Cuadernillo Recopilación Historiográfica

Transcripción

Cuadernillo Recopilación Historiográfica
° Certamen Intercolegial de Historia
Instituto Euskal-Echea
10
Euskal Etxeko Txapelketa X
“Yrigoyen: Político, hombre
de fe y esperanza.
Entre la crisis mundial
y una Argentina,
Argentina,
tierra de sueños
inmigrantes"
Dirigido a Alumnos de
Secundaria Básica y Superior
Cada colegio podrá presentar
hasta 15 alumnos por categoría
Un docente tutor será el encargado
de preparar y acompañar a los alumnos
el día del certamen
Primer Premio:
Premio:
En cada categoría,
categoría, un viaje para el alumno ganador
y un viaje para su docente tutor.
Viernes 28 de septiembre de 2012 - 08:30 hs.
Instituto Euskal Echea - Sede Llavallol
Av. Antártida
Antártida Argentina 1910
Llavallol (1836) - Buenos Aires
Tel.: 42984298-0151/2 - Int.: 207
Bases e Inscripción:
http://dgm.e-ducativa.com
Consultas:
[email protected]
COMISIÓN ORGANIZADORA:
Coordinación General: FLORES, Sonia
Recepción y Acreditación: AINADJIAN, Graciela
Evaluación: RIPA, Fernanda y COOPER, Linda
Cómputos: MINIELLO, Daniel
EVENTO DECLARADO DE INTERES MUNICIPAL
"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
A m o do de Pr ól og o
En el Gvre Postala (nuestro correo), periódico editado por la UPFIE (Unión De Padres de
Familia de los Institutos Euskal Echea), el 1º de julio del año 2003 hubo una mención
especial dedicada Euskal Etxeko Txapelketa,(competir en casa). La nota decía aquel día: "El
desafío consiste en organizar las olimpíadas intercolegiales, como parte de las ciencias
sociales… en el Instituto Euskal Echea; y que nuestro colegio sea, como lo fue siempre, un
colegio abierto, tradicional, de sólidos principios, y de un nivel académico trascendente”.
Hemos asumido la tarea con responsabilidad y entusiasmo, convencidos de generar con
ello el amor por la lectura, seleccionando autores de excelente nivel científico, y un
conocimiento profundo de las necesidades concretas en educación. Desarrollamos este
proyecto integral desde nuestra institución cubriendo las expectativas necesarias y propias
para un sujeto de aprendizaje distinto, que piense por sí mismo, resuelva problemas, y tenga
actitud crítica y participativa en nuestra sociedad. Es nuestra intención resignificar valores
tales como la pertenencia, el respeto, la solidaridad, la responsabilidad, la nacionalidad e
identidad: desde lo institucional, con el compromiso y entrega hacia nuestra comunidad;
desde el cuerpo docente, revitalizando un Euskal Echea capaz de consensuar, acordar,
intercambiar y recibir a otras instituciones, en un proyecto de expansión académica.
El colegio facilita una recopilación historiográfica de autores varios, en un cuadernillo
cuidadosamente elaborado, sin cambiar la esencia de los autores, para la consulta del
alumno participante.
Diez años pasaron de aquel primer encuentro: las expectativas fueron logradas. Año tras
año fuimos superando los obstáculos; y aquellos jóvenes, hoy son hombres y mujeres que
nos llaman “colegas”. Estamos seguros de que nuestro proyecto favoreció el encuentro entre
diferentes miembros de la comunidad educativa, que desean ver individuos dentro de una
sociedad comprometida, llena de inquietudes personales, incluyendo lo espiritual e
intelectual.
La historia enseña a ver más allá de la luz y los resplandores, de los resultados, intereses
y decisiones personales. La historia enseña el conocimiento de la naturaleza humana
plasmada en lo más profundo de nuestro discernimiento.
Así pues, hemos llevado a la realidad una década de nuestros sueños; y con motivo de
ello, el tema de este año se vincula con Argentina, su historia, su realidad, su gente, la cruda
guerra mundial, Yrigoyen y un país lleno de caminos para evitar una historia de muerte. El
tema será: "Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una
Argentina, tierra de sueños inmigrantes”.
El trabajo de recopilación historiográfica amalgama todos los ángulos posibles de nuestra
historia, desde lo más simple hasta lo más complejo: a partir de la búsqueda de un
personaje argentino descendiente de vascos, con lo cual tenemos la oportunidad de
homenajear a nuestra institución, un hombre de profunda vocación política, enmarcada en
una cosmovisión cristiana de vida, llegamos a la construcción de una Argentina
contextualizada en el mundo como una nación capaz de decir “sí a la paz, no a la guerra” de
la mano de su presidente, quien se enfrentó a sus propios contemporáneos, sosteniendo la
neutralidad.
El trabajo apunta a la conducción formativa de nuestros jóvenes con una parte de nuestra
historia que merece ser conocida y analizada. El hombre político que no perdió la fe y la
esperanza de ver una Argentina en paz.
Flores Sonia
Coordinadora General
10º Certamen Intercolegial de Historia - Instituto Euskal Echea - Llavallol - Año 2012
"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
M ANUEL G AL VEZ
" V i d a d e H i p ó l i t o Y r i g o ye n - E l h o m b r e d e l m i s t e r i o "
E di t or i al Tor S. R. L.
Martín Yrigoyen Dodagaray era un muchacho vasco, de situación modestísima. No sabía
leer ni escribir. A pesar de ser un contemporáneo nuestro —murió en 1888, como quien dice
ayer— pocas noticias exactas tenemos de él. Era fornido, de anchas espaldas. ¿En qué se
ocupaba en 1846? En una rama de la familia de su mujer persiste la tradición de que era
repartidor de una panadería. Otros parientes creen que era herrero. Según cierta versión, el
vasco trabajaba en las caballerizas de Rosas.
Tenía veintiséis años cuando se casó. ¿Cómo a este muchacho tan insignificante se le
ocurrió pretender a Marcelina? Los Alem eran de una condición social muy superior a la
suya. Tenían bienes, espejos con marcos dorados, piano; él no tenía absolutamente nada.
Marcelina sabía leer, escribir y algunas otras cosas; él era analfabeto. Los Alem tenían
amistad y tal vez un parentesco Iejano con el gobernador, el Ilustre Restaurador de las
Leyes; él era poco menos que un sirviente. ¿La raptó el vasco a la muchacha, como han
asegurado algunos parientes de ella? Considero poco probable que el vasquito se atreviera
a raptarle la hija a un hombre de la policía de Rosas... Más verosímil me parece que la
familia consintiera, obligada por su mala situación económica en aquellos días.
El matrimonio se realizó en Nuestra Señora de Balvanera, que quedaba cerca de la casa
de los Alem, el 25 de enero de 1847.
INFANCIA Y JUVENTUD
La caída de Rosas es una catástrofe para los Alem. Han perdido protección y
consideración y pueden perder hacienda y vida.
¡Semanas de angustiosa inquietud! La mayoría de la gente se ha convertido al unitarismo.
Circulan pavorosas noticias sobre las persecuciones que comienzan y las que vendrán. Las
familias rosistas, las que no pueden fingirse unitarias, se encierran en sus casas, atrancan
sus puertas. Las mujeres rezan y lloran. Marcelina, que tiene ya dos hijos, tiembla por el que
lleva en sus entrañas. Teme perderlo, o que sus aflicciones influyan en el carácter de la
criatura. Años más tarde, Hipólito Yrigoyen, acaso pensando en los sufrimientos de
Marcelina, dará un valor simbólico al hecho de haber estado en el vientre de su madre en
aquellos días.
Un día de julio, el 12, la casa de la calle Federación se alegra con una nueva vida.
Marcelina ha tenido un hijo, al que llaman Hipólito. Pero el vástago no es bautizado en
seguida, a pesar de ser esa la costumbre. ¿Por qué se tarda cuatro años? Indudablemente
porque la situación política mantiene aterrorizados a los Alem. Tropas en las calles.
Destierros, prisiones, clausura de periódicos. Urquiza es favorable a los federales, pero los
Alem temen a las reacciones del pueblo, que está contra el "libertador" y contra los
"rosines". Los días transcurren entre inquietudes hasta que, el II de setiembre, una
revolución termina con el poderío del "libertador", que abandona Buenos Aires una semana
después. La situación empeora para los Alem, porque ahora gobiernan los liberales, nombre
que se dan los unitarios. Renacen las persecuciones. Leandro Antonio huye y va a reunirse
con las tropas del coronel Hilario Lagos. Días de terror, los del sitio! Son registradas las
casas de los federales. Se apalea y se encarcela. Tropas del gobierno entran en San
Francisco mientras el sacerdote eleva la hostia. Los intrusos gritan, sacan las espadas,
suben al púlpito, cometen robos sacrílegos. Al Padre Guardián —el fraile que preparará a
Leandro Antonio a bien morir— lo meten en la cárcel, incomunicado. Se destierra a muchos
ciudadanos. Prohíbese ejercer su profesión a los antiguos rosistas.
Durante el sitio, los Alem han estado escondidos en una casa de la ciudad. Allí se enteran
del retorno de Leandro Antonio y de su tragedia. ¡Espantosa tragedia! Tan grande es el
terror de la pobre gente que no retiran el cadáver al ser descolgado de la horca. Sólo su hijo
Leandro Nicéforo, de once años, ha ido a presenciar la ignominiosa muerte. Las hijas,
desesperadas, piensan en la afrenta hecha a su padre y a los suyos; en la injusticia de la
condena; en que, quien sabe por cuántos años, serán los hijos del ahorcado. ¿Cómo han de
salir a la calle, en tales circunstancias, para bautizar al niño? Martín Yrigoyen, ciudadano
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
francés, piensa inscribirlo en el Consulado de Francia, para librarlo de peligros. Pero el
tiempo se le va en dudas y averiguaciones al pobre vasco analfabeto. Es también seguro
que la madre no consiente. Como buena rosista detesta a los franceses, que fueron
enemigos de don Juan Manuel y de nuestra patria.
No pasa un año —días de terrores— cuando el general rosista Jerónimo Costa invade la
provincia de Buenos Aires. Vencido en el Tala, se renueva el furor de los unitarios. Exigen al
gobierno que termine con los enemigos. Pasa otro año terrible para los vencidos, cuando se
produce la invasión de otro rosista, el general José María Flores, y, luego, la segunda
invasión de Costa, que es derrotado. La ciudad asiste desde lejos, horrorizada, a la matanza
de Villamayor, que alegra a los unitarios. El general vencido, los jefes, los soldados, todos
mueren, unos a tiros y otros a lanzazos. Son encarcelados o expulsados del país numerosos
hombres distinguidos, entre ellos el que fuera defensor de Leandro Antonio. Se funda la
logia de los Juan-Juanes, equivalente a la Sociedad Popular Restauradora, para auxiliar al
gobierno en el descubrimiento de las conspiraciones. Los rosistas, implacablemente
espiados y vigilados, no se atreven ni a salir a la calle. Los Alem tienen que ocultar su
rosismo, que vivir disimulando. El niño Hipólito va creciendo en este ambiente de ocultación,
que le dejará su marca para toda la vida.
Pero con la matanza de Villamayor —enero del 56— terminan las persecuciones. Cambia
de pronto la política. Antiguos federales y antiguos unitarios se entremezclan en los nuevos
partidos. No ha disminuí do la pasión, pero los militantes han abandonado las viejas
denominaciones que tanta sangre hicieron correr. Y entonces, aprovechando el relativo
olvido que favorece a los rosistas, los Yrigoyen salen de su casa y hacen bautizar al niño. En
el mismo acto, le imponen también los sagrados óleos a otro hijo de Marcelina, que nació
dos años después.
Esto sucede el 19 de octubre de 1856, a los cuatro años del nacimiento de Hipólito. Los
niños son bautizados en Nuestra Señora de la Piedad. El nombre completo del mayorcito es
Juan Hipólito del Sagrado Corazón de Jesús. Firma como padrino Juan Núñez.
Hipólito es un niño triste. ¿Puede tener otro carácter quien ha estado en el vientre
materno durante meses de angustia y carga con una herencia de tristeza, ya que su abuela
y su madre son tristes por temperamento y' por las penas con que la vida las ha castigado?
En su casa, Hipólito no ve sino mujeres que padecen y lloran; que hablan con veneración y
con lágrimas de don Juan Manuel, desterrado en un pueblo de Inglaterra, en donde sufre
pobrezas y soledades; y que se quejan de algunas amistades de otros años, ahora
despreciativas con ellas porque son la mujer y las hijas del ahorcado.
Por esos días un nuevo drama ocurre en la familia. Luisa, la mayor de las tías de Hipólito,
ha abandonado la casa y ha tenido un hijo. Se ha ido o la han echado? La falta de Luisa es
una de las más graves que pueda cometer una mujer, porque su tunante es un sacerdote: el
preceptor de Leandro y, acaso, de las mismas muchachas. Hipólito —no hay para qué
decirlo— nada sabe por entonces de este suceso que viene a aumentar el desprestigio de la
familia. Sólo ve llorar a su abuela, a su madre y a su tía Tomasa, que es una niña todavía.
Hipólito crece, en medio de estos disgustos, sin amigos, en la lenta soledad de los días
tristes. Sus únicos compañeros son sus hermanitos Roque y Martín y, sobre todo, su tío
Lucio, nacido el mismo año que él. Ignora, por su carácter retraído, lo que son los juegos
infantiles. Pero a su lado está una persona que se interesa por el: El tío Leandro, que le
lleva diez años y es ya un hombrecito.
Su destino cruel le ha hecho a Leandro taciturno. Es de mediana estatura y muy delgado.
No olvida, ni olvidará nunca, la misión de su padre deshonrado, colgando de una horca,
sirviendo de' espectáculo. Para peor, desde ese día ha comenzado a sentir el desprecio de
los otros. Los muchachos del barrio lo apedrean. ¡Con que tristeza recordará años más
tarde, cuando es ya "el tribuno de la plebe", las represalias de los profesores universitarios!
A un amigo le dirá le dirá con lágrimas en los ojos: "Yo era el hijo del ahorcado. En las
mesas examinadoras se ejercía conmigo una venganza miserable. Muchos de los profesores
habían vuelto del destierro con encono ciego contra todo lo que oliera a rosismo, Yo era el
hijo del ahorcado. Yo era el hijo del mazorquero Alem". Es probablemente entonces cuando
modifica su apellido: ya no será Alem sino Além. Pero si conoce desde niño la maldad humana, también conoce la bondad humana. Varios señores de la parroquia de la Piedad,
impresionados por el desamparo y la inteligencia del niño, costean su educación y lo
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
vinculan con sus hijos y con otros jovencitos de la mejor sociedad. Desde temprano Leandro,
que tiene un fuerte espíritu de familia, ejerce influencia sobre su sobrino.
Tiene Hipólito siete años cuando su tío Leandro, muchacho de diez y siete, parte a
incorporarse a las tropas del general Urquiza, que viene en guerra contra Buenos Aires. La
Confederación argentina está compuesta por todas las provincias, menos la de Buenos
Aires. Los antiguos resistas y los federales — vale decir, los opositores al gobierno de
Buenos Aires —simpatizan con la Confederación, en cuya capital, Paraná, actúan
numerosos porteños de esas tendencias. Leandro Além pelea en Cepeda, en octubre del 59.
Para la familia constituye un peligro la actitud de Leandro, que la expone a las iras del
gobierno. Muchos generales, altos jefes del ejército y abogados de prestigio son
encarcelados o deportados. A los Além nada les ocurre. Se hace la paz, mientras Buenos
Aires está sitiada, y Leandro vuelve a su casa.
Pero la tranquilidad de los Além no dura mucho. Buenos Aires, excesiva en sus
pretensiones, —hasta exige que Urquiza se retire a la vida privada— no se une a la
Confederación. En 1862, por su culpa, lo mismo que la vez anterior, reanúdase la guerra. y
Leandro Além vuelve a abandonar su casa para incorporarse al ejército de Urquiza. Pero
ahora triunfa Buenos Aires en Pavón. La paz va a ser definitiva. Ha llegado para todos los
argentinos el momento de unirse en una sola patria. El general Bartolomé Mitre es elegido
presidente de la República. Y Leandro Além continúa sus estudios.
¿Hay alguna causa íntima en estas actitudes bélicas del joven Além? Es exaltado,
patriota y valiente. Pero ¿cómo deja a su madre y a sus hermanos, cuya situación
económica está lejos de ser holgada? Hay razones para creer que le ha movido el disgusto
por la conducta de sus hermanas. La primera vez que va a la guerra —el 59— Luisa acaba
de tener un segundo hijo con el clérigo español. La familia no la ve pero no ignora el hecho,
pues Luisa vive con una parienta suya.
Marcelina es ahora la dueña de la casa de la antigua calle Federación. Su padre, cuyo
juicio sucesorio terminó el 62, se la ha dejado a ella. Su madre compra otra casa, que
Leandro, menor de edad, pagará con el producto de su trabajo. Pero Hipólito no ha vivido
siempre con su madre. En una ocasión ha pasado un tiempo, junto con sus hermanitos, en
.la casa de su abuela y de Leandro, Tampoco ha vivido siempre en la ciudad. Por largas
temporadas ha estado en Barracas, con su madre y sus hermanos, pero no con su padre, en
la quinta de su padrino don Juan Martín Núñez.
Va a cumplir diez años. Sabe leer y escribir y tiene otros conocimientos elementales. Ha
debido adquirirlos en alguna escuelita del barrio, probablemente en la que funciona anexa a
la iglesia parroquial de Balvanera. Pero sus padres tienen ambiciones, y, en ese año de la
batalla de Pavón, envían a Roque y a Hipólito como internos al Colegio San J osé, de los
Padres "bayoneses", y en el que se educan numerosos hijos de vascos.
Los vástagos de Martín Yrigoyen no descuellan allí. En el primer trimestre, y en
castellano, Hipólito ocupa el vigésimo lugar entre treinta y cuatro niños. Luego mejora. Y en
el tercer trimestre llega a ser el quinto en castellano, el tercero en aritmética y el séptimo en
escritura. En este tercer trimestre aparece estudiando francés, asignatura en la que queda
rezagado en el trigésimo quinto puesto. Nunca intentará aprender este idioma ni ningún otro.
Ese año hacen la primera comunión. Uno de los Padres ha recordado "la sincera devoción
y la seriedad" con que se prepararon. Tanto Hipólito como Roque son retraídos. Hipólito es
huraño por idiosincrasia, pero con seguridad agrava su retraimiento el saberse nieto del
mazorquero fusilado. Son muy unidos los dos hermanos. Los otros muchachitos los
provocan. La gravedad de Hipólito, su reconcentración, su reserva, chocan a sus compañeros. No admiten que los Yrigoyen se nieguen a jugar con ellos, a gritar, a correr. Los
Yrigoyen, después de aguantar a los provocadores, arremeten contra ellos con furor, sobre
todo Roque.
Después del San José, en donde está sólo un año, Hipólito ingresa en el Colegio de la
América del Sur, uno de cuyos fundadores fué el clérigo que enamoró a Luisa y que hace
tiempo se volvió a España. Leandro es allí profesor. Dicta los cursos primero y segundo de
filosofía. Hipólito termina en este colegio sus estudios secundarios.
Fuera del colegio, ¿cómo se conduce Hipólito? Anda siempre solo y con libros bajo el
brazo. No tiene amigos. No juega jamás con otros muchachos, no levanta la voz, no callejea
y casi no ríe. Tampoco acude con sus hermanos a la ribera cuando los carros de su padre 10º Certamen Intercolegial de Historia - Instituto Euskal Echea - Llavallol - Año 2012
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
que ahora tiene una regular tropa en un corralón de la calle Pichincha - "van al agua", como
dice la gente. El muelle penetra poco en el río y los barcos anclan lejos de la orilla. Los
carros de don Martín, tirados por bueyes, se adentran en el río y llegan hasta los barcos,
para traer los pasajeros y las mercaderías. Estos viajes son motivo de fiesta para los muchachitos. Día que arriba un barco es día de rabona en el colegio. Pasan horas en la playa,
bañándose, jugando, gritando, jaraneando. Se trepan a los carros y desde allí se tiran al
agua. Aprenden a nadar. Hipólito jamás toma parte en estas diversiones, Como Maximiliano
Robespierre, con quien tiene afinidades espirituales, no ha conocido infancia ni juventud.
Abril de 1865. Guerra contra el Paraguay. Allá va Leandro a defender a la patria. Sus
estudios de Derecho se interrumpen. Hipólito pierde por un tiempo su único protector, pues
su padre, extranjero y analfabeto, no tiene la menor influencia.
Entonces Hipólito empieza a trabajar. Una tradición familiar asegura que fué dependiente
de tienda, oficio distinguido en aquellos tiempos. Pero a quien nació para mandar no podía
gustarle el trabajo, en cierto modo servil, en una tienda, como tampoco le había gustado al
niño Juan Manuel de Rosas. Entra en una empresa de ómnibus, o en la única de tranvías
que existe. ¿Ha sido también cuarteador de carros? Es probable que don Martín lo tuviera
un tiempo a su lado, sea por ahorrarse el sueldo de un muchacho, sea con un propósito
educativo. Sólo en el caso de haber trabajado en los carros se explica la frase de Leandro,
pronunciada un cuarto de siglo más tarde, alusiva al "carrerito".
Leandro vuelve con una herida, después de un año y medio de guerra. Da exámenes
brillantes. Se vincula, a pesar de ser hijo del mazorquero y del mal nombre de sus
hermanas, con los jóvenes de más valer de su generación. Seguramente él se ha empeñado
para que Hipólito continúe sus estudios secundarios Cuando su sobrino tiene quince años, lo
hace entrar como pasante en el estudio de un abogado, hijo de una persona que ocupó altas
posiciones durante el gobierno de Rosas. En este empleo, Hipólito perfecciona su escritura.
Llega a tener una letra armoniosa y muy buena ortografía. El copiar los escritos sin
equivocarse representa para él un ejercicio de su voluntad: no precipitarse, no distraerse.
Modesta práctica de self-control, cualidad que poseerá en grado excepcional años más
tarde.
Tiene ya diez y siete años y ha terminado sus estudios secundarios. La falta de medios le
impide ingresar en los de Derecho. Busca un empleo. El estudio del abogado, por causa de
un tremendo drama, ha debido cerrarse; y Leandro, su única ayuda, ha partido para el Brasil,
como secretario de nuestra legación. Leandro, que acaba de terminar su carrera, tiene
veintisiete años y mucho prestigio. Es orador y poeta y va adquiriendo un regular saber en
diferentes disciplinas jurídicas. Mas su prestigio le viene, principalmente, de la integridad de
su carácter, de su caballerosidad, de su valor moral y físico, de su sinceridad. Lleva una
harba que aumenta su representación. Felizmente vuelve del Brasil al cabo de unos meses.
Demócrata auténtico, no ha querido usar traje diplomático ni frac, ni llamar "Su Majestad" al
emperador, ni seguir soportando las reverencias y adulonerías de los palaciegos. Ahora,
partidario del gobierno por su ingreso en el Partido Autonomista o alsinista, tiene influencias
oficiales. Hipólito aguarda el empleo que necesita.
No tarda en conseguirlo. El 29 de marzo de 1870, el presidente Sarmiento lo nombra
escribiente primero de la Contaduría General, en la oficina de Balances de Importación.
Hipólito tiene diez y siete años y unos meses. ¡Ya está en la administración! Pero no puede
alegrarse mucho. Su empleo, por ser supernumerario, le durará poco tiempo.
¿Cómo Sarmiento, el implacable enemigo de Rosas, da un empleo al nieto de un
mazorquero, él que, según sus palabras, sintiera placer al ver degollar por la nuca al
mazorquero Santa Coloma? Es que Sarmiento, atacado por los mitristas, continuadores del
Partido Liberal o antirrosista, gobierna con el partido de Alsina, en el que figuran los más
conspicuos federales y antiguos partidarios de Rosas.
Año 71. La fiebre amarilla devasta la ciudad. Leandro cae enfermo. Días de angustia para
la familia. Leandro sana, pero su madre mucre, aunque no de la peste. Tomasa Ponce, la
viuda del ajusticiado, va andando por la calle Piedras a la altura de Europa, una tarde de
agosto, cuando cae sin sentido. Un transeúnte cree reconocer a una señora de su amistad.
Conducen el cadáver a la casa, con el rostro cubierto. Las mujeres lloran desesperadas,
hasta que alguien levanta el pañuelo y se evidencia el error. El cadáver es llevado a la
comisaría próxima. Pasan horas. Nadie conoce a la muerta. Por fin, alguien afirma que es la
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
madre de Leandro Além, el flamante" diputado alsinista, Se le avisa, y momentos más tarde
entran Leandro e Hipólito. Leandro, el hombre perseguido por un destino cruel, se acerca
lentamente, sombrío. A Hipólito no se le mueve un músculo facial. El también se ha
acercado, meditativo, serio, con una expresión amarga. Leandro piensa en su padre, al que
vió en la horca, y recuerda el dolor de su madre en aquellos días luctuosos. Hipólito ha de
pensar también en el abuelo, y en otras causas íntimas que han acortado la vida de Tomasa
Ponce. Los dos jóvenes besan la frente de la muerta, toman su mano helada. Y allí
permanecen un largo rato, en dolorosa meditación frente al misterio, frente a los tristes
recuerdos familiares.
Un año más tarde, el 17 de agosto de 1872, Hipólito, seguramente por influencia de
Leandro, es nombrado comisario de policía. Ha sido propuesto por el propio Jefe al
Ministerio de Gobierno de la Provincia. Singular proposición, tratándose de un muchacho
cuyo único título es ser sobrino de Além! Hace pensar en habilidades de Hipólito, que así
empieza a ensayar su técnica años después formidable - en el manejo de los hombres.
El joven comisario tiene veinte años, un mes y cinco días.
LOS AÑOS DE APRENDIZAJE
La policía, después del confesonario, es el mejor observatorio de la vida. Su ojo vigilante
penetra en todas las casas. Lo que nadie ha descubierto en los otros, las virtudes que se
esconden, los secretos más ocultos, son hechos conocidos para la policía. No se le escapa
ninguna debilidad humana - amores ilegítimos, vicios tristes - ni ninguna situación anómala:
el vivir roído por las deudas, el faltar de noche a su casa, el beber con exceso, el apalear a
su cónyuge.
Enseña a callar y a observar; a vigilar y a vigilarse; a ser cauto, disimulado; a servirse de
la intriga, de la amenaza y aun de la mentira. El hombre de policía ha de poseer el don de
autoridad y el de penetrar en las conciencias. Tiene algo del confesor: recibe confidencias y
aconseja, da penitencias y absuelve. Puede hacer el bien y hacer el mal; ser despótico y
generoso; inspirar el odio o el amor.
En nuestro país, el comisario es personaje esencial de la vida política. Muchos
gobernadores, legisladores, ministros, han sido hombres de policía. El comisario ejerce un
poder omnímodo. Dispone de la tranquilidad de las gentes, de su honor y, en los pueblitos,
hasta de sus bienes y su vida. Aun hoy, el comisario, fuera de Buenos Aires, es el héroe de
los triunfos electorales. La frase popular "nadie le gana al caballo del comisario" es verdad
en todas las cosas: en la política, en el juego, en el amor.
Hipólito tiene la prestancia de un hombre. Es reposado y representa más edad. Siempre
va de chaqué y galerita. Muy ponderado en su palabra. No gesticula. Sus modos son
corteses, suaves. Con todo, y aunque se le llame "señor Comisario", es un muchacho. Y
naturalmente, incurre en algunos desafueros.
A los seis meses lo suspenden. Breve sumario por la queja de una extranjera: el
comisario Yrigoyen le ha hecho una declaración amorosa, con "exigencias ofensivas a su
decoro"; la ha amenazado; y, estando su marido en la comisaría, citado por él, le envió una
negra con un mensaje. Al negocio no han concurrido alborotadores sino ahora: han
intentado "producir gresca" para como prometer a su marido, "quizás estimulados por el
mismo señor comisario". Tomemos nota. Años más tarde, los enemigos del presidente
Yrigoyen lo acusarán de utilizar procedimientos semejantes, que fueron también los de
Rosas. Pero el comisario niega. Ha llamado al almacenero porque advirtió en su casa
reunión de gente que escandalizaba y por haber "estropeado y corrido a pedradas a dos
niñas que habían hecho travesuras en el almacén". Conoce a la señora. sólo de vista, y la
carta que ella se negó a recibir bien pudo ser mandada por su tío el capitán Lucio Além o por
otra persona. Y afirma su incorruptibilidad: " ... jamás emplearía en este sentido los recursos
que su posición le diera, porque sería cometer una falta en la que nunca incurriría, desde
que la honradez y la rectitud son la base de sus procederes como empleado". En el mismo
tono, pero con palabras menos claras, hablará de sí mismo el presidente Yrigoyen, cuarenta
años más tarde. Como se ve, es ya el idealista, que no se atiene a lo concreto y real: cree
en la eficacia del Verbo, en el valor probatorio de las frases, las que, para un espíritu
realista, nada significan. Por fin, la acusadora, enterada, seguramente, dc que no conviene
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
ponerse contra la Policía, reconoce que su marido tuvo algo con el padre de las niñas; que
huho reunión, inocente, en su cuarto, y consistió en tocar la flauta su marido y cantar ella en
presencia de dos vecinos; que ha sido el capitán Além, según supo después, quien le
escribiera; y que de la conversación callejera con el comisario no hubo testigos. El Jefe
manda archivar el asunto.
No pasa un mes, y nuevo sumario. Un opositor, presidente de un comité, se queja de que,
asaltado en su casa, el comisario Yrigoyen se opuso a la captura de los asaltantes. El cargo
resulta falso. Trátase de una cuestión personal. El denunciante había abofeteado a Lucio
Além y huído. El comisario, que sólo intervino para desarmar al agresor, es absuelto.
Quince días más tarde, otro incidente. A la noche, en la puerta del Departamento de
Policía, el adolescente comisario tiene un altercado con un oficial. Lo insulta y el oficial hace
ademán de sacar armas. Empleados y particulares los contienen y nada ocurre. Yrigoyen es
apasionado y agresivo. Pero su voluntad le dará el dominio de sí mismo y le conducirá a la
serenidad.
Han terminado los incidentes. Juzguemos con benevolencia los desafueros del comisario
de veinte años. No nos indignemos porque, valiéndose de las ventajas de. su cargo, haya
hecho el amor —harto inhábilmente, por cierto— a una mujer casada. iQué no hace un
muchacho por triunfar en una aventura, en su primera aventura! Fuera hipocresía condenar
a Hipólito Yrigoyen por tres o cuatro muchachadas que no volverán a repetirse.
Que no volverán a repetirse... No es que él renuncie, por ser comisario, a las aventuras,
ni que no aproveche, indirectamente, de las ventajas del cargo. ¿Cómo ha de dejarse de
aventuras él, que ha nacido con el don de hacerse amar? ¿Y quién fija la línea que separa al
hombre del empleado?
En nuestro país, los descendientes de los grandes hombres consideran que el historiador
los rebaja si cuenta sus amores. Pretenden que se les retrate sin debilidades: que sean
estatuas, no hombres. No les interesa a esos envanecidos la verdad histórica y humana. Y
así, son cómplices en muchas mentiras impuestas como verdades. El derecho y la libertad
de la Historia no deben tener límites. Despojar a una figura histórica de las debilidades que,
en distintos órdenes y grados, todos poseemos, es quitarle interés. Por dominar entre
nosotros el criterio de los parientes celosos, nuestros grandes hombres, en su mayoría, son
mármoles fríos. Tal vez porque nadie los idealizó, porque sus enemigos se ensañaron con
sus faltas, viven con tanta verdad los personajes "malos" de nuestra historia. Sarmiento no
aniquiló a Rosas ni a Quiroga; los dejó vivientes, por siglos, en las páginas tormentosas de
su Facundo.
No se puede penetrar en la psicología de un hombre sin conocer su vida sexual, pues la
sexualidad es uno de los grandes imperativos humanos. Pero la mujer es tabú para el
puritanismo de nuestra historia. Es lástima. Pues ganarían en humanidad nuestros grandes
hombres si conociéramos sus amoríos. Aparte de que la vida pública no es independiente de
la privada, sino su prolongación, su refracción en el espacio.
Hipólito Yrigoyen no necesitará en adelante de sus cargos para atraer a las mujeres. Le
bastará con su voz, que sabrá hacer "llave y acariciadora; con su serenidad y su vigilancia,
que le impedirán perderse en el gesto o la palabra que ahuyentan; con "" habilidad para
inspirar confianza; con su figura, que produce irnpresión de fuerza y seguridad; con su
astucia de conquistador su palabra aduladora; con sus ojos, que miran, cuando él lo quiere,
con ternura infinita o con honda melancolía. A los veinte años es natural que le falte la
técnica de la seducción. Ya la irá aprendiendo.
Por entonces, Hipólito tiene una aventura, la primera que se le conoce. Ha enamorado a
una muchacha de condición modesta, hija de un empleado inferior de la policía y
acompañanta o sirvienta de Luisa Além. Se llama Antonia Pavón y le da una hija. Hipólito
Yrigoyen procurará a esta hija una buena educación, la vinculará a su familia y la tendrá a su
lado durante su vida entera.
Balvanera, la parroquia en donde Hipólito ha nacido, se ha formado y vive y de la que es
comisario, ha progresado mucho desde la caída de Rosas. Tiene espíritu propio ese barrio,
en el que hay pocos gringos. Barrio de los "compadres" y de los "galleros". Allí los amores
se inician y se eternizan en los zaguanes o junto a las rejas. Pero la gran pasión de este
barrio romántico es la política, Política de facciones, de fraudes, de balazos. Durante algún
tiempo, la llamarán "la provincia de Balvanera".
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
Pocos años atrás, ha sufrido la ciudad un recrudecimiento del compadraje, con el regreso
de los militares que habían peleado en la guerra del Paraguay. Chambergos de grandes
alas, requintados sobre la frente; quepíes o galeritas torcidas hacia la nuca; botas, bajo el
pantalón, con altísimos tacos; miradas de perdonavidas o de insolente galantería; quebradas
del cuerpo al andar; largas melenas nazarenas que algunos se rizaban. En Balvanera
repercute, más que en otros barrios, esta invasión del compadraje.
En el joven Yrigoyen influye el ambiente de Balvanera. Pero sin exageración. Está lejos
de ser un compadrito o un compadrón. Tiene algo del compadre, que es el matiz moderado
de un interesante tipo social. El compadre suele ser amable, con alguna afectación de finura.
Exhibe cierta fatuidad en su persona, un aire digno, un poco de engreimiento. Es buen
amigo y hombre sociable. Es un poco el gaucho de la ciudad: un gaucho venido a menos,
ablandado, urbanizado, pacificado. Con su fachada vistosa quiere aparentar, sobre todo el
coraje. No es incompatible el valer verdadero con el tener algo del compadre. Ahí está el
caso de Além, Y el de Adolfo Alsina, hombre ilustre y de abolengo, a quien un escritor
responsable ha llamado, y como elogio, "compadre lindo". Hipólito tiene algunos rasgos del
compadre decente, como la galerita a un lado o hacia la nuca.
Hipólito no es gallero, como su hermano Roque, dueño de muchos gallos. Personas
verídicas que frecuentaron los reñideros, aseguran no haber visto nunca a Hipólito, Pero
otras personas, no menos verídicas, aseguran que muchas mañanas lo veían pasar con un
bataraz bajo el brazo. Tal vez, lo han confundido con Roque. Tal vez Hipólito, en alguna
ocasión, y siendo adolescente, le llevó el gallo a su hermano. De todos modos, recordemos
que las riñas eran entonces lo que hoy las carreras hípicas. Los gallos eran los racers de
1870.
A pesar de su juventud, Hipólito es muy serio. Ni anda en parrandas ni frecuenta
prostíbulos, ni es, como dirán años después sus adversarios, conquistador de zaguanes.
Tiene un aire reconcentrado y digno. Ninguna insolencia en sus actos o en sus palabras. Si
hay en él algo del compadre es en muy pequeña dosis. Tiene aspiraciones. Discípulo de
Leandro, que es francmasón, como muchas eminencias de ese tiempo, presenta, a poco de
ser nombrado comisario, un pedido de afiliación a una logia. No se sabe si lo aceptan o no, o
si desiste al enterarse de la poca importancia de la logia elegida. No es de creer que quiera
ser masón por liberalismo, sino en busca de apoyos y vinculaciones o empujado por su
inclinación al secreto y al .misterio,
Su escritura de los veintitrés años revela en él un carácter "particularmente bien ajustado"
Así lo ve J. Crépieux-Jamin, el creador de la Grafología, que por mi encargo ha estudiado
su letra.
Hipólito Yrigoyen, —trascendental suceso— va a entrar en política. No en forma franca,
porque no se lo permite su cargo; pero en forma disimulada, subterránea,.. más de acuerdo
con su temperamento, al margen de sus funciones policiales, o como en una extensión, un
poco arbitraria, de esas funciones. Su desempeño como In policía le ha granjeado prestigio.
Se comentan su corrección y su raro desinterés al no aceptar un carruaje que le ofrecen los
vecinos. Y más se comenta su obra de misionero entre los presos a quienes les muestra las
desventajas de practicar el mal y el abismo a que conduce. Así inicia, a los veintidós o
veintitrés años, su vida de apóstol y de moralista.
Dos partidos existen en 1873, el Autonomista y el Nacionalista.
Adolfo Alsina acaudilla al primero y el general Mitre al segundo. A Mitre le sigue la
sociedad distinguida. A Alsina, el pueblo: las gentes de los suburbios, los negros, los
compadritos. Mitre, poeta, hombre de estudio, orador de bellas arengas inflamadas, es
admirado entusiastamente. Alsina, caudillo popular típico, es literalmente adorado. Sus fieles
no se contentan con verle y oír sus discursos de barricada: quieren hablar con él, tocarlo,
besar sus ropas. Hay un extraño magnetismo en sus ojos, en sus vastos ademanes, en su
voz tormentosa y viril.
Alsina es vicepresidente de la República. Ocupa la presidencia Sarmiento, a quien
aspiran a suceder Mitre y Alsina, ¿Con quién están los antiguos rosistas y sus
descendientes? Casi todos acompañan a Alsina. Los diarios mitristas llaman "rosines" y
mazorqueros a los partidarios del caudillo popular. Além e Yrigoyen son alsinistas. ¿Cómo
han de seguir a Mitre, ídolo de la aristocracia y que aun conserva su espíritu unitario? De
origen modesto y rosista, ellos están con el caudillo del pueblo, que tiene espíritu y
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
temperamento federal, a pesar de su localismo, y que se halla rodeado de los antiguos
federales. El mitrismo, liberal, europeizante, es continuación del Partido Unitario. El
alsinismo, conservador —uno de sus candidatos a diputado será el arzobispo—, instintivo,
vernáculo, es en cierto modo, a pesar de proceder en parte del unitarismo, un recuerdo, ya
que no una renovación, del Partido Federal. Y por preconizar la pureza del sufragio, aunque
no la practique; por gustar de los métodos violentos y expeditivos; por invocar
declamatoriamente a las libertades; por tener algo de demagógico; por agrupar a la clase
media y a la plebe, debe ser considerado como el precursor de la Unión Cívica Radical, que
más tarde fundará Leandro Além y a la que Hipólito Yrigoyen dará forma definitiva.
En diciembre de 1880, Hipólito Yrigoyen es nombrado profesor en la Escuela Normal de
Maestras, que aun pertenece a la Provincia. Su cátedra comprende Instrucción Cívica,
Historia Argentina y Filosofía. y en marzo del año siguiente, Sarmiento, que ahora, en su
ancianidad gloriosa, está al frente del Consejo Nacional de Educación, nombra a Yrigoyen
miembro de la Comisión Escolar de Balvanera, la que le designa presidente. No es trivial
este hecho, que él recordará con orgullo. Ese mismo año, la Escuela pasa a pertenecer a la
Nación. Yrigoyen dicta después Historia Argentina y Economía Política. En 1888 se le dá
una segunda cátedra. Al año siguiente, vuelve a figurar como profesor de Filosofía.
El profesorado tiene una importancia trascendental en la vida de Hipólito Yrigoyen. Le
pone en contacto con la doctrina filosófica que le dejará su huella para siempre; le impone
una disciplina salvadora y le obliga a estudiar materias esenciales para su vocación de
político; le enseña a mandar —como en la comisaría, nadie puede en la escuela
desobedecerle, — pero a mandar con suavidad, a señoritas; y le revela sus capacidades en
el arte de seducir.
¿Le han nombrado profesor de Filosofía porque tiene alguna afición a estos estudios y es
algo versado en ellos. o tan sólo porque ha cursado Derecho? Ya por entonces Yrigoyen leía
libros filosóficos. Pero ha sido al ejercer su cátedra cuando se ha apasionado por la
Filosofía.
Hipólito Yrigoyen llega en la Escuela a adquirir fama —probablemente merecida— de mal
profesor. No por falta de conocimiento. Estudia a conciencia. Con el tiempo demostrará que
conoce a fondo la Constitución, base de la Instrucción Cívica. También llega a saber de la
Filosofía lo suficiente como para enseñarla en una escuela normal. Y en cuanto a la Historia
Argentina, no sólo la conoce, sino que la siente como cosa viva. Pero es mal profesor
porque su idiosincrasia reservada le dificulta el salir de sí mismo y ponerse en el caso de los
demás. Es lento, silencioso y carece del don de la palabra. Falta mucho a las clases, sin
duda por sus estadas en el campo. Entra en el aula con la galerita y la varita en la mano, ya
empezada la hora, pues se retarda conversando con alguna de sus colegas. Jamás explica:
pregunta a las alumnas In lección de esa mañana e indica otra para el siguiente día. Permite
que ellas le pidan ser interrogadas. Les hace comentar a algunos lo que otras han dicho —
una especie de "crítica"— y él sintetiza. A veces la clase parece un congreso. No encarga
trabajos escritos. Elogia el cooperativismo y otras ideas por entonces apenas conocidas
entre nosotros. Y preconiza la fundación, en las escuelas, de tribunales de niños, para
educarlos en la práctica de la justicia.
Trata a sus alumnas con bondad y suavidad. Procede siempre justicieramente. Es
benévolo, sin dejar de ser severo, e igual para con todas. Ninguna familiaridad. Nunca
bromea. No las llama por sus nombres sino por sus apellidos, anteponiendo siempre la
palabra "señorita". Cuando ha indicado un texto y una alumna le dice que no tiene cómo
comprarlo, él le contesta: "La Escuela proveerá". Compra el libro y, por medio de la
directora, se lo regala a la alumna, que lo supone donación de la Escuela. El no cuenta a
nadie estas generosidades; pero por más reserva con que proceda —a su pedido— la
directora, todo llega a saberse.
A las alumnas recibidas, cuando puede, les hace dar puestos, y, como siempre, atribuye
estos servicios a obra de la escuela. En cierta ocasión una ayudanta se pone tísica: faltará
hasta el día de su muerte con licencia y sin sueldo, pero ella recibe un sueldo —silenciosa
generosidad de Yrigoyen—, convencida de que se lo paga la Escuela.
Los años van pasando con su carga de penas para Dominga Campos. Ha tenido tres hijos
más, en los años 80, 81 Y 82; pero ha perdido tres. Uno ha muerto muy pequeño'; otros
mueren grandecitos. En 1886 muere la madre de Dominga. Hipólito trató a su amiga
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
bondadosamente. La visita casi todas las noches y a veces va también de día. Pero es muy
reservado con ella. Ha debido soportar Dominga algunas estrecheces económicas, hasta
que Yrigoyen comienza a ganar dinero con sus negocios de campo.
Por esos años algunas tristezas lo afligen. En noviembre del 86 muere su hermano
Roque; y dos años después, su padre. La muerte de Roque le impresiona tremendamente.
Pasa seis meses encerrado. Se aísla más y se torna más grave. A veces parece tétrico o
sombrío.
Las ganancias que le da el campo le permiten pagar las deudas de su hermano: más de
veinte mil pesos. Como en el expediente han escrito que lo hace en memoria del muerto, él
rectifica. La memoria de su hermano, que — según declara— ha llevado una vida de
abnegaciones y cumplimiento del deber, no se afecta por algunas deudas; al pagarlas, él
obedece "a los mismos sentimientos que los unieron siempre, que siempre fueron uno en
sentimientos y deberes", por lo cual el pagar esas obligaciones es su consecuencia.
Al dolor cansado por estas muertes, se agrega la enfermedad de Dominga. Le entristece
profundamente. Es la madre de sus tres hijos, Y él no ignora el destino de la pobre criatura.
El sabe lo que significa aquel viaje al Tandil.
Hipólito vive por entonces en la casa de los Além, en la calle Cuyo. Es un caserón bajo,
de ancha puerta y dos ventanas a cada lado. Vastos patios. Cuartos enormes. Hipólito es allí
casi un huésped. Su pieza está en los fondos, sobre la cocina. Un lecho muy modesto, un
roperito, una mesa de pino sobre la que hay algunos libros, y una silla. La celda de un
monje. Su vida es de una austeridad impresionante. Se levanta apenas amanece. No se le
las galerías ni en los patios. Siempre en su cuarto, leyendo. No sale de noche y se acuesta
muy temprano. Nunca concurre al teatro, ni a fiesta alguna ni a los clubs. Mientras Leandro
tiene siempre visitantes, a él nadie va a verle, salvo la hija que tuvo con '"Antonia Pavón y
que es toda una moza. Viste bien, de traje negro, y usa varita y galerita. Sale a la calle solo
y solo vuelve. Es serio, silencioso grave y muy cariñoso con los niños. A una vecinita que
vive en frente, le corrige sus deberes-escolares.
Mayo de 1896. Alem pasa 108 días y las noches encerrado en su cuarto. No sale para
nada y no prueba la comida que le mandan. Noches enteras con la luz encendida. Se le ve
pasearse, agitado. Un día viene su médico. Es un amigo y correligionario. Se niega a abrir la
puerta. Ante el enojo del médico, le deja entrar. El cuarto está en tremendo desorden y lleno
de humo. En el suelo, multitud de papeles rotos, de cigarrillos a medio fumar.
El primero de julio varios amigos son citados a su casa, para un asunto urgente, a las
cinco de la tarde. Uno o dos, que han ido demasiado temprano y se han retirado, son citados
de nuevo para las nueve. Além se queda conversando con los que llegan en seguida. A uno
de ellos le dice, refiriéndose a sus dos sobrinos: "Alimenté dos víboras en mi pecho, para
que luego me mordieran el corazón". Luego hablan del porvenir del partido. Além cree en su
pronta disolución. Les dice a los tres de sus amigos que en ese instante están con él: "Los
radicales conservadores se irán con don Bernardo; otros radicales se harán socialistas o
anarquistas; la canalla de Buenos Aires, dirigida por el pérfido traidor de mi sobrino Hipólito
Yrigoyen se arreglará con Roque Sáenz Peña; y los intransigentes nos iremos a la ... " Y un
terno pintoresco termina la frase. Despide a sus amigos para que vuelvan a las nueve. Han
de estar todos juntos.
Minutos antes de las nueve, el primero que llega lo ve en la sala iluminada. Além, al oír
los pasos del que entra en la casa, mira por la vidriera que da al patio, con expresión de
angustia. "¿Por qué ha madrugado tanto?", pregunta a su amigo. No tardan en llegar los
demás. Se reúnen en el comedor. Son media docena de fieles. Cuando llega el último, cerca
de las diez, Além cierra con pasador una puerta que da a la antesala. Entra en su dormitorio
y sale en seguida con la galera puesta y una gran boa de vicuña envuelta al cuello. Les
ruega esperar cinco minutos: necesita buscar un dato indispensable. Sale luego al patio y
penetra en la antesala. Dos de sus amigos, que han pasado a la sala para un aparte, al oír
ruido en la antesala oscura, preguntan, alarmados, temiendo algún atentado contra el jefe:
"¿Quién va?" Além exclama: "¿Qué hacen ahí?" Hay algo de extraño en su voz. Les pide
que lo esperen cinco minutos más. Lo ven salir a la calle y subir a un carruaje que lo espera.
"¡A escape, al Club del Progreso!", le oyen gritar. Un momento después, los amigos
personales de Além que se reúnen siempre en ese Club son llamados a la puerta. Terrible
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
noticia les espera: i el doctor Além se ha suicidado!
Ha dejado para publicarse unos párrafos que serán considerados como su testamento
político. Es una página tremendamente desolada y amarga. En algunas frases se. han leído
alusiones a Yrigoyen, como cuando confiesa: "He luchado de una manera indecible en estos
últimos tiempos, pero mis fuerzas — tal vez gastadas ya— han sido incapaces para detener
la montaña... y la montaña me aplastó". O como cuando afirma que el partido hubiera podido
hacer mucho bien "si no hubiesen promediado ciertas causas y ciertos factores". El doloroso
documento empieza así:
"He terminado mi carrera; he concluido mi misión. Para vivir estéril, inútil y deprimido, es
preferible morir". Y agrega la viril exclamación: "¡Sí, que se rompa, pero que no se doble!",
que junto con esta otra: "¡Adelante los que quedan!", los radicales convertirán en lemas del
partido.
Ya está solo Hipólito Yrigoyen, sombríamente solo. A pesar de cuanto les ha separado en
los últimos seis años, Hipólito sufre por la muerte del hombre generoso a quien tanto debe.
Ya está solo. Se ha ido el Precursor. El recogerá sus sueños y sus doctrinas y, con más
hábiles métodos, los hará triunfar.
El duelo entre Yrigoyen y Além se parece bastante al duelo entre Stalin y Trotzky. Trotzky
y Além representan la espontaneidad, la inteligencia, la cultura europea. Além no ha sido
una lumbrera en este último aspecto pero sabía bien su Derecho y su Retórica. Stalin e
Yrigoyen - aunque antípodas entre ellos representan la astucia. Stalin, como Yrigoyen, ha
trabajado en la sombra y con profundo e instintivo conocimiento de los hombres. Si Stalin, al
impedir que, enfermo Lenin, pudiera Trotzky subir al poder, ha realizado una obra maestra
de astucia, no ha sido menor el arte de Hipólito Yrigoyen: surgido de la nada, sin vastas
amistades, sin dotes oratorias, sin muchedumbres que lo sigan, llega a suceder al caudillo y
a convertirse en el jefe del partido.
Ya está solo Hipólito Yrigoyen. Las multitudes argentinas lo esperan.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
L UI S AL BERTO ROMERO
" B r e v e H i s t o r i a d e l a Ar g e n t i n a "
1916
El 12 de octubre de 1916 Hipólito Yrigoyen asumió la presidencia de la Argentina. Fue
una jornada excepcional: una multitud ocupó la Plaza del Congreso y las calles adyacentes,
vitoreando a quien por primera vez había sido elegido por el voto universal, secreto y
obligatorio, según la nueva ley electoral, sancionada en 1912 por iniciativa del presidente
Sáenz Peña. Luego de la ceremonia, la muchedumbre desató los caballos de la carroza
presidencial y la arrastró en triunfo hasta la Casa Rosada, sede del Poder Ejecutivo.
Su victoria, si no abrumadora, había sido clara, e indicaba una voluntad ciudadana
mayoritaria. Visto desde la perspectiva predominante por entonces, la plena vigencia de la
Constitución, médula del programa de la Unión Cívica Radical, el partido triunfante, se
coronaba con un régimen electoral democrático, que colocaba al país a la vanguardia de las
experiencias de ese tipo en el mundo. La reforma política pacífica, que llegaba a tan feliz
término, se sustentaba en la profunda transformación de la economía .. la sociedad. A lo
largo de cuatro décadas, y aprovechando una asociación con Gran Bretaña que era vista
como mutuamente beneficiosa, el país había crecido de modo espectacular, multiplicando su
riqueza. Los inmigrantes, atraídos para esa transformación, fueron exitosamente integrados
en una sociedad abierta, que ofreció abundantes oportunidades para todos, y si bien no
faltaron las tensiones y los enfrentamientos, éstos fueron finalmente asimilados y el
consenso predominó sobre la contestación. La decisión de Yrigoyen de modificar la
tradicional actitud represora del Estado, utilizando su poder para mediar entre los distintos
actores sociales y equilibrar así la balanza, parecía cerrar la última arista conflictiva. En
suma, la asunción de Yrigoyen podía ser considerada, sin violentar demasiado los hechos,
como la culminación feliz del largo proceso de modernización emprendido por la sociedad
argentina desde mediados del siglo XIX.
Otra imagen era posible, y muchos de los contemporáneos adhirieron a ella y actuaron en
consecuencia. Yrigoyen semejaba uno de aquellos caudillos bárbaros que se creía
definitivamente sepultados en 1888, y tras de él se adivinaba el gobierno de los mediocres.
La sociedad estaba enferma, se decía; los responsables eran los cuerpos extraños, y en
última instancia la inmigración en su conjunto. Creció así una actitud cada vez más
intolerante, que de momento se expresó en un nacionalismo chauvinista.
Ambas imágenes de la realidad, parciales y deformadas, estaban presentes en 1916 y,
cada una a su manera, eran producto de la gran transformación producida a lo largo del
medio siglo anterior. Por mucho tiempo moldearon actitudes y conductas, modificadas por
nuevos datos de la realidad que, incluso, corrigieron o rectificaron la imagen de la etapa de
la expansión.
LOS GOBIERNOS RADICALES, 1916-1930
Hipólito Yrigoyen fue presidente entre 1916 y 1922, año en que lo sucedió Marcelo T. de
Alvear. En 1928 fue reelegido Yrigoyen, para ser depuesto por un alzamiento militar el 6 de
septiembre de 1930. Pasarían 61 años antes de que un presidente electo transmitiera el
mando a su sucesor, de modo que esos doce años, en que las instituciones democráticas
comenzaron a funcionar regularmente, resultaron a la larga un período excepcional.
Aunque los dos eran radicales, y habían compartido las largas luchas del partido, ambos
presidentes eran muy diferentes entre sí, y más diferentes aún fueron las imágenes que de
ellos se construyó. La de Yrigoyen fue contradictoria desde el principio: para unos era quien
-toda probidad y rectitud- venía a develar el ignominioso régimen y a iniciar la regeneración;
hubo incluso quienes lo vieron como una suerte de santón laico. Para otros era el caudillo
ignorante y demagogo, expresión de los peores vicios de la democracia. Alvear en cambio
fue identificado, para bien o para mal, con los grandes presidentes del viejo régimen, y su
política se asimiló con los vicios o virtudes de aquél. Tan disímiles como fueran sus estilos
personales, unos y otro debieron afrontar parecidos problemas, y sobre todo. el doble
desafío de poner en pie las flamantes instituciones democráticas y conducir, por los nuevos
canales de representación y negociación, las demandas de reforma de la sociedad, que el
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
radicalismo de alguna manera había asumido.
Esa orientación reformista no era exclusiva de la Argentina: en el Uruguay la había
encamado desde 1904 el presidente Batlle y Ordoñez, así como desde 1920 lo haría Arturo
Alessandri en Chile. En México, con alternativas mucho más dramáticas, la revolución
estallada en 1910 y consolidada en 1917 había emprendido igualmente una profunda
transformación del Estado y la sociedad, mientras que otros movimientos reformistas, como
el APRA peruano, aunque no llegaron a triunfar, conmovieron a algunos de los regímenes
oligárquicos o dictatoriales que en general predominaban en América Latina. En todos los
casos, los reclamos de participación política se relacionaban con mejoras en la situación de
los distintos sectores sociales. Ese mandato y esa voluntad reformista, que sin duda
caracterizó al radicalismo, y que había surgido en el proceso de expansión previa, hubo de
desarrollarse en circunstancias marcadamente distintas e infinitamente más complejas de
aquellas en que ambos se imaginaron. La Primera Guerra Mundial, particularmente, modificó
todos los datos de la realidad: la economía, la sociedad, la política o la cultura. Enfrentado
con una situación nueva; no resultaba claro si el radicalismo tenía respuestas o, siquiera,
estaba preparado para imaginarlas.
La guerra misma constituyó un desafío y un problema difícil de resolver. Inicialmente
Yrigoyen mantuvo la política de Victorino de la Plaza, su antecesor: la "neutralidad benévola"
hacia los aliados suponía continuar con el abastecimiento de los clientes tradicionales, y
además concederles créditos para financiar sus compras. En 1917 Alemania inició, con sus
temibles submarinos, el ataque contra los buques comerciales neutrales, empujando a la
guerra a Estados Unidos, que pretendió arrastrar consigo a los países latinoamericanos. La
Argentina había resistido tradicionalmente las apelaciones del panamericanismo, una
doctrina que suponía la identidad de intereses entre Estados Unidos y sus vecinos
americanos, pero el hundimiento de tres barcos mercantes por los alemanes movilizó una
amplia corriente de opinión en favor de la ruptura, que era impulsada por los
estadounidenses y entusiastamente apoyada por los diarios La Nación y.La Prensa. Las
opiniones se dividieron de un modo singular: el Ejército –cuya formación profesional era
germana– tenía simpatías por Alemania, mientras que la Marina se alineaba por Gran
Bretaña. La oposición conservadora era predominantemente rupturista, al igual que la mayoría de los socialistas , aunque en abril de 1917 se produjo entre ellos una escisión que,
siguiendo a la Unión Soviética adhirió al neutralismo. Los radicales estaban muy divididos en
torno de esta cuestión, que prefiguraba futuras fracturas, y dirigentes destaca os como
Leopoldo Melo o Alvear se manifestaron en favor de Inglaterra y Francia, mientras Yrigoyen,
casi tozudamente, defendió una neutralidad que, si no lo enemistaba con los aliados europeos, lo distanciaba de Estados Unidos. Yrigoyen tuvo varias actitudes de hostilidad hacia
ese país: en 1919 ordenó que una nave de guerra saludara el pabellón de la República
Domícana, ocupada por los marines norteamericanos, y en 1920 se opuso al diseño que el
presidente Wilson había hecho de la Liga de las Naciones. También, había proclamado al 12
de octubre –aniversario del viaje de Colón– como Día de la Raza, oponiendo al panamericanismo la imagen de una Hispanoamérica que excluía a los vecinos anglosajones.
Fue una decisión fuerte valor simbólico, que entroncaba en una sensibilidad social difusa
en sus formas pero hondamente arraigada. El sentimiento antinorteamericano había venido
creciendo desde 1898, cuando la guerra de Cuba inauguró la fase fuerte de su expansionismo, y conducía por oposición a la postulación de algún tipo de identidad latinoamericana. En
esta actitud los motivos tradicionales se mezclaban con los más avanzados y progresistas.
José Enrique Rodó, un escritor de profunda influencia, había identificado en Ariel a Estados
Unidos con el materialismo, contraponiéndolo al espiritualismo hispanoamericano. Yrigoyen
se unió a quienes –poniendo distancia del cosmopolitismo dominante encontraban esa
identidad en la común raíz hispana, mientras que otros distinguieron el filibusterismo depredador de los yanquis del más tolerable imperialismo, discreto y civilizador, de los británicos.
En otros ámbitos, el antinorteamericanismo se vinculó con las ideas socialistas, como en el
caso de Manuel Ugarte, que en 1924 escribió La patria grande. La postulación de una
unidad latinoamericana militante contra el agresor fue reforzada por la Revolución Mexicana:
en 1922, con motivo de la visita del mexicano José Vasconcelos, José Ingenieros y otros
intelectuales progresistas impulsaron una Unión Latinoamericana, que recogía los motivos
del antiirnperialismo también presentes en otro movimiento de dimensión latinoamericana: la
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
Reforma Universitaria.
CRISIS SOCIAL Y NUEVA ESTABILIDAD
En esta dimensión fuertemente simbólica y declarativa el gobierno radical pudo dar
respuestas originales y acordes con las nuevas expectativas, pero no ocurrió lo mismo
cuando debió enfrentar problemas más concretos, como los que suscitó en la sociedad la
Primera Guerra Mundial. Las condiciones sociales, que ya eran complicadas en el momento
de su estallido, se agravaron luego por las dificultades del comercio exterior y de la
retracción de los capitales: en las ciudades se sintió la inflación, el retraso de los salarios
reales –los de los empleados públicos incluso sufrieron rebajas– y la fuerte desocupación.
La guerra perjudicó las exportaciones de cereales, y particularmente las de maíz, y en las
zonas rurales agravó la situación ya deteriorada de los chacareros y también la de los
jornaleros. Se conformó así un clima de conflictividad que se mantuvo más o menos latente
mientras las condiciones fueron muy adversas para los trabajadores, pero que empezó a
manifestarse plenamente desde 1917, apenas comenzaron a notarse en la economía signos
de reactivación. Se inició entonces un ciclo breve pero violento de confrontación social que
alcanzó su momento culminante en 1919 y se prolongó hasta 1922 o 1923. Esa ola de
convulsiones se desarrollaba de manera parecida en todo el mundo occidental, recogiendo
los ecos primero de la revolución soviética de 1917 y luego, de los movimientos
revolucionarios que estallaron, apenas terminó la guerra, en Alemania, Italia y Hungría. La
impresión de que la revolución mundial era inminente operó en cierta medida como ejemplo
para los trabajadores, pero mucho más lo hizo como revulsivo para las clases propietarias.
La revolución se mezcló con la contrarrevolución, y entre ambas hirieron de muerte a las
democracias liberales: en medio de la crisis de valores desatada en la posguerra, éstas
fueron ampliamente cuestionadas por distintos tipos de ideologías y de movimientos
políticos, que iban desde las dictaduras lisas y llanas –como la establecida en España en
1923 por el general Primo de Rivera -hasta los nuevos experimentos autoritarios de base
plebiscitaria, como el iniciado en Italia en 1922 por Benito Mussolini, cuyas formas
novedosas ejercieron una verdadera fascinación Las huelgas comenzaron a multiplicarse en
las ciudades a lo largo de 1917 y 1918, impulsadas sobre todo por los grandes gremios del
transporte, la Federación Obrera Marítima y la Federación Obrera Ferrocarrilera, cuya fuerza
se incrementaba por su capacidad de obstaculizar o paralizar el embarque de las cosechas,
un recurso que usaron y dosificaron con prudencia. Conducidos por el grupo de los
sindicalistas, que dirigían la FORA del IX Congreso (para distinguirla de la FORA del v, anarquista), tuvieron éxito en buena medida por la nueva actitud del gobierno, que abandonó la
política de represión lisa y llana y obligó a las compañías marítimas y ferroviarias a aceptar
su arbitraje. Coincidieron así una actitud sindical que combinaba la confrontación y la negociación y otra del gobierno que, mediante el simple recurso de no apelar a la represión
armada, creaba un nuevo equilibrio y se colocaba en posición de árbitro entre las partes. Los
éxitos iniciales fortalecieron la posición de la FORA sindicalista, cuyos afiliados aumentaron
notablemente en los años siguientes, y que impuso su estrategia de confrontación limitada.
No obstante, la predisposición negociadora del gobierno no se manifestó en todos los casos
y –según ha señalado David Rock– parecía dirigirse especialmente a los trabajadores de la
Capital –potenciales votantes de la tren, en un distrito en el que ésta dirimía una dura
confrontación con los socialistas–, pero no se extendía ni hacia los sindicatos con mayoría
de extranjeros ni a los trabajadores de las provincia de Buenos Aires. Así, la huelga de los
frigoríficos de 1918 fue enfrentada con los tradicionales métodos de represión, despidos y
rompehuelgas, que también se aplicaron en 1918 a los ferroviarios, cuando su acción traspasó los límites de la prudencia y amenazó el vital embarque de la cosecha.
Tanto los sindicalistas como el gobierno transitaban por una zona de equilibrio muy
estrecha, que la propia dinámica del conflicto terminó por clausurar a lo largo de 1919,
cuando la ola huelguística llegó a su culminación. En enero, con motivo de una huelga en un
establecimiento metalúrgico del barrio obrero de Nueva Pompeya, se produjo una serie de
incidentes violentos entre los huelguistas y la Policía, que abandonó la pasividad y reprimió
con ferocidad. Hubo muertos de ambas partes y pronto la violencia se generalizó. Una
sucesión de breves revueltas no articuladas, espontáneas y sin objetivos precisos, hicieron
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
que durante una semana la ciudad fuera tierra de nadie, hasta que el Ejército encaró una
represión en regla. Contó con la colaboración de grupos de civiles armados, organizados
desde el Círculo Naval, que se dedicaron a perseguir judíos y catalanes, que identificaban
con "rnaximalistas" y anarquistas. Todavía por entonces el gobierno pudo apelar a sus
contactos con los socialistas y los dirigentes de la FORA para acordar el fin de la huelga
inicial de Vasena, así como para negociar el cese del largo y pacífico conflicto que
simultáneamente mantenía el gremio marítimo.
La Semana Trágica –así se la llamó– galvanizó a los trabajadores de la ciudad y de todo
el país. Lejos de disminuir, el número y la intensidad de las huelgas aumentó a lo largo de
1919: infinidad de movimientos fueron protagonizados por trabajadores no agremiados,
pertenecientes a las más variadas actividades industriales y de servicios, entre quienes la
consigna de la huelga general ayudaba a la identificación y unificación. Estos movimientos
coincidieron con un nuevo pico de las movilizaciones rurales. Los chacareros, que dirigidos
por la Federación Agraria Argentina mantenían desde 1912 sus reivindicaciones por las
condiciones de los contratos, encararon nuevas huelgas, empujados por las difíciles condiciones creadas por la guerra. Su movilización coincidió con la de los jornaleros de los
campos y de los pueblos rurales, generalmente movilizados por los anarquistas, aunque los
chacareros procuraron diferenciarse de ellos con claridad. Pese a que los radicales habían
simpatizado con ellos en 1912, el gobierno fue poco sensible a sus reclamos, y en 1919,
acusando a los "maximalistas", encaró una fuerte represión.
El año 1919 marca una inflexión en la política gubernamental hacia estos movimientos de
protesta. Hasta entonces, una actitud algo benévola y tolerante, acompañada de la no
utilización de los recursos clásicos de la represión –el envío de tropas, los despidos, la
contratación de rompehuelgas– había bastado para ampliar el espacio de manifestación de
la conflictividad acumulada y para equilibrar la balanza, hasta entonces sistemáticamente
favorable a los patrones. Probablemente en la acción de Yrigoyen se combinaran, junto con
mucho de cálculo político, una actitud más sensible a los problemas sociales y una idea del
papel arbitral que debía asumir el Estado, y quizás él mismo. Pero esa nueva actitud estuvo
lejos de materializarse en instrumentos institucionales, pese a la manifiesta voluntad
negociadora de las direcciones sindicales. Los avances realizados a principios de siglo,
cuando se creó el Departamento de Trabajo o se propuso el Código del Trabajo, no se
continuaron, y el Poder Ejecutivo no supo idear mecanismos más originales que la
recurrencia –igual que en 1850– a la acción arbitral del jefe de Policía, responsable desde
tiempo inmemorial de los problemas laborales. Tampoco el Congreso asumió que debía
intervenir en los conflictos urbanos, considerándolos una mera cuestión policial, aunque sí lo
hizo con los chacareros: en 1921 sancionó una ley de Arrendamientos que tenía en cuenta
la mayoría de sus reclamos acerca de los contratos, y que sin duda contribuyó –junto con un
retorno de la prosperidad agrícola– a acallar los reclamos de quienes, cada vez más, se
definían como pequeños empresarios rurales.
Luego de la experiencia de 1919, y fuertemente presionado por unos sectores
propietarios reconstituidos y galvanizados, el gobierno abandonó sus veleidades reformistas
y retomó los mecanismos clásicos de la represión, ahora con la colaboración de la Liga
Patriótica, que en 1921 alcanzaron incluso a la Federación Marítima, el sindicato con el que
Yrigoyen estableció vínculos más fuertes y durables. Por entonces, y por diferentes razones,
la ola huelguística se había atenuado en las grandes ciudades, aunque perduraba en zonas
más alejadas y menos visibles: en el enclave quebrachero que La Forestal había establecido
en el norte de Santa Fe, en el similar de Las Palmas en el Chaco Austral, o en las zonas
rurales de la Patagonia. En esos lugares, los anónimos e impredecibles efectos de la
coyuntura económica internacional, traducidos por empresas voraces e incontroladas en
acciones concretas en perjuicio de los trabajadores, hicieron estallar entre 1919 y 1921
fuertes movimientos huelguísticos. El gobierno autorizó a que fueran sometidos mediante
sangrientos ejercicios de represión militar que alcanzaron justa celebridad, como en el caso
de la Patagonia.
La experiencia de 1919 tuvo profundos efectos entre los sectores propietarios. Derrotados
en 1916 conservaron inicialmente mucho poder institucional –que Yrigoyen fue minando en
forma paulatina– y todo su poder social, pero estaban a la defensiva, sin ideas ni estrategia
para hacer frente a un proceso político y social que les desagradaba pero que sabían
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
legitimado por la democracia. En 1919, los fantasmas de la revolución social los despertaron
bruscamente: la Liga Patriótica Argentina, fundada en las calientes jornadas de enero, fue la
primera expresión de su reacción. Confluyeron en ella los grupos más diversos: la
Asociación del Trabajo –una institución patronal que suministraba obreros rompehuelgas–,
los clubes de elite, como el Jockey, los círculos militares –la Liga se organizó en el Círculo
Naval–, o los representantes de las empresas extranjeras. Conservadores y radicales
coincidieron y se mezclaron en los tramos iniciales –su presidente, Manuel Carlés, fluctuó
durante su vida entre ambos partidos– y el Estado le prestó un equívoco apoyo a través de
la Policía. Lo más notable fue la capacidad que la Liga demostró en ese annus mirabilis para
movilizar vastos contingentes de la sociedad, reclutados en sus sectores medios, para la defensa del orden y la propiedad y la reivindicación chauvinista del patriotismo y la
nacionalidad, amenazada por la infiltración extranjera. También fue notable su capacidad
para organizar gran número de "brigadas", que asumían la tarea de imponer el orden a palos
–luego fueron muy activas en el medio rural–, y para presionar al gobierno, quien
probablemente tuvo muy en cuenta la magnitud de las fuerzas polarizadas en torno de la
Liga cuando a lo largo de 1919 imprimió un giro, sutil pero decisivo, a su política social.
La derecha tenía un nuevo impulso y un argumento decisivo, aunque todavía impreciso,
contra la democracia: voluntaria o involuntariamente, Yrigoyen era sospechoso de subvertir
el orden. Desde entonces, cobraron forma una serie de tendencias ideológicas y políticas
que por entonces circulaban ampliamente en el mundo de la contrarrevolución. La Liga
aportó los motivos del orden y la patria. Los católicos combinaron el pensamiento social –
capaz de competir con la izquierda– con el integrismo antiliberal, que empezó a difundirse a
través de los Cursos de Cultura Católica y cristalizó más tarde en la revista Criterio, fundada
en 1928. Jóvenes intelectuales, como los hermanos Irazusta, difundieron las ideas de
Maurras y Leopoldo Lugones proclamó la llegada de "la hora de la espada". Sin duda había
discordancias en estas voces, y no menores –Lugones era declaradamente anticristiano–
pero esto no preocupaba a su auditorio, que probablemente no tomaba demasiado en serio
mucho de lo que oía pero recogía en todas ellas un mensaje común: el rechazo a la
movilización social y la crítica a la democracia liberal.
La llegada al gobierno de Alvear, en 1922, tranquilizó en parte a las clases propietarias.
La mayoría volvió a confiar en las bondades de la democracia liberal y patricia, pero el
nuevo discurso siguió operando en ámbitos marginales. Mientras tanto, fueron otras
poderosas instituciones las encargadas de dar progresivamente fuerza al nuevo movimiento,
unificar sus acciones, dotarlas de legitimidad, y también reclutar sostenedores más allá de
los propios sectores propietarios. La Liga Patriótica se dedicó al "humanitarismo práctico",
organizando escuelas para obreras y movilizando a las "señoritas" de la alta sociedad.
Mucho más importante fue la acción de la Iglesia que en 1919, en el pico de la crisis,
organizó la Gran Colecta Nacional, destinada a movilizar a los ricos e impresionar a los
pobres. Ese año fueron unificadas todas las instituciones católicas que actuaban en la
sociedad –con tendencias y propuestas diversas– dentro de la Unión Popular Católica
Argentina, un ejército laico comandado unificada mente por los obispos y los curas párrocos
quienes organizaron una guerra en regla contra el socialismo, compitiendo palmo a palmo en
la creación de bibliotecas, dispensarios, conferencias y obras de fomento y caridad, tareas
éstas en las que los activistas reclutados en los altos círculos sociales adquirían la
conciencia de su alta misión redentora. Sintomáticamente, la Iglesia –cada vez más reacia a
las instituciones democráticas– clausuraba la posibilidad de crear un partido político. El
Ejército, finalmente, que había sido organizado desde principios de siglo sobre bases
estrictamente profesionales, empezó a interesarse en la marcha de los asuntos políticos,
quizá molesto por la forma en que Yrigoyen lo empleaba para abrir o cerrar la válvula del
control social, y quizá también preocupado por el uso que el presidente hacía de criterios
políticos en el manejo de la institución. Lo cierto es que la desconfianza a Yrigoyen fue
creando las condiciones para hacerlo receptivo a las críticas más generales al sistema
democrático, que con fuerza creciente se escuchaban en la sociedad.
El antiliberalismo que nutre todas estas manifestaciones resultó eficaz como arma de
choque, como discurso unificador y como bandera de combate. Pero la reconstitución de la
derecha política no se agotó en esto. No escapaba a nadie que no podía volverse a 1912,
que el mundo había cambiado mucho desde la Gran Guerra, y que era necesario volver a
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
discutir cuál era el lugar de la Argentina, qué papel debía cumplir el Estado en los conflictos
sociales, cómo podían articularse los distintos intereses propietarios, y muchas cuestiones
más, acerca de las cuales el gobierno de Yrigoyen no parecía demasiado urgido en aportar
soluciones novedosas. La Liga Patriótica organizó congresos donde representantes de los
más diversos sectores discutieron sobre todo esto, y también lo hicieron a través de las
publicaciones del Museo Social Argentino o en la Revista de Economía Argentina, que
Alejandro Bunge fundó en 1918. Una Argentina distinta requería de ideas nuevas, y en ese
sentido la discusión fue intensa. Es posible, incluso, que en ese clima algunos jóvenes
militantes del Partido Socialista –con una sólida formación de raigambre marxista en
cuestiones económico cas y sociales– pensara que los marcos del partido eran demasiado
estrechos.
¿Hasta qué punto eran justificados los terrores de la derecha? La ola de huelgas, que
culminó entre 1917 y 1921, había sido formidable, pero no estaba guiada por un propósito
explícito de subversión del orden, sino que expresaba, de manera ciertamente violenta, la
magnitud de los reclamos acumulados durante un largo período de dificultades de la
Argentina hasta entonces opulenta. Por otra parte, entre quienes podían presentarse como
conductores de ese movimiento, los que propiciaban dicha subversión –los anarquistas, y
luego los comunistas– sólo tenían una influencia marginal e ínfima. Las direcciones y
orientaciones más fuertes correspondían a la corriente de los "sindicalistas" y a los
socialistas, y ambos bregaban tanto por reformas limitadas en un orden social que
aceptaban en sus rasgos básicos, como, sobre todo, por encontrar los mecanismos y los
ámbitos de negociación de los conflictos. Los sindicalistas, reacios a la acción política
partidaria, apostaron a la negociación entre los sindicatos y el Estado, un camino que ya
había sido propuesto desde el Estado antes de 1916 y que, retomado por Yrigoyen, debió
ser abandonado en la convulsión de 1919, aunque ciertamente se mantuvo como "tendencia,
para reaparecer en forma espectacular al fin de la Segunda Guerra Mundial.
El Partido Socialista –fundado en 1896 y de una" fuerza electoral considerable en la
Capital– estaba también lejos de posturas de ruptura. De acuerdo con lo que eran las líneas
dominantes en Europa, el socialismo era visto como la coronación y perfeccionamiento de la
democracia liberal, como la última instancia de una modernización que debía remover
obstáculos tradicionales. Entre ellos, los socialistas subrayaban lo que llamaban la "política
criolla", en la que englobaban, junto al conservadorismo tradicional, al radicalismo, al que se
opusieron con fuerza. El Partido Socialista tuvo escasa capacidad para arraigar en los
movimientos sociales de protesta: algunos éxitos entre los chacareros de la Federación
Agraria no compensaron su escasísimo peso entre los gremialistas, que aunque votaran a
los socialistas preferían seguir a los sindicalistas. El socialismo apostó todas sus cartas a las
elecciones, y reunió en la Capital un importante caudal de votos, con el que compitió
exitosamente con los radicales, pero a costa de diluir lo que quizás hubieran sido reclamos
específicos de los trabajadores dentro de un conjunto más amplio de demandas, que incluía
a los sectores medios. Esto dejaba libre un espacio a su izquierda, por el que compitieron
diversos grupos, sobre todo luego del remezón de la guerra y la revolución soviética. Pacifistas, partidarios de la Tercera Internacional y de la Unión Soviética confluyeron finalmente en
el Partido Comunista, que durante los años veinte tuvo escasísimo peso, aunque cosechó
muchas simpatías entre los intelectuales. Pero otras tendencias progresistas, de alguna
manera emparentadas con el leninismo, emergieron en el antiimperialismo de esa época y
en el pensamiento de la Reforma Universitaria.
Los socialistas apostaron a la acción legislativa y a la posibilidad de crear en el Congreso
un ámbito de representación. Pero había en el partido una incapacidad casi constitutiva para
establecer alianzas o acuerdos, y aunque impulsaron algunas reformas legislativas no
lograron dar forma a una fuerza política vigorosa, capaz de equilibrar a la derecha
reconstituida o, siquiera, de precisar los puntos centrales del conflicto que se avecinaba. Su
otra apuesta fue –a largo plazo– la ilustración de la clase obrera que, según suponían, se
esclarecería en el contacto con la ciencia. De ahí su intensa acción educadora, a través de
centros, bibliotecas, conferencias, grupos teatrales y corales y la Sociedad Luz. La difusión
de ciertas prácticas en los grandes centros urbanos atestigua adecuadamente los cambios
que –superada la crisis social– estaban experimentando los trabajadores y la sociedad toda.
El fin de la lucha gremial intensa, la reducción de la sindicalización y el debilitamiento de
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
la Unión Sindical Argentina dan testimonio de la atenuación de los conflictos sociales. La
Unión Ferroviaria, fundada en 1922 y convertida en cabeza indiscutida del sindicalismo
expresó el nuevo tono de la acción gremial: un sindicato fuertemente integrado, férreamente
dirigido en forma centralizada, negoció sistemática y orgánicamente con las autoridades,
descartó la huelga como instrumento y obtuvo éxitos sustanciales. Por su parte, el Estado
manifestó la voluntad de avanzar en una legislación social –sancionada en su mayoría
durante la presidencia de Alvear–, que suponía a la vez el pleno reconocimiento del actor
gremial: propuesta de regímenes jubilatorios para empleados de comercio y ferroviarios,
regulación del trabajo de mujeres y niños y establecimiento del 10 de Mayo –convertido en
un conciliador Día del Trabajo– como feriado nacional.
Más allá de las coyunturas y de las revulsiones la sociedad argentina venía
experimentando cambios profundos, que .maduraron luego de la guerra y que explican este
apaciguamiento. Aunque luego del conflicto se reanudó la inmigración, la población ya se
había nacionalizado sustancialmente. Los hijos argentinos ocuparon el lugar de los padres
extranjeros, las asociaciones de base étnica empezaron a retroceder frente a otras en las
que la gente, sin distinción de origen, se agrupaba para actividades específicas y la
“cuestión nacional", que tanto preocupó en el Centenario, empezó a desdibujarse. La acción
sistemática de la escuela pública había generado una sociedad fuertemente alfabetizada, y
con ella un público lector nuevo, quizá no demasiado entrenado pero ávido de materiales.
Crecieron los grandes diarios, con linotipos y rotativas; en 1913 Crítica, que respondía a ese
nuevo público, y a la vez lo moldeaba, revolucionó las formas periodísticas, y otra vez lo hizo
desde 1928 El Mundo. Las variadas necesidades de información y entretenimiento fueron
satisfechas por los magazines, que siguieron la huella de Caras y Caretas y culminaron en
Leoplán, o un amplio espectro de revistas especializadas, como El Gráfico, Billiken, Tit Bis o
El Hogar. En los años siguientes la guerra hicieron furor las novelas semanales –un género
entre sentimental y tenuemente erótico–, mientras que las necesidades culturales o políticas
más elaboradas eran satisfechas primero por las ediciones españolas de Sempere y luego
por las bibliotecas de Claridad o Tor. En una sociedad ávida de leer, estas publicaciones
eran vehículo eficaz de diversos mensajes culturales y políticos, que circulaban también por
las bibliotecas populares o las conferencias. Muchos leían para entretenerse. Otros
buscaban capacitarse para aprovechar las múltiples oportunidades laborales nuevas, pero
otros muchos lo hacían para apropiarse de un caudal cultural –tan variado que incluía desde
Platón hasta Dostoievsky– que hasta entonces había sido patrimonio de la elite y de las
clases más establecidas.
La expansión de la cultura letrada forma parte del proceso de movilidad social propio de
una sociedad que era esencialmente expansiva y de oportunidades. Fruto de ella. eran esos
vastos sectores medios, en cuyos miembros podían advertirse los resultados de una exitosa
aventura del ascenso: los chacarero s establecidos, que se identificaban como pequeños
empresarios rurales, o los pequeños comerciantes o industriales urbanos, de entre quienes
surgían algunos grandes nombres o fortunas importantes. Junto a ellos, una nube de
empleados, profesionales, maestras o doctores, pues ese título siguió siendo la culminación,
en la segunda o quizá la tercera generación, de esta carrera en la que la fortuna no podía
separarse del prestigio.
Quizá por eso la Universidad constituyó un problema importante para esta sociedad en
expansión, y la Reforma Universitaria –un movimiento que estalló en Córdoba en 1918 y se
expandió por el país y por toda América Latina– fue una expresión de esta transformación.
Las universidades, cuyo propósito dominante era formar profesionales, eran por entonces
socialmente elitistas y académicamente escolásticas. Muchos jóvenes estudiantes quisieron
abrir sus puertas, participar en su dirección, remover las viejas camarillas profesorales,
instaurar criterios de excelencia académica y de actualización científica, y vincular la
Universidad con los problemas de la sociedad. La agitación estudiantil fue muy intensa y
coincidió con lo más duro de la crisis social, entre 19'18 y 1922, al punto que muchos
pensaron que era una expresión más de aquélla. Otros advirtieron que se trataba de un
reclamo tolerable. Los reformistas recibieron el importante apoyo de Yrigoyen, lograron en
muchos casos que se incorporaran representantes estudiantiles al gobierno de las
Universidades, que se desplazaran a algunos de los profesores más tradicionales y que se
introdujeran nuevos contenidos y prácticas. También elaboraron un programa de largo plazo,
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
que desde entonces sirvió de bandera a la actividad política estudiantil, un espacio que
desde entonces sirvió de antesala para la política mayor. El reformismo universitario fue,
más que una teoría, un sentimiento, expresión de un movimiento de apertura social e
intelectual que servía de aglutinante a las ideologías más diversas, desde el marxismo al
idealismo, pero que se nutrió sobre todo del antiimperialismo latinoamericano, todavía difuso, y de la misma revolución rusa, con su apelación a las masas. Se vinculó con otras
vertientes latinoamericanas, creando una suerte de hermandad estudiantil, e inyectó "un
torrente nuevo y vital en los movimientos políticos progresistas.
Pero además, expresaba algunas tendencias hacia las que la nueva sociedad era
particularmente sensible. A pesar de que, avanzando en la década de 1920, los movimientos
sociales contestatarios estaban en declinación, y de que la fuerte movilidad social
desalentaba los enfrentamientos de clase por entonces dominantes en Europa hubo en esta
sociedad una fuerte corriente reformista. Confluyeron en ella diversas experiencias de
cooperación y cambio –desde la de los chacareros aglutinados en sus cooperativas a las de
las sociedades de fomento en los nuevos barrios urbanos– que se alimentaron con las corrientes del pensamiento social y progresista de Europa y dieron el tono a una actitud
reflexiva y crítica acerca de la sociedad y sus problemas. Esta actitud se fue plasmando en
una cierta idea de la justicia social, probablemente alimentada a su vez desde fuentes
ideológicas más tradicionales –como la de la Iglesia– pero igualmente preocupadas por la
necesidad de adaptar las instituciones a una sociedad en cambio. Se trataba de una idea
aún imprecisa, que no alcanzó a concretarse en una representación política eficaz, pero que
circulaba también en el mundo de los trabajadores. Ellos mismos, influidos por la movilidad
social y por las imágenes que ella creaba, se identificaban cada vez en menor medida con
aquel sector segregado de la sociedad que, a principios de siglo, inquietaba a los
intelectuales. No era fácil distinguir, fuera del trabajo, a un obrero ferroviario de un
empleado, o a su hija de una maestra. En las grandes ciudades, y en las áreas rurales
prósperas, se estaba constituyendo una sociedad más caracterizada por la continuidad que
por los cortes profundos.
La aspiración al ascenso individual y a la reforma social son sólo un aspecto de esa
nueva cultura que caracteriza a estos sectores populares, entre trabajadores y medios. Los
cambios en las formas de vida estaban modelando nuevas ideas y actitudes, que resultaron
perdurables. El acceso a la vivienda propia cambió la idea del hogar y ubicó a la mujer –
liberada de la obligación de trabajar– en el centro de la familia, que pronto se reuniría en
torno del aparato de radio. Por un movimiento complementario, las hijas aspiraron a trabajar,
en una tienda o en una oficina, a estudiar, y también a una creciente libertad sexual. Una
cierta holgura económica, y la progresiva reducción de la jornada de trabajo –que junto al
domingo empezó a incluir el "sábado inglés"– aumentó el tiempo libre disponible. Ello explica
el éxito de bibliotecas, conferencias y lecturas, pero también el desarrollo de una gama muy
variada de ofertas para llenarlo.
El teatro había llegado a su apogeo ya hacia 1910. En las ciudades las salas se
multiplicaron, tanto en el centro como en los barrios, y los grandes actores, como Florencia
Parravicini, fueron quizá las primeras figuras que gozaron de una popularidad indiscutida.
Después de la guerra, los gustos se deslizaron del tradicional sainete a la nueva revista, con
"bataclanas" y con canciones. El tango fue definitivamente aceptado por la sociedad, y
despojado de los rastros de su origen prostibulario. El tango-canción y el fonógrafo hicieron
la popularidad de los cantantes, mientras las partituras, junto con los infaltables pianos, lo
afincaron en las casas de clase media. Por entonces se cimentó la popularidad de Enrique
Delfina, Enrique Santos Discépolo y Carlos Gardel, quien sin embargo sólo alcanzó su
consagración popular en la década siguiente, a través de las películas que filmó en el
extranjero. El cine –mudo hasta 1929– ejerció una fuerte atracción; las salas proliferaron en
las ciudades y la cultura popular que se estaba acuñando, quizá marcadamente criolla, se
nutrió de algunos nuevos elementos universales.
Así, los nuevos medios de comunicación multiplicaban su influencia sobre las formas de
vida y sobre las actitudes y valores de esta sociedad expansiva. También operaron sobre la
sensibilidad deportiva, asociada desde principios de siglo con una actitud vitalista y con las
concepciones higiénicas y el placer por el ejercicio y el aire libre, que desde la elite se
habían ido difundiendo en la sociedad. La creación de clubes deportivos fue una de las
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
formas características del impulso asociacionista general. Progresivamente, algunas de sus
actividades se transformaron en espectáculos masivos, que los medios de comunicación
proyectaban desde su ámbito local originario hacia todo el país. En 1931 se constituyó la
Liga Profesional de Fútbol, y de la mano de la radio y la prensa escrita, los clubes de fútbol
porteños agregaron un nuevo elemento de identificación nacional, quizá tan fuerte como los
símbolos patrios o la figura de Hipólito y rigoyen. La tendencia a la homogeneización de la
sociedad, en torno de una cultura compartida por sectores sociales diversos, se acompañó
de un proceso igualmente significativo de diferenciación de funciones.
Una de sus manifestaciones fue la constitución de un mundo intelectual y artístico que,
aunque estuvo impulsado por la creciente demanda cultural de la sociedad, definió una
forma de funcionamiento que le era propia. Como ha puntualizado David Viñas, a diferencia
de los "gentlemen-escritores" de fines de siglo, los artistas y escritores se sintieron
profesionales, y algunos lo fueron plenamente. Tuvieron sus propios ámbitos de reunión –
cafés, redacciones, galerías y revistas– y sus propios criterios para consagrar el mérito o
abominar de la mediocridad. Desde 1924 Buenos Aires tuvo una "vanguardia", iconoclasta y
combativa: ese año Pettoruti trajo el cubismo, Ernest Ansermet introdujo la música
impresionista y se fundó la revista Martín Fierro, que en torno de la estética ultraísta nucleó
a muchos de los nuevos escritores, ansiosos de criticar a los viejos. Otros muchos abrazaron
la consigna del compromiso social y la utopía del comunismo, y entre ambos grupos –
identificados con Florida y Boedo– se entabló una aguda polémica. Los puntos de
coincidencia y los intercambios eran probablemente más que los de oposición, pero lo cierto
es que los intelectuales empezaron a practicar por entonces un nuevo estilo de discusión, en
el que la realidad local resultaba inseparable de la de Europa, Estados Unidos y la propia
Unión Soviética, quizá más idealizada que conocida.
LA ECONOMÍA EN UN MUNDO TRIANGULAR
Con la Primera Guerra Mundial –mucho más que con la crisis de 1930– terminó una etapa
de la economía argentina: la del crecimiento relativamente fácil, sobre rumbos claros. Desde
1914 se entra en un mundo más complejo, de manejo más delicado y en el que el futuro era
relativamente incierto, al punto de predominar las dudas y el pesimismo, que sólo en algunos
círculos se transformaba en desafío para la búsqueda de nuevas soluciones.
La guerra puso de manifiesto en forma aguda un viejo mal: la vulnerabilidad de la
economía argentina, cuyo nervios motores eran las exportaciones, el ingreso de capitales,
de mano de obra, y la expansión de la frontera agraria. La guerra afectó tanto las cantidades
como los precios de las exportaciones, e inició una tendencia a la declinación de los
términos del intercambio. Las exportaciones agrícolas sufrieron primero el problema de la
falta de transportes, pero acabado el conflicto se planteó otro más grave y definitivo: el
exceso de oferta en todo el mundo, y la existencia de excedentes agrícolas permanentes,
que impulsó a cada gobierno a proteger a sus agricultores. Más profunda fue la caída de las
exportaciones ganaderas luego de 1921. Durante la guerra hubo repatriación de capitales,
pero al finalizar ésta fue evidente que los tiempos del flujo fácil y automático habían terminado, pues los inversores de Gran Bretaña y los demás países europeos no estaban ya en
condiciones de alimentarlo. Su lugar fue ocupado por los banqueros norteamericanos, como
Margan, que también estaban comprometidos con los préstamos a Europa, de modo que el
flujo estuvo condicionado a la situación económica general. El país experimentó con
violencia los efectos de la coyuntura europea: vivió una fuerte crisis entre 1913 y 1917, se
recuperó entre ese año y 1921, especialmente porque regularizó su comercio de guerra,
sufrió entre 1921 y 1924 el sacudón de la reconversión de posguerra, y conoció un período
de tranquilidad durante los "años dorados", hasta 1929, que sin embargo bastó para dar el
tono general al período.
La principal novedad fue la fuerte presencia de Estados Unidos que, aquí como en otras
partes del mundo, ocupó los espacios dejados libres por los países europeos, en mayor o
menor medida derrotados en la guerra. La expansión económica de Estados Unidos en la
década de 1920 se manifestó en primer lugar por un fuerte impulso exportador de
automóviles, camiones y neumáticos –para los que la Argentina se convirtió en uno de sus
principales clientes–, fonógrafos y radios, maquinaria agrícola y maquinaria industrial. Para
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asegurar su presencia en un mercado tentador, y saltar por sobre eventuales barreras
arancelarias, las grandes empresas industriales –General Motors, General Electric, Colgate,
entre otras– realizaron aquí inversiones significativas, que al principio se destinaron sólo a
armar localmente las piezas importadas. También avanzaron sobre las empresas de
servicios públicos –electricidad y tranvías– como propietarias y como proveedoras, particularmente de los Ferrocarriles del Estado, los únicos que por entonces crecieron. A diferencia
de las inversiones británicas, y salvo en el caso de la maquinaria agrícola, las
norteamericanas no contribuían a generar exportaciones, y con ellas divisas. Como por otra
parte las posibilidades de colocar nuestros productos tradicionales en Estados Unidos eran
remotas –pese a algunas expectativas iniciales– esta nueva relación creaba un fuerte
desequilibrio en la balanza de pagos, que se convirtió en un problema insoluble.
Por otra parte, la vieja relación "especial" con Gran Bretaña se sostenía sobre bases
mínimas: las compras británicas de cereales y carne, que los británicos pagaban con los
beneficios obtenidos por la venta de mate rial ferroviario, carbón, textiles, y con las
ganancias que daban los ferrocarriles y otras empresas de servicios. Sus insuficiencias eran
cada vez más evidentes: los suministros eran caros, Gran Bretaña no podía satisfacer las
nuevas demandas del consumo y el capital británico era incapaz de promover las
transformaciones que impulsaba el norteamericano. Pero, a la vez, la Argentina carecía de
compradores alternativos, particularmente para la carne, sobre todo después de 1921.
Hostilizados de modo creciente por los norteamericanos –que ya antes de la guerra los
habían desplazado de los frigoríficos– los británicos podían presionar sobre el gobierno
argentino con volcar sus compras a los países del Commonwealth, una alternativa por otra
parte reclamada por quienes querían introducir a Gran Bretaña en el nuevo mundo del
proteccionismo.
En suma, como ha subrayado Arturo O'Connell, la Argentina era parte de un triángulo
económico mundial sin haber podido equilibrar las diferentes relaciones. Manejarse entre las
dos potencias requería de un arte del que el gobierno de Yrigoyen pareció escaso, mientras
que el de Alvear fue, al respecto, más imaginativo y sutil, aunque tampoco encontró la
solución a los problemas de fondo, que probablemente no la tenían. Pero además, se
requería un arte especial para enfrentar las situaciones de crisis, cuando los conflictos entre
las partes se exacerbaban y las pérdidas se descargaban en los actores más débiles: los
productores locales, o quienes trabajaban para ellos. Desde 1912 se había conocido este
tipo de tensiones en la agricultura; desde 1921 se manifestaron en un punto mucho más
sensible y que afectaba a intereses más poderosos: la ganadería.
Gracias a las ventas de carne enlatada, los años finales de la guerra fueron excelentes,
beneficiándose no sólo los ganaderos de la zona central sino los de las marginales, y hasta
quienes criaban ganado criollo. La situación cambió bruscamente a fines de 1920, cuando
los gobiernos euro peas, que habían estado haciendo stock, cortaron sus compras, y los
precios y volúmenes se derrumbaron. Las mayores pérdidas fueron sufridas por los
ganaderos de las zonas más distantes, mientras que quienes poseían las tierras de
invernada y suministraban el ganado fino para ser enfriado –y para el que se conservó una
cuota– lograron sortear en parte las dificultades. La crisis –que terminó de definir la
diferenciación entre criadores e invernadores– desató conflictos que en épocas de bonanza
se disimulaban, frente a los cuales el gobierno de Yrigoyen reaccionó tarde y mal. En 1923,
por presión de los criadores y con e! respaldo de! presidente Alvear, el Congreso sancionó
un conjunto de leyes que los protegían, en desmedro tanto de los consumidores locales
como de los frigoríficos. La oposición de éstos y de sus voceros políticos –los socialistas–
fue de escasa significación, pero la resistencia de los frigoríficos resultó demoledora:
interrumpieron sus compras y en pocos meses obligaron al gobierno a suspender las leyes
sancionadas.
El episodio probó el enorme poder de los frigoríficos, y de los grandes ganaderos
directamente asociados con ellos, que resultó confirmado poco después. En los primeros
años de la posguerra los ganaderos se ilusionaron con la posibilidad de colocar sus
productos en Estados Unidos -lo que hubiera solucionado al menos en parte el problema de
la balanza desfavorable-, pero a fines de 1926 e! gobierno de aquel país, con el argumento
del peligro de la fiebre aftosa, decidió prohibir cualquier importación de la Argentina. Gran
Bretaña esgrimió una amenaza similar, logrando de los aterrorizados hacendados la
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aceptación de que la vuelta al bilateralismo era la única solución, para ellos y para el país.
La Sociedad Rural invitó ahora a restringir en general la presencia norteamericana en la
economía, y lanzó la consigna de "comprar a quien nos compra", lo que implicaba defender
las importaciones y las inversiones británicas y hacer pagar sus costos al conjunto de la
sociedad.
Las cuestiones relacionadas con la agricultura despertaban menos preocupaciones, pese
a que, como consecuencia de la crisis ganadera, hubo un notable vuelco hacia esa
actividad. La frontera agropecuaria pampeana se estabilizó en 50 millones de hectáreas; la
agricultura creció en ella enormemente, así como su papel en las exportaciones. Se inició
entonces un largo período de estabilidad, una suerte de meseta sin el crecimiento
espectacular previo pero también sin los problemas y el estancamiento posteriores a 1940.
La expansión se proyectó en esos años hacia las zonas no pampeanas, en las que el gobierno, impulsado por e! ministro Le Bretón, encaró una vigorosa empresa de colonización que
absorbió los excedentes de población rural pampeana, así como nuevos contingentes
migratorios. Así entraron en producción la zona frutícola del valle del Río Negro, la yerbatera
de Misiones y, sobre todo, la región algodonera del corazón de! Chaco, que habría de tener
importancia decisiva en el futuro crecimiento de la industria textil Los observadores no se
engañaban acerca de esta calma, pues para todos estaban visibles los límites que suponía
tanto un mercado mundial cada vez más difícil como el fin de las ventajas comparativas
naturales, por el cierre de la frontera agropecuaria y el encarecimiento de la tierra. A eso se
sumaba la escasez de inversiones, salvo en la mecanización de la cosecha, que solucionó el
problema de la reducción en la mano de obra disponible, sobre todo por la desaparición
progresiva de los migrantes "golondrinas". La pauta de conducta que hacía preferible
mantener la liquidez de! capital y oscilar entre distintas posibilidades de inversión, acuñada
en la etapa anterior y amplificada por la diversificación de la economía –que hasta entonces
había impulsado eficazmente el crecimiento–, dejó de cumplir esa función en las nuevas
condiciones del mercado mundial. Tulio Halperin señaló esa conciencia incipiente de los
males, y a la vez, la escasa propensión a hacer algo para enfrentarlos de parte de una
sociedad que, en cambio, empezaba a interesarse en la cuestión industrial.
La guerra había tenido efectos fuertemente negativos sobre la industria que se había
constituido en la época de la gran expansión agropecuaria: dependiente en buena medida de
materias primas o combustibles importados, no pudo aprovechar las condiciones naturales
de protección creadas por el conflicto. Pero apenas éste concluyó, comenzó una sostenida
expansión, que se prolongó hasta 1930, caracterizada por la diversificación de la producción, que alcanzó así a nuevas zonas del consumo. Los contemporáneos atribuyeron en
buena medida estos cambios a la elevación de los aforos aduaneros establecida por Alvear
en 1923, pero probablemente fueron las ya citadas inversiones norteamericanas el principal
factor de esa expansión, que alentó también a inversores locales. Entre otros casos
similares, Bunge y Born, la principal casa exportadora de granos, instaló por esos años la
fábrica de pinturas Alba, y en la década siguiente la textil Grafa. En buena medida, las
nuevas industrias se equiparon con maquinaria norteamericana. Mientras éstos trataban de
conquistar simultáneamente un mercado apetecible y parte de las divisas generadas por las
exportaciones a Gran Bretaña, los sectores propietarios locales comenzaron a deslizarse
hacia una actividad que parecía más dinámica que las tradicionales. Por entonces el tema
de la industria empezó a instalarse en el debate, y constituyó e! eje del discurso del más
lúcido buceador de la economía argentina de entonces, Alejandro Bunge, inspirador de la
reforma arancelaria de Alvear. Es posible, como ha planteado Javier Villanueva, que en
escala limitada tal reforma apuntara a alentar –mediante alguna traba al comercio– las
inversiones norteamericanas sin aumentar los conflictos con Gran Bretaña, preocupada tanto
por el destino de las divisas como por la creciente competencia en algunos rubros de su
antiguo negocio, y particularmente los textiles. De este modo, la incipiente corriente
industrialista agregó un nuevo elemento al debate central sobre las relaciones entre nuestro
país y sus dos metrópolis, y de momento al menos, quienes vislumbraban en el crecimiento
industrial el camino del futuro carecieron de peso para imponer sus convicciones. La propia
Unión Industrial se sumó al grupo de los partidarios de "comprar a quien nos compra", una
fórmula que, por otra parte, había sido acuñada por el embajador británico.
Ni la cuestión agraria ni la industrial estaban en el centro de la preocupación de los
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gobernantes, mucho más angustiados por los problemas presupuestarios. La guerra había
puesto en evidencia la precariedad del financiamiento del Estado, apoyado básicamente en
los ingresos de Aduana y en los impuestos indirectos y respaldado por los sucesivos
préstamos externos. Todo ello se redujo fuertemente en los dos períodos de crisis, y coincidió con el advenimiento de la administración radical, que por diferentes motivos debía
encarar gastos crecientes. El gobierno de Yrigoyen necesitó primero recursos para su
política social y luego para la amplia distribución de empleos públicos, que constituyó su
principal arma política en los últimos años. Desde 1922, Alvear empezó con una política
fiscal ortodoxa y redujo fuertemente los gastos hasta que, por necesidades de la lucha
interna con el yrigoyenismo, debió apelar –aunque más moderadamente– a la misma
distribución de puestos que su antecesor, quien cuando volvió al poder, en 1928, hizo uso
generoso de ese recurso. En ambos casos, los gastos del Estado aumentaron respecto de
épocas anteriores, pero sobre todo su composición difirió sustancialmente, reduciéndose la
parte de inversiones en beneficio de los gastos de administración, donde los empleados
públicos pesaban fuertemente.
En cualquier caso, era claro que el Estado debía buscar otra forma de financiar sus
gastos. Inspirándose en reformas similares emprendidas en Francia e Inglaterra, Yrigoyen
propuso en 1918 un impuesto a los ingresos personales. El Congreso prácticamente no lo
trató entonces, ni en 1924, cuando Alvear insistió en la idea. En cambio, hubo un amplio
debate en aquellos círculos donde se estaban discutiendo las cuestiones del futuro y Alejandro Bunge, entusiasta sostenedor de la idea, le consagró un amplio espacio en la Revista
de Economía Argentina. Se trató de una discusión elevada y principista, donde se
analizaban las cuestiones de libertad, equidad y justicia social que por entonces se debatían
en Europa. Es posible que allí se generara el consenso que luego llevó a su rápida
aprobación en 1931, luego ya de la crisis y de la caída de Yrigoyen. Pero por entonces las
razones del bloqueo parlamentario fueron más pedestres:" los opositores se negaban a
cualquier legislación que diera al presidente más recursos que, según suponían, se volcarían
en menesteres electorales.
DIFÍCIL CONSTRUCCIÓN DE LA DEMOCRACIA
El frustrado debate fiscal ejemplifica las dificultades para constituir un sistema
democrático eficiente, en el que las propuestas pudieran discutirse racionalmente y donde
los distintos poderes se contrapesaran en forma adecuada. La reforma electoral de 1912
proponía a la vez ampliar la ciudadanía, garantizar su expresión y asegurar el respeto de las
minorías y el control de la gestión. En ninguno de estos aspectos los resultados fueron
automáticos, o siquiera satisfactorios. Respecto de la participación electoral, la masa de
inmigrantes siguió sin nacionalizarse, de modo que los varones adultos que no votaban eran
tantos o más que los que podían hacerlo; esta cuestión sólo se resolvió de manera natural,
con el tiempo y el fin de la inmigración. Pero incluso entre los posibles votantes la
participación no fue masiva: en 1912 –quizá por efecto de la novedad– alcanzó el 68% en
todo el país, pero enseguida cayó a algo más del 50%, tocando fondo en 1924, con el 40%;
sólo en 1928 –con la elección plebiscitada de Yrigoyen– repuntó espectacularmente, con
valores que desde entonces se mantuvieron, en torno del 80%. Concedida, antes que
conseguida, la ciudadanía se constituyó lentamente en la sociedad. Las múltiples y diversas
asociaciones de fines específicos que la cubrieron -desde las fomentistas urbanas hasta las
cooperativas rurales– contribuyeron a la gestación de experiencias primarias de
participación directa, y al desarrollo de las habilidades que, por otra parte, la política
requería: hablar y escuchar, convencer, ser convencido, y sobre todo acordar. También
contribuyeron a otra experiencia importante: la gestión ante las autoridades, la medición entre las demandas de la sociedad y el poder político. Funciones similares cumplieron los
comités o centros creados por los partidos políticos, que fueron cubriendo densamente la
sociedad a medida que la práctica electoral se convertía en rutina. En buena medida
funcionaban al viejo estilo: un caudillo repartía favores –tanto mayores cuanto más directa
fuera su conexión con las autoridades– y esperaba así poder influir en el voto de los beneficiados. Los radicales, naturalmente, pudieron expandir, gracias al apoyo oficial, esta red
clientelar que de .todos modos ya habían constituido en el llano. El propio gobierno utilizó
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los comités para desarrollar algunas políticas sociales masivas, que aunque tenían claras
finalidades electorales apuntaban a una nueva concepción de los derechos ciudadanos: la
carne barata, o carne "radical", y también el pan o los alquileres. En cierto modo –sobre todo
entre los socialistas– apuntaban a la educación y a la integración del ciudadano y su familia
en una red de sociabilidad integral: capacitación, entretenimiento, cultura ... Pero en todos
los casos contribuyeron a desarrollar las capacidades políticas. En ese ambiente se formó el
nuevo ciudadano, educado y consciente de sus derechos y de sus obligaciones, y
progresivamente se fue revelando la dimensión política de todas las actividades, de modo
que gradualmente la brecha entre la sociedad y el Estado se fue cerrando.
El crecimiento de los partidos da la medida del arraigo de la nueva democracia. La Unión
Cívica Radical fue el único que alcanzó la dimensión del moderno partido nacional y de
masas. Templado en una larga oposición, y constituido para enfrentarse al régimen, pudo
funcionar eficazmente aun lejos del poder. Basado en una extensa red de comités locales,
se organizó escalonadamente hasta llegar a su Convención y su Comité Nacional; una carta
orgánica fundamentaba su organización, y su doctrina era, ni más ni menos, la de la
Constitución, como gustaba de subrayar Yrigoyen. Pero además el partido demostró una
preocupación muy moderna por adecuar sus ofertas a las cambiantes demandas de la gente.
Quizá la expresión más acabada de su modernidad fue su capacidad para suministrar una
identidad política nacional, la primera y la más arraigada, en un país cuyos signos
identificadores comunes eran todavía escasos. Pero esa modernidad se asentaba en
elementos muy tradicionales: toda la compleja organización institucional pesaba poco frente
al liderazgo de Yrigoyen, y en la identificación de sus seguidores, el partido se fundía con su
figura. Caudillo silencioso y recatado, que se mostraba poco y que jamás hablaba en
público, empezó luego a estimular una suerte de culto a su persona: el país se llenó de sus
retratos, de medallones, de mates con su imagen, en los que la gente identificó al presidente
con un apóstol o un mesías.
El Partido Socialista también tenía una organización formal y cuerpos orgánicos, y
además tenía un programa, pero carecía de dimensión nacional, pues aunque logró algún
arraigo en Mendoza, Tucumán o Buenos Aires, casi toda su fuerza estaba concentrada en la
Capital. Allí, gracias a la penetración de su red de centros, y a su éxito en ofrecer una
alternativa de control al gobierno, compitió palmo a palmo con el radicalismo y lo venció a
menudo. El Partido Demócrata Progresista, por su parte, arraigó entre los chacareros del sur
de Santa Fe y de Córdoba, así como en la ciudad de Rosario; junto con los temas agrarios
desarrolló los de la limpieza electoral, y tuvo un cierto peso en la Capital. Los partidos de
derecha sólo se constituyeron en el nivel provincial; aunque el Partido Conservador de la
provincia de Buenos Aires ejerció un liderazgo reconocido, y pudieron ponerse de acuerdo
para las elecciones presidenciales, no se llegó a estructurar una fuerza nacional estable,
quizá porque tradicionalmente esto se había logrado a través de la autoridad presidencial.
En las elecciones nacionales, la UCR obtuvo algo menos de la mitad de los votos, aunque
en 1928, cuando Yrigoyen fue plebiscitado, se acercó aI60%. Los conservadores reunidos
obtuvieron entre el 15 y el 20% y lo socialistas entre el 5 Y el 10%, con excepción de 1924 –
el año de la mayor abstención– en que ascendieron al 14%. Los demócratas progresistas
tuvieron una evolución similar, aunque con cifras algo menores. Así, la UCR fue en realidad
el único partido nacional, y sólo enfrentó oposiciones, fuertes pero locales, en cada una de
las provincias, incluyendo grupos escindidos de su tronco, como el bloquismo sanjuanino o
el lencinismo mendocino.
La participación, finalmente, arraigó y se canalizó a través de los partidos, como lo
testimonian las cifras de 1928 y la intensa politización previa de toda la sociedad. que
finalmente estaba haciendo uso de la democracia. Pero en cambio el delicado mecanismo
institucional, que también es propio de las democracias, no llegó a constituirse plenamente,
y la responsabilidad le cupo a todos los actores.
La reforma electoral preveía un papel importante para las minorías, de control del
Ejecutivo desde el Congreso. Esa relación, que de algún modo podía remitirse a las
prácticas institucionales anteriores, se mezclaba con otra nueva, que debía aprenderse,
entre el presidente y la oposición. Si bien las relaciones del gobierno con los sectores
tradicionales no fueron malas al principio –cinco de los nuevos ministros eran socios de la
Sociedad Rural–, las que mantuvo con la oposición política fueron desde el principio
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difíciles. Yrigoyen comenzó su gobierno con un Parlamento hostil, al igual que la mayoría de
los gobiernos provinciales, y buena parte de su estrategia se dirigió a aumentar su escueto
poder. Para ganar las elecciones, usó ampliamente el presupuesto. del Estado, repartiendo
empleos públicos entre sus "punteros", aunque en Buenos Aires la competencia con los
socialistas lo llevó a emplear métodos más modernos. En 1918 logró obtener la mayoría en
la Cámara de Diputados, pero la clave seguía pasando por el control de los gobiernos
provinciales, decisivos a la hora de votar. No vaciló en intervenir las provincias desafectas,
organizando luego elecciones en las que triunfaban sus candidatos, y así su poder aumentó
considerablemente, aunque nunca logró afirmarse en el Senado, y tropezó con dificultades
imprevistas en Diputados, donde los legisladores opositores empezaron a encontrar aliados
en muchos radicales que no aceptaban los métodos del presidente.
Yrigoyen planteó un conflicto con el Congreso desde el primer día de su mandato, cuando
descartó la tradicional ceremonia de la lectura del mensaje, y envió una breve comunicación,
que leyó un secretario. Simbólicamente, desvalorizaba al Congreso y desconocía su autoridad, del mismo modo que lo hizo todas las veces que aquél, por la vía de la interpelación,
intentó controlar sus actos: el presidente y sus ministros no sólo no asistieron sino que le
negaron injerencia en los actos del Ejecutivo. Este cortocircuito institucional fue más
evidente aún con las intervenciones federales. Durante los seis años se sancionaron
diecinueve, y sólo Santa Fe no fue intervenida nunca. Sólo en cuatro ocasiones se solicitó
una ley parlamentaria para intervenir provincias administradas por radicales, en las que
había que terciar en conflictos internos. En quince ocasiones se hizo por decreto, ignorando
al Congreso, para eliminar gobiernos adversos y "dar vuelta" situaciones provinciales. El
método, en nada diferente al de Juárez Celman o Figueroa Alcorta, fue exitoso: en 1922 el
oficialismo sólo perdió en dos provincias.
Si Yrigoyen reiteraba prácticas muy arraigadas, que otros retomarían luego, su
justificación era novedosa: el presidente debía cumplir un mandato y una misión, la
"reparación", para la que había sido plebiscitado, y eso lo colocaba por encima de los
mecanismos institucionales. Quizá por eso el "apóstol" empezó a ser deificado por sus
seguidores. Más allá del contenido de esa reparación, lo cierto es que los mecanismos
democráticos difícilmente pudieron arraigar en ese clima de permanente avasallamiento
autoritario.
Es curioso que quienes se convirtieran en custodios de la pureza institucional fueran
aquellos que," en otras ocasiones antes y después, manifestaron escaso aprecio por dichos
mecanismos. Lo cierto es que tanto conservadores como radicales disidentes –encabezados
por el hábil Vicente Gallo– se hicieron fuertes en la defensa del orden institucional, y lo
hicieron enconadamente, junto con socialistas y demoprogresistas, v, hasta salieron a la
calle, en el agitado año de 1918, para reclamar por sus fueros. De ese modo, mientras el
radicalismo y su caudillo hacían una contribución sustancial a la incorporación ciudadana a
la vida política –en un estilo tradicional y moderno a la vez– fallaban no sólo en el
afianzamiento sino en la puesta en valor ante la ciudadanía del sistema institucional
democrático.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
RIC ARDO F AL CÓ N
" N u e v a H i s t o r i a Ar g e n t i n a : D e m o c r a c i a , C o n f l i c t o S o c i a l y R e n o v a c i ó n d e I d e a s ( 1 9 1 6 - 1 9 3 0 ) "
E di t or i al Su dam er i c ana
LA CIUDAD Y LA VIVIENDA COMO ÁMBITOS DE LA POLÍTICA Y LA PRÁCTICA
PROFESIONAL POR ANA MARÍA RIGOTTI
Durante los gobiernos radicales la ciudad y la vivienda fueron gradualmente incorporadas
como una esfera más de intervención pública en procura de una regulación rudimentaria de
los mercados, las actividades económicas y las relaciones sociales. El desarrollo productivo
de algunas regiones geográficas, la expansión urbana y el acceso a la propiedad fueron
identificados como potenciales campos de reforma. Reformas que, si bien no alcanzaron a
constituirse en un eje significativo de las políticas del Estado nacional, colorearon la disputa
partidaria, estimularon la profesionalización de los técnicos e introdujeron cambios notables
en el mercado inmobiliario, la ocupación del territorio y el habitar cotidiano de una clase
media de creciente importancia. Simultáneamente los profesionales —arquitectos,
ingenieros, urbanistas— ganaron espacio en las decisiones institucionales e introdujeron
nuevos recursos interpretativos y operativos, con la promesa de transformar prácticas hasta
ese momento inorgánicas y libradas a la iniciativa privada.
LA INERCIA DE LA ESTRUCTURA
Entre 1916 y 1930 se verificó una relativa continuidad del esquema espacial consolidado
a principios del siglo y funcional a la incorporación del país al mercado mundial. Sin
embargo, la notable reducción de la dinámica comercial durante la Primera Guerra Mundial y
la posterior caída de nuestras exportaciones (debido al desarrollo agropecuario en los
países centrales) mostraron la obsolescencia de un territorio diseñado como un embudo
para canalizar los productos pampeanos y distribuir las importaciones, del que sólo
quedaban excluidos algunos sistemas mercantiles arcaicos del área andina. El incremento
del intercambio con Estados Unidos y la tímida alineación con las políticas panamericanistas
también incidieron en un cambio de perspectivas respecto al orden geográfico. El Estado
sólo logró concretar algunas iniciativas tendientes a perfeccionar la estructura territorial,
fundamentalmente la expansión de las tierras cultivables hasta el límite ecológico de la
pampa y la incorporación económica de algunas regiones marginales mediante la
monoproducción.
Los índices demográficos son indicadores rudimentarios, pero ilustrativos, de esta
continuidad del orden espacial y de los intentos inorgánicos de transformación. Los censos,
a pesar del extraordinario vacío entre 1914 y 1947, muestran la continuidad de los procesos
de concentración de la población, los mercados y los servicios en el Litoral respecto al país,
en las ciudades respecto al campo, y en la Capital Federal y los nuevos centros industriales
del Gran Buenos Aires (Avellaneda, San Martín y Tigre) respecto a otros centros urbanos.
Más notable aún es el crecimiento relativo de ciertos núcleos regionales. Chaco cuadruplicó
su población gracias a nuevas empresas colonizadoras y a la explotación del quebracho
(compensada con el auge del algodón luego de las crisis de 1919 y 1925) en tierras
"liberadas" de manos de los indios y vinculadas por recientes conexiones ferroviarias.
Misiones creció con la colonización privada de tierras enajenadas a bosques particulares
sobre el alto Paraná con inmigración polaca y alemana. Lo mismo ocurría en Río Negro
luego de la fundación de Villa Regina y la plantación intensiva de frutales. Para esta región
también resultó decisiva la fundación del Parque Nahuel Huapi por el perito Francisco P.
Moreno y la acción de la Comisión Pro Parques Nacionales del Sur, que organizó las
primeras excursiones en 1924.
El poblamiento de Santa Cruz y Chubut estuvo vinculado al desarrollo del ganado lanar y
al establecimiento de frigoríficos en Río Grande, Puerto Deseado, San Julián y Río Gallegos.
El de Jujuy y Tucumán, a la expansión del cultivo de la caña de azúcar que, luego de un
estancamiento entre 1915/19, repuntó en la segunda mitad de los años '20. Otro factor
reequilibrante fue la industria petrolera, en cuyo desarrollo tuvo fundamental incidencia la
creación de Yacimientos Petrolíferos Fiscales en 1922, que fijó precios, reglamentó las
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adquisiciones de las empresas privadas, amplió la flota de barcos y sumó a la explotación de
Comodoro Rivadavia los yacimientos de Plaza Huincul, Salta (descubierto en 1926), Jujuy y
Mendoza, construyendo en estos puntos comedores, hospitales y viviendas que estimularon
la radicación de población.
Los índices también muestran una alteración sustancial en los factores de crecimiento
demográfico: las mejoras en los índices de mortalidad eran contrarrestadas por una
"alarmante" disminución de la natalidad y de los aportes inmigratorios y, consecuentemente,
de los coeficientes de crecimiento vegetativo. Esta situación causó no poca inquietud,
alcanzando su punto más álgido durante la guerra (con inmigrantes que retornaban a luchar
o atraídos por una suba de salarios que se extendió a los trabajos de reconstrucción) y
contribuyó a un desplazamiento de la preocupación hacia los migrantes internos. La
mortandad infantil en las provincias del noroeste, las "debilidades raciales" debidas a
enfermedades endémicas y la eugenesia como nuevo saber auxiliar de las políticas del
Estado fueron tópicos recurrentes en la época.
La drástica reducción de las importaciones sólo se extendió hasta 1918, pero bastó para
estimular un desarrollo notable de la industria liviana y de la producción de ciertos materiales
como el cemento. Y si bien este incipiente desarrollo manufacturero no logró consolidarse y
retrocedió con la renovación del comercio exterior, al concentrarse en pocos puntos
vinculados a los grandes mercados de consumo y mano de obra del Litoral, reforzó el
desequilibrio regional ya enunciado.
Para concluir es necesario señalar las ya evidentes debilidades del ferrocarril como
sistema excluyente de transporte y vertebrador de esta estructura regional. Su decadencia,
coincidente con la de otras redes mundiales, se vio agravada por los efectos de la Ley Mitre
de 1907. A partir de esa fecha no hubo nuevos emprendimientos ni extensiones de
importancia, los únicos ramales construidos fueron los de la red patagónica de Ferrocarriles
del Estado que vinculaba Carmen de Patagones con Bariloche, Puerto Madryn con Las
Plumas, Comodoro Rivadavia con Colonia Sarmiento y Puerto Deseado con Las Heras.
Como alternativa a un sistema que parecía agotado se discutieron políticas de desarrollo vial
convergentes con las estrategias norteamericanas formalizadas en el Primer Congreso
Panamericano de Carreteras que se realizó en Buenos Aires en 1925. Sin embargo, el
desarrollo vial fue casi nulo. El proyecto de una Ley Nacional de Carreteras presentado en
1925 quedó reducido a la ley N° 5.315, que destinaba el 3% de las ganancias líquidas de las
empresas ferroviarias (debidamente compensadas con la exoneración de las tasas urbanas)
al desarrollo de una red caminera que se limitó a la construcción de caminos convergentes a
las estaciones ferroviarias preexistentes, reforzando el sistema vigente.
UNA NUEVA GEOGRAFÍA URBANA
Lo que caracteriza el período no es el crecimiento demográfico de las grandes ciudades,
sino la notable extensión de las plantas urbanas y un nuevo tipo de agregación física, social
y de servicios. Se modificaron los usos del espacio público, los modos de sociabilidad y
participación política, con una fuerte impronta de los lugares de residencia. Este proceso
coincidió con la extensión de la escolaridad, la reducción de la jornada laboral y la
redefinición de la estructura familiar, promoviendo la emergencia de un nuevo grupo social:
los sectores populares.
La extensión urbana fue impulsada desde principios de siglo para disolver los efectos de
la pobreza y la politización obrera, y recuperar los núcleos históricos como centros
representativos y de residencia de las clases medias y altas. La localización periférica de las
industrias y los inmigrantes-obreros se justificaba como solución para "los que menos
tienen". Las promesas de acceso a "la casita propia con jardín" y la aparente "sensibilidad
social" de los pagos en cuotas parecían confirmarlo. Sin embargo, y más allá de las
"pingües" ganancias para los que lucraban con la ciudad, deben leerse como un intento
logrado de segregación cuyos efectos de "pacificación e integración social" resultaron
evidentes en estos años.
Hasta 1910 se podía hablar de ciudades compactas (donde convivían las casonas de los
pudientes con los conventillos e inquilinatos) y de arrabales sobre la costa o en torno de
algunos núcleos industriales (el Riachuelo en Buenos Aires, la Refinería en Rosario). Desde
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
ese núcleo central, una serie de lenguas avanzaba sobre el territorio hacia pueblos
autónomos fundados en las últimas décadas del siglo pasado en torno de los necesarios
servicios y espacios públicos, y asociados a concesiones tranviarias o ferroviarias. Nos
referimos a Flores y Belgrano en Buenos Aires; a El Saladillo, Fisherton, Alberdi, Eloy
Palacios en Rosario; a Pueblo Nuevo, El Abrojal, General Paz, Alta Córdoba y San Vicente
en Córdoba; a barrio Candiotti en Santa Fe, y a Playa Grande y Las Avenidas en Mar del
Plata. Pueblos de recreo o suburbios residenciales para los que podían costear el transporte
al centro, integrados al ejido a principios de este siglo. Les siguió una segunda ola de
urbanizaciones a lo largo de los mismos ejes circulatorios y más próximos al centro (San
Cristóbal Sur, Almagro, Caballito, Bajo Belgrano, Palermo, Villa Crespo en Buenos Aires;
Arroyito, Sorrento, La Florida, Godoy, Arrillaga en Rosario; El Campito, Barrio Centenario en
Santa Fe; Argüello en Córdoba; las expansiones al norte y oeste de la ciudad nueva en
Mendoza), que lucraron con el camino abierto por esos primeros empresarios o resultaron de
la expansión gradual de la trama medianamente consolidada.
Esta estructura de núcleo y seudópodos se colocaba sobre una grilla de calles que sólo
tenía entidad en el papel y que cubría en forma regular todo el territorio de las ciudades.
Definida por los "planos de extensión" confeccionados por las oficinas municipales, esta
cuadrícula salvaba con indiferencia bañados, arroyos y barrancas, ignorando las grandes
instalaciones ferroviarias o industriales y colisionando sin conflictos con lógicas previas de la
propiedad de la tierra. Una trama omnipresente y rudimentaria que hizo posible la
subdivisión y comercialización de la tierra rural como tierra urbana y estimulo la extensión de
la planta en manos de pequeños inversores privados, asegurando la eventual continuidad de
las calles, y con ella, el acceso y la participación en el espacio público de una ciudad
entendida como neutra unidad. Una red vial universal tras cuya uniformidad Adrián Gorelik
ha leído una promesa de equidad e integración, una manera de conducir esa sociedad
convulsionada y heterogénea hacia una comunidad de pequeños propietarios; soporte
material y metáfora de esa ciudadanización inducida mediante la universalización de los
derechos públicos promovida por el reformismo oligárquico de principios de siglo.
ENTRE EL CENTRO Y LOS BARRIOS
La expansión de la ciudadanía a través del lote a plazos y la casita autoconstruida
requería de la puesta en uso urbano de ese informe campo de nadie que se extendía entre
el centro consolidado y los pueblos suburbanos, y que se confrontaba con una barrera
concreta: la viabilidad. Por viabilidad entendemos el trazado efectivo de esas calles
representadas con líneas de trazos en los planos municipales, haciéndolas permeables a la
circulación y a la extensión efectiva de los servicios. Calles que debían franquear una red
ferroviaria caótica y tierras subdivididas en fracciones heterogéneas en su dimensión y
potencial urbano, como eran heterogéneos los intereses de los propietarios que se
"interponían" entre las vías de circulación y los potenciales loteos. Los márgenes reducidos
de rentabilidad y las contradicciones entre el trazado teórico y la forma de las propiedades
atrasaban la decisión de lotear y poner en viabilidad al siguiente propietario. La superación
de estas dificultades no podía quedar en manos del empresario individual ni de municipios
con presupuestos exiguos: sólo podía ser una obra involuntariamente colectiva, inducida
desde una gestión local capaz de imaginar recursos de promoción indirecta.
Las medidas fueron múltiples y variadas, demostrando la coincidencia de los intereses
económicos y la imaginación política en la expansión de la planta urbana como recurso para
el progreso —aparentemente— de todos. El principal fue la autorización de la apertura de
pasajes subdividiendo las manzanas y duplicando el número de lotes frentistas de menor
profundidad para facilitar su venta. Su atractivo aumentaba con ordenanzas por las cuales
se exoneraba la edificación de viviendas económicas periféricas del pago de derechos de
construcción y de la supervisión de técnicos. Asimismo fueron importantes la concentración
de la inversión municipal en la extensión del pavimento y el alumbrado público, el traslado
de los mataderos municipales e insalubres, e iniciativas tendientes a reducir los costos del
habitar periférico: el boleto obrero y la promoción del colectivo como sistema más flexible
para penetrar en esas áreas intermedias a urbanizar acompañando, y construyendo, la
demanda. Un similar sentido de estímulo hubieran tenido las diagonales de los planos de
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
Joseph Bouvard para Buenos Aires (1909) y Rosario (1911), comunicando los escasos
núcleos suburbanos efectivamente poblados.
En la medida en que el mercado de tierras se ampliaba más allá de la demanda real,
fueron necesarios otros recursos para guiar una descentralización selectiva de esa periferia
interna anodina y establecer criterios de prioridad para la expansión de los servicios
urbanos. La creación de espacios verdes equipados con juegos infantiles, la habilitación de
un sistema de mercados y ferias francas y los proyectos de bibliotecas populares,
guarderías, unidades sanitarias y escuelas de artes y oficios, estuvieron pensados para
acompañar y estimular la incipiente densificación suburbana. Otros recursos mayores para la
promoción a partir de la diferencia fueron la red de parques (los tempranos parques
Patricios, Sur y Chacabuco en Buenos Aires, el San Martín, el Ludueña y el bosque La
Florida en Rosario, el J. B. Justo en Santa Fe, el Urquiza y del Solar en Mar del Plata, la
avenida Costanera en Mendoza), los barrios de casas económicas financiados desde el
gobierno municipal, la autorización de urbanizaciones de calles curvas y plantas
concéntricas, o los retiros obligatorios en zonas publicitadas como "barrios jardín".
Si bien todas estas medidas eran enunciadas con el mismo criterio de homogeneidad en
la distribución que había guiado los "planos de extensión" de décadas anteriores, su
prioridad estuvo muchas veces determinada por demandas específicas. Demandas de
grandes propietarios que "donaban" tierras de cota baja para plazas y parques con la
intención de estimular la venta de las parcelas adyacentes, de "asociaciones de vecinos"
formadas por grandes propietarios con intereses comunes (Amigos de la Ciudad, Pro
Fomento Edilicio, de Propaganda y Fomento o Pro Mar del Plata, para nombrar algunas) o
de las cada vez más numerosas sociedades de fomento, promovidas desde el gobierno
municipal para regular las demandas y consolidar liderazgos naturales a escala local, que
luego habrían de ser cooptados por los aparatos partidarios.
EL URBANISTA COMO NUEVO EXPERTO: PROMESAS DE REFORMA Y NUEVA
CENTRALIDAD
La expansión de la planta urbana no era el único modelo de ciudad. Disputaba con otro
proyecto que alentaba la concentración y la centralidad cuyos antecedentes pueden
rastrearse varias décadas atrás, por ejemplo en la propuesta de Madero para el puerto de
Buenos Aires o en las iniciativas de Ramón Araya que fijaban límites a la creación de nuevos
barrios y bregaban por una mayor incidencia de los técnicos, en Rosario.
Este proyecto de una ciudad unitaria con límites precisos —burocrática y comercial— era
defendido por los propietarios céntricos que, desde un discurso de condena moral a la
especulación, cuestionaban la expansión ilimitada de servicios e infraestructuras que
"beneficiaba a pocos" y debía ser costeada "por todos", en realidad por sus contribuciones
territoriales. Este sector veía amenazadas sus ganancias por la ampliación del mercado de
tierras y el acceso a pequeñas viviendas periféricas financiadas por los numerosos bancos
hipotecarios del momento como El Hogar Argentino, La Constructora Nacional, el Banco
Edificador Santafesino, el Constructor de Córdoba o La Plata, el Banco del Bien Raíz, La
Casa Popular Propia, etcétera. Cuestionaban las extensiones de pavimento, los pasajes y
las urbanizaciones sin servicios, e incluso propusieron un gravamen a las tierras baldías,
suscribiendo algo tan alejado de sus intereses como el reformismo de Henry George.
Las palabras e imágenes en juego —costaneras, parkways, parksystems, servidumbres
edilicias y arquitectónicas, barrios jardín— se nutrían de una nueva disciplina urbanística
cuyos principios habían alcanzado difusión internacional y que —abandonando el restringido
repertorio de diagonales y puntos focales del "arte urbano"— pretendía proyectarse como
nueva profesión. Los escasos expertos locales paliaban la falta de credenciales con una
asidua presencia en los periódicos y las salas de conferencias, difundiendo entre
intendentes, empresarios y "fuerzas vivas" promesas de racionalidad en las inversiones
públicas, gobernabilidad de los mercados inmobiliarios y, por qué no, bienestar, salud y
sosegada felicidad entre las gentes del pueblo. Técnicos, políticos y propietarios llegaron a
coincidir en la figura del plan regulador como instrumento capaz de otorgar respaldo
"científico" a la gestión de la ciudad, controlar las tendencias expansivas del crecimiento
urbano, redefinir el sistema circulatorio adecuándolo al tráfico automotor, expulsar las
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
actividades disfuncionales y resistir los "atropellos" de las empresas concesionarias de
servicios, cuyos enclaves en las áreas centrales se habían transformado en una "rémora
para el progreso edilicio".
Los primeros "planos de embellecimiento y extensión" proyectados por Joseph Bouvard
para Buenos Aires (1909) y Rosario (1911) y por Benito Carrasco para Mendoza (1915)
fueron cuestionados por sus "perspectivas esteticistas ya superadas". Se comenzó a difundir
un nuevo concepto de urbanismo racional y razonable, atento a la particularidad del contexto
físico y social, y nutrido en la experiencia y las normas francesas y alemanas. Una primera
experiencia fue el proyecto de una Comisión de Estética Edilicia para Buenos Aires durante
la intendencia de Carlos Noel (1925), integrando proyectos parciales anteriores en un "plan
orgánico de reformas" que redefinía a la ciudad con relación a una ribera redescubierta en
sus dimensiones escénicas y ganada a las actividades productivas. Mediaba entre los dos
modelos de ciudad en conflicto. Por una parte, apostaba a fortalecer la centralidad con un
bordado de focos monumentales sobre una red de diagonales y ensanches que vinculaba el
área central con un sistema de barrios parque (sumergidos en una costanera parquizada) y
una avenida de circunvalación que —como muralla— definía los límites de la Capital como
ciudad esencialmente administrativa, dejando afuera e ignorando los vínculos inevitables con
las industrias y las masas obreras. Por la otra, atendía a la periferia interna de barrios
suburbanos con una extensa trama de avenidas cuyas encrucijadas habrían de oficiar de
plataforma para el sistema de centros barriales que reclamaban las sociedades de fomento.
Este ensayo fue seguido por otros planes del mismo B. Carrasco para Concordia (1925) y
Córdoba (1926), y de J. Durand y A. Guido para Santa Fe (1927), culminando la década con
la contratación de los ingenieros Della Paolera, Guido y Farengo para el Plan Regulador de
Rosario, sobre un proyecto de reestructuración ferroviaria que este último había realizado
cinco años antes. Promovido por las asociaciones de propietarios del área centro y norte de
la ciudad, este proyecto, que se completó en 1935, fue ejemplar por el empleo de
innovadores recursos técnicos para recuperar la "unidad urbana perdida" con un sistema de
parques y un anillo de ciudades satélites que remitían al núcleo central renovado en torno de
dos ejes monumentales de alta densidad, todo protegido por un zoning severo para contener
las áreas industriales y portuarias, los barrios obreros y otras actividades "inquietantes".
EL MUNICIPIO COMO ÁMBITO DE UNA CONCEPCIÓN ALTERNATIVA DE LA POLÍTICA
Para comprender este proceso de extensión urbana —y de paralelos intentos de
reforma— resulta indispensable referirnos a la agencia de un nuevo tipo de gobierno
municipal que, dejando atrás su carácter de mero regulador de las iniciativas privadas,
asumió un rol activo en la administración de la ciudad como ámbito y materia del bienestar
colectivo. Ampliada la participación electoral y consolidado el radicalismo como partido de
gobierno, otras fuerzas encontraron en el ámbito local un espacio alternativo de participación
y definición políticas, enarbolando las banderas de la autonomía municipal, la eficiencia
administrativa, la municipalización de los servicios públicos y la recuperación de ciertas
incumbencias (educación, policía) perdidas en la creciente centralización de la política.
Los "programas mínimos" de los socialistas y las "plataformas electorales" del Partido
Demócrata Progresista dieron forma a este concepto ampliado de la gestión, incorporando
iniciativas relativas a la cuestión social y urbana. En los Concejos Deliberantes se
maduraron innovadoras estrategias tendientes a asegurar la rentabilidad urbana, con
iniciativas que reforzaban el modelo de ciudad dispersa pensada desde sus barrios. Estos
espacios políticos fueron los que dieron crédito a los urbanistas y a sus promesas de
racionalidad condensada en un plan que permitiera encarar un proyecto de reformas de la
ciudad.
Rosario nos ofrece un ejemplo notable de estos ensayos de redefinición de la gestión
municipal, vinculado al intento del PDP de perfilarse como partido moderno, pero también a
estrategias de supervivencia de esta segunda ciudad de la República ahogada por una
dependencia y pugna irresuelta con el poder provincial radicado en Santa Fe. Una particular
combinación de reforma cívica, ingeniería administrativa y filantropía científica culminó con
la sanción de la Carta Orgánica Municipal de 1933 —primera carta libre en nuestro país—
con el acuerdo unánime de ocho partidos políticos, incluido el Comunista. Autonomía y
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
autarquía municipales, referéndum y posibilidad de revocar mandatos electivos, voto
femenino obligatorio, cuerpo estable de funcionarios regulado por tribunales administrativos,
municipalización de los servicios públicos, construcción de barrios de viviendas baratas,
fomento del deporte, creación de bibliotecas, cooperativas escolares, colonias de vacaciones
y escuelas especiales, fueron los puntos salientes de este documento que sintetizaba más
de quince años de iniciativas concretadas o no. De todos modos, este proyecto reformista
con base en los municipios quedó trunco con las intervenciones que acompañaron la
"revolución" de 1930. A partir de ese momento las propuestas en el campo social, y hasta el
urbano, fueron gradualmente desplazadas al ámbito provincial y nacional.
EL CENTRO Y LOS BARRIOS
El resultado de estos procesos de crecimiento y extensión fueron ciudades con un área
central densa, y renovada, y una serie de barrios periféricos de límites difusos, pero de
fuerte identidad vivencial.
La construcción compacta de escasa altura en las áreas centrales comenzó a ser
interrumpida por los primeros edificios en altura. En su mayoría se trataba de departamentos
de renta que inauguraban un modelo alternativo de vivir en la ciudad, sin vínculos con la
tierra pero más próximos a los estándares de confort difundidos por el cine, la publicidad y
las revistas femeninas: locales diferenciados según función, cielorrasos bajos con gargantas
de luz, calefacción central, cocinas integradas con artefactos de gas, ascensor, baño inglés,
incinerador de residuos, ventanas metálicas con grandes paños vidriados y cortinas de
enrollar. En un principio resultaron de la multiplicación en vertical de plantas con
habitaciones alineadas en lotes estrechos y profundos, demostrando la flexibilidad del tejido
urbano para adaptarse a nuevas tecnologías y densidades. A la "arbitrariedad" formal de la
arquitectura pretenciosa de bases académicas (con sus contornos "caprichosos", agujas y
cupulines), estos primeros "rascacielos" agregaron fachadas estrechas en las que se
forzaban adaptaciones del sistema clásico y la exhibición desvergonzada de medianeras
desnudas, aparentemente imperceptibles en su promesa de provisionalidad.
La creciente densidad del tráfico y la ruptura de cierta homogeneidad constructiva
sustentada en la tradición advertían sobre el inminente colapso de las áreas centrales. Se
buscaron nuevas reglas que pusieran coto al creciente desorden formal mediante la
regulación de alturas y salientes y premios a la mejor fachada, y al empobrecimiento de las
condiciones de asoleamiento y ventilación con medidas mínimas para los patios de aire y
luz. Se reclamaron nuevos vínculos con las áreas ribereñas para aliviar estos centros
abigarrados con composiciones monumentales sobre nuevos espacios verdes. Se urgieron
reformas en el sistema circulatorio a través de ensanches, ejes monumentales y plazas de
estacionamiento; se estimuló la renovación edilicia con alturas mínimas sobre línea de
edificación, impuestos a baldíos y reducción de la altura de los locales habitables; y se
dispusieron nuevos instrumentos para expulsar a la periferia actividades y personajes
disruptivos como comercios mayoristas, talleres, galpones, lavaderos, ranchos e inquilinatos.
Los instrumentos para esta renovación pautada del área central fueron los reglamentos
de construcción (Mendoza 1927, Rosario y Buenos Aires 1928, Mar del Plata 1929), que
reconocían el hormigón armado como sistema constructivo, regulaban usos permitidos y
establecían índices para asegurar la habitabilidad en las viviendas de los pudientes.
También imponían la participación de técnicos —ya fueran arquitectos, ingenieros o técnicos
constructores—, con un saber consagrado por la educación formal, como reaseguro para la
supervivencia de este artefacto complejo en que se estaba transformando la ciudad.
Más allá del centro estaban la dispersión y el largo camino a la casa propia: loteos de
papel donde se levantaban viviendas aisladas de dos habitaciones con retrete y, a veces,
galería, quintas, pastizales, hornos de ladrillo, algunos galpones y calles apenas dibujadas
cuando existían. Un magma chato e informe donde se destacaban ciertos núcleos de
centralidad: la plaza e iglesia de antiguos pueblos, urbanizaciones unitarias con viviendas
prototípicas, calles comerciales donde se agrupaban las tiendas, la escuela religiosa y la
fiscal, los primeros cines, alguna biblioteca o comité, la cancha de fútbol y un tejido más
compacto de departamentos de pasillo con la vivienda del propietario al frente, en cuya
fachada se ensayaban lenguajes modernistas. Fueron los gérmenes de los míticos barrios.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
Generalmente sin bordes ni características definidos, tomando como límites las barreras
para la conexión efectiva con la ciudad (vías férreas, galpones, tierras bajas o vacíos
desurbanizados), identificados por el nombre del loteador o el de aquella fábrica, parroquia,
club o estación ferroviaria que había condensado a la población.
El acceso a la propiedad en cuotas —si bien lejos de la pintura rosa que algunos
redescubridores del barrio han querido imprimirle— supuso una mayor estabilidad
habitacional, junto con la posibilidad de establecer lazos sociales más permanentes
vinculados al lugar de residencia y potenciados por nuevas rutinas familiares y laborales.
Como señalaron Leandro Gutiérrez y Luis A. Romero, la reducción de la jornada de trabajo,
el desarrollo de la escolaridad, el retiro de las mujeres de las fábricas, el aumento del tiempo
libre, fueron paralelos a la sentimentalización del hogar y la jerarquización del rol materno y
la economía doméstica como sustentos del ahorro familiar y el acceso a la casa propia,
modo primario de acumulación al alcance de los nuevos ciudadanos. Paulatinamente los
vínculos de los trabajadores dejaron de estar asociados a la fábrica, al patio del conventillo o
las colectividades de origen, para construirse en torno a los barrios. La identidad clasista,
contestataria y segregada de la primera década del siglo fue sustituida por estas nuevas
identidades colectivas que incluían gentes de oficios y condiciones diversas.
Los esfuerzos para transformar esos descampados inhóspitos en nuevos trozos de ciudad
impulsaron la colaboración y el trabajo colectivo. Surgieron nuevos espacios de sociabilidad
vinculados a la esquina, el café, los clubes de barrio, las parroquias, las cooperadoras
escolares, las asociaciones de fomento o la biblioteca popular. También a los comités y las
cooperativas de consumo, imaginados por el radicalismo y el socialismo en concordancia
con la nueva geografía social.
Estas experiencias barriales, entrelazadas con los mensajes del Estado a través de la
escuela, y los nuevos medios de comunicación, como la radio, el cine, los folletines y las
revistas para la familia, concurrieron a la constitución de una nueva cultura popular. De ella
participaban sectores heterogéneos como trabajadores especializados, pequeños
comerciantes, empleados, maestros, profesionales, a los que unía la aceptación de los
rasgos básicos del orden político sostenido en las expectativas de mejoramiento individual.
Un nuevo conformismo que tuvo como centro la familia nuclear con roles cada vez más
diferenciados (padre proveedor, madre confortante y niño escolarizado) y como correlato
este redimensionamiento de la identidad y la participación en torno a los barrios,
reconocidos y potenciados desde el municipio, los partidos y la iglesia, y prolíficamente
mitificados desde el periodismo, la literatura y la música popular.
LA VIVIENDA COMO CAMPO DE DISPUTA POLÍTICA
Se ha señalado que una de las particularidades de este período fue la incorporación de lo
espacial al ámbito de la política. Nos hemos referido a la inercia de una estructura territorial
desequilibrada y a los primeros intentos del Estado por integrar nuevas regiones al sistema
productivo. Nos detuvimos en el proceso de expansión de las grandes ciudades y el rol
promotor de un nuevo tipo de gobierno municipal; en el barrio como nuevo tipo de
experiencia social vinculada a los lugares de residencia y sostén de la gradual integración de
los trabajadores guiados por expectativas compartidas de movilidad social a través de la
instrucción pública y el acceso a la propiedad. Pero quizás el campo más relevante de esta
inclusión de lo espacial en la política haya sido la construcción de viviendas con fondos
públicos para los trabajadores y las nuevas capas medias.
La sanción de la ley 9.677 por la cual se creó la Comisión Nacional de Casas Baratas en
setiembre de 1915 fue la culminación de más de diez años de debates e iniciativas en torno
a la incorporación de la habitación obrera como responsabilidad del Estado. A comienzos de
siglo, una rama reformista del régimen oligárquico había reconocido el carácter inevitable de
la "agitación social" (que asociaba al crecimiento explosivo de los grandes centros urbanos)
y aceptado la necesidad de un Estado capaz de liderar estrategias efectivas de cohesión
social. Las primeras políticas sociales fueron postuladas como estrategias alternativas —y
complementarias— a la mera represión y orientadas a los obreros, asignados como clase,
pero entendidos como inmigrantes extranjeros que debían ser estimulados en su
laboriosidad e integración social. Dentro de iniciativas destinadas a demostrar la voluntad de
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
la elite por reconocer "algunas necesidades sociales", y desplazar el conflicto desde el
ámbito laboral a la esfera del consumo, la "carestía de alquileres" fue jerarquizada como
principal causa de iniquidad y descontento.
Se aprobaron tres leyes nacionales en 1904, 1907 y 1911 de "casas para obreros",
avalando una intervención inédita del Estado en el mercado inmobiliario. Evaluaban el
problema como un desequilibrio coyuntural entre oferta y demanda y, desde una lógica
utilitarista más que moral o humanitaria, pensaban en un Estado empresarial capaz de
generar un mercado alternativo de tierras y viviendas, sin preocuparse demasiado ni por la
selección de los locatarios, ni por la normalización de sus conductas sociales y
reproductivas. Por eso se limitaban a prescribir la exclusividad de baños, cocinas e ingreso
como modo de neutralizar la sociabilidad del patio de los conventillos, para ellos caldo de
cultivo de "ideas disolventes".
La Comisión Nacional de Casas Baratas recién se constituyó en 1917 y suponía un modo
diferente de pensar las políticas de vivienda. Su mentor, Juan Cafferatta, diputado católico
de Córdoba y luego militante del radicalismo, defendía la construcción de viviendas
individuales para ser otorgadas en propiedad como premio a los trabajadores más
disciplinados y conservadores. El objetivo no era ya crear un mercado alternativo para
abaratar los alquileres: por el contrario, se redujeron los montos y endurecieron las
condiciones para la adjudicación y tenencia. Las viviendas financiadas por el Estado
adquirieron un carácter inevitablemente modélico, instrumentables como compensación a
algunos trabajadores, en desmedro de un conjunto abstractamente en las mismas
condiciones de necesidad.
Su fin no era económico, sino moral y cultural. Las viviendas fueron concebidas como
crisol de una nueva célula social —la familia argentina— capaz de resistir desde estos
hogares individuales (preferentemente casitas con jardín asociadas a la estética "de la teja y
el bungalow") el mercantilismo y la corrupción de la ciudad cosmopolita. No se dirigían ya a
los inmigrantes apelados como obreros, sino a una difusa franja de sectores populares
pensados como electores. Por eso se privilegió a los nativos, los empleados, las familias
constituidas con cierta estabilidad laboral y cierta capacidad de ahorro para acceder a la
casa propia con créditos baratos. Pocas viviendas modelo, frondosos discursos y complejos
aparatos jurídicos fueron los baluartes de políticas orientadas a inducir una moral propia de
los sectores medios: regularidad familiar, ahorro, buena conducta y la propiedad privada
como máximo valor vital. Todo esto desde una institución permanente y autónoma,
demostrando que la ampliación del aparato del Estado para el acceso de los nuevos
sectores profesionales era un objetivo en sí mismo.
El debate se desplazó al tipo de vivienda "adecuado" para "la nueva familia argentina".
Católicos y socialistas coincidieron en la urgencia de una drástica innovación tipológica, de
la cual se hicieron eco las revistas para la mujer, los textos escolares, la publicidad y el cine.
Se ensayaron agrupaciones que suplantaran la "casa chorizo" que alentaba la
"disgregación", el subalquiler, la superposición del habitar y el trabajar, y carecían de los
focos y jerarquías que estas nuevas familias reclamaban como escenografía. Se buscaron
"máquinas de habitar" que indujeran la sociabilidad familiar en torno del living, con espacios
exclusivos para el descanso nocturno (aislando debidamente a padres de hijos),
incorporando el baño (para una mejor supervisión de los momentos de intimidad) y la cocina
(para facilitar la mirada vigilante de la madre).
Esta innovación tipológica no era un simple problema técnico; los efectos buscados
tampoco se restringían al ámbito del hogar. Suponían la reformulación de las unidades
económicas de convivencia y de sus vínculos con los vecinos, los lugares de trabajo y la
ciudad. Respaldaban la autonomía de los trabajadores a partir del ahorro y las instituciones
de ayuda mutua constituidas en los nuevos barrios. Redefinían la colocación del Estado
frente a la desigualdad, fijando estándares mínimos de habitabilidad, y a una incipiente
industria de la construcción a través de la producción masiva de unidades estandarizadas.
En ese contexto se deben interpretar las propuestas formuladas desde diversas
colocaciones ideológicas y de intereses, que no eran el simple producto de la incorporación
de demandas sociales como responsabilidades públicas, sino que sirvieron como
instrumentos para la disputa electoral, del control de la ciudad y del crédito público.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
LA HABITACIÓN POPULAR COMO PROBLEMA
Varios factores concurrieron a otorgar importancia a la promoción estatal de viviendas
para trabajadores. Era una manera de circunscribir el problema social a las grandes
ciudades, donde eran más graves la carestía de los alquileres, la potencialidad disruptiva de
los conflictos y el número de votantes. Además, permitía reducir la injusticia del sistema a un
desajuste temporario, propio de un país joven con altos índices de crecimiento no
compensados por la construcción de suficientes unidades de vivienda y que redundaba en
"los alquileres más altos del mundo". En efecto, mientras en Hamburgo y Liverpool el alquiler
insumía el 15% y el 11,7% del salario obrero, en Buenos Aires ocupaba el 35% para simples
piezas de conventillo.
Si bien los índices de hacinamiento mermaban con el sostenido éxodo a la periferia, la
preocupación persistía asociada a la degradación física y moral en conventillos que también
se reducían en número: del 14,4% de población en inquilinatos en Buenos Aires se pasó al
8,9% en 1919 y al 4% en 1929. Los trabajadores habían aceptado el conventillo como
alojamiento barato, próximo al centro, adecuado a la movilidad ocupacional y sus
expectativas de retorno; pero al abaratarse el transporte y las tierras, y estabilizarse en su
trabajo, se sumaron a la expectativa de acceder a una pequeña casa con servicios y patio
propios, por autoconstrucción o mediante créditos baratos.
La situación sufrió un grave deterioro durante la guerra. Cesó la importación de
materiales, las construcciones se paralizaron y su costo subió significativamente. Cinco años
de dificultades económicas, huelgas y desempleo, a los que se sumó el fantasma de la
Revolución Rusa, tuvieron su climax sangriento en la Semana Trágica y los levantamientos
patagónicos que crearon una sensación de riesgo que recolocó a la legislación social como
una promesa convocante, aun entre los contribuyentes. Al iniciarse las sesiones de la
Cámara de Diputados en 1920 se presentaron siete anteproyectos de ley para un
congelamiento de los alquileres como medida efectiva y efectista para neutralizar uno de los
aspectos más irritantes de la carestía de la vida.
Conmocionados ante esta alternativa, los propietarios urbanos y los industriales de la
construcción pasaron a ser los defensores más activos de la promoción pública de viviendas
baratas y a gran escala. Las iniciativas fueron múltiples pero convergentes, y el Congreso de
la Habitación Popular, convocado por el Museo Social Argentino, resultó un escenario
privilegiado para su despliegue y puso en evidencia quiénes habrían de ser los nuevos
protagonistas: los municipios, el catolicismo y el socialismo, algunos grupos empresariales y
los arquitectos instituidos como profesión.
CATÓLICOS, SOCIALISTAS Y LA VIVIENDA COMO INSTRUMENTO DE REFORMA
SOCIAL
La Iglesia había incorporado tempranamente el tema de la habitación obrera como una de
sus demandas al Estado en procura de neutralizar desigualdades irritantes y sostener el
orden social. Sin embargo, recién en 1919 creó una institución específica —la Unión Popular
Católica Argentina—, que ese año organizó la Gran Colecta Nacional destinando la mitad de
lo recaudado a la construcción de cinco conjuntos tutelados por organizaciones
catequísticas. Una comisión de arquitectos seleccionó los terrenos y coordinó los proyectos
que debían adscribirse al modelo de "mansiones": estructuras unitarias que remitían al
falansterio de Fourier, con una serie de servicios comunitarios entre los que se encontraban
cantinas maternales, bibliotecas, cooperativas, lavaderos, talleres y jardines, que oficiarían
como faros, atrayendo y guiando a los pobladores circundantes. Para los dos conjuntos más
importantes —en Flores y Barracas— se llamó a un concurso nacional de gran repercusión
en la época. Las propuestas ganadoras de F. Bereterbide y Quayat y Serra Lima oficiaron de
cabeza de serie de este nuevo tipo de casas colectivas inscritas en una manzana, con una
construcción continua en planta baja destinada a los servicios comunes, y viviendas
agrupadas en pabellones paralelos que pudieran aislarse en caso de epidemias.
El Partido Socialista también contaba con una cierta tradición en el tema. Juan B. Justo
fue quien, en 1905, había impulsado la creación de la Cooperativa El Hogar Obrero,
siguiendo el modelo de las building societies norteamericanas, para promover la capacidad
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
de autogestión de los trabajadores y competir con otras instituciones capitalistas que
medraban con las expectativas obreras de acceso a la vivienda propia. Desplegaron una
acción educativa promoviendo innovaciones en el diseño de las pocas viviendas construidas
en dos conjuntos suburbanos en Ramos Mejía (1911) y Turdera (1914), y en dos casas
colectivas en calle Bolívar (1913) y calle Cangallo (1927) con sucursales de la cooperativa
de consumo en planta baja.
Estos prototipos de planta compacta, donde se introdujeron los conceptos de living room y
cocina funcional, fueron propicios para desplegar sus objetivos de desproletarización del
obrero en hogares que estimularan el ahorro, la sobriedad, la higiene y un ocio edificante en
torno a la radio y los libros compartidos en familia. Objetivos de elevación moral y material
que también se promovían en los proyectos individuales que la cooperativa financiaba
mediante créditos personales, en las conferencias de Nicolás Repetto sobre la nueva
vivienda funcional, y en la revista La Cooperación Libre. Esta publicación hacía una apología
del consumo racional como base del ahorro y la buena alimentación, y ensalzaba el rol de
ecónoma de una mujer, ama de casa, rescatada de la fábrica.
La acción de estas dos fuerzas superó el ámbito de estas construcciones por fuera de las
lógicas del mercado inmobiliario. Su defensa de la vivienda como ámbito de reforma social
fue notoria en los debates del Congreso Nacional y en los Concejos Deliberantes de Buenos
Aires, Rosario y Córdoba, donde Cafferatta, Gastón Maceda, Bas, Estrada, Repetto,
Dickman, Zacagnini y Campos confrontaron, con propuestas más maduras y pretenciosas,
iniciativas restringidas a estimular las construcciones o abaratar el crédito.
LA COMISIÓN NACIONAL DE CASAS BARATAS
Entre 1915 y 1919 esta comisión se limitó a organizarse y formar su cuerpo técnico.
Convencidos de que el problema residía en la excesiva concentración de inmigrantes en la
Capital Federal, interpretaron que su labor debía orientarse a una demostración pedagógica
de la conveniencia de construir viviendas en el interior del país destinada a los gobiernos
provinciales y municipales, los empresarios y las organizaciones de trabajadores. Invirtieron
gran parte del tiempo en la discusión del tipo de vivienda más adecuado, pasando de la
defensa de la vivienda mínima en alquiler, desarrollada en las casas colectivas Valentín
Alsina y Rivadavia, a una clara preferencia por el barrio jardín periférico ensayado en los
barrios Alvear y Cafferatta.
La etapa comprendida entre 1919 y 1923 fue eminentemente constructiva y
evidentemente influida por los debates sobre la carestía de los alquileres. En 1920
inauguraron los 67 departamentos de la casa Valentín Alsina, al año siguiente 160 viviendas
de tres y cuatro dormitorios en Barrio Cafferatta, en 1922 los 41 departamentos de la casa
Rivadavia y en 1923 otras 50 casas en Barrio Alvear. Estas primeras realizaciones fueron
duramente cuestionadas en su eficacia técnica: las unidades triplicaban en su costo la típica
casita suburbana de dos habitaciones y servicios de la época, quedando fuera del alcance
de los trabajadores de menores recursos que habían dejado de ser los destinatarios de
estos emprendimientos orientados —con preferencia— a empleados nativos que acreditaran
cierta estabilidad laboral.
Entre 1923 y 1929 este ímpetu constructivo se detuvo. Sólo se habilitaron 77 casas en
Barrio Alvear (1926) y otras 30 casas en Barrio Rawson (1928) y se realizó en 1929 el
concurso para la futura casa América. Las razones deben rastrearse en la reducción de los
ingresos genuinos de la Comisión, los conflictos por falta de pago y los abandonos de
conjuntos imaginados como islas de compensación económica. Al tornarse evidentes las
debilidades económicas y técnicas de estos emprendimientos, y reducirse la "presión" de los
trabajadores sobre el área céntrica debido a su éxodo en pos de la casita propia periférica,
el rol del Estado en la construcción de viviendas volvió a ponerse en cuestión.
EL MUNICIPIO COMO CONSTRUCTOR
No es aventurado afirmar que en este período fueron los municipios de las grandes
ciudades los que hicieron avances más concretos en el tema de la vivienda pública.
Tomaron bajo su responsabilidad la construcción de barrios de casas baratas como un modo
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de intervenir en los procesos de construcción de la ciudad y resolver conflictos sociales que
parecían concentrarse en sus ámbitos de administración.
La crisis de los alquileres y de la construcción, profusamente comentada y divulgada por
los diarios, tuvo amplia y rápida respuesta en la ciudad de Buenos Aires. En diciembre de
1919 el intendente Cantilo envió al Concejo Deliberante un plan de abaratamiento de los
artículos de primera necesidad que, luego de algunos ensayos, tradujo en numerosos
proyectos de ordenanza. Cinco de ellos proponían originales formas de colaboración entre
iniciativa pública y privada para la construcción de casas económicas: municipalización de la
fabricación de ladrillos, estímulo impositivo a los que construyeran grupos de más de diez
viviendas en terrenos propios, planos tipo a disposición de aquellos que encararan la
autoconstrucción de su vivienda y un programa de edificación con recursos municipales.
En 1922, este mismo intendente retomó una propuesta anterior de la Compañía de
Construcciones Modernas para la construcción de diez mil viviendas financiadas, en sus dos
terceras partes, por el municipio. El primer proyecto, aprobado en 1914, había quedado sin
efecto por las dificultades aparejadas por la guerra. En el nuevo contrato se modificó
levemente el tamaño de las habitaciones principales, pero los precios se duplicaron. El tipo
de las viviendas, sin autor conocido, era novedoso. Se trataba de unidades doblemente
apareadas (aptas para su construcción en serie tomando al terreno como tren de
producción) que posibilitaban la subdivisión de las manzanas por tres estrechos pasajes por
fuera de las reglamentaciones en vigencia. La racionalización de la planta permitía la
concentración de baños y cocinas y eliminaba las circulaciones externas propias de la casa
chorizo, pero manteniendo la neutralidad de las "habitaciones" para facilitar el subalquilen A
poco de iniciadas las obras comenzaron las denuncias por la mala calidad constructiva.
Recién en 1926, cuando ya se habían construido 2.600 unidades, se nombró una comisión
investigadora que —tres años más tarde y luego de numerosas denuncias, abandonos de
vivienda y falta de pagos— rescindió el contrato en términos ventajosos para la empresa. El
municipio terminó pagando al contado más de cuatro mil viviendas mal construidas que —al
parecer— nadie quería comprar, con sólo una merma simbólica para acallar las denuncias
de los concejales socialistas y de las asociaciones de adquirentes.
Mientras tanto el Concejo Deliberante había encarado la construcción directa de tres
conjuntos de los cuales sólo se levantó el Los Andes, con un diseño de F. Bereterbide que
reeditaba su proyecto para la Unión Popular Católica. En este caso, la innovación tipológica
no pretendía la transformación de los vínculos sociales, sino la racionalidad constructiva y la
disposición higiénica de las unidades: los únicos espacios comunitarios fueron una serie de
jardines comunes.
Entre otras experiencias similares en Córdoba, Salta, Mendoza, Entre Ríos, Bahía Blanca
y Tucumán, una digna de comentar fue la de La Vivienda del Trabajador en Rosario,
institución autárquica municipal que tenía a su cargo la emisión en bonos de casi seis veces
el presupuesto anual municipal para la construcción de viviendas. Tras una serie de
maniobras, que denotan negociaciones previas con la ya mencionada Compañía de
Construcciones Modernas, se llamó a un concurso que ganó esta empresa como única
oferente, con la potestad de elegir los terrenos, definir los tipos de vivienda y fijar los
precios. Entre 1927 y 1929 se construyeron 600 viviendas en tres barrios localizados en los
extremos de la expansión de la planta urbana, que estimularon el tendido de infraestructura
y el poblamiento de las áreas aledañas e inauguraron un nuevo concepto de ocupación del
lote —retiro de la línea de edificación y construcciones compactas sobre el frente—
sentando las bases de lo que se entendió como barrio jardín.
En 1929 la empresa logró rescindir el contrato, aparentemente por la falta de demanda de
casas con un costo superior a las de un mercado depreciado. En realidad fue una salida
rápida frente a un movimiento de resistencia generado por las deficiencias constructivas que
derivó en la formación del partido político Liberación, con representantes en el Concejo
Deliberante entre 1932 y 1936. Un conflicto en el que el gobierno municipal debió conceder
indemnizaciones abusivas a la empresa y una quita del 40% en el costo de viviendas que,
en gran número, permanecieron desocupadas durante años. Un pésimo negocio cuyas
costas debió afrontar la totalidad de los contribuyentes y que signó —en este como en otros
casos— el fracaso de los gobiernos municipales como constructores, que se retiraron de la
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escena dejando la vivienda pública en manos del gobierno nacional o provincial, con más
fondos y desde políticas fuertemente centralizadas.
MODERNIDAD Y NACIÓN, NUEVOS CAMPOS PARA LA ARQUITECTURA COMO
PROFESIÓN
Hemos comentado cómo los urbanistas, a pesar de ser pocos y tener que justificar un
nuevo saber, pudieron entablar un diálogo productivo con las autoridades municipales y las
asociaciones de contribuyentes, introduciendo novedosos recursos que prometían las
reformas de las ciudades y de sus modos de crecimiento. Éste fue sólo uno de los campos
conmovidos por la aparición del experto como nuevo protagonista de la vida pública y de la
toma de decisiones sociales cotidianas. La reforma universitaria de 1918 había buscado, y
logrado, el acceso a los claustros de los sectores medios. Inmediatamente se verificó una
notable multiplicación del número de profesionales que debieron luchar por delinear y
asegurar la exclusividad de sus incumbencias en el campo de la salud, el derecho, la
economía y la construcción. Los arquitectos comenzaron a diferenciarse de los ingenieros,
respaldados por una formación específica en las nuevas Escuelas de Arquitectura que
subrayaba el sesgo artístico y cultural de la disciplina. También disputaron por un mayor
protagonismo a través de sus asociaciones, sus publicaciones, como Revista de Arquitectura
(1915), El Arquitecto (1920), Arquitectura (1927), El Constructor Rosarino (1923), Nuestra
Arquitectura (1929), y las legislaciones tendientes a asegurar la exclusividad de sus
incumbencias como el primer proyecto de Ramón Araya, que fue aprobado a escala
municipal en 1918.
Hasta ese momento la construcción de la ciudad había estado en manos de idóneos que
basaban su hacer en las llamadas "reglas del arte" y en la reproducción de tipos edilicios
tradicionales (las numerosas variables de la casa chorizo), fruto de años de ajuste al clima,
los materiales del lugar, la subdivisión de la tierra y a una industria de la construcción que
proveía de gran parte de los elementos como aberturas, rieles, vidrieras, columnas, moldes
para la ornamentación de fachadas ya estandarizados según normas de composición
elementales y repetitivas. A los pocos arquitectos —la mayoría con diploma extranjero— les
estaban reservados los edificios públicos y algunas grandes residencias. Los nuevos
profesionales debieron ampliar su esfera de acción abarcando desde el diseño de espacios
urbanos, el proyecto y decoración de viviendas para los nuevos sectores medios y, aun, las
casas para obreros. Los concursos, la elección de estos temas como ejercitaciones durante
la carrera o la publicación de soluciones ejemplares en revistas como El Hogar o La Novela
Semanal, fueron algunas de las modalidades elegidas para justificar su intromisión en estas
nuevas áreas. Debían diferenciarse, además, de las respuestas que los constructores o los
viejos arquitectos de formación académica habían dado en años anteriores. Los caminos
fueron dos: la modernización del hábitat y la ampliación rotunda de los recursos plásticos,
ahora coloreados por un debate estético y cultural sobre la condición argentina y americana,
y sobre su particular inclusión en los procesos universales de modernización.
EL "HOME"
La modernización del habitar fue el campo más exitosamente explotado por estos nuevos
profesionales. Sus propuestas para la burguesía y los sectores medios altos se centraron en
una reorganización de los modos de vida vinculada a la flexibilización de las convenciones,
el confort, la higiene, y hasta la vida al aire libre y el sport. La palabra home sintetizaba esta
metamorfosis que aludía tanto a un nuevo concepto de la casa, como a una alteración de los
vínculos y las rutinas cotidianas. Una adaptación a lo que las publicaciones especializadas
denominaban "neurosis contemporánea", combinación ambigua de "dinamismo" y tendencia
a la "simplificación" que el arquitecto-intérprete traducía en una reorganización de los
espacios para dar mayor "sensación de amplitud".
Las aberturas se agrandaron para que el sol rompiera con la "atmósfera" y la penumbra
victorianas, las salas se unieron con el comedor formando el living room, y el mobiliario se
redujo incluyendo placards empotrados, o llegando a la extravagancia de elementos
plegables análogos al equipamiento de los camarotes. Nuevos escenarios para una vida
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más ligera, "efímera", "positivista", que parecía condecirse con una distribución "clara y
precisa", con espacios neutros de distribución (halles, íntimos, escaleras y circulaciones de
servicio), baños "profusamente repartidos", cocina y lavaderos entendidos como laboratorios
iluminados supervisables por la dueña de casa, garajes y un jardín arbolado al fondo. Todo
esto con un aprovechamiento desprejuiciado de todo "lo práctico y lo útil" que la ciencia —y
la industria norteamericana— podía dar: ascensor, frigidaire, calefacción central y la
electrolux. En cuanto a la ambientación, el tono elegido era el de una "exquisita sencillez"
asociada a ciertos elementos rústicos como barandas de hierro forjado, hogares en piedra
gris, galerías coloniales, tejas o la "sofisticada elegancia" de las dobles alturas, los puffs, los
cortinados opacos, la luz difusa, el color negro y los detalles en acero, bronce o cromo
difundidos en numerosas variantes por los sets de las películas de Hollywood.
Asumir una mentalidad moderna suponía dar preferencia a lo práctico, lo sencillo, lo
económico (no tanto como condición presupuestaria sino intelectual y estética) sobre
antiguos valores de elegancia y distinción. Los arquitectos comenzaron a privilegiar lo
funcional sobre lo compositivo, a hablar de la necesidad de adecuar las fachadas a las
plantas, de la especialización y reducción de las circulaciones, de las facilidades para el
mantenimiento. La otra divinidad fue la higiene, y de su mano la ventilación cruzada, el
asoleamiento de los cuartos y las superficies brillantes en baños y cocinas. El nuevo
concepto de confort se asoció a una reducción de las superficies y de los cubajes
superfluos: la altura de los locales disminuyó y las plantas se racionalizaron de acuerdo con
una estudiada disposición compacta de espacios pensados para una función específica y un
amoblamiento limitado y definido.
Al mismo tiempo las familias se reducían en número: los hijos eran menos, los tíos,
abuelos y allegados ya no vivían en la casa patriarcal. Un proceso lento que no sólo modificó
la distribución de las viviendas, sino la ocupación del terreno, la relación con los espacios
abiertos, las plantas, los objetos y los muebles. Estuvo acompañado por un cambio en los
procesos constructivos y los reglamentos que permitían locales de menor altura y
endurecían los requisitos para los patios internos. Un proceso gradual que sólo se concretó
en algunos departamentos y petit hotels durante la segunda mitad de la década del 20,
publicados y difundidos como paradigma de un nuevo modo de vida y de un nuevo saber,
que lentamente habría de trasladarse a las viviendas más modestas. Paradójicamente, el
otro campo de experimentación —y demostración de la capacidad de los nuevos
profesionales— fue el de las viviendas para trabajadores, del que ya hemos hablado. Los
concursos fueron frecuentes, y en este proceso participaron profesionales de primer nivel
como Pasman, Lanús, Medhurst Thomas o Bereterbide.
UNA ARQUITECTURA PROPIA
Los nuevos arquitectos también se abocaron a una renovación del repertorio estilístico,
alimentando un debate estético de inusual trascendencia. Lo argentino fue considerado
como una condición singular, distinguible de una producción disciplinar hasta ese momento
considerada como universal y liderada por l'Ecole de Beaux Arts de París.
Esta inquietud debe pensarse en relación con preocupaciones europeas contemporáneas
en torno a las identidades nacionales y la necesidad de construir tradiciones que
estabilizaran comunidades sacudidas por la ampliación de la participación política y forzados
agrupamientos posbélicos. Problemas similares acosaban a las jóvenes repúblicas
americanas, especialmente las que debían remontar el impacto de una numerosa
inmigración extranjera difícil de integrar, que también habían recurrido a la invención de
instituciones y símbolos (ciudades capitales, banderas, himnos, uniformes militares) para la
construcción de "lo americano".
Crecía la preocupación por los efectos negativos de la modernización y de un sistema
liberal que, además de estimular un notable crecimiento económico, había redundado en el
predominio de los valores materiales y los intereses individuales sobre todo marco de
referencia colectivo. A esto se sumó el pánico frente a los efectos de la movilización política
de las masas y su acceso al voto. Una nueva generación de pensadores redescubrió la
productividad de los valores irracionales para fundar vínculos de pertenencia a un país o a
una colectividad. Se formaron nuevas alianzas fundadas en la raza o la geografía, que
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tuvieron su correlato continental en el panamericanismo auspiciado por el Departamento de
Estado norteamericano y los movimientos americanistas que resistían la hegemonía del país
del norte desde una revalorización de lo hispánico luego de la independencia de Cuba.
En el proceso de construcción de la Argentina como Nación la arquitectura siempre tuvo
un lugar de privilegio como recurso simbólico. El lenguaje clásico y los estilos del pasado
fueron usados para atribuir respetabilidad a las nuevas instituciones, con una decoración
alegórica que enmarcaba la puesta en escena de desfiles y fiestas patrias orientadas a
consagrar una versión de la historia que legitimara a la República y a la clase dirigente como
expresiones supremas de un proceso heroico y compartido.
A poco de comenzado el siglo, los críticos culturales se vieron ingratamente sorprendidos
por la aparición de nuevos lenguajes de un simbolismo curvilíneo desplegado en edificios
privados e instituciones de colectividades extranjeras, que subrayaban el progreso personal
y las nacionalidades de origen de estos estilos nuevos como art nouveau, Secession,
floréale, liberty, representativos de sus burguesías industriales. Frente al "snobismo" de
estas nuevas clases medias —a las que se atribuía vulgaridad, materialismo e indiferencia
política— surgió un movimiento reactivo por parte de las antiguas elites provinciales y de
sectores nativos que se sentían amenazados y traducían un riesgo de grupo en riesgo
nacional.
Las resonancias en el campo arquitectónico fueron recogidas y difundidas por la Revista
de Arquitectura de la Sociedad Central de Arquitectos, que publicó las inquietudes de
profesionales jóvenes, en particular los escritos de Martín Noel, a quien se atribuye la
conferencia fundacional del llamado estilo "neocolonial" dictada en el Museo de Bellas Artes
en 1914 a su regreso de París luego de haber completado sus estudios. Se sumaron los
aportes críticos de Hary, Karman y Christophersen, consagrados representantes locales de
academicismo, que apoyaron viajes al interior del país para el reconocimiento de las
arquitecturas coloniales que habrían de inspirar a las nuevas generaciones. Relevamientos y
reconstrucciones entre los que sobresalen los del arquitecto alemán Juan Kronfuss, editados
en 1920.
Tras la denominación de neocolonial desfilaron, convivieron y disputaron propuestas muy
diversas por sus representaciones del período colonial, por las fuentes que pretendía revivir,
continuar o renovar, por sus valores estéticos y las soluciones ensayadas. Contaban con el
antecedente del mission style: una recuperación de las misiones españolas en California que
se asoció a un universo de fraternidad y pureza contrapuesto al materialismo y la
artificialidad de la cultura de la costa este norteamericana y devino en estilo consagrado por
las Exposiciones de San Francisco y San Diego de 1915 como alternativa nacional desde la
cual competir con los estilos europeos sobre una base académica común. Algo similar se
pretendía desarrollar en nuestro país.
Entre los profesores, Christophersen y Karman promovían una arquitectura adecuada al
clima, la geografía y los materiales locales, mientras Hary advertía contra pintoresquismos
exotistas y alentaba un acercamiento a la arquitectura monumental española y a la tradición
clásica, "latina". Entre los jóvenes, Noel defendía la fusión de elementos europeos y
americanos —en la base de la arquitectura peruana de los siglos XVII y XVII— como camino
para una auténtica tradición americana y que lo llevó a buscar en Andalucía una mezcla y
pluralidad análogas que pretendía trasvasar al contexto local por su adecuación a la
sencillez criolla. En Eurindia, Ricardo Rojas también había hecho una defensa de lo propio
como síntesis, en su caso entre lo europeo y lo indígena, entre la tradición y la modernidad.
A esta línea se sumó Ángel Guido, que pregonó la potencia de una respuesta genuinamente
americana que identificó en el mencionado mission style y en la "pujanza orgullosa" de los
rascacielos neoyorquinos, tomándolos como base para su propuesta de "reargentinización"
de nuestras ciudades a través del urbanismo.
Estos debates encontraron un marco generoso de exposición en las publicaciones
profesionales y en los cuatro Congresos Panamericanos de Arquitectos realizados en la
década del 20 en distintos países de América del Sur. El neocolonial fue rápidamente
aceptado y pasó a integrar el elenco de estilos disponibles. Se lo premió en los Salones
Anuales de Bellas Artes, en el concurso de la Caja Nacional de Ahorro Postal y en el del
Museo de Bellas Artes. En las ciudades y los suburbios reaparecieron los fantasmas de
viejos patios, claustros sombreados y muros blancos, macizos, con revoques gruesos y
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decoración concentrada en los portales. Se multiplicaron las tejas, las rejas, los azulejos
sevillanos, los miradores y los balcones trabajados en madera. Blasones heráldicos,
columnas torsas, estrellas de ocho puntas, águilas y efigies de conquistadores sustituyeron
a las pilastras griegas y los jarrones palladianos en la decoración de las fachadas; aun las
guirnaldas y rosetones comenzaron a ser desplazados por motivos de la flora y la fauna
incaicos.
Algunos de los ejemplos más destacados fueron los motivos arequipeños ensayados en
las casas Guido y Fracassi en Rosario, el compendio de citas de la casa de Rojas también
por Guido, la reproducción de la fachada renacentista de la Universidad de Alcalá de
Henares en el Teatro Cervantes de Aranda y Repetto, el plateresco del Banco de Boston de
los arquitectos norteamericanos Chambers y Thomas, el neomudéjar mezclado con
elementos del Barroco americano del Museo Fernández Blanco de Martín Noel o la otra
reinterpretación arequipeña de E. Pirovano para la fachada del Banco Nación. El nuevo
estilo mostraba su flexibilidad adaptándose a edificios de oficinas (Edificio Escassany de
Noel en Rosario), de departamentos (Córdoba y Balcarce en Rosario de De Lorenzi) o
adjetivando estructuras que se preciaban por incorporar todos los criterios de confort
moderno como el Banco Popular Argentino de los hermanos Vilar. Sin llegar a ser
hegemónico, se difundió en algunos edificios públicos como el Puente de la Noria, los
criticados mingitorios del intendente Noel en Buenos Aires y varios mercados. Fue el
preferido para instituciones de la colectividad española, los clubes de pelota, las estancias y
las casas de campo, y se volvió cotidiano en los suburbios como una variante de elección
para los chalés pintoresquistas, germen del chalé californiano que en la próxima década se
transformaría en el modelo casi exclusivo de la casa suburbana y que luego sería adoptado
como estilo de Estado durante el gobierno de Perón... pero ésa es otra historia.
UNA NUEVA SENSIBILIDAD
La crítica más acérrima a esta arquitectura nuestra —de ambigua definición y plena de
incertidumbres estilísticas— provino de un vanguardismo influido por las vanguardias
europeas. Este vanguardismo maduró en consonancia con algunas aventuras editoriales, en
particular la revista Martín Fierro, que comenzó a aparecer en febrero de 1924 asumiendo
con entusiasmo las consignas de Le Corbusier publicadas en L'esprit nouveau que le
acercaban arquitectos allegados como A. Prebish y E. Vautier, que estuvieron presentes en
el manifiesto inaugural de Oliverio Girondo.
Una serie de artículos del mismo Prebish sirvió de fundamento estético. Cuestionaban la
falta de actualidad de las instituciones artísticas, acusaban a la Comisión de Bellas Artes por
su falta de compromiso con una "nueva sensibilidad" vinculada a la vida contemporánea y
las nuevas teorías científicas y filosóficas, y llamaban a abandonar las "supersticiones del
estilo" y la persecución de "tradiciones inexistentes". Invitaban a asumir una actitud
comprensiva, sensitiva, respecto de una época "eminentemente económica e industrializada"
cuyas leyes debían traducirse en relaciones plásticas necesariamente abstractas, apoyadas
en pocos y elementales medios de expresión: planos, volúmenes, luz y color. Una
plasticidad liberada de todo localismo o pintoresquismo, apta para un mundo dominado por
el dinero y la técnica, cuyas fronteras eran arrasadas por la gran corriente homogeneizadora
de la civilización.
Estos textos no eran mucho más que transcripciones de los artículos de L'esprit nouveau
y recurrían a ilustraciones similares: puentes, automóviles, silos, artefactos sanitarios,
radiadores, muebles estándar, destacados contra pseudo ruinas griegas, consolas Luis XV y
stands de la última exposición de arte decorativo en París. Con un leguaje ácido criticaban la
decoración aplicada, los adornos tortuosos, las fantasías caprichosas de "arquitectos atados
al pillaje de experiencias pasadas", la "arqueología desafortunada" del teatro griego en el
balneario municipal de Buenos Aires o los "pastiches" del pasaje Güemes y el palacio Barolo
por su absurda pretensión de rejuvenecer estilos viejos. En éxtasis alababan las obras de
ingeniería —"sujetas sólo al cálculo, las leyes matemáticas y del Universo"— cuya
"grandiosidad despojada" era presentada como modelo para una "pura creación del espíritu".
Los humildes objetos de producción industrial "carentes de pretensión pero de discreta
presencia" —estilográficas, grifería, bañeras, inodoros, llaves de luz— eran elogiados como
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los herederos de una tradición "verdadera" de adecuación a las necesidades funcionales.
Las formas netas y simples de los puentes de Freyssinet y de los silos americanos en
hormigón armado eran comparadas con las pirámides egipcias y el Partenón por su
"sumisión al número" y potencia estética. En síntesis bregaban por esa estética de planos
desnudos y amplitud espacial que admiraban en la obra de Loos, Perret o Le Corbusier.
Pero en casa sólo podían alabar los primeros proyectos de los mismos Prebisch y Vautier:
una ciudad azucarera con claras referencias a la ciudad industrial de Tony Garnier, un grupo
de casas en Belgrano con una superposición de planos de bordes netos aparentemente
producto de plantas "bien orientadas" capaces de satisfacer "las exigencias de la vida
cotidiana", o el proyecto para el Museo de Bellas Artes en La Plata de volumetrías ascéticas
y ritmadas por un aventanamiento uniforme. Éstas fueron las primeras obras, con revoques
lisos y sin cornisas, imaginadas como testimonio de una posible estética de planos
desnudos, sustentada en el equilibrio de las proporciones y asociada a la elegancia, la
sobriedad y la honradez. Una estética que —repitiendo los adjetivos empleados por Le
Corbusier para valorar a los ingenieros— calificaban como masculina, ajena a toda
frivolidad, blandura o sentimentalismo, propia de hombres de acción capaces de un
enfrentamiento decidido con la vida. Una virilidad, según ellos, necesaria para resistir los
encantos de la "sensibilidad" (esa mala consejera capaz de temblar trémula frente a las
falsas sugestiones del pasado) y "entregarse" a la fuerza controladora y purificadora de la
ciencia y la industria. Una ascética curiosa para doblegar los instintos y las pasiones
individuales, y sumirse dócilmente al ritmo de la época que seguía circunscripta a lo estético,
a la búsqueda de un estilo asociado a la pureza de la línea, el color blanco y los interiores
claros, producto de un ajuste paulatino entre forma y fin utilitario al igual que los productos
industriales que le servían de modelo.
EL ART DÉCO COMO ESCENOGRAFÍA PARA UN MUNDO NUEVO
El neocolonial y este vanguardismo purista, por el momento reducido a pocas obras
programáticas y a escritos polémicos, fueron las dos posturas abiertamente contrapuestas
que tensaron la puesta en debate de la estética de una nueva arquitectura cuyos ecos
alcanzaron las páginas de los suplementos culturales y los editoriales de los principales
diarios del país. Sobre este debate se pretendió fundar la legitimidad de una disciplina
renovada en su lenguaje que, superando la mera cuestión edilicia, pretendía poner en el
tapete la urgencia de un debate cultural que excediera el campo profesional y se
comprometiera con el porvenir del arte argentino y de su potencial rol como aglutinador
social.
El desarrollo de estos dos movimientos fue casi simultáneo, si bien son vinculables a dos
momentos diversos de nuestra historia: uno a la xenofobia del Centenario y a la presión
creciente del panamericanismo; otro a las postrimerías de la Primera Guerra y a la
alucinación de una nueva sociedad sin conflictos ni historia. Mientras al primero todavía le
preocupaban los riesgos de una desintegración nacional ligada al liberalismo y los
extranjeros, el segundo se apoyaba en la certeza de una nueva época signada por lo
colectivo y los ideales comunes de una civilización universal. Ambos, sin embargo,
coincidían en reclamar una recuperación del espíritu, que uno asociaba a la tierra y la raza,
y el otro a las leyes del universo y el protagonismo de un arte argentino liberado del
provincialismo dominante en las décadas anteriores, que se sumara con voz propia a un
mundo cultural cada vez más internacionalizado.
Este debate estético fuertemente ideologizado sólo alcanzó a un reducido grupo de los
nuevos profesionales, si bien brindó motivos decorativos de los cuales otros abusaron sin
conflictos según la ocasión o el cliente. Simultáneamente otra corriente estilística, el art
déco, comenzó a difundirse como escenario de elección para el ya comentado
"aligeramiento" en los modos de vida, junto con el jazz, las faldas cortas, las melenas y una
liberación de los cuerpos pedagógicamente estimulada desde el cine, las revistas y el diseño
de nuevos productos. Se puede describir como una tendencia a la estilización geométrica de
motivos naturales, históricos o rescatados de culturas exóticas (egipcia, precolombina,
asiría), con composiciones sustentadas en el equilibrio dinámico de líneas rectas,
circunferencias y zigzagues asociadas a una articulación efectista de volúmenes y a
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
superficies luminosas y lisas de neón, cromo, acero inoxidable, linóleo, vidrio esmerilado y
enchapados lustrosos. Un estilo que debía su nombre a la Exposición de Arte Decorativo de
1925 en París, tan criticada por Prebisch y Le Corbusier, y era producto de una síntesis de
experiencias diversas entre las que se destacaban las geometrizaciones de la Secesión
vienesa, diseños de F. L. Wright inspirados en las culturas mesoamericanas y las
escenografías de las comedias musicales de Hollywood.
Estas nuevas formas sirvieron de adecuado acompañamiento a las transformaciones del
home y a sus ideales de modernidad, dinamismo y simplicidad. Sencillas en su manejo
geométrico y económicas por la sectorización de sus motivos planos, se introdujeron
masivamente como elementos ornamentales de fachadas y mobiliarios, sin necesidad de
discursos justificatorios, salvo vagas alusiones a la velocidad y a la abstracción.
Rápidamente se convirtió en el estilo popular, en la "atmósfera" preferida para la
arquitectura comercial, las estaciones de servicio, los cines y los edificios de renta de las
nuevas compañías de seguro, aunque también para los petit hotels de cielos rasos bajos y
planta reducida que comenzaron a multiplicarse en el pericentro de las grandes ciudades y
en los focos más densos de los nuevos barrios.
Los modelos no sólo estaban en las revistas profesionales: la publicidad, las películas, el
diseño de artefactos del hogar, los interiores de los nuevos transatlánticos, proveían
permanentemente de renovados motivos. Por su apelación al cambio en la vida cotidiana
estuvo estrechamente vinculado a las innovaciones tipológicas promovidas por los nuevos
profesionales. Incluso llegó a fundirse con algunas búsquedas desde el neocolonial (por
ejemplo, el Club Gimnasia y Esgrima de Rosario, de Guido), y con un registro más
complaciente de la llamada nueva sensibilidad. En los años '30 habría de alcanzar una
difusión masiva al ser adoptado por los constructores como gestos mínimos de decoro en las
reducidas casas cajón que densificaron los barrios periféricos. Una experiencia de
modernidad sin riesgos ni grandes compromisos que habría de ser la matriz dominante en la
cultura argentina.
10º Certamen Intercolegial de Historia - Instituto Euskal Echea - Llavallol - Año 2012
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
CARLOS ALBERTO FLORIA / CÉSAR A. GARCÍA BELSUNCE
" Hi st or i a de l os ar g ent i n os"
E di t ori al Lar ou ss e
LA ÉPOCA RADICAL
HIPÓLITO YRIGOYEN, CAUDILLO POPULAR
En 1916, triunfó el primer partido orgánico nacional nacido desde la oposición: la Unión
Cívica Radical. Y con él llegó a la presidencia de la República uno de los líderes más
notables y originales de la historia política argentina: Hipólito Yrigoyen. En esos dos datos se
encuentran las líneas maestras de la política nacional entre 1916 y 1930, época de
predominio radical.
Las elecciones de 1916 fueron reñidas. Sobre una población de 1916 de 7.704.383
habitantes, estaban inscriptos y habilitados para votar 1.188.904 hombres. Concurrieron a
los comicios 745.825 y la U.C.R. obtuvo poco menos de la mitad de los sufragios —
339.332—; los partidos conservadores de la provincia de Buenos Aires, Corrientes, San
Luis, Santiago del Estero, Jujuy, La Rioja, San Juan y Mendoza lograron menos de la mitad
del caudal de los radicales —153.406 votos—; el partido Demócrata Progresista 123.637; el
partido Socialista consiguió en la Capital Federal 52.895 sufragios y el radicalismo disidente
de Santa Fe 28.267. Los votos consagraban el triunfo radical, pero el mecanismo
constitucional trasladaba la cuestión al Colegio Electoral, como esperaba Ugarte, quien
horas antes de constituirse aquel había logrado que los conservadores y muchos
demócratas progresistas votaran la fórmula Angel D. Rojas-Juan E. Serú, mientras L. de la
Torre pedía a sus electores leales de San Luis, Cata-marca, Santa Fe y Tucumán que
votaran la fórmula Carbó-Carlos Ibarguren. Cuando los votos se tradujeron en electores
comprobóse que la U.C.R. había obtenido 143, y la mayoría necesaria era de 151. Esto
alentó las maniobras de Ugarte, frustradas por el radicalismo santafesino, que al fin votó en
favor de Yrigoyen. La U.C.R. logró, finalmente, 152 electores. Uno más que los necesarios.
Desde el punto de vista del mecanismo electoral, el triunfo radical fue ajustado. Si se
consideran los votos, fue amplio, pero distó de parecerse a un "plebiscito" como interpretaría
luego Yrigoyen. Si se aprecia el espectro político de la época, distinguiendo entre los votos
favorables al reformismo y los partidarios de una suerte de statu quo ante, los primeros —
U.C.R., P.D.P., P.S. y U.C.R. de Santa Fe— reunieron 544.131 sufragios y los segundos
153.406. Pero si se suman los votos conservadores de los partidos provinciales propiamente
tales y los "progresistas", los caudales reunidos no alcanzaban al de la U.C.R. Si se juzga,
en fin, la representatividad política del nuevo gobierno en función del sufragio universal cuya
ampliación introdujo la ley Sáenz Peña, la elección de Yrigoyen fue un triunfo claro.
"Nadie es tan consciente como el historiador de la infinita diversidad de las
personalidades humanas", pero nadie —y menos aún el historiador o el analista político—
desdeña comparar personalidades, hallar grandes "tipos" ideales y referirse, con obvia
prudencia, a tipologías. La personalidad de Hipólito Yrigoyen es un dato indispensable para
comprender la política argentina de la época que tratamos.
Sé bien que no soy un gobernante de orden común, porque en ese carácter no habría
habido poder humano que me hiciese asumir el cargo... Soy un mandatario supremo de la
Nación para cumplir las más justas y legítimas aspiraciones del pueblo argentino... Sé bien
que he venido a cumplir un destino admirablemente conquistado: la reintegración de la
nacionalidad sobre sus bases fundamentales...
Este pasaje de los fundamentos del proyecto de ley de intervención federal a San Luis,
escrito en 1921, contiene la concepción que Yrigoyen tenía de su "misión política". Se
pueden hallar frases semejantes en numerosos documentos salidos de su mano, o de su
inspiración. No era un "doctrinario" —¿dónde hallar el sistema coherente de ideas al que
refiriese sus actos y acomodarse sus decisiones?—, pero sí un idealista o, quizá mejor, un
"principista". Era a la vez un luchador, que puso en la táctica intransigente más constancia
que el propio Alem, y en la actitud permanente del conspirador que debía actuar desde un
poder que hubiera querido conquistar por la revolución, una paradojal consecuencia.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
Jugador, con la imagen del prudente; imaginativo para el ejercicio de la política, con el
semblante de un rígido que hizo de la "Causa" o de la adhesión a su capacidad carismática
el catecismo laico para la "reparación nacional" y el signo que señalaba la división entre
aliados y adversarios, entre sus fieles y sus críticos. Cuando operaba en aras de la Causa,
se aproximaba al cínico de la política, que apela al "egoísmo sagrado". Pero era difícil en su
tiempo y no es sencillo ahora recrear lo que fue "el caudillaje por el silencio", esa manera
casi arcana que tenía Yrigoyen para conducir a través de las "medias palabras" o de la
convicción personal. Caudillo carismático, según la compleja clasificación de Max Weber,
hizo del silencio un gesto. Gregorio Marañón lo comparó con Oliveira Salazar, el líder
portugués, e intuyó con agudeza en sus Ensayos liberales el valor político de aquel gesto:
El secreto está en que en esa clase de hombres el gesto es precisamente el silencio, y la
misteriosa invisibilidad...
Pero así como se constituyó en el representante simbólico de los sectores medios, ávidos
de participación política, irritó a los adversarios, y afirmó la constante "personalista" —el
calificativo nació, en el sentido de un poder personal encarnado, asociado a su persona—,
uno de los hilos conductores de nuestra historia política. Lo que ocurrió era previsible: por su
estilo y por su gravitación. Yrigoyen fue un factor de polarización política. Se estaba con él o
contra él. El "yrigoyenismo" —luego el "personalismo"— atravesó las filas de la oposición y
del propio partido Radical.
Octavio R. Amadeo llamó al radicalismo "la fracción española de la política argentina". La
frase, ingeniosa, sugiere algunas vías de análisis. No sólo la que se relaciona con la extraña
adhesión doctrinaria al krausismo por parte del caudillo, sino la que se vincula con una
vertiente de la historia española expuesta en su momento y que discurre por el español y el
americano del siglo XVII, cuando España elaboraba su quehacer imperial sobre dos ejes
paralelos: el de la ortodoxia-heterodoxia y el del maquiavelismo-antimaquiavelismo. Porque
el radicalismo yrigoyenista fincó su desarrollo en la crítica moral, para lo cual su credo
político interpretado por el caudillo se transformó en ortodoxia, y en una suerte de
antimaquiavelismo que vio en el realismo político un pecado y en la oposición una expresión
larvada de la "razón de Estado", traducida en alianzas contra el partido gobernante que su
líder descalificaría con un término que hizo época: el "contubernio".
Este aspecto del comportamiento radical parece ratificar una línea interpretativa apenas
recorrida y que se esboza así: la U.C.R. tuvo su origen en la época de los notables del 80 y
"completa en el plano político la asimilación al modelo europeo: es 'moderno' allí donde la
elite de 1880 era 'tradicional' (por ejemplo, la participación política ampliada como índice de
modernidad). En cambio en lo económico... el silencio de la Unión Cívica Radical (hasta
1916 especialmente) frente a problemas clave del proceso económico y su reacción tipo
'indignación moral' frente al acento que sobre la actividad económica ponen sus opositores,
representa en cierta medida un recurso a valores de tipo 'tradicional': es 'tradicional' allí
donde la elite de 1880 era 'moderna'..."
El radicalismo representa, pues, una expresión de la participación política ampliada a
sectores hasta entonces marginados por el régimen; demanda la vigencia de la Constitución
y el sufragio libre y se incorpora al sistema político con una estructura partidaria orgánica y
nacional. En su programa incluye la defensa de las autonomías provinciales, lo que
contribuye a afirmar la "nacionalización" de su estructura. Tiene un estilo y una forma de
prédica apropiada a lo que ya se denominaba nacionalismo, y un líder que reemplazó las
expresiones programáticas con el atajo de la simbología política. La conformación
policlasista del radicalismo —que contenía en su seno a hombres procedentes de todos los
sectores sociales políticamente activos— no interfería la disposición populista de su líder —
más bien presentida que real, o en todo caso embrionaria de un populismo de masas que se
perfilará recién en 1928—. Los cuadros dirigentes de la U.C.R. estaban formados por
muchos hombres pertenecientes, por su extracción social y por sus actividades económicas
o profesionales, o por ambas cosas a la vez, a la denominada "elite tradicional". Este dato es
importante para explicar, en parte, la afirmación del "antipersonalismo" dentro del partido
Radical.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
Su base para la acción en el comité —el de la provincia de Buenos Aires fue por mucho
tiempo el baluarte de las conspiraciones y de la acción política de Yrigoyen—, que servía de
medio para el ascenso de una suerte de nueva clase dirigente que podía o no mezclarse con
la tradicional, sin afectar la fuerza política de la organización. El comité —temido ya por
Juárez Celman en escritos que citamos y conviene recordar— reemplazó al club, fue el
instrumento de difusión del partido y la garantía de su unidad, aunque fuera laxa. Pero sólo
el estilo y la imagen populista de Yrigoyen disimulaba un partido en el que aún la mayoría de
su elite estaba compuesta por hombres que creían en valores análogos a los de sus
adversarios conservadores. El principismo yrigoyenista operaba como un elemento
galvanizador. El partido no era, para el caudillo, una "parte", sino el intérprete de la razón
pública y el representante de la soberanía nacional.
El pueblo de la república, al plebiscitar su actual gobierno legítimo, ha opuesto la sanción
soberana de su voluntad a todas las situaciones de hecho y a todos los poderes ilegales. En
tal virtud, el Poder Ejecutivo no debe apartarse del concepto fundamental que ha informado
la razón de su representación pública, sino antes bien, realizar como el primer y más
decisivo de sus postulados, la obra de reparación política que alcanzada en el orden
nacional debe imponerse en los estados federales, desde que el ejercicio de la soberanía es
indivisible dentro de la unidad nacional y desde que todos los ciudadanos de la República
tiene los mismos derechos y prerrogativas...
Es una parte de los considerandos que preceden al decreto de intervención federal a la
provincia de Buenos Aires, del 24 de abril de 1917. El análisis de su contenido es elocuente:
los comicios fueron para el líder radical un plebiscito. Los gobiernos no radicales pasaron a
constituirse, por su heterodoxia, en situaciones de hecho. El radicalismo era una suerte de
depositario de la razón pública, y no sólo de la voluntad popular. La estructura federal del
Estado no era una valla infranqueable, pues para el perfeccionismo político de Yrigoyen los
demás ciudadanos tenían el derecho de tener un gobierno radical, es decir "legítimo", como
el gobierno nacional. La soberanía popular había pasado a ser la soberanía del partido, y
dentro del partido, de su príncipe. No era una consecuencia de la lógica interna de la
"Argentina de los partidos", sino de la proyección perfeccionista y mística de un caudillo
carismático. Pero esa y otras consecuencias pondrían pronto en cuestión aquella lógica
interna, mientras desde esa perspectiva no carecen de explicación hechos insólitos como la
"ruptura de relaciones" del gobierno nacional con el de la provincia de Córdoba, en mayo de
1922, a raíz del triunfo del candidato demócrata Julio A. Roca ante la denuncia de fraude y
la abstención radical. Tampoco aparece inusitada la oposición rígida que acosó a Yrigoyen
desde todas las tribunas y desde el Congreso, que aquél ni pisó, enviando sus mensajes
anuales para que fueran leídos ante congresistas indignados. La primera presidencia de
Hipólito Yrigoyen está condicionada por una preocupación dominante: consolidar la
gravitación nacional del partido Radical y organizar definitivamente su estructura interna.
Yrigoyen llega a la presidencia con 64 años. Para el primer objetivo usa el recurso de la
intervención federal a discreción, a partir de su peculiar interpretación de la causa de la
"reaparición nacional" que se ha analizado. Interviene provincias por decreto en quince
oportunidades, y por ley del Congreso en cinco más. Para el segundo propósito emplea a
sus fieles a través de los comités del interior. Ambos objetivos hallarán resistencias fuera y
dentro del radicalismo, estimulando alianzas entre aquellos que terminaron por calificar al
presidente como un "autócrata". Sin embargo, opositores y adversarios internos tuvieron
durante su gestión absoluta libertad de expresión. Sólo que Yrigoyen confiaba en otros
instrumentos más eficaces que la retórica para dominar, como al cabo lo haría, tanto el
panorama político nacional cuanto las posiciones partidarias decisivas. Era presidente y jefe
del partido, y no dejaría de cumplir ambos roles pese a las críticas de lo que con el tiempo
constituiría el movimiento "antipersonalista".
En parte por esas preocupaciones dominantes, y en parte también por su modalidad
paternalista y popular, otros hechos y temas de la época, fundamentales para sectores
importantes de la política argentina, fueron relativamente secundarios para el presidente,
que los trató siguiendo el itinerario de ciertos principios en los cuales creía, o ateniéndose a
su intuición de la oportunidad. El caudillo tenía su ritmo y su manera de entender la política,
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
y con su estilo atravesó períodos difíciles y sucesos que podrían haber herido su
popularidad. Pero si se atiende al comportamiento presidencial respecto de la constelación
de poderes de la época, puede explicarse con alguna coherencia por qué ninguno de los
sucesos que tuvo que superar fueron suficientemente decisivos como para afectar el
liderazgo de Yrigoyen, por lo menos en los seis años de la primera presidencia radical.
Lo que caracterizó la relación de Yrigoyen con el mundo obrero fue una cuestión de trato,
más bien que el resultado de un cambio de política. El presidente dialogó con frecuencia con
dirigentes obreros y usó del arbitraje para tratar conflictos gremiales, pero el partido Radical
no trajo consigo ningún programa de cambio económico-social que pudiese alterar la
relación de fuerzas entre empresarios y trabajadores. Representativo de los sectores
medios; Yrigoyen respondió a las aspiraciones de participación política de éstos, pero no se
introdujo en la compleja trama de intereses económicos que las organizaciones obreras,
dirigidas por anarquistas o por socialistas, trataban de romper. Las "luchas por la producción
de ganado y carne proporcionan —se ha expuesto en una investigación reciente—
probablemente el barómetro más exacto del clima político general de la Argentina, o por lo
menos ningún problema aislado de la época resulta tan sugestivo". Aunque la apreciación
del investigador pueda parecer exagerada, los datos que proporciona muestran a un
Yrigoyen indeciso frente a conflictos concretos. En 1917, obreros de los principales
frigoríficos intentan organizarse dentro de la F.O.R.A. (Federación Obrera Regional
Argentina) y los dirigentes de Armour y Swift —norteamericanos— los despiden. Las
peticiones obreras se dirigían a obtener la jornada de ocho horas, el pago de horas extras,
aumentos graduales de sueldos, el feriado del 1º de mayo... y frente a la posición rígida y
agresiva de los frigoríficos, van a la huelga. Esta progresa, y es apoyada por sectores
portuarios. Los estancieros se unen a los frigoríficos y la Sociedad Rural auspicia una
reunión de la que resulta un petitorio a Yrigoyen para que actúe contra la huelga conducida,
según los empresarios, por "agitadores profesionales". Intervienen los diplomáticos
norteamericano y británico invocando la carestía de las provisiones para las tropas aliadas.
El presidente envía a la Marina para romper la huelga. En el plano económico las
discrepancias de fondo entre radicales y conservadores serían, al fin, escasas. Frente al
recrudecimiento de la "cuestión social" Yrigoyen deja operar al aparato represivo policial,
como durante la famosa "Semana Trágica" del 19, suerte de putsch anarquista que ocasiona
centenares de muertos y heridos por la intervención de la policía sin provocación obrera. Y
aun parece impotente para desalentar organizaciones civiles como la "Liga Patriótica", célula
extremista de una derecha ideológica y social que se lanzara a la "caza del obrero", mientras
meses después, en Santa Cruz, una rebelión de peones es reprimida por el ejército,
ocasionando una matanza. Un testimonio apasionado pero original de aquella persecución
sangrienta que complicó a militares y terratenientes en el 22, es la obra "La Patagonia
trágica" de José María Borrero. La palabra "tragedia" abundaba, como se advierte, en torno
de los problemas sociales de una época signada, además, por la repercusión de la
revolución bolchevique y de la revolución mexicana. Frente a un proceso tan complejo, el
radicalismo carecía de una política social y económica suficiente, pero el caudillo asimilaba
las crisis.
Un tema que conmovió a los argentinos, como a todo el mundo informado, fue la Primera
Guerra. Las consecuencias de su desarrollo y proyecciones fueron esbozadas en torno del
contexto internacional, y la actitud del presidente Yrigoyen —como antes la de Victorino de
la Plaza— no fue ajena a las influencias ya apuntadas, sobre todo en el plano económico.
Pero en el plano político, el presidente sostuvo la neutralidad de la Argentina a pesar de
presiones y de críticas de entidades, periódicos y sectores con influencia intelectual que
pretendían la ruptura con Alemania. Cuando ésta decidió la guerra submarina a ultranza,
algunos buques argentinos —el "Monte Protegido", el velero "Otiana", el vapor "Toro"—
fueron al fondo del mar. La presión llegó a su límite a propósito de un episodio diplomático:
la embajada de los Estados Unidos interceptó un telegrama enviado por el embajador
alemán Karl von Luxburg en el que informa a su gobierno el rumbo de buques argentinos,
recomienda su hundimiento y califica al ministro Pueyrredón de "asno". El episodio era, en
verdad, de una factura tan grosera como agraviante y peligrosa para la Argentina. Si algún
asno actuaba en la política de entonces, ése era el conde Luxburg cuya expulsión inmediata
decidió el gobierno argentino, reclamando satisfacciones al alemán. Las obtuvo, así como el
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
desagravio a la bandera al terminar la guerra. Yrigoyen sorteó las demandas belicistas de la
opinión favorable a los Aliados sacando provecho de la incoherencia de los críticos, que
habían aceptado —y defendido, como hizo Lugones, entre otros— las excusas británicas
cuando el hundimiento del vapor argentino "Presidente Mitre".
Vista la cuestión retrospectivamente, nos parece que la conducta de Yrigoyen fue
inteligente. En primer lugar hemos dicho algo acerca de lo que fue la Primera Guerra y de la
forma en que dirigentes supuestamente capaces se zambulleron en el conflicto. En segundo
lugar, el tema de la neutralidad estuvo presente en casi todos los países que no se
mezclaron de inmediato en el conflicto y contaba con la mayoría de los pueblos. Sin
necesidad de reiterar el proceso interno norteamericano, baste recordar lo que costó a
Wilson sacar a su pueblo del aislacionismo. Por otra parte, los agravios al honor nacional se
reunieron allí con intereses económicos y estratégicos concretos. Neutrales europeos, como
Italia, escuchaban a un Salandra recomendar la práctica del "sagrado egoísmo", una versión
de la neutralidad ayudada por el regateo diplomático. Y un hombre prestigioso como Gio-litti,
alma del partido Liberal, coincidía en el neutralismo que apoyaban los socialistas —por su
pacifismo—, y los políticos católicos, que seguían la consigna de la Santa Sede, benigna
hacia el católico imperio austro-húngaro. ¿Para qué añadir más? ¿La Argentina estaba a
merced de intereses que no dominaba? Yrigoyen interpretó a la mayoría, siguió en esto a de
la Plaza y fue vocero del hombre medio. Se comportó otra vez como un principista, y acertó,
pese a las críticas emotivas de muchos de los adversarios más inteligentes, algunos de los
cuales irían luego a los Estados Unidos para explicar la política exterior argentina y
justificarla ante esa potencia que había obrado, en todo caso, impulsada por su particular
interpretación de su interés nacional en el mundo. Lamentablemente, ni Yrigoyen ni sus
ministros tuvieron los recursos intelectuales para imaginar una política económica
independiente —en términos relativos— como la que sostuvo en el campo internacional.
Esta se prolongó en la Sociedad de las Naciones donde algunos de los Catorce puntos de
Wilson parecían desvirtuados y las discrepancias entre los vencedores revelaron muy pronto
el choque de intereses. Las instrucciones de Yrigoyen a la delegación argentina fueron que
no se hicieran distingos entre neutrales y beligerantes, consagrándose el principio de la
igualdad de los Estados. Otra vez aparece el principismo de Yrigoyen, que condicionó la
permanencia de la delegación argentina a la aceptación de esos postulados. Alvear,
entonces embajador en París y miembro de la delegación, se opuso. Yrigoyen insistió en un
telegrama de antología, con su estilo, su lenguaje, sus frases insólitas. Sólo Honorio
Pueyrredón respetó las instrucciones, pero intentó soslayar la conducta recomendada por el
presidente. La delegación procuró que éste concediera una conducta menos rígida. Los
telegramas no tuvieron contestación. El 6 de diciembre de 1920 se leyó la nota señalando la
posición argentina, y la delegación partió en seguida de Ginebra. Según Yrigoyen, el
radicalismo tenía una misión para la Argentina, y ésta para el mundo. Ni más ni menos.
En 1919 la tensión social culmina con hechos sangrientos y más de 350 huelgas, y una
demostración de fuerza de la F.O.R.A. que reúne en un mitin en la plaza del Congreso
150.000 asistentes y setecientos gremios representados, derivando hacia el comunismo
anárquico. La renovación ideológica había llegado a los medios universitarios a través de la
Reforma, que tiene su epicentro en Córdoba, entre 1917 y 1918, y se difundirá por toda
América Latina. "El movimiento de reforma confiesa la doble inspiración rusa y mexicana;
esos ejemplos le animan a luchar por una modificación de los estatutos universitarios que
elimine el todo poder de los profesores (reclutados demasiado frecuentemente dentro de
diques que son, a su vez, parte de los sectores oligárquicos) obligándolos a compartir el
gobierno con los estudiantes (provenientes en parte de sectores sociales más modestos,
pero sólo excepcionalmente populares)..." La Reforma universitaria se manifestó, pues,
como una prolongación de la reforma política contra el "régimen", en la medida que la
Universidad había otorgado a la estructura de poder vigente hasta el 16 la mayor parte de
sus dirigentes, y la comunicación entre el sistema político y el subsistema universitario era
entonces fluida. Los radicales adhirieron a la Reforma e Yrigoyen pudo eludir así la crítica
ideológica, para concentrar su trabajo en neutralizar a los críticos políticos.
Al promediar el período presidencial, Yrigoyen había provocado un clima de crisis en su
propio partido y el acercamiento de los partidos opositores. Pero antes de esbozar esa
problemática, que se plantea hasta el momento en que se decide la sucesión presidencial,
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
es preciso observar aspectos de una crisis futura que se advierten en el paulatino reingreso
a la arena política de un antiguo protagonista, ahora profesionalizado: el ejército. Los
militares aceptaron sin problemas el acceso pacífico de los radicales al poder y asimilaron el
neutralismo rígido de Yrigoyen.
Pero al tratar más adelante la intervención política de los militares como una suerte de
"partido político armado", ¿cómo no computar —entre causas más complejas— las
reiteradas intervenciones federales que motivaron con frecuencia su convocatoria con fines
que solían identificarse con objetivos partidarios y crearon un factor de diversión respecto de
lo que los militares llamaban sus "actividades específicas"? Si este dato no es desdeñable
para interpretar el proceso político futuro, también es interesante el hecho de que Yrigoyen
aplicase su concepto de "reparación" al propio ejército. Pasó por alto los reglamentos de
promoción militar para rehabilitar a ex revolucionarios del 90, del 93 y de 1905. Nada había
por encima de la "Causa", y esos militares habían luchado por ella. Eso provocó el brote de
facciones militares, y de logias para defender el profesionalismo, pero que a la postre se
convertirían en una "oposición faccional" dentro del sistema. En 1920 surgió la Logia
General San Martín. Varios factores incidieron en su formación: la tolerancia del ministro de
Guerra hacia oficiales políticamente comprometidos con Yrigoyen y que demostraban
públicamente su apoyo al presidente; favoritismo y arbitrariedades en las promociones;
deficiencias en el entrenamiento de los conscriptos; y la defección administrativa tanto en la
dotación de las fuerzas armadas como en formas de intervención que afectaron, desde la
perspectiva militar, la disciplina interna de dicha corporación. La Logia General San Martín
no surgió contra los radicales, sino por motivos corporativos fundados en políticas
específicas que sus componentes no admitían. Pero expresó una manifestación política de
los intereses de las fuerzas armadas. No fue extraña a la preocupación de éstas por la
proclividad de Yrigoyen a designar civiles para el cargo de ministro de Guerra. Cuando se
aproximaba el cambio de gobierno y se perfiló la candidatura de Alvear, la Logia presionó
para que éste no designara, una vez electo, al general Dellepiane, próximo a Yrigoyen, sino
al entonces coronel Agustín P. Justo, durante siete años director del Colegio Militar y
vinculado a los círculos aristocráticos de Buenos Aires. En una oportunidad, incluso Justo
puso de manifiesto una actitud elocuentemente crítica hacia Yrigoyen, realizando por su
cuenta un homenaje a Mitre, formando a los cadetes frente al museo del procer y líder de la
política del "acuerdo" —según la visión de Yrigoyen, que pasó por alto el aniversario—, o de
la política liberal de la Organización —según quiso subrayar Justo—.
Estos hechos fueron, tal vez los primeros pasos concretos en un itinerario que llevaría a
la politización del ejército en términos del siglo XX. En 1922, la Logia había impuesto ajusto
como ministro de Guerra de Alvear.
Sin embargo, los propósitos dominantes de Yrigoyen en el escenario político nacional
encontraron franca resistencia entre los políticos de la oposición y entre radicales que
disentían con su conducción personalista. En 1918, Rodolfo Rivarola se lanzó a justificar la
necesidad de un "tercer partido" en la política nacional, que reuniera a los que no eran
radicales ni socialistas. Mientras tanto, el comité de la Capital de la U.C.R. designa una
comisión compuesta por Carlos A. Becú, Santiago C. Rocca, José P. Tamborini y Enrique
Barbieri, y ésta produce un documento titulado "Programa y acción del partido Radical", que
acusa la derrota de los radicales capitalinos en manos del socialismo en ese mismo año y
revela la crisis interna del partido oficial. El documento se manifiesta "antipersonalista",
reclama "la separación entre el partido militante y el gobierno", exige que la U.C.R. se defina
frente a los problemas políticos, económicos y sociales indicando "la necesidad de un
programa", y recuerda que el electorado espera del radicalismo que asegure "una buena
administración pública". Cuando se aproximan las elecciones presidenciales, sectores
conservadores e independientes procuran organizar la Concentración Nacional de Fuerzas
Opositoras cuyo candidato sería Norberto Piñero. El partido Demócrata Progresista no
acepta integrarla. Se difunden escritos que denuncian el origen autonomista y la militancia
juarista del joven Yrigoyen, ahora creador de un "binomio rompecabezas —régimen y
causa—", mientras el nombrado Rivarola compara al presidente con el "único, Juárez
Celman". Los esfuerzos para una coincidencia opositora contra el radicalismo oficialista
aumentan a medida que se acercan las elecciones del 22, mientras los "manifiestos de los
radicales principistas al pueblo de la República", publicados con la firma de Miguel
10º Certamen Intercolegial de Historia - Instituto Euskal Echea - Llavallol - Año 2012
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
Laurencena, Carlos F. Meló, Benjamín Villafañe y otros, el 22 de enero del año de los
comicios, no difieren mucho en las críticas a la "autocracia" yrigoyenista con el discursoprograma que pronunciaría el candidato socialista Nicolás Repetto, el 5 de febrero.
Pero la opinión popular —lejos de la memoria colectiva los graves momentos del 19—
permanecía ajena a los ajetreos de los comités y al febril trabajo de opositores y disidentes.
La percepción de la diferencia entre la opinión pública y la opinión popular era aguda en
Yrigoyen, que impuso a su candidato en la Convención Nacional de marzo de 1922: el
aristocrático, temperamental, inteligente y a veces trivial embajador en París: Marcelo
Torcuato de Alvear. El radicalismo era mayoría, y la mayoría en el radicalismo había
respetado una "vaga consigna" que circulaba desde fines del 21:
EL VIEJO APOYA A ALVEAR
La Convención radical eligió la fórmula Alvear-Elpidio González por 139 votos contra 33.
Los argentinos que concurrieron a los comicios en abril de 1922 votaron por gran mayoría en
favor de la U.C.R.: 458.457 sufragios. Esta vez representaban el triunfo radical en doce
distritos y 235 electores. La Concentración Nacional apenas superó los 200.000 votos.
Todos los otros partidos, reunidos, sumaron 364.923 sufragios. El triunfo radical fue, esta
vez, rotundo. La fórmula de la U.C.R. obtuvo más de cien mil votos sobre la cifra de 1916.
Pero el cisma radical estaba cerca. Alvear dejaba, mientras tanto, París para iniciar un
brillante itinerario europeo y americano como presidente electo. Radical "afrancesado", el
heredero del caudillo escribe primero su despedida a París: Au revoir, París... Je donnerai
mon coeur et mon corp a la Presidénce...
DEL PATERNALISMO POPULISTA AL ARISTOCRATISMO POPULAR
"Probablemente era la de Alvear una de las pocas familias argentinas que podía jactarse
de una real aristocracia." La vida del político radical fue una mezcla de compromiso y
aventura, de trivialidades y períodos de lúcida inteligencia, de militancia comiteril y
conspirativa y de tomas de distancia para no quedar atrapado por el pueblo y el comité.
Alvear logró la confianza de "el Viejo" y a través de ella la adhesión prevenida de los
yrigoyenistas. Pero era una personalidad diferente de la del "Peludo", como el humorismo
político llamó a Yrigoyen, quien quizá lo creyó "seguro, ornamental y manejable", juzgándolo
a propósito de sus itinerarios europeos, de su fascinación finisecular por París, de su
persecución romántica a Regina Paccini y de su relativa incomunicación con el partido.
Personalidades diferentes, eran también distintas las circunstancias a las que atendían,
las influencias del contorno que predominaban en ellos, la percepción selectiva que
conducía a ambos a responder con frecuencia de manera diversa a las solicitaciones del
proceso político. La elección de Alvear para la sucesión parece a primera vista inexplicable.
Angel Gallardo, ministro de Relaciones Exteriores desde el comienzo de la gestión de
Alvear, sostiene que la intención de Yrigoyen fue integrar la fórmula con Elpidio González,
porque consideraba a Alvear "fácil de desalojar". No hay ninguna prueba objetiva de eso. El
historiador tiene ante sí presunciones, intrigas, versiones. No es fácil entender por qué
Yrigoyen haría una maniobra tan complicada, que si fallaba conduciría a una crisis
partidaria. Si Alvear fue votado porque era "su" candidato, lo mismo pudo imponer de
entrada a González. Salvo que con seis años de atraso, Yrigoyen quisiera dar cierto aliento
a una derecha exasperada por la influencia imbatible del caudillo para impedir la frustración
del régimen nuevo cuya legitimación era todavía precaria. ¿No se hubiera asimilado mejor el
tránsito hacia la "Argentina de los partidos" de haber sido Alvear, y no Yrigoyen, el
presidente en el 16? ¿No fue demasiado brusco el tránsito para una derecha que se
mostraba impotente para detener a ese nuevo populismo? Conjeturas quizás interesantes
para otro tipo de especulaciones, no son suficientes para acordar consistencia a la versión
de Gallardo, que muchos compartían y Alvear no desalentaba. Pero conviene tener
presente, también, que Yrigoyen, por su estilo y por su comportamiento, no hizo lugar a la
formación de dirigentes aptos dentro de la corriente de sus fieles. Los "azules" —fracción de
la embrionaria oposición antipersonalista— promovieron precandidatos como Leopoldo Meló
y Vicente Gallo, y luego a Arturo Goyeneche; el radicalismo "principista" a hombres como
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
Laurencena y Carlos Meló. El viejo caudillo bien pudo preferir apoyarse en un hombre
alejado desde 1917 de la política local —Alvear pasó esos cinco años en Francia como
represenante diplomático—, confiando en que aceptaría su tutela, o que no podría eludirla,
un hombre que había comenzado su carrera política al lado de Alem y que había participado
en las aventuras revolucionarias del 90, del 93 y de 1905, y conocido la cárcel y el
confinamiento en la etapa conspirativa del radicalismo. Además, el afecto de Yrigoyen por
Alvear fue constante y, hasta donde podía escrutarse una personalidad como la del caudillo,
sincera.
Sin embargo, también en este caso adquiere relieve la personalidad del hombre de
Estado. Alvear no era un principista sino más bien un realista que percibía la política como
una mezcla de pragmatismo y compromiso. No era, pues, un intransigente, porque la vida
política era para él la prolongación de su manera de ser y de ver la vida social. Carecía
incluso de la constancia en el sacrificio que caracterizó a Yrigoyen. Era un remedo del
"patriciado" actuando en un partido popular, pero guardando identidad de estilo con la elite
social de la época y abierta comunicación con el establishment. Al cabo terminará por irritar
a los yrigoyenistas, a la izquierda revolucionaria y a los nacionalistas de derecha. Y facilitará
el aglutinamiento del "antipersonalismo" en sus distintas versiones y procedencias:
conservadores, radicales no yrigoyenistas, socialistas, demócratas progresistas. No fue la
consecuencia de una táctica; menos aún de una estrategia. Fue el resultado de la lógica
interna de un estilo político, que Alvear dejó andar, favorecida por la acción correlativa de
sus "hermanos-enemigos".
Para la opinión popular, Alvear era sobre todo "el candidato de Yrigoyen". Para los
sectores sociales conservadores,
"la garantía anticipada de un gobierno recto y ecuánime, llamado a restablecer el imperio
del régimen constitucional y de la libertad política, después del eclipse que han sufrido bajo
el providencialismo de los últimos años".
Durante la gestión de Alvear hubo 519 huelgas en las que participaron cerca de medio
millón de trabajadores y, sin embargo, los conflictos no se tradujeron en un clima de tensión
social constante y opresiva para los sectores dominantes ni para el pueblo. Fueron
decretadas siete intervenciones federales y el Congreso dispuso tres más, pero salvo las
situaciones de Córdoba y Buenos Aires, que dieron lugar a sucesos especiales, tales
decisiones no privaron a la gestión de Alvear de elogios —procedentes de la opinión
independiente y de la antipersonalista, sobre todo— ni del calificativo de "presidencia
legalista". Pasó a la historia como una presidencia tranquila y ordenada, progresista y
conciliadora. Verdaderamente, una presidencia típica de los "felices años 20", con una
buena administración.
Sin embargo, hay otra vertiente de la presidencia de Alvear, quizás más fascinante: para
algunos observadores, la tranquila administración alvearista puede ser interpretada como
una forma de morosa delectación en arreglos políticos que demoraron el despegue
económico de la Argentina. Y para otros, el laboratorio de una polémica ideológica que
atravesaría incluso a la "sociedad militar", y daría el tono al proceso político de los años 30.
Por lo pronto, durante la presidencia de Alvear la sociedad política y la sociedad
económica siguieron vías paralelas. Parecía al menos que esas vías paralelas podrían
seguir su camino sin comprometerse recíprocamente. En la segunda, no hubo
reivindicaciones —obreras o empresarias— tan significativas como para poner en cuestión
al sistema económico vigente. En la primera, mientras el presidente actuaba procurando
respetar las reglas de juego constitucionales, se articulaban dos tipos de alianzas: una,
dentro del sistema, que atravesó al propio partido Radical y lo condujo a la escisión y
consolidó la llamada corriente "antipersonalista". Otra, contra el sistema, encarnada entre
varias, en la ideología militante más significativa para la época: el nacionalismo de derecha
o, quizá mejor, el nacionalismo antiliberal.
En la sociedad económica, la Argentina no mostró "una actitud industrialista", por lo que
la gestión de Alvear no fue sustancialmente diferente en este aspecto de lo sucedido en el
período 1914/1930. Un estudio reciente en torno de las etapas del desarrollo económico
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
argentino llama a dicho período, que extiende hasta 1933, "la gran demora", luego de
crearse condiciones para el "despegue" industrial de la Argentina:
La Primera Guerra Mundial puso fin a la euforia económica del período de
preacondicionamiento. El comercio exterior quedó dislocado, creándose una escasez de
productos básicos sin los cuales la economía no podía funcionar "normalmente",
produciéndose así una crisis estructural. Sin embargo existían esperanzas de que el país
volvería a la situación anterior a la guerra. Esperanzas que se fueron alentando después de
la crisis ganadera de 1922, como consecuencia de cinco años de buenas cosechas y de la
mejora de los términos del intercambio. Pero la aparente prosperidad ocultaba dificultades
subyacentes (...) La gran demora se caracteriza por una contracción de la tasa de
crecimiento de la inversión, particularmente de la inversión extranjera, y una detención en la
evolución relativa entre la agricultura y la industria.
Los sectores agropecuarios mantuvieron su influencia en la conducción de la política
económica y trasladaron sus demandas al sistema político sólo cuando fue indispensable.
Hacia 1922 el comercio de la carne pasa por una situación de crisis, pero Alvear tenía en
Agricultura a un ministro ducho como Le Bretón —quien como embajador en los Estados
Unidos habíase informado bien acerca de la inminente "guerra de la carne" entre británicos y
norteamericanos— y por lo tanto adopta una actitud de intervención vigilante en el asunto.
En la Sociedad Rural, un ganadero de Corrientes, Pedro Pagés, había logrado desalojar de
la presidencia a un representante de los terratenientes bonaerenses. Eso facilitó la gestión
de Le Bretón. Cuatro leyes revelaron que Alvear tendría una política agropecuaria más
decidida y precisa que Yrigoyen, aunque sin neutralizar la acción de los grupos de interés
tradicionales: se decidió la construcción de un frigorífico administrado por el Estado y
ubicado en Buenos Aires; la inspección y supervisión gubernamental del precio de la carne;
la venta del ganado sobre la base del precio del "kilo vivo" y el establecimiento de un precio
mínimo para el ganado de exportación y uno máximo para venta local. Hallándose Luis F.
Duhau, poderoso invernador bonaerense, en la presidencia de la Sociedad Rural (había
derrotado a Pagés en elecciones de dicha corporación en 1926), ésta produce un importante
y, para muchos, inusitado documento. Escrito por el joven Raúl Prebisch y publicado en
1927, fue titulado "El pool de los frigoríficos: necesidad de intervención del Estado".
Paralelamente, sin embargo, la Sociedad Rural difundía el lema "comprar a quien nos
compra", que en la práctica significaba alentar el retorno de las buenas relaciones
económicas con Gran Bretaña y tomar partido en la "guerra de la carne".
LAS LÍNEAS INTERNAS
La sociedad económica permaneció atenta, pero no intranquila, frente a las cosas que
sucedían, mientras tanto, en la sociedad política. Lo que preocupaba a aquélla era, sobre
todo, que no se cortase la comunicación con el poder político, y ésta era asegurada por la
presencia de Alvear y Le Bretón.
La sociedad política estaba pendiente de lo que ocurría en las filas radicales. El gabinete
de Alvear representó para el yrigoyenismo el signo de una "peligrosa tendencia"; había
sectores afines con sectores sociales que proveían dirigentes hostiles al personalismo y al
estilo del caudillo. Allí estaban Matienzo, un viejo jua-rista, aunque crítico veraz del
"régimen", según vimos, no era por eso un converso total; Justo, el ministro de Guerra que
había desplazado al yrigoyenista Dellepiane; y Le Bretón y Marcó, a quienes el diario La
Epoca, vocero yrigoyenista, hostilizó de entrada. El último mensaje de Yrigoyen al Congreso,
dado el 1º de julio de 1922, contiene frases de extraordinaria violencia contra la oposición
conservadora. Cuando finaliza ese mismo año, la opinión conservadora es favorable al
nuevo presidente. Pero en diciembre, al discutirse los diplomas de radicales alvearistas por
Jujuy, el sector radical yrigoyenista impide sesionar al no presentarse, y la minoría compele
a los ausentes ante la resistencia del vicepresidente González. Varios senadores logran un
voto de censura contra el hombre de Yrigoyen; Meló, Torino, Saguier, Gallo —radicales
antiyrigoyenistas—, se unen a los conservadores para esto. La tensión continúa en los
meses subsiguientes. En 1924, se forma en Buenos Aires el "radicalismo disidente" dirigido
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
por Isaías Amado y Mario Guido. Es la primera consecuencia visible de los propósitos del
nuevo ministro del Interior, Vicente Gallo, que trabajaría desde su incorporación en el
gabinete de Alvear para desarticular el baluarte yrigoyenista que representaba Buenos Aires.
La medida previsible era la intervención federal.
El año de 1924 es decisivo: las elecciones de diputados incorporan ochenta legisladores
radicales. Cincuenta, aproximadamente, pertenecen al yrigoyenismo. El cuerpo elige
presidente provisional a Mario Guido, porque 26 diputados radicales, 2 "bloquistas" del
cantonismo sanjuanino, 1 "principista" de La Rioja, 22 conservadores y 19 socialistas suman
sus votos. Era el "contubernio", según el sambenito que el yrigoyenismo colgó a una nueva
versión de la vieja "política del acuerdo". Una suerte de asociación ilegítima entre sectores
que a su juicio debían estar en posiciones contrarias, pero que aceptaban aliarse con el
único fin de vencer al radicalismo yrigoyenista. El cisma radical era un hecho, aunque no
definitivo.
A la diferencia entre las personalidades de Yrigoyen y Alvear, deben añadirse otras
causas explicativas de la división. Causas de partido: la heterogeneidad social del
radicalismo se manifestaba en un nuevo alineamiento que reunía a los afines entre sí;
además, reaparecía la resistencia provincial: los caudillos que dominaban ciertas situaciones
locales se oponían tanto al personalismo "unitarizante" de Yrigoyen y al comité nacional (por
ejemplo, los Cantoni en San Juan), cuanto al predominio del comité bonaerense. Causas de
política principista: como las que manifestaban los socialistas; o de táctica política: como las
que articulaban los conservadores, quienes procuraban enfrentar a los radicales y socialistas
más que por diferencias programáticas, haciendo hincapié en la rivalidad por el dominio del
distrito de la Capital. Y causas sociales, en fin, que eran comunes a todos los hombres que
compartían aquella "moral común" que otrora recordara Matienzo a propósito del régimen".
En 1926, elecciones nacionales de Diputados pusieron en evidencia el estado de la
cuestión política. Intervino el radicalismo antipersonalista, la U.C.R. tradicional, los
conservadores, el socialismo. El sector de los Cantoni en San Juan y de los Lencina en
Mendoza se alió a los antipersonalistas. Si bien la U.C.R. fue el partido que más votos
obtuvo —335.840—, las fuerzas antiyrigoyenistas habían logrado cerca de treinta mil votos
más. Mientras la U.C.R. había obtenido las mayorías de la Capital, Buenos Aires, La Rioja y
Catamarca, los demás grupos habían logrado el control de once distritos. Por un lado, pues,
el yrigoyenismo había sufrido una derrota parcial y sus posiciones principales, como su
reducto bonaerense, serían amenazados por un Congreso hostil. Por otro lado, sin embargo,
el radicalismo como tal, demostró seguir siendo la principal fuerza política nacional, pues en
muchas provincias el comicio fue una lucha entre dos fracciones del radicalismo.
Las interpelaciones en el Congreso, las acusaciones recíprocas, demostraban la voluntad
de trazar una línea entre amigos y enemigos, afiliados y adversarios. La línea pasaba, otra
vez, por la figura de Yrigoyen. "Llovía y tronaba", según Gallo, sobre la cabeza del ministro
del Interior a propósito de Santiago del Estero, de Jujuy, de La Rioja, de Córdoba. El 27 de
marzo de 1926 los diputados radicales yrigoyenistas dirigen una nota insólita al presidente,
reclamando la intervención a Córdoba, donde se había impuesto el conservador Cárcano. La
nota mencionaba "las perspectivas amenazantes que ofrecían las renovaciones provinciales
y nacionales, por parte de los gobiernos que traicionaron a la U.C.R. y de los del
'régimen'...". Era una cuestión de partido, un "episodio ruidoso y estéril", una "rencilla
intestina", como puntualizó en seguida un manifiesto de los senadores y diputados
socialistas, que dio oportunidad de hacer un "manifiesto a las brigadas" a la Liga Patriótica
que dirigía Manuel Carlés. Pero Alvear optó por contestarla, luego de una reunión de
gabinete, con lo que dio al asunto un trámite irregular. Alvear sabía que la negativa a
intervenir a Córdoba le costaría la hostilidad activa del yrigoyenismo, que posteriormente no
haría quorum para votar leyes fundamentales para la marcha del Estado, como el
presupuesto. Pero no intervino. Si Córdoba fue una prueba de los yrigoyenistas para Alvear,
la provincia de Buenos Aires plantearía un desafío al equilibrio presidencial que surgió del
antipersonalismo y los conservadores. La presión para desalojar de Córdoba a un
conservador procedió del partido Radical. La presión para intervenir a Buenos Aires y
desarmar el baluarte yrigoyenista tendría su punta de lanza en el seno del gabinete, a través
del antipersonalista Gallo, ministro del Interior, apoyado por Molina. La conducta de Alvear
fue, otra vez, serena y prudente. No hubo intervención, y sí una crisis de gabinete y el
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
reemplazo de Gallo por José P. Tamborini. En el diario El Orden de Tucumán aparece en
ese mismo año un reportaje a Yrigoyen:
"Creo que el radicalismo en las próximas luchas electorales... afirmará rotundamente su
triunfo, una vez más sobre sus adversarios tradicionales" —habría declarado el caudillo—,
quien se decía con una misión "superior a ese juego de mezquindades políticas". Pero
añadía, según el periodista, un juicio significativo:
"No he podido llegar a explicarme la política que, contra el radicalismo tradicional que lo
encumbró al poder ha tolerado, si no fomentado, el doctor Alvear, de quien he sido y sigo
siendo amigo..."
Tendidas las líneas, se trataba de saber si al personalismo "yri-goyenista" se le iba a
oponer el personalismo "alvearista", pues la oposición no había podido superar sus
diferencias sustanciales, aunque coincidiese en luchar contra Yrigoyen. Pero muy pocos
podían escrutar, a través de las cifras de las elecciones del 26, el estado de la opinión
popular. Los más informados estaban al tanto de las "conspiraciones palaciegas", como las
llamaba Molina, de las intrigas de comité, de los "manifiestos", de los inflamados discursos
parlamentarios, de las actividades del general Justo —también partidario de la política
intervencionista contra el yrigoyenismo—, y de los reclamos de éste a Alvear para que
"pagase su deuda" del 22. Pero, ¿quiénes computaban las "razones del corazón", las
sensaciones colectivas?
Cuando se iniciaba 1927, no era un misterio para nadie que la contienda electoral próxima
habría de obedecer a una sola alternativa: con Yrigoyen o contra Yrigoyen. Algunos
observadores de la política argentina, y otros que habían sido además protagonistas
principales, anticipaban pronósticos. En El Argentino de La Plata alguien que firmaba
"Argos" coincidía con José Nicolás Matienzo, que analizaba la situación de las fuerzas
políticas y sus posibilidades para las elecciones de 1928, en "dos puntos: a) en atribuir 22
electores a los socialistas en el Colegio Electoral, y b) en no atribuir la mayoría absoluta a la
única candidatura visible hasta hoy, o sea la del ex presidente señor Hipólito Yrigoyen...".
Los pronósticos tenían en cuenta grupos electorales que, en un caso, separaban a los
yrigoyenistas de los antipersonalistas, conservadores y socialistas. Y en el caso de
Matienzo, además de los yrigoyenistas y antipersonalistas, añadía a los "provincialistas" —
partidos provinciales históricamente contrarios al radical— a los "izquierdistas" —radicales
que actuaban en provincias como bloques independientes (Lencinas, Cantoni)—
y
"dudosos", teniendo en cuenta que había un caudal de 51,27% de votantes que, según
algunos cómputos, np habían sufragado en 1926.
Los comentarios socialistas y nacionalistas de la época no eran muy diferentes. El
analista queda hoy un poco perplejo, pues puede disponer de los datos e información que
manejaban los observadores y protagonistas de entonces. Los "números electorales" que
usaba la Revista Argentina de Ciencias Políticas, al cabo uno de los voceros de las
tendencias conservadoras, socialistas y antipersonalistas a pesar de la objetividad intentada
en la mayoría de sus estudios, demostraban un aumento sustancial en el caudal del
yrigoyenismo de la Capital Federal entre las elecciones de diputados de 1924 y las de 1926
(mientras los socialistas habían aumentado un 11,14% y los antipersonalistas un 4,93%, el
yrigoyenismo lo había hecho en un 42,39%). No sólo comprobaban el escaso progreso del
antiyrigoyenismo en la Capital, sino que concluían en que muchos de sus adherentes
habrían pasado al yrigoyenismo y eso por dos motivos, aparentemente: porque la actividad
desarrollada por los comités había dado un resultado extraordinario, o porque "no existe ya
la misma confianza de hace dos años en la fracción del radicalismo antipersonalista".Como
se advierte, ambos argumentos eran favorables a Yrigoyen.
De tal modo, la experiencia de los movimientos populares —en la Argentina al menos—
demuestra que los intelectuales son proclives a no estimar aquellas "razones del corazón", y
los adversarios políticos a no aceptar la fuerza decisiva de los caudillos carismáticos cuando
se trata de elegirlos a ellos o votar contra ellos. Los pronósticos apenas aludían al hecho de
que habría un cambio cualitativo importante, quizá decisivo, entre elecciones de diputados y
una elección presidencial.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
La campaña electoral mostró, en 1928, a una oposición segura del triunfo. Carlos
Ibarguren, en sus escritos sobre la historia que ha vivido, describe con claridad el estado de
ánimo del frente antiyrigoyenista.
Fue tan entusiasta la exteriorización del "frente único" radical antipersonalista y
conservador, en el que se reunían el régimen y "una fracción importante de la causa", que se
creyó seguro el triunfo de esa conjunción política, que el doctor Alvear prohijaba con
decidida simpatía. Ante esas perspectivas los gobernadores de la mayoría de las provincias
decidiéronse por apoyar a Melo-Gallo: sin recato alguno hicieron pública su adhesión a éstos
los gobernadores de Santa Fe, Corrientes, Mendoza, San Juan, Córdoba, Entre Ríos, San
Luis, Salta y La Rioja...
El partido antipersonalista eligió su fórmula luego de complejas mediaciones y de la
influencia personal de Alvear, para quien prescindencia no era indiferencia: éste se inclinaba
por Leopoldo Meló. La convención antipersonalista proclamó, por fin, la fórmula presidencial
Melo-Gallo. Según Angel Gallardo, "nació herida de muerte". Meló se encargaría de dar
mayor ventaja a los "peludistas": por lo pronto reveló su desconfianza hacia la ley Sáenz
Peña, mientras proclamaba su confianza en las mayorías supuestamente antipersonalistas,
denunciaba "la encrucijada alevosa del cuarto oscuro"... El partido Socialista sufre la tensión
entre su programa, la diversidad de sus tendencias, y el desgaste que produce en sus
cuadros la negociación con antipersonalistas y conservadores. El problema de la
intervención a la provincia de Buenos Aires —que reiteraba, en vísperas de elecciones
presidenciales, la tentativa de neutralizar el reducto principal del yrigoyenismo—, fue puesto
en circulación por un proyecto de ley del diputado Dickman, el Ia de mayo de 1927. Fue el
tema que condujo a la escisión. Los disidentes —entre ellos González Iramain y Federico
Pinedo— formarían el partido Socialista Independiente, aliado inminente de conservadores
y antipersonalistas. Los conservadores deciden apoyar la fórmula antipersonalista en una
convención que se realiza en Córdoba, en agosto de 1927. Como otras veces en la historia
política argentina, desde Córdoba y Santa Fe se organizaba la ofensiva opositora. En
setiembre se proclama la fórmula antipersonalista en Santa Fe. En noviembre en Córdoba.
Pero las elecciones provinciales fueron mostrando que los pronósticos antiyrigoyenistas eran
vulnerables: el personalismo —como se identificaba a la U.C.R.— comenzó el 28 ganando
en Tucumán, en Salta, en Jujuy y "barriendo" los baluartes del antipersonalismo en Santa Fe
y de los conservadores en Córdoba, donde los radicales triunfaron por 93.000 votos contra
77.000 de sus adversarios. Según parecía cada vez más claro, el antipersonalismo no
neutralizaba la influencia de Yrigoyen ni siquiera con alianzas tan discutidas como la de
Federico Cantoni en San Juan, o la del inescrupuloso caudillo bonaerense Barceló con su
partido provincialista.
En el "frente único" cundía la desesperación por la impotencia electoral. De ahí que sus
protagonistas intentaran otra vez el atajo de la intervención federal a Buenos Aires como
único medio para vencer al "Peludo". El dato tiene importancia decisiva para comprender la
precaria legitimación de la "Argentina de los partidos". Ante el riesgo de una segunda
administración de Yrigoyen, la oposición no vacilaba en proponer formas de fraude. Alvear
recibió a los representantes del "frente" que fueron a pedirle que decretara la intervención a
Buenos Aires. El presidente remitió el asunto a una reunión de gabinete. En sus memorias,
Angel Gallardo relata su desarrollo: él tomó primero la palabra.
Repetí, entonces, como había dicho varias veces, que me sorprendía comprobar que los
políticos continuaban procediendo como si no existiera la ley Sáenz Peña...
Y Alvear cerró el debate en el gabinete diciendo que la intervención era improcedente y
que eso era un "asunto concluido". Era, también, la condición de la victoria para Hipólito
Yrigoyen. Cuando llegó el momento de la convención de la U.C.R., ésta votó por aclamación
al caudillo, y con 142 votos a Francisco Beiró para la vicepresidencia. Allí terminan las
especulaciones en torno a un presunto "renunciamiento" de Yrigoyen en favor de una
candidatura de conciliación. Pronto cumpliría 76 años, ¿pero qué caudillo carismático no se
comporta como si fuera, de alguna manera, "inmortal"? Había dicho una y otra vez que su
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
"misión" estaba por encima de las ambiciones de poder. Mas ¿qué era Yrigoyen sino un
político para quien el poder es el objetivo inmediato de su quehacer? Y por fin, ¿no sería que
los que alentaban su "desinterés" o criticaban su "ambición", denunciaban simplemente que
la presencia de Yrigoyen en la arena política significaba la frustración de otros intereses y
otras ambiciones? En la hora de la verdad, el caudillo no haría autocrítica. Quería ser
presidente, y tenía comparativamente más recursos políticos que sus adversarios para
lograrlo. Eso era todo. Y Alvear, a pesar de sus predilecciones, fue un árbitro leal. La U.C.R.
obtuvo 838.583 votos. Su adversario más cercano, el Frente Único, 414.026. Esta vez el
fenómeno político era diferente: no había triunfado, en rigor, un partido, sino un movimiento
popular...
LA ARGENTINA ALTERADA. LA RESTAURACIÓN NEOCONSERVADORA. EL FIN DE
UNA ÉPOCA
Hay dos formas de cambio vital histórico, según enseñaba Ortega: cuando cambia algo en
nuestro mundo y cuando cambia el mundo. Si sucede esto último, hay crisis histórica. Es
decir, las generaciones que conviven sienten que se quedan sin las convicciones del
pasado, que es como decir "sin mundo".
A los argentinos —y a casi todos los que vivieron la feliz década del 20, como se decía
entonces— les estaba por suceder eso. A partir del momento en que percibieron que el
mundo que los rodeaba cambió, no atinaron a pensar una respuesta nueva o una nueva
política, nacional e internacional. Se pusieron fuera de sí, se alteraron.
La Argentina que sigue a la década del 20 será una Argentina crítica. Para algunos
ordenada, para otros monótona. Para ciertos sectores, vivirá la restauración de la "dignidad
perdida". Para otros, la "década infame", según una expresión que hizo época. Pero casi
todos vivirán los tiempos nuevos con malhumor, impaciencia, tensión y cierto
melodramatismo. Vivirán, en fin, una doble vida o una vida falsa, que es lo que ocurre con
frecuencia al alterado. Quizás eso explica en parte las perspectivas contradictorias que los
argentinos tienen de sí mismos y de lo que les pasa.
"Algunos años, como ciertos poetas y políticos, y algunas exquisitas mujeres, gozan de
una fama superior a la común de sus homólogos: sin duda alguna, 1929 fue uno de estos
años..." Fue, como escribió Galbraith, un año digno de recordarse: uno fue al colegio antes
de 1929, se casó después de 1929 o ni siquiera había nacido en el 29, "lo cual absuelve al
interesado de toda culpabilidad". Fue también un año que los economistas se apropiaron
para explicar muchas cosas, porque en él comenzó "el más monumental suceso económico
en la historia de los Estados Unidos: la penosa prueba de la Gran Depresión". Baste decir
aquí que el crac de Wall Street fue bastante más complicado que el resultado de la
conspiración de aventureros tortuosos. Fue, según muchos aprecian hoy, una combinación
extraña de ilusiones, esperanzas ilimitadas, optimismo sin cuento e irresponsabilidad, que
envolvió al propio presidente Coolidge, quien en su último mensaje sobre el estado de la
Unión en diciembre de 1928 dijo nada menos que:
Ninguno de los Congresos de los Estados Unidos hasta ahora reunidos para examinar el
estado de la Unión tuvo ante sí una perspectiva tan favorable...
Según parece no sólo el presidente norteamericano fue incapaz de predecir un desastre.
Economistas ilustres —hasta entonces al menos— como el profesor Irving Fischer de Yale,
pronosticaban en la misma época que los precios de los valores habían alcanzado un nivel
alto y que allí permanecerían. Pero —como ocurrió a los argentinos del 90— el poder del
encantamiento se rompió, el sistema económico norteamericano comenzó a revelar serias
fallas, muchos dirigentes y empresarios perdieron la lucidez elemental y el mercado de
valores reflejó violentamente la situación. Luego sobrevino la depresión. En torno del 29
tejióse en Nueva York una leyenda que incluye a peatones "sorteando con delicadeza" los
cuerpos de especuladores y financieros que se habían arrojado por la ventana. Parece que
nada o poco de eso ocurrió y Galbraith se divierte ridiculizando la leyenda, dando pruebas
de que la ola de suicidios fue apenas mayor que años antes, y que pocos eligieron el método
de tirarse por la ventana. De todos modos, parece hoy claro que la economía
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
norteamericana funcionaba en el 29 de modo incorrecto, sea por la pésima distribución de la
renta, por la muy deficiente estructura de las sociedades comerciales, por la mala estructura
bancaria, por la dudosa situación de la balanza de pagos y por los míseros conocimientos de
economía de la época o, mejor, por todas esas causas a la vez.
El problema más grave fue que la recesión económica duró mucho tiempo, hizo temblar a
los sistemas económicos y políticos de la época y estimuló experiencias que, al cabo, se
vincularían con la gestación de la Segunda Guerra Mundial. La crisis económica
norteamericana se extendió a Europa, al Extremo Oriente y a América latina entre 1930 y
1932, y no cedió hasta promediar la década. Si en su origen la crisis fue un "hecho
norteamericano" ajeno a causas propiamente políticas, su propagación sacudió al mundo
occidental y parte del oriental con intensidad sin precedentes. Los norteamericanos habían
hecho muchas inversiones en Europa —especialmente en Alemania, Austria y Gran
Bretaña— que procuraron repatriar, desistiendo de hacer nuevas. El encadenamiento de
consecuencias fue prolongado y dejó ruinas y tensiones. Transformó, también, el orden
social y político. Por lo pronto, en la vida económica triunfa el nacionalismo, el pragmatismo
proteccionista exigido por la presión de empresarios y organizaciones obreras, y los
lincamientos de formas de economía dirigida que en los Estados Unidos se tradujo en el
New Deal (1933) de Franklin Delano Roosevelt. Gran Bretaña no sigue el camino tradicional
del libre cambio, sino que se dedica a cultivar las relaciones comerciales con las regiones
que se encuentran bajo su zona de influencia o su dependencia política: adopta el sistema
de "preferencia imperial", que en 1932 se proyecta en los acuerdos de Ottawa. Los puntos
fundamentales" de los doce acuerdos que constituyeron el resultado de la Conferencia de
Ottawa fueron los siguientes: "a) Gran Bretaña se comprometió a mantener la preferencia
del 10% de la ley de 1932, ventaja que no podía modificar sin consultas con los Dominios; b)
a establecer derechos sobre los productos extranjeros, y c) a establecer cuotas sobre dichos
productos". Por su parte, los Dominios se comprometieron a establecer preferencias
recíprocas. Eso implicaba, asimismo, el propósito de restringir las importaciones de países
que no formaran parte del Commonwealth. Entre ellos estaba la Argentina, que fue
mencionada especialmente durante la Conferencia por la gravitación que tenía su
competencia en el comercio de carnes y de trigo. La denuncia tuvo consecuencias graves
para la economía argentina, afectada como todas las demás por la depresión.Todo eso, más
lo acontecido en el resto del mundo, señaló la tendencia hacia el declive de los vínculos
económicos internacionales, hacia el bilateralismo comercial, mientras las tendencias
autárquicas y geopolíticas conducían a la reivindicación del "espacio vital". Aunque luego se
volverá sobre el tema, la crisis del 29 creará a las finanzas públicas de los Estados
latinoamericanos una situación tanto o más grave que la que sufrirá la economía en general,
pues el poder de compra de los países periféricos —poder derivado de las exportaciones—
disminuye bruscamente y el esquema de una política económica conducente a "sustituir
importaciones" comienza a cobrar vigencia, mientras el Estado buscará controlar el ritmo de
la producción y de las exportaciones.
"En la Argentina —escribirá Carlos Ibarguren en La Historia que he vivido- sintiéronse en
seguida las gravísimas consecuencias de la catástrofe... El sacudimiento imprevisto echó
por tierra nuestra prosperidad mercantil y nuestra economía; el crédito se restringió de
improviso y en muchos casos fue cortado en absoluto; los negocios paralizáronse; los
bancos fueron corridos..." Mientras tanto, el desquicio administrativo que acusaba el
segundo gobierno de Yrigoyen no permitía una respuesta adecuada a la crisis, aunque aun
los sistemas mejor ordenados de esa época sintieron intensamente el cimbronazo.
Los hombres que llegaban al fin de la década feliz del 20 se encontraron, pues, con la
década difícil y amarga del 30. A la crisis económica y sus consecuencias agobiantes, se
sumó el relieve militante de ideologías antiliberales pesimistas que ponían en cuestión la
capacidad de los sistemas democráticos y parlamentarios para imponerse a la crisis y
dominarla. Según algunos, se había llegado al apogeo de la "edad de las ideologías". Mucha
gente que consideraba al comunismo como anatema, el elitismo voluntarista y eficaz de
aquél le resultaba singularmente atractivo. Si un pequeño grupo revolucionario había sido
capaz de dominar el imperio ruso, ¿qué impediría a grupos creyentes en otras "religiones
seculares" hacer lo mismo a partir de otras ideologías o de otros absolutos temporales
considerados, también, intérpretes del sentido de la historia? La dictadura se les aparecía,
10º Certamen Intercolegial de Historia - Instituto Euskal Echea - Llavallol - Año 2012
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
pues, como una forma adecuada a tiempos de crisis en los que los gobiernos
constitucionales parecían impotentes. Surgió el fascismo sin ser al principio un movimiento
internacional. Era necesario tener "suceso" en la conducción del Estado. Mussolini, en Italia,
fue ejemplo para muchos. Pero el fascismo era ideológicamente débil. Apenas se aludirá en
este lugar a ciertos conceptos orientadores, a algunos elementos constitutivos. Fascismos —
más bien que fascismo, pues deberán añadirse la Alemania de Hitler, la Action Frangaise de
Maurras, la España de Franco— y socialismos, doctrinas materialistas, tienen sin embargo
puntos de partida diferentes. Los socialismos se apoyan en una esperanza, y la porción de
verdad que les corresponde se traduce en un programa y en una ideología optimista. Los
fascismos, por el contrario, se originan en un sentimiento angustiado de decadencia y de
ruina. A partir de ese sentimiento sucede una suerte de retorno a lo elemental, a lo natural, a
lo instintivo: el carácter biológico de los fascismos, mezcla de lo sano y lo morboso, y la
búsqueda de un "salvador" que enderece la historia entusiasmó en su momento a las
generaciones jóvenes de la década del 30. Estas hallaron, sobre todo en naciones que
buscaban su resurgimiento, el atractivo del paroxismo nacionalista de los fascismos,
acompañado de la pretensión de una profunda revolución social. Nacionalistas y en cierto
sentido socialistas, los fascismos eran estatistas y totalitarios. En Alemania apareció un
doctrinario, un fanático, un devoto de la ideología tal como él la concebía y le había dado
contenido en Mein Kampf: Adolfo Hitler. Mientras el liberalismo y el comunismo se habían
lanzado como creencias universales a la conquista de los hombres, un rasgo distintivo del
nacional-socialismo de Hitler fue el mito de la raza, teorizado mediante un ensamble
arbitrario de fuentes distintas. Con el antisemitismo, satisfizo las expectativas, cultivó los
temores y exasperó las ansiedades del pueblo alemán. La ideología nacional-socialista
surgió así como un fenómeno típicamente moderno, ávido de imponer un nuevo orden
traducido en una autocracia totalitaria permanente por la cual la raza aria satisficiese las
naturales y "rectas funciones" que su doctrinario le atribuía, ejerciendo el dominio casi
absoluto de las razas y pueblos "inferiores". La elite no sería reclutada sólo en Alemania,
sino en otros países como Gran Bretaña, los Estados Unidos de América, los reinos
escandinavos y allí donde existiesen arios y nórdicos. La ideología nazi tenía, además, un
culto apropiado a la sociedad de masas. Descansaba en la visión racista de la historia, y por
lo tanto, en una visión regresiva: necesitaba de un factor dominante e impulsor. Por eso, y
por la influencia recíproca que existía entre un doctrinario fanático como Hitler y sus
seguidores, la ideología nazi hacía tanto hincapié en el culto del jefe.
En España, mientras tanto, con el triunfo de la República en 1931 comenzó la actividad
política de un personaje singular, cuyo pensamiento proyectóse en un movimiento ideológico
y en una organización que marcaron buena parte de la historia española contemporánea.
Apenas se encuentran rastros de tal ideólogo y de su ideología en las historias del
pensamiento político contemporáneo y, sin embargo, sería vano tratar de entender el factor
ideológico y sus matices en los movimientos latinoamericanos y en los argentinos sin
registrar su presencia. Se trata de José Antonio Primo de Rivera y Sáenz Heredia, nacido en
Madrid en 1903, hijo del dictador Miguel Primo de Rivera que gobernó a España entre 1923
y principios de 1930. José Antonio, como le conocían los españoles, fundó en 1933 la
Falange Española y en 1935 el Sindicato Español Universitario. En 1934 la Falange se
fusionó con las J.O.N.S. (Juntas de Ofensivas Nacional Sindicalista) y fue perseguida luego
del triunfo del Frente Popular en 1936, año en que, procesado, Primo de Rivera murió
fusilado. Brillante, audaz, de heroica consecuencia incluso, José Antonio dejó un
pensamiento político sobre cuyos rasgos aún hoy se discute. Lo que no se discute es su
ambivalente influencia en el nacionalismo latinoamericano, especialmente en el
nacionalismo de derecha católico, de la Argentina de los años 30. Para algunos europeos no
españoles, el pensamiento de Primo de Rivera fue una versión del fascismo. Los textos dan
para eso, pero también para interpretar una suerte de "centrismo" de José Antonio, situado
entre el fascismo y el comunismo. Pero un centrismo muy particular, si se atiende a su
discurso de fundación de la Falange Española, donde abomina del liberalismo, del sistema
democrático, del sufragio universal, de los partidos políticos y se pronuncia en favor de la
violencia para construir un "Estado futuro" nacionalsindicalista.
Las corrientes ideológicas contemporáneas no se agotan en los fascismos, en el
falangismo, ni en el comunismo. Surgen las "desviaciones de la izquierda", como el
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
socialismo trotskysta y la izquierda comunista internacional, que se proclaman observantes
del marxismo integral y hacen suyas todas las posiciones doctrinales de Marx, Engels y
Lenin, mientras acusan al partido Comunista y a Stalin de "desviaciones de derecha". Y aun
se acentúan corrientes socialistas liberales y humanistas. El liberalismo, mientras tanto, se
renueva o se "revisa". Surge la crítica contra "dejar hacer", el repudio de la creencia en la
evolución ineludible hacia el colectivismo, la ratificación del individualismo como puerta
abierta hacia la moral, y la original reivindicación de la intervención del Estado para atenuar
los efectos, las consecuencias de la desigualdad en las condiciones humanas. El
"neoliberalismo" rechaza, pues, la pasividad del Estado, los monopolios, el poder financiero,
el espíritu conservador y la indiferencia frente a las consecuencias sociales de los
desequilibrios económicos. Añade el intervencionismo estatal, la lucha contra los
monopolios, la justicia social. Conserva el espíritu capitalista aunque observa con atención
el proceso de socialización del mundo contemporáneo.
Mientras en las corrientes profundas del pensamiento político se advierten el "llamado a
la convergencia" de un Teilhard de Chardin, la "voluntad de ruptura y la apología de la
violencia" de un Albert Camus, la "política desprendida de todo fundamento confesional"
como el personalismo de Emmanuel Mounier, "de todo fundamento ético" como en Burnham
y los maquiavelistas, o de "todo fundamento ideológico" como en Raymond Aron, según el
derrotero señalado por Marcel Prélot, las ideologías perduran. Y el tema de la ideología se
convierte, en tiempos de alteración, en un ingrediente decisivo del contorno internacional y
en un factor relevante para explicar las crisis de muchas situaciones nacionales, entre ellas
la argentina. Liberalismo, socialismo, fascismo, falangismo, y aun corrientes expresivas del
llamado catolicismo social, disputaron la fidelidad de seguidores, la imaginación de
propagadores, la formulación de programas de acción, la adhesión de los militantes y el
sentido de la oportunidad de los políticos.
En Estados Unidos de América, Francia y Gran Bretaña, la política interior y la política
exterior seguían bajo el control de sistemas presidenciales y parlamentarios. En Alemania, la
crisis política que siguió a la crisis económica y social condujo a Hitler al poder. En Italia,
Mussolini procuraba para el Estado "el máximo de autonomía". Atravesando la depresión, la
Primera Guerra había dejado Estados vencedores y con poder de recuperación y Estados
vencidos e insatisfechos. Entre éstos estaba Alemania, conducida ahora por el autor de Mein
Kampf. La paz comenzó a correr peligro, pues el régimen de Hitler se acercaba a los
designios del fascismo italiano. Mientras tanto, las potencias "ricas" de Europa seguían una
política de negociación y apaciguamiento que vaciló sólo en 1938, cuando suceden los
golpes de fuerza alemanes. Los Estados Unidos siguieron dominados hasta 1935 por el
problema de la Gran Depresión y los conflictos de intereses que produjo la política del New
Deal, e incluso después su política económica no correspondería fácilmente al "espíritu
internacional cooperativo" que sus estadistas decían apoyar. La amenaza alemana crecía,
pues, mientras las barreras de seguridad que se intentaban levantar contra ella iban
fracasando una a una. A mediados de la década del 30, el sistema de seguridad colectivo
estaba en crisis y con él la Sociedad de las Naciones.
En ese panorama crítico ingresó la guerra española, que estalló el 17 de julio de 1936. El
conflicto español significó varias cosas a la vez. Fue un aspecto de los conflictos ideológicos
que contraponían en Europa a los regímenes fascistas, comunistas y democráticos. Pero fue
también un conflicto con perspectivas abiertas para las preocupaciones estratégicas —el
control de rutas en el Mediterráneo y en el Atlántico, Gibraltar, etc.—, y aun para las
preocupaciones económicas, a propósito de la carrera de armamentos que realizan los
grandes Estados y su repercusión en las industrias metalúrgicas interesadas. En los
orígenes de la guerra española, las potencias más activas fueron Italia y Alemania en favor
del Movimiento "nacional" español. Pero luego, todos los Estados europeos tomaron
posición. Los nacionales se beneficiaron con la ayuda italiana y alemana; los republicanos,
con la de los rusos y en menor medida con la de los franceses y otros gobiernos extranjeros.
Aunque todos habían acordado mantenerse prescindentes, el principio fue violado
constantemente. Pero no se trata de exponer en este lugar aspectos de un conflicto terrible,
sino de señalar su importancia en el contexto internacional de la década del 30, la tensión
moral e ideológica que creó en la opinión pública europea y en países como la Argentina —
donde el problema español se vivió con general angustia y alentó dilemas ideológicos—, así
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
como el hecho de que Hitler y Mussolini pudiesen comprobar hasta qué punto franceses e
ingleses se mostraban dispuestos a conceder para evitar una guerra general.
El proceso internacional —político y económico— de la década del 30 contiene, pues, el
flujo de muchos factores e influencias que penetraron los sistemas políticos nacionales de
los países de la periferia, condicionando su actividad y desafiando su capacidad de
respuesta. En la mayoría de los casos, como en el de la Argentina, cambios en políticas
específicas, como la política económica, fueron el resultado de esos factores más bien que
de la decisión espontánea de sus conductores. Fueron, por lo tanto, respuestas
dependientes, y no independientes o autónomas.
Hacia 1930 terminó una época. Con ella se fueron muchas ilusiones y se detuvo la fragua
de sistemas políticos que en América latina apenas habían logrado cierta precaria
legitimidad. El subsistema latinoamericano, cada vez más ligado al rumbo norteamericano,
era fuertemente tributario de un sistema internacional frágil y cuando éste estalló, la
catástrofe arrastró no sólo a las metrópolis, sino que complicó la vida de aquellos que
trataron de permanecer neutrales.
El crac del 29 produjo en la economía latinoamericana consecuencias mucho más graves
que crisis anteriores. Después del 29, y sobre todo de la Segunda Guerra Mundial, se
advirtió que la prosperidad financiera de ciertos países latinoamericanos no era suficiente
para hacerlos invulnerables a los peligrosos cambios operados en las relaciones económicas
internacionales. Estas iban hacia un "relativo divorcio entre las economías metropolitanas y
las periféricas, de las que se espera ahora predominantemente ciertas materias primas, no
todas por cierto indispensables" y según una difundida caracterización, las áreas periféricas
amenazan transformarse en los slums del planeta, comparables a esas áreas urbanas cuya
degradación, una vez comenzada, parece irrefrenable.
No sólo los cambios en las relaciones económicas internacionales gobiernan o
condicionan decisivamente el comportamiento de los sistemas políticos nacionales de
América latina por la acción de los grupos de interés, sino que el factor ideológico operará
como detonante de crisis políticas y sociales y retornará, aunque con nueva y sutil
fisonomía, la intervención de las fuerzas armadas en la política como rasgo, desde entonces
característico, del proceso latinoamericano. El Estado, a su vez, asume un rol activo que ni
siquiera los partidos conservadores podrán soslayar. Estado, economía y política se
vincularán desde entonces de manera diferente. La separación entre la sociedad política y la
económica, que en los años 20 parecía imponerse como necesaria, aparecerá insostenible,
máxime cuando la crisis afecta incluso a los sectores dirigentes de la economía.
La diplomacia trabaja para evitar que la crisis económico-social afecte el sistema
internacional. Pero la Conferencia Panamericana de Montevideo, de 1933, si bien se tradujo
por iniciativa argentina en un tratado de no agresión y conciliación, tuvo su contrapartida
económica en cuanto los Estados Unidos lograron evitar una condena masiva del
proteccionismo aduanero que practicaba y la Conferencia se inclinó en favor de acuerdos
bilaterales de liberalización aduanera recíproca. En 1936 y en 1938 —en Buenos Aires y en
Lima—, los países americanos volvieron a reunirse bosquejándose paulatinamente un
sistema panamericano que, sin embargo, dependía estrechamente del comportamiento de la
potencia hegemónica de la región: los Estados Unidos. Si al principio el sistema parecía una
"liga de neutrales", como las que Europa había conocido en el pasado pronto se vería
asediado por el cambio insinuado hacia 1940 en la política norteamericana, como se advirtió
ya en la conferencia de La Habana de fines de ese año. Para los norteamericanos, en
efecto, el mecanismo panamericano sería desde entonces, y hasta su ingreso en la guerra,
demasiado lento como para condicionar sus inminentes decisiones beligerantes. Sólo en
1942 se reuniría en Río de Janeiro una nueva conferencia panamericana, la que recomendó
la ruptura de relaciones con el Eje. La guerra sirvió para recomponer el sistema
panamericano según las posiciones relativas de sus componentes hacia la potencia
hegemónica y hacia la guerra. Los países centroamericanos declararon la guerra, México y
Brasil lo hicieron poco después —1942— con lo que lograron explotar política y
económicamente a su favor, en el contexto latinoamericano, la crisis internacional, sobre
todo en sus relaciones con el "poderoso vecino del Norte", mientras que la reticencia
argentina, que luego se explicará, "no sólo se apoyaba —como querían los adversarios de
su política— en el prestigio alcanzado por el Eje entre muchos de sus políticos
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
conservadores y jefes militares: se vinculaba también con la perduración del ascendiente
británico, opuesto entonces como antes a la inclusión total de la Argentina en el área de
predominio norteamericano...".
La política exterior y las relaciones económicas internacionales se convirtieron, en la
década del 30 y sobre todo en los años de la guerra, en ejes fundamentales de las políticas
interiores de los Estados latinoamericanos, y en signos de referencia necesarios para hacer
inteligibles los procesos internos.
LA FATIGA DEL RÉGIMEN
El contexto internacional esbozado es, a la vez, ambiente de la crisis de la Argentina de
los partidos, de la restauración neoconservadora y del golpe de Estado de 1943 y sus
consecuencias inmediatas.
En la Argentina, el triunfo de Hipólito Yrigoyen en las elecciones nacionales de 1928
desconcertó a la oposición y a los observadores políticos. En realidad, era la primera
experiencia contemporánea de los argentinos de lo que significaba un movimiento popular
en acción. La Unión Cívica Radical no llegó a constituirse en un partido "burocrático"
mientras dominó la jefatura personal de Yrigoyen. Su figura ejerció una influencia moral y
legitimadora muy poderosa, carismática, que envolvía un control también personal sobre sus
seguidores y descansaba a menudo en recompensas traducidas en la posibilidad de acceso
a posiciones dentro del partido o de la burocracia estatal. Cuando sobrevino la reelección de
1928, vióse que la U.C.R. debía organizarse como un partido de masas o correría el peligro
de la desintegración pues la vida de su jefe llegaba al ocaso. Para los radicales
yrigoyenistas, sin embargo, el triunfo significó la ratificación de una línea política que incluía
tanto medidas económicas —como la nacionalización del petróleo, debatida en 1927-28—,
cuanto la intención —sin traducciones programáticas muy concretas— de promover una
suerte de democratización social. Un conservador representativo, Matías G. Sánchez
Sorondo, advertía en esos debates: "Ayer fueron los alquileres, hoy es el petróleo, mañana
será la propiedad rural amenazada de ser redistribuida..." Para los conservadores y para los
sectores económicos dominantes comenzaba a ser claro que la relativa escisión entre la
sociedad política y la sociedad económica —o si se quiere entre el poder económico y el
poder político— era una concepción peligrosa que podría terminar en una situación opuesta
a sus intereses.
Sin embargo, la segunda presidencia de Yrigoyen no puede ser entendida sin atender a
ciertos procesos gestados durante el período presidencial de Alvear, condicionados por el
contexto internacional en transformación. Esos procesos se vinculan con casi todos los
miembros de lo que se ha llamado la "constelación de poderes" de la sociedad argentina,
pero hay dos que son especialmente relevantes para explicar el desenlace del 30: la
influencia del factor ideológico y el cambio de actitud operado en el poder militar. Ambos
procesos se encuentran estrechamente relacionados.
En primer lugar, con anterioridad a 1928 se gesta un movimiento ideológico complejo y
militante conocido como nacionalismo de derecha, paralelo a los movimientos ideológicos
europeos esbozados en páginas anteriores. Si bien el nacionalismo argentino no es
reductible a una sola versión, tiene como denominador común su antiliberalismo y su crítica
mordaz y constante al principio de legitimidad constitucional democrático hasta entonces
compartido por la mayoría de las fuerzas políticas argentinas. En segundo lugar, antes de la
segunda administración de Yrigoyen, se producen cambios significativos en las relaciones
entre la sociedad militar y la sociedad política o, si se prefiere, entre las fuerzas armadas y
la sociedad argentina. Pueden explorarse, sin duda, otros factores actuantes o convergentes
en el desenlace del 30 y en las décadas posteriores, pero esos dos fueron, sin discusión,
relevantes.
El nacionalismo de derecha constituye un fenómeno demasiado complejo para el analista
político y el historiador como para ser descrito aquí de manera exhaustiva. Sólo se
brindarán, pues, algunos datos y elementos de juicio indispensables. El nacionalismo no es
un movimiento unitario y continuo, aunque la palabra y ciertos análisis ligeros parezcan
sugerirlo. No puede ser presentado como un bloque con unidad interna, pues ello se
conciliaria mal con el espectáculo de sus contradicciones doctrinales y de sus discrepancias.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
El nacionalismo se diferencia en el tiempo y en las situaciones, así como por los
temperamentos que convoca. Hay nacionalismos y nacionalistas. De ellos interesa aquí los
que tuvieron gravitación decisiva en la década del 20 y sobre todo algunos de sus rasgos
salientes. Hay toda una "geografía" de la derecha todavía por hacer que permitiría distinguir
entre sus diferentes manifestaciones regionales, y una vinculación estrecha entre la derecha
nacionalista y el llamado "integrismo" católico que tuvo señalada influencia en la década del
30. Existen modos de actuar de esa derecha que trasciende a los partidos —la Liga, por
ejemplo, una estructura laxa que se adecuaba bien al modo de ser de la derecha extrema—,
pues los partidos pasan y la derecha queda y al propio tiempo la organización partidaria le
repugna. Y existe un vocabulario y ciertas convicciones que han caracterizado la derecha
nacionalista —el orden, la grandeza, la raíz telúrica, etc.— así como la historia de las
palabras constituye, casi siempre, una contribución sorprendente para entender la realidad
política que pretenden designar. Elitista, partidario del orden que planteaba como uno de los
términos de un dilema respecto de la libertad, autoritario y moralista, el nacionalismo dirá
que ha llegado "la hora de la espada" y clamará por la intervención militar en la arena
política para salvar la patria que considera amenazada por una conspiración internacional
que los políticos profesionales y la democracia parlamentaria se les antojaba incapaces de
neutralizar. Su temática intentará vincular tendencias e ideologías internacionales, como el
fascismo, con fenómenos vernáculos como el rosismo y con actitudes de lucha frente al
imperialismo, que durante más de una década estará representado por el predominio
británico y luego también por los Estados Unidos. El nacionalismo retoma la bandera de la
"hispanidad" y alienta toda una escuela histórica conocida como "revisionismo".
Pueden distinguirse antes del 30, pues luego se incorporará el falangismo, tres corrientes
principales en el nacionalismo de derecha argentino: el nacionalismo fascista, el
nacionalismo maurrasiano y el nacionalismo conservador. Los tres coinciden en la crítica a
Yrigoyen. Pero los dos primeros coinciden, además, en la crítica feroz a la Argentina de los
partidos, al principio constitucional vigente y, al cabo, al liberalismo político. Los dos
primeros son opuestos al sistema. El último comparte algunas de las banderas de aquéllos,
pero se transforma en una oposición dentro del sistema que, sin embargo, pretende "revertir"
transformándose en reaccionario y restaurador.
Uno de los protagonistas principales del nacionalismo de derecha fue Leopoldo Lugones,
para quien había llegado en los años 20 la hora de la espada porque "sólo la virtud militar
realiza en ese momento histórico la vida superior que es belleza, esperanza y fuerza". Sus
ideas se difundirán a partir de la segunda elección de Yrigoyen, con "La Nueva República",
periódico que habían fundado el 1º de diciembre de 1927 los hermanos Julio y Rodolfo
Irazusta, Ernesto Palacio, Juan E. Carulla y César E. Pico. La prédica nacionalista contra
Yrigoyen y la democracia fue constante, hábil y con un auditorio cada vez más amplio entre
oficiales de las fuerzas armadas, jóvenes intelectuales y la derecha conservadora. Las
corrientes doctrinarias europeas aparecían, transparentes, en discursos, folletos y periódicos
de aquellos paradójicos críticos del "extranjerismo" que, según ellos, impedía la
consolidación de la identidad nacional argentina.
Si bien el fascismo, segmentos de la doctrina nazi y la evocación de Primo de Rivera
transitaban por el ideario aparentemente nacional del nacionalismo, quizá ninguna doctrina
perduró tanto como la de Charles Maurras. No parece exagerado decir que —aún hoy— hay
maurrasianos que se ignoran. Si se quiere, el pensamiento de Maurras representa el más
importante esfuerzo intentado en este siglo para dar a la derecha francesa una doctrina
firme y coherente. La indigencia intelectual de la extrema derecha contemporánea muestra
que Maurras no fue reemplazado. A diferencia de Bonald, por ejemplo, Charles Maurras no
buscó determinar los fundamentos del poder, sino responder a la cuestión práctica de las
condiciones en que el poder se podía ejercer normal y válidamente. Se hallan en su doctrina
partes importantes de la construcción intelectual de los grandes reaccionarios del siglo XIX,
pero amputada su pieza clave: Dios. Por eso se prestaba a críticas contradictorias: ¿laicista?
¿clerical? En rigor, una suerte de "teocracia sin Dios", un profundo escepticismo sobre la
bondad de la naturaleza humana que conducía a la crítica implacable de la democracia, la
repugnancia hacia el "caos obsceno", y una construcción estéticamente perfecta —que tanto
atrajo a Lugones— de un orden político en el cual la Iglesia tendría un lugar privilegiado. Era
un clericalismo sin Dios. Por eso, entre otros aspectos más sutiles, la condena pública de
10º Certamen Intercolegial de Historia - Instituto Euskal Echea - Llavallol - Año 2012
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
ciertas obras de Maurras por la Iglesia, condena conocida a fines de 1926. El nacionalismo
aristocratizante de los años 20 volvía, a través de Maurras, a Francia..., a la que habían
acudido antes sus mayores, pero orientados por doctrinas de distinto signo.
La crítica ideológica del nacionalismo de derecha no fue el único elemento apto para el
desgaste del segundo gobierno de Yrigoyen. Un proceso de importancia decisiva se gestaba
en el ejército. Si bien el cuerpo de oficiales había comenzado a reflejar en los años 20 los
cambios operados en la sociedad argentina —casi un tercio de los oficiales ascendidos a los
grados más altos del ejército durante los gobiernos radicales eran hijos de inmigrantes—, y
los asuntos profesionales absorbían la atención de la mayoría, no era un misterio para nadie
que los principales miembros del ejército manifestaban cómo debía ser la política pública en
la esfera económica y acerca de las posibilidades de desarrollo industrial por la alteración en
las relaciones económicas internacionales. El general Mosconi, director de Y.P.F. entre 1922
y 1930, exponía la tesis de un incipiente nacionalismo económico. Paralelamente, no habían
perdido vigor las ideas tradicionalistas en cuanto a un país básicamente agrícola y su
situación necesariamente vinculada a los mercados de ultramar. Los movimientos gremiales
eran observados con cierta aprensión, pues los conflictos anarquistas, las huelgas
socialistas y los actos de violencia configuraban para los militares signos de desorden y de
la potencial influencia comunista, luego que los bolcheviques habían tomado el poder en
Rusia. Las reacciones no eran sin embargo uniformes, pues el propio director del Colegio
Militar en 1920, entonces coronel Agustín P. Justo, describía a la Argentina como "una
sociedad que cambiaba su estructura", en la que el papel de las fuerzas armadas debía ser
el de "asegurar el libre ejercicio de todas las energías", pero no el de un "participante" en la
lucha por el cambio. Pero cuando la década del 20 avanza, la actitud de Justo hacia los
cambios sociales y su relación con los principios constitucionales no es compartida por
oficiales jóvenes que ponían énfasis en otros valores: por ejemplo, el orden y la jerarquía.
Para ellos, un general como José F. Uriburu veía más claro cuando demostraba su simpatía
por regímenes como los de Primo de Rivera en España y Benito Mussolini en Italia. Para ese
sector militar, ciertos intelectuales y políticos de la sociedad argentina que, como los
militantes de la izquierda, veían al ejército en términos marxistas como instrumento de
opresión de la clase dominante o eran simplemente antimilitaristas en el sentido tradicional
de los socialistas liberales y de muchos radicales y demócratas progresistas, necesitaban
una lección.
Pero la posición crítica del ejército respecto de Yrigoyen empezó a crecer cuando su
segundo período presidencial comenzó a caracterizarse por la inestabilidad y la ineficiencia
política. Yrigoyen eligió como ministro de Guerra al general Dellepiane, entonces retirado,
pero éste no pudo actuar con eficacia tanto por su precario estado de salud, cuanto por la
interferencia del ministro del Interior, Elpidio González. Yrigoyen retomó, además, su
inveterada costumbre de subordinar la conducción de los asuntos militares a
consideraciones políticas o personales. El presidente "parecía ver al Ejército como una
asociación de individuos, casi una familia o un club político, más bien que una institución
jerárquica en la cual moral y disciplina se relacionan íntimamente con la cuidadosa
observancia de normas establecidas..." La crítica ideológica se sumó a la crítica de la
política militar de Yrigoyen, pese a que los gastos militares aumentaban, pero en beneficio
de las personas, más bien que en el de un programa iniciado en la presidencia de Alvear
para proveer al ejército de equipos modernos. Las expensas en armamentos descendieron
de 42 a 16 millones de pesos moneda nacional entre 1928 y 1929, y el porcentaje del
presupuesto militar respecto del presupuesto general bajó de 20,9 a 18,9% y luego a 18,6%
en 1930. El descontento en los círculos militares fue estimulado por el favoritismo político de
Yrigoyen en el tratamiento del personal militar, de las reincorporaciones, remociones y
promociones, incluso retroactivas, que practicaba contra normas explícitas. La crítica militar
fue asentándose, pues, en causas "corporativas" o profesionales.
El tema militar se hizo casi obsesivo. Los oficiales identificados con la ya citada Logia
General San Martín o con los seguidores del ex ministro de Guerra de Alvear, general Justo,
eran relevados, cambiados de destino o puestos en disponibilidad. El coronel Luis García,
que había sido cabeza de la Logia y director del Colegio Militar, escribió desde su retiro, en
poco más de un año, más de un centenar de artículos desde el diario La Nación,
puntualizando los "desarreglos" castrenses del gobierno yrigoyenista. Uriburu, también en
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
retiro, aprovechóse de la desafección creciente entre los militares hacia la política de
Yrigoyen para comenzar sus trabajos conspirativos.
El proceso de alienación del poder militar fue gradual pero constante. Había comenzado a
gestarse antes del 28. Todavía en 1929 la presidencia del Círculo Militar fue ganada por 929
votos contra 635 por el "venerable general (R. E.)" Pablo Ricchieri, apoyado por el coronel
Manuel Rodríguez, amigo de Justo, a la fórmula encabezada por el recientemente retirado
general Uriburu. Pero en junio de 1930, el nuevo presidente del Círculo, general Francisco
Vélez, se preocupó por señalar en su discurso inaugural que las relaciones con el gobierno
se caracterizarían por una "escrupulosa consideración y prudencia, y no por obsecuencia y
servilismo", lo que Potash interpreta bien como una manera clara de criticar implícitamente a
los oficiales identificados con el yrigoyenismo. El 23 de julio, un editorial de La Prensa se
titulaba, a propósito de un discurso del coronel García, "Ni obsecuencia ni servilismo en el
militar". El poder militar no operaba en el vacío. Era solicitado por el ambiente y éste se
había cargado de tensión e intolerancia.
LA CRISIS DE 1930
Hipólito Yrigoyen contaba con un fuerte respaldo en la Cámara de Diputados. Sus
partidarios ocupaban 91 bancas; la oposición 67. Pero en el Senado las posiciones se
invertían: lo apoyaban 7 senadores; lo enfrentaban 19. Llegó al poder con un apoyo popular
impresionante que aturdió a los opositores, pero éstos tardaron poco en recobrarse y la
atmósfera se fue enrareciendo con asombrosa rapidez. La actividad legislativa fue al
principio de relativa colaboración: se sancionaron en 1929 leyes como la 11544 sobre la
jornada legal de trabajo, la ley 11563 disponiendo el censo ganadero nacional y otras leyes
previsionales y de alguna repercusión social. Pero como observa Etchepareborda, quedan
sin aprobar el plan de defensa sanitaria, un convenio comercial con Gran Bretaña —
precedente del pacto Roca-Runciman, conocido como misión lord D'Abernon y aprobada en
Diputados— y el proyecto sobre nacionalización del petróleo que queda en el Senado "en
carpeta". Las obras públicas reciben algún aliento y se crea el Instituto del Petróleo en enero
de 1929. Se fundan cerca de 1.700 escuelas y se mantienen en política exterior los
lincamientos de la primera administración yrigoyenista. La lectura de los boletines oficiales
no traduce el clima oprimente que se fue formando mes a mes, con la contribución de todos:
el gobierno y la oposición; los periódicos, los universitarios, los militares y los obreros; la
izquierda y la derecha.
Los testimonios de la época —y de protagonistas que intentaron evaluar los sucesos con
cierta objetividad años después— coinciden en la convergencia de factores que procedían
de lugares diferentes. Del gobierno: pues la capacidad física del caudillo declinó
rápidamente mientras mantenía su estilo centralizador. La consecuencia visible fue la
acumulación de problemas, sin solución ni respuesta eficaz. Del partido Radical: sin cuadros
de conducción suficientes, fue ganado además por la corrupción. De los partidos de la
oposición: encabezados por el partido Socialista Independiente, cuyos hombres fueron "los
promotores principales de un vasto movimiento popular que había de acabar con Yrigoyen,
destruyendo su popularidad por una acción eficaz de las masas" —según uno de sus líderes,
Federico Pinedo— tanto el conservadurismo bonaerense como el partido Demócrata de
Córdoba y el Radicalismo antipersonalista de Entre Ríos llevaron a cabo una labor de
desgaste facilitada por la inoperan-cia yrigoyenista. La oposición socialista y la demócrata
progresista fue también rotunda, pero no conspirativa. Aun el partido Comunista fue
arrastrado por "la ola antiyrigoyenista", como subraya uno de sus escritores. Los
movimientos estudiantiles se unieron a la prédica opositoria o conspirativa que con facilidad
realizaba casi toda la prensa porteña con difusión nacional: La Prensa, Crítica y La Nación,
entre otros. De tal modo, cuando se sintieron las primeras consecuencias del crash del 29 y
estaban madurando los procesos en gestación que se han descrito, el gobierno radical y el
partido oficialista entraban con la sien herida a la batalla.
En marzo de 1930, los comicios de renovación parlamentaria demostraron que el
yrigoyenismo acusaba los golpes. Sumados los totales, y comparados con los sufragios de
1928, las distancias se habían acortado.
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Otra vez, la evaluación de ese resultado debe ponderar el hecho de que la de 1928 había
sido una elección presidencial y la de 1930 sólo de diputaciones. Pero de todos modos el
impacto fue grande, sobre todo en Buenos Aires donde el radicalismo perdió frente al
socialismo independiente y compartió la minoría con el partido Socialista.
Hipólito Yrigoyen se había quedado sin apoyo del poder ideológico —incluso buena parte
del clero católico había sido ganada por el nacionalismo—; sin apoyo del poder militar —
aunque no tenía tantos opositores como los nacionalistas creían, tampoco disponía de
adhesiones entusiastas, sino en un sector reducido—; incomunicado y sospechoso para el
poder económico y a merced de la oposición política.
La pregunta clave era, pues, en qué condiciones llegaba el presidente Yrigoyen al
desenlace de una conspiración que preparaba, desde principios de 1930, el general Uriburu.
La mayoría de los testimonios de la época denuncia una sensación de fatiga política y social,
un estado de ilegitimidad sociológica, una suerte de resignación frente a la conspiración
militar que según confiesa Palacio —espectador de los sucesos, participante en el
movimiento nacionalista y en la Liga Republicana e historiador— "seguía, entretanto, sin que
el gobierno tomara ninguna medida para conjurarla". La Liga Republicana convocaba a la
oposición frontal, el llamado Klan Radical trató de neutralizar a los opositores con la
violencia, y ésta llamó al combate callejero a la Liga Patriótica Argentina. La violencia ganó
la calle, los incidentes menudearon y el ambiente de crisis económica, política y social se
tornó, para muchos, insoportable. Los radicales llegaron, incluso, a hacer fraude electoral,
utilizaron al ejército para las intervenciones federales y aparecieron contradiciendo ideales y
banderas que habían difundido o agitado para fundar en esos signos una nueva legitimidad.
Esa legitimidad nunca había superado cierta innata precariedad. El propio yrigoyenismo
contribuyó a herirla de muerte. Oficialismo y oposición fueron cómplices, a su manera, de la
agonía de la Argentina de los partidos.
El general Uriburu era sobrino de un ex presidente y miembro de una familia aristocrática;
con amplios contactos en el mundo económico y social, entre las elites ideológicas del
nacionalismo de derecha y con los círculos políticos opositores, y considerado según el
entonces capitán Perón como "un perfecto caballero... un hombre puro y bien intencionado",
dio los últimos toques a la conspiración. Un grupo paralelo operaba, mientras tanto, bajo la
inspiración del ex ministro de Guerra de Alvear, el general Agustín P. Justo. Ambos
coincidían en el objetivo inmediato —derribar a Yrigoyen—, pero diferían en cuanto a los
objetivos políticos mediatos y aun en sus ideologías correspondientes. En síntesis, Uriburu
representaba la idea de una revolución de inspiración corporativa, en la línea del fascismo.
Justo, el propósito de una reversión política, de una vuelta al pasado prerradical, en una
línea conservadora. En los designios de Uriburu estaba la reforma institucional y un régimen
tan largo como fuera necesario para realizarla. Entre las intenciones de Justo figuraban
cierta adhesión condicionada a los principios constitucionales y la creación de un gobierno
provisional de duración breve, que preparase rápidamente la transición. Sarobe fue un
cronista fiel de ambas posiciones y, a la vez, partidario de una suerte de "legalidad sin
Yrigoyen".
Según el testimonio del propio Perón, la posición de Uriburu, a cuyo grupo estaba
adscripto, tenía menos predicamento entre los oficiales dispuestos a participar en el
movimiento que la posición del grupo de Justo. Perón tuvo la impresión de que el grupo de
Uriburu carecía de habilidad para llevar a buen puerto la conspiración y buscó acercarse al
de Justo, en el que jugaban un papel principal Sarobe y Bartolomé Descalzo. El primero de
ellos trató de establecer, "en términos simples y en forma concreta, sin tergiversación
posible, los objetivos y miras de la revolución", como escribe en sus memorias. La revolución
iba "contra los hombres" y no tenía como finalidad cambiar las instituciones. En esto, la
posición difería claramente de Uriburu y su grupo.
El 5 de setiembre, Yrigoyen delega el mando en el vicepresidente Enrique Martínez —
elegido en el Colegio Electoral a raíz de la muerte del candidato Beiró—, mientras la calle es
tomada por manifestaciones estudiantiles. Hay heridos y la tensión parece haber llegado a
un nivel insostenible en Buenos Aires, centro neurálgico de la conspiración. Sus autores
discuten aún los términos de la proclama que fijaría los propósitos de la revolución, y Uriburu
cede aparentemente a la insistencia de Sarobe y Descalzo, accediendo incluso a que aquél
corrigiese un manifiesto preparado por el nacionalista Leopoldo Lugones. Todo eso puede
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
ocurrir sin resistencias, pues días antes el ministro de Guerra Dellepiane no pudo convencer
a Yrigoyen de tomar medidas militares y policiales para reprimir la conspiración en marcha.
Dellepiane renuncia el 2 de setiembre. En la madrugada del 6, el gobierno está solo, el
presidente ha enviado su renuncia manuscrita y el ejército, con la jefatura de Uriburu, toma
el poder. Fue una operación política y militar, casi aséptica, preparada sin prisa y sin pausa,
en la que los participantes tuvieron tiempo de pensar en lo que iban a hacer, pero sólo se
pusieron de acuerdo en cuanto a la toma del poder. La primera prueba del ejército en el
poder comenzó como un cuidadoso operativo militar y culminó en un "paseo" de seiscientos
cadetes, novecientos soldados, decenas de automóviles rodeados por espectadores
alborozados y un oficialismo paralizado. Al día siguiente de la crisis se mostraron las
facciones de la revolución, su cuerpo bicéfalo y los rastros de la improvisación. El orden
constitucional estalló sin que muchos lo deploraran. Los argentinos apenas se dieron cuenta
de que, entre otros, habían llevado a su patria a la crisis de la crisis.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
DARÍO CANTÓN / JOSÉ LUIS MORENO
" Hist oria Ar g e ntin a 3. 1º Parte. La Ex peri en cia Radi cal ( 191 6-1 93 0)"
Bu en os Ai re s 1 99 8 - Mini steri o d e Cult ura y Ed u ca ció n
Entre 1916 y 1930 gobierna en el país el radicalismo, representado por Hipólito Yrigoyen
(1916-22), Marcelo T. de Alvear (1922-28) y de nuevo Hipólito Yrigoyen desde 1928 hasta su
derrocamiento en setiembre de 1930. Si bien en el texto se harán referencias tanto a todo el
período como a cada una de las divisiones dentro de él, es bueno señalar que lo que
consideramos más característico de ese lapso es el impulso dado por Yrigoyen, a quien
tomaremos como definitorio del radicalismo. Alvear significará así, inevitablemente, una
desviación, un episodio menor dentro del proceso del radicalismo representado
verdaderamente por Yrigoyen. Aun suponiendo que esto tenga algo de arbitrario —aunque
no creemos que lo sea demasiado— nos permitirá formular algunas consideraciones
iniciales a modo de introducción y resumen al mismo tiempo.
La trayectoria del radicalismo se inicia con la fracasada revolución de 1890 y se precisa
después al negarse a pactar con las fuerzas opositoras y reclamar la pureza del sufragio.
Dos intentos revolucionarios, en 1893 y 1905, registra el partido antes de la puesta en
vigencia de la ley Sáenz Peña; en los dos casos el motivo invocado es la libertad electoral
como medio para asegurar la vigencia plena de la Constitución y, con ella, de gobiernos
debidamente elegidos. Un fragmento del manifiesto de la Unión Cívica Radical al pueblo de
la república en 1905, ubica su pensamiento con mucha claridad: "Las fuerzas conservadoras
de la sociedad, comprendidas en su alto y verdadero significado, son las que realizan la
labor común, cumplen con independencia sus deberes y revelan energías en la defensa de
sus derechos. Los movimientos de opinión, cuanto más desinteresados llevan en su seno
mayor suma de ellas. Singular inversión de juicio acusa el criterio que sólo considera fuerzas
conservadoras los elementos afines a los gobiernos y sostenedores de su autoridad
cualquiera que sea su origen y su forma de gobierno." Dicho de otro modo, el radicalismo se
vive como "fuerza conservadora" —"cumplidora" de la Constitución— y ha de buscar realizar
su ciclo de "reparación", no de innovación, dentro del orden preexistente.
Si bien esto implica una limitación ideológica —el moverse dentro de los esquemas del
liberalismo— señalada ya por otros autores, queremos enfatizar aquí, especialmente, las
limitaciones de hecho para todo cambio de "raíz" que se hubiera podido intentar. En efecto,
las limitaciones ideológicas cuando van acompañadas por situaciones o coyunturas
históricas favorables que claramente son desaprovechadas, pueden llegar a ser el factor que
impide el reconocimiento o aprovechamiento de un estado de cosas nuevo. Cuando no es
así —y creemos que es éste el caso— parece más fructífero no especular acerca de
limitaciones ideológicas y detenerse más en las fácticas. En primer término, que el
radicalismo llega al poder por la vía pacífica de las urnas y no por la vía revolucionaria. Esto
indica no sólo su fuerza para provocar cambios (o la aceptación de sus exigencias), sino
también que su respaldo nunca fue suficiente como para tomar el poder por sí mismo.
En segundo lugar, la llegada del radicalismo al poder es el fruto de una elección
relativamente reñida, en la que los vencedores no están seguros de contar con los electores
necesarios para consagrar su fórmula. Que pueda no permitírsele ocupar el poder es algo
que se comenta abiertamente, lo que supone que existe la posibilidad de impedirlo.
En tercer lugar, una vez en el poder, y dado lo precario del triunfo obtenido —luego de
hacer, no lo olvidemos, "buena letra" ideológica— Yrigoyen deberá maniobrar con suma
cautela para ir sumando puntos en su favor.
En efecto, el voto universal y obligatorio implantado por Sáenz Peña hizo posible la
llegada del radicalismo, pero significó sólo un punto de partida. Todo el aparato institucional
preexistente no podía desmontarse de la noche a la mañana. En el Congreso, por ejemplo,
si bien el radicalismo logró rápidamente la mayoría en la Cámara de Diputados, la de
Senadores le fue siempre adversa, puesto que los titulares de las bancas las ocupaban
durante plazos prolongados y su elección era indirecta, mientras obstáculos semejantes
subsistían en muchas provincias para todos los niveles del gobierno y la administración.
Además, si bien la política del gobierno le granjeó el apoyo de grandes sectores de la
población, no le brindó un respaldo organizado. Su acción en favor de los trabajadores
hallaba eco, pero el movimiento obrero, nucleado en distintas centrales, le era
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
ideológicamente adverso o permanecía al margen de la acción política. Por ejemplo, Diego
Abad de Santillán, el dirigente y escritor anarquista, debió lamentar la falta de acuerdo de los
obreros ante el golpe ya inminente de 1930, que halló a la clase obrera sin respuesta.
El apoyo de Yrigoyen al movimiento de la Reforma Universitaria tampoco le otorgó ningún
respaldo apreciable para sus cuadros dirigentes ni le valió sostén intelectual para su obra.
Mucho menos podía esperar ese apoyo, naturalmente, de los que resultarían afectados de
modo directo por las medidas tendientes a inclinar la balanza más decididamente en su
favor, como, por ejemplo, todos los que estaban al frente de las "situaciones" provinciales
afectadas por las intervenciones, o los dirigentes patronales, o todos aquellos que podían
interpretar que las medidas gubernamentales eran directamente perjudiciales para sus
intereses.
Tampoco tuvo la adhesión de una Iglesia nunca demasiado segura de que sus feligreses
—que eran pocos, por otra parte— seguirían sus inspiraciones en momentos en que sus
principios no estaban realmente en cuestión y que, además, aún no había alcanzado
predicamento como para constituirse en sostén sólido de ningún gobierno. También careció
del apoyo de una Suprema Corte con sensibilidad social, alerta a los tiempos que corrían.
Yrigoyen la respetó, y la Corte, dentro del papel subordinado que por tradición desempeña
entre nosotros, se limitó en general a ser un obstáculo que, por su orientación, tuvo
características similares al constituido por el Senado.
La prensa llamada "seria" y que era la que tenía mayor prestigio, difusión y recursos
económicos, dejó de apoyar a Yrigoyen a poco de comenzar su primer gobierno, y se
convirtió en encarnizada enjuiciadora.
Los partidos políticos convergieron en la oposición al radicalismo yrigoyenista. Hay
aquellos que, como el socialista, podían haberse hallado más cerca de él que de los
conservadores o demócratas progresistas, hicieron activísima oposición y se aliaron con sus
enemigos políticos en más de una ocasión.
Dentro del mismo partido radical, la mayor parte de lo realizado parece haber sido obra
exclusiva de Yrigoyen, no gracias al apoyo de personas de talento que lo secundaran o
promovieran iniciativas, sino a pesar de no contar con nada de eso, y afrontar la oposición
del sector más decididamente intelectual del partido, que en cambio rodeará a Alvear
durante su presidencia y tratará de formar otro partido radical a espaldas de Yrigoyen.
Muchas de las iniciativas de que se habla en el texto es probable que se debieran a su
personal inspiración, lo que explicaría sus imperfecciones de concepción o de forma aunque
no de fondo, pues en general ponen de manifiesto un adecuado enfoque de los problemas.
Un ejemplo típico es su negativa a romper relaciones con Alemania cuando ambas cámaras
así lo habían aprobado con el voto de los propios legisladores radicales, o las alteraciones y
resistencias que debieron sufrir sus instrucciones a los delegados argentinos enviados a la
reunión constitutiva de la Sociedad de las Naciones.
En suma, lo que muy claramente se advierte es que nos hallamos ante un gobernante
elegido por la mayoría popular, y que convertido en adecuado intérprete y guía de la misma,
consolida su posición sólo en término de votos individuales, no de organizaciones o factores
de poder que cuenten con medios regulares de acción o expresión.
Es aquí donde debemos hacer mención de dos factores que hemos dejado
deliberadamente para el final. Uno es el papel del ejército. Es nuestra impresión, aunque no
podemos desarrollar aquí este punto, que el radicalismo revolucionario se apoya
fundamentalmente en el ejército "viejo", vale decir, el anterior o contemporáneo de la
reorganización que tiene lugar con motivo de la sanción de la ley de servicio militar
obligatorio a principios de siglo. Muchos de sus miembros son los que han de ser "purgados"
luego de 1905, dejando lugar para las nuevas promociones de "profesionales" con formación
académica. Según nos parece, estos profesionales serán los que verán con alarma la
agitación social durante la primera presidencia de Yrigoyen, o resistirán sus intentos para
ofrecer reparación a los militares postergados en sus carreras por las sanciones que les
acarreara su participación en los movimientos armados en favor del radicalismo. Son
aparentemente los oficiales más jóvenes los que ya a principios de 1921, dando como
justificación la necesidad de erradicar la política del ejército, tratarán de implantar una
política de signo contrario que llevará muy lógicamente al golpe de setiembre de 1930.
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Si nuestra interpretación es correcta, entonces el radicalismo cae porque se mueve en un
permanente vacío institucional y se ha enajenado la voluntad de indudables factores de
poder, tales como el ejército. Todo esto, naturalmente, aun cuando la situación estuviera
lejos de estar claramente definida.
Hay un último factor relacionado con la situación exterior, que tampoco obra en favor del
yrigoyenismo. En una época anterior a la guerra de guerrillas contemporánea, acaso sólo la
conquista y ocupación militares, o la caída estrepitosa de imperios podía alterar
significativamente las relaciones de poder en el seno de países dependientes como el
nuestro.
Pero ninguna de esas situaciones se dio en la Argentina. Ubicada en la periferia del orden
mundial entonces vigente, pero ligada muy estrechamente con Gran Bretaña por lazos
económicos que (como diría Pellegrini) eran más fuertes que los políticos, su dependencia
por un lado no era excesivamente insatisfactoria, ni por otro era vista con claridad. Cuando a
poco de andar el siglo los capitales norteamericanos se insinuaron como competidores que
llevaban las de ganar, el país acusó el impacto, pero otra vez la transferencia se hizo sin
alteraciones fundamentales. Dentro de este marco, fuera o no consciente de ello, debe
ubicarse la acción de Yrigoyen. Su intento puede rotularse como tibio e ingenuo esfuerzo
independentista en el momento del pasaje de una sujeción imperialista (británica) a otra
(norteamericana), y su fracaso no le quita su valor de antecedente.
Para terminar, antes de entrar en materia, citaremos unos párrafos del último escrito
presentado por Yrigoyen a la Suprema Corte luego de su derrocamiento. Está fechado el 8
de setiembre de 1932 y lo pintan de cuerpo entero:
"Mi labor de gobierno, en medio de hondas perturbaciones, fue enorme como idealidad
infinita y como eficiencia múltiple en todas las esferas, por lo que no hay un solo paraje de la
Nación que no tenga recordaciones gratas y saludables de acción reparadora y benéfica, ni
un solo acontecimiento internacional en el cual no haya dejado recuerdos imperecederos,
por las actitudes asumidas, ora en el orden general, ora en los sucesos de nuestra América,
en comunidad con nuestra madre patria, y en la unidad por siempre de la raza.
"Y a más de todas las funciones que afronté y abordé, hice también un gobierno protector
para todas las pobrezas o indigencias.
"He desempeñado el cargo, pues, como las circunstancias de la hora en que lo asumí,
reclamaba la Nación, sin prevenciones algunas, pero con una definición de conceptos
inconfundibles en su esencia y aplicación; sin afinidades en ningún caso; pero con una
ecuanimidad y circunspección inalterables en la línea de conducta trazada, con un solo
punto de mira: la nacionalidad en su faz culminante y grandiosa.
"Y termino contestando a las irreverencias de V. E., sean cuales fueren los eventos de
sus definitivas soluciones, que la Nación no tuvo jamás un hijo más patriota que yo, ni más
augusto en las idealidades de ese concepto, y que afrontara con más consagraciones los
acontecimientos de su vida y los esclareciera con más esplendores y fulguraciones."
LA ECONOMÍA. 1 - ARGENTINA Y EL MUNDO
La guerra mundial de 1914 marcó un momento culminante en que se interrumpe el
proceso de integración de la economía mundial. Las fuerzas motrices que impulsaban ese
proceso dejaron momentáneamente de actuar. Por un lado se quiebran las rutas comerciales
dejando aislados los mercados de los centros productores de abastecimiento, por otro se
interrumpe la afluencia de capitales de las metrópolis a las regiones periféricas, así como se
frenan las corrientes migratorias expulsadas de los países cuyos procesos de
industrialización no alcanzaban a absorber la mano de obra disponible y que sí encuentran
salida en países cuya economía estaba en proceso de expansión —aun con muy diferentes
direcciones e intensidad— como Estados Unidos, Canadá, Argentina, Australia y Nueva
Zelandia. La importancia que adquiere este hecho para nuestro país estuvo dada por el
papel que éste desempeñaba dentro del esquema económico total. Efectivamente, el peso
de la Argentina en el proceso de integración mundial tuvo su demostración clara a partir de
la década del 70. Más todavía: la aceleración de la producción agropecuaria a partir de ese
momento reforzó el puesto que le cabía dentro del orden mundial, al mismo tiempo que la
absorción de capitales extranjeros, productos manufacturados e inmigración lo mostraba
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como una de las plazas más fuertes. En efecto, entre 1857 y 1914 Argentina había recibido
3.300.000 personas, ocupando el tercer lugar en el mundo como receptora de inmigrantes
en ese período. "En cuanto al total de capitales extranjeros invertidos ascendía a más de
10.000 millones de dólares de hoy, cifra que representaba el 8,5 % de las inversiones
extranjeras de los países exportadores de capitales en todo el mundo, el 33 % de las
inversiones extranjeras totales en América latina y el 42 % de las inversiones del Reino
Unido en la misma región."
"En cuanto al comercio mundial, la situación de Argentina no podía ser más clara; más de
la mitad de las exportaciones de América latina a Europa procedían del país. Y en relación
con el cuadro total de las relaciones bilaterales entre países latinoamericanos y europeos,
Argentina ocupaba los seis primeros puestos con Inglaterra, Alemania, Italia, Países Bajos,
Bélgica-Luxemburgo y Francia." Dentro de este cuadro general, el país funcionaba como
proveedor de materias primas casi exclusivamente del sector agropecuario, y era receptor
de combustibles, maquinarias e insumos industriales al mismo tiempo que de artículos de
consumo.
Restablecidos los vínculos entre el país y las metrópolis, nuestra economía recupera en
parte el equilibrio alcanzado antes de la crisis y su producción, fundamentalmente la
cerealera, llega a niveles satisfactorios.
Este aspecto "positivo" de nuestra economía que muestra un enorme potencial productivo
tenía, sin embargo, su contrapartida negativa: la sujeción a las economías metropolitanas y
a los movimientos inherentes a la marcha de la estructura capitalista, especialmente en lo
que se refiere a capitales y precios. El capital extranjero, con su enorme poderío y con su
tremenda influencia, producía resultados divergentes y aun contrapuestos según el
movimiento de la coyuntura económica mundial: afluencia de capitales durante el alza y
restricción en las épocas de crisis y depresión, pero con el agravante de que en esos
momentos críticos la amortización de las deudas y la remisión de intereses y utilidades
impactaban en forma tremendamente negativa nuestra balanza de pagos.
Al mismo tiempo se manifestaban otros fenómenos —propios de la economía capitalista—
que la misma crisis de 1914 acentuó: los precios de los productos manufacturados se
movían mucho más favorablemente que los de los productos agropecuarios.
Pero también otro hecho negativo —de carácter interno— comenzaba a surgir: la pampa
húmeda, que con su enorme riqueza brindaba el 90 % de nuestras divisas, estaba en 1914 a
punto de alcanzar el máximo de su potencial económico. Efectivamente, ya en ese año se
habían ocupado en forma total sus espacios vacíos e incluso el desarrollo tecnológico
alcanzado tenía muchas semejanzas con el de los países más evolucionados en ese
momento (aunque no ocurría lo mismo con el sistema de propiedad, que era sumamente
inadecuado para crear cambios sociales importantes). Esto significaba que en adelante el
crecimiento de la población difícilmente sería acompañado por incrementos notables en la
producción agropecuaria, que en el período 1924-9 llega al máximo de esplendor de toda
nuestra historia económica. Favorecidos por el alza de la coyuntura y por precios agrícolas
buenos, los productores se lanzaron al mercado cerealero en busca de pingües ganancias,
objetivo que alcanzaron y que permitió al país obtener también enormes beneficios.
Esta etapa podría interpretarse como el punto culminante de dos procesos: por un lado el
de la evolución del sistema socioeconómico nacional generado a partir de los postulados de
la generación del 80, adecuado a la expansión de la economía mundial, que alcanza su
apogeo, y por otra parte el de esa economía mundial misma, en la que el esquema liberal se
acerca a su crisis definitiva.
En efecto, a partir de la crisis mundial de 1929, los países industrializados optarán por la
participación del Estado como planificador y centralizador de la economía en oposición al
Estado "orientador" de la etapa anterior; el proteccionismo desalojará definitivamente al libre
cambio, la inconversión del papel moneda dejará el patrón oro como cosa del pasado.
Dentro de este panorama, la Argentina deberá concentrarse en sí misma, buscará —con
éxitos parciales— vías diferentes de desarrollo, y la industrialización, que aún no había sido
fijada como meta ideal de las élites gobernantes figurará en la preocupación de los
gobiernos posteriores, especialmente a partir de 1943. Las exportaciones que durante años
habían alimentado el crecimiento del país, a partir de ese momento serán sólo uno de los
factores del desarrollo económico-social.
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COMERCIO EXTERIOR.
1. LAS EXPORTACIONES
El período que va desde 1916 a 1930 se caracteriza por los grandes altibajos que registra
nuestro comercio de exportación. En efecto, durante los años en que transcurre la Primera
Guerra Mundial se produce un alza del valor de los productos enviados del orden del 40 %
con respecto a 1914. Al finalizar la contienda los valores habían crecido en casi un 300 %
con respecto a 1914.
En 1921, a causa de la crisis ganadera, dichas cifras caen en más de un 50 % y luego se
produce una recuperación firme para llegar en 1928 a una cifra récord en nuestro comercio
de exportación, y caer posteriormente, como consecuencia de la crisis de 1929, a valores
anteriores a la Primera Guerra Mundial.
En cuanto a la composición de las exportaciones, puede establecerse —aun con ciertas
oscilaciones— una consolidación del predominio de los productos agrícolas, ya que los
ganaderos habían sido desplazados durante el período anterior luego de un dominio secular
de nuestro comercio de exportación.
En primer lugar, los cereales más importantes (trigo, maíz y lino) se afirman,
especialmente a partir de la década del 20, por cuanto los volúmenes físicos mantienen
niveles cada vez más altos con menos alteraciones que en las primeras décadas del siglo. Al
mismo tiempo otros rubros también van ganando terreno, como la avena, la cebada y el
centeno.
En cuanto al volumen físico de la carne exportada —congelada y enfriada—, registra a
partir de la guerra un aumento importante, pero en 1921-2 sufre una caída considerable
como consecuencia de la crisis ya señalada. Luego se recupera, pero no registra cambios
notables hasta finalizar el período. Con respecto a los precios, tanto los agrícolas como los
ganaderos también sufrieron alteraciones muy profundas. Mientras los ganaderos en la
década del 10 tuvieron niveles muy altos respecto de años anteriores, los registrados entre
los años 1922 y 1930 se mantuvieron en niveles mucho más bajos. En cambio, los precios
agrícolas —dentro de las variaciones sufridas en todo el período— mantuvieron niveles
relativamente altos y a partir de 1920 alcanzaron mayor regularidad que en los años
anteriores.
Esta regularidad en los precios durante la década del 20 explica entonces la mayor
producción y exportación de cereales. A su vez estos dos elementos, volumen físico y
precios, explican las cifras excepcionales de nuestro comercio exterior.
Entre los países de destino de nuestros productos, Gran Bretaña era el comprador más
importante. Aunque a causa de la guerra su comercio había mermado, luego de la
estabilización de la situación mundial aumentó vertiginosamente sus volúmenes de compras.
Y, si bien los Estados Unidos también incrementaron sus compras, los puntos de partida del
comercio con ambos países eran tan diferentes que este aumento no logró ni siquiera
acercarlos a Gran Bretaña.
Alemania los seguía entre nuestros compradores principales y luego Francia, Italia y los
Países Bajos, orden que no varió fundamentalmente en todo el período.
2. LAS IMPORTACIONES
Si las exportaciones sufrieron las consecuencias de la guerra, las importaciones no
quedaron a la zaga. Dentro de la división internacional del trabajo, la Argentina, lo
repetimos, funcionaba como proveedora de materias primas e importadora de productos
manufacturados y maquinarias, y en una situación como la que planteaba la guerra, los
países europeos concentraron su esfuerzo industrial en el equipamiento bélico, de tal
manera que los bienes ofrecidos fueron mucho menores. Si a ello unimos las dificultades del
transporte, tendremos una idea de los problemas creados para el ingreso de los productos.
Sin embargo, no todos los rubros recibieron el impacto de la misma manera. De acuerdo con
el cuadro de la CEPAL para las importaciones, los valores totales caen entre un 40 % y 50 %
con respecto a los niveles de preguerra. Salvo en 1915, en que la caída es mayor, los bienes
de consumo "duraderos" y "no duraderos" sufren una disminución de un 35 %
aproximadamente. En las mismas proporciones disminuyen los rubros de combustibles y
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
lubricantes y de productos intermedios. Por otra parte, los renglones que más se
deterioraron son los de maquinarias para industria y materiales para la construcción. Las
proyecciones planteadas por estos problemas las analizaremos cuando veamos el tema de
la industria.
Sólo hacia los años 1923-4 se alcanzarán los niveles de preguerra, a partir de los cuales
se registrará un crecimiento sostenido hasta la crisis de 1929.
En cuanto a la importación por países, podemos afirmar que los Estados Unidos dan un
salto como proveedor nuestro en los años 1914 y 1915, y en 1916 superan ya con cierta
amplitud a Gran Bretaña. Cuando Alemania se restableció de las consecuencias de la
guerra, terció en la disputa sin llegar a alcanzar a ambos países. Sin embargo su
participación parece haber avanzado a costa de nuestro comercio con los Estados Unidos,
aunque éste continuó siendo nuestro principal proveedor.
De cualquier manera, la importancia que adquiere este problema va más allá de las
intenciones y alcances de este análisis. Lo cierto es que mientras Gran Bretaña continuó
siendo después de la guerra un gran comprador de nuestros productos, no ocurrió lo mismo
con los Estados Unidos, de tal manera que se compensó el saldo negativo con esta nación
con el positivo de Gran Bretaña. Para este país la situación era motivo de hondas
preocupaciones por cuanto estaba siendo desalojado del mercado importador argentino por
un competidor que le disputaba la preeminencia del comercio mundial. Lo cierto es que a
partir de la crisis de 1929 y la revolución de 1930, Gran Bretaña intentará "reajustar" sus
posiciones económicas para hacerlas más favorables a sus intereses.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
FÉLIX LUNA
"L
L o s G o b i e r n o s R a d i c a l e s - D e s d e e l p r i m e r g o b i e r n o d e Y r i g o y e n h a s t a Al f o n s í n ( 1 9 1 6 - 1 9 8 3 ) "
L a N a c i ó n - M o m e n t o s C l a v e d e l a N a c i ó n Ar g e n t i n a
EL PRIMER GOBIERNO DE YRIGOYEN
El 2 de abril de 1916 triunfa en las elecciones presidenciales la fórmula del radicalismo,
encabezada por Hipólito Yrigoyen, a quien acompañaba Pelagio Luna como candidato a la
vicepresidencia. Las elecciones provinciales de años anteriores habían mostrado
importantes avances de este partido, lo que indicaba, a su vez, el debilitamiento de las
fuerzas conservadoras. Había llegado un tiempo nuevo, y una multitud entusiasmada llevó
en andas al nuevo presidente desde el Congreso hasta la Casa Rosada.
LAS SEÑALES DEL CAMBIO
En las elecciones de diputados de 1914, los conservadores habían ganado en la provincia
de Buenos Aires por 3.200 votos, perdiendo en cuarenta de los ciento cinco partidos de la
provincia. La gente de Marcelino Ugarte había ayudado al triunfo, impidiendo el voto de los
menores de veintiún años, en flagrante transgresión de la ley electoral, así como
adulterando urnas y poniendo en práctica un sinfín de artimañas para volcar ilegalmente la
elección a su favor. Poco después, el radicalismo ganaba en Santa Fe, y dos años más tarde
lo hacía en Entre Ríos.
En noviembre de 1915 se había planteado en Córdoba una lucha electoral que enfrentó la
fórmula radical Loza-Borda con el binomio liberal Cafferata-Igarzábal, avalado por Lisandro
de la Torre, candidato presidencial por el Partido Demócrata Progresista. Instalado en un
hotel cordobés, Yrigoyen aportó su presencia a la fervorosa e intensa campaña. Aunque
nunca apareció en público ni pronunció ningún discurso, su presencia consiguió que en las
filas radicales se superaran algunas discrepancias.
Mientras el conservadurismo se desmoronaba, el avance radical era evidente. Las
provincias en las que triunfaba el radicalismo aseguraban muchos votos, ya que eran las
más populosas. Paralelamente, el prestigio de Hipólito Yrigoyen crecía y éste se
transformaba en una figura casi mítica, esquiva a la prensa pero muy prestigiosa por haber
conducido su partido durante los veinte años previos.
En 1916 se renovarían las autoridades nacionales y una sombra amenazadora se cernía
sobre el poder de los conservadores. El país asistía al nacimiento de un partido orgánico
desde la oposición, y por primera vez la organización de ese partido mostraba una estructura
democrática: contaba con un Comité Nacional, órgano ejecutivo, una Convención Nacional,
órgano deliberativo al que iban delegados elegidos por el voto de los afiliados, y los comités
de distrito, provinciales y de la Capital Federal, de los que dependían los comités o
subcomités departamentales o parroquiales. Los comités locales estaban presididos por sus
presidentes, caudillos cuyas relaciones con los afiliados se asemejaban a las de los patricios
romanos con su clientela.
UNA FIGURA ENIGMÁTICA
El caudillo radical no se parecía a ninguno de los políticos que lide-raran anteriormente
grupos y partidos. Sobrio, austero, silencioso, casi podríamos decir enigmático, Yrigoyen
protagonizó un estilo nuevo en el que se unían el sentido ético de sus actos políticos y una
modestia infrecuente.
Lo más importante fue la claridad de su trayectoria política, cuando históricamente
predominaban las alianzas coyunturales o el oportunismo más alevoso. Yrigo-yen era
sobrino de Leandro Alem —hijo de su hermana—, y la figura fuertemente ética del suicida lo
respaldaba. Su actuación en los acontecimientos del '90 había sido relevante, así como su
responsabilidad de organizador en los sucesos de 1893, en los que se negó a aceptar la
gobernación de la provincia de Buenos Aires. Su duelo en el '98 con Lisandro de la Torre
ilustró su oposición a la política de "las paralelas". Una vez más mostró su fortaleza en 1905,
y al llegar Sáenz Peña a la presidencia, Yrigoyen lideraba la oposición.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
Quienes se sintieron más atraídos por esta imagen de pureza política fueron los jóvenes,
convencidos de que detrás del misterio que rodeaba al político —quien no solamente no
concedía entrevistas ni se dejaba fotografiar, sino que casi no aparecía en público— se
ocultaba la fuerte voluntad de alguien que tenía objetivos muy claros.
Y no se equivocaban. Las ideas de Yrigoyen partían de una estricta concepción ética, que
lo llevó, ya en el gobierno, a calificar de "contubernio" a cualquier alianza que se hiciera para
oponérsele. Su principal objetivo era la Reparación, devolver su integridad a la nación
bastardeada. "Cada vez es más imperioso hacer del ejercicio cívico una religión política, un
fuero inmune, al abrigo de toda contaminación, hasta dejar bien cimentadas las prerrogativas
inalienables e imprescriptibles de la nacionalidad", decía. Y añadiría, en su mensaje al
Congreso del 15 de octubre de 1921: "Es indispensable fijar como condición irreductible que
la moral política es la base de todos los progresos y de todas sus formas eficientes".
Pronto comenzaron los ataques, precisamente a partir de este silencio tan característico
del caudillo radical. El día de la asunción de la presidencia, dos diarios tan opuestos como
La Nación y La Vanguardia coincidían en afirmaciones como las que siguen: "En los seis
meses transcurridos entre la elección hasta hoy, el señor Yrigoyen no ha hecho ninguna
declaración sobre las ideas que desarrollará en su presidencia; por otra parte, la naturaleza
de su actuación política no proporciona ningún antecedente para estimar su capacidad de
gobernante. Estamos en presencia de un enigma que no tardará en esclarecerse. Pero por
el momento, es indescifrable". (La Nación, 12 de octubre de 1916). Y el órgano socialista
sostenía: "No conocemos todavía la personalidad moral y política del nuevo mandatario, así
como sus orientaciones gubernativas, pues hasta el momento mismo de su ascensión al
mando ha creído prudente guardar el silencio característico de toda su vida. El señor
Yrigoyen tendría así mayor discreción que Washington y Sarmiento, quienes no escatimaron
nunca sus ideas y su palabra a los pueblos que los eligieron para regir sus destinos.
El silencio podrá ser a veces una virtud, pero cuando se lo emplea por sistema, acaso sea
revelador de segundas intenciones o de reconocida incapacidad". Con mayor o menor
dureza, ambas apreciaciones reflejaban el temor de los sectores que, fuera del radicalismo,
no sabían qué les aguardaba una vez instalado éste en el gobierno.
Las actitudes de Yrigoyen no dejaban de sorprender, incluso a sus correligionarios. El 20
de marzo de 1916, apenas dos semanas antes de las elecciones, la Convención Nacional
del radicalismo, presidida por quien después sería ministro del Interior, el doctor Ramón
Gómez, eligió la fórmula Yrigoyen-Luna. Una comisión notificó al caudillo y éste, ante el
desconcierto de todos, manifestó que no aceptaba y entregó un documento de una página
en el que, con su peculiar estilo, decía, entre otras cosas: "Tengo la convicción de que haría
un gobierno ejemplar, pero el gobierno no es nada más que una realidad tangible, mientras
que un apostolado es un pensamiento único, una espiritualidad que perdura a través de los
tiempos, cerrando un ciclo histórico de proyecciones infinitas". Finalmente, el fervor y a la
vez el desánimo de sus correligionarios convencieron al caudillo, y se inició una campaña
intensa, que culminó el 30 de marzo con un acto multitudinario en la Plaza de los Dos
Congresos.
UN PRESIDENTE VOTADO POR EL PUEBLO
Las dos de la tarde. El presidente electo va a jurar ante el Congreso. Luego recorrerá,
hasta la Casa de Gobierno, la avenida de Mayo, larga de un kilómetro y medio.
Desde por la mañana ha ¡do reuniéndose la gente en la avenida. Los hoteles y otros
establecimientos han alquilado, a precio de oro, lugares en los balcones. Jamás se ha visto
tanta gente en las calles,
ni cuando el jubileo de Mitre, ni cuando el entierro de Sáenz Peña. A las dos, los agentes
de policía tienden cuerdas a lo largo de las aceras, para mantener libres las calzadas. En
algunos tramos, las tropas del ejército en formación deberán contener a la multitud. A pesar
de que a esa hora ya no cabe una persona más en la avenida, siguen llegando olas
humanas. Las dos vastas plazas, la del Congreso y la de Mayo, están literalmente
abarrotadas de gente. Imposible dar un paso ni moverse. Los canteros de las plazas han
desaparecido bajo los pies de la multitud.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
En cada árbol, en cada columna del alumbrado, se aglomeran los hombres en apretados
racimos. (...)
En el Congreso, ante las dos cámaras reunidas, Hipólito Yrigoyen va a jurar Viste el
indumento protocolar: frac y galera alta. Mucha gente ha creído que iría, agresivamente, con
el democrático terno de saco de todos los días. Yrigoyen jura. Toda la asistencia aplaude,
incluso sus enemigos. Seduce extrañamente aquel hombre sencillo, de exterior simpático,
noble y bondadoso, que carece de empaque y solemnidad, que tiene un modesto origen y
que, él solo entre los presidentes argentinos, ha sido elegido por el verdadero pueblo.
Pero ya Hipólito Yrigoyen, presidente de la República, ha comenzado a descender por la
teatral escalinata del palacio del Congreso. Espectáculo sensacional. Las cien mil personas
que llenan la doble plaza del Congreso, las azoteas, los balcones, prorrumpen en una
enorme algarabía de vítores y de aplausos. (...) ¡Nunca se ha visto un entusiasmo igual en
Buenos Aires! La multitud parece enloquecida; y cuando el Presidente llega a la acera y
sube a la carroza de gala, arrolla al cordón de agentes de policía que la ha contenido y
rodea al carruaje. Yrigoyen, en pie dentro del coche, con el vicepresidente y los dos más
altos jefes del Ejército y la Armada, saluda con la cabeza y con el brazo. Pero hay que partin
y la policía se dispone a abrir calle. Yrigoyen hace un gesto con la mano y da orden de que
dejen libre a la multitud. El coche está rodeado por el gentío clamoroso. De pronto, un grupo
de entusiastas desengancha los caballos y comienza a arrastrarlo. En las cejas de Yrigoyen
se marca una contracción de desagrado. Quiere bajar de la carroza, pero la multitud no lo
consiente. (...)
La escolta presidencial -un escuadrón del Regimiento de Granaderos a Caballorota, por la
multitud en cien partes, ha quedado dispersa: un soldado va por aquí, en medio del gentío a
pie, y otro por allí. La formación de las tropas en las calzadas, junto a las aceras, también ha
sido rota en infinidad de lugares por la multitud, que se derrama en la calle. Ahora, después
del gran grupo de pueblo, vienen varios automóviles con ocho o diez personas cada uno,
todas las cuales agitan banderi-tas en lo alto. Y por fin, la carroza presidencial. Llueven
flores desde los balcones. La calle entera se estremece de aplausos, de vítores. Hombres
del bajo pueblo gritan de entusiasmo. Jóvenes, viejos, mujeres, todos saludan, con amor o
con respeto, al Apóstol de las libertades. Muchos hombres lloran. Hipólito Yrigoyen va a pie
en medio de la carroza, descubierto, contestando al pueblo que lo aclama. No demuestra
emoción alguna en su rostro impasible. Es el mismo hombre que no se quejó en el Ushuaia,
ni se alegró al saber que acababan de elegirle presidente de la República. Los que han
querido reemplazar a los caballos siguen tirando cansadamente. Al acercarse a la Casa de
Gobierno, uno de ellos se desmaya. A Yrigoyen le amarga su satisfacción la actitud servil de
estos hombres; y más tarde amonestará a los jefes y oficiales que lo acompañaban, por no
haberlo impedido.
Puede decirse que en ese momento de la llegada a la plaza de Mayo, el espectáculo es,
acaso, único en el mundo. Un embajador dirá, al otro día, que los varios espectáculos
análogos a que ha asistido -entre ellos la ascensión de un presidente en Francia y la
coronación de un rey de Inglaterra- no son comparables a esta escena de un mandatario
"que se entrega en brazos del pueblo, y es conducido, entre los vaivenes de la
muchedumbre electrizada, al alto sitial de la primera magistratura de su patria", ni a ese
momento "de la plaza inmensa, del océano humano, enloquecido de alegría", en que el
presidente se entrega "a las expansiones de su pueblo, sin guardia, sin ejército, sin
polizontes...".
Manuel Gálvez
Vida de Hipólito Yrigoyen
LAS CIFRAS DE LA VICTORIA
El triunfo del 2 de abril de 1916 fue amplio, aunque hubo algunas dificultades en el
Colegio Electoral. El radicalismo ganó por 370.000 contra 340.000 votos de los partidos de
la oposición, pero esta mayoría no se traducía en el Colegio Electoral. Allí el radicalismo
necesitaba 151 electores, y contaba solamente con 143. La actitud de Yrigoyen fue, una vez
más, de prescindencia: no solamente se negó a entrar en negociaciones, sino que, recluido
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
en su estancia, instruyó a su personal para que no dejara pasar a ningún visitante. Los
radicales de Santa Fe fueron quienes definieron la elección: separados un año antes de la
conducción nacional, fueron tentados con toda clase de promesas por el gobernador de la
provincia de Buenos Aires, Marcelino Ugarte, pero finalmente optaron por respaldar al
candidato de su partido, que obtuvo así 152 electores, uno más de los que eran necesarios
para llegar a la presidencia.
Este es un episodio que muestra los nuevos tiempos políticos que se habían ya
inaugurado con la Ley Electoral de 1912: el caudillo que no quiere negociar y la disidencia
que no acepta las tentadoras ofertas que le ofrecen sus opositores. Una tradición se
inauguraba en política, aunque no fueran una constante la firmeza y el principismo de
Yrigoyen.
No fue solamente esta actitud de sana política lo que marcó los nuevos tiempos. Hubo
otras, como por ejemplo el que el presidente Victorino de la Plaza, que entregó el mando a
Yrigoyen, nunca lo hubiera visto antes de esta ceremonia.
Lo cierto es que, entre el país que se lanzaba a la calle en las huelgas generales
convocadas por los anarquistas, o las reivindicaciones, impensables para la época, de los
socialistas, el radicalismo ofrecía un espacio de transición, un moderado proyecto en el que
su máxima aspiración era, probablemente, la participación política de la clase media.
UN GOBIERNO POPULAR
Finalmente, el 12 de octubre, y violentando la natural sobriedad del nuevo presidente, el
pueblo triunfante lo llevó en andas desde el Congreso hasta la Casa Rosada. Lo esperaba
un país sacudido por alteraciones sociales y una inseguridad agravada por la guerra
mundial.
La paz y la confianza de 1910 se habían debilitado en 1914.
El gabinete de Yrigoyen mostró el espectro social que apoyaba al nuevo gobierno:
algunos miembros de la sociedad tradicional (Honorio Pueyrredón, Federico Alvarez de
Toledo, Pablo Torello y Carlos Becú, en Agricultura, Marina, Obras Públicas y Relaciones
Exteriores); un hombre vinculado con los intereses bancarios y comerciales (Domingo
Salaberry, ministro de Hacienda) y varios dirigentes del radicalismo provincial (Elpidio
González, de Córdoba, Ramón Gómez, de Santiago del Estero, y José Salinas, de Jujuy,
respectivamente ministros de Guerra, Interior y Justicia e Instrucción Pública). El diario La
Nación, que representaba sin duda los intereses de los conservadores, dijo en su momento:
"Apresurémonos a decirlo: la impresión pública es mala. (...)
De modo que el nuevo gabinete, si no ha producido propiamente sorpresa, ha causado
notoriamente decepción".
Pero la debilidad inicial del gobierno iba más allá de las advertencias generadas por la
oposición a través de la prensa, o de la distinta calidad de sus ministros, que no
representaban los viejos intereses: once de los gobiernos provinciales estaban en manos de
miembros de otros partidos, mientras que de las 115 bancas de diputados, 70 estaban en
poder de los partidos opositores.
Las intervenciones federales fueron un arma política que Yrigoyen usó, no solamente
para instaurar las nuevas autonomías provinciales y devolver a los pueblos sus derechos
esenciales —frente a las aspiraciones de legítima representatividad, los gobiernos
provinciales, en su mayoría inciviles y viciosos, como los califica Gabriel del Mazo,
representaban a los viejos tutores políticos—, sino también para procurarse una mayor base
de sustentación.
UN PAÍS QUE NO ES EL MISMO
El caudillo llegó a la presidencia a los sesenta y cuatro años. Sin pronunciar nunca un
discurso, conocido por un reducido número de sus partidarios, lee el mensaje ante las
Cámaras, con su maciza figura criolla ataviada de chaqué y galera alta. A partir de ese
instante sentirá las presiones de las fuerzas que lo han apoyado: "Los católicos, los
liberales, librecambistas, proteccionistas, los provincianos, los porteños, los del litoral, del
interior, los hacendados, agricultores, peones, jornaleros, militares, marinos y trabajadores,
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
los ricos, los empleados, todos fortifican nuestras filas y todos nos dan la certidumbre del
triunfo", sintetiza Oyhanarte. Yrigoyen gobernará para una clase media de origen
inmigratorio extendida desde las ciudades hasta la campaña y ocupada en el comercio y las
pequeñas propiedades agrícolo-ganaderas, y para los obreros de las grandes ciudades,
todos ellos vinculados a las posibilidades de crecimiento del mercado interno.
Este era el nuevo país, y el radicalismo había llegado al poder sin pronunciarse por algo
más que "el vago y el indefinido anhelo de reparación institucional". Como un hecho
demostrativo de su futura conducta, Yrigoyen donó sus sueldos de presidente días antes de
las elecciones. Durante seis años, la Sociedad de Beneficencia recibiría todos los meses
10.400 pesos.
La verdadera oposición residía en el Congreso, y desde allí frenaría al yrigoyenismo. La
Cámara de Diputados tiene 45 radicales, 55 conservadores que, junto a socialistas y
demócrata progresistas, hacen 70 opositores. La de Senadores mantiene una mayoría
conservadora que, de 25 representantes, bajará a 12 en 1922, mientras el radicalismo se
inicia con 4 senadores. El Poder Judicial pertenecía en su totalidad a los conservadores. Y
las provincias, con escasas excepciones, seguían controladas por las fuerzas tradicionales,
que habían variado sus métodos adecuándolos a los nuevos tiempos que corrían.
Organizaban escrutinios sin fiscales opositores, secuestrados con anterioridad o apresados
por la policía; robaban las urnas, usaban el voto cantado y a la vista o el voto en cadena,
que reemplazaba el sobre del votante por otro; era común la ausencia de cuarto oscuro, la
presencia de la policía para dirigir la elección de boletas y, como siempre, el voto de los
muertos. Tan sólo la Capital Federal disponía de las ventajas de la ley Sáenz Peña.
En tanto, Yrigoyen toleraba en silencio las ofensas difundidas por la prensa oligárquica.
Lo llamarán "el terror de los zaguanes de Balvanera", el "dios pardo", "el mazorquero de
arrabal". Ya el diario La Prensa había hecho oír su amenazadora advertencia: "Somos,
queremos ser, una sociedad orgánica, tradicional y definitivamente conservadora de sus
conquistas institucionales, económicas y sociales. He ahí la sociedad entonces que
gobernará el Partido Radical desde el 12 de octubre. He ahí el gran programa conservador
que le impone la república, bajo el apercibimiento solemne de que de no observarlo,
fracasará, y será batido y desalojado del poder".
Un hecho que prueba la hostilidad de los sectores opositores es la acusación de
malversación de la que es víctima el ministro Salaberry, a quien Yrigoyen le impide
defenderse ante la comisión investigadora. Al terminar el período presidencial, y luego de
que el hostigamiento padecido llevara a Salaberry al suicidio, se comprueba que la
"campaña moralizadora" había sido usada para difamar al radicalismo.
YRIGOYEN Y EL IMPERIALISMO EN AMÉRICA
Había fallecido en Montevideo el ministro de México ante la república Argentina y la
república del Uruguay el ilustre poeta Amado Nervo, y volvía el acorazado de nuestra
armada "Nueve de Julio" de custodiar sus restos. Fue en enero de 1919. La pequeña
república de Santo Domingo estaba ocupada por fuerzas militares de los Estados Unidos. El
comandante de la nave consultó al ministerio de Marina sobre las alternativas posibles: si
tocaba o no Santo Domingo y si en caso afirmativo saludaba la bandera norteamericana al
entrar al puerto. La contestación fue inmediata y dictada por el presidente Yrigoyen. Decía:
"Id y saludad al pabellón Dominicano". Dentro del tajante laconismo del despacho estaba el
carácter
de una nueva era argentina. Por una parte, no eludir sino afrontar las contingencias reales
de los principios proclamados: ir; por otra, afirmar de nuevo ante el mundo, con todas las
responsabilidades, que la soberanía de las naciones, aun de las más débiles, es de carácter
"inmanente" y que su condición es "inmutable" cualesquiera sean los hechos que
pretendieran abatirlas: saludar su pabellón.
El barco argentino, al entrar al puerto izó al tope la bandera del país hollado, saludándola
con una salva. Se corrió la voz en la ciudad. Gentes fervorosas compusieron con trozos de
tela una bandera dominicana que izaron en el torreón de la fortaleza, y veintiún cañonazos
de la nave argentina tributaron el saludo de la independencia a! pabellón nacional de Santo
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
Domingo y no a la bandera norteamericana, es decir la del país extranjero que flameaba en
la casa de gobierno. La multitud se
lanzó a las calles y una gran manifestación se dirigió hacia la casa municipal, en medio de
la perplejidad de las autoridades norteamericanas de ocupación, que no se atrevieron, por sí
o tal vez con consulta, a impedir el pronunciamiento. Uno de los oradores dijo: "Loor al
presidente argentino Yrigoyen que nos ha hecho vivir siquiera dos horas de libertad
dominicana".
El ministerio de relaciones exteriores de los Estados Unidos pareció temer la denuncia al
mundo de las situaciones recíprocas, y no pronunció una sola palabra. Dos años después
llegaron dos emisarios delegados del partido nacional dominicano a testimoniar al presidente
Yrigoyen el reconocimiento del pueblo de su patria por su extraordinario gesto.
Gabriel del Mazo
La primera presidencia de Yrigoyen
LA "REPARACIÓN"
La primera consigna de la Unión Cívica Radical al llegar al poder fue el cumplimiento de
lo que Yrigoyen había llamado la "reparación", esto es, la corrección de los vicios políticos y
administrativos propios del régimen conservador "Hemos venido a las representaciones
públicas (...) acatando los mandatos de la opinión y estimulados por el deber de reparar;
dentro de nuestras facultades y en la medida de la acción del tiempo, todas las injusticias
morales y políticas, sociales y positivas, que agraviaron al país durante tanto tiempo. Por
esto no habremos de declinan en ningún caso ni circunstancia, de tan sagrados
fundamentos, porque ellos constituyen la salud moral y física de la Patria." Lleno de unción,
movido por un sentimiento mesiánico,Yrigoyen -como lo había señalado muchos años antes
Juan B. justo- creía que bastaba la llegada del radicalismo al poder para que se cumplieran
sus aspiraciones regeneradoras. Pero la acción concreta de! partido no estaba movida por
ningún sistema claro y orgánico de ideas, y sus enemigos políticos -especialmente Lisandro
de la Torre, candidato opositor- señalaron que el radicalismo carecía de programa. (...)
Yrigoyen había respondido ya antes a esta objeción, señalando que la significación de la
Unión Cívica Radical implicaba ya de por sí un programa. "Extraviados viven los que piden
programa de gobierno a la causa reivindica-dora. Como exigencia legal y como sanción de
justicia me hace el efecto del mandatario pidiendo rendición de cuentas al mandante o del
reo interrogando y juzgando al juez. Sería lo mismo que pretender el ejercicio de
instituciones que no se han fundado o la aplicación de una constitución que no se ha hecho."
Esta concepción podía ser tachada de antidemocrática, y así lo hizo De laTorre (...). Pero
acaso fuera más justo ver en ella un rasgo de cierta tendencia antiliberal que se insinuaba
en la indecisa actitud del radicalismo.
En efecto, Yrigoyen recogía y llevaba al gobierno la antigua hostilidad del radicalismo
contra la oligarquía; pero esa hostilidad se manifestó no sólo como repudio al régimen "falaz
y descreído", sino también como repugnancia frente a la tradición liberal.
(...) Frente a la ofensiva que había desencadenado el imperialismo extranjero en el país,
Yrigoyen afirmó los principios del nacionalismo económico y la necesidad urgente de
defender el patrimonio nacional. "Mientras dure su período -decía Yrigoyen en 1920- el
Poder Ejecutivo no enajenará un adarme de las riquezas públicas ni cederá un ápice del
dominio absoluto del Estado sobre ellas." Este pensamiento lo llevó a procurar un régimen
de seguridad para la explotación de los yacimientos petrolíferos, régimen por el cual debía
conferírsele al Estado "el monopolio de su explotación y comercialización." Esta actitud no
era circunstancial y guiada tan sólo por cierta prevención contra la política económica de los
Estados Unidos, prevención que, efectivamente, tenían Yrigoyen y muchos hombres
prominentes del radicalismo; estaba movida, además, por una arraigada convicción acerca
de la necesidad de acrecentar la ingerencia del Estado en la vida económica.
José Luis Romero
Las ideas políticas en la Argentina
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
LAS INTERVENCIONES FEDERALES
Las intervenciones a las provincias fueron precedidas de una declaración donde Yrigoyen
fundamentó su política intervencionista con el gobierno de Buenos Aires: "Las autonomías
provinciales son de los pueblos y para los pueblos y no para los gobiernos... Debemos partir
de las bases del derecho común. Suponer que pudiera cumplirse el veredicto nacional
fragmentariamente, importaría no sólo descalificar a la reparación sino que justificaría el
pasado". Inmediatamente el Congreso trató de oponerse. En abril de 1917 se intervino
Mendoza, y en abril del año siguiente La Rioja, Catamarca y Salta. Sucesivamente, en 1919
se intervinieron San Luis, Santiago del Estero y San Juan. Un año después, Tucumán.
Si las intervenciones organizaron nuevas elecciones sobre bases democráticas, no por
eso se impidió a los grupos tradicionales ingresar en el radicalismo triunfante. Por esa razón
surgieron algunos enfrentamientos que dividieron a los radicales y crearon fracciones como
los oficialistas, en Jujuy; azules, en Córdoba; disidentes, en Santa Fe; blancos, en Santiago
del Estero, y locales, en Mendoza. El yrigoyenismo encontró resistencias no sólo en la
Capital. El cambio aportado por Yrigoyen fue sentido en todos los aspectos de la vida
nacional. Carlos Ibarguren, el mismo que llama al fundador de la Liga Patriótica, Manuel
Carlés, "bravo y romántico", elige para Yrigoyen calificativos menos halagüeños: lo llama
"alucinado misterioso", "maestro en el arte de engatusar", ególatra con "perturbación en su
mente".
LA POLÍTICO DE GOBIERNO
Como se ha dicho ya, la base de la política yrigoyenista consistió en apoyar el desarrollo
de la clase media, en relación con los mercados interno y externo. En consecuencia, los
sectores que resistieron al gobierno fueron, principalmente, aquellos vinculados a los
intereses de los monopolios extranjeros.
En 1921 Yrigoyen declara nulos los aumentos de las tarifas efectuados por las empresas
ferroviarias y se planean nuevos ramales: el de Huayquitrina-Antofagasta, por ejemplo, que
buscaba una salida de la economía norteña hacia el Pacífico. Un año antes, en
circunstancias en que el Congreso había aprobado la formación de sociedades mixtas a las
cuales el Estado debía entregar sus ferrocarriles, el presidente había vetado la ley
considerando que su política era la de mantener "en poder del Estado la explotación de
fuentes naturales de riqueza, cuyos productos son elementos vitales del desarrollo del país".
Ante el descenso de las importaciones a causa de la guerra, Yrigoyen se atrevió a impulsar
la explotación fiscal del petróleo. Las trabas planteadas por los legisladores hicieron que, en
1917, la explotación de Comodoro Rivadavia no tuviera otro recurso para su funcionamiento
que los propios ingresos. Yrigoyen resuelve que la intensificación de la explotación debe
obtenerse por medio de los capitales disponibles. El 23 de diciembre de 1919 plantea su
defensa del petróleo.
LA NEUTRALIDAD DEL GOBIERNO RADICAL
Victorino de la Plaza había sido neutral. Yrigoyen continuó siéndolo. Esta posición
favorecía a los ingleses, ya que los aliados tenían en el país la clave del abastecimiento de
carnes. Si bien el ingreso de la Argentina a la guerra no tenía importancia militar, su
neutralidad aseguraba a los ingleses la regularidad de los embarques.
En 1917 se producen dos nuevos acontecimientos en el panorama de la guerra: Alemania
incrementa la utilización de submarinos y los Estados Unidos se unen al frente aliado. A
partir de entonces, este último país decide impulsar a la Argentina a la contienda. La
neutralidad argentina no ponía a salvo al país de los ataques alemanes. La oligarquía estaba
de acuerdo con los aliados: primero había sido neutral, luego se declaraba a favor de la
ruptura con Alemania.
En cierto momento Alemania manifiesta que "se impedirá sin dilación y con todas las
armas disponibles el tráfico en las zonas de bloqueo", e inicia la guerra submarina; el
gobierno de Yrigoyen lamenta que "el gobierno alemán se crea en el caso de emplear
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
irrestrictivamente su arma submarina" y le hace saber que acordaría su conducta según los
principios del derecho internacional.
Un escritor como Alberto Gerchunoff, representando a la mayoría, dice: "Si nuestro
gobierno no nos coloca del lado de la civilización... habrá llegado el momento de hacer algo
en el país que pruebe que somos dignos no de la misericordia actual, sino de la amistad y el
respeto de las naciones empeñadas grandiosamente contra la barbarie de Prusia". Pocas
publicaciones se enfrentaron a quienes pedían intervenir en la guerra. Entre ellas, La Unión,
pro germana, dirigida por Belisario Roldán, y donde colaboraban Nicolás Coronado y Manuel
Gálvez, y además, el diario yrigoyenista La Época.
Mientras tanto, el embajador argentino en Washington abandonaba su cargo por
desacuerdo con la política neutralista. En el país, senadores socialistas, conservadores y
radicales votan por la ruptura Je relaciones con Alemania. Entre los diputados, el núcleo
alvearista los apoya, y Rogelio Araya, presidente del Comité Nacional de la UCR, vota por el
ingreso directo en la guerra. Se reúnen grandes manifestaciones para pedir la ruptura, con la
presencia de políticos e intelectuales como Ricardo Rojas, Leopoldo Lugones, Enrique
Larreta, Alfredo Palacios, Alvaro Melián Lafinur. El director de La Fronda, Francisco Uriburu,
sobrino del general, exacerbado desde su posición rupturista, ya había difundido el
sobrenombre de "Peludo" para Yrigoyen. Su casa se transformaría en "la cueva del Peludo".
Sus partidarios serán los "mulatos del Klan Radical".
En abril y junio de 1917, Alemania hundía dos barcos argentinos: Monte Protegido y Toro.
El gobierno argentino exigió ser desagraviado y que se reparara el daño material.
Posteriormente, el ministro inglés en la Argentina declaró a La Nación que su país
establecería preferencias para quienes, con la ruptura, demostraran su amistad al Reino, y
además criticó velada-mente la orientación política yrigoyenista. Al mismo tiempo, los
Estados Unidos descubren telegramas en clave enviados por el embajador alemán en
Buenos Aires, informando sobre rutas de barcos y sugiriendo su hundimiento.
En ambos casos Yrigoyen pidió explicaciones. El inglés se rectificó de los comentarios
aparecidos, y el gobierno alemán comunicó su desaprobación hacia las actividades del
embajador.
Esta postura neutral del gobierno continuó, una vez terminada la guerra, en la Liga de las
Naciones. En 1920, la delegación argentina llevó precisas instrucciones acerca de que no se
hicieran distingos entre neutrales y beligerantes, consagrándose el principio de la igualdad
de los Estados. Otra vez el principismo de Yrigoyen condicionó la permanencia de la
delegación argentina a la aceptación de estos postulados. Los delegados eran Pueyrredón,
Alvear y Pérez, este último embajador en Austria. La delegación, consciente de las
consecuencias que esta postura les acarrearía, permaneció un año sin atreverse a presentar
la posición argentina. Alvear, entonces embajador en París, se opuso, y fue Honorio
Pueyrredón, como canciller, quien sostuvo la postura presidencial.
LA OPINIÓN DE UN NACIONALISTA
El espectáculo que presentaba la Casa de Gobierno, a la que yo no iba desde hacía
varios años, y que observé al pasar por salas y pasillo, era pintoresco y bullicioso. Como en
un hormiguero la gente, en su mayoría mal trajeada, entraba y salía hablando y gesticulando
con fuerza; diríase que esa algarabía era más propia de comité en vísperas electorales que
de la sede del gobierno. (...)
Yrigoyen me esperaba de pie, me saludó con afabilidad excesiva, tomó mi sombrero y
bastón, los depositó sobre el escritorio y me hizo sentar a su lado. Le expliqué el objeto de
mi visita en carácter de miembro de la Comisión del Monumento al general Arenales.
Mientras le hablaba se oían fuertes martillazos de obreros, que trabajaban en un cuarto
vecino. El presidente me interrumpe y con voz suave, insistente,
me dice: "perdone, señor este ruido que quizás le incomode, discúlpeme, si está molesto
vamos a otra sala". "No, señor presidente -le manifesté-, no siento ninguna molestia".
Terminé la explicación a mi pedido, a fin de que el Poder Ejecutivo adoptara las medidas
pertinentes para inaugurar el monumento, y el señor Yrigoyen tomó la palabra y cambiando
el tono afable por el solemne me expuso el sentimiento patriótico que inspiraba a su
gobierno, la conveniencia de mantener siempre el amor a lo argentino y la glorificación, dijo,
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
"en las simbolizaciones del bronce" a los que lucharon heroicamente para darnos la patria. Y
agregó, con un gesto en que me indicaba me sentase a escribir en el escritorio:" Doctor;
usted que está habituado a redactar decretos, hágalo aquí mismo, en la forma que le
parezca más completa y honrosa para la memoria de Arenales". Decliné esa invitación tan
extraordinariamente amable di
ciéndole que el más elocuente y patriótico decreto de honores a la memoria del vencedor
de Pasco y La Florida sería el inspirado por su gobierno. Finalizó la entrevista; el presidente
me acompañó hasta la puerta del despacho y me dio un efusivo apretón de manos.
(...) La impresión que dejó en mi espíritu esta breve audiencia con Hipólito Yrigoyen fue
simpática; había indudablemente en el trato de este personaje una atracción singular;
demostraba un deseo tan vivo de agradan de seducir que su afabilidad rayaba en lo melifluo.
Su físico, nada vulgar; revelaba una personalidad original: alto, flexible, de ademanes
reposados, de rostro moreno, diríase de Oriente, pues su fisonomía daba esa impresión,
sobre todo cuando adoptaba actitudes serias o solemnes, que le imprimían un aspecto
enigmátio de Buda.
Carlos Ibarguren
La historia que he vivido
LAS ELECCIONES NACIONALES DE 1922
Los intentos de Yrigoyen de sostener una postura política original en el escenario
nacional provocaron la resistencia no sólo de los dirigentes de la oposición sino también de
aquellos radicales que disentían con su conducción personalista. En 1918, Rodolfo Rivarola
se lanzó a justificar la necesidad de un "tercer partido" en la política nacional, que reuniera a
los que no eran radicales ni socialistas. Mientras tanto, el comité capitalino de la UCR
designa una comisión compuesta por Carlos A. Becú, Santiago C. Roca, José P. Tamborini y
Enrique Barbieri, que elabora un documento titulado "Programa y acción del partido Radical".
En él se acusa a Yrigoyen de la derrota de los radicales capitalinos en manos del socialismo
en ese mismo año y se revela la crisis interna del partido oficial. El documento se manifiesta
"antipersonalista", reclama "la separación entre el partido militante y el gobierno", exige que
la UCR se defina frente a los problemas políticos, económicos y sociales, indica "la
necesidad de un programa", y recuerda que el electorado espera del radicalismo que
asegure "una buena administración pública".
Ya cercanas las elecciones presidenciales, sectores conservadores e independientes
tratan de organizar la Concentración Nacional de Fuerzas Opositoras, cuyo candidato sería
Norberto Piñero. Los demócratas progresistas no aceptan integrarlo, y difunden documentos
que denuncian el origen autonomista y la militancia juarista del joven Yrigoyen, ahora
creador de un "binomio rompecabezas —Régimen y Causa—", mientras que el nombrado
Rivarola compara al presidente con el "Único, Juárez Celman". Los esfuerzos para una
coincidencia opositora contra el radicalismo oficialista aumentan a medida que se acercan
las elecciones del '22; se conocen los "manifiestos de los radicales principistas al pueblo de
la república", publicados con la firma de Miguel Laurencena, Carlos Meló, Benjamín Villafañe
y otros, el 22 de enero del año de los comicios. Estos documentos no difieren mucho en las
críticas a la "autocracia yrigoyenista" del discurso programático que pronunciaría el
candidato socialista Nicolás Repetto, el 5 de febrero.
La opinión popular, sin embargo, olvidada de los graves momentos del '19, permanecía
ajena a los vaivenes de los comités y a las intrigas de opositores y disidentes. Yrigoyen
probablemente haya percibido, con su agudeza política, la diferencia entre la opinión pública
y la opinión popular. Por ello impuso a su candidato en la Convención Nacional de marzo de
1922: el aristocrático embajador en París, Marcelo Torcuato de Alvear. Desde fines de 1921,
circulaba una vaga y misteriosa consigna: "El Viejo apoya a Alvear...".
LAS RAZONES DE LA OPOSICIÓN
Los ataques de la "prensa seria" o de los líderes de la Cámara contra la política de
Yrigoyen y sus partidarios encuentran un eco cierto en las filas de un ejército descontento
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
con la política social y militar del gobierno. El ejército se siente interpretado y aun
comprendido por los órganos de prensa de la élite establecida. De ahí a compartir por
completo los puntos de vista del grupo dominante sobre los radicales en el poder no hay
más que un paso que algunos oficiales no vacilan en dar De todas maneras, los grandes
temas de la propaganda antigubernamental no pueden dejar de ser bien recibidos por el
ejército, aun sobre todo cuando ésta se vuelve violenta, despiadada, y cuestiona, no tal o
cual medida del gobierno, sino la legitimidad misma del poder.
Porque los conservadores no se conforman con asumir los diversos descontentos, como
conviene a una oposición "respetuosa"; intentan desacreditar a los novi homines del
radicalismo o discriminar dentro de la UCR y sobre una base clasista, a los aliados
potenciales de los outsiders peligrosos. El rencor de las "familias consulares", despojadas de
un poder político que consideran que les corresponde por derecho, sólo puede compararse
con su incapacidad para comprender la nueva realidad política. (...)
Pero a la élite establecida le resulta fácil racionalizar la pérdida del poder en nombre de
sus propios valores. Los representantes de las grandes familias ven la ampliación de la
participación política, qué significa un paso adelante en el desarrollo institucional del país,
como "una regresión en la evolución nacional". Para ellos, la victoria del radicalismo no es
más que la revancha de las fuerzas oscuras de la tiranía rosista, el retorno de los vencidos
de Caseros: el país retrocede más allá de 1852. La "razón" colectiva ha sido derrotada por el
despotismo de las masas.
Esas masas, en realidad la pequeña burguesía, encarnan a los ojos de los "oligarcas"
altivos la incultura y la mediocridad política. Ahora bien, están por todas partes. En adelante
tienen acceso físico al paraíso del poder de donde fueron echados los "preponderantes". La
Casa Rosada ha dejado de ser "bien frecuentada". "El espectáculo que presentaba la Casa
de Gobierno", escribe condescendientemente un conservador esclarecido, "...era pintoresco
y bullicioso; como en un hormiguero la gente, en su mayoría mal trajeada, entraba y salía
hablando y gesticulando con fuerza...". Además, a Yrigoyen le complace mucho hacer
esperar a las personalidades y a la gente "distinguida", mientras recibe solícitamente a la
gente simple. En los salones de los barrios residenciales las conversaciones de las familias
tradicionales se nutren con un sinnúmero de anécdotas en las que se ve a Yrigoyen recibir
con los brazos abiertos, ante un parterre de personalidades ulceradas, a un almacenero, un
maestro o un "pedicuro desconocido".
Alain Rouquié
Poder militar y sociedad política en la Argentina
LOS AÑOS DE PROSPERIDAD
El gobierno de Alvear, en la memoria de los argentinos, se mantiene como uno de los
períodos políticos más felices de la historia nacional. Por una parte, la democracia se había
consolidado, y por otra, las élites consideraban un alivio la sustitución de la conflictiva figura
de Yrigoyen por un hombre de familia tradicional. Esta tranquilidad, sin embargo, ocultaba
crisis larvadas que no tardarían en estallar, y encerraba en su seno no solamente la
impostergable crisis social, que el gobierno de Yrigoyen supo contener y orientar, sino
también los problemas económicos posteriores a la guerra mundial.
LA FIGURA DE ALVEAR
Marcelo Torcuato de Alvear fue protagonista de una historia que reunió en sí múltiples
significados: pertenecía a una de las familias proceres del país, la suerte lo había
acompañado desde su nacimiento, y militaba en un partido popular. Aunque era rico, nunca
se rodeó de un lujo estridente; su militancia radical significaba la expresión de un
disconformismo con las condiciones de vida de su propia clase, en un momento en que sus
amigos miraban con desprecio la lucha liderada por Yrigoyen. Al casarse con Regina Pacini,
una mujer de teatro —la había conocido en Lisboa mientras ella cantaba en la Ópera—,
mostró a la gente de su nivel social que podía actuar con independencia absoluta de sus
cánones.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
Para la opinión popular, Alvear era sobre todo "el candidato de Yrigoyen". Para los
sectores sociales conservadores, si tomamos en cuenta el editorial de La Nación del 3 de
junio de 1922, "la garantía anticipada de un gobierno recto y ecuánime, llamado a
restablecer el imperio del régimen constitucional y de la libertad política, después del eclipse
que han sufrido bajo el providencialismo de los últimos años".
¿Cuáles fueron las razones por las cuales Yrigoyen eligió a Alvear como sucesor?
Algunos le atribuyen complicadísimas intenciones: lo habría propuesto a Alvear cuando en
realidad su candidato para la fórmula era Elpidio González. Esta explicación encierra la idea
de que hubiera sido mejor la transición hacia la "Argentina de los partidos" si el presidente
en 1916 hubiera sido Alvear. Lo cierto es que el yrigoyenismo no promovió candidatos aptos,
y que Alvear, apartado de la política local desde 1917, se convertía por ello en un hombre
distanciado por igual de personalistas y antipersonalistas.
La figura de Alvear probablemente fue la más adecuada —y el Yrigoyen político debía
saberlo— para transmitir confianza: un hombre del patriciado en un partido popular, según
afirman algunos historiadores, que finalmente iba a enojar tanto a los yrigoyenistas como a
la izquierda o a la derecha nacionalista, y que haría posible la unión de los antipersonalistas,
procedentes del radicalismo no yrigoyenista, del socialismo, de la democracia progresista.
La convención radical eligió la fórmula Alvear-Elpidio González por 129 votos contra 33.
En abril de 1922 se efectuaron los comicios: la UCR obtuvo 458.457 votos, triunfó en doce
distritos y obtuvo 235 electores. Todos los otros partidos, reunidos, alcanzaron apenas
364.923, exceptuando a la Concentración Nacional, que rozó la cifra de 200.000 votos. Fue
un triunfo radical rotundo, en el que la UCR superó por más de 100.000 votos la cifra de
1916.
NUEVOS ALINEAMIENTOS POLÍTICOS
Como Sáenz Peña, Alvear se benefició de la máquina montada, que en 1922 lo eligió
canónicamente y con escasa oposición. Es posible que su elección por Yrigoyen apuntara a
limar asperezas con unos sectores opositores cuya gravitación reconocía. Pero Alvear
avanzó mucho más en ese camino. En su gabinete sólo se sentó un yrigoyenista, el ministro
de Obras Públicas. Limitó la creación de nuevos empleos públicos y aceptó las funciones de
control que institucionalmente le correspondían al parlamento, cuyas relaciones cultivó con
cuidado. Sobre todo, no dispuso intervenciones federales por decreto. El aparato partidario
reaccionó en primer término, pues la distribución de pequeños empleos públicos era la
principal herramienta de los caudillos locales: el "popular" Yrigoyen fue contrapuesto al
"oligárquico" Alvear Pero además Alvear se fue apoyando en quienes en distintas ocasiones
se habían opuesto a Yrigoyen o habían cuestionado sus métodos, y los seguidores del viejo
caudillo pronto formaron una corriente cada vez más hostil al gobierno. A fines de 1923
Alvear pareció inclinarse decididamente por el grupo opositor; al nombrar ministro del interior
a Vicente Gallo, quien junto con Leopoldo Meló encabezaba la corriente denominada
antipersonalista. La división del radicalismo se profundizó: en 1924 presentaron listas
separadas y pronto constituyeron dos partidos diferentes. La disputa verbal fue muy intensa:
unos eran "genuflexos", por su obediencia incondicional al jefe, y otros "contubernistas",
según una nueva y afortunada palabra, que calificaba los acuerdos entre los
antipersonalistas, conservadores y socialistas. El ministro Gallo quiso recurrir a los viejos y
probados métodos para desplazar a los yrigoyenistas: dar empleos a los partidarios e
intervenir gobiernos provinciales adversos, pero Alvear no quiso abandonar hasta tal punto
sus principios. En julio de 1925 fracasó en el Congreso un proyecto de intervención a
Buenos Aires, que era clave para la estrategia de Gallo, y éste renunció al ministerio.
Desde entonces Alvear quedó en el medio del fuego cruzado entre antipersonalistas -que
sólo pudieron arraigar firmemente en Santa Fe- y los yrigoyenistas, que hicieron una
elección muy buena en 1926 y ganaron posiciones en un Congreso convertido en ámbito de
combate de las dos facciones. La polarización fue extrema, sumándose al grupo
antiyrigoyenista sectores provinciales disidentes, como el lencinismo mendocino o el
cantonismo sanjuanino, de fuerte estilo populista, sólo unidos con sus socios por el odio al
jefe radical.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
Luis Alberto Romero
Breve historia contemporánea de la Argentina
BUENOS AIRES, EL PAÍS
No sólo se trataba de una ciudad que encerraba el nudo político de los acontecimientos,
sino también el lugar en el que el creciente valor del país era mostrado a los extranjeros. La
terminación de las obras del Correo Central, la restauración de la Catedral, la ampliación de
los hospitales de Clínicas y Mufiiz, fueron algunas de las obras en pro de la ciudad. Los
intendentes Carlos Noel y José Luis Cantilo lucieron gestiones que permitieron destacar el
brillo de la nación. No ocurría lo mismo en ciudades como Rosario, Córdoba, Mendoza o Mar
del Plata, que padecían los problemas de la falta de una estructura urbana adecuada. Los
visitantes que poblaron la ciudad durante los años 20 quedaron francamente sorprendidos
por el bullicio de las calles céntricas, o por su vida nocturna, así como por la importancia de
su vida cultural y lo selecto de sus temporadas teatral y musical.
Los trabajadores habían obtenido mejoras durante el gobierno de Yrigoyen, pero de todos
modos numerosas huelgas tuvieron lugar durante el gobierno de Alvear. Los socialistas
promovieron la sanción de algunas leyes en favor de los trabajadores, tales como la jornada
de ocho horas, el pago del salario en moneda nacional y no en especies, la reglamentación
del trabajo de mujeres y niños. En el Interior, Carlos Lencinas había auspiciado en Mendoza
la creación de la Caja de Pensiones a la Vejez e Invalidez, en el año 1923, y Federico
Canto-ni creó en San Juan la Dirección del Trabajo, que recibía los reclamos de los
trabajadores.
Como había ocurrido desde tiempo antes, la Capital concentraba no solamente la suma
del poder político sino también las inversiones más importantes y los niveles de vida,
educación y salud más elevados. Allá lejos, en las provincias, la vida transcurría muchas
veces como en el pasado, sin que la modernización en que estaban empeñados muchos
políticos y hombres de partido tuviera mayor trascendencia...
EL PROBLEMA DE LA CARNE Y LOS FRIGORÍFICOS
Al terminar la guerra, el comercio exterior sufrió un desequilibrio que provocó la escasez
de productos básicos, amenazando el normal funcionamiento de la economía. Después de la
crisis ganadera de 1922, las esperanzas de normalización crecieron, como consecuencia de
cinco años de buenas cosechas y de la mejora de los términos del intercambio. Los sectores
agropecuarios mantuvieron su influencia en la conducción de la política económica, aunque
la actividad comenzaba a declinar, dado que los precios de granos y carne no habían
aumentado y sí lo habían hecho los costos de la producción. La sequía de 1922 motivó la
liquidación de los rodeos y los ganaderos trasladaron sus reclamos al gobierno. Algunas
iniciativas revelaron que Alvear tendría una política agropecuaria decidida y precisa: se
resolvió la construcción de un frigorífico administrado por el Estado y ubicado en Buenos
Aires; la represión de los trusts (ley 11.210 de agosto de 1923); la venta del ganado sobre la
base del precio del "kilo vivo" (ley 11.228 de marzo de 1924) y el establecimiento de precios
mínimos para el ganado de exportación y máximos para venta local.
El documento producido por la Sociedad Rural en 1927, titulado "El pool de los
frigoríficos: necesidad de intervención del Estado" y elaborado por un joven economista,
Raúl Prebisch, contiene el pensamiento que sirvió de marco a la acción del gobierno. Sin
embargo, la misma Sociedad Rural alentaba las relaciones económicas con Gran Bretaña y
la necesidad de tomar partido en la "guerra de la carne" que comenzaba a librarse entre
británicos y norteamericanos. El ministro de Agricultura, Tomás Le Bretón, que había sido
embajador en los Estados Unidos, estaba al tanto de ese conflicto, circunstancia que
permitió al gobierno argentino estar muy atento en la coyuntura.
LA PRODUCCIÓN INDUSTRIAL
Durante la gestión de Alvear hubo 519 huelgas en las que participaron cerca de medio
millón de trabajadores y, sin embargo, los conflictos no se tradujeron en un clima de tensión
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
social constante y opresiva para los sectores dominantes ni para el pueblo. Con respecto al
desarrollo de la industria, en los sectores económicos no hubo una actitud industrialista, por
lo que la gestión de Alvear no fue sustancialmente diferente en este aspecto de lo sucedido
hasta el momento. Un estudio reciente en torno de las etapas del desarrollo económico
argentino llama a este período, que se extiende hasta 1933, "la gran demora", porque antes
se habían creado condiciones para el "despegue" industrial de la Argentina.
Sin embargo, el nivel de la producción había decrecido. En 1925 había 61.000 fábricas en
todo el país, con alrededor de 600.000 obreros empleados en ellas. Después del incipiente
proceso de sustitución de importaciones durante la guerra, la posguerra impuso el regreso
de los productos importados, y la instalación de nuevas empresas: Palmolive, Colgate,
Sylvania, RCA Victor, Iram, y se instalaron talleres de armado de automóviles cuyas partes
venían de los listados Unidos. Las firmas tradicionales subsistieron, y empresas como la
Compañía General de fósforos o Tamet —la mayor productora metalúrgica de América
latina— eran las muestras de una poderosa expansión que alcanzó su punto culminante en
1923, para iniciar luego un lento proceso de declinación.
Algunas industrias locales tuvieron inconvenientes: un ejemplo es el de los azucareros.
Las huelgas de cañeros en 1923 y 1926 pusieron en riesgo la actividad azucarera, y el
presidente auspició el llamado "laudo Alvear", con el cual se solucionaron los problemas
entre cañeros y dueños de ingenios. En 1928 se repitió el problema de la superproducción,
ya que se elaboraron 700.000 toneladas de caña cuando el consumo no iba más allá de las
365.000.
La extracción de petróleo constituyó un sector clave del gobierno alvearista. En 1907
habían empezado las explotaciones de los yacimientos de Comodoro Rivadavia, y en 1918,
de los de Plaza Huincul. Pronto irrumpe la fiebre especulativa y se constituyen más de
treinta compañías que piden autorización para cateos. En 1926 la Standard Oil comienza sus
explotaciones en Salta; la Royal Dutch ya lo hacía desde 1922 en Chubut. Bajo la
conducción del general Enrique Mosconi, YPF compite con las empresas privadas. La
demanda creciente de petróleo para la producción de naftas provenía del auge del
automóvil, y este proceso de producción llevó a reflexionar acerca de la nacionalización de
los yacimientos.
En 1927 se discutió la ley que proponía el yrigoyenismo: nacionalización de los
yacimientos petrolíferos y monopolio de explotación y venta por parte del Estado. Los
conservadores defendieron el derecho de las provincias a establecer sus propios regímenes
y cobrar sus regalías, mientras que los personalistas postulaban un régimen de asociaciones
mixtas. Una fuerte corriente antiimperialista fue sustentada por los socialistas y, sobre todo,
por ciertos intelectuales argentinos que, enmarcados en el pensamiento latinoamericano,
sostenían la defensa del patrimonio económico como garantía de la independencia política.
El gobierno de Alvear coincidió con la última gran expansión de los ferrocarriles. Treinta y
seis mil kilómetros, en 1928, hacían de la Argentina el país latinoamericano con mayor
extensión de vías férreas, Todos eran de propiedad británica —el del Sud, el Central
Argentino, el Buenos Aires al Pacífico, el del Oeste— salvo los Ferrocarriles del Estado, que
mostraban eficiencia y buenos servicios. Roberto M. Ortiz, ministro de Obras Públicas,
rebajó mediante un decreto las tarifas indebidamente impuestas por algunas líneas
ferroviarias británicas, medida que fue derogada por Yrigoyen en su segundo gobierno.
ALVEAR ENTREGA EL GOBIERNO A YRIGOYEN
El presidente ha hecho su examen de conciencia ante la asamblea legislativa. El tono
general revela la insuficiente noción que el señor Alvear tiene de la responsabilidad
gubernativa: la mayor excusa de los males que su incapacidad ha acarreado al país consiste
en ampararse detrás del sufragio universal, a pesar de decir con alarde rumboso que "la
confianza que se inspira es deuda que se contrae".
Al hablar de sus antecedentes y de lo que éstos valieron para su elección se olvida el
muy ingrato de la decisiva intervención del señor Yrigoyen, el cual lo impuso a la convención
radical, con el designio de dirigir la política nacional, que sólo la presidencia de un sibarita
frivolo ha podido permitirle. Eso es lo que ha determinado la presidencia del señor Alvear y
no -como dice- "sus ideas principales, por lo menos, su orientación moral y su manera de ver
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
los problemas sustanciales de la vida nacional, han debido ser, sin duda, elementos de juicio
en los cuales debió apoyarse el veredicto consagratorio. Y a todo ello, evidentemente, está
comprometido quien acepta la misión de guiar los destinos de la colectividad".
Este párrafo revela las ilusiones que el presidente tiene sobre su persona. Pero lo que
realmente significa una declaración palmaria de impotencia, es la negación absoluta de la
eficacia de la voluntad humana que encierran estas palabras insensatas; un proceso de
selección que el fatalismo venturoso de nuestro destino propiciara, sin duda.
Nosotros nos permitiremos opinar que ese destino venturoso y esperado, se perderá si la
República tiene la triste suerte de contar durante varios lustros, gobernantes como el actual.
Y bastará señalar a mayor abundamiento, la modestia intelectual que descubre el autor del
lamentable documento, cuando declara; "los viejos métodos de selección forzada, aunque
cuidadosa de los hombres, han asegurado el predominio veraz y definitivo de los valores
representativos de la democracia".
Esos viejos métodos hicieron la prosperidad del país, con la cual amenaza dar al traste el
forzado sucesor del señor Alvear con esa política de derroche, que seis años de paliativos
no han podido corregir ni impedir su repetición inevitable, aunque la invocación final del
mensaje pretenda obligar "su prudencia y ecuanimidad, de la cual depende la laboriosa y
fecunda del espíritu público y de su acción directiva y propulsora, y aceleramiento del
progreso general".
(...) Pero se engaña el presidente si cree que su infausta presidencia será olvidada; la
Nueva República exhumará de la Historia Nacional, la más ilustre de las instituciones
argentinas, la que sirviera para castigar a grandes gobernantes y procederá a levantar un
juicio de residencia que selle su acción de gobernante y ocupe su conciencia por el resto de
sus días.
Rodolfo Irazusta
De Alvear a Yrigoyen
ALIANZAS POLÍTICAS Y ESCISIONES PARTIDARIAS
La tranquila administración alvearista fue vista por muchos como una etapa en la que se
consolidaron alianzas políticas y económicas que retrasaron el avance económico de la
Argentina. Uno de los problemas políticos más importantes fue la escisión del radicalismo,
que sirvió para consolidar la corriente antipersonalista.
El gabinete de Alvear estaba integrado por representantes de los sectores sociales
hostiles al "personalismo" y francamente refractarios al estilo político de Yrigoyen. Ejemplo
de ello es el caso de José Nicolás Matienzo, un viejo partidario de Juárez Celman, si bien su
posición tenía características de autonomía respecto del "régimen"; o de Agustín Justo, el
ministro de Guerra que reemplazara al yrigoyenista Dellepiane, o de Tomás Le Bretón y de
Celestino Marcó, quienes fueron objeto de duras críticas por parte del diario yrigoyenista La
Época.
Cuando Yrigoyen se dirige por última vez al Congreso, el 1 de julio de 1922, dirige frases
de extraordinaria violencia contra la oposición conservadora. Al terminar el año, los
conservadores apoyan a Alvear. Pero en diciembre, al discutirse los diplomas de radicales
alvearistas por Jujuy, el sector radical yrigoyenista no se presenta en el recinto, impidiendo
así la realización de la sesión, mientras la minoría compele a los ausentes ante la
resistencia del vicepresidente González. Varios senadores logran un voto de censura contra
el hombre de Yrigoyen; Meló, Torino, Saguier, Gallo —radicales antiyrigoyenistas—, se unen
a los conservadores para esto. La tensión continúa en los meses subsiguientes.
Los primeros encontronazos ocurrieron en el Congreso. La propuesta yrigoyenista de
intervención a Córdoba, rechazada por Alvear, es el comienzo. La situación se complica
cuando las dos fracciones se enfrentan a raíz de las dificultades creadas en Mendoza y en
San Juan por el "lencinismo" y el "cantonismo", derivaciones radicales. Cuando en 1924
Alvear inaugura la asamblea legislativa, los legisladores yrigoyenistas no concurren, y
tampoco lo hace el vicepresidente Elpidio González, quien debía presidir naturalmente la
asamblea. Con ello, la ruptura se hace palpable y evidente.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
El primer paso estaba dado: se forma en Buenos Aires el "radicalismo disidente" dirigido
por Isaías Amado y Mario Guido. El gestor en las sombras de este agrupamiento es el
ministro de Interior de Alvear, Gallo, que más adelante sería reemplazado a causa de la
presión ejercida sobre el presidente para intervenir Buenos Aires y desarticular así al
yrigoyenismo. Las elecciones internas del radicalismo de la Capital habían mostrado paridad
entre personalistas y antipersonalistas. Un comité yrigoyenista se instala en la calle
Cangallo, mientras que otro, antipersonalista, lo hace en la calle Tacuarí. Hasta que,
finalmente, una asamblea de diputados y senadores antipersonalistas, realizada en el
Coliseo, constituye la comisión que debía reconstituir la UCR en todo el país. Los principales
nombres son los de Mario M. Guido, Leopoldo Meló, José P. Tamborini, Fernando Saguier,
Aldo Cantoni y Miguel Laurencena. Algunos de ellos eran hombres que, desde un auténtico
liberalismo, se habían opuesto a decisiones de Yrigoyen acerca de la neutralidad, la
Reforma Universitaria, la ley de alquileres. También estaban en contra de la nacionalización
del petróleo. Entre ellos había dirigentes provinciales que guardaban las ofensas de las
intervenciones dispuestas por su gobierno.
El año 1924 es decisivo, ya que a partir de las elecciones de diputados se incorporan
ochenta legisladores radicales, cincuenta de ellos pertenecientes al yrigoyenismo. Sin
embargo, el cuerpo elige presidente provisional a Mario Guido, que concentra los votos de
26 diputados radicales, 2 "bloquistas" del cantonismo sanjuanino, 1 "principista" de La Rioja,
22 conservadores y 19 socialistas. Una muestra del "contubernio", calificativo dado por el
yrigoyenismo a esta nueva manifestación de la "política del acuerdo". Curiosa unión —que
volvería a repetirse en el '45, con la Unión Democrática— de tendencias que se alineaban
en posiciones encontradas, pero se aliaban para vencer al radicalismo yrigoyenista.
Las diferencias no estaban motivadas solamente por las distintas personalidades de
Yrigoyen y Alvear. Había también causas partidarias, entre las que sobresalía la
confrontación de sectores sociales que habían apoyado a Yrigoyen y ahora se veían
mezclados con los partidarios de Alvear, así como las rivalidades regionales. Los caudillos
del Interior se oponían no solamente al predominio personalista de Yrigoyen sino también al
del comité bonaerense. Radicales y socialistas, en cambio, peleaban por la hegemonía en la
Capital, enfrentamiento que era azuzado por los conservadores, con la idea de deshacerse
de ambas fuerzas. O por lo menos, del ala más progresista del radicalismo, lo cual les
permitiría negociar con los antipersonalistas, más cercanos a sus proyectos.
Las elecciones de diputados de 1926 mostraron la relación de fuerzas entre los distintos
sectores. Los partidarios de Cantoni en San Juan y los de Lencinas en Mendoza se aliaron
con los antipersonalistas. La UCR consiguió 385.840 votos, pero los antiyrigoyenistas los
superaron por 30.000. Estos lograron controlar once distritos, pero la UCR ganó por amplia
mayoría en la Capital Federal, Buenos Aires, La Rioja y Catamarca. Esto significaba que el
radicalismo era la principal fuerza política, y el yrigoyenismo, derrotado parcialmente,
conservaba lugares importantes, de los que se trataría de desalojarlos desde el Congreso.
El 27 de marzo de 1926 los diputados radicales yrigoyenistas reclamaron al presidente la
intervención de Córdoba, donde había ganado el conservador Cárcano. Se hablaba de "las
perspectivas amenazantes que ofrecían las renovaciones provinciales y nacionales por parte
de los gobiernos que traicionaron a la UCR y de los del 'régimen'...". Alvear no intervino la
provincia, aunque sabía que esto podría costarle la revancha del yrigoyenismo, que lo
dejaría sin quorum a la hora de votar, por ejemplo, el presupuesto. Pero su actitud fue
igualmente medida cuando el ministro del Interior, Gallo, presionó al presidente para que
interviniera Buenos Aires y dejara en el aire a los "personalistas". Gallo fue reemplazado por
José P. Tamborini, y la crisis de gabinete fue el precio de no querer profundizar la línea
divisoria en el partido. "Creo que el radicalismo en las próximas luchas electorales (...)
afirmará rotundamente su triunfó, una vez más, sobre sus adversarios tradicionales",
contestó Yrigoyen a las preguntas de un periodista tucumano. Y añadía: "No he podido llegar
a explicarme la política que, contra el radicalismo tradicional que lo encumbró al poder ha
tolerado, si no fomentado, el doctor Alvear, de quien he sido y sigo siendo amigo...".
¿Cómo saber si Alvear se opondría a la candidatura de Yrigoyen? La oposición, aunque
coincidía en combatir al caudillo, no había logrado superar sus diferencias sustanciales.
Resultaba muy difícil saber qué opinión se encerraba, pese a que las elecciones del 26
mostraban claramente las líneas en juego. Sin duda la agitación política llegaba al corazón
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
mismo de los partidos, a través no solamente de los encendidos debates parlamentarios sino
también de las intrigas de comité. Se sabe que el general Justo, que apoyaba las
intervenciones a las provincias donde triunfaba el yrigoyenismo, exigía a Alvear que
devolviese en hechos políticos el apoyo que se le había brindado en el 22.
EL DESARROLLO DE LA INDUSTRIA
La Primera Guerra Mundial y la consecuente merma en las importaciones que llegó casi a
un 40% entre 1913 y 1915, provocó, puede decirse por necesidad, un cierto desarrollo de la
industria nacional.
Hasta entonces -lo hemos apreciado- el crecimiento industrial se había orientado hacia el
asentamiento de ciertas industrias extractivas agropecuarias; complementadas, en pequeña
medida, por la manufactura de determinados artículos de consumo inmediato, o de ayuda a
la actividad constructiva, que tanto había cundido en el país.
Claro está que el crecimiento no fue parejo; el mayor beneficio lo recibió la industria de la
alimentación, especialmente los frigoríficos, y en grado menor la textil y algunas otras que
utilizaban materias primas locales, como sea, por ejemplo, las derivadas de la explotación
del cuero.
Las actividades que manifestaron descenso fueron las de transporte y edificación. La
defección de la primera de ellas afectó especialmente a la industria metalúrgica, incipiente
aun, y compuesta en su mayor parte de pequeños talleres que realizaban una actividad
fundamentalmente subsidiaria.
Este inorgánico crecimiento llegó hasta 1923; después de este año el decaimiento fue
notable. La recuperación económica de las naciones europeas produjo una avalancha de
productos industriales. El período durante el cual habían disminuido los artículos importados
de consumo directo no había sido suficientemente largo como para provocar un considerable
aumento de las manufacturas nacionales destinadas a suplirlas en el mercado interno. Al
unísono, y por tiempo más largo todavía, habían faltado las maquinarias y herramientas de
uso indispensable, además de las materias primas y combustible.
A todo esto deben sumarse otros agravantes: la falta de una firme política proteccionista y
la persistencia de una conciencia no industrialista en gruesos sectores de la población. Esto
último queda corroborado en el comportamiento de muchos industriales, sobre todo textiles,
quienes en tejidos de lana o algodón por ellos fabricados colocaban inscripciones que los
identificaban como procedentes del extranjero, comportamiento éste al que estaban
obligados ante la presión de comerciantes y cierto público consumidor que menospreciaba el
artículo nacional. Tan arraigada estaba dicha costumbre, que en 1923 fue necesario dictar la
ley 11.275 sobre Identificación de productos nacionales. Años antes el ministerio de
Agricultura había solicitado la colaboración de la Unión Industrial para que los artículos no
tradicionales que se exportaran llevaran la leyenda "Industria Argentina".
José Panettieri
Proteccionismo, liberalismo y desarrollo industrial
LA SUCESIÓN DEL PRESIDENTE
En las modalidades políticas de la época sobresale una novedad: el caudillo de partido.
Cada partido estaba formado por una estructura de caudillos que iba de mayor a menor.
Durante las campañas electorales de la época la propaganda política se ejercía más bien
sobre los dirigentes, como lo muestra la escisión "antipersonalista", que fue un prolongado
censo de caudillos en todos los distritos, con el que se testeó el apoyo probable de cada una
de las tendencias del radicalismo. Ganarse a alguno de los dirigentes significaba obtener los
votos de su capital electoral. Esto no significa que los caudillos pudieran responder
absolutamente por cada uno de sus votos: la elección de Yrigoyen en 1928 demostró que
una fuerza opositora podía aventajar hasta a los oficialismos provinciales. El voto era un
acto respetado, en el que la ley amparaba absolutamente la decisión de expresarse
libremente.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
Comenzó a hacerse más claro, en 1927, que la contienda electoral iba a tener como eje la
figura de Yrigoyen. José Nicolás Matienzo analizaba la situación de las fuerzas políticas y
sus posibilidades para las elecciones de 1928, conjeturando que había grupos de
yrigoyenistas, desvinculados de los antipersonalistas, conservadores y socialistas. Se
añadían a éstos los "provincialistas" —partidos provinciales históricamente contrarios al
radical—, los "izquierdistas" —radicales que actuaban en provincias como bloques
independientes (Lencinas, Cantoni)— y los "dudosos", ya que había un 51,27 por ciento de
votantes que, según algunos cómputos, no habían sufragado en 1926.
La Revista Argentina de Ciencias Políticas afirmaba un aumento importante en el caudal
yrigoyenista de la Capital Federal: entre las elecciones de diputados de 1924 y las de 1926,
el yrigoyenismo había aumentado un 42,39 por ciento, frente al aumento del 4,93 por ciento
de los antipersonalistas. Por tratarse de un vocero de los antipersonalistas, conservadores y
socialistas, su actitud es objetiva, sobre todo cuando termina admitiendo que muchos de sus
adherentes habrían pasado al yrigoyenismo a causa de la actividad desarrollada por los
comités o porque "no existe ya la misma confianza de hace dos años en la fracción del
radicalismo antipersonalista". Estos análisis terminaban favoreciendo la candidatura de
Hipólito Yrigoyen.
EL COMERCIO EXTERIOR
En la primera posguerra, las dificultades que venía experimentando la economía británica
se profundizan. El viejo aparato productivo inglés no se adapta a los cambios tecnológicos
que se producen en esa época y a la creciente demanda de nuevos tipos de bienes automóviles, electrodomésticos, derivados del petróleo, etc.- y es paulatinamente
desplazado de los mercados de los otros países. En Argentina, uno de sus mercados
protegidos, los Estados Unidos se convierten en el primer proveedor y financista y los
ingleses sólo conservan su influencia por ser los principales compradores y por el volumen e
importancia de sus inversiones pasadas. Se abre un nuevo período, que continuará hasta la
crisis de 1930, en el que predomina el denominado "comercio triangular", por el cual la
Argentina exporta, sobre todo, al mercado británico mientras que sus importaciones
provienen en su mayor parte del país del norte. La avalancha de capitales norteamericanos
que se produce en la década de 1920 y acompaña este proceso, parece presagiar el fin de
la "relación especial" con Gran Bretaña.
No obstante, el "viejo león" conoce quiénes debe tratar y cuáles son sus debilidades y
logra recuperar posiciones. Lo que más preocupa a nuestras clases dirigentes, que ligadas a
intereses rurales siempre dependieron de sus mercados compradores, es que no pueden
colocar sus productos en el mercado estadounidense, ya que el gobierno de EE.UU., forzado
también por su "lobby" rural, impone diversas restricciones e incluso un embargo a la
entrada de carnes y otros productos argentinos. Alentados por los ingleses, los ganaderos
locales lanzan entonces la campaña "comprar a quien nos compra" que, ayudada por las
circunstancias -la crisis de 1930 qué afecta a los mercados exteriores y pone en peligro
incluso, la continuidad de las compras británicas- culminará en el discutido Pacto RocaRunciman por el cual, a cambio de conservar las exportaciones de carnes, se privilegian
nuevamente los intereses británicos.
Mientras los demás países latinoamericanos entran plenamente, después de la crisis, en
la esfera de Influencia norteamericana, la Argentina retorna de este modo al área de la
esterlina y a un estrechamiento de las relaciones con Gran Bretaña.
Mario Rapoport
De Pellegrini a Martínez de Hoz: el modelo liberal
LA CAMPAÑA ELECTORAL DE 1928
La preferencia de Alvear por la figura de Leopoldo Melo hizo que los "antipersonalistas"
proclamaran en su convención la fórmula Melo-Gallo, que puso de manifiesto la inclinación
conservadora de este sector, la cual llegó a extremos tales como que el mismo candidato
manifestara posteriormente su desconfianza hacia la Ley Sáenz Peña, proclamara su
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
confianza en las mayorías supuestamente antipersonalistas, y denunciara "la encrucijada
alevosa del cuarto oscuro"...
También el Partido Socialista se escindió, luego de que el diputado Dickman elaborara un
documento sobre la intervención a Buenos Aires para neutralizar al yrigoyenismo. Los
disidentes —entre ellos González Iramáin y Federico Pinedo— formarían el Partido
Socialista Independiente, aliado de conservadores y antipersonalistas en las próximas
elecciones.
En una convención realizada en Córdoba, en 1927, los conservadores decidieron apoyar
la fórmula antipersonalista. Esta se proclama en septiembre en esa provincia y en noviembre
en Santa Fe.
Misteriosamente, los pronósticos que mostraban al yrigoyenismo perdedor en las
provincias se deshicieron en el aire. En el '28 el personalismo ganó en Tucumán, en Salta,
en Jujuy y en Santa Fe, baluarte del antipersonalismo, y en Córdoba, provincia
conservadora. Las alianzas del antipersonalismo con Barceló en la provincia de Buenos
Aires o con Cantoni en San Juan no fueron lo suficientemente importantes como para lograr
desalojar la atractiva figura de Yrigoyen del consenso popular.
La oposición comenzó a bordear propuestas de fraude, y Alvear recibió el pedido del
"frente" en torno a la intervención de Buenos Aires. Con su actitud prudente, concluyó la
discusión diciendo que la intervención era improcedente y un "asunto concluido". De este
modo, abrió la puerta a la victoria de Hipólito Yrigoyen. En la convención de la UCR, se votó
por aclamación al caudillo, y con 142 votos a Francisco Beiró para la vicepresidencia.
Alvear, a pesar de sus predicciones, fue un arbitro leal. La UCR obtuvo 838.583 votos. Su
adversario más cercano, el Frente Único, 414.026. Esta vez se mostró un fenómeno político
diferente: no había triunfado, en rigor, un partido, sino un movimiento popular.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
F É LI X LU N A
" Y r i g o ye n "
Edit orial Rai gal - Buen os Ai r es 19 54
Capítulo VII: Tránsito y permanencia de Hipólito Irigoyen.
"Así murió, ¡oh Ekécrates! aquel hombre,
nuestro amigo, de quien podemos decir que fué
el mejor, el más sabio y el más justo de cuantos
hemos conocido..."
Platón, Diálogo sobre la inmortalidad del alma.
Los procesos por la conspiración continuaban; Alvear y Güemes seguían en Martín
García; Pueyrredón, Tamborini, Noel y otros habían sido confinados en San Julián (Santa
Cruz). Algunos comprometidos lograron pasar al Uruguay, otros andaban escondidos. A
principios de febrero, la Cámara Federal revoca la prisión preventiva dictada contra Alvear y
Güemes: pero el gobierno "constitucional" no acata la resolución de la justicia y mantiene en
prisión a los detenidos de la isla. Ante esta actitud, la esposa de Alvear presenta un recurso
de "habeas corpus" que el juez resuelve favorablemente. Cuando se comunica el
pronunciamiento judicial al Poder Ejecutivo, el ministro del Interior se imita a darse por
notificado. Y Alvear y Güemes siguen presos. Más tarde se propone a Alvear que se
comprometa a no residir en países limítrofes, en cuyo caso se lo dejaría salir en libertad:
mas el ex presidente se niega a aceptar la condición, y en consecuencia, le mantienen la
ilegal detención.
Yrigoyen sigue sin salir de su casa. Está muy delgado y le persiste la afonía. Lee mucho.
Lo visitan algunos pocos sobrevivientes de la "razzia". Elpidio González lo hace con cierta
frecuencia. Así pasa el mes de febrero (1933). Recién en marzo empieza a salir en
automóvil. Lo hace casi todos los días y lo acompañan generalmente su hija Elena y un
antiguo comisario de la custodia presidencial, Fernando Betancour.
Suele ir a plazas y paseos de la ciudad, pero no baja a caminar. Con el enflaquecido
rostro apoyado en el vidrio del automóvil, contempla largamente los juegos de los niños, los
árboles, las flores. A veces la gente lo reconoce y lo saluda de lejos. Él trata de evitar estas
expresiones.
Para distraerlo un poco, su familia y su médico le aconsejan que haga un viaje al exterior:
al Brasil o al Uruguay. Al principio parece que optará por irse a Río de Janeiro, pero luego se
decide que el viaje sea a Montevideo. El 5 de abril se embarca en el barco de la carrera con
su hija Elena, la señorita Menéndez, su médico Landa, el fiel Scarlatto y Betancour. En el
puerto, algunos adictos tratan de saludarlo. Apenas pueden verle. El anciano camina con
dificultad y sube al buque apoyado en Betancour. Un repórter alcanza a tomarle una
instantánea: aparece en ella demacrado y fatigado. Durante el viaje no sale de su camarote.
Al llegar a la vecina orilla lo recibe el introductor de embajadores en nombre del
presidente Terra. Yrigoyen retribuye la atención, visitando al presidente en su casa. Hacía
cuarenta años que no iba al Uruguay, y cuando lo había hecho por primera vez, también
estaba en carácter de revolucionario vencido (y también entonces como ahora, por causa de
una revolución en la que no había participado).
Se aloja en un hotel central. Allí lo visitan algunos exilados, periodistas y el canciller de la
República. Su viejo amigo Luis Alberto de Herrera no, porque está en el Brasil. El médico le
escatima las visitas y aconseja pasar una temporada en alguna playa marítima. Sale poco,
porque el tiempo es lluvioso, pero a veces pasea a pie por las avenidas centrales de la
ciudad, recordando con precisión fotográfica sitios y casas que existían cuando su primera
visita. Se anuncia su próximo viaje a la orilla del mar y que en ese caso el gobierno oriental
pondrá a su disposición un tren especial. ¡Uruguay no puede olvidar al presidente argentino
que ofreció defender con las armas argentinas su soberanía amenazada!
Así pasa el caudillo una temporada que no hace poco ni mucho por su restablecimiento,
pero que, al menos, lo distraen y lo hacen olvidar un poco la desgraciada realidad de su
patria. Decide regresar al país para el 22 de abril, pues ya se rumorea el próximo
levantamiento del estado de sitio y la libertad de la mayoría de los detenidos políticos. Pero
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
un nuevo golpe le obliga a apresurar su retorno: el fallecimiento de su hermana Marcelina
Yrigoyen de Rodríguez. Llega a tiempo para el sepelio. Así lo describe alguien que lo vió en
ese momento:
"Había regresado sigilosa y precipitadamente de Montevideo aquella mañana. Por la tarde
sería el sepelio de la extinta, y a eso de las cuatro de la tarde un compacto gentío se
agolpaba en la cuadra de la calle Ayacucho al doscientos. La gente que estaba en el interior
de la casa mortuoria fué saliendo de a poco y silenciosamente. El tráfico estaba interrumpido
y los curiosos iban duplicando el número de los asistentes reales. Salió por fin el ataúd
llevado por sus deudos. De pronto la multitud se olvida que aquello es un sepelio y como si
hubiera estado movida por una electrización, rugió con un grito brutal y ronco:
"—¡Yrigoyen!
"Es que en el umbral de la puerta de calle se destacaba imponente y fornida la gran figura
nacional de Yrigoyen. La multitud quiso abalanzarse sobre él. Lo rodeó. A duras penas los
amigos más cercanos pretendían salvarlo de aquel gentío que gritaba como en los días de
sus grandes apariciones políticas...
"—¡Viva el doctor Hipólito Yrigoyen!... ¡Yrigoyen! ¡Yrigoyen!...
"Y el titán hacía esfuerzos sobrehumanos para contener el llanto. Ganó el coche de duelo
y en la umbría que las cortinillas acentuaban en el fondo del carruaje, el jefe radical parecía
una religiosa máscara de cera. La fatiga le agrandaba los ojos y le intensificaba la mirada.
Fué la primera vez que acompañó un muerto y no descendió en el cementerio..."
El 1º de mayo se pone en libertad a muchos presos. Ese día llegan Alvear y Güemes. Al
día siguiente se levanta el estado de sitio y poco más tarde se ordena judicialmente la
reapertura de los locales partidarios, aunque el central de la calle Victoria recién se habilita
veinte días después. Van llegando los confinados patagónicos y algunos exilados.
Lentamente empieza el partido a rehacerse. Se reúne la Mesa Directiva del Comité Nacional
y delibera secretamente varios días.
Mayo y junio. A principios de junio se dice que Yrigoyen tiene pensado viajar al Paraguay.
Después se sabe que ha decidido permanecer en la Capital Federal porque desea conversar
con algunos amigos. Ocurría que estaba por reunirse el nuevo Comité Nacional surgido de la
reorganización del año pasado, y probablemente le interesaba estar al tanto del
acontecimiento y ver a los correligionarios venidos de provincias. Efectivamente, el 5 de
junio se constituye el cuerpo, reeligiendo presidente a Alvear y vicepresidentes a Güemes y
Mosca. Se designan secretarios a Ricardo Rojas, Simón Avellaneda, Ernesto C. Boatti y
José P. Tamborini, con Roque Suárez y Raúl Rodríguez de la Torre en la tesorería. Quince
días después se conoce el manifiesto que con este motivo formula la dirección partidaria:
"...por fin, después de vicisitudes ingratas la Unión Cívica Radical puede presentarse ante la
República con sus autoridades libremente elegidas por el mandato auténtico de medio millón
de ciudadanos que han tenido el coraje de proclamarse radicales en esta hora de
persecuciones". Hace un llamado a la disciplina y agrega: "La propia magnitud de nuestra
fuerza nos aconseja no malgastarla en conatos estériles ni en palabras impremeditadas".
Yrigoyen asiste de lejos a estas actividades... Ya está en un plano distante, metafísico.
Recibe a pocos amigos. Sus palabras, enronquecidas por la afección, cobran realce de
mensaje postrero. El tema de la unidad partidaria alrededor de Alvear adquiere caracteres
obsesivos: "Hay que seguir a Marcelo..." repite. Un día llama a don Carlos Rorzani y le pide
que se acerque más al presidente del partido.
—Marcelo ha estado mucho tiempo alejado del país, no conoce bien a los amigos... —le
expresa—. Usted que ha actuado tanto tiempo a mi lado y tiene un gran conocimiento del
partido, ayúdelo, asesórelo. Él necesita que lo rodee gente honesta, bien radical. ¡Hágalo!
Mira con benévola simpatía a los que insisten en conspirar, aunque mantiene su
escepticismo sobre el triunfo de una revolución. Al doctor José Renjamín Ábalos, que
persiste en su terco planteo revolucionario, le pregunta con una sonrisa afectuosa:
—¿Cómo andan los cuarteles... ?
"Su figura había adquirido en esos meses que precedieron a su muerte una formidable
fuerza sugestiva. Su cara toda era una ponderación del bronce recogido en la gloria de una
figura. La palidez de su piel atenuaba el cobre de otros días y sus ojos centelleaban como
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
siempre, escudriñadores e inquietos. No obstante ser siempre él fornido titán del pueblo
argentino, se notaba una cosa que trascendía de él como el ala suave de la ternura o la
melancolía. Su pensamiento se volvía hacia el pasado con incontenida frecuencia y en la
nostalgia de sus horas más batalladoras y crueles, hallaba el resplandor que se le iba yendo
del corazón. Aquella parálisis del nervio laríngeo lo tenía ronco siempre, pero cuando la voz
no expresaba su pensamiento fulmíneo, era su mano con el índice en punta, tal como un
pararrayos, la que gritaba la violenta cólera de una idea que pretendía quedar muda y el
titán necesitaba decir..."
En los últimos días de junio, el intenso frío le provoca una bronconeumonia que al
principio no parece revestir gravedad. Pero él sabe que no podrá sobrevivir. En realidad, el
mal que lo aqueja es mucho más grave, es un mal incurable e implacable que ahora hace
crisis.
—Cómo me va a encontrar el Señor de destrozado, cuando me acoja en su seno... —le
dice al doctor Ábalos.
El 30 lo visita Alvear. Ese día, el enfermo había mandado decir a varios visitantes que
estaba descansando, para evitar conversaciones que lo fatigaban: pero cuando se entera
que estaba "Marcelo", se incorpora en el lecho, peina un poco sus cabellos e indica que lo
hagan pasar, pese a los amistosos rezongos de una señora amiga de la casa que en ese
momento lo velaba. Eran las últimas señales de su entrañable afecto por el viejo amigo. Con
estas palabras y estos gestos, el guardián de los ritos y los altares ungía públicamente la
frente del sucesor, con el óleo sagrado de los elegidos...
Los médicos lo asisten puntualmente: tres veces por día lo ven los doctores Roque Izzo,
José Landa y el especialista J. A. Buasso. El día 2 de julio, un sacerdote dominico, fray
Alvaro Álvarez y Sánchez, viejo amigo del caudillo, lo confiesa y le administra la eucaristía:
volvía así Yrigoyen a las prácticas religiosas de su niñez, volvía a reconciliarse formalmente
con Dios, este gran cristiano de toda la vida. Los dirigentes partidarios empiezan a desfilar
por su casa. Los diarios publican noticias dando cuenta de la preocupación que suscita su
salud. En la noche del 2 al 3, el proceso se agudiza. Los médicos empiezan a ser
pesimistas.
El lunes 3, a la mañana, fray Alvaro le impone la extremaunción. El enfermo parece algo
aliviado, pero no habla casi, sumido como está en un tranquilo sopor. El sacerdote le exhorta
a confiar en la bondad divina: entonces Yrigoyen responde con una voz apenas perceptible,
que tenía la certeza de haber hecho todo el bien posible a la patria, a sus conciudadanos y a
sus amigos. Lo asisten en ese momento el cancerólogo Angel H. Roffo, el doctor José
Uslenghi y los médicos de cabecera. Se le da oxígeno y se le aplican enérgicas inyecciones
para sostener la actividad cardíaca, que falla por momentos. La casa está llena de gente. En
la calle empiezan a aglomerarse nutridos grupos. Al mediodía queda un rato a solas con uno
de sus hijos, de quien estaba distanciado tiempo atrás. Poco despuéi entra en agonía,
serenamente, suavemente. Llega Monseñor Miguel de Andrea y le imparte la bendición
papal. El día está nublado y a ratos quiere lloviznar. A las 17 hay una ligera reacción: se
incorpora un tanto, y abre los ojos. Ansiosamente, los presentes le hacen preguntas para ver
hasta qué punto ha mejorado: pero él sólo atina a mover flojamente las manos. Luego,
vuelve a su letargo.
Entonces, los familiares llaman a algunos de los que están en la casa, a la pieza donde
agoniza el caudillo. Entran Alvear, Pueyrredón, Amancio González Zimmerman, Delfor del
Valle, Vicente Scarlatto, Fernando Betancour, Andrés Ferreyra, Joaquín Costa, Juan B.
Fleitas, Osvaldo Meabe, Monseñor de Andrea, fray Alvaro. También están sus familiares.
Apiñados alrededor del sencillo lecho, muchos llorando, todos apichonados y en emocionado
silencio, asisten a los últimos momentos del prócer.
~
¡Qué de imágenes, qué fugaces recuerdos, qué espejeantes visiones desfilarían por su
espíritu, ya copado por la fiebre y debilitado por la fatiga! Eran cosas viejas y cosas de
ahora, fantasmas de un pasado lejanísimo, tan lejano que parecía pertenecer a otra vida.
Hundiéndose en una acezante tiniebla, rescataba el moribundo los años de niñez, la
visión del suburbio bravio, el rostro mate de la madre, los viejos Alem, siempre tristes... ¡Los
Alem! Allí estaba Leandro, el mentor, el hermano mayor que lo iniciara en el arte fascinador
de la política. ¡Pobre Leandro! No sabía conducir el partido, pero ¡qué calidad de hombre!
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
¡Qué reciedumbre y que mansedumbre aleadas en su personalidad! El partido. .. Eso era lo
que dejaba. Se moría, pero quedaba el radicalismo para sobrevivirlo. ¿Qué pasaría con el
radicalismo? ¿Superaría los fracasos, los errores, la engañosa cordialidad que le ofrecía esa
máscara sonriente y mofletuda que se desvanecía burlo-namente en su sueño febril? El
partido... Todo se lo había dado: fortuna, esfuerzos, angustias, esperanzas... Hasta el amor
había rechazado para consagrarse con más unción al partido: aquellas mujeres...
¡Pobrecitas! Él no era hombre para hacer feliz a ninguna mujer. Había nacido para cumplir
un destino. Y lo había cumplido. Armoniosamente se había cerrado su parábola vital, hasta
en la plenitud del dolor final. Un destino. Pero pesa y duele hacer ese recuento de cosas.
Alguna injusticia, tal vez. Esos viejos amigos que se alejaron, esas debilidades hacia
quienes no las merecieron... Y los desleales que lo traicionaron, los olvidadizos que se
habían ido... Sí. Es duro recordar cuando se está al filo del tránsito. Pero también muchas
buenas cosas quedaban: se habían hecho muchas buenas cosas: no todas las que hubiera
deseado, pero bastante y siempre de buena fe, siempre creyendo estar en la verdad, nunca
mintiéndose a sí mismo. ¡Cuántos lo llorarían! Lo llorarían muchos que el infausto seis
habían voceado y bailoteado su caída. No importa. Los pueblos son un poco niños,
veleidosos, inconsecuentes. Play que enseñarlos. "Educar al soberano..." ¡Qué razón tenía
el viejo Sarmiento! Lo llamaron loco, como a él, porque andaba adelantándose a sus años...
Sarmiento... Lo había nombrado en su ancianidad gloriosa, en el Consejo Escolar de su
Balvanera... La comisaría destartalada... ¡Qué luchas aquéllas! Todo se confundía en una
batahola de recuerdos. El pueblo... Había estado solo y lo había dado todo, pero había
sentido también el don sobrecogedor del amor de su pueblo.. No se ve, no se toca ni se oye,
pero se siente en todo el cuerpo como si mensajes sutiles que los demás no pueden recoger
portaran las cosas que la gente siente. Es difícil llegar a interpretar esos mensajes: pero se
puede: todo está en castigarse hasta quedar en estado de gracia, de pureza, presto a ser
una varilla de rabdomante en busca de esas corrientes henchidas de soterrada claridad... Él
nunca se había equivocado. Siempre había intuido los quereres de los suyos, como una
madre se adelanta a los deseos de sus hijos... Tal vez en alguna cosa chica, sí: pero en las
cosas grandes de la Patria no se había equivocado nunca... El pueblo... La Patria...
Se moría Yrigoyen. Y mientras el rumor de la multitud congregada en suspendido
recogimiento frente a la casa humilde bajo el persistente orvallo invernal llegaba apenas a su
celda monástica, se le abrían al agonizante visiones de Patria en el trasfondo desvaído de
su alucinación. Desfilaban visiones. Los viejos amigos. Los que se fueron. Los que
quedaban. Se iba muriendo calladamente. El pueblo... Era como si se metiera en medio de
la multitud, como si se hundiera lentamente en esa pulpa fragante, caliente, vibrante. Lo
único que le quedaba... Pero ¡cómo cansa este ahondarse en el pueblo! Fatiga, sofoca.
Aparecen rostros y sombras, los miles de rostros que en su comercio de ochenta largos años
con los argentinos había estado conviviendo. Miles de caras. Lo aprietan a uno, lo ahogan.
El pueblo... Se entrega uno a él; y él lo absorbe, lo exprime, lo extenúa. Es difícil sobrevivir a
esa entrega. El pueblo lo pide todo, lo exige todo. Para dársele así, hay que tener alma de
apóstol, hay que creer en cosas grandes y tener fe en la grandeza del holocausto. Aunque ni
el pueblo mismo lo entienda. Algún día entenderá, algún día entenderá. Pero tal vez tarde
ese día... No importa: hay que meterse en esa materia rica y pobre, hay que empezar de
nuevo. Hay que bucear otra vez ese océano hondo y movedizo. Uno se hunde en ese mar
helado cada vez más oscuro, cada vez más rugiente, cada vez más oprimente. Uno se va
desgranando cansadamente en ese barro elemental que lo va tragando. Lo sofocan a uno.
Cuesta respirar. Está todo tan oscuro... ¡Pero lejos, lejos, se divisa un levantado resplandor
de amor y esperanza!
Se apagó serenamente, como un cirio que deja de arder. Eran las siete y veinte de la
tarde. Un gran sollozo sacudió al país. El viejo había muerto.
"El día en que me echen mi última retreta,
podrán decir en justicia: Acompañad a ese
cadáver; no volveréis a tributar iguales honores
a un argentino más ilustre."
Sarmiento
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
Descansaba ya el viejo luchador. Tendido sobre el ataúd, amortajado con el hábito
dominico, dormía su último sueño ante la mirada afligida y numerosa del pueblo que
desfilaba interminablemente. Al fin de sus trabajos y sus días, rescatado ya ese auténtico
ser que sólo se inmoviliza y cobra permanencia cuando el hombre cesa de moverse en la
posibilidad diaria que es la vida, Yrigoyen quedaba caracterizado definitivamente como el
monje soldado que había sido siempre. Los terciarios dominicos fueron, primitivamente, una
suerte de orden caballeresca civil, cuyos cofrades asumían la obligación de tomar armas por
sus ideales cuando la ocasión lo requiriera. Ahora se cerraba misteriosamente el signo
estelar de su vida, revistiendo este Templario de la Libertad el albo hábito de su caballería.
La oración y la pelea, la meditación y la lucha. Tales habían sido sus soles y sus lunas. ¡Qué
bien cuadraba la estameña monacal sobre sus viejos huesos martirizados!
Tres días fueron de desfile. Para puntualizar mejor lo que tenía el homenaje de cosa
espontánea, popular, la familia rechazó los honores oficiales que el Gobierno decretara. Se
había pedido que dejaran hacer el velatorio en una plaza o en una iglesia: ambiente de
ágora o de templo requerían los honores de este cadáver, pero el Gobierno había denegado
la autorización. Miles de argentinos venían a velarlo desde las selvas boreales, desde las
montañas cuyanas, desde los valles norteños, desde las pampas bonaerenses. Oyhanarte,
su hijo casi, regresaba del exilio para dejarse tomar preso, con la condición de que le
dejaran asistir al entierro. El partido Blanco uruguayo enviaba a su jefe para que lo
representara. Toda América le dedicaba un recuerdo. Y el pueblo pasaba y pasaba frente al
gran muerto, para dar su saludo último al hombre con quien tanto quiso.
Después, el entierro. "Cantemos la apoteosis del patriarca" diría Ricardo Rojas: "éstos
son funerales de epopeya". Y Arturo Capdevila:
"No doblan campanas, no,
ni bate el tambor los ecos.
Corazones, corazones,
estos solos van haciendo
de tambores funerarios
y bronce que toca a muerto..."
Algunos quisieron encauzar la cósmica marea sobre cuyas olas viajaba hacia la postrer
mansión el gran capitán: planearon torcer el rumbo de la procesión cívica y llevarla con su
yerta bandera al frente, a tomar la Casa Rosada. Hubiera sido estremecedor este triunfo
postumo: el viejo Cid ganando batallas después de muerto... Hubiera sido una revancha del
destino, este reintegro del caudillo al templo de la ley de donde fuera expulsado por
malandrines y felones. Pero la magnífica locura no pudo ser. Y aquel medio millón de almas
—de almas— siguió desfilando entre pañuelos, entre flores, entre cánticos, durante más de
cinco horas multitudinarias.
Cerraba la noche y la ciudad vibraba con el dolor de todos. Hubo discursos, hubo
crónicas, hubo homenajes. ¿Para qué? El pueblo estaba solo y todo estaba de más, todo
parecía de más, como las inútiles palabras que se vierten cuando muere un ser querido. Yo
era un niño, por entonces, y no pude entender el por qué de la voz apretada de mi padre, o
el saludo tristón que nos hizo el chafe de la esquina, ni las caras serias de la gente que
caminaba apurada por Rivadavia hacia el Congreso, ni los ojos llorosos de aquella señora
desde los balcones de cuya casa asistimos al enorme desfile (todos silenciosos; yo
suspenso y sin palabras). Era muy chico y no podía comprender el secreto sentido de aquel
gran dolor.
Cuando ahondé la vida del gran repúblico, recién entendí que al irse el gran viejo, todos
ellos sabían que quedaban solos: que el custodio sin sueño de la República los dejaba, que
se iba aquella presencia que había parecido eterna, exenta de muerte. Sabían que se iba —
¡para siempre!— el hombre que les había dado dignidad, derechos, que les había enseñado
a luchar sin odio y a triunfar sin rencor. Y sabían que todavía quedaban en deuda con él,
porque el gran faltazo del 6 de setiembre no se había reparado aún, y el anciano luchador se
iba a la tumba sin haber palpado físicamente el supremo retorno de su pueblo.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
Recién entonces comprendí. Por eso la voz apretada, por eso la venia melancólica, por
eso las caras hoscas y los ojos llorosos. Porque el pueblo argentino quedaba en soledad.
Después que desapareció Yrigoyen ocurrió en el radicalismo un lamentable fenómeno de
aflojamiento, de distensión, un ablandamiento de sus defensas. Parecía que un poderoso
anticuerpo hubiera desaparecido o que se hubiera abolido una guardia alerta. Cierta
orientación cada vez más proclive a la conciliación con los usurpadores de la República
empezó a prosperar. Algunos sectores provinciales se deslizaron hacia la concurrencia a los
comicios del fraude. Los que andaban en conspiraciones eran tenidos por orates, o
calumniados como agentes provocadores del oficialismo. El sentido heroico de la lucha
contra el Régimen se ridiculizaba. Se olvidaban los grandes temas antiimperialistas y la vida
interna del partido tornábase más y más ramplona, más trabajada por intereses mezquinos y
por personajes oscuros. Las señales de seducción que brillaban todo el tiempo desde la
Casa Rosada, eran recogidas vergonzantemente por ciertos dirigentes. Los partícipes de la
iniquidad justista instaban al radicalismo el abandono de la posición abstencionista, para
sobrellevar en corporación la vergüenza de su complicidad. Al mismo tiempo, era evidente
que el pueblo radical quería votar: que le dolía este exilio de la actividad electoral en que el
partido lo tenía ejercitado desde 1912, y con esa capacidad de esperanza infinita que
siempre tuvo, quería creer en las promesas de legalidad que de tanto en tanto dejaba caer el
presidente.
No frenaron este desplazamiento hacia la cohonestación del Régimen, los evidentes
síntomas entreguistas y antipopulares del gobierno, ni siquiera la brutal prisión de la
Convención Nacional en pleno, a fines de 1933 entre los fragores revolucionarios que se
produjeron por esos días en todo el litoral, así como la posterior desintegración del alto
cuerpo mediante el confinamiento, el destierro y la cárcel. Poco a poco, una inasible
relajación invadía la dirección del gran ejército cívico. Las leyes que integraban el "estatuto
del coloniaje" aguardaban que los radicales se sentaran en las bancas del Congreso para
asegurar su permanencia y legitimidad. Todos los que se sentían inseguros o culpables
clamaban para que la Unión Cívica Radical concurriera a reforzar sus posiciones mal
habidas.
Entonces, a principios de 1935, se levanta la abstención. Precedió a la decisión una
intensa campaña concurrencista a la que asintió Alvear y a cuyas seducciones electoralistas
no se sintieron ajenos muchos respetables dirigentes. Voces patrióticas se alzaron en la
deliberación para advertir el peligro y salvar su responsabilidad. Pero ¡qué podían hacer
cuando oscuros intereses presionaban el cambio de táctica, cuando la mayoría del partido,
embelesada en promesas y perspectivas creía sinceramente que la concurrencia al comicio
significaba la salvación de la Unión Cívica Radical y del país! Si hubiera vivido Yrigoyen
¡quién se atreviera a abandonar la austeridad recoleta de la abstención! o ¡quién pudiera ir
con mansedumbre a los comicios sin defenderlos revolucionariamente! ¡Quién osara puntear
padrones y barajar listas mientras el país padecía gobiernos de fuerza y de vergüenza!
Pero no estaba. Y el radicalismo, que ya había abandonado la Revolución, abandonó
ahora la Abstención y estaba en vías de abandonar la intransigencia. Después vendría el
sometimiento a las elecciones viciadas y la aceptación de las minorías que la voracidad
justista les dejaba. Vendría la irrupción de los elementos menos deseables del partido a las
representaciones públicas, para desprestigiarlo desoladoramente. Vendría el silencio ante el
negociado, ante la entrega, la débil protesta contra el fraude. En algunas provincias,
hombres abnegados limpiaron a balazos el camino de las urnas y enaltecieron al radicalismo
con grandes gobiernos. Otros iniciaron desde el cenáculo, el comité, el mentidero, una lucha
enconada y desesperanzada contra la conducción. Pero el jefe, despótico e imponente,
aplastaba de raíz toda resistencia. Muchos radicales, por disciplina, lo siguieron rodeando;
muchos no alcanzaron a percibir la declinación y siguieron arrimando su fe y su entusiasmo.
Otros se fueron a sus casas. Cada triunfo electoral era una manea que ataba al radicalismo
a un inconcebible legalismo; cada derrota era un factor más de desmoralización. Todos los
días el radicalismo se iba quedando a la zaga de la realidad política, sin pujanza para
imponer situaciones y orientar movimientos de pueblo, como si permaneciera en una espera
ilusionada de que algún milagro habría de transformarlo en gobierno, de un día para otro.
Sensualizado por las pequeñas posiciones obtenidas, cada día le era más difícil adoptar una
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
actitud de enérgico repudio hacia esta táctica suicida. Estaba atento, más que a replantear
los grandes reclamos populares, a urgir su turno en el poder.
Así fué dando tumbos; años de lucha serían necesarios y amargas experiencias, hasta
tornarse de nuevo instrumento de liberación argentina mediante el reencuentro con las
grandes orientaciones de Yrigoyen y una seria gana de servir al país.
"Yo soy Arjona, señores,
nombre que no se hai perder,
y aunque lo tiren al río sobre la espuma hai volver.
(Coplas para cantar con caja. Salta.)
Pero entonces y después, aun desvirtuada su memoria, Yrigoyen seguía permaneciendo.
Todavía lo está. Se mantiene Yrigoyen en estado de permanencia argentina. Es así, porque
su nombre es bandera de lucha; hemos visto ganar campañas electorales con la sola
invocación de su nombre y con la solemne seguridad de que su obra habría de ser
continuada. Es así, porque día a día acrece el interés de las nuevas promociones cívicas
sobre su personalidad —y este libro es un pobre testimonio de ello—. Es así porque cuando
la representación nacional decidió tributar a su memoria el homenaje del monumento, no
hubo voces contra la iniciativa, aunque sólo hacía quince años que había dejado de existir y
aún vivían la mayoría de quienes lo combatieron. Es así, principalmente, porque la hueste
cívica que él congregó y condujo, todavía perdura con la esencia y el designio que él supo
infundirle, y todavía constituye (a través de fracasos, de errores, de pecados, de
frustraciones, de infortunios sin cuento) la gran posibilidad de realización argentina. Es así,
en fin, porque no es su nombre el de un procer archivado en cualquier casillero polvoriento
de la historia, sino una afirmación, un término dialéctico, una militancia, una postura fecunda
y definitoria.
Todavía lo yrigoyeneano es una realidad: estilo de lucha y de gobierno: modo de vivir y de
convivir. Yo mismo, a través de la labor realizada para desentrañar el sentido de su obra, he
vivido en cada página la realidad actual y palpitante de Yrigoyen. Y sobre la relación verbal,
sobre el documento muerto, sobre el periódico de la época y el libro en pro o en contra,
sentía crecer entrañable y potente, no ya una personalidad ni una concepción ni una obra,
sino la presencia tangible de una imagen, de un rostro argentino que intuímos como el
genuino: toda una realidad nacional perdurable, bien que eventualmente soterrada. Hasta
los hombres que lo rodearon tienen un tipo inconfundible, calcado de su ejemplo y de su
sustancia vital. He tenido que tratar a muchos de ellos para escribir estas páginas: todos
tienen un sello de decoro, de modestia, de idealismo, de hombría de bien, que es el
testimonio más claro de lo persistente de su docencia.
Yrigoyen vive, como viven los personajes cuyo quehacer no lo fué para un momento sino
para siempre, "sub speciae aeternitatis". Hay figuras que aunque mueran, no mueren: su
trayectoria se identifica de tal guisa con sus gentes, que adquieren para ellas estatura de
mito y quedan consustanciados con la tierra y con los suyos para siempre. Estos tales
permanecen, porque trascienden la mera vida física, para proyectarse en una segunda vida,
más real tal vez que la primera. Al morir se convierten literalmente en tierra: se infunden en
la materia elemental y generadora, dándole su ser y tornándola un poco a su semejanza. Sin
vivir, protegen y defienden a los suyos: muertos, son bandera y reducto. Así ocurrió, por
ejemplo, con Juan Facundo Quiroga. En los años en que Sarmiento se asombraba de su
obstinada pervivencia entre sus paisanos, el arriero que conducía la tropa de muías en la
que viajaba mi abuelo a Córdoba para estudiar Derecho, le confidenciaba con irreductible fe,
que "el General estaba en los reinos de arriba, escondido, y de allí volvería cuando menos
se lo esperara, para castigar a sus enemigos". Y a cien años corridos, todavía se oye en La
Rioja a algún llanisto cantar esta copla estremecedora:
"El general diz que ha muerto:
yo les digo —así será...—
¡Tengan cuidao, demagogos,
no vaya a resucitar!
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
También Yrigoyen ha muerto, y también sigue viviendo. "¡Tengan cuidao, demagogos, no
vaya a resucitar...!" No resucitará físicamente, pero se infundirá en el espíritu de su pueblo
cuando éste decida retomar nuevamente el empeño de su gesta. Él también hubiera podido
afirmar, como el aeda salteño de la copla, que aunque su nombre se lo llevaran las aguas
tumultuosas de la creciente, la espuma lo habría de retornar...
Es que aparte de su obra, su figura, por lo original y sugestiva, es de esas que los
pueblos no olvidan. Yrigoyen fué por su calidad humana, un verdadero producto de
selección. No es común que sociedades en formación logren arquetipos tan firmes y
originales como nuestro héroe: personalidad recia y definida, compleja en su intimidad
psicológica bien que simple en sus motivaciones de conducta política. El hecho de que la
Argentina haya logrado producir en sus crisoles un tipo de semejante ralea, es un signo de
su pujanza y un presagio de su destino. Cualquier nación, cualquier conglomerado humano
no produce un Yrigoyen, como no produce un San Martín o un Sarmiento. Se necesitan
reservas intangibles de bienes espirituales, depósitos ancestrales de idealismos y de
convicciones firmes sobre muchas cosas: se precisa una escala de valores que durante
varias generaciones se haya afirmado en conductas que la sostengan, para que puedan
surgir personajes de una contextura moral tan precisa, de una vibración humana de calidad
tan depurada.
Como hombre, solamente, no ya como político ni como estadista, Yrigoyen es fascinante
para el que lo estudia, como fué inolvidable para el que lo trató. Difícilmente aquellos que le
conocieron olvidan su simpatía, su delicadeza de espíritu, su magnanimidad, la firmeza
inexorable de sus convicciones, la habilidad suprema de su conducción, su idealismo, su
optimismo, su fe en los valores superiores, su callada generosidad, su escondido ardimiento
disimulado tras las maneras serenas y un tanto anticuadas de su trato. Hasta sus pequeñas
manías resultan en él simpáticas e integrativas. "El Doctor" vive en la palabra de quienes le
conocieron, con una fuerza que no es hija de la nostalgia ni de la idealización postuma de
una figura querida, sino el resultado de una poderosa personalidad que, aun cuando no
hubiera asumido su maravilloso destino de pastor de pueblos, al menos habría sido muy
superior a sus contemporáneos.
Fué (parece extraño decirlo), un poeta y un aristócrata. Un poeta, al modo antiguo de los
vates cuyo oficio era cantar y profetizar: puesto que su vida fué todo un canto de esperanza
en sus gentes y en su tierra, rimada con palabras raras cuya melodía sólo pueden alcanzar
los que en él creen. Sí. Una luminosa parábola ennoblecida con el alto ideal que la iluminó y
cerrada por la tribulación, como una tragedia antigua. Fué un aristócrata también, porque la
aristocracia —lo ha dicho Eduardo Mallea— consiste en un gran desapego por lo material y
en una gran vocación de decencia y simplicidad. Fué, en verdad, un hombre entero, cabal,
realizado genuinamente.
La soledad es el gran mal que aqueja a los argentinos: no nos comunicamos sino lo
superficial, lo nimio, y tememos darnos los unos a los otros. Esto engendra el temor y el
egoísmo. Yrigoyen pretendió proveer a sus connacionales de una empresa común que
acometer, a fin de que se reunieran plenamente en territorios espirituales, a través de
vínculos sustanciales, con humana armonía. La falta de sentido religioso, de preocupaciones
urticantes sobre las cosas esenciales y de una seria valoración de lo bueno y lo malo, lo
perdurable y lo deleznable, es otro de los elementos que nos falta para una integración
cabal: eso engendra el reino de lo provisorio, lo improvisado, la falta de seriedad para hacer
cosas. Yrigoyen quiso crear ese sentido, y por eso dió a su lucha una densidad de causa
con proyecciones que trascendían lo político, sentida con fe, con exigencia, y seguida con
vocación de martirio. Cuando se empiece a pensar seriamente en reconstruir lo argentino,
habrá que volver a llenar esos grandes vacíos de nuestro pueblo. Y entonces se sabrá hasta
qué punto Yrigoyen supo conocer nuestra topografía espiritual, y recorrerla con ánimo
reconstructor.
Ese conocimiento acabado deriva de su profunda esencia argentina Con sus defectos,
con sus errores, con sus pecados, Yrigoyen fué un producto genuinamente vernáculo; algo
hondamente criollo, como un ombú, como un hornero. Tal vez sea por esto que lo sentimos
tan nuestro, tan íntimamente apegado a todo lo que sentimos como realmente argentino, y
tal vez por esto exaltamos su recuerdo como una grande, una limpia expresión telúrica, hija
del pueblo y el paisaje, nacida al calor de los hirvientes procesos que bullen en el trasfondo
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
de la historia. En esto es en lo único que se asemeja a Rosas. Lo único. Es inútil que
plumíferos de mentalidad siniestra hayan intentado paralelismos forzados: la popularidad de
ambos (pero una y otra se obtuvieron por muy diferentes vías, a través de un sacrificado
apostolado de Yrigoyen, mediante torcidas demagogias Rosas), la defensa que ambos
hicieron de la soberanía nacional (pero Rosas la llevó a cabo para consolidar su poder
mientras Yrigoyen la ejercitó en virtud de altos principios éticos), la habilidad política de
ambos (pero Rosas fué por sobre todas las cosas, inescrupuloso e inexorable, mientras
Yrigoyen respetó todos los derechos y fué hábil solamente en tanto sus férreas normas
éticas se lo permitieran). Lo que diferenció a Yrigoyen del tirano porteño fué esencialmente
el respeto que tuvo por la dignidad humana. En este punto se derrumban todos los
paralelismos. El mismo caudillo pareció saberlo así, cuando escuchando producir a un
allegado un entusiasta panegírico del Restaurador, se limitó a comentar pensativamente:
—¡Mucha sangre! ¡Mucha sangre!
Rosas e Yrigoyen sólo pueden parecerse en eso: en haber sido los dos, productos
terrígenas en ancho y profundo. Eso ya es un mérito. Porque si las grandes naciones
pueden permitirse el lujo de una complaciente universalidad en algunos aspectos porque en
ella transmiten su propio espíritu al mundo, pueblos como los nuestros deben mantenerse en
estado de autenticidad, elaborando sus propias posibilidades para que su entidad subsista
con caracteres propios, fieles al estilo sobre el que han sido forjadas, a fin de poder entregar
algún mensaje propio, original.
Claro que en Yrigoyen, éste no es su solo mérito, porque su quehacer rebasó el mero
intento de guarnecer lo vernáculo con avizoras defensas, para engrandecerse con su lucha
por los fueros humanos sin tiempo ni fronteras. Porque la de Yrigoyen no es sino la gesta
por los fueros del hombre. En momentos en que predominaba un sistema que lo subsumía
bajo abstracciones hechas de palabras vacías, apareció Yrigoyen para defender su dignidad
en todos los terrenos en que pudiera ser menoscabada. Sabía que el hombre "lleva impresa
en su frente un rayo de la divinidad" y por eso trató de encumbrarlo, ingresándolo a la
dirección de la cosa pública, resguardando su vida diaria con garantías de tipo social,
otorgándole la posibilidad de dirigir su propio cultivo espiritual y, sobre todo, apuntándole
constantemente la conciencia de su propio señorío.
El país, América, el mundo (sabía Yrigoyen) cobrarían un orden más justo, más sensato,
lograrían realizarse en la medida de lo posible a través del desarrollo de valores que
connoten libertad, fraternidad, justicia, salud, alegría: mas para esto ocurrir, debía ser
rescatado como bien primordial, el hombre en su sencilla y plena integridad: el hombre
común, el de carne y hueso, el hombre con minúscula, aquél que tú, lector, y que yo, autor,
vemos y palpamos y convivimos día a día en el cotidiano acontecer. Éste fué el sentido de la
gesta yrigoyeneana. Tal pudo ser, porque el empeño que asumió le fué dictado por el amor,
que es lo único que puede encaminar el mundo hacia tiempos mejores. Amor, aun para
derribar situaciones de iniquidad, porque el amor es militancia y afirmación, y es lo único
fecundo y perdurable. ¡No dejemos que ésta, su gran lección, caiga en el olvido!
Hoy que la política, la filosofía, la literatura, están descubriendo de nuevo al hombre y se
hace de él un valor supremo contra el Estado opresor en lo político, contra las creaciones
explotadoras en lo económico, contra el adocenamiento del espíritu en lo cultural, la figura
de Yrigoyer se nos aparece con contornos de iluminado, de gran adelantado a su tiempo,
cuyo afán obsesivo por la reivindicación de las gentes apenas ahora entrevemos en su cabal
grandeza. Solía decir Oscar Wilde que en toda época hay espíritus que formulan las grandes
interrogaciones y otros que expresan las grandes respuestas: y que los personajes incomprendidos son quienes se adelantan a decir éstas antes de ser planteadas aquéllas. A
nosotros toca, muchachos argentinos para quienes he escrito esta crónica, la misión de
evitar que lo que hizo Yrigoyen permanezca incomprendido: que esa respuesta de
afirmación humana que lanzó a través de su coloquio de cincuenta años, cobre sentido para
todos.
La cuestión es ésta: ¿podremos o no construir para la humanidad, sobre esta tierra de
América condecorada desde el principio de los tiempos con aquellas "quattro stelle non viste
mai fuor ch'alla prima gente"; podremos o no construir un modo de vivir que establezca el
respeto del hombre dentro de los pueblos, y de los pueblos dentro del concierto universal...?
En este rato del mundo en que prepondera la masa, la clase, la máquina, el número,
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
expresiones inhumanas de una técnica sin alma y de una civilización víctima de sus propias
creaciones, la cuestión es ésta: ¿podremos o no crear un estado de cosas que permita a
cada cual la realización libre de su pleno destino, ese destino cuyo rescate decoroso es lo
único que puede justificar metafísicamente nuestro paso por el mundo?
Éstas son las preguntas que Yrigoyen se adelantó a responder. Su respuesta fué: Sí. Nos
compromete y nos alienta. Porque es posible que las doctrinas que profesó en los distintos
campos de la realidad sean superadas en el futuro por nuevas concepciones: y es posible
también que su personalidad —rara, fascinante, personalidad difícil de Gran Iniciado— sea
eclipsada por valores humanos cuya levadura tal vez esté fermentando en el misterio del
histórico acontecer... Puede ser. Todo eso es contingente y tal vez en un momento dado, no
signifique nada para nuestra sensibilidad o para la de aquellos que vengan detrás nuestro.
Pero lo permanente, lo indestructible, aquello contra lo cual no han de prevalecer ni el
tiempo ni el olvido ni las cosas nuevas que sobrevengan, es su alto ideal humano, su fe en
el hombre, su respeto por el hombre. Eso y la sincera vocación con que supo consagrar su
vida en aras de ideal tan levantado.
Por eso tiene Yrigoyen estado de permanencia argentina, y por eso está en vigencia
indestructible su nombre y su recuerdo. Por eso está presente en nuestra esperanza y en
nuestro entrevero, luminoso, fijo: tal, una estrella benigna mejorando la noche larga.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
R O DO LFO P UI G G RÓ S
" H i s t o r i a C r í t i c a d e l o s P a r t i d o s P o l í t i c o s Ar g e n t i n o s I I "
Capítulo 3: El Yrigoyenismo en el estado liberal
El 12 de octubre de 1916 una exaltada muchedumbre acompañó a Hipólito Yrigoyen
desde el Palacio Legislativo hasta la Casa Rosada, a lo largo de la avenida de Mayo. Por
momentos el caudillo radical parecía ser arrebatado y conducido en andas por sus
partidarios. La victoria electoral del 2 de abril significaba menos que esa explosión pública
del sentimiento de las masas populares. Había en la consagración espontánea una promesa
de lucha por objetivos colocados más allá de los límites del Estado liberal, que faltaba en la
disciplina racional de los comicios y en el tibio programa abstracto del radicalismo. Para el
logos de los oligarcas quedaban demostradas la inmadurez cívica del populacho y la
insensatez de haber alejado del gobierno a las minorías selectas. Para el logos de los
socialistas quedaban demostradas la política de adulación de los bajos instintos del pueblo,
instrumentada por el radicalismo y la necesidad de educar al soberano en el ejercicio de la
verdadera democracia. Unos y otros coincidían en calificar a Yrigoyen de demagogo y en
augurar tristes días a la República.
El ideal democrático del liberalismo de derecha y de izquierda no compadecía con esa
forma tumultuaria de manifestar la adhesión a un caudillo. En las notas periodísticas del día
siguiente se actualizó, con significativa unanimidad, el recuerdo de aquellas montoneras que
un siglo antes se introducían con sus caballerías en la urbe y obligaban a las excesivamente
medrosas familias pudientes a refugiarse tras los cerrojos y rejas de sus casas. El símil se
usó muchas veces hasta que murió Yrigoyen.
La exhibición del pathos popular siempre repugnó al liberalismo. Nada teme tanto. Su
ideal democrático se satisface con un equilibrio resultante de la dosificación en cantidad y
calidad de las fuerzas sociales de un orden cerrado a toda movilización de masas sustraídas
a la conducción de los demócratas diplomados. El socialista y el conservador medían
nuestra barbarie política por los 339332 votos demagógicos a favor de Yrigoyen y se
asociaban al desprecio que los observadores anglosajones ponían al llamarnos South
America. Aquél confiaba en la multiplicación de sus 52895 votos para civilizara los
argentinos; éste pensaba que sus 153406 votos, sin esperanza de multiplicación, hacían
imprescindible el fraude patriótico.
Los diarios serios interpretaron la indignación de los sectores cultos (de la oposición y del
radicalismo) al enterarse de los nombres de los ocho ministros nombrados por el peludo.
Decían: ¿Quiénes son? Unos ilustres desconocidos. Moscas blancas eran los apellidos de
relumbrón incorporados al nuevo elenco de funcionarios, conjunto de maestros de provincia,
abogados sin cartel, médicos de barrio, empleados, hijos de obreros.
Yrigoyen respondía a sus críticos con una de sus sentencias de sabor délfico:
"No es mi gobierno de orden común",
pero los prohombres radicales a la espera del reconocimiento de sus cualidades
personales y de su fidelidad a la causa no entendían esas cosas del Peludo, se sentían
defraudados, se alejaban del despacho presidencial y comenzaban a refunfuñar quejas
como justificativo previo a su conversión en adversarios.
Alem había previsto que sin un gobierno fuerte no se destruiría a la oligarquía. En la
Legislatura de Buenos Aires, al discutirse la federalización, señaló las diferencias entre un
gobierno fuerte de tipo oligárquico y un gobierno fuerte republicano democrático.
Más tarde sostuvo como punto esencial del programa revolucionario del radicalismo
"el derrocamiento de todos los gobernadores y de todas las situaciones".
Es difícil saber si en el pensamiento de Yrigoyen figuraba, al asumir la presidencia,
cumplir con tal mandato de su tío, pero sí pueden inferirse las razones que le impidieron
renovar totalmente las autoridades del país. Fueron:
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
1. El temor de un golpe de Estado de la oligarquía.
2. La resistencia de los radicales elegidos para cargos nacionales y provinciales antes de
1916 o en los comicios de ese año, cuyas situaciones creadas los hacían conformistas y
enemigos de los cambios bruscos.
3. Los escrúpulos constitucionales que nunca venció, que sus correligionarios
intelectuales avivaron y que la prensa y los diarios opositores agitaron a cada momento.
Redujo la renovación de sus más íntimos colaboradores. Inició la presidencia con la
Cámara de Diputados desafecta en las dos terceras partes y el Senado erigido en fortaleza
de la oligarquía. Los dirigentes radicales decepcionados en sus ambiciones personales
encontraron los medios de introducir sus intrigas y de conservar sus influencias en las altas
esferas gubernamentales, mientras frecuentaban con creciente asiduidad los círculos
opositores. El liberalismo se confundió con la democracia y paralizó a la democracia. La
oligarquía y los inversores extranjeros fomentaron esa confusión que obstruía el avance de
la revolución democrática, sin el cual tampoco avanza la emancipación económica.
El sabotaje a Yrigoyen se extendió por los tres poderes del Estado y por la administración
pública. Ondas de difamación y de burla se difundían desde los clubes aristocráticos a las
columnas de la prensa, a los escenarios teatrales, a las tertulias caseras, a la calle. Sus
censores le culpaban de una corrupción que ellos eran los más interesados en estimular y
los más ávidos en aprovechar. No le perdonaban que se rodeara de gentes de humilde
extracción. Su autoridad sufrió, sin duda, irremediable deterioro al no destruir de entrada las
bases políticas de la oligarquía. El frente blando por ésta opuesto desde el amanecer del
siglo le envolvía, le apretaba, le anulaba. Solamente podía confiar en la adhesión de las
capas populares que lo endiosaban. El imperialismo extranjero lo respetó y lo utilizó por
saber que ningún otro político gozaba de su ascendiente para contener el desarrollo del
movimiento de masas, y se volvió contra él cuando ese ascendiente se menoscabó por la
acción de factores que analizaremos más adelante.
Los efectos de esa campaña de la derecha fueron permanentes y erosivos, porque
además de no tropezar con serias respuestas de un gobierno popular pero respetuoso de los
dogmas liberales, se combinó con los ataques dirigidos desde la izquierda. Yrigoyen fue
colocado entre dos fuegos. Descargaban sus baterías contra él, por el flanco derecho las
fracciones de la oligarquía más los desprendimientos del tronco radical que formaron el
antipersonalismo, y por el flanco izquierdo los socialistas, anarquistas y comunistas. Los de
un lado le aplicaban calificativos inversos a los que le adosaban los del lado opuesto. Todos
veían en Yrigoyen su antítesis. El Partido Socialista Internacional lo llamó conservador
clerical, sectaria definición que mantuvo al separarse del Partido Socialista y trasmitió al
Partido Comunista que originó. Ex post facto hubo un arrepentimiento casi general de las
izquierdas, pero aunque después del niño muerto María tape el pozo, el historiador debe
atenerse a la verdad por la verdad en sí y también para desentrañar la causa de la
reincidencia de las izquierdas, en otras circunstancias, con la misma ceguedad y con el
mismo desprecio de los movimientos nacionales de contenido popular seguidos del mismo
tardío e inconsecuente arrepentimiento.
Del sincronismo de las violentas agitaciones desatadas contra Yrigoyen por la izquierda y
por la derecha suele extraerse la conclusión abstracta de que el radicalismo yrigoyenista era
una fuerza del centro. El esquema liberal, vacío de contenido de clase, no va más lejos, pero
con esa división tripartita de la sociedad argentina no adelantamos nada en nuestra
pesquisa, pues siempre quedan por averiguar los motivos determinantes de la atracción
ejercida por el yrigoyenismo en amplias capas nacionales (compuestas de obreros urbanos y
rurales, agricultores, ganaderos, pequeño-burgueses e industriales) y las razones que
tuvieron para combatir a ese movimiento heterogéneo tanto los conservadores cuanto los
anarquistas, socialistas y comunistas. Decir, y entonces era un lugar común en el lenguaje
de los opositores, que Yrigoyen debía la popularidad a su demagogia (y, repitiendo a los
griegos, que todo demagogo termina en tirano), y que sus escrupulosos adversarios no
conquistaban el favor del populacho por no rebajarse a halagarlo, aunque no pasa de un
hipócrita y falso juicio moral, nos acerca a la verdad ai reconocer la existencia de un vínculo
efectivo entre, el caudillo radical y las masas, vínculo que faltó a los antiyrigoyenistas no por
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
resquemores de conciencia, sino por no reflejar ni interpretar a los sectores fundamentales
del pueblo argentino.
La primera condición para comprender al yrigoyenismo es ubicarlo en el proceso histórico
nacional, como resultado, parte inherente e impulso trascendente de él, rechazando el punto
de vista de la mentalidad colonial que lo separa de sus causas internas concretas y le aplica
la tabla internacional de valores del liberalismo. Sin embargo, esa conciencia colonial existe
y actúa, razón por la cual hay que tener en cuenta la influencia de los agentes externos, que
a ella generan, sobre el proceso histórico nacional y las contradicciones provocadas por tal
influencia. Partiremos, pues, de la siguiente premisa:
De la contradicción entre liberalismo y democracia se deduce la contradicción entre
Estado liberal y movimiento de masas, es decir, la contradicción entre, por una parte, el
Estado liberal concebido por los legisladores del 53 y consolidado por la oligarquía del 80 y,
por otra parte, el yrigoyenismo que, como movimiento de masas, surgió desde abajo con
independencia del Estado liberal creado desde arriba.
La antítesis puede formularse también así:
El yrigoyenismo, en la medida que era determinado por un movimiento de masas
(contenido), chocaba con un Estado liberal (forma) que no le correspondía ni por su origen,
ni por su estructura, ni por su finalidad.
Pero el yrigoyenismo no se reducía a un movimiento de masas, y aunque éste influyera,
presionara y hasta cierto grado determinara a aquél, separaban a ambos diferencias
cualitativas específicas. El yrigoyenismo poseía un comando político que respetaba la
legalidad y al Estado liberales en la práctica del gobierno. Por lo tanto, la contradicción que
acabamos de enunciar se daba también dentro del propio yrigoyenismo. Al renunciar a la
intransigencia revolucionaria y aceptar la solución pacífica transaccional ofrecida por la
oligarquía, al no proceder al derrocamiento de todos las gobernadores y de todas las
situaciones, Yrigoyen entró en un camino que le haría imposible superar esa contradicción y
que iría a parar en lo que no se atrevió, no pudo o no quiso realizar con los oligarcas y éstos
ejecutaron con él sin el menor escrúpulo legal: su derrocamiento por la violencia. Con el
triunfo de la ficción democrática del liberalismo se frustró el desarrollo de la revolución
democrática del pueblo. Poco antes de morir, el caudillo radical resumió la amarga
experiencia de sus debilidades en cinco palabras de esperanza:
"Hay que empezar de nuevo".
La segunda vez no podía empezarse de la misma manera que la primera sin terminar
también en el descalabro.
Alberdi no sospechó al escribir Bases que el Estado liberal sería al concretarse un
obstáculo al progreso democrático. Identificaba al liberalismo con la democracia y a las
libertades liberales con las libertades en general, de acuerdo al criterio de la burguesía
revolucionaria. Creía que las libertades de comercio, palabra, pensamiento, reunión y
trabajo, concebidas desde el punto de vista del individuo y no de la sociedad, abrían los
cauces positivos a la implantación de la auténtica democracia. Sus modelos eran las
democracias anglosajonas con sus promesas de infinito progreso e infinito avance hacia la
libertad absoluta.
Acertó, sin duda, en cuanto esa profesión de fe liberal estampada en las leyes que la
garantizaban atrajo a inmigrantes e inversionistas, en busca de riquezas bajo la protección
asegurada de sus derechos individuales, a hacerse libremente ricos; inmigrantes e
inversionistas que no hubieran ingresado al país sin esa condición previa. La oligarquía del
80 aplicó al pie de la letra la doctrina alberdiana; fue liberal hasta la médula.
La situación cambió cuando la política liberal comenzó a dar sus frutos. Su libertad no
hizo ricos a todos los inmigrantes, ni siquiera regaló bienestar a la mayoría de ellos. El
esquema clásico de la sociedad capitalista se reprodujo en la masa extranjera asimilada por
el país: terratenientes, burgueses, pequeño-burgueses, proletarios. Los que quedaron en los
escalones inferiores de la jerarquía no se cruzaron de brazos: lucharon por elevarse y por
conquistar su libertad de un modo distinto, del modo opuesto al previsto por Alberdi.
Lucharon no individualmente por el predominio del más voraz en el reino de la libre
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concurrencia. Lucharon en común, solidarios, organizados, por objetivos sociales. Formaron
una masa indiferenciada con los hijos de varias generaciones del país.
Los sindicatos y las huelgas violaban la legalidad liberal; el Estado liberal los prohibió y
reprimió en nombre de una de las libertades más pregonadas por la burguesía
revolucionaria, la libertad que suprimió las opresivas corporaciones de oficio del régimen
feudal: la libertad individual de trabajo. También prohibió y reprimió la libertad de
pensamiento, la libertad de palabra y la libertad de reunión cuando emanaban de la misma
conciencia colectiva de los intereses de clase. Decretó la inexistencia de las clases, pues
solamente reconocía una sociedad de individuos iguales ante la ley con prescindencia de
sus desigualdades sociales: el obrero-individuo, el burgués-individuo, el campesinoindividuo, el terrateniente-individuo. Ilegalizó las libertades colectivas para defender las
libertades que le son inmanentes, las libertades individuales abstractas.
Pero las clases sociales existen aunque no lo quieran los idealistas liberales, y si los
sindicatos obreros se desarrollaron al margen de la ley y a pesar de la represión, los clubes,
bolsas, sociedades rurales, sociedades anónimas, corporaciones financieras y empresas
imperialistas florecieron bajo la protección de la ley y para exigir la represión de sus
opuestos. Para el liberalismo había hijos y entenados. A los entenados los trataba como a
delincuentes.
Los cambios que la política liberal promovió en el país se volvieron contra el liberalismo.
Aquellas masas nativas que se opusieron al liberalismo de los unitarios y se separaron de
los caudillos al convertirse éstos en liberales, encontraron nuevos motivos de lucha contra el
liberalismo cuando, confundidas con las masas de origen inmigratorio, la expansión
capitalista las dividió en clases y las enfrentó a la oligarquía liberal de grandes
terratenientes, intermediarios y agentes del imperialismo extranjero.
Tampoco sospechó Alberdi al escribir Bases que en la Argentina no se repetiría el
proceso evolutivo de las democracias burguesas anglosajonas. Creyó que con inmigrantes,
capitales y cultura tendríamos La democracia en América de Alexis de Tocqueville instalada
en todo el continente. Su idea del progreso infinito en línea recta ascendente le impedía ver
las contradicciones de un desarrollo desigual del capitalismo en el mundo. Enajenado por las
maravillosas conquistas técnicas y científicas de la burguesía, se le escapaba no solamente
la presencia revolucionaria del proletariado en lucha por un orden social superior, sino
también cualquier posibilidad futura de que el capitalismo de las naciones más adelantadas
llegara a ser lo contrario de lo que él esperaba que fuera para siempre, esto es, que de
varita mágica generadora de riquezas se metamorfoseara en agente externo de expoliación
y atraso de las economías latinoamericanas.
Setenta años después, lo que Alberdi no sospechó estaba a la vista. Yrigoyen tenía que
gobernar, con los instrumentos heredados de un Estado liberal, a una sociedad en la cual
las formas típicas de la lucha de clases del capitalismo se daban en un autodesarrollo
nacional (económico, político, cultural) deformado por la acción exógena de los monopolios
imperialistas, acompañado de la complementaria presión política y de la correspondiente
influencia ideológica. Repetimos: con los instrumentos heredados de un Estado liberal debía
gobernar a una sociedad que había cambiado desde que se le dio ese Estado. Al respetar al
Estado que recibió de sus antecesores se ató de pies y manos; aunque lo hubiera querido,
no podría en adelante atacar a fondo a los agentes externos e internos que impedían el
avance de la democracia del pueblo y el desenvolvimiento independiente de las múltiples
energías de la nación. Su trayectoria desde el llano hasta el poder, jalonada de compromisos
que afectaron el cumplimiento de la reparación integral enunciada como eje del programa
principista del radicalismo, lo colocó en situación de aceptar como norma de gobierno el
apotegma oportunista del general Roca:
"En política se hace lo que se puede y no lo que se quiere".
Su acción reparadora se contrajo, en consecuencia, a intentar hacer del Estado, el
mediador en los crecientes conflictos entre las clases y en los problemas derivados de las
contradicciones entre el autodesarrollo nacional y las exigencias del imperialismo extranjero.
Tal intervención en el juego de intereses privados excedió, más de una vez, los límites de
prescindencia postulados por el liberalismo puro, pero estaba en la corriente neoliberal
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
predominante en las democracias burguesas occidentales, en tren de reparar las
deficiencias de una filosofía política inadecuada al capitalismo decadente.
En varios documentos dejó estampada Yrigoyen su idea de la armonía entre las clases.
Decía en su Mensaje al Congreso del 31 de agosto de 1920:
"Tras grandes esfuerzos, el país ha conseguido establecer su vida constitucional en todos
los órdenes de la actividad democrática; pero le falta fijar las bases primordiales de su
constitución social. Esta no se alcanzará mientras los gobiernos no se compenetren de su
esencial deber de propulsar los medios para que la justicia discierna sus beneficios a todos
los rangos sociales, tal como los sentimientos humanitarios imponen a la civilización. La
democracia no consiste sólo en la garantía de la libertad política: entraña a la vez la
posibilidad para todos para poder alcanzar un mínimum de bienestar siquiera. Si esta
posibilidad no existe, debemos reconocer que la situación por que se atraviesa puede llegar
a ser desesperante y que ha de evitarse como una sagrada imposición de bien público,
fijando una mejor y más justa distribución, siquiera a lo que se refiere a lo más indispensable
para poder vivir modesta y honestamente, sí, pero tranquilos, sanos y vigorosos [...] El
gobierno, inspirado en esos ideales, ampara todas las clases, porque el poder del Estado es
un factor esencial de justicia y cuida de todos los intereses, buscando en el bienestar común
la seguridad de cada uno; corrige la desigualdad en la órbita de sus facultades, proponiendo
leyes como aconsejando soluciones, pero la obra será poco eficiente si los intereses
egoístas persisten en prevalecer sobre las justas demandas que garantizan la tranquilidad
de todos".
La cuestión social asomaba por primera vez en el pensamiento de un presidente
argentino. Los izquierdistas no vieron más que demagogia en el paternalismo con que
Yrigoyen encaraba la lucha de clases; los oligarcas se limitaron a mofarse de las
extravagancias de su estilo.
Con motivo de una huelga ferroviaria, y mientras se discutía la ley de jubilaciones 11829,
delegados de la Bolsa de Comercio y de la Unión Industrial visitaron a Yrigoyen para pedirle,
además de la no sanción de la ley, la represión de la huelga y el empleo de soldados y
marinos en el manejo de los trenes.
"Debe aplicarse la fuerza para solucionar este conflicto", le dijeron.
No irá el gobierno, a destruir por la fuerza esta huelga que significa la reclamación de
dolores inescuchados. Cuando ustedes me hablaban de que enflaquecían los toros en la
Exposición Rural (por falta de forrajes y la imposibilidad de transportarlos) yo pensaba en la
vida de los señaleros, obligados a permanecer 24, 36 horas (ese era el régimen del trabajo
ferroviario entonces), manejando los semáforos para que los que viajan, para que las
familias puedan llegar tranquilas y sin peligros a los hogares felices; pensaba en la vida, en
el régimen de trabajo de los camareros, de los conductores de trenes, a quienes ustedes me
aconsejan que sustituya por las fuerzas del Ejército, obligados a peregrinar a través de las
dilatadas llanuras, en viajes de 50 horas, sin descanso, sin hogar".
En la misma audiencia Yrigoyen declaró que
"no era enemigo en forma alguna de las clases adineradas, de las clases productoras, de
las fuerzas sociales que ellos [sus visitantes] representaban".
Acuciado por la combatividad del movimiento obrero contribuyó a elevar las condiciones
de vida del proletariado (descanso dominical obligatorio, jornadas de 8 horas en los
ferrocarriles, escalafón de salarios y ascensos en todas las empresas ferroviarias, proyectos
de leyes de contrato colectivo de trabajo, inembargabilidad de los sueldos, salarios,
jubilaciones y pensiones menores de cien pesos, vivienda obrera, jubilaciones de
ferroviarios, portuarios, tranviarios y bancarios, etc.), pero su pretendido equilibrio entre las
clases, sueño de un idealista pequeño-burgués, se quebró bajo la presión de los intereses
dominantes en la sociedad y con la incomprensión sectaria de los izquierdistas del todo o
nada, Espartacos de una revolución al margen de la historia.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
El comunismo concreto, en marcha victoriosa en el extinguido imperio de los zares, no el
fantasma del comunismo de los aquelarres imaginados por los señores absolutistas de la
Santa Alianza, decidió a Yrigoyen a desencadenar en los años 1919 a 1921 una campaña de
terror contra la clase obrera y los campesinos arrendatarios. Lo veía extenderse por la
Argentina al calor de las luchas de masas en ascenso. Sus causas se le escapaban; sus
finalidades se le aparecían teñidas del poder de hombres demoníacos inclinados a provocar
el Apocalipsis. El creyente en los misterios y evocaciones espiritistas recibía ante la
Revolución Rusa el impacto de una fuerza sobrenatural que amenazaba las ideas, los
sentimientos y los dogmas de la única sociedad que consideraba humana.
La Revolución Rusa apasionó y movilizó a las masas trabajadoras y a la intelectualidad
avanzada y, por efecto contrario, espantó a las clases dominantes y las lanzó a sangrientas
cruzadas represivas. En cada huelga por aumentos de salarios la prensa seria señalaba la
mano oculta de agitadores extranjeros, de maximalistas pagos por Moscú. Para reprimir los
movimientos de masas y evitar una revolución social como la de Rusia se fundaron la
Asociación del Trabajo y la Liga Patriótica Argentina, organizaciones de provocadores y
rompehuelgas que se bautizaron durante la Semana Trágica de enero de 1919 matando
rusos, los cuales eran desprevenidos inmigrantes judíos de distintos países de Europa, tan
preocupados de hacer la América como sus congéneres cristianos y ateos.
El gobierno yrigoyenista, embarcado en esa campaña de miedo y odio, aplastó sin
contemplaciones la huelga de los obreros de los talleres de Vasena, reprimió violentamente
las luchas de los agricultores de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y La Pampa, ahogó en
sangre los grandes movimientos proletarios de los Ferrocarriles del Estado, de la Patagonia
y de La Forestal. Fue el instrumento del imperialismo, de la oligarquía y de la burguesía (en
su totalidad) para inmunizar al país, mediante el terror, del contagio de la revolución social.
Yrigoyen ofreció a los oligarcas las flores marchitas de las libertades del liberalismo
salvadas por él de ser tronchadas por la guadaña de la democracia proletaria. La luna de
miel duró lo que el miedo. Pronto volvió el caudillo a encontrarse como intruso en el Estado
liberal y a descubrir de nuevo que sin el contrapeso de las gentes humildes sería fácilmente
derribado por una minoría rica, experimentada y sin escrúpulos.
Capítulo 5: Ubicación Histórica del Yrigoyenismo
El desarrollo del yrigoyenismo como movimiento de masas canceló la concepción
abstracta de la unidad nacional prevaleciente durante el período organizativo de la
República. La oligarquía gobernante desde 1862 hasta 1916 se dio a la tarea de edificar un
solo Estado para todo el territorio argentino por medio de las leyes, las instituciones, el
partido único de los gobernadores, la centralización del poder en la Capital Federal, la
política inmigratoria e inversionista, los bancos y la educación del pueblo en los dogmas del
liberalismo. Para Alberdi y Sarmiento la nación debía construirse a la manera del arquitecto
que traslada a la realidad el plan elaborado por su mente o del idealismo socrático-platónico
que no veía en el Estado más que la obra de la inteligencia del hombre. A cumplir tal misión
se creía destinada la oligarquía con su paternalismo ilustrado. No entraba en sus cálculos la
germinación a corto plazo en la materia viva de la sociedad de los elementos populares que,
a su concepción de la unidad nacional como creación de la minoría culta, le opusieron la
unidad nacional en sí, como movimiento de masas que infundiera al Estado la sustancia
democrática que le faltaba. Yrigoyen interpretó e instrumentó este movimiento latente y se
diferenció de los políticos liberales que lo llamaban demagogo, volviendo en efecto, según
ellos le acusaban, al caudillismo, pero no, como decían, al caudillismo del siglo anterior de
imposible resurrección, pues no en vano la sociedad argentina había sido civilizada desde
arriba y desde afuera, y su composición interna tenía ya estampada la marca de la
colonización capitalista.
Yrigoyen no fue el último caudillo, sino el nuevo caudillo, el caudillo de la democracia
naciente en la Argentina, del primer estallido de las reivindicaciones reprimidas de las masas
populares. Con el yrigoyenismo se inició la política popular y, en consecuencia,
auténticamente nacional, a diferencia de la política oligárquica para la cual bastaba que el
Estado, la unidad nacional y la democracia existieran como formas jurídico-políticas
instrumentadas en provecho de minorías parasitarias de rentistas terratenientes,
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
especuladores, intermediarios y accionistas extranjeros. Sin embargo, la política
yrigoyenista, respetuosa de la Argentina modelada por la colonización capitalista, no
clausuró la etapa precedente y dejó abiertas las entradas a las viejas y nuevas corrientes
liberales, que si bien nunca tuvieron mayor ascendiente sobre las amplias capas del pueblo,
orientaban la conducción política y económica del país. Esta contradicción entre las
tendencias antiliberales de las masas yrigoyenistas y la estructura liberal del Estado hacía
pensar a Carlos Pellegrini que Yrigoyen se hundiría en el gobierno.
El yrigoyenismo intentó darse una doctrina propia, pero la Argentina carecía de tradición
filosófica, ya que no podía calificarse de tal el complejo ecléctico de teorías recibidas del
Viejo Mundo. En el pasado, y en función de los cambios políticos de mayor alcance, se
entrevio la necesidad de arbitrar un sistema ideológico o concepción general del mundo que
justificara, integrara y vitalizara esos cambios. Lo que dijeron los más profundos pensadores
argentinos (Moreno, Echeverría, Alberdi) no pasó de buenos deseos, de esperanzas en
alguien que lo realizara. El atraso social se manifestaba también en el encandilamiento ante
la filosofía dominante en Europa.
Yrigoyen apeló a una confusa espiritualización, a una especie de recogimiento místico
que lo evadía de las maneras corrientes de expresarse y provocaba el desprecio y la burla
de los intelectuales a la última moda. Sus biógrafos no aciertan a descubrir relación alguna
entre su extravagante filosofía y su actividad política. A lo sumo destacan el contagio que
denota del idealismo objetivo alemán, a través del sincretismo de Carlos Cristian Federico
Krause (1781-1832), en quien la concepción hegeliana del Estado como realización de la
idea amortiguaba su absolutismo al conciliarse con la alianza universal de la humanidad en
una comunidad pacífica de naciones.
Menéndez y Pelayo, y cuantos le siguen en sus críticas, solamente juzgan a Krause por
su prosa estrafalaria y un tanto enigmática, sin detenerse a reflexionar en las causas del
atractivo que ejercía sobre entusiastas adeptos fuera de Alemania y, ante todo, en España.
Algo encontraban en sus ideas los republicanos españoles de la revolución de 1868 que les
hacía abrazarlas con fanatismo. Más que el expositor de un sistema (el racionalismo
armónico) formado de retazos de las distintas escuelas, de la filosofía clásica alemana
(Kant, Fichte, Schelling, Hegel), veían en él el propagandista de una mística nacional, de
una espiritualización de la política y de un inmanentismo del Estado como fin último que
satisfacían las necesidades doctrinarias de los conspiradores antimonárquicos.
Tal vez haya sido el erudito italiano Pedro Scalabrini el introductor en el Plata de las ideas
de Krause acerca del Estado nacional-universal; en su libro Derecho Público Argentino
(publicado en 1875) y en sus lecciones de la Escuela Normal de Paraná no ocultaba su
devoción por el humanitarismo del filósofo alemán. De todos modos, el krausismo no parece
haber dejado rastros en la generación del 80, demasiado ocupada en la conquista del
progreso material y en oponer al individualismo absoluto a cualquier forma de endiosamiento
o espiritualización del Estado, y aunque por su nacimiento pertenecía a esa generación,
Yrigoyen era su antítesis a juzgar por algunos rasgos definidos de su carácter y de su
pensamiento. Tan es así que sus contemporáneos intelectuales siempre lo despreciaron
olímpicamente y la adhesión que obtuvo en su ancianidad, cuando era plebiscitado por el
pueblo, de los jóvenes escritores martín fierristas duró menos que su gobierno zapado y
abatido por la oligarquía.
Sin exagerar la comparación al punto de considerarlo un mero repetidor de Krause es
evidente que Yrigoyen trató de rescatar la política, argentina de su sumersión en el
utilitarismo, haciendo de ella una especie de religión al servicio de la humanidad, a partir de
lo nacional. Su asimilación del idealismo objetivo germano, tanto en la exposición cuanto en
la estructura del pensamiento, fue más de forma que de contenido; se contrajo a tomar de él
lo que necesitaba para afianzarse como caudillo de un movimiento popular cuyo móvil era la
moralización del Estado o, en el lenguaje filosófico de sus maestros, la realización de la
norma o idea ética.
En Yrigoyen apuntó por primera vez en la Argentina un concepto de la libertad que se
apartaba de las nociones corrientes del liberalismo, es decir de la libertad postulada en
función del individuo abstracto, al margen de la sociedad, como ser total en una sola
persona. Enseñaba que el radicalismo, en el cual veía a la patria definitivamente encarnada
al término de largas luchas, ofrecía a los argentinos el único camino de liberación, y lo
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
identificaba con el Estado al inyectar a éste el contenido moral absoluto, la realización de la
moralidad misma, que le faltaba mientras gobernó la oligarquía. Esta filosofía política no
podía tener en la práctica otra traducción que el Estado democrático popular fuerte, el
Estado más apto para la expansión de la actividad política y sindical de la clase obrera y de
las luchas por la emancipación nacional de todo el pueblo, el Estado que al violar las reglas
del liberalismo clásico desataba el odio y la ira de los liberales, quienes se arrojaban como
fieras contra el tirano y el demagogo Yrigoyen y le obligaban a retroceder, a hacer
concesiones, a claudicar ante la anacrónica legalidad oligarquía.
Impotente para destruir el cerco dentro del cual lo encarcelaba el liberalismo de derecha,
de izquierda y del centro, y al mismo tiempo obligado a diferenciarse del liberalismo para
conservar su ascendiente sobre las masas, Yrigoyen se refugiaba en el esoterismo de una
doctrina política espiritualizada. Escribe el historiador del radicalismo:
"No somos un simple partido; menos aún de izquierda, o de derecha o de centro, como
con mentalidad y lenguaje de copia e increíble desconocimiento de nuestra
extraordinariamente afortunada realidad doctrinaria, hasta algunos radicales suelen pecar en
el decir.
"No somos un simple partido, como no pudo serlo el gran ideal congregante que reunió a
los patriotas que fundaron nuestra Nación y las naciones hermanas en la lucha por la
Independencia. Somos una fuerza de la historia nacional y continental, que consiste en darle
constitucionalidad a la Independencia, en constituirla; en dar a la Nación en su pueblo,
bases firmes para su desarrollo auténtico; otro gran ideal, que no divide sino que une en el
reclamo esencial.
"Más viva y exigente que nunca está presente la necesidad de ser un gran Movimiento
que vuelve a las grandes bases espirituales y sentimentales de la nacionalidad, a sus
verdaderos soportes humanos, sin mengua del interés despierto y capacitación en los
aspectos concretos de la gran construcción o reconstrucción perentoria, conforme al estado
del país y del mundo. Hay momentos en que se impone la prelación absoluta del plan
fundamental para reconquistar o afirmar aquellas bases en la zona de profundidad en que se
encuentren; entonces las formulaciones particulares y menores, así sean importantes, se
repliegan sin desmedro. Callan estos intereses, volviéndonos todos hacia los de la Nación,
para dar el primado a la unión civil intransigente en lucha por la Reparación, justamente
llamada fundamental.
"Este gran propósito no puede distraerse en plataformas minúsculas, o en formulaciones
exclusivamente materialistas, que son en el fondo escépticas; ni replegarse a las granjerias
de un triunfo efímero, ni enredarse en las sinuosidades de la habilidad. Su programa es
suma de programas. Y esto es cuanto quiere significarse cuando se dice que el radicalismo
—cuando es el gran radicalismo— es una religión civil de la Nación, una fraternidad de
profesos; un planteamiento anterior y superior a toda simple parcialidad.
"No advertirlo es caer en todos los errores de apreciación crítica o de conducta ciudadana
en su seno".
De atenernos a las palabras de del Mazo, el radicalismo -cuando es el gran radicalismo,
lo que cabe interpretar como el fiel a la doctrina yrigoyenista- sería la nación misma, no un
partido o una parte de ella. Configuraría una religión civil, una fraternidad de profesos, no
una fuerza política. Sustentaría una suma de programas, no un solo programa. Si a veces
descendiera al reino terrenal pronto regresaría a la zona de profundidad, a la prelación
absoluta del plan fundamental. Así definió la filosofía esoteria del radicalismo yrigoyenista el
teórico de la intransigencia y de la reparación veinte años después del derrocamiento del
viejo caudillo, como si nada hubiese cambiado desde entonces y los misteriosos efluvios de
esa religión civil sumieran en el nirvana al pueblo argentino. Nada podría objetarse a del
Mazo de haberse colocado en la actitud del historiador que dictamina sobre el pasado, pero
al atribuir al radicalismo yrigoyenista una existencia infinita y una inmovilidad ahistórica cae
en una retórica chabacana. Bastó que en 1958 se les abriera a rezagados discípulos de
Yrigoyen las puertas del poder -no por la vía de la amplia y libre consulta popular, la única
que hubiera consentido el extinto caudillo, sino por medio de combinaciones de trastiendapara que se revelara la carencia de principios subyacente en la zona de profundidad y las
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
sinuosidades de un grupo pequeño-burgués enceguecido por las promesas de los inversores
extranjeros y adormecido por los halagos de la corruptora oligarquía.
Con la herencia de Yrigoyen ha sucedido lo mismo que con la de muchos fundadores de
movimientos políticos o sociales: aquellos que se proclaman sus más fieles depositarios no
tardan en subvertirla o traicionarla, y la continuidad aparece por caminos imprevistos y de
otro origen. La historia no se deja engañar por juramentos de amor y el pueblo sólo cree en
sus elegidos.
La popularidad de Yrigoyen fue inmensa, la mayor que se conoció en la Argentina antes
del advenimiento a la política de Juan y Eva Perón. No puede atribuirse a su oratoria, pues
nunca pronunció un discurso y su prosa nada tenía de popular. Ni a promesas de
transformaciones del orden social existente que no formuló. Ni a la agitación de consignas
de lucha que interpretaran necesidades vitales de las muchedumbres. El magnetismo de su
personalidad se comprende, una vez aceptado lo que había de peculiar en su carácter, por
simbolizar tanto el desengaño como la voluntad de vindicación de los hijos del país y de los
hijos de inmigrantes que en la Argentina de la vertiginosa prosperidad entre los dos siglos
quedaron excluidos de la participación en el poder político y en los privilegios económicos.
La mayoría que en 1916 llevó a Yrigoyen al gobierno era de composición en alto grado
heterogénea; abarcaba desde estamentos campesinos del más lejano interior que
comenzaban a quebrar el yugo de los viejos caudillos hasta sectores de la nueva burguesía
manufacturera de Buenos Aires, Rosario y otras ciudades que reclamaban protección del
Estado y se sentía el convidado de piedra en el banquete de la oligarquía vacuna y de la
burguesía importadora librecambistas y antiindustrialistas; y la integraban también peones
de estancia y chacra, chacareros, estancieros medios y algunos ricos, y una parte numerosa
de los obreros industriales y de la pequeña burguesía urbana.
Nunca fue el yrigoyenismo la secta budista, la cofradía pitagórica o la orden monástica
que imaginan los historiadores de la mesa de tres patas. Tenía por objetivo bien material
congregar en un movimiento político el máximo de fuerzas sociales para aislar y derrocar a
la oligarquía gobernante. Yrigoyen lo definió así al referirse a la táctica de la abstención:
Anotemos que en la frase transcripta, igual que en otros de sus pensamientos, Yrigoyen
no aludía a su radicalismo como un partido dentro del juego de la democracia liberal
pluripartidista. Lo identificaba con la nación misma a través de la soberanía popular y en
oposición a los gobiernos ilegítimos de la oligarquía, a los cuales, por consiguiente, colocaba
fuera de la nación. ¿Influencia de la concepción idealista del Estado de Krause? ¿Indicios de
totalitarismo o totalitarismo franco? Dejemos a los historiadores liberales que divaguen con
esas especulaciones. En un político del realismo de Hipólito Yrigoyen, la idea de la fuerza o
movimiento único surgido de la soberanía popular para reivindicar para sí la representación
de la totalidad nacional, tenía que elaborarse a lo largo de la intensa experiencia de su vida
de lucha. Pero la aceptación de la candidatura presidencial y la asunción del mando en 1916
no armonizaban con tal idea, desde el momento que el radicalismo -primero al concurrir a los
comicios y luego, con mayor razón, en el gobierno- reconoció el régimen pluripartidista, es
decir no ser él la nación misma o toda la nación. Yrigoyen, y algunos de sus más ortodoxos
correligionarios, interpretaron el haber aceptado el poder en las condiciones preexistentes
no como una claudicación, sino como un compromiso momentáneo, un alto en el camino
para reanudar luego la marcha intransigente hacia el plan fundamental. La verdad es que
todos los intentos que se hicieron desde entonces, con Yrigoyen y después de su muerte,
para revitalizar en el radicalismo el gran frente nacional antioligárquico terminaron en el
fracaso. Quedó como un partido entre otros partidos. Cuando en 1929-1930 el movimiento
de masas impulsó al octogenario caudillo a avanzar hacia la meta que tanto acariciara en
sus años gloriosos de opositor revolucionario, las derechas y las izquierdas coincidieron y lo
trituraron.
Yrigoyen intuyó la necesidad histórica de unir en un solo movimiento a todo el pueblo
para destruir el poder de la oligarquía y reemplazar la unidad nacional ficticia que ella fraguó
por la unidad nacional auténtica nacida de la soberanía popular. Era, con todas sus
limitaciones, una concepción antiliberal y se echó encima la oposición agresiva del
liberalismo que impregnaba a los partidos, sin excluir al radicalismo. No obstante invocar a
manera de programa la Constitución de 1853 también la contradecía, puesto que destruía lo
esencial del régimen representativo de la democracia liberal al negar el pluripartidismo.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
El yrigoyenismo se gestó como rebeldía de las clases sociales excluidas (rente al régimen
de minorías incompatible con la sociedad transformada por la colonización capitalista. Surgió
de las contradicciones internas del orden social concebido en 1853 y moldeado por la
colonización capitalista, e intentó establecer la armonía entre el Estado y la soberanía
popular. Su concepción del movimiento que uniera a la nación sobre la base del gobierno del
pueblo (no de un frente o unión de partidos como más tarde lo formularan los comunistas)
dejó de alarmar a la oligarquía tan pronto como Yrigoyen se avino a concurrir a la compulsa
electoral. La soberanía popular se diluía en el sistema de múltiples partidos que resultaba
ser el mayor obstáculo opuesto a cualquier plan de unir al pueblo en un movimiento
nacional. En la necesidad de poner ese obstáculo al avance del yrigoyenismo estuvieron de
acuerdo las derechas y las izquierdas, los conservadores y los socialistas.
Izquierdas y derechas competían en resucitar la vieja polémica entre civilización y
barbarie. En el yrigoyenismo descubrían la barbarie de otros tiempos rediviva, pues al
desarrollarse como movimiento de masas entraba en contradicción con el orden común, es
decir, con la superestructura liberal (ideológica, constitucional, jurídica, política) que había
organizado a la República. No se ubicaban en el proceso histórico nacional: los
conservadores seguían aferrados a las tesis alberdianas de civilizar el país con trasplantes
de capitales e inmigrantes europeos, y los socialistas, además de declararse también
continuadores de Alberdi, se guiaban por la política del reformismo izquierdista del mundo
occidental. Yrigoyen era para unos y otros una aberración o prueba de la inmadurez mental
del pueblo argentino.
El yrigoyenismo no cristalizó en el movimiento nacional y popular concebido por su
fundador, y cayó vencido por la coalición de los liberales, debido a causas inherentes a su
propia naturaleza originaria del medio social que lo alentó y lo hundió. Las transformaciones
promovidas por la colonización capitalista (inmigración, inversión de capitales, ferrocarriles,
agricultura y ganadería, manufacturas, educación pública, sindicatos, partidos organizados,
etc.) despertaron en la clase media y en sectores del proletariado ambiciones políticas que
en el yrigoyenismo se reflejaron en doble sentido: por un lado, un recogimiento absoluto y un
total alejamiento de los poderes oficiales, ateniéndonos a lo expuesto por Yrigoyen, y por el
lado opuesto, al mismo tiempo, el deseo de escalar posiciones y enriquecerse.
La tentación flotaba en el ambiente de una sociedad de nuevos ricos, en la cual era
espectáculo cotidiano la metamorfosis en potentado de la noche a la mañana del inmigrante
que desembarcó con una mano atrás y la otra adelante. Hasta el más desarrapado gringo
golondrina, hasta el más exaltado tirabombas de los grupos ácratas, podía aspirar a la
fortuna y no en pocos casos la encontró tan pronto como resolvió ahorrar y andar por el
buen camino. La presencia del Vellocino de Oro tornaba superfluo el recogimiento absoluto.
Intransigencia y claudicación en una sociedad que seguía ofreciendo fáciles
oportunidades de conquistar la riqueza y la jerarquía se convirtieron en sístole y diástole del
radicalismo. Luego vinieron los epígonos a pretender resucitar lo que estaba muerto. Ricardo
Rojas quiso otorgarle eternidad nacional:
"Pues siempre hubo en nuestra historia un espontáneo sentimiento radical".
Gabriel del Mazo descubrió en todo argentino un radical en acto o en potencia:
"Los jóvenes argentinos que, actuando en la vida pública, llegaron a considerarse
adscriptos a unos u otros de los extremos dictatoriales importados, en general no son
esencialmente tal cosa: son radicales que no han encontrado al Radicalismo, como tantos
hombres, como tantas mujeres".
Tenía razón Yrigoyen. Había que empezar de nuevo. Antes de hacerlo el azote de la larga
crisis debía poner al desnudo las lacras y miserias de una sociedad que dejó de ser
opulenta.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
Capítulo 6: El poder de los grandes ganaderos
Entre los años 1900 y 1929 -período que coincidió con la lucha intransigente por el poder,
la transformación en movimiento de masas, el ascenso al gobierno y la decadencia del
radicalismo yrigoyenista- la economía argentina marcó el mayor ritmo de crecimiento del
mundo. Aunque tan intenso progreso material quedó circunscripto a no mucho más allá de la
pampa húmeda o de los pastos tiernos, fertilísima llanura del litoral cruzada de ríos y arroyos
de alrededor de 57 millones de hectáreas y con mil milímetros anuales de lluvias, la ola de
opulencia parecía cubrir el atraso y la pobreza de gran parte del país. Fue allí, en el humus
pampeano de las vacas y las mieses, donde se incubó el poder de los grandes ganaderos,
cuya historia expondremos en sus rasgos generales.
En los años previos al desmoronamiento del régimen político rosista (1852) era visible la
decadencia de la ganadería de viejo tipo que había sido su principal sostén socioeconómico
(producción de tasajo, exportación a los mercados esclavistas de Brasil y Cuba, campos sin
alambrar, saladeros, razas criollas, etc.) Junto con la introducción del alambrado, de las
razas vacunas y ovinas inglesas y de la alfalfa, los campos bonaerenses y entrerrianos se
poblaron de criadores de ovejas (vascos, irlandeses, escoceses), que poseían o arrendaban
extensiones de 200 a 300 hectáreas. La lana pasó a ocupar, a partir de antes de la batalla
de Caseros, el primer puesto en la producción y la exportación del país, mientras que las de
tasajo se redujeron a cifras mínimas.
La cría de ovejas fue en la pampa húmeda, hasta que se organizó la nueva ganadería con
la implantación de la industria frigorífica, la actividad que rendía mayores ganancias. Exigía
escasa mano de obra y tenía mercados permanentes en Gran Bretaña, Francia y Alemania.
Sufrió por la paralización de la demanda que ocasionó la crisis mundial de 1890, pero pronto
se repuso. Desplazó a los remanentes de la vieja ganadería criolla hacia zonas marginales y
ocupó los mejores campos. Muchos pequeños y medianos ovejeros participaron en la
fundación de la Unión Cívica Radical e intervinieron en las revoluciones de 1890 y 1893.
Con mayores dificultades tropezó la agricultura engendrada por la colonización capitalista.
Los primeros inmigrantes pasaron por mil penurias antes de arraigarse. Los gobiernos y las
empresas ferroviarias se esforzaron en alentar el cultivo de la tierra. Mediante las leyes
proteccionistas de la década del '70 se consiguió reservar el mercado interno para la
producción agrícola nacional. Anchas fajas de tierra a ambos lados de las vías férreas se
expropiaron para dedicarlas a la agricultura y se eximieron de impuestos los campos
cultivados. También entre los fundadores de la Unión Cívica Radical y los revolucionarios de
1890 y 1893 figuraron colonos e hijos de colonos.
En 1890 se dio el salto a la etapa agrícola-ganadera capitalista. La exportación agrícola
(que en 1875 apenas alcanzaba al 0,3 por ciento de la exportación total y en 188 al 1,4 por
ciento) ascendió en 1891 al 28,3 por ciento. El área sembrada se amplió de 580000
hectáreas en 1872 a 2459120 en 1888, a 2989400 en 1890, a 4835620 en 1895, a 7341000
en 1901 y a 8410000 en 1902. La demanda creciente del mercado inglés, la construcción de
ferrocarriles de fomento de la producción de granos con destino a su exportación por el
puerto de Buenos Aires y la política colonizadora de los gobiernos estimularon a la corriente
inmigratoria a multiplicar el número de chacras en la pampa húmeda.
Los capitales y la fuerza de trabajo inyectados en el campo argentino por la colonización
capitalista dieron origen a nuevas clases sociales (terratenientes y arrendatarios capitalistas,
obreros agrícolas, obreros del transporte, obreros de las manufacturas que elaboraban los
productos agrícola-ganaderos, etc.) y acrecentaron a cifras absolutas fabulosas la renta de
la tierra, cuya parte del león embolsaron los antiguos y los nuevos grandes terratenientes
por el derecho que les otorgaban los títulos de propiedad heredados, comprados o recibidos
en pago de servicios.
La ganadería vacuna había quedado rezagada por los avances de la agricultura y la cría
de ovejas. Los aumentos de la exportación de ganado en pie a Brasil y Cuba (72973
cabezas en 1880-1884 y 340046 en 1895-1899), mientras casi desaparecía la exportación
de tasajo y se clausuraban saladeros, no daban una base comercial firme constante, como
pronto se comprobó. Para que se invirtiera el proceso de desplazamiento de la ganadería
vacuna se hacían indispensables tres requisitos: la demanda de Europa, el mestizaje de las
razas y el empleo de métodos de conservación de las carnes. Estos tres requisitos se
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dieron, al cabo de varios años de esfuerzos y ensayos, en la última década del siglo pasado.
Serían en el futuro los cimientos del poder de los grandes ganaderos de las estancias
modernizadas y de las relaciones de intercambio anglo-argentinas de tan condicionantes
reflejos en los acontecimientos políticos.
Las estancias y chacras, la ganadería y la agricultura, y las clases sociales modeladas
por la colonización planificada integraron una estructura agraria típicamente capitalista.
Antes de seguir adelante corresponde salir al paso de una torpe tergiversación de lo que es
esa estructura.
Era habitual hasta no hace muchos años, en una literatura que de marxista sólo tenía el
nombre, clasificar a la Argentina dentro de la categoría de país feudal, semifeudal, con
resabios feudales o feudal-burgués. Tal definición no había sido elaborada mediante el
estudio de la historia y de la realidad del país. Provenía del traslado mecánico a nuestra
sociedad de formas de producción y relaciones de clase existentes en Rusia zarista o en
China prerrevolucionaria, o de una perezosa generalización de la economía rural de algunas
regiones de América Latina.
De tal premisa se extraían conclusiones no menos alejadas de la verdad: estancia
equivalía a feudo y estanciero era sinónimo de señor feudal (en lugar del estanciero don
Juan, escribía un autor, bien podemos decir el conde Juan), en el campo predominaba la
servidumbre (el gaucho legendario que no sobrevive fuera de la literatura, estaría sometido a
la corvea y hasta a la ley de la pernada) y se hacía imperiosa una reforma agraria a la
manera de la francesa del siglo XVIII, con la expropiación de fabulosos señores feudales y el
reparto de sus tierras entre siervos fantasmas. La prédica política reformista o revolucionaria
inspirada en tan notoria deformación de la realidad no convencía ni a los obreros rurales, ni
a los chacareros, porque presión demográfica de campesinos pobres, semejantes a los de la
antigua China o de la antigua Rusia, no hubo en la pampa argentina y para encontrar
minifundios era y es menester trasladarse a las zonas marginales. En vano se buscarán
rastros de antifeudalismo en la gran huelga agraria de 1912, el grito Alcorta, en la zona
cerealera más rica del país, movimiento prohijado por los colonos inmigrantes con el fin de
participar en el colosal aumento de los ingresos de los grandes terratenientes y compartir
con ellos la propiedad del suelo.
Por suerte va desapareciendo de la literatura política y económica argentina la
equivocada apreciación a que acabamos de referimos. La pampa argentina nunca conoció
las unidades socioeconómicas de subsistencia o autoabastecimiento —y, por consiguiente,
las relaciones de tipo feudal entre grandes propietarios y campesinos sometidos a la
servidumbre-, características de otras partes en América Latina. La economía agraria se
orientó desde su origen a la producción mercantil, principalmente para la exportación. En los
comienzos del lejano siglo XVII aparecieron las vaquerías con el objeto de abastecer de
cueros a los comerciantes extranjeros, y más tarde las estancias o criaderos de ganado que
también se especializaron en la venta a los mercados exterior e interior de los productos
vacunos.
A nadie que profundice nuestra historia se le ocurrirá asimilar el gaucho al siervo de la
gleba medieval. No obstante las relaciones patriarcales existentes entre él y el caudillo de la
época de las montoneras, cuando se defendía de la miseria a que lo condenaba la burguesía
intermediaria porteña, nunca estuvo pegado a la tierra en el sentido clásico del feudalismo.
Si era libre vivía del contrabando; si se conchababa cobraba un salario. Las leyes contra la
vagancia del siglo XIX se dictaron para convertir al gaucho en peón asalariado, el cual en
Martín Fierro dejó para la historia sus últimas rebeldías antes de desaparecer, alienado por
la colonización capitalista, no por un inexistente feudalismo.
La estancia (igual que la chacra) es una unidad de producción capitalista; el estanciero
pertenece a la clase de los terratenientes capitalistas, los arrendatarios son arrendatarios
capitalistas y los obreros rurales, tanto si descienden de los románticos gauchos como si sus
abuelos vieron la luz bajo el cielo de Genova, La Coruña o Sebastopol, forman parte del
sistema capitalista de producción agraria. No faltará el turista que descubra en algún perdido
rincón de las provincias pobres a un señor de horca y cuchillo que trate a sus puesteros y
peones con despotismo medieval, pero esos casos excepcionales, que coleccionaría Ripley,
también existen en la vieja Inglaterra, lo que no autoriza a pensar que el hacha de la
revolución burguesa haya dejado allí sobrevivir el régimen feudal.
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Tampoco debemos pasar por alto otras dos tesis izquierdistas falsas: la que presenta al
arrendamiento como institución del feudalismo y la que considera feudo a toda gran
propiedad terrateniente.
El arrendamiento, aun en los casos de pagarse no en dinero sino en especie, no imprime
carácter feudal al régimen agrario. Lo mismo sucede con el régimen de aparcería. En una
economía mercantil tan desarrollada como la de la pampa argentina, cuya producción
masiva se destina a la venta y se transforma en dinero, hasta formas que provienen de
relaciones de clase precapitalistas, como los pagos del arrendamiento en trabajo o en
especie, resultan ser variantes del capitalismo agrario dominante.
Algunas tesis izquierdistas conceptúan feudal no esta o aquella forma de arrendamiento,
sino el arrendamiento en sí. Como insistiremos en el tema al referirnos a los chacareros, nos
limitamos a destacar que el arrendamiento, tal como lo explica Marx, corresponde a la
economía agraria capitalista. Basta recorrer las estadísticas de Francia, los Estados Unidos,
Gran Bretaña y otros países occidentales para comprobarlo. Casi el 40 por ciento de los
campesinos franceses de la zona de los cereales son arrendatarios, y en los Estados
Unidos, de acuerdo al informe de J. D. Blak, se pasó del 25,6 por ciento de unidades
agrarias arrendadas en 1880 al 42,4 por ciento en 1930.
A nadie se le ocurriría resucitar en Francia, Gran Bretaña o los Estados Unidos los
desvarios de aquellos utopistas pequeño-burgueses del siglo pasado que proponían crear
una sociedad ideal cuyos miembros fuesen todos propietarios. Todavía hay en la Argentina
izquierdistas que agitan esa solución, porque dan por sentada la existencia de un feudalismo
agrario que debe destruirse por medio de la distribución de la tierra en propiedad entre los
arrendatarios y obreros del campo. En un país con agricultura y ganadería capitalistas, y sin
presión demográfica, tal reparto se reduciría a cambiar la propiedad de manos y dejar las
cosas como antes. La reforma agraria así concebida no logra movilizar a las masas
campesinas.
Examinemos la otra tesis errónea. ¿Es la gran propiedad de decenas o centenares de
miles de hectáreas latifundio feudal por su tamaño y deja de serlo automáticamente al
dividirse? Tendríamos que admitir entonces, de ser cierta tan pregonada tesis, que las
diferencias entre los sistemas agrarios son de tipo cuantitativo y no cualitativo. Según Henri
Pirenne, los feudos carolingios medían término medio cuatro mil hectáreas y los había de
mil, de quinientas y de menos extensión; una estancia argentina puede abarcar cien mil
hectáreas sin dejar de ser capitalista. No son las dimensiones de la unidad agraria, sino las
formas de producción, las relaciones de clase y el carácter de su economía los que
determinan si es feudal o capitalista.
De la colonización capitalista (precedida de los repartos de la época de Rosas y de las
donaciones ocasionadas por la conquista del desierto) arrancó la extraordinaria movilidad
del régimen de la propiedad de la tierra en la pampa argentina. Si bien los apellidos
tradicionales de la vieja aristocracia ganadera siguieron brillando, se mezclaron, a lo largo
de un constante proceso de compraventa de estancias y chacras, de división y
concentración, de autoexplotación y arrendamiento de las unidades agrarias, con los nuevos
apellidos de los inmigrantes y sus descendientes. Los comerciantes de ramos generales, los
abogados, los médicos, los farmacéuticos y otras gentes que se enriquecían en los pueblos
de campaña y también en las ciudades, invertían sus capitales en tierras, además de las
sociedades anónimas que se formaban para explotar grandes extensiones y de los
industriales y comerciantes que desplazaban al campo sus ganancias.
Cuando mencionamos a los grandes ganaderos no evocamos, pues, a una aristocracia
tradicional con raíces en la Colonia o más acá todavía, en los tiempos de Juan Manuel de
Rosas. Nos referimos a una clase social cuyo poder económico y político emergió de la
colonización capitalista y se afianzó al abrirse el mercado inglés a las exportaciones de
carnes.
El enriquecimiento de los grandes ganaderos comenzó al implantarse la industria
frigorífica y, ante todo, al pasar de la congelación del ovino a la del bovino. Su impulso inicial
de proporciones data de la guerra angloboer (1899-1902) con las remesas de carne
congelada a África del Sur. El gobierno argentino dictó leyes que otorgaban privilegios a las
compañías frigoríficas: exención de impuestos, subsidios, garantías al capital invertido,
etcétera.
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Pronto la exportación de carne congelada se encauzó hacia el mercado inglés a causa de:
1) el abandono por Francia del interés que tuvo por la carne congelada argentina, al
propiciar inicialmente la industria frigorífica;
2) la clausura de los puertos europeos al ganado en pie de la Argentina por considerarlo
enfermo de fiebre aftosa;
3) la mestización del ganado de la pampa húmeda con razas importadas de Gran Bretaña;
4) la adaptación del consumidor británico a la carne congelada;
5) las inversiones de capitales británicos en la industria frigorífica;
6) el empleo por Gran Bretaña de una flota especial para el transporte de carne
congelada que en 1900 contaba 40 unidades con una capacidad de bodegas de 7 millones
de metros cúbicos;
7) el bajo costo de producción y transporte de la carne argentina por la baratura del
ganado y de la mano de obra industrial, la menor distancia a Gran Bretaña (la mitad de la de
Nueva Zelandia y Australia, los otros dos grandes países ganaderos) y la inexistencia de
intermediarios que impidieran el monopolio;
8) el traslado a la Argentina de los frigoríficos norteamericanos que en un comienzo
abastecieron desde los Estados Unidos a Gran Bretaña; y
9) la protección de los gobiernos argentino y británico a las empresas frigoríficas y al
intercambio entre ambos países.
Con el frigorífico apareció la tendencia a monopolizar la industria y el comercio de la
carne congelada. Los primeros acuerdos de las empresas argentinas y británicas para
imponer bajos precios al ganado se vieron momentáneamente desbaratados al traer las
empresas norteamericanas la competencia de precios. Pero pronto se restablecería el
monopolio como lo comprobaremos enseguida.
El traslado de los frigoríficos norteamericanos a la Argentina hizo que la exportación de
cuartos bovinos de los Estados Unidos a Gran Bretaña descendiera de 1900 000 en 1901 a
cero en 1912, mientras subía la exportación argentina con igual destino de 24919 a
2200000.
Las empresas norteamericanas desarrollaron un procedimiento técnico introducido por las
inglesas en 1900: el enfriado o refrigerado, en base al ganado de alta mestización
(Shorthorn, Hereford, Aberdeen Angus). Este procedimiento originó una rápida
discriminación entre dos sectores de ganaderos: los invernadores y grandes criadores,
invernadores que vendían la carne para el chilled (enfriado) y el resto de los criadores que
producían reses para el congelado o las vendían a medio preparar a los invernadores.
El trust organizado por las empresas frigoríficas inglesas y norteamericanas, poco tiempo
después de instaladas estas últimas, abarcaba desde las compras de ganado en la
Argentina hasta las ventas de carne al consumidor británico y se ensambló con el pequeño
grupo de ganaderos del chilled para ejercer una influencia económica, financiera y política
poderosa. Las empresas norteamericanas, sometidas en los Estados Unidos a la ley antitrust Shermann, contaron en la Argentina con la ayuda de los grandes ganaderos para
monopolizar, de acuerdo con las inglesas, la industria y el comercio de la carne.
El trust tenía por objeto evitar una competencia ruinosa para las empresas inglesas, como
se infiere de la distribución de las cuotas de exportación que hizo la primera Conferencia de
Fletes a regir desde el 1 de enero de 1912: 41,35 por ciento para las norteamericanas, 40,15
por ciento para las inglesas y 18,50 por ciento para las argentinas. A menos de cinco años
de iniciadas sus actividades en el país, las empresas norteamericanas habían conquistado el
primer puesto en las exportaciones. También las inglesas se dedicaron a preparar el chilled,
pero a un costo superior al de las norteamericanas y sin aprovechar todas las partes del
animal (patas, pelo, intestinos, etc.), ni elaborar una serie de otros productos (jabón, queso,
manteca, crema, helados, aceites vegetales comestibles, margarina vegetal, dulces, frutas,
huevos, aves, bebidas, gelatinas, etc.). La empresa norteamericana era más completa y
adelantada que la inglesa y amenazaba con excluir a ésta del mercado.
De ahí que, si bien el reparto de los cupos de exportación les favorecía, a los frigoríficos
norteamericanos no les convenía un acuerdo que detenía su expansión y daba a los ingleses
un medio de estabilizar y controlar la producción y la exportación. Querían hacer valer sus
mejores equipos y su técnica superior para aumentar su cuota sin tope alguno.
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Empresas que en los Estados Unidos incurrían en las sanciones de la ley contra los
trusts, en la Argentina se erigían en campeonas de la libertad de comercio. Al año de la
primera Conferencia de Fletes rompieron el acuerdo y se dispusieron a arruinar a las
inglesas, aun a costa de soportar déficits iniciales. El ministro inglés en Buenos Aires las
acusó de pretender monopolizar el comercio de carnes y pidió la intervención del gobierno
argentino, pero éste, presionado por los grandes ganaderos y la Sociedad Rural Argentina,
invocó la libertad de comercio y la Constitución para lavarse las manos.
Las empresas norteamericanas prosiguieron su avance hasta que en 1915 las inglesas,
amparadas en las necesidades de alimentos de los ejércitos aliados, convocaron una nueva
Conferencia de Fletes que repartió así las cuotas de embarques: 58,50 por ciento a los
frigoríficos norteamericanos, 29,64 por ciento a los ingleses y 11,86 por ciento a los
argentinos. Estos últimos no faenaron en 1915-1919 más que el 5,7 por ciento del total y su
producción descendió de 607000 cuartos en 1905 a 60000 en 1915.
Al comenzar la década de 1920 Gran Bretaña era prácticamente el mercado único de las
exportaciones argentinas de carnes (el 90 por ciento del chilled que compraba procedía del
Plata), pero los frigoríficos norteamericanos dominaban al pool que abarcaba todo el
proceso.
La división del proceso productivo en cría e invernada se acentuó con la introducción de
la técnica del enfriado y el sistema de compras traído de los Estados Unidos por los
frigoríficos norteamericanos. A partir de 1912, con el incremento de la producción del chilled,
se dedicaron a invernada los extensos alfalfares del oeste bonaerense. Allí los grandes
ganaderos preparaban sus novillos que tenían venta segura y precios de privilegio en las
plantas frigoríficas. A veces, la hacienda que el invernador, en calidad de simple
intermediario, adquiría al criador, ya estaba en condiciones de industrializarse de inmediato
y se entregaba directamente a la empresa, la que se negaba a recibirla del criador por no
pertenecer al grupo de los favoritos. Por intermedio de los invernadores y grandes criadores
invernadores —entre los cuales había dirigentes de la Sociedad Rural Argentina, ministros,
legisladores, magistrados, etc.-, las empresas frigoríficas ejercían la influencia política que
mantenía y acrecentaba sus privilegios.
El área cubierta de alfalfa alcanzó el punto máximo en 1922, con 8400000 hectáreas (casi
el doble de 1910), no igualado posteriormente, como resultado de la gran demanda de carne
y de los altos precios del ganado durante la Primera Guerra Mundial y comienzos de la
postguerra. La cantidad de cabezas vacunas subió de 26 millones en 1914 a 37 millones en
1922. Pero en 1921 los precios de la carne cayeron de golpe (la libra de carne limpia
chilledbajó en el mercado de Liniers de 0,312 pesos en 1920, a 0,269 pesos en 1921, a
0,127 pesos en 1922 y a 0,182 pesos en 1923), mientras mejoraban las cotizaciones de los
cereales. Muchos terratenientes arrendaron sus tierras de pastoreo para que fueran
labradas. El área sembrada con cereales y lino ascendió de 13452815 hectáreas en 19191920 a 19962422 en 1930-1931 y el área alfalfada descendió de las 8400000 hectáreas
mencionadas a 5711330 al final del período, reduciéndose la existencia de vacunos a 32
millones en 1930. Comenzó entonces a usarse el tractor en el campo. Los agricultores
invertían sus ahorros, o se empeñaban con bancos y prestamistas, para adquirirlos, así
como máquinas y otros instrumentos de trabajo. Las tierras de labranza se arrendaban a
altos precios o se compraban a plazos por sumas elevadas.
La crisis agitó a los ganaderos. Los criadores acusaron a los invernadores y grandes
criadores invernadores de complotarse con las empresas frigoríficas en perjuicio de la
economía general del país. Por primera vez se hicieron investigaciones y estudios serios
sobre la producción, la industrialización y el comercio de carnes. Quedó probada la
existencia del pool y de la sorda lucha intermonopolista.
De nuevo la diplomacia británica hizo valer sus influencias para que el gobierno argentino
interviniera en la industria de la carne. El diputado conservador Matías Sánchez Sorondo
defendió esa idea en las sesiones de la Cámara de fines de 1922 y comienzos de 1923.
Propuso el establecimiento de la Compañía Nacional de Frigoríficos con un aporte del
Estado del 50 por ciento y hasta del 100 por ciento del capital. Dijo:
"He buscado el principio a que debiera obedecer la legislación administrativa y lo he
encontrado en el concepto de la utilidad pública que reviste la industria frigorífica como
10º Certamen Intercolegial de Historia - Instituto Euskal Echea - Llavallol - Año 2012
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
transformadora y circuladora de nuestra riqueza ganadera, y de este concepto de la utilidad
pública emana la legitimidad de la intervención del Estado, intervención que debe ejercitarse
sobre ella como se ejercita con caracteres de concesión, control y vigilancia en la
explotación de los ferrocarriles y en la explotación de las minas [...] El frigorífico no puede
actuar independientemente, operar a capricho, establecerse cómo y cuándo quiere,
vincularse con otros frigoríficos del país y del extranjero, sin permiso del Estado; el Estado
debe actuar sobre ellos exactamente en la misma forma que actúa sobre otras empresas de
utilidad pública [...]; el Estado debe intervenir en el establecimiento, la organización, en las
vinculaciones y en las ganancias de los frigoríficos y debe crearse una oficina como la del
proyecto llamándola la de la producción pecuaria, que centralice la contabilidad de esta
rama del comercio y sea algo así como una oficina de ajuste de los frigoríficos. Los derechos
de intervención del Estado son evidentes. Inglaterra los ha ejercitado siempre; Australia los
ha ejercitado hace pocos años".
Es significativo que la defensa de la intervención del Estado en la industria frigorífica haya
partido del representante de una oligarquía librempresista por excelencia que siempre acusó
al Estado de mal administrador y de perturbar el libre juego de las leyes del mercado.
Encontramos la explicación en las siguientes palabras pronunciadas por el doctor Sánchez
Sorondo en la Comisión Especial de Asuntos Ganaderos de la Cámara de Diputados el 15
de enero de 1923 (versión taquigráfica):
"Aunque esto moleste nuestro orgullo nacional, si queremos defender la vida del país,
tenemos que colocarnos en la situación de colonia inglesa en materia de carnes".
También dijo el presidente de la Comisión Especial que por medio de la Oficina de Ajuste
de los Frigoríficos o Comisión Reguladora del Comercio de Carnes se quería
"crear un pool análogo al que hizo el gobierno inglés durante la guerra en salvaguardia
del aprovisionamiento de carnes para su pueblo y para su ejército".
En resumen: Gran Bretaña pretendía asegurarse, a través de la intervención del Estado
argentino, un control de la industria y del comercio de carnes que le permitiera ajustar las
clavijas a los frigoríficos norteamericanos. Era la misma política que siguió con el petróleo,
con los transportes, con los bancos y con el comercio exterior de nuestro país tan pronto
como advirtió la infiltración de los intereses de Estados Unidos. Los criadores de ganado la
aplaudieron, puesto que para ellos la causa de la crisis residía en la extorsión a que los
sometían los frigoríficos.
El diputado socialista Juan B. justo opuso al proyecto intervencionista de Sánchez
Sorondo el interés del consumidor. Dijo:
"Los poderes públicos han estado siempre principalmente en manos de los estancieros.
Son los estancieros los que han dado intendentes a la capital y senadores, y diputados al
Congreso y a eso se debe que todavía se traigan estos asuntos tan mal tratados y traídos y
que son siempre los que más apasionan a estas asambleas legislativas argentinas. La
cuestión de los trusts no se ha tocado en este país, sino cuando llegó a alarmar a los
ganaderos y a los estancieros la posibilidad de poder recibir menor precio del que creían
deber recibir por sus novillos. Jamás se ocupaban los gobiernos argentinos de los
monopolios cuando éstos eran una amenaza para los simples consumidores [...]".
Justo proponía la formación de un gigantesco trust nacional de la carne, cuyo capital se
integraría en el 53 por ciento por el Estado y el 47 por ciento restante con los bienes de los
ganaderos y frigoríficos (tierras, ganados, instalaciones, fábricas, etc.) al valor del momento.
Dos proyectos presentaron los demócratas progresistas: Luciano Molinas el traspaso del
monopolio de la industria frigorífica a una de las empresas privadas existentes y Lisandro de
la Torre la constitución de un trust de comercialización de la carne bajo el control del listado.
Este último diputado atribuyó la crisis ganadera al latifundio y al predominio de los grandes
ganaderos en la política y en la economía. Expresó:
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
"Hay un monopolio de hecho que domina la exportación de nuestras carnes y despoja a
los productores argentinos del fruto de su trabajo. No se le puede vencer porque tiene
recursos pecuniarios ilimitados. Establezcamos entonces el monopolio del Estado. Muerto el
perro se acabó la rabia".
El diputado yrigoyenista Guillot mencionó la desventaja que ocasionaba depender del
mercado único inglés y de la inversión de 600 a 700 millones de libras esterlinas por el
imperialismo británico, y se mostró partidario de
"abrir nuevos mercados a las carnes argentinas, de modo que no tengamos que vivir
estrechamente subordinados a las oscilaciones de los precios y de los intereses ajenos y
políticos del Reino Unido".
Los legisladores radicales —todavía no netamente divididos en yrigoyenistas y
antiyrigoyenistas, pues se estaba a los comienzos del gobierno del presidente Marcelo T. de
Alvear (1922 a 1928)— buscaron las medidas que menos afectaran las situaciones creadas.
Si se exceptúa a Lisandro de la Torre, que con las reticencias de su formación liberal no
se atrevió a ir más allá, sin embargo, de un trust de comercialización de la carne bajo control
del Estado, nadie sugirió la nacionalización de las empresas frigoríficas. De los debates
salieron las leyes 11205, 11226 y 11228 (de creación de frigoríficos y depósitos de
distribución de carnes, de inspección de frigoríficos y control del mercado de carnes, y de
peso vivo) de alcance administrativo.
Ni el pool frigorífico ni los grandes ganaderos se debilitaron, pero se agudizaron las
contradicciones entre las empresas, inglesas y norteamericanas y entre los invernadores y
criadores de ganado.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
JO SÉ P. H. P AG E
" Per ón"
Capítulo 4: Maestro, Autor, Viajero
La crisis que la Argentina sufrió en 1930 cenó un breve interludio democrático que se
había interpuesto en la larga etapa de gobiernos conservadores. Un año después del
derrocamiento de Rosas en 1852, una convención nacional adoptó una constitución cuyo
modelo, en gran parte, había sido la constitución de Estados Unidos. A continuación, una
serie de presidentes electos se embarcaron en la tarea de unificar la nación, asegurar sus
fronteras y promover ideas de modernización. Los medios utilizados para desarrollar el país
fueron el liberalismo económico, la inmigración y mejoras en la educación de las masas. El
poder real nunca salió de las manos de la élite oligárquica que controlaba la economía.
Debajo de las formas democráticas yacía la naturaleza autocrática de un sistema basado en
el fraude electoral y la coerción.
La clase media, cuyas filas se iban expandiendo con un contingente de inmigrantes de
movilidad ascendente, se encontró separada de toda participación verdadera en el quehacer
político. La primera protesta dramática contra esta exclusión ocurrió en 1889, cuando un
grupo de intelectuales formaron una organización que llamaron la Unión Cívica y, sin éxito,
intentaron derrocar el gobierno por la fuerza. De las cenizas de este fracaso surgió un nuevo
partido político, la Unión Cívica Radical. Las protestas de los radicales contra él fraude
institucionalizado y varios levantamientos fallidos pusieron tanta presión que en 1912 el
Congreso aprobó una ley sancionando el voto secreto, la obligatoriedad del sufragio para
miembros del sexo masculino y el registro honesto de votantes. Los radicales ganaron la
siguiente elección, cuatro años más tarde.
El líder del partido —y nuevo presidente— es uno de los personajes más fascinantes de
la historia argentina moderna.Hipólito Yrigoyen era hijo natural de un herrero vasco. De
índole reservada y taciturna, hizo un culto de estos rasgos durante la fase conspiratoria de la
UCR. No era amigo de discursos ni de apariciones en público, sino que se manejaba a
través de alianzas personales y negociaciones mano a mano, lo que erigió a su alrededor un
amplio núcleo de seguidores leales. Ni siquiera su elevación al cargo de presidente alteró el
estilo de vida ascético que era su sello identificatorio. Sumner Welles, quien fuera encargado
de negocios de la embajada de Estados Unidos en Buenos Aires durante el tiempo de
Yrigoyen, descubrió que él poseía
una enorme fortaleza innata y una grandeza de carácter inherente, que
sus características físicas peculiares —cabeza en forma de ananá, una
máscara mongólica con unas hilachas a los lados de la boca que le servían
de bigotes y una mirada evasiva— no podía ocultar.
Su sobrenombre era "El Peludo", por el animal. Ya tenía 64 años cuando asumió el cargo
de presidente.
Aparte de ampliar el proceso político, la victoria radical no anunció ningún dramático
asalto a la estructura de poder existente. El partido no tenía ni el deseo ni la imaginación
necesarias para traducir sus impulsos nacionalistas del campo de la retórica al de la acción
electiva. Los integrantes de la clase media urbana, que en su mayoría eran asalariados,
identificaron su propio poder económico con la prosperidad de la élite. Esto significaba que
un gobierno que respondía principalmente a las necesidades de la clase media perpetuaría
un sistema económico que estaba basado en las exportaciones de granos y carne, la
importación de artículos manufacturados y captación de capitales extranjeros, en lugar de
adoptar políticas de estímulo al desarrollo de la industria local. Aparte de estabilidad, los
radicales ofrecían a la clase media el acceso a un número creciente de empleos de
gobierno. El partido tenía poco que fuera de sustancia para ofrecer a los trabajadores
urbanos.
El estilo del Peludo, eventualmente, precipitó un cisma latente en el partido y la formación
de una facción radical opuesta al personalismo característico de su gobierno. La constitución
argentina establece períodos presidenciales de 6 años sin posibilidad de reelección
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
inmediata. En 1922, un radical del grupo llamado antipersonalista fue elegido presidente.
Yrigoyen se negó a retirarse de la política y seis años más tarde, a la edad de 76 años, una
vez más asumió la primera magistratura. La expansión de la depresión fue demasiado para
su avanzada edad (algunos dicen que estaba senil) y la oposición resultante de sus
maniobras poco claras y sus métodos más y más autocráticos generó el caos político.
El ejército argentino no podía escalar a la turbulencia de esos tiempos.
El gobierno de Yrigoyen había perturbado profundamente el cuerpo militar con sus poco
sutiles despliegues de favoritismo político en el momento de las promociones y otros asuntos
relativos a la oficialidad. El uso del ejército durante las intervenciones a las provincias
tampoco era del gusto de los militares. Esto dividió a las fuerzas castrenses en facciones pro
y anti-Yrigoyenistas y expuso a estos últimos a las propuestas tentadoras de los opositores
políticos al régimen, que estaban ansiosos de conquistar el apoyo militar para sus intentos
de derrocar a Yrigoyen. El Peludo podía contar con muy poco capital moral para
contrarrestar estos cantos de sirena, ya que los radicales, en el pasado, también habían
tratado de provocar intervenciones militares contra los gobiernos conservadores.
Al comenzar 1930, dos grupos dentro del ejército estaban considerando seriamente la
salida golpista. Uno de ellos, aglutinado detrás del general José F. Uriburu -un valiente y
respetado oficial de caballería que había sido formado en Alemania, había actuado como
diputado por el Partido Conservador y cuya familia estaba vinculada a la aristocracia —
representaba la influencia de los nacionalistas ultra-católicos y de aquellos que abogaban
por la supresión de los partidos políticos y el establecimiento de un sistema autoritario de
gobierno basado en las teorías en boga en Italia, España y Francia. El miembro más
distinguido de la otra facción era el general Agustín P. Justo, un ex ministro de Guerra
durante la etapa anti-personalista del gobierno radical (1922-1928) y un líder carismático. Su
grupo ambicionaba devolver al país la vigencia plena de la Constitución bajo autoridad civil y
curar los males de la economía administrando dosis aun más poderosas del liberalismo
económico del siglo XIX.
En medio de esta convulsión el capitán Juan D. Perón se graduó de la Escuela Superior
de Guerra y el 26 de enero de 1929 obtuvo un destino en el Estado Mayor General del
ejército. Aunque Perón aseguraba haber votado por Yrigoyen en 1916 y se había casado
con un miembro de una familia moderadamente activa en el Partido Radical, el aroma a
conspiración pronto se le haría irresistible.
En junio de 1930, un mayor conocido suyo desde años atrás lo persuadió a asistir a una
reunión privada en la cual el general Uriburu arengaría a un grupo de oficiales. Perón
encontró en el líder "un perfecto caballero y un hombre de bien", y quedó muy impresionado.
Si bien entendía perfectamente las ideas políticas ultraconservadoras que Uriburu abrazaba,
su determinación de apoyarlo no se basó en ningún compromiso político; sólo problemas
tácticos monopolizaban sus propósitos.
Durante julio y agosto, Perón trabajó a fin de solidificar y ampliar el movimiento. Su falta
de éxito lo desencantó tanto como la incompetencia y desorganización de los oficiales que
rodeaban a Uriburu. Una de sus tareas, asegurar la participación de la escuela de
suboficiales, fracasó debido a medidas contraproducentes dictadas por el ministerio de
Guerra en apoyo del gobierno. Como Perón tampoco esperaba la adhesión de los poderosos
cuarteles de Campo de Mayo, el 3 de septiembre renunció — verbalmente- a participar
activamente en el movimiento.
Su disociación duró menos de 24 horas. Al día siguiente se reunió con los mismos
oficiales con quienes antes había estado en contacto a fin de unificar el ejército bajo el
mando de Uriburu pero que habían permanecido con la facción más numerosa —y opositora
al gobierno encabezada por el general Justo. Estos oficiales favorecían la destitución de
Yrigoyen pero no estaban listos para el golpe. Su mayor desavenencia con el grupo de
Uriburu era el propósito de excluir a los civiles del futuro gobierno, paso que abriría la
posibilidad de control militar total. Por todo ello muchos oficiales no adherían a la conjura
inminente. Perón decidió apostar a favor de la facción pro-Justo. No está claro si su cambio
se debió a que prefería los designios políticos de Justo o a que deseaba estar del lado de
los que él pensaba que serían los triunfadores.
El número real de tropas que marcharon hacia la capital en rebelión era más bien
modesto. Uriburu condujo los cadetes y oficiales del Colegio Militar y otro pequeño grupo de
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
soldados. El gobierno de Yrigoyen sin embargo no contaba con apoyo militar alguno y las
reacciones de las unidades acuarteladas en la ciudad no serían evidentes hasta último
momento. Mientras la columna encabezada por Uriburu avanzaba hacia el centro de Buenos
Aires, solo una bandita de francotiradores civiles los hostigó al pasar frente a la estructura
palaciega que albergaba las Obras Sanitarias municipales y al aproximarse al edificio del
Congreso.
El capitán Perón tuvo una participación marginal en el desarrollo de los acontecimientos.
El día 6 por la mañana visitó varias unidades militares de la zona y las instó a permanecer
en sus cuarteles. También se aseguró el uso de un carro blindado y con él se abrió paso
entre el fuego de artillería que reverberaba en las proximidades del Congreso a lo largo de
las calles tomadas por los civiles que aprobaban el golpe. Su destino era la Casa de
Gobierno en la histórica Plaza de Mayo. El edificio, conocido como la Casa Rosada, está
ubicado en una barranca a un costado de la plaza rectangular. A su derecha está la mole del
Banco de la Nación y la estructura neoclásica de la Catedral. La Casa Rosada fue
originalmente construida como el anexo a un fuerte que -en los tiempos en que las aguas
barrosas del Río de la Plata cubrían lo que ahora es tierra firme- reposaba sobre la orilla.
Al llegar Perón a la Casa Rosada y abandonar la protección de su vehículo blindado, tuvo
que enfrentar lo que mucho más tarde llamaría un "populacho ensoberbecido" que golpeaba
las puertas. Era la primera vez que ponía sus pies en el edificio y vio hordas inciviles
desplazándose por los salones. Luego de ayudar a crear un estado parecido al orden,
regresó a su carro blindado y lo condujo lentamente por la Avenida de Mayo hacia el
Congreso, donde el ruido de disparos aislados indicaba que un manojo de civiles partidarios
del gobierno persistía en defenderlo.
Perón pasó el resto del día y la mayor parte de la noche patrullando la ciudad para
prevenir disturbios entre la población civil. Luego se enorgullecería de haber salvado del
fuego varios edificios, incluyendo un hotel. Esta experiencia directa sería olvidada varias
décadas más tarde cuando procuraría eludir la responsabilidad por haber fallado en controlar
el comportamiento de las masas.
El análisis que Perón hizo de lo que luego se llamaría La Revolución del 30, otorgaba un
valor determinante a las acciones de un gran número de porteños que salieron a la calle en
apoyo del golpe. Desde su perspectiva, el general Uriburu habría enfrentado problemas
grandes cuando los francotiradores detuvieron a sus cadetes en las cercanías del Congreso.
"Sólo un milagro pudo salvar la revolución. Ese milagro lo realizó el pueblo de Buenos Aires,
que en forma de una avalancha humana se desbordó en las calles al grito de 'viva la
revolución'..." Lo dudoso de esta conclusión tiene menos importancia que su influencia sobre
sus futuras actividades respecto a la movilización de masas.
La caída de Yrigoyen, quien fue trasladado a la isla de Martín García en la boca del Río
de la Plata, puso término a la seguidilla de presidentes elegidos constitucionalmente
(aunque también a veces fraudulentamente) que databa del año 1862. Algunos días después
de la revolución, la Suprema Corte de Justicia de la Argentina reconoció legalmente el nuevo
gobierno provisional. Quedaría sentado un precedente desafortunado. Mucho más ominosa
sería la abierta toma del poder político por parte del ejército. La Argentina aún no se ha
podido recobrar de esta corrupción de su proceso democrático.
Un día después de la revolución, Perón fue designado secretario privado del nuevo
ministro de Guerra, pero no duraría mucho en el cargo. El general Uriburu, luego de
autoproclamarse presidente provisional, purgó inmediatamente de la administración todos
los elementos pro-Justo, en cuyas filas militaba Perón por entonces. El 28 de octubre, el
presidente firmó un decreto que lo separaba del cargo oficial y lo nombraba profesor de
historia militar en la Escuela Superior de Guerra. Antes de asumir su nuevo puésto en 1931,
el joven capitán debió participar como integrante de una comisión durante dos meses, en la
investigación de denuncias sobre penetración extranjera de las fronteras en el norte de la
Argentina. Quizás este fue su castigo por haberse cambiado de bando.
Mientras Perón patrullaba la zona limítrofe con Bolivia, el presidente Uriburu trataba, sin
éxito, de imponer sus ideas reformistas sobre el pueblo argentino, pero sus políticas y
propuestas ultra derechistas despertaron tanta resistencia que finalmente se vio forzado a
llamar a elecciones para noviembre de 1931. Al hacerlo, proscribió la participación de la
Unión Cívica Radical. Los conservadores se reorganizaron dentro de una entidad llamada el
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
Partido Demócrata Nacional y forjaron una alianza electoral, junto con radicales antipersonalistas y un grupo de socialistas, que se conocería como la Concordancia y que
tendría como candidato presidencial al general Justo. Con la complicidad de la policía —que
ignoró el fraude reinante durante los comicios- Justo derrotó la coalición de los Partidos
Socialista y Demócrata Progresista, marcando con ello el comienzo de lo que los argentinos
denominarían "la década infame".
Juan Perón fue ascendido a mayor el 31 de diciembre de 1931. Su designación en la
Escuela Superior de Guerra no lo mantenía totalmente ocupado; también servía como
ayudante del jefe del Estado Mayor y ayudante de campo del ministro de Guerra,
distinguiéndose por su actuación en estos cargos más que el resto de oficiales de su
carnada. Sin embargo, el trabajo más importante de estos años fue el que desarrolló en la
Escuela Superior de Guerra, piiliendo su talento docente y publicando varios libros de
historia militar.
El eminente historiador británico George Pendle señaló que "Perón no era ni un militar ni
un político, sino más bien un estudiante y luego un profesor... cuando llegó al poder continuó
enseñando, a su manera, a través de sus disertaciones al pueblo". La subestimación del
talento político de Perón por parte de Pendle es discutible, pero su percepción del lado
didáctico es genialmente acertada. La experiencia docente en la Escuela Superior de Guerra
significó una etapa crucial en la preparación de Perón para su carrera política. Lo hizo sentir
a gusto de pie frente a los espectadores y le dio coherencia para expresar sus ideas; lo hizo
además ducho en la improvisación. El ámbito militar no concedía mérito especial al estilo de
retórica elegante y elaborada típica de los políticos civiles, muchos de los cuales habían
aprendido sus técnicas en las polémicas universitarias. El estilo directo de Perón lo
diferenciaba de ellos de una manera que mucha gente encontraba positiva. Pasaría una gran
parte de su vida dando conferencias ante audiencias grandes o pequeñas, aspecto de su
carrera que sería poco valorado por algunos observadores.
Los años en la Escuela también marcaron el nacimiento de Perón como autor. Su primera
aventura literaria mencionable había aparecido en un periódico militar en 1928 y estaba
dedicada a las campañas de la independencia del libertador argentino general José de San
Martín, en el territorio actual de Bolivia. Como profesor publicó tres libros de historia militar:
El frente oriental de la guerra mundial en 1914, en 1932; Apuntes de historia militar, un año
más tarde; y un estudio en dos tomos sobre la guerra ruso-japonesa en 1934 y 1935. Luego
de alejarse de la Escuela, continuaría su trabajo como historiador militar produciendo
artículos sobre las distintas campañas de San Martín y la guerra franco-prusiana de 1870.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
G UILL ERMO G ASIÓ
" Y r i g o ye n e n C r i s i s - 1 9 2 9 / 1 9 3 0 "
E di t or i al Co r r e gi d or - 2 00 6
LA PRENSA
La prensa de Buenos Aires fue un factor de primera magnitud en el proceso político de
1928-1930.
Los principales medios de prensa periódica de Buenos Aires pueden clasificarse en:
Diarios proclamados no voceros de partido político o grupo de opinión concretos.
Matutinos: La Prensa, La Nación (los de mayor tradición y espectabilidad), El Mundo, El
Diario, La Argentina. Vespertinos: Critica, La Razón, Ultima Hora.
Diarios de agrupaciones políticas: La Epoca y La Calle (radicales); La Vanguardia
(socialista) (también publicaba Anuario Socialista); ¡Libertad! (socialista independiente)
(editor de Almanaque del Trabajo); El Pueblo (sectores católicos); La Fronda
(ultraderechista); La Protesta (anarquista).
Diarios de colectividades europeas: Giornale D 'Italia, La Patria degli Italiani, Diario
Español, The Buenos Aires Herald, The Standard.
Revistas de información general: Atlántida, Caras y Caretas, El Hogar, El Suplemento,
Fray Mocho, Mundo Argentino, Plus Ultra; humorística y de notas pintorescas: Páginas de
Columba; literarias: Nosotros y Síntesis.
Publicaciones periódicas de grupos políticos: La Nueva República (nacionalista), Criterio
(católica), La Internacional y La Correspondencia Sudamericana (comunistas), ¡Adelante!
(comunista Región Argentina), Klan Radical (ultraoficialista).
El gobierno dio garantías y respetó la libertad de prensa. Yrigoyen destacaría la tolerancia
-y hasta la magnanimidad según su concepto— evidenciadas durante su segundo mandato.
A la vez, el presidente radical expresaría su disgusto y lanzaría reproches contra ciertos
órganos de opinión.
LA NACIÓN
Del período que abarca desde el 1º de enero de 1929 al 5 de septiembre de 1930 se han
examinado cerca de 1200 comentarios editoriales (incluyendo los "ecos y sueltos")
publicados por La Nación, los cuales han sido citados o referidos en las distintas secciones
en que se presenta esta investigación sobre la segunda presidencia de Yrigoyen. Salta a la
vista que La Nación —factor de prestigio y fuente de enorme influjo sobre la opinión política
argentina— continuaba siendo claramente desafecta a la Unión Cívica Radical y, en
particular, a Hipólito Yrigoyen. La enemistad de La Nación con Yrigoyen se fue acentuando
en la medida en que el líder radical extremó su programa democratizador definido por el
mandato histórico, obviamente incompatible con los principios e intereses que expresaba y
defendía La Nación.
La Nación presentaba en sus ediciones una amplia cobertura informativa, que incluía a
activas corresponsalías del diario en el interior del país y en las principales capitales del
mundo, además de los servicios de agencias noticiosas y la reproducción de textos de
importantes órganos de prensa. La Nación contaba con el aporte de prestigiadas firmas
argentinas e internacionales, entre las que se destacaban: Lucas Ayarragaray y Mariano de
Vedia y Mitre, en política; los financistas Ernesto Hueyo, Diego Ortiz Grognet, Carlos A.
Tornquist y Enrique Uriburu; el economista Alejandro Bunge; el industrial Luis Colombo;
Leopoldo Lugones; Alfonso de Laferrére (también colaborador de La Fronda), en la sección
literaria y cultural, donde también escribía Octavio Pico. José Ortega y Gasset publicó
importantes artículos de octubre de 1928 a junio de 1930. También se publicaron en La
Nación: la serie de notas firmadas por el general Miguel Primo de Rivera; "Grandezas y
miserias de una victoria", por Georges Clemenceau; y "Mi vida" por León Trotzky.
En su línea editorial, La Nación solía presentar identificados los conceptos de "orden
constitucional" y "democracia", entendida como respeto a los derechos y garantías
individuales y funcionamiento de las instituciones republicanas; describió al radicalismo
dividido, prefiriendo a los antiyrigoyenistas; vio en el radicalismo "personalista" una típica
10º Certamen Intercolegial de Historia - Instituto Euskal Echea - Llavallol - Año 2012
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
relación inorgánica entre el caudillismo y la masa y alertó sobre los riesgos del fenómeno
popular, de masas en acción, que importaba. Imputó al gobierno de Yrigoyen graves, serios
y constantes cargos, especialmente el "desquiciamiento de las instituciones" y la "abolición
del régimen legal". Describió al gobierno oscilante entre la "dictadura" y el "caos", entre la
"subversión institucional" y el "desgobierno". La Nación se ocupó en describir y alentar el
progresivo descrédito de Yrigoyen ante la defraudada opinión ciudadana.
Bastaría referir al menos un par de detalles que no dejan de hacer al fondo de la
enemistad de La Nación contra Yrigoyen. El lector deberá prestar cuidada atención —en
mayor grado si la lectura se realiza con la perspectiva que da el paso de los años— para
advertir que "el Poder Ejecutivo", "el Presidente de la Nación" o "el primer magistrado" era
"el señor Yrigoyen" (a quien ocasionalmente el diario mencionaba por su nombre), y que el
partido en el gobierno era la Unión Cívica Radical y no el "personalismo". Por lo demás, en
las páginas de La Nación aparecía altamente disimulado que las actividades que realizaba el
"personalismo" eran mucho mayores y contaban con mucha mayor cantidad de participantes
que las de los partidos de la oposición. La Nación disimuló todos los triunfos electorales del
radicalismo yrigoyenista y destacó y aplaudió cada una de sus derrotas.
Consecuente con la línea que había mantenido durante la campaña electoral de 19271928 en favor de la fórmula del Frente Unico Antipersonalista, La Nación planteó una
temprana alerta contra los postulados del plebiscito y del mandato histórico. Desde el
comienzo del nuevo mandato presidencial de Yrigoyen, octubre de 1928, La Nación levantó
censuras contra el personalismo —que en la percepción del matutino llevaría a la
perturbación política e institucional— y contra los ministros —a los que iría descalificando
reiteradamente, acusándolos de falta de idoneidad y de protagonismo en la función de
gobierno.
Tras unas semanas de expectativa para el diario, que se extendieron hasta fines de enero
de 1929, durante las cuales el presidente Yrigoyen tomó iniciativas de gobierno acerca de la
producción agrícola (incluyendo la política crediticia para el sector), del comercio exterior (en
particular, el congestionamiento del puerto de Santa Fe y las tarifas del puerto de Rosario),
las inversiones ferroviarias (abarcando la construcción de los transandinos hacia Chile) y la
industria azucarera en Tucumán; La Nación opinó: "Hasta ahora la actividad gubernativa no
ha estado a la altura de los deberes que hay que cumplir". En marzo de 1929, el Presidente
conversó asiduamente con las autoridades del Centro de Exportadores de Cereales sobre la
colocación del trigo argentino; también se ocupó del problema de los contratos de ventas de
cereales a fijar precio y encareció la puesta en ejecución de las obras del ferrocarril a
Huaytiquina. La Nación reclamó, bajo el elocuente título "Necesidad de una orientación
definida": "Puede considerarse a la administración que ha comenzado el 12 de octubre de
1928 como en su período de iniciación. De octubre a abril no se ha producido ningún
acontecimiento de carácter particular que obligara al gobierno a señalar una orientación
definida. [...] No se puede ser dogmático en política. El gobierno no tiene derecho, puesto
que lo componen individuos tan susceptibles de acierto como de error, de invocar
sacerdotalmente la consagración de las masas votantes. [...] Es de esperar que en su
mensaje al Parlamento se aprecie su concepción, no ya como agente de un partido, o sea de
un grupo político, sino de órgano funcional, que interesa con idéntica buena fe a la Nación
toda".
En el primer cuatrimestre de 1929, La Nación atacó al gobierno apuntando a la morosidad
y el desorden administrativos. En particular, censuró la irregularidad perniciosa en el
régimen de firma presidencial y la disposición de cesantías masivas con tintes de
arbitrariedad y revanchismo. A esos cargos se agregó la cuestión de la mora en los pagos a
los proveedores del Estado.
La matriz de los reproches contra Yrigoyen en el terreno de la gestión gubernativa se
orientaban hacia la perniciosa absorción de funciones por el Presidente.
Otros temas reiterados en los editoriales de La Nación desde los primeros meses de
1929, que se prolongaron a lo largo de los meses de aquella presidencia radical
yrigoyenista, se referían a las escandalosas intervenciones en San Juan y Mendoza, al
derecho de reunión en la Capital Federal, a la deplorable situación institucional en Santa Fe,
y a los conflictos laborales en esa provincia.
10º Certamen Intercolegial de Historia - Instituto Euskal Echea - Llavallol - Año 2012
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
La situación planteada en el Congreso Nacional entre los radicales yrigoyenistas y los
legisladores de los partidos de la oposición dio lugar a graves censuras de La Nación contra
el presidente Yrigoyen, atacándolo por el flanco de la desvirtuación de las instituciones. En
ese sentido, La Nación planteó que la subordinación incondicional de los legisladores
radicales al Presidente significaba la subordinación del Legislativo al Ejecutivo. Esto parecía
evidente en Diputados, donde el oficialismo era mayoría. En esa Cámara, según La Nación,
era apreciable e ilevantable el plan de obstrucción practicado por el oficialismo para evitar
todo posible control parlamentario sobre el Gobierno. Las críticas de La Nación fueron duras
contra el mensaje enviado por el Ejecutivo al Legislativo en la apertura del período de
sesiones ordinarias. Con relación al Senado, La Nación encomió lo actuado por la Cámara
con relación a la intervención a Corrientes y a la comisión investigadora enviada a las
provincias cuyanas bajo intervención federal. La Nación dejó sentada contundentemente la
estricta y exclusiva responsabilidad del gobierno radical por el malogrado año parlamentario
de 1929.
La política de las intervenciones federales por el gobierno de Yrigoyen dio lugar a
reiteradas y contundentes críticas por La Nación.
En el caso de la provincia de San Juan, a las dudas sobre la independencia e
imparcialidad con que actuarían los jueces nombrados por la intervención siguieron las
denuncias sobre la actitud de revancha y no de restablecimiento institucional con que
operaban los comisionados federales. Los cargos que se tornaron más severos ante hechos
concretos de "barbarie" perpetrados contra dirigentes bloquistas: el abogado Castellanos y
el político Aldo Cantoni. Las censuras volvieron sobre el Poder Judicial, acusado de estar
subordinado a la intervención y sobre el revanchismo con objetivos electoralistas partidarios
perpetrado por la intervención. El arco de sospechas, agresiones y transgresiones hicieron
eclosión tras el asesinato de Castellanos. Ante las elecciones de marzo de 1930, La Nación
se ocupó en denunciar la preparación y la consumación del fraude, cargo agravado ante la
convocatoria a elecciones para gobernadores provinciales y senadores nacionales. La
Nación se hizo eco en la generalidad de los casos de las declaraciones del líder bloquista
Federico Cantoni.
Acerca de la intervención en Mendoza, a las denuncias sobre una judicatura sospechable,
La Nación se hizo eco de las denuncias de Carlos Washington Lencinas e hizo responsable
de su homicidio a la intervención, y por extensión al presidente Yrigoyen.
La Nación reprobó sistemáticamente la decisión de intervenir las provincias de Santa Fe y
Corrientes. Asimismo, alertó con firmeza sobre la amenaza de intervención a la provincia de
Entre Ríos.
En política exterior, La Nación se pronunció de manera crítica a la definición política de
neutralismo por el gobierno de Yrigoyen, reputándolo como aislamiento negativo, agravado
por falta de genuina política exterior y de acción diplomática.
Sobre el acuerdo Oyhanarte-Robertson —sin dejar de sostener la importancia de la
relación bilateral con el Reino Unido para los intereses argentinos—, La Nación pasó de
cierto entusiasmo ante las posibles oportunidades del acuerdo a las dudas sobre la
viabilidad de su financiación. Por otra parte, el diario se ocupó en dar señales de alarma
ante los planteos de libre cambio imperial británico a la vez que denunciaba la inacción del
gobierno radical. Asimismo, La Nación deploró la actitud de la Argentina hacia los Estados
Unidos, a la vez que señaló como uno de sus efectos más perniciosos, el afectar la
posibilidad de plantear la cuestión de las tarifas arancelarias.
La política económica del segundo gobierno de Yrigoyen fue caracterizada inicialmente
por La Nación en términos de falta de previsión. Tal cargo fue seguido de la formulación de
perspectivas desfavorables atribuibles al gobierno. Ante la crisis desatada en Wall Street a
partir de la cuarta semana de octubre de 1929, La Nación reprochó al gobierno por su falta
de acción y de idoneidad para conjurar la crisis, sobre todo en las finanzas públicas,
reflejada en la baja del peso. Consideró "indefensa" a la producción nacional. Aprobó
coyunturalmente las operaciones de redescuento y el cierre de la Caja de Conversión.
Finalmente, La Nación trazó un duro cierre sobre la crisis acusando al gobierno de practicar
despilfarros irresponsables de los recursos financieros estatales. Las críticas de La Nación
continuaron con dureza a lo largo del primer semestre de 1930.
10º Certamen Intercolegial de Historia - Instituto Euskal Echea - Llavallol - Año 2012
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
Sobre la política laboral de la segunda presidencia de Yrigoyen, La Nación advirtió más
vacilaciones e inoportunidad que logros; juzgó al gobierno más perturbador que conciliador
entre el capital y el trabajo. Particulares reproches mereció la acción oficial en los
prolongados e intensos conflictos que se suscitaron en la provincia de Santa Fe, tanto en las
huelgas agrarias como en la agitación subversiva en Rosario, amparada por el jefe político
radical. Otro tanto ocurrió ante los conflictos ferroviarios. Muy dura fue La Nación contra
Yrigoyen por el decreto de indulto a Radowitzky y otros condenados.
La Nación reprobó en materia de obras públicas la coherencia y oportunidad de muchas
de ellas; formuló mayores dudas que oportunidades sobre los transandinos con Chile, y en
particular, fue crítico de la obra a Huaytiquina.
También La Nación deploró particularmente el déficit operativo en Ferrocarriles del
Estado.
Muy severas fueron las reprobaciones de La Nación contra el presidente del Consejo
Nacional de Educación. También lo fueron contra las políticas derivadas de la reforma
universitaria de 1919: los casos de las universidades del Litoral, Córdoba y Tucumán
merecieron varios editoriales. La Nación se ocupó en particular del conflicto que hizo
eclosión en diciembre de 1929 y se prolongó hasta la crítica semana de septiembre de 1930
en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. El editorial del 13 de
diciembre de 1929, titulado "Un retroceso en la cultura" resume las críticas de La Nación
sobre política educacional tanto primaria, secundaria y universitaria.
La política militar fue un tema de gran significación en la línea editorial de La Nación
durante la segunda presidencia de Yrigoyen: a la ponderación del general Agustín P. Justo
se agrega la contundente campaña de más de 130 editoriales redactados por el coronel Luis
Jorge García, asociado del ex ministro de Alvear.
La Nación estimuló la acción de los partidos de oposición, pasando de deplorar sus
vacilaciones a encomiar su acción. Ante los comicios del 2 de marzo de 1930, La Nación
alentó resueltamente el voto contra el radicalismo yrigoyenista y definió las consecuencias
del contraplebiscito.
Para examinar el tipo de prédica y de acción editorial de La Nación conviene atender a
ciertas coyunturas:
(1) Del 4 al 14 de mayo de 1929, La Nación atacó predominantemente a Yrigoyen por el
flanco institucional.
(2) Del 4 al 9 de julio de 1929, La Nación apuntó a diferentes climas perversos gestados
por el radicalismo oficialista: de prepotencia ante el Senado de la Nación de arbitrariedad en
las disposiciones de cesantías en la administración pública; de especulación electoral sin
reparo en medios en las provincias intervenidas; de perturbación sindical en Rosario; de
relajo en las actividades educativas; de indiferencia ante los reclamos de los productores
agropecuarios.
(3) Del 14 al 28 de julio de 1929, La Nación denunció variados desaciertos del gobierno:
la vacancia de la Embajada ante los Estados Unidos ante los reclamos de diferentes países
en Washington por la política arancelaria y la no adhesión al pacto Briand-Kellog; la política
militar, iniciando la serie de editoriales debidos a la pluma de García; la huelga porturaria en
Santa Fe; la mora en los pagos a proveedores; la anulación de la actividad parlamentaria; la
persistente anormalidad en el desempeño de las intervenciones federales reflejada en el
Senado de la Nación; las vacaciones de invierno en las escuelas y colegios; la impotencia
ante la agitación obrera en Rosario.
(4) Del 19 al 22 de agosto de 1929, La Nación reiteró sus ataques contra áreas sensibles
del gobierno de Yrigoyen: las relaciones con los Estados Unidos, la política militar y las
relaciones con el Legislativo.
(5) Ante el primer año de gobierno, La Nación centró una vez más sus ataques contra
Yrigoyen. Bajo el título "De orden común" publicó que el líder radical "es un gobernante de
orden común, como los predecesores, con quienes no quiere que se le compare, y no sería
justo compararlo, puesto que sus predecesores —hablando de los que fueron algo en la
historia del desarrollo del país— poseían el sentimiento de su responsabilidad (...) y no se
contradecían con tan visible frecuencia".
En "Balance de un año turbio" sostuvo La Nación que "lo grave es que en el fondo de esa
confusión, de esa declinación de la función de gobernar, de resolver problemas, de dirigir la
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
vida del país, en el fondo de esa continua tentativa de alzamiento contra el sistema
consagrado, no hay una finalidad, no hay un camino perceptible, ni se divisa una idea. Tal es
el balance, y sus propios correligionarios han de sentirse penosamente desconcertados ante
ese espectáculo de inactividad tenaz, de dilación perezosa y de estremecimientos inútiles,
que ponen de relieve tanto la ausencia de rumbo como la debilidad sin disimulo".
(6) Del 10 al 17 de noviembre de 1929, La Nación dejó planteada la importancia que
tendrían las elecciones nacionales del 2 de marzo de 1930, a las que debía llegarse "en
condiciones excepcionalmente propicias al bien entendido interés de la democracia".
Conforme La Nación, el país reclamaba "una rectificación absoluta de métodos y de
conceptos"
(7) Los días 16 a 19 de diciembre de 1929 fueron ricos en hechos propicios para volver a
enjuiciar al gobierno de Yrigoyen: las declaraciones del ex presidente Alvear sobre "el último
período agudo del mal del caudillismo", la ocupación de la Facultad Derecho de Buenos
Aires por los alumnos y el cierre de la Caja de Conversión.
(8) Las denuncias sobre la dislocación del principio federal de gobierno, el sometimiento
de las provincias al gobierno federal, es decir, al presidente Yrigoyen, abundaron.en los
editoriales publicados entre el 7 y el 14 de enero de 1930.
(9) Tras el contraplebiscito, abundó La Nación en editoriales que trazaban un cuadro
sombrío sobre la situación en el Ejército como consecuencia de la politización del cuadro de
oficiales.
Por otra parte, arrancan de entonces al menos tres editoriales muy severos contra el
presidente Yrigoyen. El primero se titulaba "El respeto a las leyes". Otro de los editoriales se
refería a "Política pequeña y delictuosa". Finalmente, "El factor personal en la política
gubernativa" trazaba un cuadro generalizado de desgobierno y prepotencia conjugados.
(10) Del 21 al 27 de abril de 1930, los editoriales de La Nación atacaron al gobierno en
diversas áreas: violencia en Santa Rosa durante un acto de los demócratas; desaciertos en
el Consejo Nacional de Educación y en el Ministerio de Guerra; inoperancia de la
intervención federal en Santa Fe; deficiencias en el abasto de la ciudad de Buenos Aires;
falta de pedido de acuerdo del Senado para el Intendente Municipal de Buenos Aires; quid
del comercio británico en la Argentina; disminución de la producción de petróleo en
Comodoro Rivadavia durante 1929; suspicacias sobre la misión Espeche a San Juan y
Mendoza; persistencia en la manipulación del quorum en la Cámara de Diputados por la
mayoría radical; amenaza de intervención federal a Entre Ríos. A la vez, La Nación aplaudió
las acciones proselitistas desplegadas por el Partido Demócrata Progresista en Santa Fe y
por la Liga Republicana en homenaje a Daniel Videla Dorna. En particular, La Nación
encomió lo actuado por el bloque parlamentario de las derechas para coordinar las
actividades de la oposición.
(11) Los editoriales "Métodos incorregibles", del 27 de mayo de 1930, y "Escamoteo de
minorías", del día siguiente, cierran la descalificación trazada por La Nación contra el
proclamado mandato histórico de Yrigoyen. A la vez, los editoriales "Acción popular", del 2
de junio, y "Entre Ríos", del día siguiente, consolidan el compromiso de La Nación con la
actividad de los partidos de la oposición encaminada resueltamente hacia el abatimiento del
presidente Yrigoyen.
El mes de julio de 1930 fue decisivo en la prédica-actividad de La Nación contra Yrigoyen.
La política militar fue otro tema de persistentes críticas en las columnas editoriales de La
Nación durante aquel mes.
La primera semana de julio cerró con el durísimo editorial titulado "Graves
responsabilidades", en el cual La Nación publicó afirmaciones de éste tenor: "En la era
constitucional no ha de ser posible señalar un período que ofrezca caracteres de
descomposición de las instituciones y abandono de los intereses públicos comparables con
los de la época actual. [...] De un manera inopinada, el régimen constitucional ha sido
profundamente subvertido. Poco va quedando en pie de las partes fundamentales del
sistema. [...] La síntesis de los sucesos y de los procedimientos puestos enjuego en menos
de dos años de gobierno, revela que el país se halla abocado a una situación en que van
desapareciendo las piezas más importantes del organismo constitucional y desatendiéndose
en modo extraordinario el cuidado de los intereses públicos. Sería tarea vana la de negar la
gravedad de la situación".
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
En el editorial "La parálisis oficial", del 11, La Nación concluía sin atenuantes: "La victoria
electoral más importante que se haya producido en el país no ha tenido otra consecuencia
que la supresión casi absoluta del gobierno. Esta aberración inconcebible no podrá ser
contemplada con indiferencia por el pueblo porque sus efectos son cada día más graves, y
no podrá transcurrir mucho tiempo sin que los indiferentes empiecen a descubrir la
significación del problema".
En "El criterio de los nombramientos", La Nación volvía a reprobar la política oficial con el
personal de la administración pública, dado que "en los tiempos que corren, el requisito de la
idoneidad no es tenido en cuenta a pesar del documento en que se le reclama [la
Constitución Nacional], y ha sido reemplazado por el sentimiento de aparcería política".
Sobre el cierre del mes, La Nación, en el editorial "Bajo la prepotencia presidencial",
aseveró: "La tentativa del Poder Ejecutivo de la Nación no tendrá éxito. [...] Los hombres
pasan y las instituciones quedan. Y las instituciones de la República quedarán y serán
restituidas a su quicio por voluntad del pueblo que repudia las maniobras contrarias al
desarrollo de la democracia tal como la han organizado los constituyentes".
Los editoriales de La Nación del mes de julio acentuaron el sombrío cuadro que el diario
venía presentando sobre la situación económica y, peor aún, sobre la conducta del gobierno
de Yrigoyen ante la crisis.
A modo de eco del Manifiesto de los 44, La Nación volvió a cargar contra el radicalismo
yrigoyenista en el editorial "Sin parlamento y sin gobierno".
El desenlace de la crisis de septiembre de 1930 contó a La Nación como un portavoz
calificado. En sus columnas había quedado registrado durante aquellos trajinados meses su
empeño por demostrar el ilevantable fracaso político y gubernativo de Hipólito Yrigoyen en
su segunda presidencia.
La Prensa, en los editoriales y comentarios, mantuvo una línea principista, a tenor de la
cual: defendía las instituciones políticas demoliberales-republicanas y el liberalismo
económico amplio; para ello, apelaba constantemente a normas consagradas por la
Constitución Nacional; afirmaba como valores fundamentales los de legalidad y orden —los
que solía equiparar—, oponiéndolos a arbitrariedad y anarquía; reclamaba asiduamente la
necesidad de mejorar la educación, la moral y la responsabilidad cívicas; aprobaba los
partidos políticos orgánicos y de principios claros; quejábase por el exceso de partidismo y
de faccionalismo en detrimento de la unidad común, así como por la ausencia de una
verdadera élite dirigente; presentaba a la Unión Cívica Radical como "personalismo",
deplorando —en especial— la completa subordinación a Yrigoyen de sus simpatizantes y la
falta de programa o plataforma; observó el retorno de Yrigoyen al gobierno con "serenidad y
ecuanimidad de juicio", y devino implacable en señalarle desaciertos.
El Mundo —el primer tabloide argentino— comenzó a publicarse en abril de 1928; incluía
en sus ediciones bien informados trascendidos del ambiente político.
En La Plata se editaban El Argentino y El Dia.
LA EPOCA
El vespertino La Epoca era informativo y doctrinario, reflejando la posición del radicalismo
de Yrigoyen. La Epoca tenía como objetivos centrales la afirmación del radicalismo, la
promoción pública de la obra de gobierno y la descalificación de la oposición.
El análisis de los 679 editoriales que La Epoca publicó durante la segunda presidencia de
Yrigoyen —uno por día, siempre en la primera página— se ha dividido en cuatro unidades.
El primer ciclo, de 79 editoriales, abarca los publicados desde el 13 de octubre ("La
apoteosis") hasta el 31 de diciembre de 1928 ("Dos meses de gobierno"), en los cuales se
desarrollan como temas principales:
1) El advenimiento de una nueva era de reparación, signada por la unidad gobiernopueblo, por la plena representatividad; optimismo y confianza generalizados por acción y
mérito personal del presidente Yrigoyen (14 editoriales) (17,7% sobre 79 editoriales).
2) La fecunda labor y serenidad de ánimo con que el presidente Yrigoyen resolvió
importantes asuntos de gobierno (34,1%). En particular:
— La defensa de la producción nacional.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
— La expansión del negocio ferroviario, en redes e inversiones, y, en particular, de las
empresas ferroviarias británicas en la Argentina.
— La acción social de Yrigoyen, desarrollada con la habitual actitud compatibilizadora de
los intereses del capital y del trabajo; intervención presidencial conciliadora en varios
conflictos obreros; otorgamiento de mejoras en las condiciones de labor de los gremios que
se habían acercado a la Casa de Gobierno en busca de solución a sus reclamos.
— El elogio de la actitud personal y de los conceptos de política internacional vertidos por
Yrigoyen en ocasión de la visita del Presidente electo de los Estados Unidos de América,
Herbert Clark Hoover.
— El envío de los interventores federales a Mendoza y San Juan.
3) La persistencia en replicar específicamente a los comentarios y/o editoriales de La
Prensa y La Nación.
4) Otros asuntos (7,6%).
El segundo ciclo de análisis de los editoriales de La Epoca abarca los 417 editoriales
producidos entre el 2 de enero de 1929 ("Ruindad, siempre ruindad") y el 2 de marzo de
1930 ("Los comicios de hoy"). Los planteos básicos estaban orientados hacia los siguientes
aspectos:
1A) Carácter y acción positiva del presidente Yrigoyen, jefe del gobierno y líder partidario,
identificado con la Nación y con el pueblo.
1B) Calidad y prestigio del radicalismo; al que se presentaba consustanciado con su líder
y con la acción del gobierno, y cuyos méritos y virtudes cívicas se describían opuestas a los
del régimen y el contubernio.
1C) Efemérides partidarias y efemérides nacionales a las que se relacionaba con el
radicalismo.
2) Apoyo pertinaz del gobierno y la administración radicales, a los que se presentaba
basados en sanos principios, de los que resultaba una gestión eficaz; satisfacción plena de
las expectativas populares; tránsito de la reparación a la construcción; descripción de las
dificultades de la coyuntura, a las que se enfrentaba con entereza y capacidad.
3) Insistencia en la ruptura crítica con el período de Alvear.
4) Presentación de la acción del gobierno en sus distintas áreas:
4A) Economía: promoción de las actividades productivas, finanzas nacionales, obras
públicas.
— Saneamiento administrativo y reactivación funcional de Ferrocarriles del Estado,
considerado un eficaz factor de la integración nacional: ramal a Huaytiquina, obras
portuarias en Formosa y Barranqueras, diversas extensiones de líneas en la región
mesopotámica.
— Etapa renovada en el Banco Hipotecario Nacional.
— Petróleo, vinculado a la legislación propuesta por el radicalismo, conforme principios
de ética partidaria y en defensa del interés nacional.
— Defensa de la tierra pública, de la tierra de propiedad fiscal, particularmente en el caso
de Santiago del Estero.
4B) Mérito de lo acordado con la misión británica encabezada por lord D'Abernon,
presentada además como síntoma del crédito externo nacional.
4C) Política exterior: definiciones doctrinarias y políticas aplicadas.
— Posición argentina ante el conflicto entre Bolivia y Paraguay.
— Relaciones con los Estados Unidos.
4D) Política interior.
— Normalización institucional por las intervenciones federales en Mendoza y San Juan.
— Relaciones del gobierno nacional con las provincias; actos comiciales; pleitos
provinciales; otras intervenciones federales.
— Normalización administrativa; fundamento de las cesantías.
— Resolución del conflicto laboral en Rosario.
4E) Instrucción pública; en particular, las actividades del Concejo Nacional de Educación.
— Conflicto en la Facultad de Derecho.
4F) Salud pública.
4G) Ejército.
4H) Marina.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
4I) Reprobación de actuaciones judiciales; juicios críticos a determinadas situaciones y
pronunciamientos en la actividad jurisdiccional.
5A) Descripción crítica de la actitud de la oposición política en el Congreso Nacional:
deslinde de responsabilidades por la actividad menguada en la Cámara de Diputados;
descalificación de la oposición por el fracaso del año parlamentario.
5B) Descalificación del Senado, en diferentes aspectos y momentos:
— Debates sobre los diplomas en el Senado (Cantoni, Porto, Lencinas).
— Conflictos con el Ejecutivo; rol opositor; expresión del régimen y del contubernio;
oposición sistemática; obstrucción parlamentaria y gubernativa; actitud ante las
intervenciones federales.
6) Absoluta descalificación de los partidos políticos opositores, en particular, los
conservadores y los antipersonalistas, invariablemente denostados como el régimen y su
derivado, el contubernio, a los que se denostaba tanto en lo conceptual y como en lo
operativo (desorbitados, insidiosos, vergonzosos, conspirativos).
En esta segunda etapa, La Epoca acentuó la ya apuntada característica de polemizar con
y de atacar a La Nación y La Prensa. Desató ataques directos contra los dos matutinos, sin
escatimar agravios.
El seguimiento comparativo de los editoriales y notas complementarias de La Epoca, en el
período bajo investigación, demuestra que el afán denostador del vespertino radical hacia
los diarios de mayor prestigio era constante y permanente, abarcativo desde posiciones de
principio hasta factores de coyuntura.
El tercer ciclo de análisis de los editoriales de La Epoca abarca los 178 publicados entre
el 3 de marzo ("Las elecciones de ayer") y el 30 de agosto de 1930 ("Miedo al pueblo"). Los
temas considerados pueden clasificarse en:
1) Evaluaciones y comentarios sobre las elecciones nacionales del 2 de marzo de 1930.
2A) Ponderación y difusión de la actividad del gobierno.
2B) Examen de asuntos específicos de política aplicada.
— Resolución del conflicto ferroviario.
— Instrucción pública.
— Ayuda a los agricultores afectados por la sequía.
— Asuntos de la Capital Federal.
— Indulto a Radowitzky y otros.
— Policía de la Capital.
3A) Relaciones con el Reino Unido.
3B) Relaciones con los Estados Unidos. Mensaje de Yrigoyen a
Hoover.
4) Celebración de postulados y actividades del presidente Yrigoyen correlacionadas con
la exaltación del radicalismo.
5A) Defensa de la política partidaria ante situaciones provinciales.
5B) La situación de Entre Ríos.
6A) Imputaciones a la oposición por:
— Hechos de violencia política.
— Obstrucción parlamentaria. Justificación de los rechazos de diplomas.
6B) Embates descalificantes contra la oposición política, expresada en el régimen y el
contubernio, a los que relaciona habitualmente con La Prensa y La Nación.
El cuarto y final ciclo de editoriales de La Epoca comprende los 5 editoriales aparecidos
en la decisiva semana del 1º al 5 de septiembre de 1930, los cuales serán objeto de una
presentación expositiva particular al examinar cada uno de esos días.
Hacia el desenlace de la crisis, bajo el título "La traición al país", La Epoca redondeó su
condena de La Nación y La Prensa.
La Epoca lanzó como imputación directa —sobre la cual insistió con persistencia- contra
La Prensa y La Nación haber lucrado con los avisos de reparticiones estatales durante la
presidencia de Alvear.
También La Epoca se descargó contra La Razón.
No ha dejado de anotarse que el vespertino radical no logró competir con Crítica en la
influencia sobre la opinión ciudadana.
Ni tampoco con La Fronda.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
LA CALLE
Con el propósito de insertarse en la opinión mediante un diario de matiz popular en su
estilo periodístico, el radicalismo porteño lanzó el vespertino La Calle el 10 de enero de
1928.
Con su habitual tono agresivo, La Calle también apeló al tema de los avisos oficiales para
atacar a la prensa desafecta.
Atento a su carácter popular, La Calle buscó rivalizar con Crítica.
ULTIMA HORA
Ultima Hora era otro de los vespertinos populares del momento.
CRÍTICA
Crítica fue el boom periodístico del momento. La progresiva influencia que ejerció sobre la
opinión pública se apoyó en su carácter de verdadero diario para masas, de tono populista y
sensacionalista; escrito con vocabulario llano, directo, atrayente resultaba muy original en
sus abundantes titulares —desplegados con una peculiar tipografía—, así como en la
presentación de las noticias y los comentarios, frecuentemente acompañados de caricaturas.
Natalio Botana era su director y numen. Suele ser descripto como un empresario
periodístico exhuberante, rotundo, vital e inescrupuloso.
Crítica, que había apoyado decididamente a Yrigoyen en las elecciones de 1928 y durante
los primeros meses de su segundo gobierno, cambió por entero su línea a mediados de
marzo de 1929 de ausencia. Circularon versiones sobre las razones de aquel cambio.
El vespertino de Botana alcanzó tirajes sensacionales para la época: 500.000 ejemplares,
al anunciar el hallazgo del avión piloteado por Ramón Franco, perdido en el Atlántico (29 de
junio de 1929); 560.000 ejemplares, el día del atentado contra Yrigoyen (24 de diciembre del
mismo año).
En agosto de 1930, el tiraje promedio diario de Crítica fue de 267.862 ejemplares,
llegando en el decisivo mes de septiembre del 30 a 353.442.
Probablemente, en las columnas de Crítica ha quedado registrado a lo largo de los meses
el más contundente testimonio del panorama argentino en crisis, de la gravedad del
momento, de la lamentable gestión pública atribuida al gobierno de Yrigoyen. Sin duda,
Crítica contribuyó poderosamente a la arremetida última contra el gobierno de Yrigoyen.
La Razón —el mayor competidor de Crítica—- era un factor de moderación y optimismo
entre los vespertinos.
LA FRONDA
La Fronda tenía como finalidad esencial combatir al radicalismo de Yrigoyen, y lo hacía
cotidianamente con un estilo pertinaz, agresivo, hiriente, desfachatado, burlón. Su sede,
además, servía como lugar de reunión para grupos de ultraderecha.
La Fronda circulaba con buena aceptación entre la clase alta porteña.
La Fronda aludía a Yrigoyen como "peludo", "cacique", "santón de la calle Brasil",
"megaterio"; lo descalificaba plenamente como gobernante, como político y hasta como
persona; solía injuriarlo en los más diversos tonos.
Se refería a los radicales "peludistas" en términos despectivos.
La Fronda patentizaba y extremaba la descalificación de la tríada ley Sáenz Peña radicalismo- democracia, transferida ésta en demagogia, es decir, el consabido esquema
dictadura-anarquía.
Durante el segundo gobierno de Yrigoyen, La Fronda alentó, sin reservas, la misión que
su nombre evocaba: la decisión de una minoría esclarecida de restaurar un orden
sociopolítico preexistente.
1) Mostró su desazón ante las elecciones de abril de 1928.
2) Advirtió acerca de las iniquidades que a su juicio, sobrevendrían con el radicalismo en
el gobierno.
10º Certamen Intercolegial de Historia - Instituto Euskal Echea - Llavallol - Año 2012
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
3) Fijó una posición netamente opositora al gobierno yrigoyenista, desde su primer
minuto.
4) En abril de 1929 planteó la necesidad de organizar la oposición, y de actuar
resueltamente contra el gobierno radical. Fue su primera convocatoria al frondismo.
5) Reclamó de la oposición parlamentaria su "salida a la calle" para "mover a la
ciudadanía", en septiembre.
6) Incitó nuevamente a la acción directa por la toma del gobierno, en noviembre. Fue la
segunda convocatoria frondista.
7) Desalentó toda oposición por vía electoral, ante expectativas en ese sentido, luego de
conocidos los resultados electorales de marzo de 1930.
8) Estimuló la pronta caída del gobierno radical a partir de enero de 1930. Fue su
convocatoria golpista y frondista final.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
Prólogo de HEBE CLEMENTI
"Hipólito Yrigoyen - Mi Vida y Mi Doctrina"
Editorial Leviatán
PERSONAL
I
Los fundamentos de la restauración estaban para mí en la esencialidad de la obra
constructiva que realizamos y en el alma de la Nación, que con acentos y reclamos tan
poderosos nos impulsaba a implantarla. Los pueblos no se equivocan jamás en el ejercicio
de los atributos de la vida pública, mientras elijan hombres libres y honorables que
interpreten sus inquietudes espirituales y sus ideales. Hombres que sean capaces de llegar
a conocer y dominar esas fuerzas imponderables que se generan en el sentimiento de la
comunidad y representan los caracteres vitales de una raza.
Los males que combatí se aumentaban por momentos, pero la grandeza inapreciable de
los movimientos realizados, bastó, por sí misma, para poner término a ellos, e iniciar la
época de la reforma —revolucionaria en sus fuentes más puras. Los pueblos desde que
comenzó el imperio de su soberanía y el ejercicio efectivo de sus instituciones, por la
representación del gobierno legítimo, supieron que no habría proscripción alguna que los
detenga en la acción espontánea de sus pujantes expansiones.
Asumí el gobierno de la Nación sin pronunciar juicio alguno, por mi parte, porque
cualquiera que fueren los que hubiera emitido, no habrían sido sino redundancias, que
nunca significarían tanto como los mismos acontecimientos que culminaron su finalidad en
esa representación.
Como durante mi gobierno, ahora, nada ni nadie me moverá una fibra, sino para
afianzarme en los ideales que me animaron y encendieron mi pasión por la liberación y
redención del pueblo. Por eso mismo callé muchas veces, prefiriendo cumplir mi obra en
silencio, porque ese género de elocuencia majestuosa en su imponencia., lleva impreso en
sí la franqueza y realidad de los hechos, que no dejan opacidad alguna en el pensamiento; y
era, por lo tanto, el verbo apropiado al momento histórico que lo comprendió en sus deberes
supremos y solidarios.
Por otra parte, en tales hechos fundamentales, cobró vigencia el sentido cierto de las
grandes palabras abolidas.
Pensar que los gobiernos de hecho, pudieran convertirse un día en fieles custodios de las
libertades, sería dar muestra de una evidente ineptitud o de una complacencia que no podía
caber en un gobierno como el que presidí, que no tuvo otra norma irrevocable que la de
cumplir con su misión histórica, aplicando los procedimientos que eran la esencialidad de
nuestra prédica en el llano. Una actitud equívoca por parte de la autoridad que tenía misión
tan terminante, hubiera sido también moralmente culpable.
Tengo el sereno orgullo de decir que fui intensa mente comprendido por el pueblo
argentino, que en homenaje y tributo de la patria asumió su defensa y resguardo con las
contribuciones más abnegadas y heroicas. Creo, que fuí interpretado de esa manera, porque
en mi lenguaje llegó a escuchar nítidamente el acento de su propia voz.
La nueva época inaugurada es el resultado de esa labor gigantesca de la U. C. Radical,
genial para concebirla, intrépida para ejecutarla, viril para sostenerla triunfal en la contienda,
noble para no perseguir a los vencidos, ni siquiera con la espada de la ley; generosa y
magnánima, en cambio, para entregar sus prestigios y conquistas al bien de todos abriendo
ampliamente el vasto escenario de la Nación.
II
Es que mi apostolado era más que la efectividad de una jornada libertadora y
reconstituyente. Era el "fiat Iux" de orientaciones permanentes que al señalar los destinos de
la patria, acentuaba todas sus virtudes ingénitas y afianzaba sobre ellas su grandioso e
infinito porvenir.
Así llegamos a la cumbre del Ideal cívico, nítido y luminoso de democracia, fe republicana
y de eminente patriotismo, a pesar de las duras penalidades en la larga jornada y de las
encrucijadas del camino. Así llegamos a la magna sanción de sus postulados entre
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
resplandores de conquistas morales y proyecciones de política fecundante, que será triunfal
en el futuro, cualesquiera que sean los trances de su consolidación definitiva.
Después de realizar la obra, asumo toda la responsabilidad, afirmando que no renegaré
jamás de mis convencimientos, porque ellos se subliman en mi fuero íntimo, para llenar el
cometido de mi vida, y su desvío me espanta como una profanación.
III
La U. C. Radical fué el precioso instrumento de Ias Iibertades argentinas, y ante su
imposición, a mi respecto me incliné reverente y asumí el gobierno con todas las
significaciones patrióticas que simbolizaban su mandato y como imperativo de mi augusto
deber.
Mi compromiso —yo lo sabía— era difícil, pero tampoco ignoraba que no hay nada más
noble ni más eficiente en el hombre que la conciencia de bastarse a sí mismo, en todas las
contingencias y los órdenes de la vida.
La política que apliqué en el gobierno era la que persigue la humanidad como ideal
supremo de su progreso y bienestar. Aquella que hace plácida la vida de las sociedades y
estimula sus actividades y venturas, en la vigencia de un ordenamiento legal equilibrado,
entre las dos grandes fuerzas siempre combatientes: el capital y el trabajo. Naturalmente
que me sentí atraído por el drama tremendo de los que nada tienen y sólo anhelaban un
poco de justicia. Ese poco de justicia que representa el mínimo de felicidad a que tienen
derecho los proletarios de todo el mundo. Esta política liberadora, no fue, a pesar de ello, ni
parcial ni partidaria, ni menos excluyente; se fundamentó en el bien común y dio estabilidad
á todos los avances y al desarrollo económico y social de la Nación.
No he comprometido jamás la absoluta integridad de mi respeto en ninguna situación de
la vida, ni como político ni como hombre. Ahí están mis actividades y mis ideas, todas
transparentes como la misma intensidad de la luz, o más aún como el ideal soberano que las
engendrara.
Me explico la resistencia y la tenaz hostilidad que he provocado en los intereses creados,
dentro del bastión inexpugnable de los antiguos privilegios, al operar la consagración
definitiva de la representación pública, en todas las manifestaciones del gobierno por la
contradicción con las modalidades y sistemas que han imperado durante tantos años.
Creí sacrílega la pretensión del régimen de querer eslabonar su pasado con la actualidad
en el escenario de la República, dentro de un acomodaticio determinismo histórico. No.
Triunfaron mis ideas, mi concepción de la libertad y de la justicia, y las glorias y
prosperidades futuras serán comunes, porque no trasuntan el triunfo de un partido político
sobre otro, sino el triunfo de la Nación para bien de todos. Esta es precisamente la mayor
grandeza del movimiento reconstructivo de la U.C. Radical en la abstención, en la
revolución, en la intransigencia y en la hora de mi gobierno. Por ello pude expresar en el
instante mismo del advenimiento: nosotros no venimos a vengar los daños producidos a la
Nación, sino a repararlos.
IV
Estoy profundamente convencido de que he hecho a la patria inmenso bien, y poseído de
la idea de que quién sabe si a través de los tiempos será superado por alguien, y ojalá que
fuera igual, siquiera, en el esfuerzo ciclópeo que demandaron las actuales conquistas y los
tributos de rígida moral que le consagramos.
Los que nacen con la conciencia superior de los destinos de su vida, nada los fascina ni
embriaga, porque no sólo tienen el más profundo desdén por todos los poderes de la tierra,
sino también, por cuanto pudiera desviarlos de su propia recta orientación. Esto impone un
riguroso estilo de vida y el sacrificio de todo lo que fuera personal.
Las iras de los desplazados, sus ambiciones de regresión, sus reacciones esporádicas,
sus pasiones incontroladas, no van a matar la eterna luz de mis infinitas concepciones, de
integridades absolutas que constituyen mi vida en la patria y mi irradiación en el mundo.
Representa todo ello, una trayectoria de principios inmanentes y directrices y de preceptos
inmutables, que si no han anulado su conciencia para percibir la claridad, habrá de
quemarles las pupilas con los esplendores que deslumbran.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
V
Al terminar el período que cumpliera en la presidencia de la República, por primera vez,
en la historia política del país, de índole constitucional ejercido en la más absoluta identidad
con los preceptos que. lo fundamentaron y en los que se afirmaban mis mejores esperanzas
patrióticas, me sentí inducido a exteriorizar algunos juicios de orden público, que las
circunstancias de estar todavía en las funciones del cargo no me cohibían para hacerlo,
desde que todas mis actividades y consagraciones son esencialmente de carácter nacional;
pero preferí callar.
La U.C. Radical, por sus orígenes, por los hechos producidos y actitudes asumidas para
concretar en la realidad los ideales que sustentara, es una alta conquista de la civilización
argentina y americana, que afrontó las contiendas del supremo deber, con toda abnegación
y con el mayor denuedo, Fue, asimismo rígida escuela cívica del carácter y la conducta,
donde se formaron varias generaciones argentinas, que sirvieron esta insigne causa de la
nacionalidad con el más puro idealismo y las gallardías más varoniles.
Consagrado a la reparación y restauración de los valores esenciales argentinos, no debí
omitir nunca ningún esfuerzo a fin de que no se malograra tan justa empresa. Fue así mi
gobierno un apostolado de moral política, el más eminente y trascendental de que haya
memoria en la historia cívica de la República.
Y no hay osadía más villana que la de intentar hacer creer al juicio público que a mi lado y
en torno mío pudo haber improbidades en cualquier sentido que fuere, cuando es verdad
categórica la de que jamás se ha respirado junto a mí, otro ambiente que el de todas las
dignidades y las más acrisoladas virtudes.
Ello vino a señalar la senda única con las normas señaladas en los orígenes de la patria,
siguiendo sin desvíos ni desfallecimientos los principios cardinales de su augusta
significación Y de su fecunda virtualidad. Las doctrinas y orientaciones que sustento no
tuvieron correlación alguna con las distintas parcialidades partidarias que actuaron en los
escenarios cívicos de la Nación, a las cuales consideré con igual criterio desde que eran
idénticas, en cuanto no tenían otra finalidad que la de los aprovechamientos públicos y la
detentación del poder o de ser, en otros casos, de un reaccionarismo disfrazado de
principios nuevos. De tal modo se sobrepuso mi apostolado, cumpliendo su misión
totalmente distinta en el plano superior de los vastos problemas nacionales y realizándose
en la plenitud de sus concepciones creadoras.
Mis sagradas convicciones han respondido siempre a los impulsos de un hondo y
ferviente amor patrio. Quise que la Nación se perpetuara, derivándose más allá de las
épocas tal como se inició en el escenario del mundo; libertadora heroica de los oprimidos;
rompiendo los ajenos y propios yugos; sin más preocupaciones que las imperativas del
deber y del trabajo que fecunda la vida y que, dueña de una superior civilización, cimentada
por una intensa fraternidad humana, cumpliera ampliamente sus grandiosos destinos. Ese
punto de vista, ese concepto que constituyó la orientación y el afán de mi vida, es el que
formó mi conducta de argentino y mi acción de gobernante.
Las actitudes ejercidas durante mi existencia y los actos producidos en el ejercicio de las
funciones del poder, lo ratifican plenamente, sean ellos de carácter interno como externo,
morales como políticos, sociales como administrativos, en una unidad absoluta de
fundamentos, de finalidades y de principios.
Por tal razón, puedo afirmar que no tengo en el corazón un latido de animosidad contra
nadie. Jamás se ha cumplido un cometido de vida pública con mayor insobornable
magnanimidad. Nunca he preferido una alusión personal acre, porque jamás he
experimentado esa índole de sentimientos, y, hoy mismo, no obstante todas las oscuras y
violentas irreverencias conjuradas, tengo la íntima satisfacción de decir, que si se me
propusiera tener alguna prevención malsana y pequeña, no sabría en quién fijarla.
VI
Desde los albores de mi vida pública, me identifiqué con la empresa redentora de la
patria, para mantener inalterable ese supremo ideal sin desviarme jamás del recto y duro
rumbo.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
Me he plantado con la integridad de mi temperamento y con toda la fortaleza de mi
espíritu en contra de un régimen nefasto que ha malogrado, en gran parte, la existencia
nacional y el destino del pueblo.
Hay momentos en la vida de las naciones, en que los mandatarios deben erguirse
simbólicamente para cumplir los designios sagrados que afrontaron como ciudadanos Y
debían sancionar y hacer ejecutar como estadista.
Yo sé bien que aunque la tempestad de los intereses conjurados haya crujido sobre mi
frente sus más recios vendavales, no ha dejado ni dejará en su serenidad inconmovible el
más mínimo vestigio, sino que resplandecerán en ella los fulgores de los deberes más
solemnes que pudiera interpretar y realizar. Así me erguí en el poder como en el llano,
provisto de toda la autoridad moral de mi historia política contra los falsos
convencionalismos.
La poderosa imposición de un régimen adueñado de todos los gobiernos y devorado por
todas las concuspicencias públicas, requería un carácter inquebrantable en la lucha. Un
alma olímpica con virtudes preclaras en la cual se estrellaran los dardos de los extravíos y
los prejuicios; una clara conciencia del deber y un gran espíritu de sacrificio. ¿Qué más se
necesitaba? Un pueblo grande, noble y valiente como el nuestro.
A toda esa exigencia se respondió y culminó gallardamente en el curso de los sucesos,
en la empresa magna de la Reparación, fueran cuales fueren las abnegaciones, las
vicisitudes y los infortunios que demandaran.
Por mi parte he de decir, al final de la contienda, que ni las persecuciones, ni la injuria, ni
la conspiración del silencio, ni las acritudes del agravio, llegaron hasta mí; no fui enemigo de
nadie, porque no son esas modalidades y sentimientos míos, y porque era demasiado
idealista mi misión redentora, para ensombrecerla con prevenciones personales.
VII
Todo lo he recibido como reacciones naturales de la actitud que he asumido en esa
misión que ha tenido el poder de incorporar tantas decisiones y de vencer tantas
resistencias, porque es superior e inmensa en importancia para los destinos de la Nación.
Las determinaciones de mi espíritu y aun los arrojos de mi carácter no tuvieron signo
hostil contra nadie; por eso mi acción no fue nunca agresiva sino reparadora y aun
protectora. La estabilidad de la patria sobre sus tradiciones de honor y sus bases
constitutivas, su prosperidad creciente y sus glorias inmaculadas, fueron los impulsos, las
iluminaciones de mi voluntad. Obedeciendo a esos imperativos que me absorbieron por
completo, a cuya vanguardia estuve en todas sus irradiaciones, y de conformidad también
con mis propias modalidades, he eludido todas las banales e incongruentes
exteriorizaciones, como me sustraje a los atrayentes halagos de la superficialidad ambiente,
entregado plenamente a las horas de amargura de la patria, a sus cruentas, vigilias y a sus
trances aciagos. Todo ello comprometió mis totales dedicaciones que aparecían
intencionadamente misteriosas para las incapacidades que siempre se evaden a la fecunda
intensidad de las consagraciones superiores.
Cuando en la ya secular perversión era desconocido el anhelo de todo bien público en
formas distintas pero igualmente culpables, templamos el ánimo cada vez más a la serena
contemplación del gran concepto reparador, sin sorpresa, pero con pena, por las
defecciones de los apresurados, que son siempre fenómenos naturales de las
imperfecciones humanas y sin desdén por las apreciaciones de los adversarios que la lógica
de los sucesos los había desplazado de la responsabilidad del gobierno de la República.
Trabajamos sin cesar aún para los mismos a quienes hubimos de remover en su resistencia
al camino de su regeneración v de su nueva vida.
La filosofía profunda de nuestra doctrina y el intenso amor que pusimos al crearla,
idealizarla y propagarla en la conciencia del pueblo, nos hizo tolerantes y humanos en el
gobierno. Representábamos el genio cívico de la Nación, y los genios que trascienden por
sus virtudes, sus juicios y sus méritos iluminando los escenarios públicos con sus poderosas
facultades, conducen a las naciones por el camino de la verdad y de la justicia y erigen las
libertades en sus múltiples y vastas realizaciones.
Ellos son los que determinan los magnos sucesos en las horas difíciles, no sólo para
salvar a los pueblos, sino también para orientarlos por los caminos de su grandeza,
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
haciendo que los propósitos que los dirigen impelan también de buen o mal grado, aún a
aquellos que sólo los comprenden cuando sienten sus benéficos resultados.
Los genios conciben y estructuran una gran causa y la realizan pero no se sirven ni se
aprovechan de ella para sí. La gran satisfacción está en haber interpretado con fidelidad y
lealtad los anhelos y las esperanzas del pueblo.
VIII
En mi gobierno, sin una sola desviación, se han cumplido todos los preceptos de la
justicia y de la libertad, tanto en el orden social, político como económico. Tuvimos que
hacer en un período de gobierno constitucional lo que no se había hecho en casi un siglo de
existencia, y ahí está mi obra para probarlo.
Convocados por la potestad de la Nación, hemos laborado con perseverancia y tenacidad,
desde los más humildes hasta los más ilustrados ciudadanos, en íntima y armoniosa
conjunción de idealidades patrióticas, habiendo elevado la representación pública al más
alto e insigne magisterio político. Hemos señalado las funciones fundamentales que
corresponde desarrollar a cada uno, conforme a los principios de la soberanía de la Nación,
llamando a todas las fuerzas sanas y capaces del país, para robustecer todas las esferas de
la acción en sus justas direcciones y en sus más fecundas aplicaciones. De tal modo se ha
constituido así la más alta jerarquía pública con la más indivisible dignidad nacional.
He ido al poder con las definiciones más categóricas y caracterizadas y desde el primer
momento asumí una actitud que no dejara duda de su significación al renunciar a toda
participación, contaminación o derivación benéfica con el medio que se proponía reparar.
Por el contrario, no sólo infundí a mi misión cuanto hay de noble y puro en el alma humana,
sino todo cuanto alcanza proyecciones elevadas de vida, rindiéndola también en holocausto
a la causa reparadora.
He vivido en la más absoluta integridad de mis respetos, para estar a la altura del honor
de la Nación, absorbido por profundas meditaciones y, vigía insomne de su destino, para
entregarle, así, las fuerzas de mi pensamiento y los frutos de mis desvelos y mis labores.
Di todo lo que poseía en espíritu, en energía y en capacidad realizadora al ideal forjado
para la patria, por mis fervores nacionales, a través de los más rudos sacrificios y los más
amargos desencantos.
IX
El juicio público ha consagrado la obra de la Reparación nacional y la creación de la
soberanía que esplende en las horas actuales ante el mundo y muestra a la República como
un ejemplo de lo que puede el espíritu de un pueblo, cuando se eleva sobre la adversidad y
cuando, idealizando sus aspiraciones —solidario en el bien se propone vencer para su buen
nombre, para su salud y su gloria. Un pueblo que supo comprender, sin ningún esfuerzo,
que el lema de la lucha debía ser, y lo fue, la conquista de un mínimo de dignidad dentro de
un máximo de libertad, para el hombre.
El ordenamiento admirable de los sucesos y el enlace dé los acontecimientos, que han
iluminado los escenarios políticos de la República, por los principios sustentados y por la
orientación de las experimentaciones consagradas, tienen una eminencia tal y una
clarividencia tan ilustrativa, que no es concebible cualquier juicio contrario en su
juzgamiento.
La Nación ha conquistado en una hora prominente el rango y la espectabilidad que no
alcanzó jamás, porque siempre he sostenido que el triunfo no está en el hecho ni en sus
consecuencias, sino en su contenido espiritual, es decir, en el fundamento doctrinario de las
causas y en la integridad insobornable para sostenerlas.
La U.C. Radical, ha entregado toda su mentalidad, su carácter, su tranqujljdad.csu
bienestar. su patriotismo, su sacrificio y su vida misma, a la realización de la empresa
redentora, acumulando todas las calidades que mantendrán su recuerdo en la más viva
admiración del futuro del país, renunciando a todos los beneficios y prestigios en el
escenario de los gobiernos. Así le ha permitido conservar, a lo largo de la obra empeñada,
su firme carácter y su pundonoroso decoro.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
La capacidad superior de que ha dado tan elocuentes testimonios para triunfar en el llano
y organizar jurídicamente la República, desde el gobierno, en medio de una acción
agobiadora y sin descanso, son el mejor augurio y la lógica de los acontecimientos también
lo presagian, porque la Nación ha entrado por fin al pleno y libre ejercicio de su soberanía.
No se sabe qué admirar más: ¡si la magnitud de su vasta y revolucionaria obra social y
económica, o la claridad infinita de sus concepciones idealistas!
X
¡Cuánto podrá decirse de sus beneficios actuando siempre para establecer la concepción
generatriz del gran lineamiento que se ha trazado para salvar el principio de la nacionalidad!
Dentro y fuera de su espíritu ha sido lo que el sol a la vida de la naturaleza. La teoría
fundamental de sus idealidades fue plasmándose en la acción continua, abnegada,
fecundadora del gobierno que elevó, para que marcara con rasgos inconfundibles su
fisonomía moral ante el pensamiento del Universo. Más que para gobernar, se había
congregado para vindicar el honor de la Nación y restablecer el imperio de sus instituciones
básicas por la imposición de la propia soberanía y por la reorganización integral de los
poderes. Sólo por un vigor ciclópeo en su acción y facultades, ha sido capaz de poner
término a los graves males que se cernían sobre la República y salvarla de las irreverencias
que manchaban su dignidad y deprimían sus preclaras tradiciones.
No aplicó jamás en la contienda política ninguna medida que no fuera absolutamente
compatible con la magnanimidad y altura de sus sentimientos y ni siquiera atribuyó a
ciudadanos determinados las responsabilidades de los daños inferidos a la patria, sino a un
"régimen" tan nefando, que no tiene calificativo que le alcance. Sólo buscó su
derrumbamiento por el camino del honor, por las exigencias del deber y por cuanto hay de
sagrado e intangible en el fuero de las naciones, sin prevención alguna contra nadie, y
menos aún con propósitos inconfesables y mezquinos.
XI
Desde el día inicial de mi vida pública, únicamente me propuse como condensación de
mis ideales, libertar a la Nación, renunciando irrevocablemente al honor de gobernarla, y
Dios es testigo de que mis estímulos se hicieron tanto más sagrados con ese imperativo
propósito.
Mi obra no ha sido la de un tiempo dado ni de ninguna circunstancia accidental o
intrascendente. Ella nació en el momento mismo de la causa que la inspirara y no ha tenido
nunca atingencia alguna con las finalidades materiales del poder. Se concreta en una gran
bandera que encarna los anhelos más elevados de la redención del pueblo y señala, por
ello, el recto camino que habrá de recorrer la República para alcanzar la conquista de un
luminoso destino.
Todos los encantos y las complacencias de mi fuero íntimo, consistían en la satisfacción
del deber cumplido como ciudadano argentino, en que debían concretarse los patrióticos
esfuerzos nacionales.
Afirmo que ese ensueño tan fervorosamente acariciado, fue uno de los impulsos
fortalecedores de mi carácter al asumir las responsabilidades de las pruebas, a las que
debía entregar mis abnegaciones y el propósito de mis renunciamientos a los beneficios que
pudieran aportarme.
Bien sabía que no era yo el ciudadano más indicado para asumir la presidencia de la
República, porque así como fui fiel al punto de mira de las maquinaciones desde el llano,
inevitablemente debía serlo desde el gobierno.
Y no era ello porque motivara ninguna justa ni legítima resistencia o prevención por mis
actitudes personales, públicas o privadas, sino porque sólo era concebible mi ascensión al
gobierno para aplicar y caracterizar los principios de orden público que fundamentaron mi
vida y contrastaron todos los intereses espurios creados al amparo de bastardas
impunidades.
Además ya había expresado que siempre es superior la abstracción del ideal sin mácula,
a la dura materialidad del poder.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
Inicié el gobierno afrontando todos los problemas y conflictos que planteaba la pavorosa
situación engendrada, a lo largo del tiempo, por la prepotencia, la ilegalidad, el privilegio, la
injusticia, el desquicio y el desconcepto.
XII
En el orden internacional tuve que plasmar nuevas normas jurídicas contra las
establecidas, para poder así destacar el significado preciso de la independencia y la
integridad de la Nación, en la plenitud soberana de sus atributos, a fin de que alcanzara el
renombre que le correspondía en el concierto de los pueblos civilizados de la Tierra.
Mientras el régimen debatía intereses menguados pretendiendo mistificar la conciencia
pública, yo levantaba bien alto y para siempre las eminentes insignias de la Nación,
demostrando cómo se resuelven las grandes y vitales cuestiones de un país, cuando las
orientan las facultades y capacidades superiores de los pueblos. Las naciones más
poderosas del mundo rindieron el homenaje debido a esas normas de un nuevo derecho
internacional y reconocieron la plenitud justiciera de sus fundamentos. Señalamos, en un
instante crucial de la historia de la humanidad, ejemplos de integridad soberana, en el
resguardo celoso de nuestro derecho, que prestigiaron a la República. Propugnarnos en
tales principios la igualdad de todas las naciones y enunciamos el precepto evangélico de
que "los pueblos son sagrados para los pueblos y, los hombres son sagrados para los
hombres".
Los problemas más arduos y más complejos que pudieran condenarse por lógica
gravitación de los sucesos mundiales, se presentaron a la consideración y solución de mi
gobierno, y todos los afrontó con la más encomiable significación del concepto universal al
que estaban vinculados y .con la más austera conciencia de la autoridad de la Nación.
Los fundamentales principios que profesé siempre respecto a la soberanía y a la dignidad
de mi patria, ya fuera por su concepto ante el país o ante el mundo, se pusieron en vigencia
en el problema de la neutralidad argentina durante la guerra europea. La política deliberada
y austera, que no improvisé por cierto, la había aprendido y experimentado en mis largas
vigilias de ciudadano. La había ahondado y clarificado en el conocimiento de la ciencia
política, en el estudio de los fenómenos sociales y económicos y en la íntima identificación
de mi espíritu con el alma de la nacionalidad, fue por esto que en un momento de universal
desconcierto, puso nuestra patria la nota de altivez y de cordura, tan alta y serena como
rectora, atrayendo sobre sí, primero la sorpresa, la admiración inmediatamente y, por último,
el homenaje de los grandes cerebros del mundo y la ratificación rotunda de los
acontecimientos históricos.
Fui ruidosamente injuriado y calumniado en esa emergencia, y el coro de imprecaciones y
denuestos que en idénticas consonancias se conjuraron contra mí, venía enconado de todos
los resabios del régimen, de los que habían causado el desastre de la República y de
aquellos que dieron la espalda a la causa suprema de la Nación. Indiferente a la diatriba,
continué mi obra pensando solamente en las grandes figuras de nuestro pasado histórico y
en el pueblo. Los anhelos de éste, sus sueños y sus denodados esfuerzos, tuvieron en mí el
custodio más celoso; y, consecuente con el deber que me impuse al aceptar estoicamente el
gobierno —y aunque pareciera inmodestia—, afronté el propósito firme de sacrificarme por
mi pueblo, entregándome por entero a su sagrada causa.
XIII
Frente a todo, me amparaban mis antecedentes, porque es de la más evidente notoriedad
que desde que tuve uso de razón he sido una enseñanza viva del fuero sacro de la vida y un
ejemplo de las virtudes más acrisoladas. Así se explica que haya alcanzado siempre escalas
más encumbradas en que me anticipé a la generalidad. Así se explica, también, que en las
horas de cruciales pruebas para la nacionalidad, haya sido buscado y requerido por los
primeros hombres del país, para ocupar los cargos de mayor responsabilidad, ofrecimientos
que decliné irrevocablemente. Ya se sabe que la U.C. Radical no luchaba por la obtención
de posiciones públicas, al margen de las grandes soluciones de fondo: el restablecimiento
de la legalidad y el Imperio del orden constitucional. Y es por ello que siempre me he sentido
con autoridad, y más con derecho, para llamar a los hombres al deber supremo de todos los
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
argentinos, cualesquiera que fueran las insignias o los cargos públicos de que estuvieran
investidos.
Mis convicciones insobornables y arraigadas, han obedecido siempre a los impulsos de
un fervor acendrado hacia mi patria. Quise en honor de ella que retornara a su posición
histórica y, orientada hacia una positiva fraternidad universal, cumpliera ampliamente sus
grandes destinos.
Resuelto como estaba a libertar a la República, viviendo la hora de mi responsabilidad, he
percibido plenamente la misión que ésta me deparaba y al sentir sus irrenunciables
imposiciones, quise abarcar en una irreductible síntesis reparadora las desgracias colectivas
para redimirlas y, eso ha llenado toda mi existencia, porque los deberes del patriotismo, son
mandatos imperativos e imprescriptibles.
XIV
No obstante ello, el régimen me afrentó. El régimen al que yo he vencido rodeado de
vientos y tempestades, en el más desamparado llano, y desde la presidencia de la
República, liberando a las catorce provincias del sojuzgamiento de un poderío feudal y de
cuantos privilegios y convencionalismos se congregaron en su torno; el régimen, al que he
derrumbado por el impulso de las más puras y firmes integridades que haya memoria en las
redenciones humanas y al que le he impuesto la regeneración bajo el bautizo de los
preceptos de la moral política, de la dignidad nacional y de las virtudes ciudadanas; el
régimen, que no pudo menos que declararse convicto y confeso del proceso de los males
más irreparables, haciendo vivir a la Nación al margen de sus principios éticos y normativos,
de sus preceptos constitucionales, sin brújula ni timón en las orientaciones, tanto en la vida
interna como externa; el régimen, que durante más de dos años de la guerra mundial
soportó abyecto, sumiso y silencioso los atropellos más inauditos a la soberanía de las
naciones y las afrentas más bochornosas al honor nacional. El régimen, decía, me afrentó a
mí, que volviendo por esos agravios y reivindicando su decoro y su insigne significación, y
con actitudes conducentes le ha dado el rango más eminente y grandioso que una Nación
pudiera alcanzar en las pruebas afrontadas; el régimen, al cual jamás rocé con la menor
alusión o referencia personal, y para el que tuve todas las magnanimidades de mis
sentimientos, no haciéndole pasible ni siquiera con la sanción de las leyes y de la justicia,
me faltó durante mi actuación de gobernante a todos los respetos, que a justo título me
guardaron los hombres más espectables del país, poniendo en mis manos, si yo lo hubiera
querido, todos sus poderíos; el régimen me hizo desaforadamente punto de mira de todas
sus vilezas, tramando inauditos planes de todo orden para desviar el juicio público sobre mi
persona.
Contra él, la opinión pública, vidente y resuelta me acompañó en sus determinaciones,
exteriorizando su solidaria adhesión a mis actos de verdadero contenido colectivo; y la
Nación después de haber pasado por todas las pruebas, ha restaurado, vivificante y sin
sombra alguna, el culto de sus generosas consagraciones.
XV
Con prescindencia absoluta de mi bienestar personal, de los más simples goces de la
vida, no tuve en la larga lucha de la empresa reparadora, ni una frase ofensiva o
destemplada para nadie, ni la menor demostración de prevenciones; nada más grato para mí
que ratificarme en esa modalidad, sin que ninguno pueda señalar una contradicción en todas
las incidencias de mi azarosa vida. Yo afronté sistemas políticos y no personas.
Ceñido a la justa interpretación del derecho público en su recta aplicabilidad y en
honorable representación democrática, desenvolví mi conducta rectilínea, sometida al grave
deber moral impuesto por el espíritu de la U. C. Radical, sin detenerme a pensar en nada
que no se refiriera a la vigencia de la ética y del derecho, aun cuando con ello suscitara
rebeldías inconcebibles ante el pensamiento guiador de una renovación impuesta por la
historia.
Hoy creo, como ayer, en la respuesta corroborante y definitiva del destino, ante la
inflexibilidad del principio de justicia que no puede ser desestimado ni destruido por las
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
afirmaciones sigilosas del delito y sus complicidades, cuando median a su potente empuje,
las virtudes firmes de una acción patriótica, sustentada en las fuentes más puras de la
verdad y exhibida en todas las pruebas del sacrificio, con la alta dignidad de su misión.
¡Qué fuera, si no, del arduo y severo mandato que impone la vida a los que la
comprenden en sus vastos lineamientos, si no hubiera un sereno panorama donde
descansar las alas fatigadas del turbulento y recio rodar de las tormentosas adversidades!
XVI
Mi vida está en mi obra de demandas y de afanes infinitos donde para poder plantarse,
desenvolverse y llegar a culminarla, eran indispensables las calidades y las condiciones
esenciales a la magnitud de su histórica trascendencia. Esa ha sido mi única consagración,
cuyos aportes morales y positivos sólo la patria que sintiera sus sublimes inspiraciones
puede saberlo.
Desde su incólume altura, enseñé siempre la justicia de sus idealidades y la probidad de
sus credos, imprimiéndoles las características de una circunspección tan acentuada como
uniforme.
Esa ha sido mi conducta desde las gradas de la opinión pública y en todas las actividades
que me correspondieron, y desde el gobierno todos mis actos llevaron el mismo significado
de esa norma de conducta. Nacido en circunstancias azarosas y desgraciadas para mi
patria, hemos asumido la actitud que la hora nos marcaba, no abdicando del deber que nos
correspondía. Desde entonces no nos pertenecimos, nos entregamos a la lucha por la
liberación argentina. Y supimos que todo taller de forja, parece un mundo que se derrumba.
XVII
No fui jefe de nadie ni de nada, porque me siento infinitamente superior a los menguados
títulos de toda jefatura. Fui, en cambio, apóstol, en cuerpo y alma, de deberes consagrados
al orden público, y de un ideal de redención humana, que será hito perenne de la historia de
la nacionalidad. Por eso tengo la infinita satisfacción de saber que he cumplido cabalmente
con mi responsable tarea, cambiando el curso del destino de la Nación.
Sé bien que soy el símbolo de mi patria en todo cuanto enaltece y orienta su futuro
luminoso. Ante esa verdad incontrovertible, que absorbió mi vida entera, nadie puede pensar
que habré de defraudarla nunca en sus justas esperanzas y en sus legítimas aspiraciones.
He pasado de las filas del pueblo a los estrados del gobierno, y desde mi vida de trabajo
particular a las funciones públicas, sin transición alguna, porque desde el pueblo conocía la
ciencia del gobierno como desde el gobierno conocía la psicología del pueblo.
Dios y la patria saben que yo no tengo en mi alma sino fervores nacionales, y en mi
espíritu solamente decisiones irreductibles para caracterizarlos. Mi esfuerzo desenvuelto
durante tantos años, arriba o abajo, me permiten hacer estas declaraciones libres de toda
suposición ególatra. Sé sencillamente lo que he hecho, y tengo conciencia de la magnitud de
la obra.
En casi toda mi vida de hombre, no he tenido un día de reposo; entregado y absorbido por
una sola y absoluta preocupación sobre la que han gravitado todas mis actitudes y
actividades: la de salvar a la Nación del desastre y el caos por que atravesaba. Cuando el
predominio de las fuerzas oscuras y de los descreimientos confabulados y conjurados
invadió el escenario de los gobiernos y absorbió todas las funciones públicas, me
reconcentré a meditar sobre el hecho que tan inaudito atentado presentaba a la
consideración del deber sagrado de la patria, profundizando todo cuanto podía dar mayores
y más certeros juicios a la solución del problema que desde luego quedaba planteado por la
lógica misma de las leyes universales. Ahí se generó el plan de la lucha: la abstención, la
intransigencia y la revolución, como única forma de rescatar al país de la ignominia. y
estuve, así, más de 30 años de pie, frente a la adversidad y la desesperanza, pero también,
frente al pueblo argentino.
XVIII
¡Benditos sean los que piden transigencia en las actitudes personales; pero los que la
piden en el orden de los principios, malditos serán para siempre! No habrá poder humano
que me haga transigir con las conculcaciones, con las irregularidades, con las agresiones,
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
con la deshonestidad, ni con el vicio, en ningún sentido, en ninguna forma, ni por ninguna
razón.
Sabe la Nación que si las cruentas reacciones de la opinión no ensangrentaron los
escenarios públicos que provocara la agresión de tantas injusticias, ultrajes y atentados a la
dignidad nacional, fue porque impertérrito e inquebrantable puse mis esfuerzos para evitarlo,
por más que algunas veces la dimensión de los escarnios se colmara y produjera dolorosos
desgarramientos, que signaron viriles gestos de la ciudadanía argentina.
El espectáculo de la absoluta unidad de mi vida, orientada por la ideología fundamental
de la reparación nacional y mi inclinación total por todo lo que fuera propio de la obra que
realizo por la patria y para la patria, constituyen el testimonio más integral de su significado y
la explicación más responsable de mi rectitud en los juicios y de las exactitudes en sus
explicaciones.
XIX
Ya he demostrado de la manera más palmaria y evidente que he ido al gobierno de la
República bien capacitado para dirimir y resolver, sin hesitación alguna, todas las cuestiones
y problemas que plantearan las gravitaciones de cualquier orden que fueran y en cualquier
sentido que se exteriorizaran, y me he abocado a ellas con la misma serena entereza y
segura confortación de juicio con que afronté la más formidable cruzada reinvindicatoria de
los tiempos. Esclarecimos entonces la conciencia ciudadana, demostrando un concepto de
los sucesos y acontecimientos y de los derechos primordiales del hombre de nuestra patria,
que no fue ni siquiera vislumbrado por los que tan pérfida como malignamente querían
negar, desconocer o dar aspectos distintos a las luminosas orientaciones de mi vida. Todo lo
he contemplado en justa razón y apropiado tiempo en las concepciones más eminentes y
con caracteres totalmente extraños al nivel común.
Si esta marcha hacia un fin cual ninguno más justo y venturoso, ha despertado
prevenciones y recelos, ellos guardan relación con el antagonismo de los móviles y los
propósitos públicos. Son los contrastes de las distintas situaciones y actitudes, siempre
antípodas, y así como no ejercieron ninguna influencia sobre el fundamento de mis ideales,
siguiendo inmutable el apostolado que concebí y afronté desde el albor de mi vida, estaba
resuelto, cualesquiera que fueran las contingencias que ello me deparara, a no desviarme
por consideración alguna, desde que ese noble ideal representaba la redención del pueblo
argentino.
XX
He obrado en todo con la devoción que requería la más bella de las empresas humanas:
la salvación de la patria; y por el designio que me animaba, no podía distraer mis actitudes a
otras consagraciones.
Mi misión era desenvolver y afianzar los mandatos, para mi sagrados, de la revolución,
acentuando sus consagraciones donde quiera que la seguridad del fundamento primordial lo
requiriera, cual fuera la de mantener intacto y libérrimo el derecho electoral, base única y
condición indispensable del honor político de la Nación, como al fin se ha logrado obtenerlo.
Las críticas interesadas por perversas e intencionadas que fueran, no llegaron jamás a
tocarme, porque demasiado sé que estoy acorazado con los respetos más altos de que
pueda estar revestida la personalidad humana, y ellas no alcanzaron a tener influencia
alguna en las decisiones de mi espíritu ni en la idealidad subjetiva de mis propósitos.
No he deslumbrado, en nada ni a nadie con las insignias presidenciales, sino con las
ideas y los bienes correlativos en los propósitos y en las medidas apropiadas. El honor
nacional, la dignidad pública y la virtud representativa que los acontecimientos ejecutados
lograron sancionar y cuyas idealidades surgieron de las profundas meditaciones de mi mente
y de las santas inspiraciones de mi alma, no se malograrán en sus justas efectividades,
mientras mis sienes alienten un soplo de vida y la Nación mantenga la austera integridad de
su "apostolado redentor".
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
XXI
He vivido en comunidad con el espíritu de la patria, y esa comunidad hace cada día más
sublime la imagen de las mutuas ensoñaciones.
Compartir tan solidariamente la dilucidación y la prueba del vasto problema,
comprendiéndolo en absoluta identificación, es realizar en su expresión más superior y más
noble los destinos de la Nación, después de haber reasumido la suma del ideal que
naufragara en las infecundas turbulencias de la política militante.
Esa impresión consoladora, esa idealidad plena de belleza, esa evocación se
representaba siempre como una visión en mi espíritu, sea en las sugestiones del
recogimiento meditativo o en la intensidad del genio universal que resplandecía en mis
soledades. ¡Eran las eternas fuerzas del espíritu que se encendían en mi 'mente, en forma
de transfiguración! ¡Esa potencia creadora me impulsaba al destierro voluntario de las
vanidades humanas, y se erguían majestuosamente trazando los horizontes inefables, en los
cuales se percibía una vibrante apoteosis de la grandeza de la patria!
Fue, pues, en el ambiente de ese grávido recogimiento donde se gestaron los medios y
las formas de la lucha, que servirían luego como técnica de acción, a la U. C. Radical, y que
son: La Revolución, la Intransigencia y la Abstención.
Con la Revolución se propuso mantener en pie de permanente rebeldía —en la
conspiración constante— a la ciudadanía argentina, contra los usurpadores del poder. Con
la Intransigencia se encerraban los postulados del Dogma, en una interpretación ortodoxa e
intangible. De tal modo, se hacía imposible la desvirtuación de su sentido ético e histórico en
entendimientos o uniones con facciones políticas a las que siempre habíamos combatido.
Con la Abstención se lograba evitar que gran parte de los ciudadanos cedieran a los halagos
de las prebendas y del usufructo de las cosas materiales a cambio del debilitamiento de sus
conciencias de hombres libres. Era ese modo duro y sacrificado de probar el temple de los
mejores y resguardarlos como reservas morales para continuar con la larga lucha, hasta el
día final de la victoria.
He querido, de modo sintético, demostrar cuánto afán y fervor se puso en la gran tarea, y
cuán clarividente fue el espíritu de la nacionalidad y cuán definidos en sus juicios y su
conducta al sus traerse, a costa de enormes padecimientos Y privaciones, de toda influencia
perniciosa, Y que se conjugaba llevando en sus sentimientos los atavismos del pasado
ilustre.
He dicho otras veces que el movimiento no sólo salvaría a la Nación del presente, sino
que germinaría en su magno porvenir, y para los que no se aperciban de que una
generación de ideas nuevas y liberadoras avanza incontenible Y resuelta por los caminos de
la patria, ésta es la hora de toda persuasión.
XXII
Ha sucedido ya 10 que yo hubiera previsto y manifestado a los gobiernos del régimen,
que pre tendían la imposibilidad de mejoramiento alguno. porque los vicios y las
declinaciones eran de todas las capas sociales; que tan pronto como hubiera un presidente
de honor público, todo y todos se ajustarían sin conducta a esa atmósfera de probidad, de
rectitud y de justicia. Acaba de exteriorizar el país y puesto en marcha la más austera
moralidad política, con rígido y honesto proceder en su ejecución integral que representa las
labores técnicas, administrativas, científicas y culturales.
Como todas las grandes conmociones sociales, que procuran trascender en soluciones
rectoras para el progreso de las naciones, he formado una escuela de ética superior y
fundido su carácter en un modelo de estructura estricta e inquebrantable.
Como todas las grandes conmociones sociales, que procuran trascender en soluciones
rectoras para el progreso de las naciones, he formado una escuela de ética superior y
fundido su carácter en un modelo de estructura estricta e inquebrantable.
Son ésos los sucesos vitales que nos dan a conocer, traduciendo las fuerzas y las
energías, y los sentimientos patrióticos, de que es capaz un pueblo que así se conduce,
poseedor de bienes morales superiores.
En un acontecimiento pasajero bien se conciben los entusiasmos que puedan emanar de
muchas circunstancias momentáneas, pero la decisión de un pueblo por un lapso tan
dilatado en la sucesión indeclinable de sus actitudes, pasando de generación en generación,
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
no pueden nacer sino de causas fundamentales, que arraigan en la esencia de su espíritu,
en su tradición histórica, en los llamados genésicos de su tierra, y en los solidarios deberes
y responsabilidades para cumplirlos.
XXIII
Si no tuviera la seguridad de que he obrado en virtud de mandatos solemnes de la Nación
que, Dios mediante, no habrían de malograrse ni en mi pensamiento ni en mi acción, la
propaganda del régimen, síntesis de sus lógicas actitudes y de sus fraseologías
empedernidamente falsarias, me hubieran dado toda la evidencia de que así era.
Tengo tal y tan profundo convencimiento de la grandeza y magnitud de la obra realizada;
la siento en el presente y la veo en el porvenir de proporciones tan vastas en el orden de las
perfecciones constitutivas del espíritu humano; estoy tan poseído de que ella será foco
permanente y cada vez más luminoso de las orientaciones Y conquistas del genio de la
patria, que si no fuera por las lesiones irreparables Y las inmolaciones desgarradoras
causadas por el régimen, miraría el contraste como una aparición propulsora de una prueba
destinada a esclarecer y dar relieves inaccesibles a una predestinación infinita.
Así el genio de la Nación alcanzará una vez más formidables dimensiones creadoras y el
testimonio señero de sus perennes ejemplaridades.
Así se han realizado todos los acontecimientos humanos: por la concepción del ideal
primero, y por su íntegra materialización después; y sólo fracasaron por el desvío o por la
apostasía, puesto que aun en el error, la pureza y honradez del concepto da siempre la
solución, ya que el punto de partida ha sido justo. Así el ideal argentino se esparcirá en todo
su magnífico brillo, reflejado en el espíritu de la Nación y en el progreso de sus instituciones
democráticas, y de sus fuentes de trabajo y de riqueza.
XXIV
Desde cualquier punto de vista que se mire y cualquiera de la posición en que se
encuentre, no se podrá dejar de reconocer que la acción repara dora ejercerá sobre el
destino del país una gran influencia: y más en esta hora en que se abren nuevos horizontes.
En efecto, todos los principios que promueven instituciones sabias y generosas y, en las
relaciones que de ellas nacen, aseguran su influencia decisiva en el cumplimiento de los
bienes inherentes a los fines humanos.
Así es como la aurora de las instituciones libres ha resplandecido sobre los pueblos y el
sol de la justicia no tardó en levantarse también sobre ellos para iluminarlos con radiante
brillo. Quisiéramos tener poder, nada más que para realizar el bien que anhelamos y para
probar a los descreídos los verdaderos problemas de la vida, demostrando así la enorme
diferencia que va entre lo que es y lo que inevitablemente tendrá que ser. Un mundo nuevo
nace. En ese mundo será protagonista del acontecer social y económico, el pueblo; esa entidad genial que suma en su masa anónima, lo auténtico y genuino de las razas.
Cuando la vida se funde en una aspiración suprema de justicia, de derecho, de honor y de
verdad, hacia los cuales nos llevan los impulsos generosos de nuestra propia alma, no sólo
debemos resguardarnos de todo aquello que pudiera desvirtuarnos y empequeñecernos,
sino que debemos transformarnos en apóstoles incorruptibles de tan nobles aspiraciones.
Me fue dado asistir, naturalmente, al primer 12 de octubre de la libertad soberana y
liberación redentora de la Nación. Fue la explosión inenarrable de los hosannas jubilosos
que partían de la multitud enardecida y fervorosa, en el instante crucial del día esperado,
que se transformaba en efemérides histórica de los grandes fastos nacionales. Esa vibración
espiritual, esa arrebatada exaltación de pueblo, conmovió mi corazón hasta las fibras más
íntimas, fijando en mi alma, la emoción de un acontecimiento entrañado e impar, tal vez el
supremo de mi vida. Acababa de recoger, en un laurel ideal y sin mácula, el más alto y
generoso premio a tantas consagraciones y tantas amarguras padecidas a lo largo de la
áspera lucha por la libertad de mi patria.
En ese instante solemne, desfilaron ante mi vista las figuras próceres del pasado glorioso
y era en la plaza histórica el mismo fervor Y los mismos ideales que se encendieron en
Mayo.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
XXV
El día más venturoso, si cabe, será aquel en que veamos definitivamente consolidados
los postulados ideológicos que integran Y definen la obra de la U. C, Radical, con la
satisfacción de ver nuestra patria retomando sus amplias rutas en el libre ejercicio de su
soberanía y bajo el amparo de las instituciones democráticas más sabias del mundo. Por eso
concitamos a todo el país entero a cumplir ese programa, único, verdadero y fundamental,
eslabonando el punto de partida con el presente, porque es necesario vincular la obra
reparadora actual con la gesta de la Independencia, con la de la organización nacional, y
con la reivindicación de sus atributos legítimos.
Debemos lograr el éxito final, porque para ello le ha sido dada la capacidad revelada por
el país en las duras pruebas de lucha, conservando intactos sus ideales, los sentimientos y
los hábitos de nuestra tradición moral en el ejercicio reverente de las instituciones
fundamentales.
Para continuar siendo todo lo grande y constructivo que es este movimiento, debe
prolongarse íntegro en sus luminosas idealidades. Es de tal modo, como por la escala
ascendente del ensueño y del esfuerzo fervoroso se ha alcanzado la infinita conjunción de
latidos que constituyen la prieta armonía de los sentimientos nacionales, sin la más leve
disonancia. Y que nadie se extrañe que aluda al ensueño; esa fuerza imponderable del alma
humana, que idealiza la vida y la sublima, ya que sin su influjo quién sabe si hubiéramos
podido vencer la áspera dureza de la lucha.
Penetramos en el santuario sagrado de nuestra conciencia, levantando el espíritu para
considerar los grandes objetivos que nos animaran al asumir la recia prueba que hemos
realizado con tanta virtud como patriotismo, con el claro y sereno conocimiento de la
historia, y fortalecidos por nuestros propios principios y austeras normas de conducta,
aplicando las facultades de las que estamos revestidos a las más rectas orientaciones v a
las enseñanzas generosas y fecundas en condensación de un ejemplo rector que corone el
fundamento de una trascendente trayectoria histórica.
XXVI
He sido injuriado y calumniado, pero hieran como quieran, que íntegro me encontrarán
siempre con la conciencia de no haber hecho daño a nadie; y esas bajas villanías no
llegarán jamás a alcanzarme en sentido alguno, cualquiera sea la imputación que me lancen,
por más osada que fuere. Mediten ellos, los empeñados en seguir conspirando contra el
bien, la prosperidad y la ventura de la Nación. Fracasarán en su vil intento. La Nación me
sabe y me conoce por completo, porque no he vivido sino para ella, en las finalidades de mi
pensamiento y trabajando en las soluciones de sus peligros y de sus destinos.
Mi contextura interior, la calidad de mi espíritu, no tienen mezcla alguna. Como no la
tienen mis ideas, ni mis ideales. Hasta ahora, deliberadamente he guardado un inviolado
silencio, del cual salgo hoy para hablar al pueblo —en forma sencilla y llana—, pues él es el
único juez de mis actos, y porque he querido que ellos fueran sometidos a su juicio
inapelable. Pero yo sé quién es el pueblo.
Nadie lo ha visto como yo; nadie, como yo, tampoco, jamás tan plenamente lo ha
encarnado.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
G ABRI EL DEL M AZ O
" E l R a d i c a l i s m o - E n s a yo s o b r e s u h i s t o r i a y d o c t r i n a "
E di t or i al Rai gal
Yrigoyen tenía un esquema para la política externa argentina al que ajustó su accionar
coherente en cuanto a las iniciativas propiciadas por nuestro gobierno y las medidas
tomadas en respuesta a hechos y situaciones provenientes de otros gobiernos. Sus notas
características fueron:
-Igualdad de todos los Estados y respeto a la soberanía y la dignidad de las naciones
pequeñas.
-Autodeterminación de los pueblos.
-Solidaridad y cooperación iberoamericana sin hegemonías.
-Comercio con todas las naciones.
-Neutralidad activa ante la guerra europea.
-Libertad de los Mares.
-Protección de la propiedad privada en la guerra marítima.
-Restricción del concepto de contrabando de guerra y su reglamentación internacional.
-Declaración de que los productos naturales no deben ser considerados contrabando de
guerra.
-Credibilidad de la conducta exterior de los gobiernos.
-Imperio del derecho --arma de los países materialmente débiles-- y vigencia de una
moral internacional.
Aquí es necesario acotar que las condiciones de la neutralidad argentina durante la "gran
guerra" eran muy diferentes de las se dieron durante la segunda guerra mundial.
Recordemos que en 1916 aún no habían aparecido el fascismo y el nazismo; la Argentina
progresaba con vaivenes y lentamente pero con rumbo cierto y con una creciente movilidad
social hacia una democracia mejor, sin aquellos virus mortales cuyas vertientes criollas se
ensañaron con nuestra sociedad en las décadas siguientes.
A comienzos de abril de 1917, un velero de bandera argentina, el "Monte Protegido",
fue echado a pique por un submarino alemán. Galvez recuerda: <<Las manifestaciones se
suceden de día y de noche. Los más patriotas de esos manifestantes asaltan a algunos
comercios alemanes. Un diario acusa a Yrigoyen de sufrir una "crisis aguda de petulancia y
engreimiento a la manera de Rosas" o de "estar en plena inconciencia, ajeno a sus
responsabilidades". En las calles se canta La Marsellesa, se apedrea a un diario neutralista,
se intenta incendiar la imprenta de un periódico alemán. Carga la policía y hay heridos. El
gobierno restringe las manifestaciones callejeras.>>
<<El país se ha dividido en dos campos: los rupturistas y los neutralistas. Los primeros
son llamados también aliadófilos. Estos llaman germanófilos a los segundos. En el bando
aliadófilo está casi todo el país.>>...
<<Rupturistas y neutralistas son enemigos a muerte. Por causa de la guerra se rompen
amistades, se deshacen matrimonos. El odio nos envenena, alimentado por una parte de la
prena aliadófila. Los rupturistas hacen listas negras. Se boicotea a los comerciantes que
simpatizan con la neutralidad o que llevan apellidos germánicos.
Qué razones dan los rupturistas para exigir que el país abandone la neutralidad? Dicen
que nosotros, como latinos, debemos estar del lado de Francia y de Italia; que debemos
oponernos al despotismo germánico, porque somos un pueblo libre y democrático; que, por
gratitud, tenemos la obligación de seguir a Inglaterra, pues ella, con sus capitales, ha creado
nuestros progresos; que a Francia somos deudores de nuestra cultura; y en fin, que Francia,
Inglaterra y Estados Unidos son los países de la libertad y en esta guerra combaten por la
salvación del mundo. Pero el principal argumento de los rupturistas es éste: aseguran, con
absoluta convicción, que la actitud de Yrigoyen crea al país un aislamiento suicida. Cuando
pase la guerra --dicen--, los pueblos aliados no comprarán nuestros productos y no nos
prestarán dinero, con lo cual nos arruinaremos y nos hundiremos en la barbarie.>>...
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
En el discurso con el que recibió las credenciales del representante diplomático de
Bélgica, país avasallado por los ejércitos alemanes en violación de su declarada neutralidad,
queda probado lo tendencioso de la acusación de germanófilo de sus enemigos: <<La causa
de Bélgica>> --dijo-- <<es, además, en los momentos actuales la causa de la independencia
y del derecho de las naciones; y la humanidad quedaría herida en sus sentimientos más
profundos si los principios de justicia en que descansa no fueran perennes ni sagrados. Creo
en el poder y en la soberanía de esos principios inmutables en la historia del mundo a pesar
de todas las vicisitudes>>.
Lo que acabamos de leer da la clave para seguir el hilo conductor de la posición de
Yrigoyen ante el conflicto. No iba a tolerar que se tironeara a su gobierno en uno u otro
sentido. Se abroquelaba en su decisión de adoptar las medidas que a su leal saber y
entender eran las que convenían para su país y su pueblo. A eso se había comprometido al
prestar el juramento constitucional; para él: <<desempeñar con lealtad y patriotismo el cargo
de Presidente de la Nación>> no eran palabras solamente. Su intransigencia principista se
enfrentaba con las presiones externas y con las de la opinión pública. Nada más alejado de
la demagogia que su política exterior.
Los distintos episodios que jalonan esta época difícil sólo se explican mediante esta
clave; de otro modo serían incoherentes y contradictorios.
La visión de estadista de Yrigoyen se reflejó nítidamente, en su proyecto de convocar un
congreso de naciones latino-americanas no beligerantes para coordinar su política con
respecto a la guerra y evitar que <<cuando en el próximo Congreso de la Paz se modulen
por medio siglo los destinos del mundo, se disponga de nosotros como de los mercados
africanos>>.
Durante la guerra Yrigoyen protesta con el mismo rigor por los atropellos y las
prepotencias de uno y otro contendiente: es expulsado por inconducta en 1917 el
representante diplomático alemán en Buenos Aires, el conde Von Luxburg, al haberse hecho
públicas sus expresiones injuriosas para con el gobierno argentino. Pero también pone en su
lugar a los aliados: con firmeza se niega a que la armada de los Estados Unidos, al mando
del Almirante Caperton, entre al puerto de Buenos Aires "incondicionalmente", como
pretendía la Embajada norteamericana. Yrigoyen le exige el cumplimiento del pedido de
permiso previo y así convierte en una visita de cortesía, lo que estaba previsto como un
atropello más. Siempre siguiendo a Galvez: <<La escuadra es recibida jubilosamente. El
gobierno acoge a los jefes con clara amabilidad>>. (Se da un almuerzo a la marinería.) Así
como consiguió hacer valer su posición frente Alemania, altivamente hace respetar la
dignidad argentina por los Estados Unidos.
Al producirse otros dos ataques a buques argentinos, el "Oriana" y el "Toro" por parte de
submarinos alemanes, manifiesta su sorpresa por la reiteración de los ataques. El gobierno
alemán contesta que: <<el sensible incidente no ha sido causado por la menor falta de
respeto al noble pabellón de la República Argentina, ni de parte del gobierno alemán, ni de
parte de la marina imperial>>. Y promete que desagraviará al pabellón. Hasta ahí llega el
reconocimiento alemán; pretende haber procedido de acuerdo con normas internacionales
vigentes sobre presas neutrales, en el caso de llevar contrabando, como sería el del "Toro".
El gobierno argentino contesta exigiendo que el conflicto sea resuelto, no mediante
<<convenciones que le son extrañas o por imposiciones de una lucha en que no participa>>,
sino <<por principios y doctrinas inalterables>>.
Finaliza la nota declarando que <<el gobierno argentino no puede aceptar que se limite la
libertad de su comercio ni se menoscabe su soberanía.>>
Para sorpresa general, --como lo dice Galvez en la biografía de Yrigoyen-- el orgulloso
imperio alemán se aviene a la pretensión de la república sudamericana y propone <<reparar
el daño moral y material y reconocer la libertad de los mares a los barcos argentinos,
siempre que nuestro gobierno se comprometa a que no salgan más buques con su bandera
hacia las zonas de guerra>>. Sigue diciendo Galvez: <<El triunfo ya está obtenido, con ese
reconocimiento de la libertad de los mares para nuestros buques. La exigencia del gobierno
alemán en poco o nada puede afectarnos>>... <<Por grande que sea el triunfo, él no puede
aceptar el compromiso que se le exige. Y ante el estupor del ministro alemán, Yrigoyen
rechaza en absoluto su proposición>>.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
En las calles el tumulto es incontrolable, parece que todo el país pide la ruptura con
Alemania. <<Pero ¿cómo ha de incurrir Yrigoyen en la inmoralidad de esa ruptura cuando se
está tramitando la solución del conflicto? Su deber es esperar la resolución alemana, que no
tarda en llegar. El gobierno imperial accede a todo cuanto ha exigido el nuestro:
indemnización del daño moral y reconocimiento a los barcos argentinos del derecho a la libre
navegación de los mares. ¡Triunfo fantástico! La poderosa Alemania nos concede, a
nosotros, solamente a nosotros, lo que ha negado al mundo entero. Jamás se ha visto nada
semejante. Sólo Hipólito Yrigoyen ha podido conseguir una cosa así!>>
<<Años después, terminada la guerra, se realiza, el 21 de septiembre de 1921, un
homenaje a la bandera argentina. Puerto de Kiel. En el acorazado Hannover, donde está la
enseña almirante, la oficialidad y la tripulación visten de gala. El ministro argentino pasa
revista a la guardia de honor, que presenta las armas. Se iza nuestra bandera en el palo
mayor. Himno Nacional argentino. La tripulación presenta otra vez las armas. El secretario
de Estado interino pronuncia unas palabras, entre las cuales se oyen éstas: "...cumplir ante
el pabellón argentino una deuda de honor que proviene de los años de la guerra.">>.
Ese desagravio fue el resultado de la tenaz y genuina convicción de Yrigoyen sobre el
car cter de la neutralidad que imprimió a su gobierno. Alemania no pudo menos que
reconocer el coraje cívico del Presidente argentino, de negarse a romper relaciones y
declararle la guerra a pesar de la presión de los otros países beligerantes. Prestemos
atención a este hecho simbólico, que refleja un resultado político positivo para nuestro país,
debido a la conducta principista y realista del Presidente Yrigoyen. Haremos estribo en él
para demostrar que la actitud digna de su gobierno, de mantener a todo trance la neutralidad
--actitud dictada por principios nobles y por un sentido genuino del verdadero interés
nacional--, tuvo una impensada, extraña y sorprendente consecuencia muchos años más
tarde. Volveremos sobre esto.
<<Vista la cuestión retrospectivamente, nos parece que la conducta de Yrigoyen fue
inteligente y adecuada>>. Esta es la opinión que merece esta etapa de nuestra política
exterior, según Floria y García Belsunce en "La Historia de los Argentinos".
Al respecto Félix Luna afirma: <<La conducta de Yrigoyen frente a la guerra fue la
afirmación argentina de su independencia espiritual, de su anhelo de servir prácticamente a
la realización de un mundo mejor, sin compromisos para nadie, pero tampoco sin temor a
nadie. De nada valió que la presión para que abandonara esa línea se hiciera por momentos
asfixiante. Formidablemente tozudo, Yrigoyen fue auténtico hasta el final. Por encima de la
grita de los plumíferos, por encima de los editoriales agraviantes, por encima de las
puebladas irresponsables, sintió Yrigoyen el mensaje oscuro y recio de la tierra.>> ... <<Por
eso Yrigoyen persistió. Hoy nadie niega su visión. Pero en su tiempo debió echar mano a
toda su entereza para mantenerse enhiesto en una postura que aún los que la defendieron
no alcanzaron a sospechar hasta qué punto tenía importancia como intento de
reenquiciamiento del país.>>
Recordemos que en vasco el apellido Yrigoyen significa: "Señor de los Altos o Dueño de
las regiones altas." ¡Hasta en esto cumplía su destino!
Así como exigía con firmeza --tal cual lo hemos visto-- el respeto a la dignidad del propio
país, sostenía los mismos principios con relación a los demás países hispanoamericanos.
Recordemos que Colombia, México, Nicaragua y República Dominicana sufrieron el
avasallamiento de sus soberanías por las intervenciones militares de los Estados Unidos y
ocupaciones ilegítimas durante las presidencias de Teodoro Roosevelt, Wilson, Harding y
Coolidge.
En 1920 el crucero argentino "9 de Julio" navegaba por aguas del Caribe y se dirigía a
Santo Domingo, que se encontraba ocupado por fuerzas norteamericanas. El comandante
del buque recibe la instrucción del presidente Yrigoyen de entrar a puerto izando la bandera
dominicana y sólo saludar a ese pabellón y no al de las fuerzas de ocupación. Advertido del
gesto de la nave argentina, en la rada una multitud enarbola la bandera dominicana la que
recibe así la salva de 21 cañonazos. Este episodio quedó grabado en forma indeleble en la
memoria del pueblo dominicano, que bautizó con el nombre del presidente argentino el
malecón donde se desplegó aquella bandera.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
Su política económica externa fue sumamente exitosa. Creó la oficina comercial de la
cancillería y abrió nuevos consulados en lugares en los que podían ampliarse las
oportunidades de intercambio. Yrigoyen conducía personal y efectivamente la política
exterior. Todas las decisiones de su gobierno en este campo tienen la impronta personal de
su estilo. Tuvo para ello un inestimable colaborador e intérprete, el Canciller Honorio
Pueyrredón.
Dispuso el reconocimiento de los nuevos Estados que surgieron después de la guerra
mundial, cuando estos cumplían con los estándares mínimos para desarrollar una vida
independiente. Lo hacía por principio y al mismo tiempo previendo la apertura de nuevos
mercados para nuestros productos.
Pocos gobernantes han concitado sentimientos tan extremos como Yrigoyen. Hubo
desmesura en exaltarlo y en denigrarlo. Con todo, en lo que hace a su política exterior --por
la que recibió tantos ataques--, algunos de los más acendrados opositores reconocieron sus
aciertos o al menos respetaron sus posiciones principistas. A lo largo de los años, Ibarguren,
el propio Manuel A. Fresco y Emilio Hardoy reconocieron la grandeza que inspiraba sus
actos y el error histórico de su derrocamiento por la revolución del 30.
A poco de asumir en 1920 la presidencia de Chile, Arturo Alessandri recibe la visita de un
joven diputado argentino, el Doctor Matías Sánchez Sorondo, orador incisivo, demoledor,
jefe de la bancada conservadora y el más férreo e implacable opositor de Yrigoyen. Entre el
presidente chileno y el diputado argentino surge una espontánea corriente de simpatía,
diversas afinidades se hacen patentes y la entrevista formal se convierte en una charla
amena que se prolonga más allá del tiempo protocolar. La conversación predominantemente de contenido político-- pasa a un plano más informal; Alessandri,
entonces, con un gesto de complicidad y un poco en broma le dice a don Matías: “... y,
¿cómo anda el "Peludo"?. Sánchez Sorondo se encrespa, se terminaron las sonrisas, y con
cortante gesto le contesta altanero: <<El Doctor Yrigoyen es el Presidente de la Nación
Argentina>>.
El patricio argentino no iba a tolerar, ni por asomo, que fronteras afuera de su país, nadie,
y menos aún un Jefe de Estado extranjero, pretendiera hacerlo cómplice de referencias
irrespetuosas a <<su>> Presidente, aunque éste fuera el odiado Yrigoyen. Para eso estaba
él, Sánchez Sorondo, allá en el congreso, en Buenos Aires. La ropa sucia se lava en casa.
Este hecho me fue relatado con legítimo orgullo por el Ingeniero Julio Sánchez Sorondo,
hijo de Don Matías.
La conducta del gobierno de Yrigoyen para con los países iberoamericanos y los vecinos
en especial fue --en las formas y en sustancia-- clara, generosa y confiable.
Recordemos que decretó la celebración del Día de la Raza el 12 de octubre como
homenaje a la obra civilizadora de España en América.
Desarrolló fuertes vínculos políticos y económicos con todos los países iberoamericanos,
especialmente con los limítrofes y el Perú. Condonó la deuda del Paraguay, pendiente desde
la guerra de la Triple Alianza. Se negó a reconocer un gobierno de facto en Bolivia, ejemplo
seguido luego por otros gobiernos, con lo que aceleró la convocatoria a elecciones en ese
país. En ocasión de la guerra civil paraguaya no autorizó la venta de armas para no
involucrar a la Argentina en la lucha interna del país hermano.
Cuando en 1918 se cernió sobre el Uruguay el peligro de una invasión alemana que
provenía de la numerosa colonia de ese origen afincada en el Sur del Brasil, el gobierno del
presidente Viera preguntó sobre la actitud que adoptaría la Argentina de concretarse la
amenaza. Yrigoyen comprometió el apoyo del ejército argentino para defender la
independencia de la patria de los orientales. Este gesto le granjeó el reconocimiento del
pueblo oriental expresado por el presidente Feliciano Viera por mandato de la Cámara de
Representantes.
Yrigoyen cultivó la amistad del prócer del nacionalismo del Uruguay, el doctor Luis Alberto
de Herrera, con quien tenía grandes afinidades. Posiblemente esa amistad se haya debido a
la actitud solidaria y fraterna del Partido Blanco con los radicales exiliados en la otra banda
del Plata, a raíz de la revolución de 1905. Con el Presidente Batlle, por el contrario, lo
separaban profundas divergencias a pesar de coincidir en el apego a la democracia.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
Una cuestión de política exterior en la que Yrigoyen mostró una firmeza inaudita, fue la de
los principios y requisitos necesarios para asegurar la paz y la armonía de la sociedad
internacional en el reordenamiento que se gestaba después de la guerra. El no entendía que
la Paz y la seguridad internacionales se pudieran construir validamente con una <<Liga de
las naciones en las que los vencedores impusieran por la fuerza sus intereses a los
vencidos>>. Veía con premonición que la humillación innecesaria y el esquilmar a los
perdedores sería el gérmen --como lo fue-- de nuevas y mayores tragedias para la
humanidad. Quería una reconstrucción de la Paz hecha de manera ecuánime y no sobre la
base de las imposiciones del Tratado de Versalles. Nosotros sabemos ahora cómo terminó
la historia; Yrigoyen la antevió en su clarividencia, cuando alertó sobre lo ilusorio que es
pretender asentar la Paz permanente sobre la injusticia. Los tratados de Versalles,
impuestos por los aliados a los países vencidos en la contienda, Alemania y Austria, fueron
la causa, por su inequidad, del resentimiento y el deseo de venganza de Alemania -aprovechados como pretexto por Hitler para construir su poder-- y lo que llevó al mundo a la
catástrofe de la segunda guerra mundial.
Hay un paralelismo entre la posición del presidente argentino y la del Presidente Wilson
con respecto a las expectativas de que se respetaría la justicia en el futuro ordenamiento
internacional de la posguerra. Investigaciones recientes revelan una raíz doctrinaria común:
las obras de Kant de las que ambos eran asiduos lectores. Aquellas expectativas, creadas
por Woodrow Wilson al enunciar los célebres 14 puntos de la política de los Estados Unidos
para la posguerra, se vieron frustradas en la práctica cuando se llevó a cabo el injusto
Tratado de Paz de Versalles impuesto a Alemania y Autria-Hungría sobre el que se pretendió
fundar la Liga de las Naciones, excluyéndolos.
Las instrucciones que Yrigoyen impartió a su Ministro de Relaciones Exteriores, el doctor
Honorio Pueyrredón, que presidió la delegación argentina enviada a Ginebra para participar
de la conferencia de la que surgió, en 1920, la Liga de las Naciones, antecesora de las
Naciones Unidas, contenían los principios que nuestro país debía sostener para que la
organización mundial fuera un garante efectivo de la paz y la seguridad internacionales.
Al no obtenerse la aprobación de esos principios, que sobre bases justas habrían
generado una entidad eficiente para preservar la Paz, Yrigoyen decidió que la Argentina no
formara parte de la Liga de Las Naciones. Lo que se imponía en Ginebra no era lo esperado,
no eran los principios del Presidente Wilson que tantas ilusiones habían despertado y con
cuya filosofía y objetivos Yrigoyen coincidía.
Finalmente los Estados Unidos tampoco se adhirieron a dicha agrupación por decisión del
sucesor de Wilson en la Casa Blanca, el Presidente Harding.
El primer gobierno de Yrigoyen culmina cuando el 12 de octubre de 1922 entrega la
banda presidencial a su sucesor, el doctor Marcelo Torcuato de Alvear, quien había
representado con eficiencia y brillo a nuestro país en Francia durante la última etapa de la
gran guerra y que, si bien compartía con Yrigoyen los grandes lineamientos de política
exterior, era proclive al ordenamiento internacional de posguerra propiciado por los aliados.
Alvear, muy relacionado en París a los círculos políticos y culturales aliados, creía más
conveniente para los intereses argentinos plegarse sin cortapisas a los proyectos de los
países vencedores en la elaboración de la nueva Sociedad o Liga de las Naciones.
Comienza entonces otra fructífera época de nuestra historia: la presidencia de Marcelo
Torcuato de Alvear. Fue un período de progreso acelerado en el que nuestro país continuó
su desarrollo económico e institucional, convirtiéndolo en una de las más importantes
economías del mundo. Eramos, mutatis mutandis, lo que es hoy Japón.
Cuando Alvear desempeñaba la jefatura de nuestra misión en París había sostenido ante
el Presidente, con sincera convicción, que lo que convenía al país era la ruptura de
relaciones con Alemania. Esta y otras divergencias no impidieron que Hipólito Yrigoyen lo
ungiera su candidato a la sucesión presidencial pues creía --y de nuevo la historia le dio la
razón-- que <<Marcelo sería un gran presidente>>.
En varios aspectos sustanciales Alvear continúa la política exterior trazada por Yrigoyen:
la de buena vecindad con los países limítrofes y la creación de condiciones óptimas para
atraer capitales para el desarrollo. En la visión histórica Yrigoyen y Alvear no son
antagónicos, son los dos estilos radicales, como decía Balbín. Recordemos que en 1931,
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
Yrigoyen apoyó nuevamente la candidatura de Alvear y que poco antes de morir lo designó
su continuador al frente del Radicalismo.
Por otra parte, la gestión de gobierno del doctor Alvear es digna de que se la recuerde
como una de las mejores administraciones de la historia argentina.
El doctor Yrigoyen retorna al gobierno en 1928, electo por la mayor votación genuina
registrada en el país. Designa Ministro de Relaciones Exteriores al doctor Horacio
Oyhanarte. El estadista volvía más decidido que nunca a cumplir con lo que consideraba el
<<mandato extraordinario>> que le otorgaba la ciudadanía. Iba a profundizar su obra
renovadora, la reparación nacional; se empeñaría en el perfeccionamiento de la democracia
real y de la justicia social, y en la defensa denodada del patrimonio energético de nuestra
Patria. En política exterior proseguiría los mismos fines y postulados de su primera
presidencia defendiendo la igualdad jurídica de las naciones como base del ordenamiento de
la comunidad internacional y de la convivencia pacífica. Lo demuestran sus iniciativas
legislativas y la coherencia de su accionar.
El presidente electo de los Estados Unidos, Herbert Hoover, comenzando una gira de
buena voluntad por el continente visitó la Argentina en 1929. En las entrevistas que mantuvo
con el doctor Yrigoyen recibió las constantes exhortaciones del primer mandatario argentino
para que los Estados Unidos respetaran la soberanía de nuestros países y se abstuviera de
continuar la política intervencionista de sus antecesores. Hoover se comprometió a ello y
cumplió. El Presidente Hoover manifestó su admiración por las dotes de estadista del
presidente argentino. Lo cierto es que estos episodios constituyeron un precedente
importante de la política del "buen vecino" que luego desarrollaría el Presidente Franklin
Delano Roosevelt.
No caben dudas de que Yrigoyen inclinó sus preferencias hacia Gran Bretaña en
contraposición a los Estados Unidos. Los archivos de la diplomacia inglesa lo confirman.
Tengamos presente que en aquel entonces esos países competían por los mercados de
América Latina y que los Estados Unidos, como ya dijimos, venían aplicando la política del
"gran garrote" en la región y también ponían trabas al ingreso de nuestros productos.
Esta posición se reflejó en el hecho de que Yrigoyen dejó deliberadamente vacante el
cargo de Embajador argentino en Washington.
La convicción de Yrigoyen acerca de la conveniencia de profundizar nuestros vínculos
comerciales con el Reino Unido --comprar a quien nos compre-- se trasuntó en la
negociación de un tratado con Gran Bretaña a fines de 1929 da la pauta del empeño de
Yrigoyen en afirmar el legítimo interés nacional en la conducción de la política exterior con
una clara comprensión de la situación económica mundial y un hábil aprovechamiento de
nuestra posición de abastecedor de productos de primera necesidad. En esto hay un nítido
paralelismo con la política comercial desarrollada durante la primera guerra mundial
posibilitando la colocación de nuestras cosechas.
Como recuerda Gabriel del Mazo:...<<una inmensa masa de productos estaba acumulada
en estaciones y puertos, y los mercados de consumo habituales se retraían desprovistos de
medios, el crédito les dio los medios y para nosotros una salida. Prestó a pueblos de Europa
un servicio vital incalculable y salvó de una tremenda crisis a la economía nacional>>.
El Convenio de Crédito mutuo firmado por Lord D'Abernon por Gran Bretaña y por el
Canciller argentino Horacio Oyhanarte, constituyó una innovación imaginativa.
Al decir de Gabriel del Mazo: <<Su sencillo articulado rompía los hábitos en los modos del
intercambio, y en lo interno aseguraba el futuro del trabajo y de la producción argentinos,
señalando la función del Estado en el comercio exterior, para protegerlos en la vorágine
internacional. Tanto el gobierno del Reino Unido como el de la República Argentina abrirían,
cada uno, créditos por la suma de cien millones de pesos durante dos años. El gobierno
argentino podía girar sobre el crédito en Londres para adquisición de materiales de
fabricación inglesa, destinados a los ferrocarriles del Estado preferentemente, y el gobierno
inglés podía girar sobre el crédito en Buenos Aires para la adquisición de cereales y otros
productos de la República Argentina.>> <<La convención implicaba desde el punto de vista
argentino, no sólo ensanchar un mercado, hasta ese momento reacio o indiferente a la
exportación de granos (habla de adquisición de cereales y no de las adquisiciones
habituales inglesas de carne); sino subvenir al propósito del Presidente Yrigoyen de
movilizar intensamente la obra del ferrocarril a Huaytiquina paralizada durante seis años y la
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
proyectada ampliación de la red general del Estado, comprando materiales de construcción,
rieles, vagones, locomotoras. Con la misión D'Abernon se conversó de varios temas, entre
ellos de una transferencia de los ferrocarriles británicos al gobierno argentino; aunque no se
tomó en cuenta este negocio, por varios motivos: el principal fue que el dinero a invertirse en
la adquisición de los ferrocarriles, anticuados y caros, podía ser empleado en la construcción
de la red caminera, cuya ley, con el correspondiente fondo de vialidad, el gobierno estaba
redactando. De tal modo que, con el mismo dinero, el país realizaba los caminos necesarios,
y por la competencia creada por los caminos, los ferrocarriles ingleses estarían obligados a
mejorar sus servicios y rebajar sus tarifas o su precio de venta>>.
Con clara concepción estratégica Yrigoyen buscaba, por medio del tendido de nuevas
líneas férreas, la salida de la producción argentina también por el Pacífico, y corregir la
distorsión de una red que finalizaba como un embudo en el puerto de Buenos Aires.
Entristece ver como esta estupenda oportunidad se perdió por la negativa del Congreso a
aprobar este tratado. Del Mazo comenta este episodio afirmando: <<...pero el Congreso
procedió con ligereza por servir a pasiones políticas eventuales. Si tal sistema de
adquisición recíproca hubiera persistido, otras hubieran sido las alternativas del comercio
exterior de la producción nacional de granos, otras las cifras y perspectivas de la producción
y otras las seguridades cuando llegó la crisis internacional de 1929.>>
Por encima de los intereses de la intermediación financiera y acaparadora estaban los de
los productores y de los consumidores. Aquí cabe comparar cómo se defendían en ese
tiempo nuestros intereses con lo que ocurrió cinco años más tarde con el tratado RocaRunciman, en el que se firmaron cláusulas mucho más beneficiosas para el Reino Unido que
para nuestra República, limitando sensiblemente su libertad de acción en lo comercial.
Después de comerciar con Gran Bretaña, Italia y Alemania, Yrigoyen prevé la posibilidad
de negociar con Rusia y colocar cueros, madera de quebracho, lana, ovejas en pie y caseina
en trueque por petróleo, con lo que se abarataría el precio de la nafta con las consecuentes
ventajas para el transporte; pero esas negociaciones, a punto de concretarse, se frustraron
con el golpe del 6 de septiembre de 1930. Esto se vincula con el tema del petróleo, en el que
Yrigoyen defendió a ultranza los intereses de nuestro país; pero este tema daría para otra
extensa charla.
Luna recuerda que una misión comercial soviética propuso vender petróleo a bajo precio
como pago por productos agropecuarios.
Retomemos ahora lo que veníamos diciendo sobre la tan comentada neutralidad de
Yrigoyen durante la primera guerra mundial, que muchos años después tuvo inesperadas
consecuencias. La moderna historiografía está en condiciones de demostrar que la
insistencia de Yrigoyen en defender en aquel entonces la neutralidad argentina fue la causa
de que, durante su segunda presidencia, una grave amenaza a la integridad territorial
argentina pudiese ser conjurada eficazmente.
Corría el año 1929, Yrigoyen había inaugurado su segunda presidencia en octubre del
año anterior. Un emisario le comunica un mensaje secreto del Presidente alemán, el
Mariscal Hindemburg, el mismo que durante la gran guerra había comandado el Estado
Mayor del Ejército imperial. El mensaje era éste:
Como prenda de gratitud por no haberse plegado a los enemigos de Alemania en la
guerra del 14, el Mariscal advierte al presidente argentino que una gran concentración de
fuerzas del ejército chileno se está preparando para invadir por sorpresa la Patagonia
argentina en un punto estratégico de nuestra deshabitada frontera.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
Ante el peligro inminente Yrigoyen reacciona de inmediato ordenando a sus ministros
militares que, en el terreno, verifiquen la existencia de la amenaza. Se enviaron dos
hidroaviones navales a sobrevolar la zona de los lagos. La fotografía aérea comprobó la
veracidad del anuncio alemán a pesar de que la intensa humareda de un incendio de
bosques intencional procuraba ocultar el movimiento de tropas. Por su gran conocimiento de
la zona, también fue enviado rápidamente el Ingeniero Adolfo (Dago) Holmberg. Este
eminente hombre de ciencia y gran patriota fue hecho prisionero por los chilenos; lo
mantuvieron sentado en una silla durante tres días. Desaparecido el factor sorpresa Chile
retiró sigilosamente sus fuerzas, liberó a Holmberg y procuró que el episodio pasara
inadvertido. La amenaza de invasión quedó eliminada y el gobierno argentino mantuvo el
secreto.
Esta fue una consecuencia más, y no la menor, de lo acertado que estuvo Yrigoyen al
defender con firmeza los principios que inspiraron su política de neutralidad.
Este hecho poco conocido me lo contó mi padre. Luego pude comprobar su autenticidad
en un trabajo histórico del profesor Caillet Bois y en el libro "El conflicto pendiente" de
Ricardo Paz, a quien el propio Holmberg le dio los detalles.
Al adentrarse en la documentación, y en el análisis de la información y la bibliografía
sobre la gestión de gobierno de Yrigoyen, hay algo que llama poderosamente la atención. Es
lo se nos presenta como desmesurado en la acción de Yrigoyen. Todo en él es sorprendente
y como desproporcionado; empezando por el estilo particular con el que expresa y realza
esa aparente desmesura. Este tema siempre me interesó, era parte del enigma de Yrigoyen.
Sólo la madurez me ha dado lo que creo que es la clave para descifrarlo. Creo que su
desmesura formal, su tenacidad al mantener sus posiciones principistas, obedece al
acendrado sentido didáctico del estadista. Yrigoyen nunca dejó de ser maestro, profesor. Su
forma primordial de ejercer la caridad con el prójimo, más que con las dádivas materiales y
ayudas de todo tipo --en las que era pródigo, humilde y discreto-- estribaba en inculcar
principios de conducta. Además, predicaba de la única manera válida, con el ejemplo. Para
él gobernar era también dar al país un servicio de ejemplaridad.
Vemos así que todos los documentos oficiales, especialmente los internacionales,
emanados de su prosa barroca pero castiza, transmiten principios éticos. Toda actitud, toda
posición política está fundamentada en su cosmovisión moral. Me parece que esos mensajes
tenían otro destinatario fuera del declarado. Implícitamente, estaban dirigidos a nosotros, el
pueblo argentino, el de entonces, su contemporáneo, y el de hoy. Yrigoyen gobernaba
educando, su acción de gobierno era formativa de conciencias y voluntades.
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"Yrigoyen: Político, hombre de fe y esperanza. Entre la crisis mundial y una Argentina, tierra de sueños inmigrantes"
Í ndi ce de Re co pi l a ci ó n Hi s t or i o gr áf i ca
G ALV E Z, M ANUE L
"Vida de Hipólito Yrigoyen - El hombre del misterio"
Editorial Tor S.R.L. .......................................................................................................................1
RO ME RO, LUIS ALB E RTO
"Breve Historia de los Argentinos" ........................................................................................... 11
F ALCÓ N, RI C ARDO
"Nueva Historia Argentina: Democracia, Conflicto Social y Renovación de Ideas (1916-1930)"
Editorial Sudamericana .............................................................................................................. 25
FLO RI A, C ARLO S ALBERTO / G ARCÍ A BE LSUNCE, CÉS AR A.
"Historia de los Argentinos"
Editorial Larousse ...................................................................................................................... 42
C ANTÓ N, D ARÍ O / MO RE NO , JOS É LUIS
"Historia Argentina 3. 1º Parte. La Experiencia Radical (1916-1930)"
Buenos Aires 1998 - Ministerio de Cultura y Educación ........................................................... 65
LUN A, FÉ LIX
"Los Gobiernos Radicales - Desde el primer gobierno de Yrigoyen hasta Alfonsín (1916-1983)"
La Nación - Momentos Clave de la Nación Argentina ............................................................... 71
LUN A, FÉ LIX
"Yrigoyen"
Editorial Raigal - Buenos Aires 1954 ......................................................................................... 89
P UI GG RÓS, R OD OLF O
"Historia Crítica de los Partidos Políticos Argentinos II" ......................................................... 99
P AG E , JO SEP H
"Perón" ..................................................................................................................................... 116
G AS I Ó, GUILLE RMO
"Yrigoyen en Crisis - 1929/1930"
Editorial Corregidor – 2006 ...................................................................................................... 120
P ró lo go de HE BE CL E ME NTI
"Hipólito Yrigoyen - Mi Vida y Mi Doctrina"
Editorial Leviatán ..................................................................................................................... 130
DE L MAZO , G ABRI EL
"El Radicalismo - Ensayo sobre su historia y doctrina"
Editorial Raigal ......................................................................................................................... 143
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