HECHOS PARA BAILAR Más allá de cualquier condición política

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HECHOS PARA BAILAR Más allá de cualquier condición política
HECHOS PARA BAILAR
Más allá de cualquier condición política, económica y social, en el mundo hay países que
danzan y países que no y Brasil parece haber sido creado para danzar. En sus tierras, junto al
legado cultural dejado por los pueblos autóctonos y por una cultura africana traída por los
portugueses en la época de la colonización, se han asentado, entre otras, migraciones de
italianos, españoles, alemanes, polacos, judíos y árabes, portadores todos ellos de una
identidad cultural propia. A lo largo de los años, su convivencia ha producido en ese gran
país uno de los folklores más ricos del mundo, un estrato popular en el que música y danza
constituyen el eje principal y omnipresente de todas sus manifestaciones. La samba, de origen
africano, el forró, el frevo y el maracatú de Pernambuco son sólo algunos ejemplos.
Con ese tejido inigualable como fondo, el ballet clásico se incorporó en los años 20 del
pasado siglo, traído por las élites económicamente privilegiadas mientras que la danza
moderna tendría más dificultades para arraigarse. Las primeras noticias se remontan a los
años 30, cuando la bailarina brasileña Chinita Ulma, discípula de Mary Wigman, fundó la
Escuela de Danza Contemporánea de Sao Paulo. Su auténtico impulso, sin embargo, no
llegaría hasta los años 70.
Y fue precisamente en 1975 cuando nació en Minas Gerais, Belo Horizonte, esta compañía
destinada a asentarse en el panorama dancístico brasileño primero y en el internacional poco
después, llegando a convertirse en uno de los pilares más sólidos de la danza moderna
brasileña. Su insólita vitalidad se debe a varios factores entre los cuales no es el menos
importante el haber contado siempre con un elenco de bailarines de primera categoría. No
obstante, para lograr la estabilidad que todo grupo artístico necesita para crear hacen falta
muchos otros requisitos. En primer lugar, contar con un equipo estable de profesionales;
equipo que en el Grupo Corpo comienza por el coreógrafo residente, Rodrigo Pederneiras.
Éste, bailarín formado en danza clásica y contemporánea, estudió y trabajó en Buenos Aires
con el grupo de Óscar Araiz, el coreógrafo que firmaría luego el primer gran éxito de la
compañía, María María, en cartel desde 1976 hasta 1983. En 1981 Rodrigo dejaría las tablas
para coreografiar a Corpo, en el que, poco a poco, ha logrado imprimir un lenguaje propio
donde el rigor técnico y la base clásica se mezclan con una original estilización del folklore
brasileño. O como dice el propio coreógrafo, «algo brasilero y algo universal». Pero a ese
lenguaje único y reconocible del Grupo Corpo han contribuido también los figurines de
Freusa Zechmeister y las escenografías del artista plástico Fernando Velloso, quien, desde
1989 hasta 2002 realizó un trabajo continuado con el grupo junto a Paulo Pederneiras,
confiriéndole la identidad visual que hoy posee. Pero nada de esto hubiera sido posible sin el
trabajo organizativo que sostiene a la compañía y le permite crear en libertad. Una ardua
labor que desde siempre ha estado asumida por otro de los hermanos Pederneiras, por Paulo,
director artístico de la compañía, además de escenógrafo e iluminador de la misma.
Otro de sus rasgos definidores es que todas sus coreografías, a partir de 1992 y con la
excepción de Lecuona, se crean a partir de bandas sonoras encargadas en cada ocasión a uno
o varios músicos contemporáneos. Así ha sucedido hasta hoy, cuando el sueño de los
hermanos Pederneiras —a Rodrigo y a Paulo se unieron otros dos hermanos, Pedro en la
parte técnica y Miriam como bailarina— sigue más vivo que nunca y con un historial que
alcanza ya, entre otras cosas, 34 coreografías y más de dos mil representaciones a lo largo y a
lo ancho del planeta.
Parabelo (1997)
Con su célebre pieza 21, estrenada en 1992, el Grupo, uniendo lo erudito y lo popular en un
mismo vocabulario, había iniciado una nueva etapa con la que regresaba a sus raíces
brasileñas por un camino completamente diferente al emprendido en sus primeras creaciones.
Poco después, en 1996, en plena madurez, Corpo se convirtió en compañía residente de la
Maison de la Danse de Lyon. De esa etapa, que duraría hasta 1999, nacerían tres de sus
principales trabajos: Bach, Benguelê y Parabelo. Curiosamente, esta última obra fue definida
por su creador como «la más brasileña y regional» de sus creaciones. Los culpables, en gran
parte, fueron los autores de su banda sonora: el multiinstrumentista y compositor de música
popular brasileña Tom Zé (líder del movimiento Tropicalista) y el compositor y ensayista
Miguel Wisnik. Con los cantos de trabajo y de devoción, con la maraña de puntos y
contrapuntos rítmicos creada por estos grandes artistas, Rodrigo Pederneiras logra realizar una
partitura coreográfica llena de fuerza y de madurez expresiva en la que los juegos de cintura,
de cadera y de hombros de los bailarines se combinan con un protagonismo rítmico de los
pies que nos remite, sin ningún tipo de mimesis, a las distintas danzas populares que pueblan
el extensísimo territorio brasileño. Como fondo, sosteniendo los elementos escenográficos,
aparecen dos grandes paneles de 15 x 8 m. que la estética de los ex-votos de las iglesias
inspiraron a Velloso y Paulo Pederneriras mientras que los bailarines visten los característicos
maillots enterizos y unisex de Freusa Zechmeister, realzados por un original juego de luces y
sombras, además de por un atrevido maquillaje de ojos que les confiere un cierto aire tribal.
Lecuona (2004)
La fatal atracción que el músico cubano Ernesto Lecuona (1895-1963) ejercía desde hacía
años sobre Rodrigo Pederneiras hizo que, bien entrados ya en el nuevo milenio y a punto de
cumplir sus treinta años de historia, el Grupo Corpo rompiera su regla, establecida en 1992,
de trabajar exclusivamente con músicas encargadas ex profeso a artistas contemporáneos y se
decidiera a afrontar las canciones ardientes, voluptuosas, melancólicas, desgarradas y siempre
sentimentales del célebre creador de la zarzuela cubana y compositor de temas tan populares
como Siboney. También la división de la pieza en doce pasos a dos, uno por cada canción del
cubano, y un vals final bailado en conjunto, constituye una excepción en el trabajo de una
compañía muy coral en la que las individualidades —que no la personalidad de cada
bailarín— se diluyen siempre en el conjunto.
Con un vestuario lleno de color —esta vez Freusa Zechmeister viste a las mujeres con telas
vaporosas de vivos colores lisos y altos tacones junto a hombres de negro riguroso y con
zapatos de charol— y unos cubos luminosos monocromáticos, Rodrigo Pederneiras construye
una vertiginosa secuencia de 38 minutos de duración en los que, con las doce canciones
cantadas en español como fondo, se muestran los mil matices que puede tener una relación —
atracción, rencor, indiferencia, desprecio, tristeza…— entre un hombre y una mujer. Poco a
poco, los bailarines de Corpo, definidos por la crítica como verdaderos «atletas de los
sentimientos», van pasando desde las actitudes más románticas a otras casi brutales en las que
los hombres tratan a las mujeres como marionetas o las manejan casi con brutalidad aunque,
eso sí, sin perder nunca el ritmo y exhibiendo un virtuosismo técnico que en ocasiones roza la
acrobacia. Al final, seis parejas de bailarines —ellas de blanco riguroso— se entregan a un
vals luminoso, residuo de tiempos pasados, que se multiplica gracias a un juego de espejos
llenando de añoranza el corazón del espectador.
© Rosalía Gómez

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