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Julio 2005 24 c u l t u r a Suspiros de culé BARJA Chávez Ravine Con la llamada “músicas del mundo” Ry Cooder se introdujo en un mercado más amplio. Pero dígase que el “gringo” ya practicaba de la arqueología musical en su propio país desde que comenzara a pulsar las cuerdas de una guitarra con 16 años. Un lugar que necesariamente se ve influenciado por su entorno geográfico, más hacia el sur. Influenciado por la música negra y el tex-mex, es invitado constantemente a colaborar con grandes artistas. Pero es con los músicos fronterizos con los que se siente más cómodo. En la década de los ochenta se centra en las bandas sonoras y de allí salen algunas maravillas como París-Texas o Álamo Bay. En los noventa volvería a escarbar en la música y nos sorprendería gratamente con A metting by the river, junto con músicos indios, o Talking Timbuktu con Ali Farka Touré, discos fascinantes al igual que la colección de Buena Vista Social Club. Nuestro último recuerdo es el mano a mano con Manuel Galbán Mambo sinuendo y ahora Título: Fútbol: Una religión en busca de un Dios Autor: Manuel Vázquez Montalbán Edita: Debate. 2005 Mariano Crespo dos años después, el talento de este personaje nos deja Chávez Ravine. Es el nombre de un suburbio de Los Ángeles que fue derribado en los años cincuenta con la promesa de que a sus habitantes se les facilitaría viviendas dignas. La promesa no se cumplió y los terrenos fueron vendidos. Se construyó un estadio de béisbol. La mayoría de sus habitantes eran chicanos. Estos quedaron inmortalizados en el libro de fotografías recogido por Don Normak, Chávez Ravine, 1949. Imágenes que han inspirado a Ry Cooder para construir su impresión sonora y para ilustrarnos sobre las mentiras del gran sueño norteamericano de aquella época. Han colaborado, Jim Keltner, Flaco Jiménez, Chucho Valdés, David Hidalgo y los ya fallecidos Lalo Guerrero y Don Tosti, que dejaron aquí su último registro. La guerra fría, la paranoia comunista, el FBI, el spanglish, el danzón, los corridos, el rocanrol ... Especial. Ry Cooder nunca estuvo allí. Acertó de nuevo. ◆ Hay quien puede pensar que Manolo Vázquez Montalbán era del Barça como metáfora de su antifranquismo. Quizá tengan algo de razón quienes así opinan porque en la España en la que no era recomendable para la salud hablar directamente de política, cualquier costumbre cotidiana se convertía en una declaración de principios o de pertenencia grupal. Así, no era inocente (ni era considerado como tal por los guardianes de las esencias) ser del Barça o del Madrid, usar trenca o gabardina, llevar bigotillo o barba, beber Mahou o El Águila, El Mono o Castellana o ser de Gades o Antonio el bailarín. Por ello había Rogelios y gentes de bien o “como Dios manda”. Sin embargo, el barcelonismo de Vázquez Montalbán tenía, en mi opinión, sus raíces más profundas en el paraíso de la infancia, en el patio de vecinos, en los cromos y en las radios que repetían las hazañas de la delantera mítica (Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón). En una educación sentimental de niño de posguerra que Manolo supo conservar y convertir en literatura como pocos. Y a esa perseverancia en que la ideología y las muchas lecturas no mataran al niño con vivencias comunes a los demás, debemos muchos una liberación que nunca acabaremos de agradecer. Porque toda una ge- neración que llegó a la izquierda por las amplias avenidas del antifranquismo sintió el amparo de Manolo como coartada para poder rebatir que el fútbol, la copla, el cine de barrio y las tapas de los bares no eran tan só- lo el “opio del pueblo”, los mecanismos de alienación que el poder franquista utilizaba para evitar que el pueblo tomara conciencia de su situación y, en consecuencia, se rebelase contra ella, sino una muestra de cultura popular cuya negación sólo conducía a la miope visión social en la que se fraguan y consolidan todos los fundamentalismos. Leer, pasado el tiempo, las crónicas futbolísticas de este descarado “culé” (MVM nunca se creyó esa coartada intelectual de la objetividad periodística) constituye un gozo melancólico de dos orígenes conjuntos aunque diferenciados. Uno primario, por el primitivo placer de recordar las crónicas de las gestas deportivas futbolísticas que muchos guardamos en el rincón amable de los recuerdos infantiles. Y otro, más cómplice, por volver a reencontrarse con los guiños que el autor guarda en sus textos y que constituyen una declaración estética de su visión de la vida, el éxito, la derrota, el esfuerzo, el arte, la rebeldía, y todos los valores que confluyen como metáfora en ese género épico que es el fútbol. Quien hizo escuchar en su ceremonia de despedida Suspiros de España, cantada por Diego el Cigala, nos deja en papel sus suspiros de culé. ◆ recomendaciones Ya ha llegado la canícula, el calor derrite los sesos y la sequía ha devuelto al botijo utilidad y prestigio. Así que vale la pena darse una vuelta por los cines para sentir el fresquito del aire acondicionado mientras vemos los tórridos juegos de seducción de Lila dice la última obra de Ziad Doueiri o los ochenta venturosos minutos de dibujos animados de Madagascar o el drama con enjundia humana de Fugitivos de André Techiné. Y al volver a casita se pone en el video los programas grabados de Mujeres desesperadas, una serie extraordinaria con mucho lío, personajes con garra y buen ritmo narrativo. ✍ El penalti más largo del mundo Pepe Gálvez Seguramente el fútbol es el deporte que más protagonismo ha alcanzado en el conjunto de la creación cinematográfica. Y es que en muchas ocasiones ha sido un buen pretexto argumental, sea para una trama de aventuras como en Evasión o victoria, sea en la variante social de actuar como una forma de integración. En esta línea, la filmografía inglesa más reciente nos ha ofrecido Mi nombre es Joe, de Ken Loach, en la que el protagonista entrena un grupo de chavales conflictivos y utiliza el fútbol como forma de in- fundir sentido colectivo, autoestima e integración social. Otro ejemplo británico del mismo talante integrador es el de la versión cinematográfica de Quiero ser David Beckham y su reivindicación de la igualdad entre géneros por medio, bonito juego de paradojas, de un deporte tremendamente masculino y machista. Será por estas especiales características que inevitablemente tenía que aparecer la variante homosexual y sus contradicciones, es el caso de la película alemana Bells (pelotas en castellano), protagonizada por un portero “gay”. En el caso español cabe recor- dar Días de fútbol y su forma de plantear este deporte como medio efectivo para salir de la monotonía. Pero el balompié es también un formidable trampolín para el ascenso social, como bien refleja El penalti más largo del mundo que coloca en medio de una trama agridulce a un personaje secundario convertido en potencial héroe local si consigue parar un penalti en tiempo aplazado. El tono humorístico de esta cinta contrasta con el más dramático de El portero, dirigida por Gonzalo Suárez, pero ambas se alimentan narrativamente de la fuerza dramática de la figura del cancerbero, que en determinadas ocasiones revive la tensión del “sólo ante el peligro” del duelo del Far West. Y si estos filmes utilizan ese momento decisivo del penalti, como referente de una trama más o menos costumbrista, los dibujos animados de Benji y Oliver, se centraban casi exclusivamente en el acto deportivo donde hombre y balón desafiaban las leyes de la física para cumplir con las del suspense. Durante unos segundos que se hacían interminables el portero volaba hacia una pelota que también se eternizaba en su trayectoria. ◆ Julio 2005 25 c u l t u r a Entre la mística y el mercado Lo importante es triunfar, crear ídolos que ejemplifiquen la superación continua de los límites físicos del hombre Pepe Gálvez En la reciente muerte en plena subida al Naranco asturiano del ciclista italiano Alessio Galletti se han vuelto a expresar los peligros de la síntesis entre mística y mercado en que vive hoy día el deporte y su cultura. El deporte se ha convertido en gran parte en el escenario contemporáneo donde más abunda la simbología de la heroicidad, una heroicidad banalizada, standardizada, pero que es sentida como propia, por proyección, por un público cada vez más amplio gracias al desarrollo de los medios de comunicación. Y en esta expansión comunicativa la componente de espectáculo se ha ido asimismo desarrollando y con ella su sumisión a las leyes del mercado. Ya no se trata de que la vieja consigna de que lo importante es participar, esté casi totalmente olvidada, es que ahora el triunfo está contabilizado por audiencias, ingresos en publicidad y beneficios empresariales. Aunque ello signifique la vulneración del presupuesto de limpieza en la competición y la irreversible expansión de la práctica del dopaje. ses protagonistas de la película inglesa Carros de fuego, dirigida por Hugh Hudson en 1981, personifican a un héroe, con componente de clase, que se impone al sufrimiento y a la comodidad en batallas poco sangrientas para derrotar a sus rivales olímpicos. Su victoria quiere expresar la superioridad de unos valores sociales y nacionales sobre los que pretende justificarse la hegemonía imperialista inglesa y de paso su “revival” en los gobiernos dirigidos por Margaret Tatcher. El ataque más contundente a esta falacia propagandística se había dado curiosamente en otra película británica La soledad del corredor de fondo de Tony Richardson, rodada en 1962, dentro de la corriente del “free cinema” que se alzaba contra el conservadurismo imperante en la sociedad inglesa. En ella, el deportista no pertenece a las clases dominantes sino que se trata de un joven obrero internado en un correccional por el robo de una bicicleta. Por otra parte, su capacidad atlética, como corredor de fondo, es utilizada por el director de la institución para su prestigio profesional. La supuesta victoria, “su victoria”, en la carrera sería fácilmente interpretada como un acto de rehabilitación social, aunque, en realidad, es producto de una manipulación que apenas tiene en cuenta la realidad del joven. Por ello, el gesto del corredor que se detiene poco antes de llegar a la meta, como Carlos Sainz pero a propósito, para perder la carrera se convierte en todo un signo, por desgracia bastante olvidado, de rebeldía ética del protagonista, pero también contra el sometimiento del deporte a la dinámica del triunfo y los correlatos de gloria y beneficio económico. Mi equipo, mi tribu. “Si el mundo se globaliza cultural, económica y políticamente, ¿cómo evitar que se globalice el fútbol? Pero eso no debe hacer olvidar que la gente acude al campo para ver jugar a un club con el que se siente identificado”. Estas declaraciones de Frank Rijkaard nos hablan de una curiosa evolución del imaginario futbolista. El negocio del espectáculo impulsa la globalización de los ídolos pero la identidad local se mantiene. Identidad que se ha establecido a través de mecanismos de simpatía hacia el ganador o hacia la localidad, provincia o región de origen. De esta forma se establece una nueva forma de coexistencia entre grandes negocios La victoria vende Lo importante es triunfar, es crear ídolos que ejemplifiquen la superación continua de los límites físicos del hombre; generar vencedores con su carga ideológica correspondiente. Si el héroe es el hombre superior, tal y como afirma una de las protagonistas, muy reaccionaria y machista ella, de Allá ellos, novela de Daniel Chavarria, los atletas ingle- EXPEDIENTE EXPRES Los triunfos de Indurain multiplicaron la audiencia del Giro, hoy relegado a cadenas locales, situándola a la altura de los partidos de fútbol. y desmesuradas filias y fobias que generan muchos pequeños monstruos que agitan la irracionalidad, tanto de sus odios al rival como de su felicidad por algo tan efímero y distante como el triunfo de su equipo. Una obra que aporta elementos críticos sobre este fenómeno tan presente en nuestro fútbol es el libro Especies protegidas del escritor valenciano Ferran Torrent. Su habilidad narrativa para reflejar la sociedad valenciana contemporánea, bien sea a través del género negro o del costumbrismo social, vuelve a hacerse evidente en esta novela, segunda parte de una trilogía que se inició con Sociedad Limitada. En ella la trama describe el entramado de relaciones que existen entre el mundo de la política, el de la especulación financiera y el del fútbol. Este es utilizado como trampolín para el ascenso social de un empresario de la construcción. La especulación con el desplazamiento del campo del Mestalla, los trapicheos con los fichajes de figuras emergentes que proceden de África, la estructura de poder que genera un club de fútbol de primera división, y sus conexiones con los diferentes partidos políticos, forman parte de esta narración, divertida y muy instructiva. Y es que el kilo de ilusiones, con el que nos contentan a los aficionados, llenan los estadios, convocan a los telespectadores y alimentan la mística y la mítica de esos creadores de humo que son, salvo valiosas excepciones, los periodistas deportivos, cada vez está más caro y es más turbia su consecución. ◆ ALFONSO LÓPEZ & PEPE GÁLVEZ