ALBERTO PEREZ

Transcripción

ALBERTO PEREZ
Edición I
ALBERTO PEREZ
Semblanza de Alberto en su juventud
Jorge Huneeus Martínez
Por mucho tiempo, Alberto fue hijo y nieto único en la casa de nuestro abuelo materno, donde ambos vivíamos.
Eso marcó su paisaje de formación, su etapa formativa. Nuestro abuelo Marcial era un prototipo de las viejas
familias aristocráticas, educado en Londres, Leipzig y Washington; pero a la vez era un caballero algo frustrado
por haber tenido que cumplir con los designios de su padre, nuestro bisabuelo, que le obligó a ser abogado y no
músico, como era sin duda su tendencia. Terminó siendo abogado y diplomático, al igual que él.
Cuando Alberto nació, nació dentro de ese espíritu, al interior de una casa tradicional donde todos los ojos convergían sobre su persona. Nuestro abuelo desde el inicio reconoció en él a su sucesor y le dio la educación que él
había tenido. De este modo, Alberto estudió en el Grange, manejándose perfectamente con el inglés y el francés;
tuvo clases de música, canto y esgrima; aprendió el manejo de las armas y desde joven se internó por los bosques
de Chile, aprendiendo a reconocer la flora y fauna nativas.
Alberto era también ese aristócrata; pero a la vez se sentía par de aquellos que le acompañaban siempre en sus
excursiones, los jóvenes hijos de los peones del campo de nuestro abuelo. Con ellos se sentía bien, compartiendo
esa igualdad del músculo que camina y el corazón que palpita y siente.
A los 18 años, ante la disyuntiva de tener que elegir carreras, Alberto optó por pasar un año en el regimiento “Cazadores” viviendo la vida del conscripto. Postergó la entrada a la Escuela de Derecho, pero el destino le forzó la
mano y terminó estudiando leyes. Al poco tiempo, abrió su corazón y nuestro abuelo, tal vez recordando su propio
infortunio, acepto que Alberto ingrese al Pedagógico, donde se formó finalmente como profesor.
Alberto era un profesor nato y la vez un guía. Así le vi cuando niño en la casona de nuestro abuelo común. Teníamos 13 años de diferencia, lo que me permitía reconocer en él al hermano mayor que me orientaba en todos los
anhelos que un niño siente en su etapa formativa. Su ámbito era mágico, lleno de libros y aviones que colgaban
del techo; las paredes tapizadas de sables y espadas; sus dibujos, mezcla del Santo Grial y los Caballeros Templarios con los Mitos raíces de nuestra existencia humana.
Su religión no eran las iglesias ni las castas sacerdotales; era la religión que une el fuego interior que se manifiesta en la fragua profunda de cada ser y que despierta en cada uno de nosotros el sentido de trascendencia.
El ser puede dudar siempre de si mismo, duda existencial que Alberto sin duda sintió muchas veces; pero que
nunca le permitió postergar o dejar de extender la mano al prójimo en un acto de solidariedad. Este Alberto, guía
y maestro solidario nunca morirá.

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