John Galliano, en el cielo, con diamantes

Transcripción

John Galliano, en el cielo, con diamantes
E L M U N D O, M A R T E S 2 2 D E E N E R O D E 2 0 0 8
59
C U LT U R A
TEATRO
Homenaje a Marsillach
La gran noche
de Blanca
Homenaje a Marsillach
Dramaturgia: Paco Mir sobre textos televisivos de Adolfo Marsillach. Dirección:
Josep María Mestres. Escenografía:
Raymond. Intérpretes: Laura Domínguez, Carlos Heredia, Gracia Olayo y
Sergio Torrico. Escenario: Teatro Marsillach.
Calificación: JAVIER VILLÁN
John Galliano, de negro ‘calvinista’, junto a seis modelos en su pase de ayer en París. / PHILIPPE WOJAZER
ASUNCIÓN SERENA
Especial para EL MUNDO
PARÍS.– Inspirándose en el retrato de Amélie Gautreau realizado por John Singer Sargent en
1884 bajo el título Madame X,
John Galliano ha vuelto a despertar la admiración en la presentación de su concepción de la
alta costura para la próxima primavera. Una apuesta sublime en
la que están sabiamente combinados el delirio, el lujo, lo femenino, lo extravagante y el savoire-faire artesanal.
El espectáculo estaba asegurado porque cada pieza presentada
por el director artístico de la Casa
Dior es una obra arquitectónica.
El propio Galliano las define así,
de la que se desprende un espíritu de exultación. Pero quien exultaba ayer, no sólo por la belleza
de la colección, sino también por
motivos más prosaicos, era Bernard Arnault, presidente de
LVMH y propietario de Dior. Cada uno de los modelos presentados ayer están valorados en más
de un millón de euros, y gracias a
la fértil creatividad de Galliano,
Dior «ha multiplicado por seis su
John Galliano, en el
cielo, con diamantes
El diseñador gibraltareño celebra un
desfile apoteósico en la inauguración
de la semana de la alta costura de París
cifra de negocios» desde que el
diseñador llegó a la casa en 1996,
aseguró ayer ufano Arnault.
Cada uno de los 40 modelos de
Galliano estaban realizados en
seda bordada o pintados a la mano en los talleres de la maison.
Para su presentación, Dior eligió
una tienda instalada en el Polo de
París, que se encuentra en el Bois
de Boulogne. Allí desfilaron las
modelos, en torno a una piscina y
sorteando las cortinas que servían de fondo, como si se trataran
de cuadros expuestos para la
contemplación de los visitantes.
Todos los colores están permitidos para el próximo verano: vio-
leta, caramelo, azul eléctrico, rojo, fucsia, pistacho, turquesa...
Los vestidos son cortos o largos,
pero siempre desprendiendo
multitud de destellos con sus pedrerías o bordados, y jugando
con los volúmenes, al mismo
tiempo que ofrecen un efecto de
levedad. Efecto obtenido sin utilizar «miles de metros de tejidos»,
como comentaba ayer John Galliano a la televisión France 3. «Se
trata de un producto puramente
arquitectónico».
Arquitectónico e hiperfemenino. Aunque Galliano afirma que
la obra de John Singer Sargent
(que escandalizó en su época por
el pronunciado escote de la modelo), los trajes que ayer presentó
evocaban inevitablemente la profusión de detalles y la riqueza de
decorados de las obras del representante del simbolismo austriaco, Gustav Klimt.
Tampoco defraudó Galliano con
su propio look: una peluca de rizos
dorados asomaba bajo un sombrero negro renacentista y una gran
perla en forma de lágrima pendiendo de su oreja izquierda.
El diseñador gibraltareño es
un digno sucesor de monsieur
Dior, aunque asegure que a él
simplemente le pidieron que hiciera de Dior una marca moderna, mientras que el fundador de
la casa era todo un dios.
Entre las personas que no quisieron faltar a la cita con Galliano, estaban las actrices Diane
Driger, Michelle Yeoh, Hélène de
Fougerolles y Aissa Maïga, así
como la modelo Dita von Teese.
Si John Galliano ha vuelto ha sobrepasar las expectativas, otro desfile que hará soñar en esta semana
de alta costura será el de Valentino,
que presenta su última colección
después de 45 años.
Los Premios Max
celebran su fiesta
de candidatos
D. P.
MADRID.– Los Jardines de Cecilio
Rodríguez, en el madrileño parque
del Retiro, acogieron ayer la gala de
candidatos de los Premios Max. En
ella se repartieron los maximinos
(galardones diseñados por Joan
Brossa) a los actores, directores, bailarines y dramaturgos finalistas. La
gala de los Max se celebrará el 4 de
febrero en Sevilla, un día después de
los Goya. Belén Rueda, Juan Echanove, Francesc Orella, Vicky Peña,
Cristina Hoyos, Eva Yerbabuena y
Carlos Rodríguez fueron algunos de
los candidatos que se acercaron a la
fiesta. Actuaron de anfitriones José
Luis Borau, en nombre de la SGAE,
y Alberto Ruiz-Gallardón, que recibió el mayor aplauso de la noche.
Foto ‘de familia’ de los candidatos a los Premios Max, ayer en Madrid, con José Luis Borau y Alberto Ruiz-Gallardón como anfitriones. / EFE
MADRID.– Fue la gran noche de
Blanca Marsillach, el cumplimiento
de un sueño: dar a un teatro el nombre de su padre; Adolfo Marsillach,
uno de los grandes hombres del teatro de la segunda mitad del siglo XX
ya tiene Teatro en Madrid; tiene
uno en San Sebastián de los Reyes,
pero Madrid es otra cosa. Gloria
pues a Adolfo Marsillach; a su inteligencia, a su ironía, a su sarcasmo.
En teatro Marsillach lo hizo todo y,
con frecuencia, muchas cosas las
hizo bien. Algunas, incluso, magistralmente bien. Por ejemplo, un memorable Marat-Sade, hoy por hoy
todavía insuperable; por ejemplo,
un Tartufo memorable.
El talento de Marsillach se acreditaba, sobre todo, como director,
sin desdeñar por ello su personalidad de actor. Como autor dramático
no alcanzó las mismas excelencias;
ni él mismo confiaba demasiado en
sus textos. Y Marsillach era un
hombre inteligente; lo cual no quita
para que Yo me bajo en la próxima
¿y usted? fuera éxito grande. Como
guionista, la televisión le dio prestigio; en tiempos difíciles Marsillach
derrochó talento, ingenio y con frecuencia sentido crítico de la realidad. Quizá por eso, Blanca, su hija,
actriz en alza y valiente empresaria
ha optado por una selección de textos con dramaturgia de Paco Mir.
Toda selección es una apuesta personal muy respetable. Ésta lo es,
claro; pero aporta escasa gloria al
talento de Marsillach.
Blanca hizo la laudatio de su padre y estuvo sobria en el elogio y
emocionada como hija reverente y
amantísima. Conmovió. Y ése fue
quizá el mejor momento de la noche. En el patio de butacas, el Príncipe y la Princesa de Asturias, políticos de distinto signo, periodistas
ilustres y unas cuantas butacas vacías. Alguna de ellas pudo haberla
ocupado María Jesús Valdés a la
que habían mandado al gallinero y
optó por marcharse a casa; la ilustre
actriz, gran amiga y una de las predilectas de Adolfo, ya no está para
escaladas peligrosas. Temí que apareciera el espectro de Marsillach para vengar la descortesía o el error;
pero desde el padre de Hamlet ya no
hay espectros en el teatro.
Fue una gran noche, aunque faltó algo; quizá un buen texto, acaso
una dirección más ajustada, puede
que una mejor labor actoral, aunque la parodia del propio Marsillach tuviera momentos afortunados. La escenografía de José Luis
Raymond, a quien en los últimos
meses lo hemos visto de más altura y consistencia, tampoco contribuyó a darle vuelo a la función. Lo
mejor de todo, el merecido homenaje a un ingenio inteligentísimo
que consideraba su escasa consideración como autor dramático
«un acto de justicia».

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