No me gusta su cara

Transcripción

No me gusta su cara
No me gusta su cara...
Escrito por Hugo N. Salvioli
"No me gusta su cara..."...esa fue la respuesta que Abraham Lincoln (1809-1865), le dio a su
secretaria, cuando ésta le anunciara que un señor quería verlo. En ese entonces, a mediados
de la década de 1840, Lincoln era un modesto abogado, muchos años antes de que asumiera
como Presidente de los EE.UU. de Norteamérica en 1860. Enseguida le amplió su respuesta a
su atónita secretaria, con este comentario: “Todo hombre, después de los 40 años, es
responsable de su cara."
Isaías, muchos siglos antes, dijo algo similar producto de la desobediencia del pueblo de
Israel: “La apariencia de sus rostros testifica contra ellos… y manifiestan su
pecado; no lo ocultan”. (3:9)
Les confieso que pasaron muchos años, antes que comprendiera que quiso decir este gran
estadista. Así “como el agua refleja el rostro, el corazón del hombre refleja al hombre”
(Proverbios 27:19).
Evidentemente, es un asunto que surge del interior, la parte más importante del ser humano,
donde se atesoran sus deseos, pensamientos y sentimientos. De ese modo, las cosas que más
nos interesan, los libros que leemos, la música que escuchamos, aún las decisiones que
tomamos y las prioridades que tenemos, siempre se reflejan y dicen quienes somos realmente.
No se trata de las marcas ni de las arrugas, producto del paso del tiempo, es algo mucho más
profundo. El rostro se define “como la apariencia general del semblante, la cual a menudo
refleja la actitud y el estado de ánimo espiritual de la persona.”
El Presidente David O. McKay, a menudo repetía que “los ojos son el reflejo del alma”.
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Seguramente Jesús, cuando se le acercaba Natanael, a quien no conocía, vio más allá de su
rostro, cuando dijo: “He aquí, un verdadero israelita, en el cual no hay engaño.” (Juan 1:47) En
esta
dispensación expresó el mismo concepto, cuando se refirió a su siervo George Miller, cuando
iba a ser llamado a un obispado: “…es sin engaño, se puede confiar en él por motivo de la
integridad de su corazón…yo lo amo.” (DyC 124:20)
En verdad, las Escrituras nos ayudan a profundizar y a entender más sobre este tema. Por
ejemplo, el Predicador, cuando habla del hombre sabio: “La sabiduría del hombre hace relucir
su rostro y cambia la tosquedad de su semblante.” (Eclesiastés 8:1) ¿Habrá sido por eso que
Alma le recomendó a su hijo Helamán que aprendiera “sabiduría en su (tu) juventud”? (37:35),
la que se obtiene, por supuesto, siguiendo los consejos de Dios. (Ver GEE, pág. 180)
Asimismo, es notable el cambio que se produjo en el rey Lamoni, cuando se enteró de “la
fidelidad de su siervo Ammón… su semblante había cambiado” (Alma 18:2, 12), aún antes de
su conversión.
“Sus ojos eran como llama de fuego…su cabello era blanco como la nieve pura, su semblante
brillaba más que el resplandor del sol…”, (110:3) describió el Profeta José al Salvador, cuando
se presentó para aceptar el Templo de Kirtland. En términos similares se refirió Juan, en la Isla
de Patmos: “Y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza.” (Apoc. 116) Al
Señor le encanta que andemos “con corazones y semblantes alegres” (DyC 59:15),
especialmente cuando ayunamos.
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¿Aceptaremos el desafío de Alma “de recibir su imagen (la del Señor) en nuestros rostros?”
Para ello, debemos nacer espiritualmente de Dios (Alma 5:14), y contestar con hechos, las
preguntas del Salmista: “¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar
santo?”
(Salmos 24:3).
Hasta la próxima!!!
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