento.
Tenía las manos y los brazos inmovilizados, y su adversario llevaba los pies y las
piernas protegidos con gruesas botas.
Sin embargo, todavía era vulnerable en los testículos.
Skye se retorció con todas sus fuerzas y logró deslizar un brazo hacia atrás, entre
los cuerpos de ambos, hacia la unión de los muslos del asaltante y, antes de que él
pudiera detenerla, cerró los dedos sobre la delicada zona.
Escuchó un gruñido seguido de un fuerte grito, y el brutal agarre en su cuello se
aflojó.
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Sin perder un segundo, la joven impulsó con fuerza la cabeza hacia atrás y golpeó
los dientes y la nariz del intruso, consiguiendo que la soltara al instante.
La alarma de su móvil comenzó a vibrar en su bolsillo en ese momento, al tiempo
que se sentía volar por la estancia. El muy hijo de perra la había empujado
bruscamente, y ella no pudo evitar lanzar un grito al clavarse el borde de un mueble.
Un masculino rugido de furia resonó entonces en la noche, antes de que el sonido
de la puerta trasera estrellándose contra la pared le indicara que el intruso que
acababa de atacarla estaba huyendo.
—¡No! —gritó con todas sus fuerzas intentando ponerse en pie.
Tenía la pistola en la encimera.
—¡Skye! ¡Oh, Dios, Skye! ¡Cariño!
Logan estaba allí, aunque no podía verlo con claridad.
Tenía la vista borrosa y el apestoso e intenso sabor de la tela parecía haberse
impregnado en cada poro de su piel. Incluso el aire parecía contenerlo cuando
intentó llenarse los pulmones.
—Ve —dijo entre jadeos. Necesitaba un momento para recuperar el resuello—.
Se está escapando. Ve tras él.
—Ni hablar.
De pronto se encontró entre sus brazos camino del piso de arriba, y el mundo
pareció girar a su alrededor trazando vertiginosas espirales.
Logan gritaba. ¿Gritaba, verdad? Escuchaba su voz aunque no lograba interpretar
las palabras. Parecía no poder retenerlas mientras se sentía flotar.
—No te atrevas a desmayarte. No voy a separarme ni un metro de ti. Sí,
definitivamente estaba gritándole—. Como te desmayes, Skye, le voy a poner el culo
como un tomate.
Bueno, ¡demonios! Eso quizá le gustara.
Aquel nebuloso y distante pensamiento fue seguido por una oleada de debilidad
que la obligó a dejar caer la cabeza contra su hombro.
—No te atrevas a dejarme. —No podía escucharle bien. Su voz parecía haberse
quebrado—. ¡Respira, joder!
¡Maldición!, él volvía a gritarle otra vez y la oscuridad era demasiado...
Jadeante, consiguió que el aire entrara en sus pulmones con tal fuerza que casi
vomitó.
Logan la estrechó entre sus brazos con rapidez, y Skye trató de alejarse de él,
pero las rodillas no la sostuvieron y no pudo evitar que se le doblaran. Notó que el
suelo se acercaba vertiginosamente cuando unas manos cálidas y firmes la
atraparon y él volvió a apretarle la cabeza contra el pecho.
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—No... —musitó con dificultad mientras la quemazón en sus ojos hacía que las
lágrimas cayeran por sus mejillas—. Por favor...
Sufrió un ataque de tos y Logan comenzó frotarle la espalda con una mano al
tiempo que le masajeaba el diafragma con la otra.
Por fin podía respirar. Tomar aliento sin atragantarse. Ya no se hundía en ese
lugar donde no había oxígeno, ni fuerzas, ni nada que la apartara de la realidad.
¡Oh, Dios!, seguía oliendo a esa sustancia. La que mojaba la tela que su asaltante le
había sujetado contra la boca y la nariz.
—¡Skye, Dios mío!
¿Estaba acunándola?
No podía abrir los ojos, todavía no. Tenía que concentrarse en respirar, y todavía
se sentía muy débil.
—¡Me importa una mierda lo que esté haciendo!
Logan gritaba otra vez.
¿Por qué seguía gritando?
—¡Caine, ponme con Archer de una puta vez o te juro que la próxima que te vea
te arrancaré la cabeza y te destriparé antes de tirar tu cuerpo a un estercolero!
Si tuviera fuerzas, Skye se habría estremecido ante la letal promesa que
rezumaba la voz ronca de Logan.
—¡Pásamelo, joder!
Cuando pudiera iba a tener que decirle lo que opinaba de los hombres que
soltaban expresiones malsonantes.
Pero, ¿qué le estaba pasando?
Sentía como si la cabeza le girara vertiginosamente, como si flotara entre negros
nubarrones. Aunque, al menos, ya no sentía aquella opresión en los pulmones. No,
ahora no parecía que un enorme monstruo se le había sentado encima, sólo un
pequeño duende.
No era tan malo.
Podría resistir.
En la Agencia era conocida por la alta tolerancia que tenía al dolor.
El aire se espesó lentamente. Al principio intentó respirar, pero estaba tan débil
que sintió que perdía el poco resuello que le quedaba y...
Allí estaba el monstruo otra vez.
¡Oh, Dios! Si aquello no se detenía, iba a vomitar.
Ojalá encontrara la manera de llevar aire a los pulmones.
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El olor que traía consigo aquel afilado dolor inundó de nuevo sus sentidos cuando
recuperó las fuerzas para volver a luchar.
—Mi pecho —jadeó, intentando retorcerse para salir de los agobiantes brazos de
Logan—, me ahogo...
Sollozó, presa de la agonía que la inmovilizaba.
No podía respirar.
El aire que podía aspirar era tan poco que estaba a punto de perder la
consciencia.
Logan rasgó entonces su blusa mientras seguía maldiciendo.
Un segundo después, una oleada de calor cubrió la fría carne de su pecho.
¿Estaba lavándola?
Un paño húmedo y empapado en jabón se deslizaba por su piel cuando se vio
bruscamente abrazada otra vez.
—Vamos, por favor. Skye, cariño, por favor. —Las súplicas eran cada vez más
roncas, más desesperadas, y no le quedó más remedio que prestarles atención.
¿Qué le daba tanto miedo a Logan?
Algo iba mal. ¿Estaría corriendo peligro? ¿La necesitaba?
Se había prometido a sí misma que estaría allí cuando él la necesitara.
No supo de dónde sacó la fuerza para meter aire en sus pulmones.
—Me ahogo —logró jadear al sentir que la depositaba en el suelo—. Por favor...
De repente sintió que sus manos le presionaban el pecho una y otra vez para
proporcionarle el aire que necesitaba.
Poco a poco notó que podía coger el aire por sí misma, aun que los rítmicos
movimientos de Logan ayudaban.
Y por fin, pudo respirar sola.
Todavía le dolía. Sí, le dolía mucho, pero cada vez era más fácil.
Entonces cayó en la cuenta de que a su alrededor había más sonidos, más gritos
y órdenes. Más peticiones y acusaciones masculinas intercambiándose con dureza.
—Por favor... —Agarró a Logan mientras intentaba abrir los ojos.
El ruido le taladraba la cabeza.
—Logan, por favor. —Incluso el sonido de su propia voz le molestaba.
—Tranquila. Todo va a estar bien. —Fue un susurro con una leve aspereza en el
tono—. Ya se han callado, cariño.
Inclinó la cabeza sobre ella y hubiera jurado que sintió que se estremecía.
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Más tranquila, Skye comenzó a respirar de manera lenta y pausada. Sólo quería
dormir.
Notaba que Logan seguía dándole un masaje en el diafragma y susurrando
palabras de consuelo contra su pelo.
Y justo en ese momento, le cubrieron la cara con una mascarilla y el oxígeno se
extendió por su cuerpo.
Un oxígeno vivificador, dulce, puro...
Logan se quitó entonces la camisa y la cubrió con ella, alzándola suavemente con
la ayuda de Archer y sosteniéndola para meterle los brazos en las mangas.
Después de abrocharle algunos botones de la camisa, la apoyó sobre un brazo y
se pasó la mano por la cara para secarse el sudor.
Al menos se dijo que era eso. Que aquella humedad era sudor y no lágrimas.
—Logan, déjame terminar de abrochar los botones que faltan —oyó que decía
Archer con voz apremiante.
Logan bajó la vista y, al ver que sus manos temblorosas no eran capaces de tapar
con la camisa el sujetador de encaje, las retiró.
Archer continuó con la labor rápida y eficazmente, aunque tampoco era que
tuviera los dedos muy estables.
Los paramédicos se hicieron cargo de la situación a partir de ese momento.
Logan se levantó y, mientras observaba cómo tomaban la tensión de Skye, notó
que Zach Kilgore le miraba.
Zach era primo segundo suyo. Siempre le había considerado un hombre honrado
y, al menos, les hablaba en vez que actuar como si no existieran.
—Logan, es necesario que el sheriff y tú nos dejéis espacio para trabajar —exigió
Zach—. No podremos ayudarla si no nos dejas.
Logan bajó la mirada.
Los pechos de Skye subían y bajaban rítmicamente. Ya no jadeaba y sus labios
estaban perdiendo aquel tinte azulado.
Venga, Logan. Archer le pasó un brazo por los hombros, inclinándose sobre él.
Sabes que puedes confiaren Zach.
Él sacudió la cabeza con fuerza. No, no podía confiar en nadie.
En nadie.
—¿Confías en mí, Logan? —preguntó Archer—. ¿Crees de verdad que le
haríamos daño?
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Él se aseguró una vez más de que ella respiraba antes de tomar aliento
profundamente. Entonces, asintió con brusquedad y se echó hacia atrás para que
los paramédicos realizaran su labor.
Después, más calmado, metió la mano en el bolsillo de atrás y sacó la gasa que
había caído previamente en la blusa de Skye y que él había guardado.
El asesino había cometido por fin un error. Un error que tenía intención de
aprovechar para seguirle la pista.
Alzó la mirada hacia Archer con los ojos entrecerrados. El sheriff estaba sólo a
dos pasos con los brazos en jarras y miraba a Skye con preocupación.
—Voy a matarle, Archer —rugió.
Toda la habitación pareció quedarse inmóvil. Incluso dio la impresión de que las
paredes esperaban las reacciones de los allí presentes.
—Cállate, Logan —replicó el sheriff con expresión de advertencia—. No piensas
claramente en este momento y voy a hacer como si no te hubiera oído. Pero como
sigas profiriendo esas amenazas, me veré obligado a hacer algo que no quiero
hacer.
Logan volvió a mirar hacia Skye.
Todavía estaba algo pálida, pero parecía estar recuperándose. Parpadeaba
brevemente antes de cerrar de nuevo los ojos como si estuviera reuniendo fuerzas.
Por fin su corazón volvía a palpitar con normalidad, y la sensación de irrealidad
iba desapareciendo poco a poco.
¡Oh, Dios!, casi la había perdido.
Los paramédicos la estabilizaron y hablaron con los médicos por teléfono. Skye
tenía una vía en el brazo conectada a la bolsa de suero que colgaba de un gancho
de metal.
—¿Qué es eso?—preguntó Archer, centrando la atención en la gasa que Logan
sostenía entre los dedos.
Se acercó a él rápidamente con una bolsa de pruebas en la mano. La abrió y
Logan dejó caer la gasa en el interior.
—La gasa quedó enganchada en la blusa de Skye cuando ese cabrón escapó —
explicó Logan con voz ronca mientras se preguntaba si podría seguir conteniendo
los gritos de furia que constreñían su garganta.
Archer estudió la bolsa de pruebas en estado de shock y luego le miró. Por fin
podrían saber cuál era la droga que el asesino utilizaba para incapacitar a sus
víctimas desde hacía doce años.
—¡Oh, Dios! Realmente fue él —dijo en voz baja sin poder ocultar la sorpresa.
—Claro que fue él. —Logan se sentó en una de las sillas que rodeaban la
pequeña mesa de la cocina—. Créeme, Archer, fue el Carnicero. Averiguaré de
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alguna manera cómo logró burlar el sistema de seguridad y descubriré quién
demonios es.
No dijo nada más.
Quienquiera que fuera era hombre muerto, porque tenía intención de matarle.
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Capítulo 16
Horas más tarde, demasiadas para su tranquilidad, Logan observó a Skye en el
cuarto de baño. Se secaba lentamente el pelo y la sedosa mata negra brillaba sobre
sus pechos cada vez que se movía.
Ella había insistido en regresar a su casa en lugar de quedarse en la de él. Se
mantuvo en sus trece hasta que finalmente a él no le quedó más remedio que ceder
y la llevó de vuelta en cuanto Archer y su ayudante, John Caine, terminaron de
registrarla a conciencia. Para mayor seguridad, él mismo comprobó cada puerta y
ventana mientras ella se duchaba.
Las puertas quedaron bien aseguradas con unos cerrojos adicionales al sistema
de seguridad. Hasta que lograra averiguar cómo había logrado entrar en la casa el
asesino, todas las medidas eran pocas. El propio Archer fue el que instaló los
cerrojos mientras él acompañaba a Skye al hospital.
Cada ventana había sido cubierta con tablas a media altura para impedir que
pudieran abrirse desde fuera.
Aquellas medidas, aunque menos técnicas y sofisticadas que las otras, serían
imposibles de sortear sin que los ruidos les advirtieran con la suficiente anticipación
para prepararse. Y no habrían sido necesarias si Skye no se hubiera puesto en plan
terco, porque no estarían allí, sino en su casa.
No, realmente no había tenía otra opción.
Y allí estaba Skye, magullada, enfadada, golpeada...
Pero viva.
Y eso era lo único que importaba. Estaba viva.
Por esa razón, cuando Skye dio un paso hacia él, tembló por la necesidad de
tocarla.
De percibir su respiración.
De sentir que le pertenecía.
Skye cerró los ojos mientras Logan la estrechaba contra sí, recordando a su pesar
que había rozado la muerte con la punta de los dedos.
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La alta dosis de productos químicos impregnados en la gasa podría haberla
matado. De hecho, los médicos se habían mostrado sorprendidos de que Logan
hubiera sido capaz de conseguir que siguiera respirando hasta que llegaron los
paramédicos.
Ahora estaba totalmente recuperada y su corazón parecía a punto de salírsele del
pecho. Se estremecía sin control de pies a cabeza, le temblaban las manos y la
necesidad de fundirse con Logan era abrumadora.
—No vas a recuperar el sentido común, ¿verdad? —preguntó él mientras ella le
observaba en silencio.
—¿Te refieres a si me voy a marchar del condado? —inquirió al tiempo que sentía
que él la abrazaba con más fuerza.
Logan asintió con la cabeza, pero ella se limitó a negar con la suya.
—Debo quedarme. Se lo debo a Amy.
—Permite que sea yo quien se ocupe de esto, Skye —dijo en tono persuasivo—.
Esta venganza es asunto mío y lo tengo todo bajo control.
—No, me he pasado media vida soñando con meter a ese bastardo en prisión y
no estoy dispuesta a renunciar. No voy permitir que me venza, Logan. No le dejaré
ganar.
—Esto no es un juego, Skye —gruñó amenazante con la expresión sombría.
—No, no es un juego —convino ella—. Te han destrozado la vida y ocho mujeres
que no merecían morir han sido asesinadas con el único objetivo de tenderos una
trampa para incriminaros. ¡Santo Dios, Logan!, ¿por qué te resulta tan difícil creer
que hay gente que se preocupa por ti? ¿Que yo necesito verte a salvo?
—Entonces tienes que permanecer alejada de esto —rugió él, dando un paso
atrás y pasándose los dedos por el pelo en un gesto de pura frustración.
Skye negó con la cabeza al tiempo que le sonreía con sorna.
—Olvídalo, no va a ocurrir.
—¿Crees que consigues algo desafiándome? ¿Por qué no me escuchas?
—Di algo sensato y podría considerarlo —se burló Skye con mordacidad.
Actuando rápidamente, Logan la agarró con brusquedad por la parte superior de
los brazos y la apretó contra su torso. Pero ella no cedió. Se sujetó a sus antebrazos
e irguió la cabeza, desafiándolo con la mirada al tiempo que arqueaba una ceja.
¡Dios!, aquella mujer era demasiado testaruda y él no podía pensar en nada más
que en el hambre, la necesidad, el furioso deseo que le consumía... Tenía que
poseerla.
Se moría por tocarla, por saborearla.
Por hacerle alcanzar el éxtasis hasta que ninguno de los dos pudiera moverse.
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Enredó los dedos en su sedosa mata de pelo y tiró con fuerza, obligándola a
echar la cabeza hacia atrás. Las oscuras pestañas de Skye aletearon ante sus ojos,
y vio que en sus pupilas brillaba una repentina e innegable excitación.
No pensó en nada antes de capturar sus labios. Simplemente no pensó. El
abrumador deseo de besarla siempre estaba ahí y, llegados a ese punto, le resultaba
imposible luchar contra ello.
Sus bocas encajaron como las piezas de un rompecabezas. Se acoplaron como si
hubieran nacido el uno para el otro, y él pudo recrearse en aquel sensual sabor tan
femenino que le obnubilaba la mente.
La acercó todavía más rodeándola con los brazos y sintió el cálido peso de sus
senos contra el torso. La pasión crepitó entre ellos, avivando un hambre que ya
amenazaba con salirse de control.
Dejar de besarla era imposible. Anhelaba esos besos como anhelaría agua un
hombre muerto de sed. Pero también necesitaba tenerla desnuda entre sus brazos,
sentir su piel caliente contra la suya y embriagarse en el dulce calor de su
necesidad, arder sin remedio con ella.
Tomó el bajo de la blusa y lo subió despacio, lentamente, observando cómo Skye
alzaba los brazos para permitir que se la quitara por la cabeza. Lanzó la prenda al
suelo de cualquier manera y miró cómo sus pechos, firmes y exuberantes, subían y
bajaban con rapidez. Estaban tensos y los pezones se apretaban contra el encaje
blanco que los cubría. Sostuvo el peso con la palma y deslizó los dedos por la
endurecida punta, viéndose recompensado por un jadeante gemido que ella reprimió
con rapidez.
Introdujo los dedos dentro de las copas del sujetador para liberarle los senos y
luego le bajó los tirantes por los brazos.
Dios, la necesidad de saborear sus pezones le hacía la boca agua. Inclinó la
cabeza para capturarlos y, poco a poco, empujó la prenda más abajo sin dejar de
lamerle los tensos picos.
Después, en lo que fue una delicada tortura, se deshizo de sus bragas al tiempo
que la atraía hacia él y deslizaba las manos hacia las suaves curvas de sus nalgas,
que amasó delicadamente. Mientras, ella llevó los dedos a su camisa y soltó uno a
uno todos 1os botones con la respiración entrecortada, gimiendo todavía más fuerte
cuando él se negó a soltar el pezón.
Skye le pasó por fin la tela por los hombros, y él le liberó el pezón para,
tomándola por las caderas, llevarla a la habitación y hacerla caer sobre la cama.
No sabía cuánto tiempo podría esperar para poseerla. Lo único que tenía claro es
que iba a ocurrir ya.
No podría sobrevivir si no lo hacía.
Volvió a capturar la enhiesta cima entre los labios después de tumbarse sobre
ella, que se arqueó hacia él con un gemido que estimuló todos sus sentidos.
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Pecados Mortales
Notó que Skye enredaba los dedos en su pelo, que le clavaba las uñas en el
cuero cabelludo provocándole un hormigueo que acabó impactando en sus
testículos, que se pusieron duros como piedras.
¡Oh, Dios!, la necesitaba.
Apresó sus muslos y se los separó todavía más para acomodarse entre ellos.
Inclinó la cabeza de nuevo y lamió el cálido valle entre sus pechos, el lugar del que
emanaba aquel dulce sabor a vainilla que era tan suyo, antes de seguir bajando.
—Logan —susurró ella con sensualidad, observando cómo se deslizaba por su
cuerpo. Se apoyó en los codos y le miró con los ojos entrecerrados, tan hambrienta
como él.
El la recompensó pasando la lengua por la sedosa piel del torso y el vientre.
Lamió la carne como si fuera ambrosía; a ratos sorbiéndola, a ratos besándola.
Con suavidad, rozó la barba incipiente que le cubría la mandíbula contra sus muslos
y ella se tensó sin poder contener una aguda queja de placer. Sonriendo, acarició la
suave piel de su sexo con la barbilla, y ella volvió a enredar los dedos en sus
cabellos y tiró con fuerza.
Logan, sintiendo que un incontenible deseo surcaba por sus venas, luchó contra
la necesidad de apresurarse, de aliviar aquel impulso que le abrasaba por dentro,
pero apenas consiguió reprimir la lujuria que le desgarraba. El objetivo final de esa
batalla era hacer disfrutar a Skye de un exquisito placer y convencerla de que no
tenía corazón.
Y no lo tenía porque su corazón pertenecía a la mujer que estaba entre sus
brazos.
Perdida en el torbellino de sensaciones que giraban en su interior, Skye no pudo
contener más los gritos. La sensación de los labios de Logan rozando los sensibles
pliegues entre sus piernas, de su lengua lamiéndole el clítoris con experimentado
erotismo, colapsaba sus sentidos. Casi sin fuerzas, se recostó sobre las sábanas sin
soltarle el pelo, aferrando los espesos mechones para poder canalizar la creciente
oleada de placer que la atravesaba.
Comenzó a arder a fuego lento. Era como si una oleada de llamas líquidas le
atravesara las venas y fuera directa a su sexo, a su clítoris.
Cada roce de la barba enviaba ramalazos de placer entre los desnudos pliegues e
impactaba en la sensible y palpitante vagina.
Quería...
—¡Oh, Dios mío! Quiero...
—¿Qué quieres, cariño? Dímelo —exigió él con voz ronca—. Lo único que tienes
que hacer es decírmelo.
¿Lo había dicho en voz alta? No era ésa su intención.
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Pecados Mortales
Logan volvió a friccionar suavemente la barba contra los húmedos labios
vaginales y una nueva inundación de jugos empapó la tierna funda.
—Más, Logan —susurró—. Por favor, necesito más.
—¿Cómo?
—¡Dios mío, no sé cómo! —gimió—. Sólo dame más...
Él introdujo los dedos en el interior de su cuerpo con cierta rudeza, dilatándola al
tiempo que seguía lamiendo lentamente sus pliegues, haciéndola sentir el mojado
calor de su lengua en cada milímetro de la tierna carne de su sexo.
—¡Oh, sí! —suspiró, incapaz de contener un gemido ronco e interminable—. ¡Oh,
sí, Logan! ¡Vuelve a hacerlo!
Él lo hizo nuevamente pero, cuando llegó al clítoris, tensó la lengua para friccionar
el duro brote una y otra vez, concentrándose en la punta hasta que éste comenzó a
vibrar.
El placer creció imparable en el vientre de Skye y se transformó poco a poco en
una atormentadora necesidad de alcanzar la liberación. El clítoris se hinchó de
manera imposible, los jugos siguieron manando, anegando los pliegues y
provocándole una sensación casi demasiado intensa para poder resistirla.
—Sigue... —gimió ella.
Logan volvió a aguijonear el pequeño brote con la punta de la lengua, lo rodeó
con un poco más de presión y lo friccionó con fuerza antes de comenzar a azotarlo
suavemente, mientras seguía penetrándola con los dedos.
Skye, jadeando con dificultad, alzó las caderas para facilitarle la labor.
Dios, iba demasiado despacio.
La penetraba con lentos y medidos empujes, suaves envites que tenían como
finalidad enterrar los dedos por completo dentro de su sexo.
La acercaba al éxtasis pero se detenía justo antes de provocarle el orgasmo,
dejándola suspendida justo al borde del abismo cuando interrumpía los tortuosos
roces en el clítoris.
Por fin, aplicó los labios sobre el hinchado y sensible brote y lo succionó con
intensidad. Ella se arqueó salvajemente en respuesta. Punzantes sensaciones le
taladraron el clítoris y las sensibles profundidades de su sexo mientras los dedos de
Logan continuaban explorando su interior, avivando la sensación que crecía en torno
al delicado nudo de nervios.
Skye contorsionó las caderas y se alzó desesperadamente contra su boca
suplicándole una caricia más firme y profunda. Pero él, implacable, la inmovilizó con
el brazo y se dedicó a utilizar su lengua como si fuera un malvado instrumento de
tortura sensual.
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Pecados Mortales
—Logan —jadeó, concentrada en alcanzar un placer que se mantenía esquivo y
que se moría por obtener. Un placer que podría destruirla.
Movió compulsivamente la cabeza a un lado y a otro cuando la necesidad y las
sensaciones se volvieron abrumadoras y, sin poder contenerse más, le soltó el pelo
y comenzó a acariciarse los pechos.
Los pezones estaban duros y apretados, dolorosamente tensos. Parecían exigir
caricias aunque fueran de sí misma. Los apresó entre el índice y el pulgar y tiró de
ellos, conteniendo el aliento cuando unos rápidos e intensos calambres recorrieron
su cuerpo hasta estallar en el centro de su sexo, bajo la ávida boca de Logan.
Tenso los muslos cuando él retiró los dedos, y cerró los puños con fuerza al sentir
la agonizante pérdida de plenitud que le estaba proporcionando Él volvió a
ensartarla entonces con un brusco envite, introduciendo los dedos hasta el fondo y
friccionando todas las terminaciones nerviosas de su vagina. Luego se mantuvo
inmóvil por un segundo y después comenzó a girarlos en busca de una mayor
profundidad, estimulando aquella zona tan sensible del interior del cuerpo de la
joven.
Ella se arqueó hasta casi liberarse del férreo agarre al que la sometía y, mientras
se retorcía contra él, se apretó con fuerza los pezones. Tuvo que reprimir un grito de
éxtasis.
Estaba a punto.
Cerca del final.
Lo podía sentir cada vez más próximo y era una sensación increíble; como dedos
estimulando cada zona erógena de su cuerpo. Erizando y haciendo hormiguear
todas las terminaciones nerviosas con tal delicadeza que apenas era capaz de
asimilar el placer.
Comenzó a vibrar. A arder.
Aunque pareciera imposible, su clítoris se hinchó aún más. Se endureció,
palpitando con exquisita agonía cada vez que él presionaba allí su lengua; arriba, a
un lado, arriba, al otro y vuelta a empezar.
Cada zona que rozaba estimulaba un nuevo nervio extremadamente sensible y se
preguntó si podría sobrevivir a la sensación que se avecinaba.
No podría. Apenas lograba respirar. Las oleadas de placer tomaron el control,
crecieron hasta...
—¡Joder, no!
El se había detenido.
—No me hagas esto. Por favor, Logan, no. —Iba a matarle—. No puedes...
«¿Detenerte?»
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El curvó los dedos en torno a sus muslos para ubicarse mejor y comenzó a frotar
el glande entre los resbaladizos e hinchados pliegues.
—Logan —suspiró Skye al tiempo que le clavaba las uñas en los antebrazos.
Duro acero. Grueso.
Contuvo el aliento cuando la entrada de su vagina comenzó a estirarse.
No podía decidir si lo que sentía era placer o dolor. Era una mezcla tan intensa y
abrumadora de sensaciones que parecía como si se estuviera quemando por dentro.
—¡Qué estrecha eres! —gimió él mientras ella le miraba y emitía pequeños gritos
de agónico placer—. No serás virgen, ¿verdad?
Él se detuvo. Unas llamas de algo que parecía pánico inundaban sus ojos.
Skye negó con la cabeza, presa de la desesperación.
—No te detengas —le suplicó, notando que de su cuerpo manaban nuevos jugos
que podrían facilitar un poco más el duro empuje de su miembro.
Alzó las caderas para salir a su encuentro, con los músculos tensos, intentando
que la penetrara más profundamente mientras ladeaba.
Logan deslizó una mano desde la cadera y comenzó a friccionar la yema del dedo
contra la cima del clítoris, como había hecho momentos antes con la lengua.
El pequeño brote de nervios que conformaba el centro del placer de la joven se
hinchó aún más y nuevos fluidos, resbaladizos y calientes, inundaron la vagina
cuando él presionó un poco más. La fue dilatando, abriéndola poco a poco,
excitando células dormidas pero sensibles con aquella delicada fricción.
—¡Oh, Logan! ¡Oh, Dios, qué bueno es!
Le rodeó las caderas con las piernas cuando el glande se introdujo por completo y
notó cómo la erección comenzaba a palpitar en su interior.
Se forzó a abrir los ojos, a mirarle fijamente, y observó que una gola de sudor le
resbalaba por la sien hasta desaparecer entre la barba.
Los ojos verde esmeralda parecían casi negros mientras le sostenían la mirada
con fascinación, al tiempo que su miembro la empalaba lentamente, sin parar,
poseyéndola por completo.
—Logan, más... —Fue un susurro, un grito ahogado, porque no estaba segura de
que él pudiera escuchar la súplica por encima del retumbante latido de su corazón.
Resultó un alivio notar que él respondía a su ruego y se internaba en su cuerpo
de manera implacable y firme, con un continuo empuje de caderas; una ardiente
sensación cada vez más profunda, una imparable fricción que era al mismo tiempo
fuego y hielo.
La expresión de Logan era concentrada y tenía la mandíbula tensa mientras ella
sentía que el latido de su miembro se incrementaba; parecía como si se engrosara
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en su interior; como si dilatara las delicadas paredes y éstas se rebelaran ante
aquella exquisita intrusión.
Cada pulsación de su pene provocaba que los músculos de la vagina le apresaran
con fuerza y lo envolvieran de manera desesperada; queriendo que se internara
todavía más adentro.
Le necesitaba.
Necesitaba que se hundiera hasta el fondo.
Anhelaba que la atravesaran todas esas increíbles sensaciones,
Se arqueó hacia él, presionándole las nalgas para sentirle más profundamente.
—No, ¡joder! Skye, cariño, despacio. —Su voz sonaba ronca y tensa; tan rota
como su control.
Pero éste aún no estaba suficientemente quebrado. No tanto como para caer en
el mismo vórtice por el que ella se deslizaba
—Más —gimió Skye otra vez—. Fóllame, Logan. Por favor, dame más...
Las palabras quedaron interrumpidas de golpe porque tuvo que coger aire. Abrió
los ojos de par en par y se tensó cuando él se enterró hasta la mitad para luego
retirarse.
Skye le lanzó una mirada de súplica y después tuvo que cerrar los ojos para
recrearse en aquella fiera voracidad que se arremolinaba en su interior.
Él se movió de pronto, embistió con las caderas enterrándose más
profundamente, más adentro, penetrándola con rudeza, estimulando todas las
terminaciones nerviosas de su vagina, incluso algunas que ella no sabía que tenía ni
que eran tan sensibles.
Estaba más excitada que nunca. Cada movimiento, cada agudo palpitar, cada
embestida amplificó las sensaciones que la recorrían.
Unos cortos empujes. Uno, dos...
Con el tercero se enterró en ella por completo.
Y entonces nada pudo detenerlos.
Él se aferró a los turgentes montículos de su trasero y los separó cuando
comenzó a embestir en serio, obligándola a entregarse por completo y haciéndola
sentir un placer sobre el que sólo había leído y que siempre pensó que no podría
experimentar.
Pero allí estaba.
Con los ojos cerrados, se concentró en los empujes; en el poder de aquel
miembro llenándola, dividiéndola en dos, palpitando en su interior con cada
embestida. El placer se incrementaba con los duros y rítmicos movimientos de la
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gruesa erección; dentro, fuera, dentro, fuera... Sus músculos internos comenzaron a
vibrar cada vez más rápido, en su clítoris, en el cuello del útero...
Todas sus terminaciones nerviosas ardieron, se avivaron las sensaciones y notó
sorprendida que el enorme miembro se engrosaba de manera imposible en su
interior, que el ardor se hacía más intenso hasta que sintió que explotaba.
El clímax le llegó en forma de una oleada de éxtasis destructivo que, estaba
segura, le impediría volver a ser la misma.
Intentó gritar pero no tenía energía, ni aliento, ni era capaz de hilvanar ningún
pensamiento distinto al del duro poder que la inundaba, al de aquellos diminutos
escalofríos de placer que alcanzaban cada célula de su ser y que hacían que la
sangre hirviera en sus venas.
Él la sujetó con fuerza y siguió embistiendo cada vez más fuerte, más rápido;
sumergiéndose hasta el fondo una y otra vez, follándola hasta más allá de lo
imaginable, hasta que un nuevo orgasmo se sobrepuso al anterior y la hizo volar de
nuevo. Entonces el placer de Logan se sumó al de ella con un último empuje y la
sensación de su liberación, cálida y resbaladiza, vertiéndose en las profundidades
desprotegidas de su sexo, hizo que el orgasmo de la joven se prolongara hasta el
infinito.
Aquello debería haber traído a Skye de regreso a la realidad, a la razón. Debería
haberla sumergido en un estado de pánico y caos, de terror estremecedor.
En lugar de eso, la impresión de su eyaculación impactando en las paredes de su
vagina se añadió a las demás sensaciones y la hizo surcar otra demoledora oleada
de un éxtasis tan cegador que por un momento no pudo ver nada, quedando
suspendida en un mundo de color esmeralda, sombrío y fascinante, que la catapultó
a una tormenta de placer que sabía que jamás encontraría fuera de aquellos brazos.
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Capítulo 17
Completamente saciada de placer, Skye sintió que el efecto del cansancio se
extendía poco a poco por su cuerpo.
Esperaba a que llegara la luz del día.
Tenía la cabeza apoyada en el hombro de Logan y si abría los ojos vería la cara
del cachorro, dormido sobre su pecho.
Las dos estaban descansando sobre él. Ella contra su hombro y la perrita con las
patas estiradas sobre su torso y la cara arrugada apoyada entre ellas. Logan
respiraba pesadamente, sumergido en un profundo sueño.
Se imaginó que, como ella, rara vez dormía tan profundamente.
¿Era eso parte de la vida? ¿La certeza de que la angustia podía visitarla mientras
dormía?
Desde luego, ella sabía muy bien que podía darse el caso; tenía una larga
trayectoria de experiencias al respecto. Por lo que había aprendido, por lo que le
había mostrado el destino, la mayoría de los monstruos rara vez la visitaban
después de que el sol saliera. Llegaban en medio de la oscuridad, donde podían
esconderse; donde eran sombras incapaces de ver la horrible destrucción que
provocaban.
Lamentablemente, faltaba todavía una hora para que amaneciera. Si lograba
mantenerse despierta hasta que el sol surgiera tras las colinas, hasta que sus rayos
impactaran en las cortinas que cubrían las ventanas, entonces lograría dormir sin
pesadillas.
En ese cálido refugio, tan adormecida que le suponía una lucha permanecer
despierta durante esa última hora, se encontró rememorando momentos de su vida
que nunca se permitía visitar. Recuerdos que no se había dado cuenta que tuviera,
que no sabía que estaban ahí.
Era consciente de que siempre le había dado miedo la oscuridad. Un miedo que
ella relacionaba con sus padres.
«Son pesadillas —le había dicho siempre su padre, suave pero firmemente—, una
manera que tiene la mente de protegerse cuando está en letargo.»
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Frunció el ceño al sentir que Logan se movía contra ella, acariciándole la cadera
antes de volver a quedarse quieto.
Cada vez que las pesadillas la despertaban, gritaba entre lágrimas. Sus padres
habían estado a su lado desde el principio tranquilizándola, sí, pero señalándole que
las pesadillas le advertían de algo. Algo terrible y amenazador.
Aun así, los gritos se habían detenido con el paso de los años. Cuando llegó a la
adolescencia, se despertaba en silencio y se dedicaba a observar la noche. Aquella
costumbre se convirtió en un gran lastre cuando comenzó a estudiar en un colegio
privado. Había tenido que aprender a ocultar que se había pasado media noche en
vela. Durante un tiempo, incluso tuvo que recurrir a tomar ciertas hierbas
medicinales para poder dormir.
Entró a trabajar en la Agencia antes de saber a qué se dedicaban sus padres y
quiénes habían sido en realidad. Ni siquiera después de que murieran había
sospechado lo que hacían ni se cuestionó que a pesar de su corta edad la hubieran
adiestrado de manera tan específica. Sí, imaginó, querían que se uniera a la
Agencia.
Miró sin ver la oscuridad, anhelando haber sabido lo que sus padres hacían; que
se lo hubieran contado antes de morir. Sin embargo, en vez de eso, habían dejado
las explicaciones en manos de Cárter y había demasiadas preguntas que él no
podía responder
Meditó sobre que algunas personas parecían nacer para ser padres. No tenían
ningún problema en ver crecer a sus hijos, en sentir afecto por ellos. Los niños no
eran extensiones de sus padres, sino seres con sus propios derechos. Pero no
había sido así en su caso. Ella era una extensión de lo que ellos habían sido, de lo
que habían estado haciendo y, ante sus ojos, el futuro de sus objetivos.
Lo mismo había sido Amy para Cárter Jefferson. Y tras la muerte de Amy, Cárter
volcó en ella sus esperanzas y planes, seguro de que estaba preparada para esa
vida porque había sido lo que sus padres esperaban de ella.
¿Sería ésa la razón por la que las pesadillas se habían avivado? ¿Por la que se
habían vuelto tan sangrientas y violentas? ¿O se deberían a lo que ella les había
dicho a su jefe y a Cárter, y eran producto de esa misión y la naturaleza vengativa
del asesino?
Contuvo un estremecimiento para no molestar, pero acabó dando un respingo
cuando la intensa vibración del móvil de Logan resonó en la mesilla.
El se estiro hacia el aparato al instante y se lo pegó a la oreja.
—Es Crowe —le murmuró.
—¿Dónde estás? —exigió saber Crowe antes de que Logan tuviera oportunidad
de saludar.
—En casa de Skye. —Se puso en movimiento mientras su primo hablaba,
sabiendo que jamás le habría llamado si no se tratara de una emergencia.
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Ella rodó por la cama al tiempo que él dejaba al cachorro suavemente sobre el
colchón y se ponía en pie para vestirse.
—Revisa los vídeos de seguridad y mira si hay alguien en los alrededores de la
casa —pidió Crowe—. Estoy con Rafer y Cami. La han atacado y casi matan a dos
de sus guardaespaldas. Tiene una herida que debes tratar.
Logan giró la cabeza hacia ella.
—Hay que revisar los monitores —le dijo mientras se ataba con rapidez las
zapatillas de lona—. Crowe está con Rafer y Cami; la han atacado.
Ella se puso un arnés para el arma y recogió la pistola de los pies de la cama Miró
a Logan y vio que el rostro masculino mostraba la fría y dura máscara que utilizaba
cuando estaba en el ejército.
Se acercaron al cuarto de los monitores y ella abrió la puerta con el mando a
distancia antes de programar las pantallas.
Cuatro hileras de monitores se pusieron en funcionamiento al instante y el
parpadeo de las imágenes térmicas iluminó la pequeña estancia.
Seleccionando tres de las cámaras colocadas en el tejado, comenzó a revisar los
alrededores desde todos los puntos de vista, centrándose sobre todo en el área que
rodeaba la casa.
—Pueden aproximarse por la parte de atrás, la zona está limpia. Hay varios
vecinos preparándose para ir a trabajar y veo un coche de policía al final de la calle
—informó a Logan para que él se lo dijera a su primo.
—Todo limpio por atrás —repitió Logan a Crowe—. Seguid el camino y no saltará
ninguna alarma.
Un objetivo enfocó automáticamente a tres figuras aproximándose por esa zona.
El camino, que era grabado por un dispositivo térmico, mostraba algunas variaciones
de colores que podían ser atribuidos a la actividad habitual que solía haber en el
área.
Cuando se pusieron en movimiento para reunirse con sus primos, Logan se dio
cuenta de que Skye llevaba un arma en una mano, a la perrita en la otra, y de que
se había puesto una camiseta oscura y un sombrero.
Tomó a Bella con el brazo libre y se encaminaron hasta la salida que conectaba
con el patio. Corrió silenciosamente el cerrojo, abrió la puerta, y Skye se agachó y
salió en cuclillas para cubrir el área mientras él se dirigía a su casa.
Traspasó el seto que separaba ambas edificaciones y avanzó hasta la entrada
trasera. En cuanto llegó a su destino, puso a Bella en el suelo y entornó la puerta
para que no escapara. Luego se giró e indicó a Skye que le siguiera.
Ella, que ya había cerrado con llave su propia puerta, se acerco con rapidez,
entrando cuando él se lo indicó, sin decir palabra
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Bella atravesó la sala hasta su cómodo jergón, donde se acurrucó para seguir
durmiendo como si no ocurriera nada. La aparente indiferencia del animal les hacía
estar seguros de que la casa estaba vacía. Él había comenzado a entrenar al
cachorro, enseñándole a ladrar ante cualquier presencia extraña, incluso una con la
que estuviera familiarizado.
Le hizo una seña a Skye y realizaron, a pesar de todo, un rápido barrido por la
casa, que él encabezó en todo momento.
Trabajaban bien juntos. Tras una exploración a conciencia que duró sólo unos
minutos, fueron al comedor para abrir las puertas del patio. Justo al mismo tiempo,
Crowe y Rafer, con Cami entre sus brazos, se acercaron a la entrada.
Tras cerrar de nuevo la puerta, Logan fue a buscar un botiquín de uso militar a la
cocina y regresó a la estancia justo cuando Rafer dejaba delicadamente a la joven
boca abajo en el largo sofá que él había usado tantas noches para dormir.
—¿Qué demonios ha ocurrido? —gruñó alarmado al ver un vendaje provisional
cubriendo una herida en el hombro de Cami.
Rafer arrancó el apósito y los tres hombres maldijeron por lo bajo cuando ella
respingó de dolor.
Logan se arrodilló junto a Cami y se volvió para indicarle a Rafer dónde podía
encontrar toallas limpias, pero Skye ya se había adelantado y estaba a su lado con
un montón de paños de cocina en las manos.
—Uno de los tres guardaespaldas tomó a los otros dos por sorpresa e intentó
matarla. Y por si eso fuera poco, un maldito francotirador decidió entrar en juego al
mismo tiempo. —La voz de Rafer, ronca y llena de dolor, contenía la oscura sombra
de la muerte—. Justo estaba entrando en casa cuando ocurrió. Cami logró salir de
allí con ayuda de uno de los hombres mientras el otro distraía al francotirador. La
alcanzaron cuando el guardaespaldas la tiro por la ventana al ver que no lograban
deshacerse del tercero.
—¡Dios...! masculló bogan. La bala le había perforado el hombro y desgarrado el
músculo. Sin duda estaba sufriendo un dolor agonizante.
Cami tenía la cara sepultada en el sofá y, ahora que pensaba que Rafer no era
testigo de lo que podía ser considerada una debilidad, se había permitido llorar y le
temblaban los hombros.
—Está bien, cariño —murmuró Logan, sabiendo que si Rafer era consciente de
esas lágrimas, perdería el control y nadie podría calmarle—. Tengo algo para que
deje de dolerte.
Ella asintió con fuerza y levantó la mirada hacia Rafer, que se agachó junto al
brazo del sofá para enredar los dedos en su pelo como si no pudiera mantenerse
apartado de ella.
Logan notó en ese momento que su primo sabía que la joven estaba llorando; sí,
aquella mirada torturada en sus ojos decía que lo sabía y lo odiaba.
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¡Joder!, todos lo odiaban.
Sacó una jeringuilla, un pequeño frasco del botiquín, y preparó la dosis necesaria
no sólo para atajar una posible infección, sino para eliminar el dolor y conseguir que
Cami descansara tranquila.
—Allá vamos —murmuró mientras la inyectaba con decisión—. El dolor
desaparecerá enseguida, te lo aseguro.
Así era. No tardaría más de unos segundos.
Luego preparó lo necesario para suturar la herida mientras dejaba pasar el tiempo
necesario para que la medicina hiciera efecto. Observó que la tensión abandonaba
lentamente el pequeño cuerpo de la joven hasta que comenzó a respirar con
normalidad y cesaron los sollozos.
—¡Oh, Dios! Gracias, Logan —susurró Rafer con voz ronca cuando Cami por fin
se relajó y se dejó llevar por aquella somnolencia inducida.
—Se pondrá bien —le prometió a su primo—. Sólo voy a suturar la herida lo mejor
posible y, si todo sale como quiero, ni si quiera se notará la cicatriz. Te prometo que
no le importará ponerse ese bikini que tanto te gusta. Logan sonrió burlonamente,
esperando que la broma hiciera que Rafer se relajara. Por lo menos un poco.
—¡No seas capullo! —gruñó Rafer—. No debías de haberla visto en bikini.
—Te prometo que no abrí los ojos. —Ahogó una carcajada al pronunciar la
mentira.
—¡Oh, Dios, Logan! Pensé que no iba a llegar a tiempo. —La voz de Rafer
contenía todo el dolor del mundo.
—Pero lo hiciste, eso es lo que cuenta, Rafer —le reconfortó—. Es lo único que
importa.
—¿Cómo están los guardaespaldas? —preguntó Skye a Rafer al tiempo que
Logan le indicaba que le echara una mano con la sutura.
—Están todos vivos menos uno. El que intentó matarla. —El tono de Rafer era
menos duro ahora—. Llegué a casa justo a tiempo porque recibí un texto cifrado en
el que me informaban de que ese hombre se había puesto en contacto con John
Corbin ofreciéndose para eliminar a Cami a cambio de una cantidad.
—¿Por que no nos llamaste? —gruñó Logan sin apartar la mirada de la puntada
que estaba dando. Unía la carne herida con una suavidad infinita a pesar de la furia
que sentía.
—No hubo tiempo para nada —le explicó Rafe—. Estabas demasiado lejos para
ayudarme, Logan, y yo me encontraba a sólo diez minutos del lugar. Cuando recibí
el maldito mensaje estaba en el despacho del abogado. Salí de allí corriendo, seguro
de tener tiempo de sobra. Corbin acababa de recibir la información.
Se trataba del mismo abogado con el que sus padres estaban resolviendo los
detalles legales del centro de vacaciones en que pensaban invertir su dinero y que
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levantarían asociándose con una cadena a nivel nacional. Todas las posibilidades de
aquel proyecto habían desaparecido con ellos, y, además, según el abogado, las tres
parejas de Callahan no habían estado en su despacho aquella tarde, aunque Clyde
afirmaba lo contrario. Y su tío lo sabía porque era quien había concertado la cita.
Ahora, doce años más tarde, el abogado iba un poco más allá y afirmaba que los
tres matrimonios jamás habían sido clientes suyos.
—¿Por qué iba a ayudarnos alguien del rancho Corbin? — preguntó Crowe con
recelo.
Rafer alisó el pelo de Cami antes de retirárselo de su rostro dormido.
—No creo que me enviaran el mensaje desde el rancho —repuso sin apartar la
mirada de la mujer que amaba.
—Si los barones están implicados en esto, vamos a tener problemas —gruñó
Crowe con un tono tan gélido que Skye noto un escalofrío en la espalda.
—El tirador era muy bueno, Crowe. —Rafer sonó estrangulado por la emoción
que le embargó al escuchar el leve gemido inconsciente de Cami—. ¡Jodidamente
bueno! No debería haba nadie allí ¡joder! Aun así, la única razón por la que ella
recibió el disparo es porque el guardaespaldas que la traicionó revelando su
posición, intentó matarla. Cuando trató de huir, el tirador volvió el arma contra ella. El
otro guardaespaldas la arrojó por la ventana para intentar salvarla, y a Cami no le
dio tiempo ni de girar la cabeza antes de recibir el balazo. —Sus ojos despedían
chispas de furia y su expresión era muy tensa.
Logan se pasó la mano por la cara.
—Esto no tiene sentido —murmuró, sentándose sobre los talones cuando terminó
de dar el quinto y último punto—. ¡Joder!, es mejor darles todo lo que quieren. No
vale la pena que se mal gaste otra vida.
—Si pudiéramos hacerlo de manera legal, estaría totalmente a favor de esa
opción —masculló Crowe—. Pero no podrán hacerse con las propiedades a menos
que muramos o desapararezcamos del condado durante un año. De otra manera,
todo será de nuestros herederos, si cabe tal posibilidad. ¿Quieres que Cami esté
desprotegida durante tanto tiempo, Rafer? Miró a Logan ¿Quieres que le ocurra algo
a Skye?
Logan la miró y supo que moriría si algo llegara a ocurrirle.
—¡Joder!, nuestros padres estaban seguros de que no se atreverían a matarnos
por esto —dijo Rafer, ahora con la voz apenada—. Nuestras madres echaron a
perder sus vidas al casarse con nuestros padres. Imaginad el infierno que les
hicieron vivir los barones para que llegaran a desconfiar de tal manera de ellos.
Skye observó a los tres hombres; sus expresiones, la furia salvaje en sus ojos, la
tensión de sus mandíbulas, el desencanto y la amargura en sus caras.
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—De repente, el bastardo que nos acecha utiliza un rifle en lugar de un cuchillo —
dijo entonces Crowe—. Si es tan bueno disparando, ¿por qué no ha utilizado su
habilidad con las armas de fuego hasta ahora?
—Nada de esto tiene sentido —intervino Skye—. No puede haber estado en dos
sitios a la vez.
—¿A qué te refieres? —Crowe se volvió hacia ella con rapidez pero fue Logan
quien le respondió.
—El Carnicero estaba esperando a Skye cuando regresó de la reunión. —Se giró
y miró a Rafer—. Es imposible que haya actuado dos veces en un lapso tan
pequeño de tiempo.
—Quizá el Carnicero tenga un cómplice.
—Si ese fuese el caso, no creo que atacara a Cami —indicó Skye—. Nada
encaja. ¿Al Carnicero le da por cambiar de hábitos de repente? Eso no es normal en
un asesino en serie. Obtiene satisfacción al atenerse a un orden, al ceñirse a sus
pequeños rituales.
—¿Qué hacemos ahora? —susurró Rafer, mirándola con desesperación mientras
Logan vendaba la herida—. Cami no está entrenada para esto. ¡Joder!, ni siquiera
soy capaz de contratar a las personas adecuadas para protegerla. ¿Cómo vamos a
conseguir que tú y ella estéis a salvo? No creo que ninguno de nosotros esté
preparado para enfrentarnos a esto.
—Consideraban que Cami es tu punto débil —dijo Skye con suavidad, casi
estremeciéndose cuando todos la miraron—. Es más, si consiguieran matarla, te
habrían despojado de tu razón para luchar y podrías llegar a darte por vencido.
—¿Por qué? —escupió Rafer con una mirada helada—. ¿Por qué perseguirla a
ella? ¿Por qué va a ser mi punto débil?
—Como bien has dicho, no está entrenada —señaló Skye—. Y además, ella
puede concebir a un heredero. Un heredero que se quedaría con todo si vosotros
murierais o si dejaseis el condado de manera definitiva. Si hubiera un heredero real
se abrirían otras opciones y no quieren que sea así. Creo que ésa es la razón por la
que matan a vuestras amantes.
Era la única teoría que tenía algo de sentido.
Skye lo había considerado bajo todos los ángulos y todas sus conclusiones la
llevaban de vuelta al hecho de que las víctimas del Carnicero sólo tenían en común
una cosa: todas tenían la posibilidad de concebir un heredero para el legado de los
Callahan.
—Mi hermana también fue asesinada —señaló Crowe—. Y tenía sólo dos
semanas.
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—Quizá ignoraran que iba en ese coche —reflexionó ella Si vuestros padres
fueron víctimas de un complot, y creo que lo fueron, es posible que el asesino no
supiera que ella iba en ese vehículo.
La mirada de Crowe era tan fría, tan dura e inexpresiva, que ella llegó a
preguntarse si la habría escuchado.
—Han asesinado a nuestras amantes para que parezcamos culpables de sus
muertes —aseguró Rafer—. Para torturarnos. No es posible que sea porque
podamos dejarlas embarazadas.
—Eso no quita que cualquier otra opción sea más fácil que asesinaros. Arrestaros
tendría el mismo resultado y resultaría menos sospechoso. La única manera de
conseguir lo que parece que quieren es obligaros a dejar el condado, encarcelaros,
o mataros de manera que no parezca un asesinato. —Hizo una pausa Existe un
perfil psicológico de cada uno de vosotros y demuestra que el suicidio no es algo
que esté en vuestra naturaleza, así que sólo ganarían si no hubiera sido concebido
ningún heredero antes de que acaben con vosotros de una u otra manera. —Lanzó
una mirada a Cami—. Ella no estará a salvo hasta que permanezcáis fuera del
condado el año requerido, y todos sabéis que no podréis mantenerla a salvo tanto
tiempo. —Bajó la voz—. La única solución es ponerla bajo protección federal hasta
que todo se resuelva.
—¡Joder, no! —gruñó Rafer—. Quien sea que mueva los hilos de este asunto, es
evidente que tiene contactos políticos. El riesgo es demasiado grande.
Skye asintió; era cierto que había un leve riesgo. Un riesgo que ella imaginaba
que los Callahan encontrarían inaceptable.
Pero no había otra alternativa. A menos que...
Si exigiera el pago de un favor que le debía una de sus fuentes, un favor que se
había prometido a sí misma que jamás pediría...
Clavó los ojos en Logan y se dio cuenta de que él era capaz de de morir por cada
uno de sus primos y por todas las mujeres que habían formado parte de su vida.
Igual que Crowe y Rafer. Y en ese momento, Cami corría un serio peligro.
Cualquiera de los tres primos mataría a quien fuera preciso para salvarla.
Cami era parte de los tres. Parte de sus pasados y, a través de Rafer, parte de
sus corazones.
Respiró hondo y tomó una rápida decisión.
—Conozco a alguien que no puede ser comprado. Ni él ni sus hombres —dijo en
voz baja—. Alguien que me debe un favor. Alguien sin lazos políticos y con todos los
recursos necesarios para mantener a Cami sana y salva sin sacarla de aquí.
La protección federal, sin embargo, la apartaría de la vida de Rafer. Su contacto,
por el contrario, se encargaría de proteger a Cami y se ocuparía con rápida eficacia
de cualquiera que intentara matarla. Le encantaban ese tipo de juegos y los
practicaba con diligencia.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
Sí, su contacto tenía esa capacidad. Y también el de enfurecer incluso a las
personas más tranquilas y calmadas.
Los tres primos la miraron con recelo.
—¿Es un criminal? aventuró Logan—. No sé si...
Ella negó con la cabeza.
—Se autodenomina a sí mismo como un «inadaptado legal». Pero por lo que yo
sé, no es un criminal.
Aunque empezaba a sospechar que sí lo era.
—¿De quién se trata? —inquirió Crowe.
—Digamos que es alguien a quien le gusta que la justicia se cumpla. Mantendrá a
Cami cerca, a la vista, pero bien protegida. Sus hombres no le son leales por dinero,
sino por lazos de sangre y obligaciones morales que hacen imposible que le
traicionen. Es más, se encargará de ella aunque os ocurra algo a vosotros. Y si se
queda embarazada, mantendrá a salvo a ese niño. Confía en mí, Rafe. Nadie se
atreverá a acercarse a ella mientras esté bajo la protección de ese hombre.
—¿Y quién tiene esa clase de poder en sus manos, te debe un favor y está
dispuesto a pagarlo de esa manera? —Rafer todavía recelaba.
Ella se humedeció los labios con nerviosismo, insegura. No porque no confiara en
quien le debía el favor, sino quizá porque no confiaba en que él no acabara
enfrentándose con aquellos tres hombres.
Y no es que ellos no se mostraran ya suficientemente escépticos.
—¿Quién es? —preguntó Logan, con expresión engañosamente suave—. ¿Y por
qué va a hacerlo?
Porque se lo debía. Porque durante un horrible momento, aquel hombre poderoso
había perdido el control.
—¿Por qué? —Se sentó sobre los talones justo donde se había arrodillado, junto
a él—. Soy la agente que salvó la vida de Amara Resnova hace dos años, cuando
era objetivo de un peligroso asesino a causa de las sospechosas actividades de su
padre. En su momento me dijo que me daría lo que quisiera, cuando quisiera.
Crowe soltó un largo silbido y abrió los ojos con asombro al tiempo que Logan los
entrecerraba.
—Sí, te dará lo quieras. Incluso te hizo una propuesta de matrimonio, si los
rumores no están equivocados —masculló Crowe— ¡Joder! no es de extrañar que
no pudiera obtener ninguna información sobre ti. Perteneces al nuevo grupo de élite
formado por agentes secretos de la Agencia que se encarga de las misiones de
vigilancia más importantes.
Ella asintió con la cabeza.
—Sabes cosas que no deberías.
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—Me propusieron formar parte de ese comando —le informó bruscamente—,
pero decliné la invitación.
—Interesante... —murmuró ella—. He escuchado por ahí que tales propuestas
sólo se hacen a aquellos agentes cuyos padres formaban parte de la Agencia.
—O a aquéllos cuyos padres o ellos mismos hubieran estado en círculos selectos
de las Fuerzas Armadas —le recordó—. Yo lo estaba.
Eso explicaba por qué los tres primos eran tratados con guante blanco por la
gente de la Agencia, pensó la joven. Si a Crowe le habían propuesto pertenecer a la
misma unidad que ella, entonces sus habilidades eran muy superiores a las que
pudiera tener el asesino.
—Ahora entiendo por qué los psicólogos de la Agencia no tuvieron dudas a la
hora de escribir en vuestros perfiles que no cabía ninguna posibilidad de que
estuvierais implicados en los asesinatos del Carnicero.
—Corre el rumor de que la mayoría de los agentes, incluso aquellos que ocupan
los puestos más bajos, fueron investigados por la unidad central —comentó Crowe
—. ¿Es cierto?
Ella le miró directamente.
—¿Tú lo fuiste, Crowe?
E1 sonrió con dureza.
—Sí. Definitivamente fui investigado a fondo por mis enemigos.
Skye se encogió de hombros, procurando que su voz se mantuviera en un tono
suave.
—Yo tenía diez años cuando mis padres murieron. ¿Quién podría afirmar si fui
investigada o no? Los rumores que giran en torno a la creación del nuevo
departamento no son diferentes a los de cualquier otro lugar. Es algo que acepto con
reservas.
Hizo una breve pausa y alzó la cabeza para mirar a Rafer.
—Tienes que decidir. Ivan Resnova tiene el poder y la habilidad suficientes para
asegurarse de que nada ni nadie toque a Cami. Puedo pedir su ayuda, pero sólo si
tú estás convencido de ello.
—Si tiene tanto poder, ¿cómo es que ese asesino casi llegó hasta su hija? —
gruñó Logan.
—Porque Amara era una cría caprichosa que quería reunirse con su novio. Un
chico que su padre no aprobaba, por lo que se veía con él en secreto. Se escapó y
eso fue lo que le dio al asesino la oportunidad que esperaba.
Rafer miró fijamente a Cami. La joven tenía la cara desfigurada por el sufrimiento.
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—No tiene por qué quedarse aquí si eso supone un riesgo —susurró él con una
voz tan pesarosa y, a la vez, tan llena de amor, que Skye sintió un profundo dolor en
el pecho—. Hemos estado separados mucho tiempo, no importa un poco más.
Skye sacudió la cabeza.
—Rafer, si recurrimos a Ivan, Cami podría estar tomando el sol a plena luz en el
patio y seguir a salvo —le aseguró, convencida de sus palabras—. Mañana le
llamaré.
Tras decir aquello, cometió el error de girar la cabeza hacia Logan y percibió su
mirada.
Una mirada que la hacía estremecerse de pura lujuria, que la enervaba de pies a
cabeza. Una mirada que no había visto antes en el rostro de un hombre.
Al menos, no en el de un hombre que le importara.
Era pura posesión, absoluto reclamo masculino.
Eso decían sus ojos. Y sólo existía una emoción que pudiera inspirar esa mirada.
Amor.
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Capítulo 18
Sábado, 19 de junio, 4:30 a.m.
a.m
El amanecer ya había hecho su aparición cuando Skye y Logan regresaron a
casa de la joven para tratar de dormir un poco más.
Al menos, ésa era la intención de Skye.
Rafer y Crowe se habían instalado en el salón de Logan, con las cortinas corridas
y las persianas bajadas. Estaban razonablemente seguros de que Cami estaría a
salvo hasta que ella lograra ponerse en contacto con Ivan Resnova.
Una vez que estuviera avisado, sería él quien se encargaría de la situación.
Cami seguía durmiendo bajo los efectos del anestésico que Logan le había
inyectado y, por una vez, Bella no había aullado cuando Logan se alejó de ella.
En contra de lo que esperaban, se subió al pesado colchón que habían bajado
para Cami desde uno de los dormitorios del piso de arriba y que colocaron en la
esquina más segura. Desde entonces, la perrita estaba acurrucada junto a la
almohada, al lado del hombro sano de la joven, mirando a Logan con cierta pena
pero sin abandonar aquel cómodo rincón. Luego se volvió y lamió la cara de Rafer
mientras éste acomodaba la almohada de Cami.
Bella pretendía cuidar a una mujer a la que no conocía, seguramente porque
intuía que Logan estaba profundamente preocupado por ella.
Skye trago saliva y siguió a Logan de regreso a su casa con la profunda
convicción en el alma de que el enfrentamiento que se avecinaba iba a ser terrible.
Lo cierto es que no se sentía preparada para ello.
—Ivan Resnova... —dijo Logan con voz áspera. Su expresión era tan sombría que
ella tuvo que contener un escalofrío cuando entraron en el dormitorio—. Si no me
equivoco, pertenece a las Fuerzas Armadas rusas. Obtuvo sus millones de su padre
francés y de su especial habilidad para estafar en un país en el que no importa que
sus ciudadanos pasen hambre.
Ella respiró lentamente.
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—Eso es lo que quiere que crea todo el mundo. —Se encogió de hombros—. Su
dinero procede en realidad de su padre americano y su abuela francesa. No ha
estafado a nadie en su país, porque para empezar no es ruso.
En realidad, era americano. Sus padres, de hecho, habían sido agentes de la CIA.
El día que nació, archivaron su partida de nacimiento en las bases de la
organización con el fin de asegurar su nacionalidad. Empezó a participar en
misiones de alto riesgo desde que cumplió dieciocho años y fue entonces cuando se
enteró realmente de quiénes eran sus padres y para quién trabajaban.
—La verdad es que me da igual cómo se llene los bolsillos le espetó Logan en un
tono peligrosamente suave—. Resnova no hace nada gratis, Skye. ¿Qué te hace
pensar que no va a esperar de ti algo más que un simple agradecimiento cuando
todo esto acabe?
—Que se siente en deuda conmigo. Adora a su hija —le explicó, recurriendo a
toda la paciencia que poseía—. Es el pago de una deuda. No hay trampa ni cartón.
Los ojos de Logan brillaron con burla.
—Los hombres siempre ponen trampas, Skye. Y esa propuesta de matrimonio
que te hizo, indica que le interesas más que ninguna otra mujer.
—Quizá en aquel momento fuera así, Logan, pero te repito que fue porque se
sentía en deuda. Ivan es un machista sin remedio que considera que una mujer
desea casarse por encima de todas las cosas. Para él, pedirme en matrimonio es lo
máximo que puede ofrecerme. Y además ganaría una madre para su hija. Una en la
que sabe que puede confiar, porque eso es algo que tiene muy claro: puede confiar
en mí. Eso es todo.
—¿Y no tenía intención de acostarse contigo? —se mofó él—. ¿De verdad lo
crees?
—No, no lo creo —repuso ella por lo bajo, conteniendo aquella instintiva
necesidad de ponerse a discutir con él, consciente de lo excitado que estaba.
Su erección pujaba con fuerza contra la bragueta de los vaqueros.
Estremeciéndose, Skye se preguntó si alguna vez tendría suficiente de él. Se
sentía invadida por una mezcla de anticipación y deseo que no parecía poder
aplacar.
Había algo arrogantemente masculino y posesivo en la expresión de Logan que
embriagaba sus sentidos, que la estremecía y la dejaba sin defensas ante él.
Una sensación de pánico surgió entonces en su interior, una sombra fea y oscura
de puro miedo. No hacia Logan, sino a los inexplicables sentimientos que crecían en
su corazón y que no podía detener.
—Es un amigo nada más, Logan. —Luchó por mantenerse calmada y se
cuestionó cuál era la causa real de aquella batalla. ¿Qué era ese temblor que
amenazaba con derribarla?
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¿Qué era aquella ansia que la hacía temblar? Tenía que controlarla para superar,
ya no el temor que la invadía, sino la certeza de que algo estaba a punto de cambiar
entre ellos. Algo que no estaba segura de poder manejar.
Al ver que él no decía nada más, Skye se dirigió a las puertas cerradas del
vestidor y las abrió mientras contenía un profundo suspiro. Separó los labios y se los
humedeció con nerviosismo.
La puerta del cuarto de vigilancia se hizo a un lado con suavidad cuando tecleó el
código en el mando. Revisó cada monitor atentamente en busca de algún
movimiento extraño y luego programó el equipo para revisar los movimientos
anteriores desde su partida.
Era muy consciente de la sólida presencia de Logan a su espalda y también de su
silencio.
—Ahí hay alguien —murmuró ella al percibir una oscura figura caminando en la
oscuridad, junto al límite de la línea boscosa que había en la parte posterior de las
casas.
De pronto el intruso se detuvo y sacó una caja negra del interior de la chaqueta,
introdujo una varilla en un primer cerrojo, esperó, y luego repitió el proceso en el
segundo.
—¿Qué demonios es eso? —Skye se inclinó hacia la pantalla con el ceño
fruncido.
—Ni idea. —Logan se asomó por encima de su hombro y entrecerró los ojos
cuando ella se volvió para mirarle—. Aunque no creo que sea de origen militar. Si
fuera así, el contacto de Crowe ya nos habría dicho algo acerca de él.
—¿Quién es el contacto de Crowe?
Logan ignoró su pregunta y siguió hablando.
—Posiblemente sea lo último en tecnología de la CIA. —Sacudió la cabeza—. No
importa, sea de quien sea, pronto nos enteraremos. ¿Puedes imprimir esas
imágenes? —Señaló el monitor en el que aparecía el intruso.
Skye asintió y se aproximó al teclado para introducir las órdenes precisas. Unos
segundos después, una serie de instantáneas salían de la pequeña impresora que
había debajo.
—Ahí tienes. —Le tendió las fotos y volvió a mirar al monitor que mostraba los
movimientos del intruso.
Le vio teclear un código y esperar unos segundos más.
En el extraño dispositivo parpadeó una luz verde y se abrió una tapa con un leve
clic.
En el interior había un chip.
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El intruso lo quitó e insertó lo que parecía ser un nuevo circuito integrado, virgen,
antes de repetir los movimientos.
—La alarma de mi casa no se habría apagado si no hubiera sido desactivada. Y
para eso hay que conocer el código. Ese dispositivo que está usando ha debido
descifrarlo —reflexionó Skye.
Cuando la oscura figura se acercó a la casa, ella se volvió hacia otro monitor y
observó cómo el intruso tecleaba una secuencia numérica.
—¿Habrá descubierto también el código de tu casa? —le preguntó a Logan.
El sacudió la cabeza.
—Te lo diré cuando lo sepa.
Ella no tenía ninguna duda al respecto. Sabía que Logan se encargaría de
averiguarlo de forma rápida y eficaz.
—Voy a darme una ducha. —Tomó un camisón y una bata limpios del cajón y
salió del vestidor, consciente de que Logan seguía todos sus movimientos.
—¿Te enamoraste de Resnova? —inquirió él cuando se alejaba.
Ella se detuvo y le miró acusadoramente por encima del hombro.
—¿Acaso importa, Logan?
Había estado segura de que la mirada que él le había lanzado antes estaba llena
de amor, pero ahora no lo estaba tanto, y no sabía si sería capaz de soportar el dolor
de amarle y que se alejara de ella.
No entendía por qué a Logan le importaba tanto lo que sintiera por Ivan. Él le
había asegurado desde el principio que la suya no era una relación, que no sería
más que una aventura.
Y ella lo había aceptado. Estaba acostumbrada. Era la historia de su vida y, por
fin, había llegado a la conclusión de que no existía ninguna razón para que fuera
diferente con Logan.
Todas las personas que habían pasado por su vida, lo habían hecho de forma
breve.
Incluyendo a sus padres.
No amaba a Ivan. Nunca lo había amado.
Le caía bien y le respetaba. Le confiaría su vida.
Sin embargo, nunca deseó acostarse con él. E Ivan habría estado más que
dispuesto a ello si hubiera continuado la amistad con él y con su hija, Amara.
Necesitaba una ducha. Quizás así pudiera obligarse a ignorar las emociones que
crecían en su corazón ante el afán de posesión que Logan acababa de exhibir.
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No esperaba eso. En realidad no esperaba nada de esa relación. Lo único que de
verdad esperaba era que cuando identificaran y arrestaran al asesino, Logan se
alejara de ella.
Aun así, la mirada que había visto en sus ojos poco antes de regresar a la casa,
le había hecho creer que a él no le gustaba nada pensar que había compartido cama
con el otro hombre, y eso la hizo albergar esperanzas. Y ahora no sabía qué pensar.
En su interior había algo que tiraba de ella, atormentándola, oprimiéndole el
pecho y, por extraño que pudiera parecer, avivando un sentimiento diferente a
cualquier otro que hubiera experimentado con anterioridad.
Cuando salió de la ducha se puso el camisón de seda negro que le marcaba los
pechos como las manos de un amante y se ceñía a su talle con una cinturilla elástica
antes de caer en un sedoso vuelo hasta los pies. Admitió que, sencillamente, no
estaba preparada para un hombre como Logan.
Se preguntó si alguna mujer lo estaría.
La bata de gasa era también negra, con amplias mangas y una pequeña cola en
la parte posterior, que flotaba suave y ligera a cada paso que daba.
Una prenda increíble que siempre le había hecho sentir muy femenina.
Aquel pensamiento la dejó paralizada.
Era femenina, pero se dio cuenta en ese momento de que no había sido educada
como la mayoría de las chicas.
No, no había sido educada para ser delicada y suave, o dulcemente encantadora,
o para coquetear como si guardara un malicioso secreto.
Se había educado para ser una agente.
Le habían enseñado desde la cuna a no confiar en nadie, y había sido consciente
de los monstruos que habitaban la oscuridad desde que era muy joven.
Los rumores que giraban en torno a la nueva unidad de la Agencia decían que
estaba formada por personas como ella, pero no era exactamente cierto. Los padres
de los que formaban ahora la unidad habían protegido a sus hijos enseñándoles a
protegerse desde una edad muy temprana.
Eran niños que no habían sido entrenados para ser agentes, y tampoco para
formar parte de la Agencia. Sin embargo, habían sido educados como ella,
conscientes de los monstruos que habitaban la oscuridad.
Sacudió la cabeza y se negó a explorar más a fondo esos recuerdos o las
implicaciones que el efecto de aquellas emociones tenía ahora en ella.
Emociones que no había sentido nunca antes.
¿O simplemente no se había permitido sentirlas?
Fuera como fuera, en vez de dejarse llevar por la serenidad que encontraba en la
luz del día, se obligó a enfrentarse a Logan y a todo lo que él le hacía sentir.
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Se dirigió al dormitorio y le vio entrar por la otra puerta. Era evidente que también
se había duchado. Tenía el pelo mojado y los húmedos mechones, casi a la altura de
los hombros, se veían más oscuros. Notó que le brillaba una gota de agua entre la
barba.
Era condenadamente sexy.
Llevaba puestos unos pantalones de algodón en vez de los vaqueros y estaba
descalzo.
Sí, condenadamente sexy.
E inalcanzable.
Le vio cruzar los brazos sobre el pecho mientras la observaba y notó su mirada
sombría, su expresión implacable.
Ahora no tenía tiempo de discutir con él. Llamar a Ivan siempre suponía mucha
tensión para ella y, después de pasarse seis meses fuera de circulación sin
establecer contacto, él estaría muerto de curiosidad. En especial si había
preguntado por ella y se había enterado de que estaba de baja por enfermedad.
Se acercó al tocador y agarró el móvil antes de dirigirse a la salita situada al otro
lado del pasillo. Sentir la penetrante mirada masculina fija en ella mientras lidiaba
con la curiosidad y los flirteos de Ivan le resultaría demasiado estresante, en
especial si Logan se guía con aquella arrogante actitud.
—¿Dónde crees que vas? —Logan le cortó el paso, impidiéndole llegar a la
puerta—. Llamarás desde aquí.
Skye le sostuvo la mirada en silencio durante un buen rato.
—No intentes decirme lo que tengo que hacer, Logan —le advirtió finalmente—.
Soy libre para llamar donde quiera.
—No es una orden, Skye, es un aviso. Te aseguro que si sales del dormitorio no
te gustarán las consecuencias. No mientras mi instinto de protección y la necesidad
de poseerte me dominen —le aseguró—. Mientras comparta contigo esa maldita
cama —señaló el lecho deshecho—, tú me perteneces. Y eso quiere decir que si vas
a tratar con un hombre como Ivan Resnova, yo estaré presente.
—¿Quién lo dice? —le espetó, incrédula—. ¿El rey de las aventuras de una
noche? ¿Cómo es posible que te hayas vuelto tan posesivo, Logan?
Cruzó los brazos sobre el pecho y adoptó una postilla desafiante.
—¿De verdad quieres presionarme, Skye? —preguntó él. Si es así, sal de aquí y
haz la llamada.
Ella temblaba de furia. Aquella espiral de emociones que no parecía poder
desenredar partía ahora desde su vientre y enviaba oscuros escalofríos por su
espalda.
No podría manejar aquello. No, no podría dominarlo.
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Apretó el teléfono en la mano y pasó junto él para hacer lo que tenía intención de
hacer desde el principio: salir del dormitorio para realizar la llamada.
Sin embargo, dejó la puerta abierta.
Se quedó cerca, junto a la ventana, con la cortina corrida, antes de abrir el
teléfono, seleccionar la agenda y buscar el número de Ivan. Sólo Dios sabía dónde
se encontraría él ahora.
—¡Hola, cariño! Me preguntaba cuándo te dignarías a informarme de que seguías
con vida. —Ivan respondió al primer timbrazo y su voz ronca rezumaba diversión—.
Amara ha echado mucho de menos salir de compras contigo.
—Bueno, es que tú no tienes el mismo sentido de la elegancia que ella, Ivan —
señaló Skye, consciente de que Logan la estaba escuchando.
—Ya sabes que no me gusta nada que mi hija se vista de esa horrible manera —
resopló Ivan, en tono más sombrío—. No es fácil obligarla a actuar como las chicas
de su edad.
—Tienes que darle tiempo, Ivan —le aconsejó Skye, y no por primera vez—.
¿Sigue asistiendo a las sesiones del psicólogo?
—Sí, cada semana —le aseguró—. Y ahora, dime, ¿cómo es que mi pequeña y
dulce Skye ha acabado envuelta en un lío de semejante calibre en un pueblo tan
aburrido como ése en el que vives actualmente?
Debería habérselo esperado. Aun así, el hecho de que él pareciera saber con
exactitud lo que estaba ocurriendo en el condado, la asombraba.
—¿Cómo te has enterado? —inquirió, aunque lo que se preguntaba en realidad
era qué sabría exactamente.
—¿Que cómo sé que te estás acostando con un hombre cuya simple presencia
en tu vida te expone a un peligro extremo, cuando deberías estar cuidándote y
poniéndote bien? —Casi podía ver el ominoso ceño fruncido en la cara de Ivan. Al
instante se dio cuenta de lo mucho que Logan y él se parecían.
—¿Tengo que repetir la pregunta? —insistió ella.
Él suspiró.
—No, no es necesario. Sabes muy bien que me gusta vigilar a las personas que
aprecio. Tengo el helicóptero preparado y Alexi está poniéndose en contacto con mis
mejores hombres para encargarnos de la seguridad de la señorita Flannigan. Dime,
¿debo ocuparme también del cachorro? Amara se enamoró de ese animal en cuanto
vio las fotos que me enviaron.
El tono de Ivan era engañosamente suave.
¡Maldición!, no podía demostrar su enfado con él. Logan estaba demasiado cerca,
sin duda sin perder palabra.
Ivan se rió entre dientes.
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—¡Oh!, ésta sí que es buena... ¿No me llamas imbécil ni me dices que me meta
en mis asuntos? ¿Tu amante está cerca? ¿Escuchándote?
Ella alzó la mano y se frotó el puente de la nariz con gesto de cansancio.
—¿A qué hora estarás aquí?
—Estoy en Colorado Springs, así que imagino que no tardaré más de una hora.
—Bien, te veré en una hora —convino.
—Mmm —murmuró él—. Muy bien. Pero no creas que con esto quedamos en
paz, Skye. El favor que te debo es personal, no se aplica a los amigos.
—En este caso, tendrás que cambiar tus premisas —dijo ella con recelo.
—Es cosa mía decidir cómo te pagaré el favor que te debo —le informó Ivan—. Tu
amigo Logan Callahan me pagará éste en el futuro. O él o su primo Rafer. Cada uno
de ellos posee habilidades que es posible que necesite en algún momento.
—No sé si ellos aceptarán—intentó advertirle en tono suave
—Ahora, querida —siguió él como si no la hubiera escuchado— estoy más
determinado que nunca a demostrarte que te equivocas al rechazarme. Prepárate y
avisa a tu amiga de lo que se avecina. Te informaré de la posición de contacto en
cuanto llegue
—¿Tienes micrófonos ocultos en mi casa o algo por estilo? masculló—. ¿Cómo
demonios lo has sabido, Ivan?
—¿Acaso no sabes que te conozco muy bien, cariño? le preguntó él—-. Tengo
contactos por todas partes. Hace seis meses sonó tu nombre en relación a todo lo
que está ocurriendo en ese pequeño agujero y, por supuesto, sentí curiosidad. Ya sé
que la novia de Rafer Callahan ha sido atacada por uno de sus guardaespaldas, y
que su amante se la llevó al instante de la casa refugio donde se escondía. Pero lo
que más me preocupa —su tono se hizo más violento y sombrío—, es que acabes
muerta a manos de algún hijo de perra que crea que sólo te protege tu amante.
Quiero demostrarle que está muy, pero que muy equivocado.
—¿Y posees alguna información sobre esa situación en particular? —inquirió ella
después de que Ivan permaneciera un rato en silencio.
—Hablaremos de ello cuando llegue —le prometió—. No vas a tener tiempo ni de
echarte una siesta, cariño. Escúchame bien, tengo intención de sacar a tu amiga de
ahí tan rápido como sea posible. Me acompañará un médico para examinar las
heridas que mis contactos me dijeron que había sufrido, y por supuesto, también te
examinará a ti. Quiero asegurarme de que estás bien.
Skye abrió los labios para informarle de que no necesitaba que la examinara
ningún médico cuando, de repente, Logan le arrancó el teléfono de la mano, lo cerró
y lo lanzó al suelo.
Al parecer, se había cansado de esperar.
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Capítulo 19
Logan ya había escuchado suficiente.
Salió del dormitorio, sujetó la muñeca de Skye y le arrebató el móvil de la mano.
Lo cerró con furia y lo lanzó al suelo al tiempo que agarraba la bata y se la
arrancaba del cuerpo.
Skye no pudo ni siquiera dar un grito de sorpresa. En un único movimiento, él la
colocó frente a la pared y se apretó con dureza contra su espalda.
Agarró la tela del camisón con una mano y la desgarró, haciendo que los finos
tirantes resbalaran de sus hombros. Una sensación de poder y dominación envolvió
entonces a la joven como un pesado manto de lujuria, provocando que los fluidos
empaparan sus pliegues.
Separando las caderas de las nalgas de Skye, Logan permitió que la prenda
cayera en un charco a sus pies, dejándola completamente desnuda.
—¡Oh, Dios! ¿Te haces una idea de lo que pagué por ese camisón? —murmuró
ella, más sorprendida que asustada, y más excitada que enfadada.
—¿Te haces una idea de lo mucho que necesito verte desnuda? —preguntó él,
presionándola nuevamente contra la pared y bajando la cabeza para hablarle al
oído.
Sin poder contenerse, le apresó el lóbulo entre los dientes y se lo mordisqueó
para luego acariciarle la zona dolorida con la lengua.
Ella estaba a punto de explotar. Sus músculos internos se contraían rítmicamente
mientras su clítoris comenzaba a vibrar con imperativa demanda.
—Eres una gatita independiente, ¿verdad? —gruñó él antes de volver a morderle
la oreja.
—¿Te has vuelto loco? —Su tono rebosaba incredulidad—. Logan, ¿qué
pretendes?
—Voy a demostrarte quién manda aquí, cariño —dijo él al tiempo que le arañaba
suavemente la espalda. Ella se revolvió, pero él la sostuvo con firmeza, ignorando su
forcejeo—. Y te lo voy a demostrar follándote a conciencia. —Le rozó el hombro con
los labios mientras deslizaba la mano libre por su vientre hasta llegar a su húmedo e
hinchado sexo.
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Lora Leigh
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—¿Sabes quién es el dueño de este dulce coñito tan apretado? —Ahuecó la
mano entre sus muslos y curvó los dedos en busca de la estrecha entrada a su
cuerpo—. Es mío, Skye.
Ella negó con la cabeza llena de desesperación.
—¡No puedes poseerme! —gimió.
—Ya te poseo. —Le clavó los dientes en el hombro enviando una intensa oleada
de sensaciones a todos los rincones de su cuerpo.
El corazón de Skye latía sin control, se le formó un nudo en el estómago y su
sexo comenzó a vibrar cada vez más mojado. Imparables, los jugos resbalaron por
el interior de su vagina, calentándola, excitándola, clamando por la posesión de
Logan. Preparándola para ser propiedad del hombre que amenazaba con adueñarse
de su alma.
—Niégalo tanto como quieras —gruñó él—. Grítalo al viento si quieres, cariño,
pero sabes de sobra quién es tu dueño.
Ella cerró los puños y se clavó las uñas en las palmas para contener la necesidad,
para controlar de alguna manera aquel intenso anhelo por pertenecerle, por
entregarse por entero.
Nunca había pertenecido realmente a nadie en toda su vida.
Él le mordió el cuello antes de volver a besarlo. Dibujó reguero de besos a lo largo
de la sensible columna y luego lo lamió con voracidad.
Estremecedoras y ardientes sensaciones se apoderaron de ella.
La sangre corría a toda velocidad por sus venas. Cada contacto de los labios de
Logan despertaba terminaciones nerviosas que habían estado dormidas hasta
entonces. Cada beso estimulaba una parte de su sensualidad, el hambre y las
emociones contra las que había luchado desde el día que llegó al condado.
Logan le pasó la mano por el muslo hasta llegar al firme trasero y lo amasó con
ávido placer.
—¿Qué intentas hacerme?
—¿Que qué intento hacerte? —La voz de Logan reflejaba el incontenible deseo
que le desbordaba—. No intento nada, cariño. Estoy haciéndolo.
—¿Vas a forzarme?
Él se quedó inmóvil contra su espalda, pero ella no estuvo segura de haber
ganado. Estaba convencida de que las adictivas y oscuras emociones que crecían
en su interior acabarían aliándose con el afán de posesión de Logan.
—Puedes jurar que no —aseguró él con suavidad, provocando en ella una mezcla
de alivio y arrepentimiento. Alivio porque sabía que estaba a punto de ceder y admitir
que le pertenecía; arrepentimiento porque tenía demasiado miedo de lo que sentía
por él.
~192~
Lora Leigh
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Le aterraba necesitarlo de aquella manera.
—Si dices que no, me iré al momento. Llamaré a tu caballeroso Resnova y él te
sacará de aquí junto a Cami. —Una amarga e inquietante sonrisa curvó los labios de
Logan—. Estoy seguro de que se mostrará encantado.
«Sí, encantado», admitió Skye en silencio para sí misma. Antes de poner un pie
en Sweetrock, Ivan ya habría obtenido toda la información que le faltaba. Y si Logan
se dedicaba a sugerir que ella corría peligro, Ivan no se detendría hasta obligarla a
marcharse.
—¿Es eso lo que quieres, Skye?
—Él tampoco me posee —le espetó la joven. Ivan no podría tenerla nunca porque
le había entregado el corazón a Logan. Estaba atada a él y sería incapaz de
mantenerse alejada mientras el peligro le acechara.
—Di «no» y él será tu única opción hasta que pase un año. Si me rechazas me iré
de aquí durante ese tiempo y luego te buscaré —prometió Logan, inclinándose sobre
su cuello para acariciárselo con los labios y enviar una miríada de escalofríos por
todo su cuerpo.
Confundida, con la frente apoyada en la pared, Skye intentó convencerse de que
él mentía. Jamás renunciaría con tanta facilidad a su herencia, a todo lo que estaba
tratando de obtener para sus primos.
Contuvo el aliento cuando volvió a sentir su boca en la nuca, cuando le apresó la
piel con los dientes.
Aquel mordisco provocó en respuesta un intenso palpitar en su sexo y una fuerte
vibración en el interior de su vientre que envió oleadas de placer al hinchado clítoris.
—¡Oh, Dios mío, Logan! ¿Qué me estás haciendo? —Se vio inundada por el
pánico al notar que se moría de anhelo.
—Demostrándote con tu apasionada y dulce respuesta a quién perteneces, cariño
—murmuró—. No te olvides; es posible que Resnova te desee, pero si pasas la
noche en mi cama, serás mía por completo. Quiero estar a tu lado cada segundo
que estés en su presencia.
Antes de que ella pudiera decir algo, antes de que se le ocurriera siquiera
protestar o considerar si era eso lo que quería, él le dio la vuelta. Sus pechos se
apretaron de repente contra su torso cuando le cubrió la boca con la suya.
Logan le separó los labios e, introduciendo la lengua entre ellos con implacable
avaricia, la condujo de nuevo al vórtice del placer. La hizo volar en busca de la
liberación, la arrojó sin compasión a una indomable lujuria contra la que ella no era
capaz de luchar.
—Eres mía —gruñó, alzando la cabeza unos centímetros para permitirle tomar
aliento—. Y tengo pensado demostrártelo ahora, en este mismo instante.
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Le sostuvo los brazos por encima de la cabeza con una mano y volvió a apresar
sus labios. Cada beso era más profundo, más posesivo, más adictivo que el anterior.
El placer creció imparable entre ellos, avivándose y extendiéndose a cada rincón de
sus cuerpos con la rapidez de un relámpago.
Con la mano libre, Logan comenzó a juguetear con sus pechos, con sus pezones.
Mientras acariciaba la tersa carne con la palma, su pulgar friccionaba la sensible
cima hasta conseguir que se irguiera orgullosa. Skye vibraba ansiando más caricias.
Cualquier caricia. Pequeñas terminaciones nerviosas que ni siquiera era consciente
de poseer se estremecieron de placer.
Logan le sorbió los labios con los suyos, se los mordisqueó. Le encantaba jugar
con su boca, explorarla, saquearla, y Skye respondía con la misma avidez. Cuando
por fin abandonó su boca, le deslizó los labios desde la barbilla al cuello y ella no
pudo evitar arquear la garganta, ofreciéndosela sin remedio.
El siguió sosteniéndole los brazos en alto con una mano, sin ceder un solo
centímetro, recordándole sin piedad su debilidad. Sí, Skye estaba indefensa ante la
voraz necesidad de ser dominada sexualmente, de ceder a sus demandas y, por lo
menos en ese aspecto de su vida, pertenecer a un hombre cuya fortaleza interior
fuera superior a la suya.
—¡Maldito seas, Logan! —gritó al sentir que los labios masculinos estaban cada
vez más cerca de sus pechos, más próximos a los duros y punzantes pezones.
—Me has maldecido desde el primer beso —masculló él con voz entrecortada por
la excitación.
Se adueñó otra vez de la exuberante curva de su trasero con la mano libre, lo
amasó y, antes de que ella supiera qué esperar, le dio un brusco azote que hizo que
le ardiera la piel.
Luego volvió a acariciarla, a moldear la tierna carne cada vez con más fuerza.
Los sensuales roces de aquella callosa palma enviaron exquisitas ráfagas de
sensaciones a lo largo del cuerpo de la joven. Tensa, esperó otro azote que no tardó
en llegar. Las llamaradas de respuesta fueron directas a su sexo, a su clítoris. Se
puso de puntillas y él le cubrió repentinamente los labios para, con un gemido
hambriento, introducirle la lengua entre ellos y saborearla a placer. Entonces la tomó
entre sus brazos y la llevó hasta la cama que habían compartido antes. La hizo girar
y la tumbó sobre el estómago.
Ella intentó rodar sobre el colchón, pero la detuvo la presión de su mano en el
hueco de la espalda.
—Quieta, gatita —le ordenó con tono autoritario mientras dejaba caer de nuevo la
palma sobre el trasero.
—¡Oh, Dios!
Aferrándose a las sábanas, insegura, confundida por las emociones que crecían
en su interior, Skye contuvo el aliento cuando, un segundo después, él le rozó con
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los labios el final de la espalda, justo encima de las nalgas, que seguían calientes y
doloridas donde había impactado su palma, haciendo que el calor permaneciera más
tiempo.
Estremeciéndose, sintió que le agarraba las piernas con firmeza y las separaba
para colocarse entre ellas.
Logan debía de haberse deshecho ya de los pantalones de algodón, porque notó
el vello de sus piernas contra las suyas cuando intentó de nuevo rodar sobre la
espalda.
—Quieta. —La sujetó con más fuerza para que no se moviera y deslizó los dedos
de manera decidida entre los muslos, indagando hasta encontrar los sensibles e
inflamados pliegues de su sexo.
—Estás caliente, empapada...
Separó los pliegues resbaladizos e introdujo la punta de dos dedos en la tensa
entrada de su vagina, haciendo que ella separara más las piernas para darle mejor
acceso a las atormentadas profundidades de su cuerpo.
El comenzó a acariciar la entrada suavemente, hundiendo y sacando los dedos
cada vez más rápido, dilatando las tensas paredes.
—Eres tan condenadamente estrecha... —gimió mientras introducía los dedos
hasta el primer nudillo, retirándolos y empujándolos de nuevo más adentro hasta que
ella sintió que sus músculos internos intentaban retenerle de manera desesperada.
—Deja que me dé la vuelta.
—¡No! —Su voz fue un trueno ronco y voraz—. ¿Quieres fingir que no me
perteneces? ¿Es ése tu plan, Skye? ¿Es eso lo que quieres?
¿Era eso lo que quería? Lo cierto es que no tenía ni idea de qué quería.
—¡Logan, por favor! —gritó, deseando saber la respuesta a esa cuestión,
deseando poder comprender lo que sentía.
Él sumergió los dedos más profundamente en su interior, clavándolos hasta el
fondo y luego retirándolos. Acariciándole la sensible carne mientras los jugos
seguían manando de su cuerpo, empapando su sexo y los largos dedos.
Skye se arqueó instintivamente, curvando la espalda al tiempo que emitía un largo
gemido. La necesidad de ser poseída aumentaba inexorablemente y tuvo que luchar
contra las oleadas de placer que la recorrieron al escuchar su negativa.
Desesperada, contoneó las caderas de forma insinuante y se ofreció a aquellos
dedos que llevaban un buen rato indagando suavemente en la entrada de su cuerpo.
—No quieres ninguna atadura entre nosotros, ¿verdad, Skye? murmuró él—. Para
ti sólo se tratará de varios polvos ocasionales, ¿no es así?
Retiró los dedos por completo y le separó todavía más las piernas con las rodillas,
al tiempo que la agarraba por las caderas y se las alzaba. Luego le deslizó una
mano por la espalda, avanzando lentamente hasta posar la palma entre los
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omóplatos para apretarle la parte superior del cuerpo contra el colchón mientras ella
apretaba los dientes para contener un grito de frustración.
Skye intentó luchar otra vez, darse la vuelta para enfrentarse a él, pero se quedó
repentinamente inmóvil cuando sintió el grueso y ancho glande contra su entrada.
Inclinada ante Logan, dándole la espalda, completamente abierta y vulnerable,
cerró los ojos y gimió ante la dolorosa y placentera sensación que suponía tenerlo
dentro.
No sabía cómo vencer, cómo detener aquellas inexplicables emociones que la
atormentaban, que la atravesaban.
¿Cómo podría aceptarlas cuando ni siquiera era capaz de identificarlas? ¿Cómo
luchar contra él cuando no sabía qué era lo que le estaba haciendo?
Sólo sabía que necesitaba abrazarle, que la abrazara; necesitaba ver sus ojos, su
expresión, aquella cruda voracidad en su mirada. Anhelaba estar entre sus brazos,
disfrutar de sus besos; sentir la prueba de que no estaba atrapada a solas en aquel
caos interminable que llevaba consigo ese éxtasis exquisito.
—Logan, por favor... —Incluso ella misma percibió el dolor que rezumaba su voz
cuando él comenzó a poseerla.
No dolor por la penetración, ni por la dureza que él empleaba en sus embestidas,
sino por las emociones que le provocaba.
—Te estoy dando lo que quieres. —Logan se inclinó sobre ella para susurrarle
aquellas palabras al oído al tiempo que empujaba las caderas contra ella con más
fuerza, sumergiéndose más profundamente que nunca, introduciendo toda la firme
longitud de su polla para conducirla al clímax—. Sin sentimientos de por medio,
Skye. Sin lazos de ningún tipo.
—¡Yo no he dicho eso! —gritó ella con la voz rota por el dolor, dándose cuenta
ahora de cuántas emociones, de cuánto placer y entrega habían contenido los besos
de Logan cuando la hizo suya la vez anterior.
—Quieres alejarte de mí. —Logan se retiró casi por completo a pesar las
contracciones de los músculos internos que intentaban retenerlo dentro, y sólo la
palpitante punta de su miembro permaneció justo a la entrada—. Te diste la vuelta
para hablar con otro hombre.
—No. —Skye sacudió la cabeza con desesperación—. Lo estás interpretando
mal.
—Te lo advertí. O eres mía o esto se acaba ahora. Elige. —Su voz era dura,
inquebrantable—. ¿Acaso piensas que para mí es más fácil que para ti, cariño? —
añadió bajito en su oído—. ¿Acaso crees que tú habrías reaccionado de una manera
distinta?
Ella se estremeció, tembló ante la increíble suavidad en su tono, ante la certeza
de que se habría muerto de rabia si se enterara de que otra mujer suponía para él lo
que Ivan había supuesto para ella. Ver cómo Logan se alejaba de ella para hablar
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con otra mujer con la que en algún momento había planeado casarse hubiera sido
una agonía.
—Deja que me dé la vuelta.
—Elige —exigió él con un matiz salvaje en la voz—. No te tomaré como un
amante a menos que tú tengas la intención de serlo también.
Al parecer, aquello ya no era para él un polvo de una noche.
Ella no se había dado cuenta hasta ese momento. No había sido consciente de
ello por culpa de todo lo ocurrido.
Logan volvió a penetrarla sin titubear, enterrando su miembro por completo y
marcándola no sólo con su carne sino también con aquellas nuevas emociones que
ella no sabía manejar.
—Por favor... —suplicó, ávida.
Las embestidas adquirieron rapidez, la penetraba con poderosos envites que la
conducían cada vez más cerca del orgasmo.
Sería una liberación exenta de emociones.
Él siguió internándose en su cuerpo. Estimulando su sexo, su clítoris. Pero no la
acariciaba ni la tranquilizaba mientras la poseía. No avivaba esa excitación que
saciaría cada parte de su ser.
—¡Seré tu amante! —gritó finalmente, sin saber muy bien si mentía o no—. ¡Seré
lo que tú quieras, Logan! ¡Te lo juro!
—Eres mía —rugió él—. Mía, Skye, mientras sea yo quien te folle, mientras sea
yo quien comparta tu cama.
«Mientras...» Bien, debería aceptar que iba a ser durante un tiempo. No era para
siempre. No era el tabú que había asimilado desde que era una niña.
—Sí —cedió con voz quebrada—. Seré tuya mientras pases la noche en mi cama.
El se retiró al instante. En un momento la estaba poseyendo y al siguiente estaba
vacía. Skye abrió los labios para protestar y gimió por la sensación de pérdida
mientras él la tumbaba sobre la espalda y se situaba entre sus muslos de nuevo.
Pero ella se movió primero.
Antes de que Logan pudiera impedirlo, la joven le empujo hacia atrás y montó a
horcajadas sobre sus caderas, muy consciente de que podía hacerlo sólo porque él
se lo permitía.
Apresó la dura erección por la base mientras se arrodillaba sobre él y cerró los
ojos para saborear el placer que suponía sentir aquel duro glande, henchido y
resbaladizo, entre los húmedos pliegues de su sexo.
Justo en el punto donde Logan tenía clavados los ojos.
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Él hizo una mueca de placer y apretó los dientes cuando ella volvió a deslizar la
gruesa cresta entre la carne hinchada Luego alzó la mirada y observó la expresión
de absoluto placer en el rostro femenino al percibir aquella sedosa dureza contra el
clítoris.
—Tómame. —Los dedos de Skye, mucho más pequeños que los suyos,
presionaron la base de su pene para intentar guiarlo de nuevo a su entrada.
—Eres tú quien me toma. —Llevó las manos a sus caderas y la alzó poco a poco
sobre su miembro para que pudiera recibirlo en su interior.
Skye estaba enloquecida de deseo.
Cuando la dejó bajar lentamente, un salvaje grito abandono sus labios y comenzó
a presionar hacia abajo dejándose llevar por las desgarradoras necesidades que la
atravesaban.
Apoyó las palmas de las manos en su amplio pecho y curvó los dedos para
clavarle las uñas en la piel salpicada de vello oscuro mientras seguía bajando las
caderas sobre la rígida columna de carne que la empalaba.
Logan la penetró lentamente, centímetro a centímetro, alzando las caderas muy
despacio para hacerla arder.
Al sentir la dura y ardiente longitud en su interior, Skye trató de controlarse con la
intención de dilatar al máximo el placer. Se sumergió en las sensaciones, en el
movimiento de él bajo su cuerpo, en la certeza de que Logan la poseía a ella y de
que ella también le poseía a él.
Cada movimiento descendente de su cuerpo le enterraba todavía más
profundamente en su interior, la hacía sentir una oleada de intensas sensaciones
que arrasaban sus sentidos.
Rígida y temblorosa, con los muslos cada vez más abiertos y sin poder contener
un ahogado jadeo, echó la cabeza hacia atrás para sentir el roce del pelo en la
espalda y acariciar a Logan con los gruesos mechones en el proceso.
Él gimió roncamente y le aferró las caderas con fiereza para moverla a su ritmo,
tomándola como ella le tomaba a él.
Rindiéndose al fin, Skye le cedió la búsqueda del placer y, al instante, sintió que el
miembro latía en su interior, engrosándose v palpitando descontrolado. Era la
segunda vez que la poseía sin utilizar preservativo.
La sensación de la dura carne internándose en su húmeda y resbaladiza funda la
hacía volar cada vez más alto, más cerca del éxtasis. Cada envite de su miembro,
cada brusco empuje, la enervaba hasta que sentía el impacto de la siguiente
penetración contra el cuello del útero. El placer que la atravesaba era tan intenso
que la conducía sin control a un vórtice de pura y cruda lujuria. Indomables
emociones la recorrían de pies a cabeza con una brutal y abrumadora pasión que la
devastaba por completo.
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Comenzó a temblar de forma incontrolable, a estremecerse in remedio. Sus
músculos internos se ciñeron de manera imposible en torno a la dura erección y gritó
liberando todas las sensaciones que fragmentaban su alma.
Entonces, mientras se dejaba llevar por aquel maravilloso placer que sólo Logan
podía proporcionarle, percibió que también él se rendía al orgasmo.
La increíble hinchazón de su miembro palpitante se incrementó justo antes de que
eyaculara salvajemente, avivando el fuego que seguía ardiendo en lo más profundo
del vientre de la joven, prolongando el éxtasis que la llevaba al delirio, haciéndola
estallar en un cataclismo final que la estremeció de pies a cabeza y la dejó sin
respiración.
Después, se dejó caer y él la rodeó con sus brazos al tiempo que jadeaba en su
oído con el corazón latiendo desbocado contra su pecho.
—¡Recuérdalo! —gruñó Logan—. Eres mía, Skye. ¡Mía!
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Capítulo 20
Ivan Resnova llegó en un brillante y recién encerado SUV negro. Delante y detrás
del vehículo había otros dos exactamente iguales.
Skye sabía que aquellos coches estaban personalizados y que eran tan únicos
como el propio Ivan.
Detrás de los tres vehículos llegó también el sheriff, su ayudante y, poco después,
la ranchera King Ranch del alcalde y el coche del fiscal.
Tal convoy hizo salir a los vecinos de sus casas y observar con sorpresa y
sospecha cómo los guardaespaldas de Ivan abandonaban sus vehículos para
acercarse rápidamente al SUV intermedio y abrir la puerta sin perder tiempo.
Ivan hizo entonces una de sus inimitables apariciones.
Iba vestido con un traje de seda gris oscuro, sus ojos brillaban como zafiros y
llevaba el espeso cabello negro retirado de los fuertes y marcados rasgos. Su
delgada cara estaba atravesada de lado a lado por una fina cicatriz que enfatizaba
su aura de sombría sensualidad y que contribuía a agrandar el aire de peligro que le
rodeaba.
Con casi dos metros, era algo más alto que Logan. Su cuerpo estaba formado por
fibrosos músculos y se movía con la agilidad de un felino en la selva; acechando,
vigilando a su presa.
Que podía ser cualquiera.
Consciente de la presencia de Skye a su espalda, Logan dio un paso en el porche
delantero y cruzó los brazos sobre el pecho. Frunció el ceño y observó toda la
fanfarria que Resnova llevaba consigo. En su opinión, aquello no era lo que Cami
necesitaba. Pero Resnova parecía opinar lo contrario y había llamado por teléfono
poco antes, avisando de su llegada.
Su mensaje había sido claro: «Dado que tu primo Rafer también ha resultado
herido, sugiero que nos acompañe para ser atendido junto con su novia. La herida
que él recibió sólo os retrasará y traerá más problemas».
Es decir, que Rafer debía fingir estar herido también. Pero eso no daba ninguna
pista sobre qué plan podía tener aquel hombre. Y tampoco hacía sospechar qué
pensaría el criminal que querían atrapar, si por casualidad fuera uno de los que
observaban todo aquel despliegue.
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Skye y él bajaron los escalones del porche para reunirse con Resnova y sus
guardaespaldas en mitad del camino de acceso, y cuando vio que aquel capullo
estrechaba a la joven con fuerza, su ceño se hizo todavía más profundo.
Skye notaba claramente la abrasadora mirada de Logan en mitad de la espalda.
Sabía que no se llevaría bien con Ivan; eran demasiado parecidos. Pero aquélla era
la única manera que existía de proteger a Cami durante el tiempo suficiente como
para ocuparse del problema.
—Oh, eres la flor más preciosa en este lúgubre jardín —suspiró Ivan con alivio—.
Sin duda eres tú quien ilumina cada día este apartado rincón, mi pequeña Skye.
El bufido que escuchó la joven a su espalda le aseguró que Logan había oído
cada palabra.
Los ojos azules de Ivan brillaron con algo parecido al júbilo, pero se negó a mirar
tras ella.
—¿Detecto algo parecido a los celos flotando en el aire? —preguntó con aire
teatral.
—Creo que se trata sólo de alguien con cierta inclinación por la interpretación—
gruñó Logan arrastrando las palabras.
Ivan se rió entre dientes antes de que su mirada adquiriera un matiz sombrío.
—Vamos dentro. Debemos discutir algunas cosas.
Soltó a Skye y, al instante, Logan se interpuso con rapidez entre ellos y enlazó a
la joven por el talle para conducirla a la casa.
—¿A qué viene esta actitud? —masculló ella.
—Esto ha sido idea tuya, no lo olvides —gruñó Logan—. Y sabías de sobra cuál
iba a ser mi reacción, por eso eras tan reacia a mencionar que conocías a Resnova.
—Era reacia porque es difícil trabajar con él —suspiró.
—¿Puedo recordarte que yo también estoy escuchando? — intervino Ivan
mientras se acercaba al umbral rodeado por sus guardaespaldas.
Una vez en el interior, Skye y Logan se apartaron a un lado mientras Ivan indicaba
a sus hombres que permanecieran en el porche.
Después, Resnova se detuvo durante un momento para observar el amplio
vestíbulo, el suelo de mármol, la ancha escalera que conducía al piso superior y
movió la cabeza con aprobación.
Lanzó una mirada a Logan con los labios curvados en una sonrisa.
—Has ocultado bastante bien que eres el propietario de esta casa. Lo averigüé
por casualidad.
Logan frunció el ceño.
—Si fuiste capaz de averiguarlo, significa que no lo oculté lo suficientemente bien.
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—Resulta difícil ocultarme algo que deseo saber —adujo—. ¿Tus primos están
aquí?
—Sígueme.
Skye se interpuso entre los dos hombres mientras caminaban y les condujo a la
cocina donde había puesto café a hacer.
Cami se hallaba sentada en un sillón reclinable que habían llevado desde la sala,
y Rafer estaba apostado a su espalda. Crowe había tomado posición contra la
pared, junto a la puerta trasera, pero había dejado colocado el servicio; platitos,
tazas y cucharillas estaban alineados en la encimera, ante la cafetera.
Skye sirvió el humeante líquido y ofreció una taza a cada uno de los Callahan y a
Cami, antes de tenderle una a Ivan.
—Os enfrentáis a un problema interesante —dijo entonces Resnova, paseando la
mirada por todos los ocupantes de la estancia—. Me ha mantenido intrigado desde
que Skye se mudó aquí y averigüé quién era su vecino y casero.
—No era asunto tuyo —le espetó Logan amenazadoramente.
Ivan sonrió.
—No tengo nada que decir al respecto, siempre y cuando Skye se halle
razonablemente protegida —le aseguró a Logan antes de que su expresión se
volviera oscura y peligrosa—. Pero si llega a mis oídos que le haces daño o
consigues que sea desgraciada, tendrás que vértelas conmigo. No obstante, por
ahora, no tengo nada contra ti.
—Yo, en cambio, sí que tengo algo que reprocharte —señaló Logan—. No
protegiste a Skye durante el tiempo que ha permanecido aquí, aun sabiendo que
estaba en peligro. Fallaste en tu misión al no mantenerla a salvo.
Ivan ladeó la cabeza aceptando su punto de vista mientras Skye se limitaba a
quedarse sentada bebiendo el café. Había tratado con los hombres suficientes como
para saber que iban a seguir con aquellas ridículas posturas, discutiendo quién
orinaba más lejos, le gustara a ella o no.
—Entiendo tu postura —concedió Ivan, asintiendo con la cabeza—. Pero ahora
tenemos que concentrarnos en el problema de la señorita Flannigan. —Miró a cada
uno de los Callahan Es evidente que alguien ha contratado a un asesino profesional.
Uno cuya única tarea es matar a Cambria y a cualquier otra mujer que haya pasado
la noche con alguno de vosotros tres y pueda quedarse embarazada.
—¡Joder! —masculló Crowe por lo bajo.
—Sí, estoy de acuerdo en que es todo un problema. —Ivan se recostó en la silla
—. Hasta ahora no he podido averiguar la identidad del asesino. Frunció el ceño
como si ese hecho le consternara profundamente y tuviera que pensar cómo
solucionarlo—. Lo que sí he descubierto, sin embargo, es su nombre de guerra. Le
conocen como «Rey Arturo», ¿os suena? —Miró a los tres hombres.
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—Actuó de manera muy contundente tres veces durante el año pasado —indicó
Crowe—. Todas ellas contra figuras políticas de renombre internacional, en su mayor
parte en países del Tercer Mundo y en Rusia.
—¡Cabrón! —masculló Ivan—. El embajador ruso en América era un buen
hombre. Estaba considerando su candidatura a la presidencia cuando lo asesinaron.
—El rumor indica que ésa fue la causa de que fuera asesinado. —señaló Crowe.
—Algunos de mis hombres están ocupándose de eso —les informó Ivan—. Es
extraño, me resulta difícil creer que haya aceptado este trabajo de asesinar mujeres.
Jamás había escuchado nada parecido. Rey Arturo suele elegir sus trabajos
basándose en los pecados de sus objetivos, no en el sexo o en qué amantes han
tenido. —Su confusión era evidente en su oscura mirada.
—Ese hombre es muy bueno en lo que hace —dijo Crowe tras una pausa—. ¿Y
tú?
La sonrisa de Ivan fue de plena confianza en sí mismo.
—Yo soy todavía mejor, amigo —le aseguró a Crowe—. Mi propiedad en Colorado
está dotada de altas medidas de seguridad. Protegeré a la señorita Flannigan como
una leona a su cachorro. Os doy mi palabra de que estará a salvo. —Miró fijamente
a Skye—. Tú también vendrás conmigo.
La joven lanzó una carcajada.
—No sueñes, Ivan. —Sacudió la cabeza bruscamente—. Tú no secuestras a la
gente y yo ni huyo ni me escondo. He venido aquí con un objetivo.
—¿El mismo que tenía tu hermana adoptiva? —El la miró con furia antes de
volverse hacia Logan—. Es tu turno. Haz que cambie de idea.
—No cuentes conmigo —repuso Logan, observándola con pesar—. Además, si te
la llevaras, podría escapar de ti y entonces estaría sola hasta que uno de nosotros la
encontrara. No quiero dar a ese bastardo ninguna oportunidad de dar con ella.
La mirada de Ivan era de evidente preocupación cuando giró la cabeza hacia
Skye.
—Estoy trabajando en la raíz del problema —les explicó—. He enviado a varios
hombres a la zona para que investiguen esto a fondo. Una vez que sepa lo que está
ocurriendo, me aseguraré, por supuesto, de que os llegue el informe.
—¿Por qué piensas que podrás averiguar más de lo que nosotros hemos
encontrado hasta ahora? -—preguntó Logan con los ojos entrecerrados.
—Porque tengo acceso a fuentes de información que vosotros no tenéis, y
además me deben muchos favores en ciertos círculos que, estoy seguro, ni siquiera
sabéis que existen —respondió Ivan.
Logan sonrió con ironía.
—Tomo nota.
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Skye, como Cami, se limitó a beber el café y a observar la escena que se
desarrollaba ante ella.
—Muy bien, entonces. —Ivan miró a Rafer—. Me he negado a aceptar que esto
sea el favor que le debo a Skye —le informó—. Así que, en lugar de eso, requeriré
que me pagues con uno.
—Ése no fue el trato —Logan se levantó de la silla de un salto—. Rafer no tiene
nada para ti, Resnova. Si quieres que alguien te deba algo, seré yo.
—No es a tu mujer a la que voy a proteger —rebatió Ivan, provocando que Skye
le lanzara una mirada incendiaria—. Esto es un asunto que implica a tu primo y sólo
a tu primo.
—No. —Cami trató de levantarse, pero se detuvo con una mueca de dolor y tuvo
que recostarse de nuevo—. No lo permitiré.
—Entonces, morirás —le aseguró Resnova en voz baja.
—Basta ya, Ivan —intervino Skye con firmeza—. No conviertas esto en una
batalla. No me conviertas en tu enemiga.
Ivan se volvió hacia ella lentamente; parecía realmente horrorizado.
—¿Harías eso? —le preguntó—. ¿A pesar de la amistad que nos une? ¿A pesar
de que he venido en cuanto me has llamado y que estoy dispuesto a hacerme cargo
de la seguridad de Cambria?
—Ése no es el caso. Cuando salvé a tu hija dijiste que me debías algo y ahora
estoy pidiéndote que hagas esto por mí. Punto. Ni por Rafer, ni por Cami. Por mí.
—Por él. —Señaló a Rafer con la cabeza—. Es responsabilidad suya.
—Y pienso aceptarla —intervino Rafer.
—¡Ni hablar! —Skye se acercó furiosa a Ivan—. Estos hombres no te deben nada.
Tú me lo debes a mí, así que dejémonos de juegos. Si le ocurre algo a Cami por
culpa de tu arrogancia y tu interés de incluir a los Callahan en alguno de tus planes
de futuro, te odiaré —prometió—. Es más, me aseguraría de que Amara supiera
exactamente lo que has hecho. La has educado de una manera muy diferente a la
que tú fuiste educado y le romperá el corazón verte bajo otra luz.
Él le sostuvo la mirada en silencio durante un buen rato.
—¿Serías capaz de utilizar a Amara de esa manera? —Parecía muy
decepcionado con ella.
—Le amo, Ivan. —Lo dijo con voz clara y tono firme, sin rastro del miedo que la
atravesó de repente—. Usaría cualquier arma a mi alcance por él. Así que, créeme,
si ocurre algo porque te niegas a proteger a Cami, pondré a Amara en tu contra.
—Te he ofrecido la oportunidad de acompañar a Cambria — señaló él en tono
sombrío con una mirada helada—. Te protegeré también. Si vienes, quedaremos en
paz.
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Ella negó con la cabeza una vez más.
—Yo no estoy herida. Estoy entrenada para enfrentarme a esto y lo sabes. No
permitiré que intentes manipularme para conseguir que Amara vuelva a casa.
Aunque pareciera imposible, la mirada de Ivan se tornó aún más fría.
—Su hija se niega a volver a casa porque intenta arreglar un matrimonio entre ella
y su jefe de seguridad —informó Skye a los demás, al tiempo que cruzaba los
brazos y clavaba una mirada burlona en Resnova—. Amara está ahora en la
universidad, estudiando derecho.
—Sí, quiere ser abogado del Estado. —Escupió las palabras como si le dejaran
un regusto amargo en la boca—. Y me amenaza con ello demasiado a menudo.
—No sé de qué artimaña te vas a valer para llevarla a casa, pero no voy a ser yo.
Y además no funcionaría.
—Sí que funcionaría. —De repente, Ivan apretó los labios en un mohín como
haría un crío de dos años empecinado en un capricho—. Ella te quiere.
—No, quiere estudiar —afirmó—. Deja de actuar como un niño malcriado.
Resígnate a pagarme el favor de esta manera y deja de cabrear a Logan y a sus
primos. Créeme, he leído sus expedientes, y son enemigos peligrosos.
—Yo también los he leído —replicó Ivan.
—Pero yo he leído aquéllos a los que tus contactos no tienen acceso —repuso
ella con aire satisfecho—-. ¿Te intriga? Es posible que me sienta magnánima contigo
y, más tarde, te permita echar un vistazo, sólo un vistazo, al archivo que me pasaron
en el departamento.
El brillo en los ojos de Resnova fue el mismo que habría en los ojos de un niño al
pensar en la Navidad.
—Muy bien. —Se frotó las manos y se inclinó hacia delante para, utilizando su
inigualable encanto y su sonrisa cautivadora, comenzar a explicar el plan que ya
tenía casi ultimado.
Skye mantuvo una expresión neutral que no reflejaba la sensación de triunfo que
la embargaba; sabía que eso incitaría a Ivan a volver a comportarse mal. Pero ¡oh,
Dios!, ojalá él fuera su hermano... O su padre.
Deseó haber tenido un protector como él mientras crecía.
—Entonces, ¿estamos todos de acuerdo? —preguntó Ivan una hora más tarde,
mientras los cuatro hombres se inclinaban sobre el dossier que había llevado y que
contenía, no sólo un esbozo de sus planes, sino también del sistema de seguridad
que disponía en su rancho de Colorado y los nombres de los dos contactos cuyas
identidades les había revelado.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
—De acuerdo. —Logan, Crowe y Rafer asintieron con la cabeza antes de
estrecharle la mano.
Aquella muestra de camaradería masculina era suficiente como para revolver el
estómago de cualquier mujer. Skye lanzó una mirada a Cami y, al observar que
hacía una mueca al tiempo que ponía los ojos en blanco, supo que pensaba lo
mismo que ella.
—Señorita Flannigan, ¿me permite escoltarla hasta su carruaje? —La amplia
sonrisa de Ivan tenía mucho de picardía cuando clavó los ojos en Rafer—. Como tu
novia está herida, tendré el inmenso placer de llevarla en brazos.
La expresión de Cami mientras pasaba la mirada de Ivan a Rafer fue, realmente,
de terror.
Tal y como habían planeado, Rafer se había rasgado los pantalones, quitado una
bota y vendado la pierna. Las gasas habían sido previamente manchadas con
tinturas de color rojo imitando sangre, para que pareciera que era incapaz de ayudar
a sus primos.
—Skye, deberías de haber sido mi hermana. —Ivan la miró de repente con
expresión sombría—. Si lo fueras, te habría protegido mejor que los que se ocuparon
de ello y no habrías tenido motivos para correr y esconderte en este lugar con el fin
de librarte de un trabajo que nunca te satisfizo.
¿Cómo se había dado cuenta él de eso si ni siquiera ella lo había sabido hasta
ese momento?
—Me habría encantado que fueras mi hermano, Ivan —aseguró, aceptando su
abrazo, esta vez sin que Logan mirara a Resnova como si estuviera dispuesto a
cortarle la cabeza de un momento a otro.
Unos minutos después, los guardaespaldas irrumpieron en la estancia. Dos de
ellos soportaron el peso de Rafer mientras Ivan conducía a Cami al SUV del medio.
Al ver a Cami con la camisa desgarrada y el hombro vendado, y a Rafer, que
estaba siendo ayudado a subir al vehículo por dos hombres enormes, tanto el sheriff
Tobías como su ayudante, John Caine, así como el alcalde y Wayne Sorenson, se
acercaron con gesto de preocupación.
Los hombres de Ivan les impidieron acercarse, plantándose ante ellos con los
brazos cruzados sobre el pecho.
—Dejadme pasar antes de que os arreste —gruñó Tobías. Y lo decía en serio.
El guardaespaldas de Resnova le permitió el paso, pero sólo cuando Rafer y
Cami estuvieron a salvo en el interior del vehículo y la puerta cerrada impidió la
visión de la pierna herida de Rafer.
—¿Qué demonios ha ocurrido, Rafe? —gruñó Archer.
—Alguien ha intentado matar a Cami —informó Rafer en voz baja—. La mantenía
escondida en un lugar seguro en Boulder, protegida por tres guardaespaldas de una
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
empresa de seguridad que contraté. Uno de ellos me traicionó, Archer. Llamó a John
Corbin y, menos de dos horas después, un asesino abría fuego contra el piso franco
en el que se ocultaba.
El sheriff palideció.
—¿Estás seguro? ¿Tienes alguna prueba?
—El señor Resnova, aquí presente, tiene el móvil del traidor y el mensaje de texto
que lo incrimina. Se lo enviará al FBI tan pronto hagamos una copia.
Archer, que parecía haber sido golpeado por un ladrillo, se pasó la mano por la
cara, sacudió la cabeza y tragó saliva.
—¡Joder! Esperaba...
Esperaba que ni el abuelo de Crowe, ni cualquiera de los otros barones, estuviera
involucrado en aquel asunto.
—Sí, nosotros también —admitió Rafer.
—Si no le importa, sheriff, el avión nos espera en el aeródromo Carstanza, en
Aspen. Debemos marcharnos ya —intervino Ivan.
Aspen no era el lugar donde aguardaba el avión. De hecho, estaba justo en
dirección opuesta.
Archer asintió de nuevo con la cabeza.
—Tened cuidado. Los dos. —Se despidió de Rafer y Cami con un gesto, y luego
se dio la vuelta y regresó a su coche.
Skye no apartó la vista del sheriff. No miró a su ayudante, que se apoyaba al
descuido en el coche patrulla con el ceño fruncido mientras observaba el despliegue
de vehículos presentes. Su expresión evidenciaba que nadie de la Agencia habría
querido que Resnova se viera implicado en aquello.
Iba a tener que pensar una excusa, se dijo a sí misma. Dado que en la Agencia
estaban al tanto de la amistad que mantenía con Ivan, sospecharían de su
intromisión de inmediato.
A pesar de evitar la mirada de Caine, sintió que él la observaba y supo, sin lugar a
dudas, que su compañero quería hablar con ella.
Se volvió hacia Logan y vio que él la estudiaba en silencio con los ojos
entrecerrados.
—¿Todo va a ir bien? —le preguntó, acercándose a él y sintiendo que le rodeaba
la cintura con el brazo.
—Todo —asintió él—. Vayamos a casa. Tenemos que trazar algunos planes.
Planes que no incluían a Archer ni a su ayudante.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
Logan no miró atrás, pero no era estúpido. Había percibido la mirada que Caine
lanzó a Skye tratando de atraer su atención, y sospechó que el ayudante del sheriff
era en realidad un agente encubierto.
La escalada de violencia contra ellos parecía indicar que iban a necesitar más
ayuda de la que nunca hubiera esperado.
No, no era sólo la violencia lo que crecía, admitió. Era el efecto que provocaba
Skye en él.
Ella se había involucrado primero con la gente y luego con él. Y ahora parecía
decidida a que él también se relacionara con ellos.
—Tengo sueño —suspiró Skye mientras entraban en la casa.
—Crowe no permitirá que entre nadie, cariño —prometió Logan al tiempo que la
guiaba hasta la puerta del dormitorio—. Puedes dormir todo lo que quieras.
Sí, era mejor que durmiera. Porque estaba seguro de que, una vez que
despertara, la batalla que estallaría sería más dura que ninguna otra
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Pecados Mortales
Capítulo 21
—Hay monstruos en la oscuridad, cariño. Recuerda siempre que los monstruos
aman la oscuridad. No te duermas. No bajes la guardia. Nunca le digas a nadie
dónde duermes. Los monstruos siempre irán a buscarte. Siempre te espiarán. Los
monstruos son hermosos; sus ojos parecen compasivos y sus sonrisas brillantes.
Tienen dientes afilados y almas negras; sólo quieren llevarse a mi maravillosa e
inteligente niñita.
La voz de su madre era un susurro en su oído que traspasaba la serenidad que
había encontrado en la oscuridad de su sueño. Era incluso más fuerte que el calor
que le proporcionaba el brazo de Logan y la hizo lanzar un asustado quejido.
Sabía lo que venía con aquella advertencia. Sabía lo que vivía en la oscuridad, lo
que iría a buscarla si se atrevía a dormir...
Y eso que no había oscurecido todavía cuando se fue a la cama.
—Los monstruos te querrán, Skye. Se alimentarán de ti, cuidarán de ti y te
arroparán. Te abrazarán cuando llores, reirán cuando rías. Y cuando cierres los ojos,
te arrancarán el corazón del pecho. No puedes amar a nadie, Skye, porque estás
rodeada de monstruos. Sólo puedes querer a mamá y a papá porque son los únicos
que no son monstruos. Sólo te quieren de verdad mamá y papá...
No había recordado la orden. Se le había olvidado cómo la utilizaba su madre
cuando el médico la llevaba a dormir a aquel pequeño cuarto blanco y estéril. Y
mientras dormía, su madre le susurraba esas palabras, mostrándole con ellas unas
horribles imágenes llenas de criaturas que, en su dormida mente, eran monstruos.
Ahora recordaba...
Sí, recordaba haber sido trasladada en la oscuridad, y ya no era una niña. No era
una cría desesperada por complacer a sus padres ni por asegurarse de que los
monstruos jamás la encontraran.
—Los monstruos matarán a mamá y a papá si confías en ellos, cariño...
Y lo habían hecho.
Los monstruos habían ido a por ellos mientras Skye dormía. Era demasiado
pequeña, su cuerpo demasiado inmaduro para poder responder a las demandas de
permanecer despierta mientras la oscuridad envolvía la casa frente al océano en la
que estaban viviendo aquel verano.
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Pecados Mortales
Había recorrido un buen número de casas en su corta vida.
Y un buen número de países.
Pero ya no era una niña que se asustaba de la oscuridad, se dijo a sí misma.
En realidad ya no tenía miedo de que cayera la noche. Temía a la oscuridad que
la rodeaba mientras dormía —que envolvía su mente, tan pesada como un manto—
y de que el peligro volviera a visitarla en forma de monstruo.
Porque su madre tenía razón; a los monstruos les gustaba esconderse en la
oscuridad. Que las personas de carne y hueso nunca les vieran la cara, que nunca
fueran testigos de la maldad que era parte de ellos.
Se movió en la negrura de la noche, apartando a un lado pequeños arbustos,
atropellando a cuerpos sin identificar que la seguían mientras se aproximaba a
aquella luz que veía crecer ante ella.
Tenía que alcanzar esa luz...
Mientras seguía corriendo, cayó ante ella algo que la hizo detenerse con un grito
desgarrador; un grito que amortiguó cubriéndose la boca con los labios.
Bajó la mirada a sus pies y vio qué era lo que la había detenido. Sus pies
desnudos estaban sumergidos en un pegajoso charco de cálida sangre roja.
Se puso en cuclillas y sacó unos guantes de látex del bolsillo. Se los puso
lentamente y empujó el cuerpo para darle la vuelta y mirar los ciegos y
recriminadores ojos de la primera víctima que no logró salvar.
Su cabello rubio estaba teñido de sangre. Las pupilas azules estaban clavadas en
ella con una mirada de dolorosa acusación.
—¿Por qué no me ayudaste? —parecían gritar—. ¿Por qué no me salvaste?
—No llegué a tiempo —susurró.
—¡Has sido demasiado lenta!—gritó la víctima con frustración—. Te has olvidado
de que existen monstruos.
Se había centrado en la lista de sospechosos que le había facilitado el
comandante de la unidad, en vez de en recordar las palabras de su madre y
concentrar su atención en el tímido ancianito con aspecto de erudito que vivía al lado
de la chica. El que juraba no haber escuchado sus gritos.
—Mi oído ya no es lo que era —se disculpó, tirándose de la oreja.
—No puedes confiar en los monstruos, Skye, sólo en mamá y en papá —le
susurró su madre al oído una vez más.
Se dio la vuelta con rapidez y buscó desesperadamente a su madre
preguntándose por qué se negaba a permitir que la viera en sus pesadillas.
—Sólo puedes querer a mamá y a papá, cariño. Sólo a nosotros. —La voz de su
madre se convirtió en un sonido duro y letal.
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—Confía en mí, Skye. —Ahora era el hermano de su padre, su tío Liam el que
hablaba. Sus ojos verdes brillaban con intensidad y su risa sonaba tan falsa que la
hizo estremecer.
É1 le guiñó un ojo y le lanzó un beso con los dedos.
Ella le respondió con una temblorosa sonrisa, aunque sabía lo que iba a ocurrir de
un momento a otro.
—Puedes confiar en mí, cariño. —Tío Liam le tendió la mano al tiempo que
miraba a su padre—. Píselo, Douglas, dile que puede confiar en el tío Liam.
Su padre esbozó una amable sonrisa y dijo las palabras claves.
—Skye, cariño, puedes poner la vida de papá en manos del tío Liam, ¿entiendes?
Así tenía que ser. Así era. Su padre la envolvió con su sonrisa y sus cálidos
brazos, apretándola contra su cuerpo.
Pero de repente, ya no sentía su abrazo. Tío Liam era un monstruo que
permanecía erguido junto a los cuerpos destrozados y bañados en sangre de sus
padres.
—No. No... —gimió, rodeándose el cuerpo con los brazos. ¿Había sido culpa
suya? ¿Había sido ella la razón por la que sus padres habían muerto?
—No ames a nadie, Skye —gritaba a voces su madre, aunque sus labios no se
movían. De su cadáver sólo salía sangre—. No ames a nadie. Te advertí que no
confiaras en los monstruos, Skye. Nunca. Si amas, entonces amarás a un monstruo.
O amarás a un inocente que acabará asesinado por un monstruo. Porque los
monstruos siempre te perseguirán.
Y, de pronto, no era la sangre de sus padres la que goteaba en el suelo.
Había otro cuerpo destrozado a sus pies.
El cuerpo de Logan.
Estaba caído en el suelo, mirándola sin ver con sus ojos verde esmeralda y los
brazos extendidos sobre el pavimento...
Comenzó a gritar.
Alguien tenía que escucharla gritar.
Cayó de rodillas, pero sólo sintió su sangre caliente y espesa Se cubrió la cara
con las manos y la sangre humedeció sus mejillas.
Gritó una y otra vez rogándole que se despertara, suplicándole que estuviera
vivo...
—¡Joder, Skye! ¡Despierta!
Ella abrió los ojos al sentir que alguien la agarraba por la parte superior de los
brazos y comenzaba a sacudirla bruscamente arrancándola de la pesadilla.
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Logan tenía la cara blanca, su expresión era salvaje y reflejaba la furia que crecía
en su interior.
Ella no podía dejar de mirarle. Se sentía sudorosa y le temblaban las manos a
causa del pánico vivido.
—Lo siento. —Tenía la voz ronca, señal inequívoca de que la pesadilla había sido
de las peores.
—¿Qué ha pasado, cariño? —Logan le retiró el pelo de la cara con dedos
temblorosos mientras la miraba, todavía pálido como un cadáver.
—Era una pesadilla. —Dejó escapar una risita nerviosa—. Sólo una horrible
pesadilla.
Necesitaba levantarse de la cama. Quería alejarse de aquellas sábanas húmedas
de sudor y del palpable recordatorio de que algunas veces ni siquiera la luz del día
aseguraba que pudiera llegar a dormir tranquila.
Aquel sueño era un indicativo de que sus sentidos habían captado algo que su
mente todavía no había procesado. Algo que regresaría de nuevo de una forma
mucho más mortífera si no lo solucionaba.
—¿Sólo una pesadilla? Cariño, eso ha sido mucho más que una simple pesadilla.
Ella sacudió la cabeza.
—Tengo que darme una ducha.
Necesitaba sentir el agua purificadora deslizándose por su cuerpo, por sus
sentidos.
Logan la soltó cuando ella se acercó al borde de la cama.
—¿Las tienes con frecuencia?
Skye se obligó a ponerse de pie sin revelar la inestabilidad de sus piernas.
—¿Las pesadillas?
—Sí, Skye, las pesadillas. —Se acercó a ella por la espalda—. Las tienes con
frecuencia?
—No, sólo a veces.
—¿Sólo cuando duermes en la oscuridad? ¿Cuándo tus sentidos le alertan de
que algo está a punto de estallar?
Ella se detuvo ante la cómoda donde guardaba la ropa y se volvió hacia él
lentamente.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque a mí también me pasa —admitió—. Empezó cuando murió Jaymi, y
todavía sufro pesadillas por ello.
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Pecados Mortales
Habían pasado ya doce años desde que el Carnicero había matado a la amante
de Rafer.
Antes de fallecer en el transcurso de una misión en el Ejército, Tye Kramer, el
marido de Jaymi, había sido muy amigo de los Callahan. Y cuando se quedó sola,
Jaymi se convirtió en la amante de Rafer hasta su muerte.
Skye asintió con la cabeza lentamente.
—No pude salvar a la última víctima del asesino en serie al que investigaba —
murmuró, pasándose los dedos por el pelo—. No iba a por los criminales. —Su voz
se enronqueció de nuevo—. Atacaba a sus esposas, a sus sobrinas... —tragó saliva
—, a sus hijas. Las torturaba y las mataba.
La hija de Ivan había tenido suerte. Skye y su compañero ya habían identificado a
Martin Trinson como sospechoso, por 1o que le seguían de cerca cuando intentó
atrapar a otra víctima.
La vez anterior habían llegado sólo unos segundos tarde.
Sólo unos segundos.
El logró despistarles el tiempo suficiente como para acabar con la vida de la hija
de veintiún años de un conocido criminal, y lo que le hizo a esa pobre chica...
Sacudió la cabeza con brusquedad. Un escalofrío la atravesó al tiempo que una
bilis amarga le subía por la garganta.
Cogió unos vaqueros, una camisa de algodón y la ropa interior antes de darse la
vuelta y correr al cuarto de baño.
Logan observó cómo se balanceaba la cascada de rizos despeinados que caía
sobre su espalda a medida que se marchaba y, a pesar de lo preocupado que
estaba por ella, sintió que su miembro despertaba con renovado interés cuando
recordó la manera en que esos mismos rizos le habían acariciado los muslos unas
horas antes.
Se paso los dedos por el pelo y la siguió, casi aterrado de dejarla sola con esos
recuerdos, aun sabiendo que Martin Trinson estaba muerto y que el caso había sido
cerrado.
Martin Trinson había sido brutal. Poseído por la enloquecida furia que le produjo la
muerte de su padre y la violación de su madre por un traficante de drogas, comenzó
una larga carrera como asesino en serie. Primero se concentró en conocidos
camellos, y luego se dedicó a ir a por criminales de baja estofa, apuntando
directamente a sus familiares cercanos: madres, hermanas, sobrinas. Siempre
mujeres. Las mutilaba de maneras horribles y, si llegaban a sobrevivir, la prueba de
sus crímenes era siempre patente en sus cuerpos, por no mencionar en sus mentes.
Esperó hasta que escuchó el agua correr y se encaminó al cuarto de baño. Se
quitó los pantalones y entró en la enorme cabina de la ducha con ella.
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La joven le dio la espalda con rapidez, pero él alcanzó a ver las lágrimas que
llenaban sus ojos.
Cuando consiguió despertarla, ella estaba gritando su nombre. Gritaba como si
estuvieran arrancándole el alma, como si estuviera cubierta de sangre.
—Eh, venga... Negarlo no hará que desaparezca —dijo con suavidad mientras la
rodeaba con sus brazos—. Cuando yo tengo una pesadilla y me despierto gritando
como si me persiguieran todos los demonios del infierno, Bella huye a esconderse
debajo del sofá. Me lleva horas darme cuenta de que realmente no tengo las manos
llenas de sangre. —Ella se estremeció ante sus palabras—. ¿Más tranquila ahora?
Skye negó con la cabeza.
—Nunca podré estar tranquila. —Tenía la respiración entrecortada—. Mis padres
siempre me hablaban de los monstruos que habitan en la oscuridad —susurró—. Me
decían que sólo podía confiar en papá y mamá. Que sólo podía amarles a ellos.
Cuando mi padre contrató a su hermano Liam como jefe de guardaespaldas, éste
ignoraba que mis padres eran agentes. Papá se hacía pasar por un vendedor de
diamantes que se dedicaba a otras actividades ilegales como drogas, armas y trata
de blancas. Él confió en su hermano. Una noche, después de una enorme entrega
de diamantes, Liam y su amante, mi niñera, obligaron a mis padres a entregarles las
piedras. Luego los mató a los dos mientras yo lo veía todo por los monitores del
cuarto de seguridad. Había monstruos en la oscuridad y mis padres dejaron entrar a
uno.
Se dio la vuelta y enterró la cabeza en su pecho.
Él cerró los ojos y notó un nudo en la garganta al pensar en que una niña de tan
corta edad, tan impresionable, fuera testigo de una traición tan horrible.
—No debo confiar en nadie —susurró—. No debo amar a nadie. La confianza y el
amor que mis padres mostraron hacia mi tío fue su perdición.
—Y más tarde perdiste a Amy en mitad de un baño de sangre —apuntó él.
—Amy me salvo. —Sorbió por la nariz entre lágrimas—. Cuando me fui a vivir con
ella y sus padres, fue Amy la que me abrazaba cuando tenía pesadillas, la que me
obligaba a levantarme de la cama por las mañanas. No puedo renunciar. —Alzó la
cabeza y lo miró fijamente—. No puedo. Cuando ella me enseñó tu fotografía, me
habló de ti, me contó historias sobre vosotros; creo que fue entonces cuando
comencé a enamorarme de ti.
Él le acarició la mejilla e inclinó la cabeza para capturar sus labios en un beso tan
suave, tan cálido y tierno, que Skye se vio obligada a parpadear para contener las
lágrimas. Su simple roce la hacía temblar.
Cuando ella alzó la cabeza, Logan tomó el bote de champú, vertió un poco en la
mano y comenzó a enjabonarle el pelo en vez de hablar.
Las largas y sedosas hebras se deslizaron entre sus dedos y se enredaron en
ellos en medio de la espuma.
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Pecados Mortales
Igual que Skye se aferraba a él cuando la poseía. Envolviendo su cuerpo con
brazos y piernas, succionando su miembro con los tensos músculos internos de su
sexo.
La colocó debajo del chorro de agua y le enjuagó los rizos lentamente antes de
aplicarle el acondicionador y desenredarle el pelo, peinándolo con el cepillo que vio
en la repisa.
Luego echó gel en la esponja y comenzó a lavarla, dejándola hablar,
escuchándola en completo silencio. Sentía un fuerte dolor en el corazón por la niñita
sin amigos, sin familia, sin otra cosa que unos padres que se habían asegurado de
que ella jamás les pondría en peligro y que siempre sería útil para ellos y para la
Agencia.
Ahora le veía sentido a que hubiera pedido una baja por enfermedad, que visitara
al médico una vez al mes. Sencillamente no pudo soportar la presión cuando fue
incapaz de salvar a la última víctima del asesino al que vigilaba. No pudo soportar
durante un minuto más tener que enfrentarse a diario al horror, a la muerte.
Cuando terminó de asearla, Logan aclaró el jabón que la cubría de pies a cabeza
y dio un paso atrás para asegurarse de que no quedaba espuma. Luego la miró,
esperando que el miedo de sus ojos hubiera sido reemplazado por deseo.
No se equivocó. Antes de que supiera cuál era la intención de Skye, ella se puso
de rodillas, agarró su miembro por la base y envolvió el ardiente glande con la
sedosa y apremiante succión de su boca mojada.
—¡Joder! —masculló, enterrando las manos en el pelo recién lavado mientras se
apoyaba en la mampara de la ducha—. ¡Oh, joder! Skye, cariño... Sí, así,
chúpamela.
Tenía los testículos tensos y su polla palpitaba con tal lujuria incontrolable, con
tanta voracidad, que no sería capaz de apartarse aunque quisiera.
Estaba loco por ella. La noche anterior se había dado cuenta de que jamás podría
apartarse de ella, de que siempre regresaría en busca de más. Nunca tendría
suficiente.
La tierna y cálida boca de Skye se cerró en torno al glande en lo que fue una
exquisita tortura, apretándolo contra el paladar y haciéndole sentir una miríada de
escalofríos que a punto estuvieron de acabar con su control.
Consciente de su poder femenino, comenzó también a acariciarle la polla desde la
base con una mano mientras le sopesaba los testículos con la otra antes de rozarlos
con las uñas.
¡Joder! ¡Aquello iba a acabar demasiado rápido! Logan había tenido intención de
ir despacio, de hacerle el amor en la ducha con delicadeza y ternura. De demostrarle
lo bien que podía hacerla sentir. Lo jodidamente bueno que podía llegar a ser.
Apelando a los últimos jirones de su voluntad, consiguió obligarla a levantarse un
instante antes de eyacular en su boca. Apresó sus nalgas, la alzó contra su cuerpo
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Pecados Mortales
al tiempo que daba un paso hacia delante y la presionó contra la pared de la ducha.
No tardó ni un suspiro en estar enterrado en su interior.
Al principio se movió lentamente. Agradeció a Dios ser capaz de ello porque
quería que ella tuviera la oportunidad de correrse antes de que él se derramara en lo
más profundo de su cuerpo.
Iban a tener que hablar del hecho de que no había usado protección ninguna de
las veces que había eyaculado en su interior.
Pensar en que algo pudiera interponerse entre ellos, que algo pudiera disminuir el
adictivo y dulce placer que ardía entre ambos, le resultaba inconcebible.
Skye no lo había mencionado, pero sabía que era consciente de ello. Parecía
igual de renuente que él a enmascarar las sensaciones que compartían cuando la
tomaba.
Era como estar sumergido en un pozo lleno de remolinos, de puro éxtasis. Un
abismo de calor interminable que provocaba un placer indescriptible. Como si miles
de dedos diminutos comenzaran a rozarle los testículos y desde allí irradiaran el
goce a cada rincón de su cuerpo.
Se impulsó hacia arriba y se perdió en la resbaladiza funda que se ceñía en torno
a su miembro como un puño apretado. Tuvo que apretar los dientes para contenerse
un segundo más.
Respiró hondo, aseguró los pies en el suelo de la ducha y comenzó a penetrarla
una y otra vez con toda la dura longitud de su miembro.
Ella arqueó la espalda y gritó trémulamente mientras le rodeaba los hombros con
los brazos y posaba los labios a un lado de su cuello.
Le señaló, igual que él la había marcado a ella cada vez que la había tomado. Su
desesperación le llevaba a asegurarse de que nadie fuera lo suficientemente
estúpido como para intentar tomarla y, de manera inconsciente, su boca había
buscado su cuello para dejar una marca oscura en la sedosa y pálida piel cada vez
que la follaba, cada vez que la besaba... ¡Joder!, lo había hecho incluso la primera
vez que la besó.
Y ahora sería él quien llevara su marca.
Algo se quebró en su interior ante aquel pensamiento.
Algo tan poderoso y abrumador que no tuvo ninguna posibilidad de luchar contra
ello.
—¡Oh, Dios! Skye, cariño... —Se apoderó de sus labios de nuevo.
Se había jurado a sí mismo que no lo haría.
Se había dicho que era demasiado pronto y Dios sabía, tan bien como él, que lo
era.
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Pecados Mortales
La besó como besa un hombre que se muere por saborear a una mujer. Mantuvo
sus labios sobre los de ella hasta que los dos tuvieron que detenerse para respirar,
ávidos por algo mucho más intenso.
Embistió contra ella, se aferró a sus muslos con fuerza, y le clavó la gruesa
erección con toda aquella creciente voracidad que no podía contener.
—Logan, por favor. —Skye se arqueó contra él, apresándole las caderas con los
muslos—. Por favor —gimió—. Ámame. — Las palabras sonaron rotas, salieron del
corazón y siguieron manando sin parar.
Ella alzó la cara ruborizada hacia él sin dejar de impulsarse contra su miembro.
Tenía los ojos brillantes de pasión y entrecerrados, como si no pudiera enfocar.
—Ya lo hago, Skye. Te quiero —susurró Logan, clavando la mirada en la suya,
deteniéndose un segundo para volver a embestir en su interior bruscamente—.
Skye, mi amor.
Ella agrandó los ojos sorprendida y separó los labios con un gesto de
incredulidad.
—¡Joder, te amo! —repitió él, negándose a apartar la mirada. Negándose a volver
a esconderse de ella—. Para siempre, Skye. Te amaré siempre.
La joven dejó caer la cabeza y él notó que se corría. Sintió sus estremecimientos,
sus temblores, la manera en que sus músculos internos le ceñían rítmicamente y
oprimían su polla con firmeza hasta acabar desencadenando su propia liberación.
Eyaculó en lo más profundo del cuerpo de Skye, en lo más hondo de su vientre, y
la apretó entre sus brazos al tiempo que enterraba los labios en la curva entre el
cuello y el hombro, acariciándola con la boca; marcándola una vez más.
Marcándola como su mujer.
Como su amante.
Como su vida.
Como el regalo más precioso que un hombre podía recibir
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Pecados Mortales
Capítulo 22
Archer caminó lentamente hasta el restaurante situado en la Estación de Esquí
Viceroy y se detuvo en el umbral para localizar a sus objetivos antes de atravesar la
estancia.
La mesa estaba situada en una esquina, con vistas al lago, y las mesas próximas
habían sido separadas para que los tres hombres más importantes del condado
pudieran disfrutar de más privacidad.
Sin embargo, disfrutar, lo que se dice disfrutar, no parecían disfrutar mucho.
Marshal Roberts, Saúl Rafferty y John Corbin permanecían en silencio y miraban
sus platos de comida con expresión sombría. Sólo habían probado el vino que
llenaba sus copas.
No dijeron nada cuando Archer tomó una silla de una mesa próxima y se sentó
con ellos. El sheriff estiró sus largas piernas embutidas en unos vaqueros y miró a
los tres hombres con una ceja arqueada.
Marshal Roberts estaba sentado a su derecha y apoyaba los codos en el mantel
mientras miraba fijamente el agua del lago a través de la ventana. Le observó cruzar
los dedos delante de los labios antes de hablar.
—He escuchado por ahí que Rafer resultó herido. ¿Es de gravedad?
Archer asintió con la cabeza lentamente.
—No estoy seguro de ello. Parecía tener roto un tobillo o una pierna. ¿Qué es lo
que has oído?
—Que tiene dos fracturas en la pierna—repuso Marshal—. Y que Cami recibió un
disparo.
La voz del sheriff se tornó más ronca.
—Sí, en el hombro.
—El rumor dice que fueron traicionados por uno de sus guardaespaldas, ¿es
cierto? —preguntó Saúl Rafferty.
¡Joder!, Logan se parecía mucho a su abuelo, pensó Archer. Compartían los
mismos ojos verdes y penetrantes, y la expresión perspicaz.
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
—Eso fue lo que dijo Rafer —convino—. Por lo que entendí, recibió un mensaje
de texto en el que afirmaban que el guardaespaldas contactó con John, aquí
presente, ofreciéndole sus servicios para acabar con Cami.
John Corbin arqueó las cejas sorprendido. Y aunque sus ojos azules se
oscurecieron al instante y borraron cualquier expresión, Archer tuvo la sensación de
que aquella información era nueva para él.
—No recibí ninguna oferta —repuso John finalmente—. Y, sin duda alguna, no la
habría tomado en consideración si lo hubiera hecho, tienes mi palabra.
—Archer, aquí pasa algo raro —adujo Saúl—. Hace doce años, aquel horrible
verano mataron a todas esas chicas. Pero ahora no es sólo eso, además hay
rumores de que el hombre que va a proteger a Rafer y Cami es un criminal.
—Vuestros nietos han hecho algunos contactos inusuales a lo largo de los años
—asintió Archer, sin saber adónde le llevaría aquella conversación—. Rafer haría
cualquier cosa por proteger a Cami, igual que Logan lo haría por proteger a Skye.
—¿Y para protegerlas tienen que tratar con criminales? Corbin intentó inyectar un
tono de rechazo a sus palabras, pero Archer juraría que percibió un cierto matiz de
orgullo.
—Eso parece. —Archer se encogió de hombros. A ese hombre le precede su
fama, John. No me gustaría toparme con él en un callejón oscuro ni cabrearle.
Aunque está muy tranquilo últimamente, no me gusta nada, caballeros
—No puedo culparte, Archer —convino John con rigidez—. A mí tampoco me
gusta.
El sheriff hizo una mueca.
—-Es posible que tengas que enfrentarte a él, John —replicó—. Juraría haber
escuchado mencionar a Crowe y a Logan que iban a rastrear ese mensaje de texto,
así como cualquier otra cosa que supusiera un peligro para Skye. Y creedme, no me
pareció que ese mañoso estuviera muy contento.
Los tres hombres se pusieron rígidos.
—Justo lo que necesitábamos, uno de esos tipos metiendo las narices en
nuestros asuntos —gruñó John—. ¿No puedes arrestarle o algo por el estilo?
—Hay muchos que han intentado hacerlo. —Archer se encogió de hombros—.
Pero sabéis que no puedo hacer nada hasta que le atrape haciendo algo más que
amenazar con infringir la Ley.
—Genial... —John se terminó el vino de un sorbo mientras los otros dos
intercambiaban una mirada conspiradora.
—Actúas como si se tratara sólo de un simple inconveniente —indicó Archer.
—Sí, es una jodida inconveniencia —suspiró John.
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—Es mucho más que eso —replicó Marshal—. ¿Un mafioso investigando
nuestros asuntos? ¿Quién iba a imaginarlo?
Su voz rezumaba mofa, pero además, si no era una chispa de diversión lo que
veía en la mirada de Marshal, no sabía qué coño era.
¿En qué consistía la confabulación que aquellos tres hombres tenían contra sus
nietos? ¿Y por qué los primos Callahan participaban activamente en aquellos juegos
de manipulación?
—¿Es por eso por lo que has venido, Archer? —preguntó John finalmente—.
¿Para hacernos saber cuáles son las intenciones de esos demonios que tenemos
por nietos?
El sheriff sacudió la cabeza lentamente.
—No, estoy aquí para averiguar por qué Marietta Tyme tenía un recibo de este
restaurante. Quiero hablar con el maître, pero... —miró a su alrededor—, todavía no
ha aparecido.
—El lunes suele ser su día libre —indicó Saúl—. No vendrá por aquí hasta
mañana.
—En ese caso, hablaré con su ayudante.
—No lo hagas. —Fue John quien le detuvo antes de que se levantara—. No
hables con nadie sobre eso, Archer.
La petición le hizo recostarse sobre la silla.
—¿Por qué?
Los tres hombres se miraron entre sí antes de hacer gestos con la cabeza. Luego,
Saúl se inclinó lentamente hacia la mesa y apoyó el mentón en los dedos cruzados.
—Marietta se reunió con nosotros —confesó en voz baja.
Sorprendente.
—¿Para qué?
—El bar en el que trabajaba en Boulder me pertenece — aclaró Saúl—. Sabía
que Logan iba a menudo por allí y se suponía que ella me daría informes suyos. Me
llamó por teléfono un día antes de desaparecer y me pidió que nos reuniéramos con
ella. Esperamos varias horas. —Lanzó una mirada a sus amigos, que asintieron
lentamente.
—¿No sabéis qué es lo que quería? —preguntó Archer.
—Lo único que dijo fue que debíamos encontrarnos con ella porque tenía cierta
información para nosotros —explicó Saúl—. A ella le gustaba pensar que era el
ángel de la guarda de Logan.
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Pecados Mortales
La tristeza en la mirada del anciano fue suficiente como para que Archer
sospechara que a Marietta le había importado Logan más de lo que todos
imaginaban.
—Esa chica, Skye, no es precisamente una tierna florecilla —añadió Saúl—. La
investigamos. Su padre estaba metido en asuntos de drogas, trata de blancas y
diamantes. Tiene suerte de que no la utilizara como moneda de cambio para salvar
la vida.
Si hubiera habido un leve deje de rencor, un rastro de malicia, entonces podría
escarbar un poco en la cuestión, pensó Archer.
Tendría motivos para indagar un poco y ver si alguno de los barones se
inquietaba.
Pero lo que veía en los ojos de los tres era preocupación. Y eran hombres que
jamás se molestaban en ocultar lo que tenían que decir, lo que hacían. Al menos por
lo que él sabía.
—Entonces tenemos un problema —suspiró Archer—. Porque creo que Marietta
sabía algo. Algo tan importante que pudo ser la causa de su muerte.
John negó con la cabeza, con los ojos repentinamente alerta y la expresión
neutra, sin emoción.
—Esa información no fue la causa de su muerte, Archer — dijo en tono quedo—.
Ella fue más que una amiga para Logan. Lo mismo que las otras chicas. No sé quién
ni por qué, pero alguien está decidido a asegurarse de que nuestros nietos no
tengan futuro. Marieta habría muerto aunque no hubiera averiguado nada.
—Pero ¿y si hubiera descubierto la identidad del Carnicero? —elucubró Archer—.
Y si lo sabía, ¿no creéis que pudo haber encontrado la manera de esconder la
información? —Miró a Saúl—. Ayúdame, ¿dónde pudo haberla ocultado?
Saúl negó con la cabeza.
—Trabajaba para mí, Archer, pero no me relacionaba con ella.
El sheriff asintió con la cabeza otra vez.
—Bien, entonces será mejor que me vaya. —Forzó una sonrisa mientras se ponía
de pie—. Disfruten del almuerzo, caballeros.
—Archer —le detuvo John antes de se alejara—-. No es necesario que nadie
sepa nada acerca de esta reunión —le advirtió en voz baja—. No cuentes nada, no
hagas ningún comentario al respecto. Por lo que tú sabes, seguimos siendo unos
duros y fríos bastardos.
Archer empezaba a pensar que todo aquello tenía un trasfondo mucho más
enrevesado de lo que imaginó en principio.
—¿A quién? —preguntó—. ¿Quién preguntará sobre este tema?
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—Estoy seguro de que escribirás un informe —adujo John con serenidad—. Y
debes ser muy cuidadoso con lo que pones en él, o en cualquier otro.
Archer se inclinó hacia la mesa.
-—¿Qué está pasando, John?
—No quiero ver muerto a mi nieto más de lo que lo quieren Saúl o Marshal —
confesó—. Y me gustaría seguir vivo durante algún tiempo más. Así que, tal y como
yo lo veo, tu actitud será vital para conseguir ambas cosas. Ya te lo he dicho.
Seguimos siendo unos fríos bastardos a los que no les importa una mierda lo que les
pase a esos chicos. ¿Lo has entendido?
Archer estuvo a punto de lanzarles una mirada sarcástica.
—John, tiene gracia... Jamás he dudado de ello.
Se dio la vuelta y salió del restaurante, consciente de las miradas de los tres
ancianos clavadas en su espalda. Sabían algo, no acababa de deducir el qué, y se
preguntó si ellos mismos serían conscientes del alcance que tenía lo que podían
saber.
Sin embargo, una cosa era cierta, había captado su advertencia. Alguien en su
oficina podía ser un espía y estar filtrando información.
Ahora tenía que averiguar quién era.
Los barones habían desperdiciado su vida. Tres niños habían crecido, se habían
convertido en unos hombres de provecho de 1os que cualquier padre o abuelo
estaría orgulloso y, en vez de eso, sus familias habían hecho todo lo posible por
destruirlos y robarles su herencia. Pero Archer sabía ahora, sin lugar a dudas,
después de haber estado allí sentado mirando a los ojos de aquellos viejos
bastardos, que les importaban sus nietos mucho más de lo que habían dejado
entrever.
Una vez que abandonó el aparcamiento de la Estación de Esquí, comenzó a
sonar su teléfono.
Lo sacó de la funda y lo aproximó a la oreja.
—Sheriff Tobias al habla.
—Sheriff, soy el ayudante Caine. —El tono de Caine era frío y duro como el acero
—Dime...
—Estamos en el barranco Riker —informó—. Será mejor que vengas. Acabamos
de encontrar a otra chica.
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Capítulo 23
Logan se terminó el café y observó cómo Skye guardaba los platos de la cena en
el lavaplatos y daba de comer a Bella.
Había tardado horas en conseguir que el cachorro aceptara la comida de la joven
y, por fin, Bella se la tomó con un agudo ladrido al tiempo que meneaba la cola.
La pequeña perrita estaba creciendo con rapidez. De hecho, casi había duplicado
el tamaño que tenía cuando llegó. Sin embargo, era tranquila y esa raza no crecía
mucho.
—La anciana señora Jenkins cree que tus primos y tú deberíais contratar
guardaespaldas —comentó Skye mientras colocaba los platos en la alacena.
—¿De veras? —gruñó él, enjuagando la taza de café antes de mirar cómo Bella
se dejaba caer en el suelo con uno de sus juguetes favoritos.
Esperar a que se desarrollaran los acontecimientos resultaba exasperante. Crowe
había ido a su casa, en la montaña de Crowe, para intentar seguir el rastro de Rey
Arturo con el ordenador. Mientras, Resnova mantendría a Cami sana y salva en su
rancho y Rafer regresaría al día siguiente acompañado de uno de los
guardaespaldas.
Hasta el momento, todo estaba tranquilo. Demasiado tranquilo.
La señora Jenkins lo dice porque le encanta hablar de los demás —continuó
gruñendo Logan—. ¡Como si no tuviéramos suficiente con los rumores que ya corren
por el condado!
—¿Cómo crees que obtuve la mayor parte de la información sobre ti antes de
meterme en tu cama? —se burló ella al tiempo que le guiñaba un ojo—. La señora
Jenkins es una fuente inagotable de cotilleos.
El sacudió la cabeza con una amplia sonrisa mientras la joven apoyaba la cadera
en la encimera y cruzaba los brazos con una mueca llena de divertida insolencia.
¡Joder!, le gustaba estar allí con Skye. Le gustaba irse a la cama con ella a media
tarde, despertarse por la noche y encontrarla entre sus brazos. Sentir su calor, su
suavidad cuando se estrechaba contra él...
No quería perder eso.
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Había mantenido relaciones con anterioridad, pero siempre habían sido breves
aventuras sin esperanza de futuro. Si Skye le abandonara algún día, si se alejara
privándole de todo aquello, no estaba seguro de poderlo soportar.
El peligro estaba allí. El riesgo les acechaba. Lo notaba flotar en torno a la casa,
envolverles como un halo. Y eso era algo que le ponía condenadamente nervioso.
Y también la intranquilizaba a ella.
Alzó la mano para frotarse la nuca antes de acercarse a la puerta de la salita y
observar la oscuridad.
—Tú también lo percibes —comentó ella con suavidad.
—Sí.
Se volvió hacia la cocina y se acercó a Skye. La observó doblar el paño de secar
con el ceño fruncido antes de girarse para mirarle.
—Deberías haberte ido con Resnova —Era algo en lo que no dejaba de pensar
desde que aquel bastardo se largó con todo su sequito. ¡Joder!, le había dado
vueltas a la idea incluso antes de que hubiera llegado. De hecho, ésa había sido su
intención hasta que notó que Resnova mostraba demasiado interés personal en ella.
—No, Logan —negó Skye—. También es mi pelea, y lo sabes.
Por Amy y ahora por él.
Skye la consideraba su lucha porque su hermana adoptiva había muerto a manos
del Carnicero, porque amaba a Logan y aquel criminal no les permitía seguir
adelante con su vida.
—No hay necesidad de que luches ni de que te arriesgues — insistió él,
estudiando su expresión hasta que vio la marca en su cuello.
La había marcado. Había dejado en ella su sello de propiedad. La prueba de que
Skye era su mujer.
Al marcarla había respondido a la primitiva emoción a la que se enfrentaba en su
interior, pese a la certeza de que mantenerla con él sólo la ponía en peligro.
—No empieces... —le interrumpió ella cuando él volvió a abrir la boca. Le apuntó
con un dedo mientras seguía apoyada en la encimera y comenzó a moverlo en un
gesto de reprobación.
Cada vez que Logan recordaba que ella sería parte activa de aquella pelea, sus
entrañas se contraían de angustia. Y hacía mucho tiempo que había aprendido a
hacerle caso a su instinto.
Decidió que al día siguiente llamaría a Resnova. Sí, tenía que conseguir que Skye
saliera de allí. No importaba cómo.
Pero ahora...
Ahora ansiaba tocarla.
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Ansiaba que ella le tocara.
Como si eso fuera necesario para creerse que por fin era suya. Que la había
reclamado.
Nunca se había atrevido a querer nada como quería a esa mujer.
La necesitaba desde hacía años, cuando la vio por primera vez y se dio cuenta de
quién era. Aunque lo cierto es que cuando se trasladó a la casa de al lado, seis
meses antes, le había costado reconocerla. La tímida chica que conoció había sido
reemplazada por la mujer segura de sí misma que era ahora.
Mientras sostenía la ardiente mirada que ella le lanzaba, se dio cuenta de que la
había deseado desde la primera vez que la vio. Recordaba perfectamente cuándo y
dónde había sido.
Ella era entonces poco más que una niña.
Logan sabía, por supuesto, que era la hija adoptiva de Cárter, y se percató de que
ella le miraba con la misma atención que él.
Y aunque ella se alejó sin mirar atrás, Logan nunca la olvidó.
Dios, la deseaba con una insensata necesidad, con una abrumadora voracidad
que no podía controlar.
Una voracidad que se disolvió en el aire, de golpe, cuando se escuchó el
repentino sonido de una bala atravesando el cristal de la ventana antes de impactar
en la pared, justo detrás de Skye.
El proyectil pasó a sólo unos milímetros de donde habría estado la cabeza de la
joven si Logan hubiera sido un poco más lento. Si hubiera dudado un solo instante
de su instinto, de la alarma interna de su mente, y no hubiera reaccionado antes de
que la bala hiciera añicos el cristal.
Instinto. Supervivencia. Doce jodidos años de entrenamientos, de matanzas,
habían hecho mella en sus sentidos.
El disparo del francotirador aún no había impactado en la ventana cuando él
reaccionó.
Logan lanzó a Skye al suelo y rodó con ella, agarrando a su paso también a una
aterrorizada Bella que se había quedado paralizada junto a la isleta central de la
cocina. Cubrió con su cuerpo a las dos figuras mientras intentaba ponerlas a salvo.
El asesino cargó el rifle y disparó de nuevo.
La bala rozó su carne limpiamente.
Le arrancó sangre del hombro cuando protegía con él la cabeza de Skye, ahora
con el cachorro entre sus cuerpos.
Tenían unos segundos hasta que el tirador volviera a cargar.
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Llevó consigo el delicado peso de Skye hasta la sala y protegió a una silenciosa y
temblorosa Bella en el hueco del brazo.
Otro disparo.
La tercera bala arrancó un trozo de madera del suelo. Una vez más, la posición
exacta en la que había estado la cabeza de Skye un instante antes.
A cada disparo, Bella gruñía; una muda expresión de furia inocente que tenía su
correspondencia en cada maldición que abandonaba los labios de Skye.
En cuanto el francotirador dejó de tener un buen ángulo de visión para
dispararles, Logan se puso en pie y, alzando a Skye en sus brazos, la llevó junto con
la furiosa perrita todavía más lejos de las balas.
La puerta de acceso al garaje impactó ruidosamente contra la pared antes de que
atravesara el umbral con Skye y Bella apretadas contra su pecho.
—¡Puedo correr sola! —gritó la joven, y él se dio cuenta de que no era la primera
vez que lo hacía.
La ignoró como las veces anteriores. ¡Joder!, era suya. No pensaba correr ningún
riesgo con ella ni con Bella. Ni con cualquier vida inocente que Skye pudiera llevar
en su interior.
¡Que Dios le ayudara! ¿Acaso se había vuelto loco?
Abrió bruscamente la puerta del conductor del todoterreno negro tras haber
depositado a la joven en el asiento de al lado, junto con la furiosa perrita que no
dejaba de gruñir. Giró la llave en el contacto, metió la marcha y aceleró, traspasando
la puerta del garaje que apenas había dispuesto de unos segundos para abrirse
después de que oprimiera el mando a distancia.
Trozos de madera y cristales rotos parecieron flotar alrededor del vehículo cuando
irrumpió en la calle bajo las atónitas miradas de los vecinos, que habían salido de
sus casas alarmados por el sonido de los disparos.
Los neumáticos chirriaron en el asfalto antes de enfilar la calle como un cohete
propulsado, mientras la perrita ladraba de excitación y le miraba con una expresión
de absoluta adoración. Bella parecía haberse deshecho de repente de la carga de
adrenalina, y eso había dado paso a todo el amor que podía contener su pequeño
cuerpo. O eso parecía decir con su mirada.
«¡Joder! ¡Cabrones!» Aquello tenía que acabar. Tenía que ponerle fin antes de
que perdiera lo que más amaba en la vida. Antes de que perdiera lo único que
llenaba su alma.
—¡Por Dios, Logan! Pero ¿cuántas armas llevas aquí? —preguntó Skye en voz
alta para hacerse oír por encima del sonido del motor , del rechinar de las ruedas y
del tráfico de las calles.
¿Qué demonios miraba ella con tanta atención? Imaginaba que una réplica del
arma que acababa de intentar volarle la cabeza.
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Su rifle de francotirador.
Era un modelo único, fabricado especialmente para él y lo bastante ligero para
poder cargarlo monte a través.
Además, también contaba con una escopeta con los cañones recortados tan ilegal
que Archer palideció cuando la vio unos meses atrás. Por no contar con la Glock, la
Baretta, el revólver que había pertenecido al abuelo J.R. Callahan...
Skye tomó la Glock en las manos y la giró entre los dedos con expertos y
confiados movimientos.
Sí, sin duda aquella mujer había nacido para él. Lo que no quería decir que no
estuviera aterrado. De un momento a otro podía ocurrir cualquier cosa. Como Skye
había dicho, había monstruos en la oscuridad.
Giró el volante y se adentró en una carretera secundaria que conducía fuera de la
ciudad. Concentrándose en conducir, aceleró todo lo que pudo durante los
kilómetros siguientes antes de internarse en una angosta carretera que se perdía
entre las montañas.
Sacó el móvil de emergencia de la guantera, donde lo había guardado semanas
antes, y marcó el número de Crowe.
—Crowe —respondió su primo tras sonar el primer tono.
—Tenemos un problema —explicó Logan—. ¿Dónde estás?
—En casa —repuso Crowe con rapidez—. ¿Qué ha pasado?
—El maldito Rey Arturo —dijo—. El cabrón nos disparó en casa con un rifle de
largo alcance de un solo tiro. Apuntaba, disparaba y cargaba... no tengo ni idea de si
me está siguiendo o no.
—Venid aquí —ordenó Crowe, ahora con la voz helada—. Me pondré en contacto
con Rafer y con Resnova. Tenemos que cambiar de planes.
—Llegaremos en treinta minutos —dijo Logan.
—En diez si mantienes la velocidad —apostilló Skye después de que él pusiera el
todoterreno sobre dos ruedas al tomar una curva—. Eso si no nos matamos antes.
—Todavía puedo ir más deprisa —le aseguró, acelerando un poco más,
desesperado por alejarla de aquellas balas tan rápido como fuera posible.
—Eres un salvaje, Logan. —Ella se rió. Diversión, calidez, amor... Muchas
emociones inundaron su voz, pero entre ellas también había preocupación y pesar
por el peligro que tenían que superar para iniciar una vida juntos.
Apenas medio kilómetro después, terminaba la carretera y comenzaba un camino
de tierra que se internaba en el valle. Logan activó la tracción a las cuatro ruedas
antes de comenzar a sentir grava y hierba bajo los neumáticos.
La montaña de Crowe ocupaba una buena porción de las tierras del condado de
Corbin y también de las del vecino condado de Pitkin. Bordeaba el rancho Callahan
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así como el rancho Ramsey. Una vez que llevaran a cabo los planes para construir el
complejo de vacaciones que tenían en mente, las dos propiedades se unirían junto
con un trozo de terreno más pequeño que era propiedad de Logan; parte de su
legado como la casa en el pueblo.
Era casi como si sus padres le hubieran conocido muy bien. Quizá habían temido
que resultara ser como su madre, que estuvo a punto de devolverle la herencia a su
padre cuando la recibió.
¿Seguiría viva si lo hubiera hecho?
—Esto es una locura —masculló Logan, enfilando hacia la propiedad de Crowe,
que parecía un faro de luz en medio de la ladera, mientras las ruedas devoraban la
pendiente—. ¡Dios, Skye! Si te ocurriera algo...
—Basta. No te preocupes antes de tiempo —le tranquilizó mientras acunaba a
Bella entre sus brazos, después de soltar el arma—. Estamos juntos en esto; no me
sentiría más segura en ningún otro lugar.
Logan reconoció la certeza en sus palabras, su determinación y su amor a la vida,
su amor por él.
Pero eso no cambiaba aquello a lo que se enfrentaban, ni el hecho de que sin ella
no querría seguir viviendo.
Skye era la razón por la que no había llevado a cabo misiones suicidas en la
pequeña unidad de la que había formado parte. Era la razón por la que luchó a diario
por un legado que sólo había llevado consigo sangre y muerte. Era la razón por la
que vivía. Así de simple.
—Estamos llegando a casa de Crowe —le informó unos minutos después, cuando
el todoterreno saltó un bache en aquel estrecho sendero de cabras que conducía a
la cima de la montaña—. Trazamos nosotros mismos la red de caminos de tierra que
surca la montaña para asegurarnos el acceso en cualquier circunstancia.
Sus vidas habían sido una continua lucha por sobrevivir. En aquel condado ni
siquiera habían sabido en qué negocios les dejarían entrar, en qué casas serían bien
recibidos...
Skye pensó en las circunstancias a las que se había visto reducida la existencia
de Logan y sus primos desde que eran bebés, antes y después de la muerte de sus
padres, y se le rompió el corazón.
Logan no tenía razones para creer en nada ni en nadie y, aun así, le había
permitido entrar en su vida.
«No es que le hayas dejado mucha elección», se dijo para sus adentros con aire
satisfecho.
Pero quizá se habían dejado llevar sin pensar demasiado y habían cometido el
mismo error que sus padres.
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Se presionó discretamente el vientre con la mano, sabiendo que eran muchas las
posibilidades de que hubiera concebido. Desde el momento en que se tocaron,
ninguno de los dos había tenido el suficiente control como para pensar en protección
o en el peligro que supondría para un bebé la vida que llevaban.
Lo único en lo que Skye podía pensar al imaginar un bebé era en si se parecería
más a Logan o a ella. En si sería un niño o una niña. Y tras haber sido testigo de la
evidente alegría con la que Logan disfrutaba del cachorro que le había obligado a
aceptar, se preguntó cuánta más satisfacción encomiaría en un bebé.
Los Callahan no habían disfrutado de demasiada felicidad en sus vidas y habían
tenido que enfrentarse a una dificultad tras otra durante años.
Adaptarse a una vida en paz sería un agradable cambio para ellos.
—Vamos a ganar. —Le miró tras vislumbrar de nuevo las luces de la casa de
Crowe entre los árboles—. ¿Me has oído, Logan? Vamos a ganar, te lo prometo. Y
cuando todo esto acabe, podremos disfrutar de todas las cosas de las que hemos
carecido en nuestra vida.
Él estiró el brazo y le tomó la mano. Se la llevó a la boca y depositó un tierno beso
en la palma. El calor de sus labios provocó en Skye una cálida sensación que envió
una ardiente oleada a través de su cuerpo, y no se trataba de placer sexual.
—Te obligaré a cumplir tu promesa —le advirtió él.
—Lo sé. —Ella sonrió a pesar del apretado nudo que sentía en las entrañas, de la
instintiva y primitiva advertencia de que aquello todavía no había acabado—. Ya
verás. Lo conseguiremos.
Tras enfilar la recta final, Logan detuvo el todoterreno sobre la hierba antes de
mirarla.
—Deja aquí a Bella hasta que comprobemos que la loba no está en la casa.
Crowe espera que cualquier día aparezca de nuevo para tener aquí a sus cachorros,
y la perrita sería un buen aperitivo para ella.
Bella guardó un sospechoso silencio. Quizá sentía la presencia del lobo, pero
probablemente su actitud se debiera a que esperaba sus chuletas con placer, pensó
Skye con diversión.
Tomó una descolorida manta que Logan guardaba en el vehículo y la dobló sobre
el asiento trasero para hacer una cama al animal. Luego abrió la puerta y salió de un
salto.
Guardó la Glock en la cinturilla de los vaqueros y la cubrió con los faldones de la
camisa antes de seguir a Logan y correr con rapidez hacia la puerta abierta.
Corrieron demasiado deprisa.
Quizá si hubieran caminado con lentitud habrían prestado más atención...
Se arrepintieron de ello en cuanto entraron.
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Se detuvieron bruscamente en el umbral y observaron atónitos la escena que se
desarrollaba ante sus ojos.
—Cerrad la puerta, por favor. —La voz era áspera y gutural, evidentemente
disimulada. Pero no importaba. Si el arma con que les apuntaba era una señal, era
posible que no tuvieran tiempo de llegar a preocuparse por la identidad de su
adversario.
No era demasiado alto, apenas metro ochenta. Sin embargo, era robusto y
corpulento. Y había algo familiar en la postura de los hombros.
No podían verle los ojos, ocultos detrás de una máscara que le cubría media cara
y unas gafas de sol.
«La mayoría de los asaltantes no se molestan en esconder su identidad», pensó
Skye mientras se metía con facilidad en el papel en el que estaba tan entrenada a
adoptar con sólo oler el peligro.
Crowe estaba tendido inconsciente en el suelo, a sus pies, con las manos atadas
a la espalda con el mismo tipo de cuerdas que aseguraban sus pies. Tenía la parte
de atrás de la cabeza empapada y la sangre goteaba al suelo.
Durante un horrorizado segundo Skye agradeció que se les hubiera ocurrido dejar
a Bella en el vehículo.
—Callahan, no me obligues a disparar. —El arma, de repente, apuntó a Logan
cuando se puso delante de la joven—. Podemos hacer esto por las buenas o por las
malas. Por las malas, acabarás muerto. Por las buenas, seguirás vivo.
—¿Qué quieres? —La voz de Logan, perfectamente controlada, presagiaba
muerte. La joven se estremeció al oírle hablar y sintió que le bajaba un escalofrío por
la espalda.
—Algunas cosas. —El hombre señaló el ordenador que seguía parpadeando
sobre el escritorio de Crowe . No tardaré mucho.
Metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó una cuerda que lanzó a los pies
de Skye.
—Ate las muñecas de su novio, señorita O'Brien. Y átelas bien fuerte.
Skye agradeció a Dios que su labor en la Agencia fuera un secreto, ya que su
entrenamiento le había enseñado a hacer nudos apretados y firmes pero que
dejaban movilidad a las muñecas.
Recogió las cuerdas lentamente.
—Antes de nada —la detuvo el intruso—, Callahan, dame tus armas.
Logan esbozó una mueca feroz.
—No tengo nada que darte. No esperaba que fuera tan fácil dejar a Crowe fuera
de combate, así que no cogí ningún arma.
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El hombre ladeó la cabeza como si estuviera sopesando las posibilidades de que
Logan mintiera.
—¿Por qué habéis venido con tanta prisa? —preguntó el extraño con curiosidad.
—Porque tu francotirador casi nos vuela la cabeza —escupió Logan.
Casi pudieron percibir el movimiento de sus cejas bajo la máscara negra en señal
de sorpresa.
—¡Qué interesante! —exclamó—. Pero no es mi francotirador. En realidad, si te
digo la verdad, para mí es un incordio.
—Sí, ya, entonces, ¿para nosotros que es? —se mofó Logan.
El hombre se rió entre dientes.
—¿Sabes, Logan? Es una pena, realmente me caes bien.
El tono de su voz, la familiaridad en el trato... Sí, aquel hombre conocía a Logan, y
estaba segura de que también ella lo conocía.
Muy segura.
—Levántate la camisa y date la vuelta —ordenó el extraño—. Voy a asegurarme
de que no mientes.
Logan se alzó la camisa lo suficiente como para dejar al aire la cinturilla de los
vaqueros y el torso antes de girarse lentamente.
—Súbete las perneras de los pantalones —indicó con el arma.
Él se inclinó y subió los bajos, mostrando los calcetines.
—Muy bien. —El hombre asintió con la cabeza y sonrió, mirándola a ella—. Ya
puede atarle.
Skye se colocó detrás de Logan y se tomó un momento para respirar hondo al
notar lo tenso que estaba. Era un volcán a punto de estallar. Tenía la misma
sospecha que ella, que aquel hombre no había ido a casa de Crowe sólo para jugar
con su ordenador.
Estaba allí por algo más.
—¿Así que no eres el francotirador? —preguntó Logan mientras Skye pasaba las
cuerdas por sus muñecas para realizar un nudo doble y sacaba la Glock que llevaba
en la cinturilla para deslizaría en la de él.
Le ató a conciencia. Aparentemente no había manera de librarse de esa cuerda,
pero lo haría con facilidad con la ayuda de un cuchillo bien afilado o una tijera.
Y eso era lo que pensaría aquel hombre.
Sostuvo con fuerza los dedos de Logan antes de soltarlos y dar un paso hacia la
posición que había ocupado antes.
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—Señorita, no ha acabado todavía —le dijo el pistolero antes de mirar a Logan y
señalar la silla junto a la mesa de madera—. Callahan, siéntate.
Logan le obedeció lentamente, sin apartar la vista del arma y del hombre que la
sujetaba.
—Átele los tobillos. —El individuo le hizo un gesto de cabeza.
Skye deslizó otra cuerda alrededor de los tobillos de Logan. Estaba segura de que
el hombre no los comprobaría, al menos no a conciencia.
—Hágase usted misma un par de nudos, yo los apretaré. —El pistolero sonrió.
Ahí estaba, tenía los dientes un poco salidos, apenas un poco, y a la paleta
derecha le faltaba un pequeño trozo.
Intentó fijarse en todos esos detalles por si Logan y ella logra han salir con vida de
allí. Si así era, mataría a ese hombre con sus propias manos.
Si no lo hacían antes Logan y Crowe.
Hizo un primer nudo y colocó la cuerda de la manera correcta, luego esperó
inmóvil y silenciosa a que él se acercara.
El hombre introdujo el arma en la cinturilla de su pantalón y se tomó su tiempo
para atarla.
La sonrisa que le curvó los labios fue aterradora.
Sí, definitivamente, había monstruos en la oscuridad.
—Tenía el presentimiento de que el francotirador actuaría esta noche —comentó
en voz alta mientras se acercaba al escritorio donde estaba el ordenador. Dejó el
arma allí encima y cruzó los brazos antes de mirarlos.
Skye notó que se le aceleraba el corazón al tiempo que sonaba una alarma en su
cabeza advirtiéndole que huyera.
—¿Es tu socio? —inquirió Logan, que obviamente intentaba ganar tiempo para
que Crowe despertara u ocurriera alguna otra cosa que le diera la más leve ventaja.
—No, no es mi jodido socio —aseguró el desconocido, al que parecía afectar el
tema del francotirador—. Menudo cabrón. Digamos que a mi jefe no le gustó que no
pudiera encontrar a Cami ni llevarme a tu chica, así que contrató a alguien que sí
pudiera. Por supuesto, si me hubiera dejado usar un rifle, el tema ya estaría resuelto
hace tiempo.
El corazón de Skye amenazó con salírsele del pecho.
—¿Tu jefe? —preguntó Logan en tono ominoso.
—El Carnicero —repuso el hombre sucintamente—. No sabe que estoy aquí esta
noche, así que tu chica no disfrutará del placer de ser violada por él. —Una lenta
mueca curvó sus labios antes de humedecérselos—. Pero todavía quedo yo. Le
ofreceré tanta diversión como a la señorita Tyme, aunque ésta se mostró un tanto
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Lora Leigh
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Pecados Mortales
apagada después de que la drogáramos. Estoy seguro de que la señorita O'Brien,
aquí presente, resultará mucho más entretenida.
Skye sintió como si se quedara sin oxígeno, como si sus pulmones colapsaran y
no pudiera respirar. Durante unos preciosos segundos la estancia pareció
desdibujarse, oscurecerse y, por un horrible instante, pensó que no podría contener
un grito.
—Te mataré —prometió Logan—. Te lo juro, te encontraré y te mataré.
El hombre negó con la cabeza al tiempo que sonreía ampliamente otra vez.
—No, no lo harás. No podrás. Y para cuando puedas hacer algo, será demasiado
tarde.
—Jamás abandonaremos el condado si a ella le pasa algo — rugió Logan—. Lo
que sea que quieras no lo obtendrás jamás.
El pistolero se rió de sus palabras.
—Claro que lo haréis. Una vez que Rafer vea el cadáver mutilado de tu novia, se
asegurará de que Cami jamás regrese aquí. — Alzó un dedo enguantado y lo agitó
delante de Logan—. Asegúrate de decirle a Rafer que no vuelva hasta que las
condiciones se hayan cumplido. Te prometo que si hubiera algún heredero no
actuaré como mi socio; no tendré ningún reparo en matarlo. De hecho disfrutaré
mucho haciéndolo.
Skye se quedó paralizada. No se atrevió a moverse, sabía que si se permitía
reaccionar acabaría derrumbándose.
Retorció las muñecas dentro de las cuerdas, doblándolas, intentando liberarse por
todos los medios.
—Disfrutaré matándote, te lo aseguro —prometió Logan al ver que el hombre se
acercaba a ella—. ¡No te atrevas a tocarla!
El desconocido se rió cuando la vio comenzar a retroceder, buscando ahora con
desesperación una salida. Necesitaba encontrar una vía de escape antes de que la
tocara.
No lo logró.
El la agarró por los hombros para inmovilizarla mientras ella le miraba fijamente,
obligándose a sopesar sus opciones para valorar la mejor línea de ataque.
—Qué guapa eres —suspiró él, apartándole un rizo de la cara—. Voy a disfrutar
mucho violándote, Skye —comenzó a tu tutearla.
Él olía a colonia y desodorante; eran unos olores penetrantes y distintivos. Los
había olido antes.
—¿Sabes? En realidad me gustas mucho -—le comentó él a la ligera—. Creo que
voy a follarte despacio, lentamente, disfrutando al máximo. No hay nadie por aquí
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Pecados Mortales
que me vaya a decir que me apresure, así que me lo voy a tomar con calma. ¿Qué
te parece?
Ella siguió mirándole fijamente, negándose a actuar o a reaccionar hasta que
supiera qué hacer. Hasta que hubiera resuelto cómo actuar.
Entonces, mientras trataba de dar sentido a sus pensamientos, vislumbró un
movimiento en la pantalla del ordenador, en el otro extremo de la estancia.
—¿Vas a ser una buena chica y a hacerme primero una buena mamada? —Él le
tiró del pelo y la obligó a mirarle a los ojos—. Mírame, perra —se burló—. Vamos,
pídeme que te deje chuparme la polla. Podría mantenerte con vida el tiempo
suficiente para que Logan se dé cuenta de que no podrá liberarte.
Ella sonrió con divertida mofa.
—Dudo mucho que tengas algo que merezca la pena chupar.
Un segundo después, le estalló la cabeza de dolor. El fuerte golpe que recibió le
hizo lanzar un jadeo ahogado al tiempo que volaba varios metros a través de la
estancia hasta caer al suelo con fuerza.
—¡Cabrón! —gritó Logan, intentando levantarse de la silla y liberarse.
—De rodillas, puta. —El hombre la agarró otra vez del pelo y la obligó a
arrodillarse—. Si quieres vivir unos minutos más, tendrás que chupármela.
No iba a ocurrir.
Antes tendría que matarla.
Y no tenía intención de morir.
Apretó los labios y le miró con furia.
Vio que iba a golpearla e intentó echarse a un lado para esquivar el golpe, pero la
alcanzó con fuerza y volvió a tirarla al suelo.
Todavía noqueada por el impacto, se quedó quieta mientras intentaba
convencerse de que iba a superar aquello. Cerró los ojos por temor a desmayarse
de dolor si los abría y permaneció inmóvil, en posición fetal para proteger el
estómago, rezando para que no la golpeara más abajo.
—He dicho que arriba. —Unas duras manos volvieron a agarrarla por el pelo y la
sacudieron con fuerza para obligarla a ponerse de rodillas.
Trató de luchar contra él pero cada vez que alzaba las manos para intentar
suavizar el dolor en el cuero cabelludo, él volvía a golpearla en la cabeza, hasta que,
aturdida, se arrodilló para que no le arrancara el pelo.
—¡Ahora, chúpame la polla!
Antes le mataría.
Acababa de darse cuenta de cómo conseguirlo. Tendría que esperar el momento
oportuno para atacar, porque sólo tendría una oportunidad.
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Pecados Mortales
Logan, sentado a pocos metros de ellos, estaba a punto de perder el juicio.
La pequeña y afilada navaja que mantenía oculta en la manga le pinchaba la
muñeca una y otra vez. La sangre goteaba por los dedos mientras intentaba rasgar
el duro nailon que aseguraba sus brazos.
Skye no había apretado la cuerda en los tobillos, pero las de las muñecas le
estaban llevando más tiempo del que debería.
—¡Cabrón, déjala en paz! —gritó otra vez, serrando la cuerda y cortándose de
nuevo al ver que aquel loco volvía a golpear a Skye en la cabeza para, después,
arrastrarla por el pelo hasta ponerla de rodillas.
Sin soltar el pelo de la joven, el hombre se abrió la bragueta con la otra mano.
Sus labios se apretaban en un gesto de lujuria; estaba totalmente centrado en
violar a Skye y ni siquiera se le pasaba por la cabeza que Logan pudiera liberarse.
Pero estaba a punto de conseguirlo. A punto.
El asaltante liberó su pene y se lo acarició de arriba abajo antes de acercarlo a la
cabeza inmovilizada de la joven.
Cuando se aproximó a sus labios, ella se movió bruscamente y alzó de golpe los
brazos entre los muslos del hombre, alcanzándole con fuerza en los testículos y
haciéndole lanzar un grito gutural, aunque se había movido en el último momento.
El asesino, a pesar de haber esquivado parte del impacto, aulló de dolor y se dejó
caer al suelo agarrándose los testículos mientras adoptaba una posición fetal
durante unos segundos.
«Sólo un poco más —rezó Logan para sus adentros—. Por favor, Dios, que siga
ahí un poco más.» Clavó la mirada en Skye y vio que meneaba la cabeza como si
estuviera intentando despejarla y pensar, a pesar del dolor que la envolvía.
Skye sabía que tenía que liberar a Logan. Tenía que encontrar la manera de
poner fin a esa locura. ¡Oh, Dios!, si Logan tenía que ver cómo la violaban, cómo la
mataban... se volvería loco. Y si su autopsia desvelaba lo que sospechaba, que
estaba ya embarazada...
No podía permitirlo.
Respiró jadeante y giró la cabeza mirando a su alrededor en busca de un arma.
Vio que la sangre goteaba al suelo detrás de la silla de Logan. Él estaba intentando
liberarse, luchaba contra los nudos de la cuerda.
Le oía gritar, pero sus sentidos se habían concentrado en una única cosa.
Conseguir un arma.
Entonces la realidad se volvió extraña.
Cuando se volvió y se topó con otro de los duros puñetazos del asesino, hubiera
jurado que estaba oyendo aullar a un perro.
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Debía estar equivocada. Bella era demasiado pequeña para emitir ese sonido.
Un intenso dolor estalló en su cabeza y el sonido de vidrios rotos pareció llegar
desde muy lejos; su cabeza golpeó el suelo otra vez y rebotó en la madera.
A lo lejos, escuchó una extraña superposición de sonidos; gruñidos, gritos
humanos de terror y luego...
Frunció el ceño, sorprendida, intentando aclarar la mente. Pero hubiera jurado
haber oído un disparo.
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Capítulo 24
No. No era Bella la que aullaba. No fue ella la que saltó a través de la ventana.
Skye trató de incorporarse y clavó los ojos en Logan, que se levantó de la silla y
se lanzó hacia su asaltante mientras éste clavaba los ojos en el lobo y disparaba
otra vez.
Logan saltó sobre el asesino cuando ya oprimía el gatillo, haciéndole perder el
equilibrio justo cuando el animal aterrizaba sobre él.
Estaba segura de que todo aquello era producto de su imaginación.
El lobo retrocedió unos instantes con la intención de saltar de nuevo y el asesino,
aunque asombrado, no perdió el tiempo.
Se incorporó en apenas unos segundos y corrió hacia la ventana por la que había
entrado el lobo, mientras Logan sacaba el arma que ella le había colocado en la
cinturilla de los pantalones y comenzaba a disparar.
Ella no logró ponerse en pie, pero, gracias a toda una vida de entrenamiento,
consiguió arrastrarse hasta donde estaba Logan.
El lobo —la loba en realidad— era enorme y se cernía sobre la figura inconsciente
de Crowe, enseñándoles los dientes sin dejar de gruñir.
En sus ojos dorados parecía brillar una neblina rojiza cada vez que mostraba los
colmillos. Agachaba la cabeza y empujaba a Crowe, le lamía la mejilla y gruñía otra
vez como si el hecho de que el no despertara le sacara de quicio.
—Logan. —Skye apoyó la cabeza en la mesita de café cuando él se agachó a su
lado, palpándola de arriba abajo con suavidad—. ¿Has podido ver quién era?
—No. —Su aliento era entrecortado y su voz estaba llena de furia—. ¡Joder!
La loba seguía gruñendo como si todos los sabuesos del infierno estuvieran
acosándola.
—¡Crowe, despierta de una vez! —masculló ella—. Dile a ese animal que se calle.
Miró a Logan, que seguía comprobando con desesperación que estaba bien.
Tenía las muñecas llenas de sangre y clavaba los ojos en ella como si no pudiera
creer que estaba viva.
¡Oh, Dios!, casi no lo creía ni ella misma.
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Volvió a mirar a la loba. Seguía protegiendo a Crowe y les observaba como si les
retara a acercarse más.
Suspirando profundamente, siguió a Logan con la mirada cuando éste se puso en
pie para dirigirse a la cocina. El animal le estudió con suspicacia.
Escuchó ruido de cajones, sonidos metálicos. Unos segundos después, Logan
estaba de regreso con unas tijeras y cortó las ataduras de sus muñecas.
—Tenemos que avisar a alguien —dijo ella con voz cansada.
—Lo hice antes de que me ataras —gruñó Logan—. Marqué el número de
Resnova, esperé la señal y colgué. Luego llamé a Archer.
—Muy listo. —Apoyó la frente en su hombro al notar que la tomaba en brazos,
que le pasaba las manos por la espalda, apretándola contra su cuerpo.
—Todavía no estás a salvo. Ni tú ni Cami. —El sonido torturado y roto de su voz
le rompió el corazón.
—Lo sé —dijo ella con suavidad—. Y vuestros abuelos no ayudarán.
—Desde luego, yo no confío en el mío, y sé que Rafer y Crowe tampoco lo hacen
en los suyos. Tenemos que encontrar a ese cabrón, Skye. No puedo perderte.
Un gemido en el otro lado de la estancia atrajo su atención
Crowe comenzaba a moverse.
La loba, con el vientre redondo por la preñez, volvió a empujar a Crowe y a
lamerle la mejilla antes de alzar de nuevo la cabeza para gruñirles.
—La actitud de ese animal es realmente extraña —murmuró Skye sin dejar de
mirar a la enorme loba de pelaje grisáceo.
—Crowe la crió —explicó Logan con suavidad—. Por eso protege su casa cuando
él no está. No le hemos dicho a nadie que no es un lobo salvaje para que nuestros
enemigos no la ataquen. La encontró casi muerta y la curó hasta que pudo valerse
por sí misma. Sigue siendo condenadamente salvaje, pero cuando atraviesa esa
puerta y Crowe está aquí, se comporta como un perrito faldero.
—Espero que Crowe recupere pronto la consciencia. — Lanzó un gemido y volvió
a apoyar la cabeza en el pecho de Logan—. Tenemos problemas.
—¿De veras? —La besó en la frente con ternura.
—De veras.
—¿Cuáles?
—Creo que tengo conmoción cerebral.
El ahogó una risa.
—Eso está claro, nena.
—Sí —suspiró—. Imagino que tampoco será bueno para el bebé.
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Aquello le hizo tensarse.
—No puedes saberlo todavía. —Parecía haberse quedado sin resuello.
—Una mujer lo sabe siempre. —Se acurrucó contra su pecho—. Sí, siempre lo
sabemos.
—No puedes estar embarazada —adujo Logan con voz ahogada, a punto de
entrar en pánico.
—¿Nos jugamos algo?
De pronto comenzó a escucharse ruido de sirenas y el sonido de un helicóptero
acercándose.
—Ahí llega «Ivan, el terrible». Te apuesto lo que quieras a que va intentar
mangonearme.
—No apuesto contra lo evidente. —Sí, definitivamente, la voz de Logan sonaba
estrangulada.
—¿No apostarás a mi favor?
—No esta vez, cariño. —La abrazó con fuerza—. No esta vez. Creo que los dos
debemos ir con él. Mantenernos a salvo.
—Sí, a salvo.
Comenzaron a escuchar gritos. La loba seguía gruñendo, protegiendo a Crowe
con uñas y dientes hasta que él abrió los ojos y susurró algo. Entonces, el animal
abandonó la estancia. Pero no salió al exterior; la vieron subir las escaleras tan
rápido como le permitía su pesado vientre y desaparecer por el pasillo. Unos
segundos después, se oyó un portazo.
Crowe intentó levantarse con las manos y pies atados, y lanzó una mirada de
incomprensión a su alrededor.
—Tengo el presentimiento de que me he perdido toda una historia —masculló.
Después ya no se escuchó nada más. Los hombres de Ivan entraron en tromba
en la casa y, armados hasta los dientes, comenzaron a registrar las habitaciones.
Poco después, la dura mirada de Ivan barrió la estancia. Rafer le acompañaba.
Skye observó cómo Ivan ponía los brazos en jarras y la cicatriz en su cara pareció
brillar, más blanca que nunca.
—Tenías que acaparar toda la diversión, ¿verdad, niña? —Se arrodilló a su lado y
le acarició suavemente los rizos enredados que habían caído sobre su hombro.
—¿Sabes, Ivan? —dijo con la voz entrecortada, al ver que Logan no protestaba.
—¿Qué, mi pequeña Skye?
—Necesito un hermano mayor.
Al escucharla, Logan gimió como si le doliera.
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Ivan ladeó la cabeza.
—Yo pretendía ser tu marido, ¿recuerdas?
—Habría acabado disparándote —afirmó ella con contundencia.
El asintió con expresión seria.
—Seguramente.
¿Logan estaba riéndose? El pecho sobre el que descansaba estaba agitándose,
así que, sí, sus sospechas eran ciertas. Estaba riéndose.
—Acepta la oferta de ser mi hermano mayor y todos contentos —sugirió.
Ivan observó fijamente a Logan, pero ella no llegó a descifrar qué se dijeron con la
mirada. Por fin, él volvió la vista hacia ella y en aquellos ojos increíblemente azules
brilló un reflejo fraternal.
—Tengo la urgente necesidad de una hermanita manipuladora y calculadora que
me dé la lata —dijo con extrema seriedad—. ¿Le gustaría ocupar el puesto, señorita
O'Brien?
—Me sentiré muy honrada, señor Resnova —repuso ella, notando que su voz
perdía intensidad—. Sí, muy honrada.
—Seré un tío estupendo para mi sobrino —declaró él con aire satisfecho.
—¿Cómo lo has sabido? —Sacudió la cabeza y sintió que le daba vueltas.
—Es demasiado pronto —oyó que decía Logan con aquella voz estrangulada.
Ivan negó con la cabeza antes de girarse hacia Logan, ahora con una mirada
penetrante.
—Tenemos que sacarla de aquí, amigo. Tiene el pulso débil y las pupilas muy
dilatadas. Comienza a articular mal las palabras.
Después de eso, ella no escuchó nada más. Logan se movió y ella gritó
agónicamente cuando un horrible dolor inundó de nuevo su cabeza. Supo que
maldijeron, que Ivan comenzó a proferir órdenes y luego todo se volvió negro.
No vio la solitaria lágrima que recorrió la mejilla de Ivan Resnova cuando tocó con
la punta de un dedo la sangre que le manaba el cuello, la hinchazón de la nariz, el
corte en la mejilla...
Pero Logan sí la vio.
Igual que vio el absoluto amor, realmente fraternal, que inundó la mirada de
Resnova.
No era sexo lo que aquel hombre quería de Skye, pensó mientras le observaba
amenazar a los hombres que la sujetaron a la camilla para trasladarla al hospital.
No, Ivan no necesitaba una esposa. Sólo había querido proteger a aquella delicada y
tierna agente del FBI que había robado el corazón de Logan Callahan.
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No, no sólo su corazón.
Había robado también su alma.
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Capítulo 25
El cadáver que había encontrado un cazador en el barranco Riker pertenecía a
Jenny Perew.
No les dieron el alta en el hospital hasta dos días después de que les atacaran en
casa de Crowe. Los guardaespaldas de Resnova les pisaron los talones en todo
momento y, una vez salieron de allí, Logan tuvo que dirigirse a la oficina del sheriff
para hacer una declaración acerca de su participación en los hechos.
Skye permaneció a su lado mientras él veía las fotografías, mostrándole su
silencioso apoyo ante la brutalidad cometida con la joven.
—Estuve con ella una noche —explicó Logan mientras Archer le miraba con
compasión—. Y fue hace mucho. Unos seis meses. ¿Habéis dado con Ellen Mason?
Skye y Logan sabían que era necesario que la joven se ocultara donde nadie
pudiera encontrarla, y Resnova les había ayudado. Ellen siempre había querido
visitar Grecia, e Ivan poseía allí varios contactos.
—No hemos podido dar con ella —dijo Archer al tiempo que sacudía la cabeza—.
Envié a dos de mis ayudantes a su apartamento, pero todo indica que ha
desaparecido.
—¿Crees que ha huido? —Logan alzó la mirada como si estuviera sorprendido.
—Eso parece. —Archer asintió con la cabeza—. Aun así, estoy seguro de que la
encontraremos —suspiró—. Me hubiera gustado que informaras a la señorita Perew
de lo serio que era el peligro que corría cuando la llamaste por teléfono.
Como si hubiera podido imaginarlo.
Logan se puso en pie y pasó un brazo por los hombros de Skye para abandonar
la oficina del Tobias.
—Nos vamos a casa. —Habló al auricular que llevaba en la oreja, tan diminuto
que era imposible verlo bajo el pelo que le caía sobre las sienes.
—La casa está limpia —-anunció el hombre de Resnova—. Mi compañero
permanecerá en el interior hasta que lleguen. Luego se dirigirá al sótano.
Disfrutar de una cierta privacidad había pasado a la historia.
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Al regresar a la casa, miraron en silencio a su alrededor mientras ella apoyaba la
cabeza en su pecho.
Aquello no había acabado. No estaban más cerca de encontrar al Carnicero en
ese momento que cuando regresaron, tras licenciarse en el ejército.
Aunque al menos, ahora tenían ayuda.
—Me gustaría pasar unos días lejos de todo esto —dijo a Skye mientras la
conducía al dormitorio del piso de arriba, donde se habían instalado—. Disfrutar de
un tiempo para nosotros.
—¿Cuántos días? ¿Adónde quieres ir?
Él le acarició la cabeza y luego la espalda antes de que ella se alejara. Luego se
acercó a la puerta y la cerró con llave.
—Donde quieras ir tú, cariño.
Entonces él la desnudó con ternura, con extrema suavidad.
Tenía el cuerpo amoratado por todas partes, pero, al menos, el asaltante no la
había golpeado en el vulnerable vientre.
Donde crecía su hijo.
La depositó en la cama y se deshizo de su propia ropa mientras ella doblaba las
rodillas y las separaba, con los pies cómodamente apoyados en el colchón. La
postura le permitió ver el hinchado y ya empapado sexo. Los pliegues brillaban
tentadores, sonrojados, henchidos para él, esperando sus caricias.
Se acercó y no pudo evitar besarla. Notó que se abría para él, para el roce de su
lengua. Su sabor era lo más erótico que había probado nunca.
Era perfecto.
Introdujo la lengua entre aquellos jugosos labios al tiempo que se acomodaba
entre sus muslos. Sintió que le envolvía las caderas con las piernas y que el húmedo
calor de su sexo acogía el hinchado y grueso glande.
Habría pocos preliminares.
La necesidad que crecía entre ellos era demasiado ardiente, demasiado voraz
para ir con lentitud. Quizá alguna vez pudiera poseerla tomándose el tiempo que ella
merecía.
Quizá al cabo de cincuenta años, aquella necesidad indomable que sentía por ella
le permitiera un poco de control.
La penetró hasta el fondo y, al sentir que los músculos internos le daban la
bienvenida y le ceñían con fuerza, supo que estaba perdido.
Skye se arqueó hacia él, cerrando los ojos cuando el placer se extendió por todo
su cuerpo. La dura polla de Logan comenzó a llenarla, friccionando y dilatando las
sensibles profundidades de su sexo.
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Las terminaciones nerviosas de su vagina despertaron a la vida cuando tuvo que
estirarse para alojar la anchura y longitud del miembro en su interior. El éxtasis
inundó su cuerpo y comenzó a vibrar ante la inminente liberación.
Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que la tocó.
Cuarenta y ocho horas en observación en el hospital no les había dado
demasiada privacidad y, además, Ivan se había asegurado de no dejarles tranquilos.
El separó en ese momento los labios de los suyos y buscó las enhiestas puntas
de sus pechos. Skye le exigió más, le envolvió los hombros con los brazos y
comenzó a alzar las caderas frenéticamente, haciendo que su erección entrara y
saliera de sus ardientes profundidades.
Era como si una rígida barra la taladrara sin cesar, tomando posesión de ella. Las
embestidas en su interior eran tan profundas que al cabo de unos minutos comenzó
a gritar, arqueándose en busca de la liberación que crecía imparable en su clítoris y
amenazaba con arrasarla con una fuerza destructiva.
Al cabo de unos segundos, Logan alcanzó el éxtasis y la inundó con su esencia al
tiempo que su funda vibraba y se ceñía en torno a la dura carne que la invadía. El
enterró entonces la cara en el hueco de su cuello y gimió su nombre, susurrando su
amor mientras un ardiente clímax los atravesaba al mismo tiempo.
—Te amo, Skye. —Su voz era ronca, torturada, preñada de la esperanza y el
miedo que Skye le provocaba. La abrazó con fuerza sin dejar de estremecerse sobre
ella—. ¡Que Dios me ayude, te amo!
Ella presionó los labios con ternura contra su duro y musculoso hombro.
—Te amo —susurró ella—. Para siempre, Logan. No importa lo que pase.
Siempre te amaré.
No importaba lo que el mañana trajera consigo, ni lo que deparara el futuro.
Se amaban. Y sólo pedirían eso al tiempo que les esperaba, un amor capaz de
sobrevivir a un asesino despiadado que quería destruir todo lo que tenían.
Fin
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