Sartori Opinión pública

Transcripción

Sartori Opinión pública
G. Sartori, La democracia en 30 lecciones, Ed. Taurus
Opinión pública
Si la democracia es gobierno del pueblo sobre el pueblo, será en parte gobernada y en
parte gobernante. ¿Cuándo será gobernante? Obviamente, cuando hay elecciones,
cuando se vota. Y las elecciones expresan, en su conjunto, la opinión pública.
Se dice que las elecciones deben ser libres. Sin duda, pero también las opiniones deben
ser libres, es decir, libremente formadas. Si las opiniones se imponen, las elecciones no
pueden ser libres. Un pueblo soberano que no tiene nada que decir de sí mismo, un
pueblo sin opiniones propias, cuenta menos que el dos de copas.
Por tanto, todo el edificio de la democracia se apoya en la opinión pública y en una
opinión que surja del seno de los públicos que la expresan. Lo que significa que las
opiniones en el público tienen que ser también opiniones del público, opiniones que
en alguna forma o medida el público se forma por sí solo.
La expresión <<opinión pública>> se remonta a las décadas que precedieron a la
Revolución francesa. Y desde luego no es por casualidad. No sólo porque en aquellos
años los ilustrados se asignaban a sí mismos la tarea de “iluminar”, de difundir las
luces, v por tanto de formar las opiniones de un público más amplio, sino también
porque la Revolución francesa preparaba una democracia a lo grande que, a su vez,
presuponía v generaba un público que manifiesta opiniones. El hecho de que la
opinión publica surja, como expresión v como fuerza activa, en concomitancia con el la
de julio de 1789 también viene a indicar que la asociación primaria del concepto es
una asociación política.
Que quede claro, una opinión difundida entre el gran público puede darse, y de hecho
se da, sobre cualquier asunto. Por ejemplo, las opiniones sobre el fútbol, sobre lo
bello, sobre lo bueno, son también opiniones públicas, pero cuando se dice opinión
pública a secas hay que entender que tiene como objeto la res publica, el interés
colectivo, el bien público. Cuando se acuñó la expresión, los eruditos de la época
sabían griego y latín, y sabían que la objeción de siempre contra la democracia es que
el pueblo “no sabe”. De ese modo, a Platón, que invocaba a un filósofo-rey porque
gobernar exige episteme, verdadero saber, se le acabó objetando que a la democracia
le basta con la doxa, es decir, es suficiente con que el público tenga opiniones. Por
tanto, ni “voluntad” cruda y ciega, ni tampoco «verdadero saber”, sino doxa, opinión:
la democracia es gobierno de opinión, una acción de gobierno fundada en la opinión.
Ni que decir tiene que los procesos de formación de una opinión pública que sea en
verdad del público, es decir, que sea relativamente autónoma, son muy complejos.
Karl Deutsch nos ha proporcionado, para comprender dichos procesos, el “modelo de
cascada», de una l cascada de agua con muchas charcas sucesivas l en las que cada vez
las opiniones que descienden desde arriba se mezclan y reciben nuevas y diferentes
aportaciones.
Sigue siendo cierto que, incluso cuando conseguimos una opinión pública
relativamente autónoma, el resultado es frágil y relativamente incompleto. ¿Hasta
que punto debe preocuparnos esa naturaleza frágil e incompleta? La l respuesta es que
mientras nos atengamos al contexto de la democracia electoral, del demos que se
limita a elegir a sus representantes, ese estado de cosas no plantea problemas serios.
Es cierto que el público, el público en general, nunca esta muy informado, no sabe
gran cosa de política y no se interesa demasiado por ella. Sin embargo, la democracia
electoral no decide las cuestiones, sino que decide quien decidirá las cuestiones. La
patata caliente pasa así del demos a los electores, del demos a sus representantes.

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