Untitled - ta-lentosediciones

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Marianela y el mar
Irene Mariñas
Dibujos de: Kris e Irene
http://ta-lentosediciones.com/book-genre/cuentos/
Ta-Lentosediciones.com
Marianela era una princesa de mirada silenciosa que no conocía
el mar (aunque parezca mentira es verdad) y su mayor deseo
era bañarse en él.
Había escuchado viejas historias sobre su grandeza,
profundidad y color. También había oído hablar de su
traicionera peligrosidad. Los relatos de barcos hundidos y
marineros
que
nunca
regresaban, la fascinaban,
leyendas
sin
fin
y
temerosas historias, que
incitaban su curiosidad.
Noche tras noche,
asomada a la más alta
torre
del
observaba
castillo,
el
cielo,
esperando ver una estrella
fugaz. Sabía que concedían deseos.
Una noche de luna llena en que Marianela contemplaba
distraída el cielo vio caer un lucero, que dejaba tras de sí una
estela luminosa, pidió un deseo, algo que anhelaba desde que su
memoria podía recordar.
Cerró los ojos y deseó con todas sus fuerzas conocer el
mar. Esa noche, el sueño la encontró con una sonrisa poco
habitual en sus labios.
Amaneció lloviendo, una lluvia intensa, cálida, que caía sin
prisa, que no se dejaba arrastrar por el viento. La tierra olía a
mojado, las hojas de los árboles brillaban reflejos de gotas.
Los labriegos dieron gracias a Dios, esperaban la lluvia desde
hacía mucho. Los ríos empezaban a crecer y las truchas a
nadar en ellos.
Llovía día tras día, sin cesar, el agua caía sin grandes trombas,
pero constante y tenaz.
La alegría de los primeros días empezó a convertirse en
preocupación. La lluvia amenazaba con anegar los campos,
inundar las casas y echar a perder las cosechas.
Poco a poco el agua llego al castillo, el nivel subía y pronto
alcanzó los sótanos y despensas de palacio. Por aquel entonces,
el reino entero se estaba preparando para hacer una ofrenda
a la Diosa de la lluvia y los sótanos estaban llenos de sacos que
contenían añil, para teñir los vestidos de las mujeres, como
mandaba la tradición. Así pues cuando las bodegas de palacio
se vieron inundadas, el agua arrastró los sacos, que más tarde
se abrieron y dejaron escapar su contenido, tiñendo de un azul
intenso todas las aguas, que a esas alturas ya bañaban casi
todo el reino.
También habían sido arrastrados los sacos de sal,
reservas de todo el año. El agua entonces se tornó salada,
incluso el aire olía a sal.
Entonces, las ruedas de los molinos, que antes movían los
ríos, empezaron a crear olas y la harina que despedían parecía
espuma de mar.
Se extendió un rumor entre los labriegos, los plebeyos y
la nobleza, - “el mar se estaba instalando en nuestras tierras”. Como todos conocían el humor cambiante del mar y sus
antojos, no se extrañaron demasiado. Hubo quien se sintió
orgulloso de haber sido escogido por el mar.
La princesa vio desde la torre más alta del castillo, como las
aguas crecían, como se tiñeron de azul, a su nariz llegó el olor
a sal, incluso le pareció oír el gañir de una gaviota.
Presenciaba el nacimiento de un nuevo mar interior.
Un amanecer, los primeros rayos de sol platearon las aguas. La
marea subía y llegaba a todas partes. El reino aun dormía, solo
la princesa fue testigo de la más increíble de las historias.
El nuevo mar de plata avanzaba acogiendo en sus
profundidad
es
todo lo
que
encontraba.
Se apoderó
de las vidas
y
también
de las cosas
inertes.
Trasforman
do
a
antojo
su
el
paisaje
terrestre,
en un panorama espumoso.
Las olas, empujadas por las corrientes marinas, azotaban el
castillo con la pretensión de llegar a lo más alto, pero aquella
torre había sido construida para soportar guerras y asedios,
era una fortaleza con fuerza y soportó las batientes olas. Las
piedras se sujetaban unas a otras fuertemente y, entre
quejidos, aguantaron con tesón los ataques marinos.
Cuando la mar, aquella tarde, terminó su conquista, la
torre orgullosa seguía en pie y asomada en ella, estaba la Bella
princesa, de la que el Dios Poseidón se había encaprichado.
Marianela con la boca abierta y los ojos sorprendidos
contemplaba el mar que lo ocupaba todo, cómo las cosas y los
seres cambiaban de forma.
Primero vio cómo los verdes prados se convertían en
campos de algas, cómo las arboledas pasaban a ser arrecifes
de corales rojos, las flores silvestres flotaban en el agua con
apariencia de medusas multicolores, los rebaños de ovejas que
pastaban plácidamente pasaron a ser bancos de atunes, que
parecían pastar plancton con la misma tranquilidad. - Se
preguntó si los atunes
bobos
como
las
Las vacas dejaron de mugir
serían
tan
ovejas -.
para resoplar como
ballenas, los caballos perdieron sus patas y ganaron una cola
prensil de hipocampo.
Las perlas de las cortesanas llenaron las ostras y almejas,
las armaduras comenzaron a caminar hacia atrás como
cangrejos…
Algunas de las estrellas celestes, las más presumidas que
se asomaron para ver su
reflejo en el agua, se vieron
atrapadas por ella y convertidas en estrellas de mar.
Los humanos se convirtieron en cachalotes, delfines, tortugas
y pulpos.
Al atardecer, todo el reinado había pasado a las
profundidades marinas. Excepto Marianela, que cuando las
sombras de la noche se empezaron a instalar en su alcoba
estaba todavía contemplándolo todo desde la ventana. Cerró
los ojos, le escocían de tenerlos abiertos y durmió
profundamente en el suelo frío y duro de la torre.
Soñó con algas que la envolvían. En el abismo marino se sentía
cómoda y segura, durmió tranquila, sin sobresaltos.
Cuando se despertó al alba admiró la belleza del oleaje
sintiéndose cautivada por los colores del mar, azul, verde,
plata…Colores que son reflejo del cielo, reveladores de la vida
marina.
Sentía pavor a lo desconocido y además sabe que está sola,
todo lo querido por ella se encuentra en las profundidades.
Ella nació para dejarse llevar por las olas, para conectar con el
influjo de la luna y dormir entre corales.
Poseidón, poderoso Dios de mares y océanos, no había
conseguido derrotar la torre, pero la fortaleza no pudo
retener por más tiempo a la princesa, que se arrojó al mar,
donde un prado de algas la acogieron y acunaron.
El mar, por fin, acariciaba a Marianela.

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