02-27 Domingo de Pentecostés – B Hch.2.1-11 // I Cor.12.3
Transcripción
02-27 Domingo de Pentecostés – B Hch.2.1-11 // I Cor.12.3
02-27 Domingo de Pentecostés – B Hch.2.1-11 // I Cor.12.3-7 y 12-13 // Jn.20.19-23 Nota: como todos los años las lecturas para la fiesta de Pentecostés son las mismas, remito al lector al comentario que dimos el año pasado (Año A), y me limito aquí a algunas reflexiones adicionales. Hablar con Valentía De los primeros días de la Iglesia nos informa la Escritura que Pedro y Juan, después de haber sido interrogados por el Sanedrín sobre su proclamación de Jesús resucitado, volvieron a juntarse con la Comunidad de los fieles reunidos, y allí oraron: “Concede, Señor, a tus siervos predicar tu Palabra con toda valentía, mientras tú extiendes tu mano para obrar sanación y signos y prodigios por el Nombre de tu Santo Siervo Jesús. – Cuando terminaron, retembló el lugar donde estaban reunidos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y hablaban la Palabra de Dios con valentía” (Hch.4.29-31). - Trata de imaginarte qué significa el entusiasmo de esta experiencia comunitaria: ¡ser impactados por un sacudimiento del lugar, como por un temblor de tierra! Es que las fuerzas del Señor son mucho mayores que las fuerzas normales nuestras: nos capacitan muy por encima de nuestras potencias naturales,- lo único que se requiere es que tengamos fe y, desgraciadamente, ¡allí es donde solemos fallar! Este ‘hablar con valentía’, más que causar indignación, causó asombro entre las Autoridades Judías, pues “sabían que eran hombres sin instrucción ni cultura” (Hch.4.13). Aquí se realizó lo que, en otro lugar, dice San Pablo: “Dios ha escogido lo inculto del mundo para confundir a los entendidos, ha escogido lo débil del mundo para confundir a lo fuerte, lo plebeyo y despreciable de este mundo: lo que no es, para reducir a la nada lo que es” (I Cor.1.27-29). – Un caso muy conocido es el del Santo Cura de Ars. El obispo lo consideraba como demasiado ‘corto’, y apenas lo admitió a la ordenación. Pero luego resultó que, dondequiera que él predicaba, las iglesias no daban cabida a la gente que acudía para escuchar la Palabra de su boca. Pues así el Señor cumple su promesa: “no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla por medio de vosotros” (Mt.10.20). Ser Voceros del Espíritu ¡Ser voceros del Espíritu!: esto es lo que el Concilio Vaticano II proclama de todos los fieles: “De su unión con Cristo-Cabeza deriva el deber y el derecho a ejercer el apostolado. Por el bautismo incorporados en el Cuerpo Místico de Cristo, - y por la confirmación fortalecidos en la fuerza del Espíritu Santo, es el mismo Señor quien los lanza al apostolado” (AA, # 3). Por esto, “el miembro que no contribuye según su propia capacidad al crecimiento del Cuerpo, debe considerarse como inútil para la Iglesia, y aún un peligro para sí mismo” (ibid., # 2). ¡Qué muchos somos los que, en este sentido, deberíamos considerarnos como ‘miembros inútiles’ del Cuerpo de la Iglesia! ¡Ojalá tuviéramos todos la experiencia del profeta Jeremías quien, en un momento de desánimo, quiso renunciar a su deber de proclamar la Palabra, pero entonces “había como un fuego ardiente en mi corazón, prendido hasta en mis huesos, y por mucho que yo trataba de ahogarlo, no podía”. Pues la Palabra, al no poder salirle de la boca, le salió de los ojos, de los oídos, de toda su persona (vea Jer.20.9). ¡Ésta debería ser nuestra experiencia! El Espíritu Perdona por medio de Nosotros Hoy el Resucitado nos otorga el poder divino (vea Mc.2.7) de perdonar los pecados (Jn.20. 2223; vea Mt.16.19; 18.18). Esto se refiere primero a la práctica continua entre nosotros todos de perdonarnos mutuamente las faltas de la vida diaria: “Perdonad y seréis perdonados” (Lc.6.37). Sólo en casos muy serios, que han dejado a la Comunidad en desdoro público, el pecador habrá de recurrir a la Comunidad Eclesial como tal, representada por el presbítero, para que primero le perdone la Comunidad por boca del presbítero, antes de que Dios mismo lo perdone: “Deja tu ofrenda delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tus hermanos; sólo entonces vuelve a presentarme tu ofrenda” (Mt.5.24). -