Páginas de unas memorias inolvidables

Transcripción

Páginas de unas memorias inolvidables
 Fr. Emiliano de Cantalapiedra
Misionero Capuchino
Páginas de unas memorias inolvidables
Fray Emiliano de Cantalapiedra nació en la Provincia de Salamanca (España) en 1925. Hizo la
Profesión Perpetua en 1950. Llegó al Vicariato Apostólico de Machiques el 11 de marzo de 1952. Desde
entonces y por más de cincuenta años permaneció al servicio de los indígenas yukpas y barí. Fue testigo
presencial de la historia del Vicariato de Machiques.
La segunda vez que estuve en Guarero (20/08/1960 a 27/11/1960) mi trabajo consistió en pintar todo lo
que se había construido: primera etapa del internado, colegio y casa de las hermanas. Cuando terminé
estos trabajos fui por quince días a visitar a los barí, recientemente pacificados; fin feliz a pesar de lo
largo, malo y penoso del camino, y lloviendo mucho, pero gracias a Dios y a la Santísima Virgen logré
llegar hasta el bohío rebelde acompañado del P. Jano y de un grupo de internos mayores del Tukuko...
A los pocos meses ya estaba viviendo en tierra motilona. Hasta ese entonces sólo hubo visitas, aunque
casi continuas. Se hicieron también muchas expediciones por los contornos...
Decisión apremiante
Vimos la necesidad de meternos a vivir cuanto antes entre los motilones, pues el hacendado vecino ya
tenía todo listo para meterse más adentro, hacia Saimadoyi. Viendo esto se planteó a los yukpas del
Tukuko el peligro que corrían las tierras de los motilones. Como si les hubieran puesto banderillas, se
ofrecieron todos los presentes (por cierto, los más apropiados). Al día siguiente (14/04/1961) partíamos
del Tukuko hacia Bachichida.... Llegaron las seis de la tarde y aún no habíamos hecho los ranchos donde
íbamos a pasar la noche. Cuando estuvieron listos los tres ranchitos que habitaríamos los tres meses
siguientes, ya no se veía. Allí nos acomodamos como pudimos. Los más altos sin podernos enderezar,
pues la parte mas alta del rancho media metro y medio. Nos sentamos en el suelo y allí comenzamos a
rezar el rosario.
Después del rosario comimos y, a dormir se ha dicho, entre chistes y cantos acompañados de los perros...
Se intensifican las hostilidades
Todo iba de lo mejor y, de la noche a la mañana, me quedé casi solo. ¿Quién se iba a imaginar lo que iba
a pasar? El hacendado a quien le habíamos cortado el paso, seguía empeñado en quitarle tierra a los
indios. Con su buen tractor iba mordiendo de un sitio y de otro. Hasta que los indios le dieron la cara y
vinieron los enfrentamientos. Al enterarse de esto, los indios que estaban conmigo, lo dejaron todo y
fueron en ayuda de sus compañeros.
De izquierda a derecha: Nemesio Anani (autoridad civil del Centro Misional), Antonio Urunasi y Miguel
Chocape. Los tres hombres fuertes de espíritu y grandes colaboradores de los misioneros, que aportaron
mucho en el proceso de pacificación de sus hermanos indígenas: los barí.
Viendo los yukpas que por las buenas no habían
conseguido nada, llenos de coraje, determinaron invadir la hacienda. ¡Vaya jaleo que se preparó! ¿Y
ahora qué iba a pasar? No habían pasado cuatro días cuando se presenta el P. Adolfo a decirme que me
trasladara a la hacienda para estar con ellos, pues nadie podía imaginar lo que pasaría en estas
circunstancias. Aunque el P. Adolfo hablaba con optimismo, a mí no me convencía. Pero tratándose del
bien de los indios ¡Adelante!... Estrategias peligrosas
Yo no dejaba de pensar en lo que estaría tramando el dueño de la hacienda. Más de lo que hizo no podía
hacer, pues las circunstancias le eran del todo favorables. En esos días los hacendados de la región
celebraban su feria en Machiques. El hacendado utilizó todas sus cualidades de abogado, de locutor, y con
habilidad, compuso las cosas a su manera. Con sus discursos venenosos envenenó a casi todos.
Aparecieron los misioneros como atropelladores de sus bienes...
El día 20 de noviembre, el sexto día de estar los indios en la hacienda, por la mañana se presenta el P.
Jano a decirnos que en Machiques les habían informado que al día siguiente vendría una comisión de
guardias con el juez y el dueño; pero no había problema, iban solo en plan de informarse de cómo estaba
la cosa. Después el P. Jano se marchó a Machiques pues había una reunión de misioneros convocada
desde hacia mucho tiempo.
Todos contra los indios
El día 21 de Noviembre, día de la Presentación de la Virgen, amanezco muy preocupado por lo que iba a
pasar en ese día... Eran como las cuatro y media de la tarde, estábamos en el río lavando la ropa, cuando siento grandes
voces y gritos y cuál no sería mi sorpresa (bastante desagradable) al mirar a toda esa gente, guardias,
braceros y hacendados, todos bien armados, la mayoría con dos armas de fuego encañonando al grupo de
indios, que les daban la cara y los desafiaban con sus flechas y cuatro escopetas viejas, y, a lado de los
indios, sus esposas e hijos.
Dar la cara por los suyos
Cuando vi esa escena eché a correr hacia el grupo de gente y sin miramiento alguno les eché en cara a los
guardias su proceder tan indigno y, sobre todo, al dueño de la hacienda le corté la palabra y no quise
hablar con él. ¿Falta de caridad? Sí, pero... Todos quedaron sorprendidos al ver un misionero allí. Tanto el dueño como los guardias decían que ellos
no esperaban que estuviera un capuchino allí.
Contestación: "Providencia de Dios, sólo Él sabe qué podría haber pasado".
La problemática de la pacificación tiene innumerables anécdotas y verdaderos héroes que la
protagonizan. En la foto vemos a varios misioneros que se atrevieron, con la fuerza del Evangelio, a
tener el contacto pacífico con los hermanos Barí.
La "inocencia" de un juez
En seguida intervino el juez que estaba a su
favor: leyó un memorándum que traía preparado en defensa de los intereses del "pobre millonario".
Terminado de leerlo pregunta a los indios mientras me mira a mí:
-¿Qué les parece?.
A esto le dije:
-Que respondan los indios que están deseando hablar.
Ahí mismo uno de ellos que dominaba bastante bien el castellano, le dijo:
- Usted dice que he formado muchos prejuicios a este señor y, es al revés, ha sido él el que nos ha
causado prejuicios a nosotros, pues hizo su hacienda donde estaba un bohío motilón con unas cuantas
familias. Las desalojaron de mala manera resultando muertas algunas personas como el papá de este indio
que está a mi lado.
Y como si el indio entendiera algo (no sabia palabra de castellano) cuando dijo esto se daba con la mano
en el pecho e inclinaba la cabeza.
El indígena hablaba con energía, claridad, y serenidad. Les dijo:
-Esas matas de plátanos eran de ellos, más un campo de yuca que ya se han comido. Después de acabar
con ese bohío, hicieron lo mismo con otros dos y el último, a más de diez kilómetros de aquí, robándose
el hacendado todo ese terreno. Los motilones tuvieron que irse a vivir lejos para poder vivir tranquilos. -Este año, proseguía el yukpa, tuvimos que cortarle el paso si no ya estaría diez kilómetros mas adentro.
A esto contesto el juez:
-Bueno, eso fue antes. (Como diciendo: eso ya pasó). Contestación mía: -Pues porque eso fue antes ahora está pasando esto.
Añadió otras cosas que ahora no recuerdo y que le dolieron bastante porque todas eran tristes realidades.
Cuando todo esto terminó ya era de noche y ¡qué noche! A pesar de que traté de separar a los indios de la
demás gente, y en parte lo conseguí, siempre hubo algún desorden al repartir los blancos bebidas
alcohólicas, pero no pasó mayor cosa porque los indios se portaron a la altura.
La ley del más fuerte
Amanece el día 22 de noviembre (Santa Cecilia, patrona de los músicos) ¡Buena música la de este
inolvidable día! El juez, el dueño y la guardia, junto con los braceros, hacían todo lo posible para
convencer a los indios para que abandonaran, por su cuenta, la hacienda. Ellos se negaban a salir. Hasta
que por fin los hicieron salir a la fuerza y a mí me llevaron detenido... Por lo que fuera, me dejaron en la
residencia episcopal de Machiques. Aquí descansé un poco pero sin dejar de pensar en todo lo sucedido
en los días anteriores. Al día siguiente volví al Tukuko para irme otra vez con mis fíeles amigos y
compañeros yukpas y motilones.
El contacto con los indígenas Barí, hasta el momento llamado "Motilones", permitió acercarnos a su
cultura, a sus costumbres y a su estilo de vida. Los misioneros lograron pasos gigantes en los que se
refiere a lingüística, gramática y antopología de los indígenas con quienes mantenían contacto.
Se agudiza el conflicto
El día 11 de Diciembre llega el P. Adolfo con la orden
de que me trasladara con el grupo de siempre, los yukpas fieles, valientes e incondicionales a la estación
de Santa Rosa. Al frente de todos, como siempre, el bueno de Abel Pete que siempre estaba disponible en
los tiempos difíciles. El fin de nuestra ida era hacer otro corte de monte y sólo dejar al hacendado los
potreros con las dos montañas que tenía al lado. El día 12 de Diciembre (Nuestra Señora de Guadalupe)
empezamos con este peligroso trabajo. Desde el primer momento nos dimos cuenta de la situación en que nos encontrábamos: al notar nuestra
presencia (la casa nuestra distaba kilómetro y medio de la casa de la hacienda) empezaron a disparar al
aire. Los indios respondían con sus escopetas.
Un padre misionero muestra el periódico con las primeras noticias de la entrada en la comunidad de los
Barí.
Pero ¡qué diferencia de armas! En calidad y en cantidad. En teoría estábamos distantes, pero eran
inevitables los encuentros. Para ir al trabajo que estábamos haciendo, forzosamente había que pasar por
uno de los corrales de la hacienda y estaban ordeñando ahí. Era un gran peligro. En vista de esta situación, decidí ir con los indios cuando por las mañanas
atravesaban ese corral. Para mayor seguridad retrasé la hora de ir al trabajo para que, cuando pasaran por
allí, ya los obreros de la hacienda se hubieran marchado. Así pasaron varios días. Pero el día de la
tragedia no fue así. Los peones acabaron su trabajo y en vez de irse se quedaron esperando a los yukpas.
Puesto en manos de dios
Durante estos días tuvimos tres misas: El primer día con el P. Adolfo y a los cinco días vino el P. Jano,
dijo una misa apenas llegar y otra al día siguiente por la mañana. Ese día se marchó. Se fue
preocupadísimo por las circunstancias en que nos encontrábamos. Con todo, no se podía retroceder.
Nosotros apoyados con nuestra oración todos los días, sobre todo el rezo del santo rosario. Había que ver
cuando lo rezábamos cómo contestaba nuestro buen Abel Pete, puesta la mirada en el cielo. Dos días
antes de su muerte al terminar de rezar le dijo a sus compañeros: "Ya poquitos días rezar porque yo morir
aquí mismito." Y así fue.
Día 21 de diciembre de 1961
Como en la estación de San José de Ogdebiá quedaban cuatro yukpas con algunas familias motilonas
decidí ir a buscarlos para que pasaran con nosotros la navidad... Este mismo día, después del desayuno,
como a las ocho de la mañana, juntamente con los yukpas que iban al trabajo por el mismo camino, Abel
Pete y un servidor, emprendimos viaje. Yo confiaba en que a esa hora no hubiera obreros de la hacienda
en el corral que caía en el camino por donde íbamos a pasar. Me separé un momento del grupo por una
emergencia. Cuál no sería mi susto cuando empiezo a oír disparos y más disparos.
Abel Pete, mártir de la paz, mostrando la cacería del día y a la derecha con su traje de policía municipal.
Rapidísimo subo al caballo y a todo
galope, en cuestión de minutos adelanto a los indios que iban de últimos, éstos corrían detrás de mi
gritando que bajara del caballo pues las balas pasaban por encima de las cabezas. Antes de bajarme vi
como los yukpas perseguían a un grupo de braceros de la hacienda, que huían a pesar de ser muchos y
estar bien armados. ¿Qué había pasado?
¡Que dios los tenga en el cielo!
En el mismo instante en que me bajé del caballo y empecé a caminar por entre el pasto (que tenía unos
dos metros de altura), oigo una voz que me dice: "Fray, mataron a Pete".
Histórica foto de los cuatro primeros Misioneros Capuchinos que llevaron a cabo el primer contacto
pacífico con los Barí por aire y por tierra, en 1960. De izquierda a derecha: Fr. Adolfo Villamañan, Fr.
Epifanio de Valdemorilla, Fr. Agustín Romualdo Álvarez (más tarde obispo del Vicariato) y Fr. Vicente
de Gusendos. Yo me quedé en estos momentos sin saber qué pasaba. Rápido reaccioné y me fui al lugar de la tragedia.
Había un muerto y cinco heridos, algunos graves. Todos contaban como había sido. En eso suenan más
disparos ¿Qué pasa? Pues un pobre obrero de la hacienda no pudo huir y se quedó allí cerca y fue el que
mas resistencia hizo a los yukpas. Quiso saltar una cerca y al recibir el disparo de los yukpas quedó
muerto en el acto. ¡Que Dios le tenga en el cielo!.
Mantener la calma
Empezamos a atender a los heridos y a preparar a las bestias para llevarlos. A Abel Pete lo llevamos a la
casa que estaba como a kilómetro y medio de allí. ¡Ahora es que me esperaba brega! Echo una mirada
alrededor y veo que faltan indios y nadie sabe donde están. Alguno dijo que se fueron persiguiendo a los
braceros. No les di crédito. Antes que nada quise asegurarme que el bracero estaba muerto
verdaderamente. Y ahora mi preocupación o preocupaciones: detener y calmar a los indios que querían
matar el ganado; después el grupo que se va a la hacienda a ver donde están los compañeros. Oigo unos
tiros desde la casa de la hacienda. Mando un indio que les diga a todos que se vengan. Pero, ni él, ni los
otros, ni los primeros venían. Estaban metidos en la casa de la hacienda que había sido abandonada y, con
ella, las municiones que usaban todos los días. Esto lo supe después.
Reacciones tardías
Ya bien entrada la tarde decido ir a pedir ayuda a los yukpas que vivían por el camino. Llegando a la
estación de Ntra. Sra. del Camino me encuentro con yukpas del Tukuko, acompañados del P. Jano que
venían en nuestro auxilio. Me devuelvo a Santa Rosa pues el grupo viene preparado para llevar el
cadáver. Con esta compañía que Dios mandó, nadie sabe el alivio que yo sentí. Ya de noche llegamos a
nuestra casa. Recogimos el cadáver y nos regresamos. Cuando llegamos a la estación de la Virgen del
Camino nos estaban esperando un grupo de personas: el señor Obispo, el juez, los Capuchinos del
Tukuko y de Machiques, unos guardias y un grupo de yukpas. Ya el juez no hablaba de la misma manera
que anteriormente en la hacienda, ahora todo era defender a los indios, ¡un poco tarde!.
Después de la tormenta
Como llevaban camionetas, todos nos acomodamos en ellas y así llegamos a la Misión. Recibo la orden
de seguir para Machiques. Llego a Machiques en compañía de los P.P. Adolfo y Romualdo sin haber
probado un bocado desde el desayuno. En estas circunstancias ¿quién iba a dormir? Sí, me acosté, pero
imposible conciliar el sueño. A cada momento me venían las imágenes del día. Me era imposible estar en
la cama. Me tomé un calmante y así pude medio dormitar. Cuando llevo como una hora en esta situación,
me despierta sobresaltado el estallido de una bomba que tiraron a unos metros de la casa. Eran las cuatro
de la mañana y estaban avisando la misa de aguinaldo. Después vinieron más bombas. Todas ellas
renovaban los recuerdos del día anterior. Viendo el P. Adolfo cómo me encontraba me invitó a volver otra
vez al Tukuko. Al punto acepté y regresé con él. Cuando llegamos ya habían enterrado al bueno de Abel
Pete. Lo sentí mucho. Nadie sabe cuanto deseé asistir a ese entierro.
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