Las hierofanías bryceanas - Revista de Investigaciones Literarias y
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Las hierofanías bryceanas - Revista de Investigaciones Literarias y
ESl U--DIOS. Revist¡ de l¡v6tiAaciones L¡terar¡s ) Culturales. N" 20121. Cdac¿\. agos.2{x)2 jun.2001. pp. 327-34ó LAS HIEROFANIAS BRYCEANAS Be¡.rntz Oclruo Unive¡sidad Simón Bolívar, Caracas Esl¡ iDvesli8ación propone el aruílisis de No tne esp¿rcn e abril, de Aifredo Brycc Echenique. como representación del imaginario amoroso latinoamericano finisecul¿r¡, a lravés de u¡¡ aprorimación antropológico relifi(xa que observa en la novela la lormulación del culto a la amada se analizá la s¡cralizaci(in desde las lnshncia\ más amplias hasla las más particulares. como la casa. cl santuario y el al¡ar: manifestaciones microcósmicas del universo sagrado en las que tanto el espacio como el tiempo se hace¡ estálicos: las hierofa,rtas. ral y como las define Mirce¡ Eliad¿. Luego, sc considera dl proceso dc transustanciación presentc en el riiual, producto de la v€neración de la amada abora deific¿da, y la muelc como cierre del círculo de las ilusiones y única posibildad dc pemünencia cn el mundo sacro consaruido. P¡l¡b¡ss cleve: Hierofanía, Alfredo Bryce Echenique. imaginario amoroso. BRYCE'S HIEROPIIANIES This resea¡ch adop6 an anth¡opological'religious perspeclive ro analyze Alfredo Bryce Echenique s N¿, m¿ esperen en dbril as a representation of end-of-cenlury t¿tin-Ameúcan ¡ove imaginary. erpressed in the worship of rhe loved women. The fudy analy¿es difierent levels of sacredness. ftachinS private sphercs. such as the house. the sanctuary and alrar -microcosmic marifestatjons of the sacred universe in which space ;]nd lime become st3lic: hierophanics. accDrdins to Mucea Eliade s definition. Then. il considers lhe process of transubslantiaton present in the nlual, produced by the worship of the loved woman, now defied. De¿rh is ¡hen considered as the closing of üe circle of illusions and the oniy possibility of pemanence in the sacred world built. Key words: Hierophany. Alfredo Bryce Echenique. love imaginary. l-a creación atísúca se asenreja en cie¡los aspectos a la illlil'i1'lli#illil;:l;:::l:''l "'o'*'""de ra o¡ació¡ Delacroix En el siglo xx se agudiza para el hombre la tensión que genera la necesidad de descubrir la finalidad y el orden en un mundo que rehúsa resueltamente evidenciar cualquiera de los dos aspectos. El hombre modemo se afana por hallar un sentido de orden en un universo que percibe como caótico, donde las explicaciones éticas y científicas aceptadas hasta los inicios de nuesúo siglo y que incluso hasta el comienzo de la década de los años sesenta servían de ma¡co de referencia han sido puestas en duda o impugnadas como generadoras de respuestas. 327 Entonces, ¿dónde puede enconÍarse un principio generador de orden? ¿En qué lugar puede escarbar tanto el individuo como la colectividad en busca de algún elemento que les conceda Ia sensación de poseer una existencia armoniosa? Dentro de nuestro complejo proceso cultural, visto tanto desde la generalidad occidental como desde el ámbito latinoamericano, uno de los espacios de indagación que con más frecuencia parece emerger es el del amor. De este último, dos perspectivas paralelas han corrido con el tiempo: "el amor que aprisiona y tortura y el amor que libera y realiza' (Bumey, 1978: 39). Pero es la segunda forma de percibir el proceso amoroso la que me interesa subrayar. Es éste un amor que reorganiza el rnundo de quienes lo experimentan y cuyos orígenes pueden rastrearse en las primeras recre¿ciones mitológicas occidentales de la creación del universo donde, del Caos primigenio y a la par de la Tierra, nacía E¡os, adorado desde siempre como fuerza fundamental del mundo que asegu¡aba la cohesión intema del Cosmos. Son muchos los discursos ficcionales engendrados en la última parte del siglo xx que se hacen eco de la elección del amor como posibilidad a través de la cual alcanza¡ el sentido de la existencia. El amor se ha convertido en uno de los temas predilectos de nuestra contemporaneidad, pero no únicamente como objeto poético, material con el que los escritores construyen sus discursos ficcionales. Con una radición más esporádica en épocas anteriores (El banquete, de Platón; El ane de amar, de Ovidio, el Diálogo la Vida nueva, de Da¡te; Del amor, de Stendhal), numerosos son los trabajos dent¡o de diversas modalidades del conocimiento humano sociología, anuopología, filosofía- para los que es objeto de estudio -psicología, en nuertro siglo. En ellos se indagan las diferentes formulaciones del amo¡ en la historia de la humanidad, desde las culturas grecolatinas, pasando por el amor cortés del medioevo, hasta la observación de las vinculaciones entre el amor y los avances tecnológicos que nos inician en el siglo xxt. sobre el amor, de Plutarcoi Paralelamente a la revisión historicista, son también objeto de estudio sus sexualidad, múltiples manifestaciones; el amor de los cuerpos -elotismo, sensuaüdad-. el amor de las almas ----enamoramiento, romance-, el amor divino ----dgap¿, misticismo-; sus rcpresentaciones, desde las formas elitistas del arte hasta infidelidad, la cultura de masas; sus problemas cotidianos -matrimonio, homosexualidad, etc. Sus autores acusan la importancia del fenómeno al decir, po¡ ejemplo, que "el amor se ha transformado en una esPecie de obsesión" (Tristan, 1980: 9), o hablar de "el complejo de amor" (Morin, 1969a). La literatura latinoamericana de las úhimas décadas ha difundido el interes que el tema ha despertado, definiéndolo y redefiniéndolo --directa o tangencialmente- a través de las representaciones ficcionales, mostrando cómo el amor se vincula a la .elación del homb¡e con la realidad, problematizándola, obstaculizándola, 328 simplific¡ándola, expliciíndola. Sea cual fuere la proposición del amor que se formule en cada texto, la tendencia parece llevar a la misma conclusión: .,El amor es la gran verdad" (Morin, 1969b: 163). Frente a este ma¡co de reflexión, la obra de Alfredo Bryce Echenique se constituye como particularmente rica en matices. Sus personajes, en su mayoría también nar¡adores, parecen ficcionalizaciones de la persona-Bryce, donde es él mismo y su experiencia, sus recuerdos, el material con el que construye sus discursos ficcionales. Sus novelas y relatos son la puesta en er".n" á" ,u problemática relación con la realidad y, denko de ella. con el amor. - Sin embargo, su panicularidad para con la norma de la relación amorosa es la que hace de la escritura de Bryce una muestra de especial interés. La mayoía de los estudios que abordan el tema del amor destacan la importancia del amado en la relación, quien se conviefe en recipiente de proyecciones afectivas y en vía a t¡avés de la cual el amante espera trascende¡ el absurdo y la carencia de sentido de su existencia. En la escritura bryceana, la amada es presencia que desaparece necesariamente para converti$e en objeto de culto. De esta manera, los relatos bryceanos son relatos de ausencias. La búsqueda del amo¡ no se verifica en el otro, sino en el vacío que éste deja. No se privilegia la realización del amo¡ sino la aventura de conseguirlo o la condena de recorda¡lo. En la obra de Alfredo Bryce Echenique, y en especial en su novela No me esperen en abril (1995), puede sondearse la formulación del culto como representación particular del amor Esta última apa¡ece expresada a pafir de un primer estadio de búsqueda de las imágenes repetitivas, que marcan la preselección de la amada y su encuentro. Tras esta primera fase, se manifiesta el establecimiento de la ¡elación bajo la clave de dominio/sumisión, donde el personaje masculino aparece como suplicante y penitente ante la mujer construida como soberana, misteriosa e inaccesible. La escritura de Alftedo Bryce Echenique es representativa de la ficción de la segunda pafe de nuestro siglo en Latinoamérica, en tanto que presenta el cuestionamiento constante de la posición del individuo que se siente desplazado del posible centro de su existencia, que se pregunta adónde pertenece ____cronológica, topográfica, cultu¡al e intelectualmente. Ante esto, la pervivencia del culto en su discurso nos permite pensar que es ésta una reelabo¡¿ción que va en busca de la esencia del hombre y de la humanidad! en cuyas va¡iantes encontraremos manifestaciones definitorias de la relación hombre-mundo en el siglo xx. A pafir del análisis de No me esperen en Abrí\, se planteatán las proyecciones del _ culto de amor a partir de cuatro centros: el espacio sagrado, la casa/igle;ia, el ritual y la muerte- 329 l. EI espacio sagrado El tránsito de la presencia de la amada a su ausencia convierte el amor hacia ella en verdadera idolatría, pues desaparece la espada de Damocles que era la corpo¡alidad. con la que Manongo. parodia del conesano de amor, ha luchado toda la primera pane de la novela. La Beatnz de Dante muere, la Tere dc Manongo se consume en su carácter de mujer pa-ra volverse quimera. Este aspecto no es exclusivo de No me esperen en abrí|, pues como observa Julio Onega al analiza¡ la obra bryceana en conjunto: "Una dc las paradojas de este novísimo discurso amoroso es, justamente, que la pérdida de la amada y la imposibilidad de la pareja no disuelve el víDculo amoroso: Io hace más agudo, más gatuito. y, como en el p€tra-rquismo. un culto exaltante ' (O¡tega 1994: 49). En efecto, desde Tontas r)eces Pedro hasta 14 amigdalitis de Tarztitt,la estructura de las relaciones amorosas que en tales textos aparece es siempre la misma: el rayecto que parte de la presencia de la dama a la ausencia de ella, desde los momentos vividos juntos, como prcceso en el que se recogcn los recuerdos que. tras la desaparición de la mujer del entomo del personaje protagónico, se transforman en material que se sacraliza y con ello se constituye un culto de la memona. La pérdida de la amada potencia la desintegración dei sujeto amantc, desintegración que sólo se solventa¡á a través de una situación análoga a la planteada en el mito de Orfeo. En él encontramos el ideal de la recuperación del tiempo. "La memoria recupera el temps perdu, que era el tiempo de la gratificación y la realización", dice Marcusse (1989: 215). Orfeo se niega a quc hayan desaparecido el amor y sus beneficios, por lo que dedene el tiempo a t¡avés de la memoria, y por medio dc la representación simbólica de la búsqueda de la amada en los infiemos manifiesta la actuación siempre perenne de la actividad amatoria. rechazando la posibilidad de su fin. "Eros, penetrando en la conciencia, es puesto en movimiento por el recuerdo; con é1, protesta contra el orden de la renunciación; usa la memoria en su esfuerzo por deíota¡ al tiempo en un mundo dominado por sl tiempo. Pero en tanto que el tiempo retiene su pode¡ sobre Eros, la felicidad es una cosa esencialmente del pasado" (215)Como puede inferine de las palabras de Ma¡cussc, Ia esencia de este amo¡ es utópica pues, como en el amor cortés, la clave estará en Ia imposibilidad de su realización. Recordemos la paradoja que es base de Ia noción occidental del amor, según la tesis planteada ¡nr Denis de Rougernont en El amor y Occklente: el verdadero amor es aquel que no se realiza. La desapa.rición de la amada en ésta y otras novelas de Bryce no desactiva el amori el personaje bryceano más bien "convierte la ausencia de amor en amor y ama desesperadamente en soledad" (Conte en Lafuente, l99l;20). 330 El espacio de la amada, entonces, no se vacía, sino que, contrariamente, se pucbla de elcmentos que se recupe¡an lentamente, va sin el estorbo de la confiontación de perspectivas. Estando solo Manongo, puede construir y reconstruir el pasado con Tere sin que ella intervenga; es libre de caer al abismo de su propio mundo'. En el instante en que Tere da la ¡elación por terminada, reclama a N{anongo la imagen que de ella se había formulado diciéndole "no voy a dcjar que terrnines de inventarme" (415). La última pa¡te de la novela es el etcmo balance del pasado de Manongo, en una correspondencia entre la situación del personaje y el discurso que la nombra. La sensación que prevalece es la de un tiempo detenido, en el que se cuenhn y recuenlan las mismas anécdotas, para mostrar a un personajc centrado en su subsistencia, una suerte de caballero and¿nte que comienza a enfrentarse por pimera vez a su entomo pero sólo con el deseo de obten€r la recompensa de la presencia de la dama, dc su retomo. Son representación constante de esta situació¡ los puntos suspensivos. que luego darán nombre a la casa que construye pafa quc el reencuentro se verifique. estos benditos y malditos puntos suspensivos mantuvieron vivo y muerto y náufrago y sobreviviente a Manongo Steme que, pobre hombfe pero ctcmamente caballero a carta cabal par¿ los gestos insólitos, nunca pudo, a pesar de sus pesares, decir hoy sé más que ayer del amor porque seguía locamente enamorado, hasta el romántico, largo y patético epílogo de su vida... (Bryce, 1995: 468). Y estos... Euídice mue¡e dos veces¡ Te¡e, como Beatriz y Laura, es eterna: "porque yo te tú nunca mori¡ás" (Bryce, 1995: 456). Durante los siguientes años reseñados, con menor detalle que los de adolescencia, Manongo hará suyo el "vivo amo. Tere, sin vivir en ml' de Santa Teresa, sobreviviendo más que viviendo, centrado en la esperanza de vida que es el reencuentro con la amada y con él el cierre definitivo de la construcción de su propio yo, la develación de su identidad. La amada bryceana, como la que exp¡esa el arnor conés, es "principio de revelaciones" (Oftega, 1994|. 5l). A través de la asunción pa¡ódica del rito cortesano en No me esperen en abril, lJas el establecimiento de la dinámic¿ dominio/sumisión, se llega hasta la disolución del otro, de la amada, para dejar el vacío sobrc el que se arma el culto a la dama, a ravés de la veneración de idolatía- del recuerdo y la imagen del otro. En el -teñida espacio vacío que deja el objeto de deseo se instala un nuevo territorio, distinto del fáctico. Como sugiere Marina Colasanti: I Más adelante en lanovela se dirá "Manongo se paseaba como Ma¡on[io Sterne por su mundo (Bryce, 1995:473). JJI Si el cuerpo dcl amado ausente es imposible de alcanzar, él mismo en la distancia se conviene en más cercano. Pucs mientras que el físico exige estímulos concretos, el sentimiento puede no sólo vivir de sí mismo por algún tiempo. sino incluso agigantarse gracias a la rica alimentación aponada por la imaginación (t993:92). La construcción idealizada del otro en el estadio amoroso se formula de forma paralela a la relación del homb¡e con Io sagrado. De esta manera, consagrado el objeto de amor, todo lo que le rodea se contamina de su carácter mágico. A Partir de este momento el mundo se separa, se divide en zonas: por una palte se encuentra el mundo profano, el de la vivencia cotidiana; frente a éste, se formula el cosmos sacralizado, percibido más allá de su significado primero, utilitario, y revestido de un sentido que en la religiosidad contemporánea sólo atañe al sujeto que lo funda como necesario para su propia percepción de sa universo vital. El individuo, anrc la crisis constante en que se encuenfa su propia identidad, "es empujado a recomponef los fragmentos de un mundo desarticulado [...] en un 'sistema de significatividad subjetiva"' (Beriain, 1990: 54), es decir, se le impele a fraguar un espacio personal poblado de signos en cuya lectura y desciframiento pueda instalar un seltido de salvación. El mundo profano es la zona de la confusión, del desorden, de la ambivalencia ---rn términos freudianos. El sagrado remite al bienestaf primigenio, a la seguridad y la confianza en que algo que nos sobrepasa, que está por encima de nosotros, nos protege y acoge. Por ello la asimilación de la relación amorosa con la religiosidad es pertinente. Francesco Alberoni plantea este asunto en forma clara: "¿Pero cu¡íl es el problema del que el enamo¡amiento es la solución? Es éste: nosofos, seres humanos, desde la infancia, tenemos necesidad de objetos absolutos y totales de amor Como nuostra madre, Dios, la patria y el panido. Algo más importante que nosotros y que nos trasciende" (1997:. 52). El objeto de amor es, como afirma Alberoni, "siempre una construcción ideal, el producto de una elaboración", cuyo constante perfeccionamiento prelende "baja¡ el nivel de ambivalencia" (52)t es decir, permitir el paso del caos al orden. Por esta razón "al otro se le asigna un hábitat superior, un Olimpo donde todo se decide y de donde todo desciende sob¡e mf' (Barthes, 1993: 93), puesto que Ia capacidad de orientación, de guía, se coloca en una instancia suPerior al yo que diviniza el objeto de deseo. y profano-, Eliade Al establecer Ia diferencia entre estos dos mundos -sagrado y señala: para el hombre religioso, del espacio resalta la falta de homogeneidad Hay, pues, un espacio sagrado y, por consiguiente, <fuerte>, significativo, y hay otros espacios no consagrados y, por consiguiente, sin estructura ni consistencia; en una palabra: amorfos. Más aún: para el hombre religioso esta ausencia de JJZ homogeneidad espacial se haduce en la experiencia de una oposición enre el espacio sagrado, el único que es real, que exíste realmente, y todo el resto, la extensión informe que le rodea (1973: 25). Considerando la particular forma en que el personaje bryceano que nos ocupa se enfrenta al mundo que lo circunda, estas palabras de Eliade nos permiten ver a Manongo como un individuo que conforma un cosmos en el que no sólo se siente cómodo en un principio, sino que, percibiéndolo como lo único que es real, se estaciona en él por medio de un riempo detenido y en el que la muete es la forma definitiva de permanecer La relación amorosa es el acicate a través del cual Manongo establece la distinción entre el territorio de lo sagrado, donde él mismo genera el orden y que es ese ¿denfro en el que se encierra para salvarse y protegers€ del dJt¿crc, y ese otro territorio donde reina lo desconocido, lo extranjero y extraño. La construcción y reconstrucción de los recuerdos a lo largo de la novela nos permitcn observar la configuración de ese espacio sagrado. No es la crónica del pasado lo que pretende el personaje; la lucha conlra el olvido y el recuerdo obsesivo deforman, reformulan y redistribuyen las evocaciones para poblar con ellas el cosmos, para hacerlo conocido. Con ello, aparecen las hierofaníasr,literalmente los actos de manifestación de lo sagrado, a través de la distinción de espacios que son asumidos por el homo religiosus lniseculaf como altares, en los que las yariables de tiempo y espacio no tienen cabida. En el caso de Manongo, éste selecciona conscientemente aquellos objetos o elementos que, a panir del momento de su mediación por el imaginario amoroso, pasan a ser dotados de un nuevo sentido que se suma al que poseen en el mundo profano; se convielen en puntos de fuga que revelan ese "algo misterioso" que le niega el mundo natural. Así, Pretend no es sólo una canción de amor, sino que es la canción de amor, cuya audición o apenas su rememo¡ación trae al tiempo de lo saprado el mom€nto pdmero en que Manongo vio a Tere, y todos los momentos que él percibe como perfectos durante el tiempo que duró la relación. Este proceso de const¡ucción y revelación de hierofanías atiende a la percepción de cienos lugares como "privilegiados, cualitativamente diferentes de los otros" (Eliade, 1973; 28). Es decir, estos lugares revelan una ¡ealidad diferente de la cotidi¿rna, que en el caso de lo sagrado, es aprehendida como la auténtica. la verdadera. La vida de Manongo fuera de los espacios en los que alguna vez estuvo Tere tiende a lo caótico, al no sentirse pafe de ese mundo. Sólo el paso sacralizante de la amada otorga un carácter excepcional a los espacios, los aparta del común, 2 Etimológicarnente procedÉnre del griego sag¡ado y mosüa¡, ens€ña¡. El término es propueslo por Mircea Eliade (1973: l8-19). donde el tiempo los desgasta y conompe. Son estos esPacios frontera entre el caos y el orden. Un ejcmplo de ello lo podemos ver en el Country Club, zona por excelencia en la que Manongo no acumula sino que separa distindvamente cada uno de sus elementos constitutivos para repetir en cada esquina la ritualidad que trae al presente los momentos vividos con Tere. Para evitar que la instalación en el tiempo mágico sucumba ante el deterioro del club, en su madurez Manongo lo compra "para que todo volviera a ser igual" (584). Veinte años después de la año¡ada adolescencia, la visión del club maltratado por el paso del tiempo enfrenta a Manongo con que la repetición del rito de besar a Tere en el pasillo de las habitaciones del hotel no funciona porque el entomo ha sido alterado. En tanto que Tere, por completo fuera del espacio creado por Manongo. comprende que "el tiempo pasa y la gente cambia" (590), éste Pretende reconstruir el espacio para hacerlo retomar al pasado, a ese tiempo en el que él se ha detenido. Manongo se resiste a aceptar el paso del tiempo. El tiempo en que viven tanto Tere como los amigos y familiares de Manongo es el profano, el que se sucede irremisiblemente, que transforma a los seres y las cosas. Por su parte, Manongo se introduce cada vez más, hasta entra¡ por completo con la muerte, en el tiempo de lo sag¡ado. Como lo explica Eliade, f...f el nempo sagrqdo es por su propia naturaleza reversibl¿, en el sentido de que es. propiamente hablando, un Tiempo mítico primordial hecho presente Í..-f El Tiempo sagrado cs, por consiguiente, indefinidamente recuperable, indefinidamente repetible. Desde cieno punto de vista, podría decirse de él que no "transcurre", que no constituye una "duración" irreversible (63-64). Dc allí la etema adolescencia de Manongo, su negaliva a aceptar los cambios, la inadecuación de su percepción dc amada y amigos con lo que ellos son, pasado el tiempo. La novela misma nos ofrece la impresión de un tiempo laberíntico desde el mismo momento en que su lector aprecia la reiterada representación de los mismos eventos y las mismas anécdotas que forman parte de lajuventud del personaje, lo que incluso lo lleva a ¡econocer las más rnínimas variaciones o descuidos, como sucede con el nombre de la prometida de Teddy Boy, quien pasa de llamarse Margarita a Laura en las últimas páginasJ. 3 Margarita, y a paÍir de la 587, Laura. Ese "descuido" de Bryce puede ser en efecto u¡ "lapsus" en la escritu¡a o tal vez un pequeñojuego para con el lector en tanto que podría ser uÍa simul¿ción que juega con los er¡ores que aparccen en la pi'rnera p fte del Qüijote, que ya antes de la publicación de su segunda pale habían sido profusanenrc señalados a su autor, dadas las refercncias que el propio Cervantes hace a ello €n el prólogo- Aunque acepto que la primera posibilidad es más plausibie, los asiduos lectores bryceanos ¡o debeía¡ des€stirna¡ este inÉnto prctector Para mayor precisión, en las páginas 5ó5 y 566 se la llama 334 El nombre con el que Manongo resuelve bautiza¡ la casa que construye para su pretendida mudanza final con Tere es símbolo de la forma en que éste entiende el tiempo. Los tres puntos suspensivos enma.rcados (<..,>) se hacen representación de lo que nunca acaba, del tiempo suspendido en que vive el personaje, negado a la comrpción de los recuerdos. El tiempo mítico, en su sentido litúrgico, impona la reacrualización del hecho sagrado. En Manongo esa reactualización es acumulativa, pues cada retomo al pasado mítico trae consigo la incorporación de nuevos detalles. de nuevas informaciones que convie¡ten su religión del amor en un fenómeno que se hace más complejo en su estructuración. En una conve¡sación imaginaria que sostiene el personaje con su amigo Adán Quispe dice en un paréntesis: [...] según el instante, según el nuevo detalle del recuerdo total que te sorprende siempre con las más tristes novedades, con los más crueles matices, con las más brutales precisiones de día, de lugar. d€ tal hora de tal dra. minuta de tal hor¿, segundos y más segundos, y el calor que hizo y ¡os irrepetibles colores que hubo (478). La extJema longirud del inseno en medio de ias reflexiones del personaje. las acumulaciones y la falta de estructura gramatical completa nos muestran esta cita como una manifestación delirante que hace saltar a la vista dos aspectos relevantes: que la memoria como ritual impone una acumulación desjerarquizada de detalles, que en cada actualización se hacen más pormenorizados; y que el tiempo, en el retomo al origen, se hace "una especie de eterno presente mítico que se reintegr¿ periódicamente mediante el artificio de los ritos" (Eliade, 1913: 64,, pfesente que, como los pormenores, se detiene cada vez rnás, se fragmenta en porciones cada vez más pequeñas. Esta atomización del tiempo puede ser una de las formas que explique la muerte de este personaje bryceano. 2. Casa / Iglesia Beriain señala que en el mundo moderno la profanización tiene por causa el descent¡amiento de las cosmovisiones, "que básicamente cristaliza en el descentramiento del 'centro sag¡ado' de la sociedad" (1990: 102). Esto tiene que ver con el aspecto de la pérdida o, en el mejor de los casos, la desestimación de los cenFos colectivos que articulaban anteriormente una identidad comunila¡ia, aho¡a fragmentada en significaciones individuales. Los centros sagrados son entonces conñgurados por cada sujeto, atendiendo a sus propias especificidades. Estos lugares se convienen en el omphalos mundi, eD el lugar santo, el microcosmos sagrado y completo, morada de la seguridad. 335 En No me esperen en abrí\, espacios como el colegio Saint Paul / San Pablo y el Country CIub no sólo se hacen en su momento centros sagrados, sino que además aparecen como rep¡oducciones microcósmicas del unive¡so. El colegio, por ejemplo, a través del lente bryceano- en remeda en miniatura la situación del Pení -siempre cuanto a sus divisiones sociales ma¡cadas, el etemo deseo de la europeización como utopía, la anarquía absoluta de sus miembros. "Todo espacio sagrado implica una hierofanía, una imrpción de lo sagrado que tiene por efecto destaca¡ un territorio del medio cósrnico circundante y el de hacerlo cualitativamente diferente" (Eliade, 19'73:29). Esa diferencia, que marca la frcnte¡a ent¡e lo sagrado y lo profano, enÍe el adcnto y el afuera, conforma un mapeado del mundo que protege de la indefensión que comprometcía un cosmos abieno La consagración del espacio implica, según señala Eliade, el "encadenamiento de concepciones religiosas y de imágenes cosmológicas" (38), articuladas en un "sistema del mundo" del hombre religioso. En dicho sistema, el lugar sagrado instituye una ruptura de la homogeneidad del espacio profano, ruptura quc a su vez simboliza una apertura que posibilita la comunicación entre lo terrenal y lo celestial' el t¡¡ánsito hacia lo divino superior Con esto en mente, podemos pensar que ya que el conflicto de Manongo con el mundo radica en el homogéneo desorden de este último, del que siempre ha tratado de destacarse como un ser opuesto al común (recuérdese el leítmotív "Manongo es como nadie es asf'), el asentamiento del lugar sagrado le permite incorporar el espacio de la diferencia dentro de la repudiada semejanza Manongo, enfrentando en un momento las noticias que recibe a distancia del Peni que ha abandonado hace ya muchos años, y que es ahora "su mundo roto" (Bryce, 1995: 516), ya ante la posibilidad del temido cambio en el mundo de sus recuerdos, accede nuevamente a Ia detención del tiempo profano al construir las casas destinadas a sus amigos, espacios con los que aspira a defender la imagen de sus amigos que guarda en su memoria. En cuanto su padre le pide encafar que la palabra amígo "cambia de sentido con el tiempo, con la edad, y con el medio en que a uno le va tocando desenvolve¡se" (514), aparece la imagcn de todos los amigos, incluida Tere, contenidos en su corazón, símbolo del tiempo detenido. El deseo de construir varias casas Para sus amigos representa un intento pol recobra¡ todo lo que el orden de lo profano le ha arrebatado Porque ellos se alejaron del etemo recuento del pasado, a causa del tiempo progresivo, la distancia, el olvido. El juramento que se hace Manongo a sí mismo de "¡ecomponer íntegro el mundo de todos y cada uno de sus seres queridos" (498) sugiere la aspiración a que ellos se desarraiguen del espacio profano para que, habitando las casas que él destina a cada uno, ingresen al espacio sagado del pasado que pa.ra Manongo es paradisíaco. En un primer momento, pues, el personaje ambiciona un retomo colectivo a lo primigenio de su relación, a la eterna adolescencia. 336 La intimidad es protegida en el espacio sagrado, pues simbólicamente se entronca con el útero matemo, con la bienaventuranza del espacio primigenio. En su análisis antropológico-arquetipal dc esta reprcsentación, Gilben Durand precisa quc "el espacio sagrado es una cosmización [...] del arquetipo de la intimidad fcminoide" (1979:.234-235\. Apartado con el nacimiento del claustro matemo, lugar de la seguridad y el amparo envolvenles, el hombre religioso dcbe c¡ear un nuevo lugar protector que emule el vientre, un espacio consagrado que le provea de seguridad incuestionable e inviolable. La primera intención de Manongo es la de un ingreso gfupal a esa intimidad, a una etema consagración del recuerdo que se convierta en un rito que involucre a todos los miembros directos comprometidos con su cosmogonía. La búsqueda de Manongo en este sentido es la de "recomponer etemamente. Mantener nuevamente intacto" (Bryce, 1995: 499) su mundo tal y como su memoda lo protege: el proyecto simboliza el deseo de lleva¡ a Ia realidad lo que "llevaba por dentro como un inmenso germen" (499). Esas casas pretenden en principio convefirse en templos, en ejes cósmicos en tomo a los cuales se extienda el mundo sacro, en apeftum constante al espacio superior divino que ¡epresentaría el tiempo sagrado, el constante retorno al tiempo mítico primordial de los años de juventud. Pero terminan transformándose en "un descomunal y abandonado monumento al tiacaso" (Bryce, 1995:598). El espacio sagrado tiene como pafticularidad el ser susceptibie a la agresión que le rodea, por lo que "todo ataque exterior amenaza con transforrnarlo en 'Caos"' (Eliade, 1973:.47). El proyecto de Manongo de hacer ingresar a sus amigos a dicho espacio se ve runcado ante la negación de éstos. El rechazo de sus amigos a habita¡ las mansiones reinteg¡a a Manongo a un p¡oyecto que sólo lo involucre a él en la etema y nunca desestimada posibilidad del encuenÍo final con Tere. I-a mansión que construye para su vida con Tere es "la más hermosa de todas, pues fue la que con más ilusión construyó. sin duda alguna po¡que fue la última ilusión de un hombre que comprendió el inmenso error de aquella gente que confunde la idea del amor con la idea de la felicidad" (Bryce, 1995: 469). Esra casa pasa a ser ya efectivamente el templo en el que el culto a Ia dama se consuma plenamente. En el capítulo "La versión de Tyrone Power", este amigo de la infancia relata a la prensa la historia que involucra ¡a creación del templo a Tere. Eliade indica que la construcción del templo en las culturas a¡caicas se realiza luego de la escogencia de la tiera santa, que tiene por signo el ser "el lugar más próximo al Cielo" (39). Villa Puntos Suspensivos se instala sobre una cumbre, lo que reproduce una de las imágenes que para Eliade posibilitan el tiínsito entre el cielo y la tierra, como lo es la montaña. Divinizada Tere, la casa pasa a ser poblada por elementos que permitan abrir el espacio hacia arriba, hacia la pretendida comunicación con la amada. 33'.7 El siguiente paso en la construcción del templo es hacerlo vna imago mundi, vn espacio que reproduzca microcósmicamente el macrocosmos del universo. Este "gesto creador", en palabras de Eliade, involucra a su vez la reproducción en pequeño dei mundo tal y como lo conoce el ser religioso. El mundo de Manongo se encuentra en constante construcción, ya que, como hemos indicado, este personaje p¡esenta a lo largo de toda la novela la etema búsqueda de su propia identidad. De este modo, la casa/templo sufre durante su edificación continuos cambios, puesto que Manongo "constantemente mandaba dem¡mbar una vez fnás y reconstruir enteramente, desde los mismos cimientos. todo un sector de la inmensa mansión, toda un ala irreprochablemente terminada, tan hermosa como perfecta hasta el más mínimo detalle" (601). Asumiendo la misma táctica de Penélope en Lrl odiseq, este etemo hacer y deshacer de la casa es un acto dilatorio con el que Manongo posterga la finalización de la construcción, lo que significa encarar la utilización de la mansión atendiendo a su función originalmente esbozada, que es la de una vida conjunta con Tere. Más aún, la construcción de la morada es un acto decisivo con el que el hombre religioso se asienta definitivamente en un espacio, consagrando su permanencia. El levantamiento de la casa, nos dice Eliade, "representa una grave decisión, pues la existencia misma del hombre se compromete con ello: se trata, en suma, de cre¿Lrse su propio 'mundo' y de asumir la responsabilidad de mantenerlo y renovarlo" (1973: 54). La diferencia primordial de la casa para la mentalidad profana o para la religiosa se encuentra cn la funcionalidad. Para el hombre a.neligioso la casa es ----empleando palabras de Le Corbusier- una "máquina de residir"; mientras que para el religioso permite la comunicación entre las zonas cósmicas inferiores y superiores, es imagen del mundo y reflejo de su propia relación con el universo. El tránsito de una a otra funcionalidad se hace transformando ritualmente la morada, equiparándola al Cosmos por mcdio de la instalación simbólica del Axis mundi, que en su sentido primario asume la imagcn de una columna, o un iírbol, o una escala, que unen físicamente tieÍa y cielo (Eliade, 1973: 38 y 50-51). En la novela, La Violeta, bar erigido en la Villa Puntos Suspensivos, actúa a modo de Axis mundL Manongo conoce, en uno de sus viajes, La Violeta que da origen a la creación de un rito que trae al presente la imagen de Tere, "la ensoñación", de la que hablaré con más detalle al explicar el sentido del ritual. A partir del descubrimiento de esa posibilidad en La Violeta originaria, Manongo comienza a recrear ese ambiente en todas las casas que consüuye, experimentación que acaba con la construcción del últ¡mo bar para Ia Villa Punlos Suspensivos. Una vez finalizado el proceso de hacer y deshace¡ la casa, dicho bar se instituye en el ambiente preferido, en auténlico Aris mundi en el cual se verifica la apertura 338 hacia la zona cósmica superior con la invocación de la amada. Hacia el ñnal de la novela, Manongo se i¡stala definitivamente en el ámbito sagrado de la casa./iglesia que es la viJla, cerrando cada vez más el círculo espacial hasta hacer por completo vida en La Violeta, único espacio "real" para el personaje, en el que se diluye al término del texto. El bar es el espacio en el que circunscribe definitivamente toda actividad, que cesa con la muerte. El propio lrone indica la inclusión permanente de Manongo en el espacio de lo sagrado cuando dice "la verd¿d es que dejó de venir a vemos porque cada día se pasaba más ho¡as encerrado en ese absurdo bar tropical de su casa. Ahí trabajaba, hacía de todo y ahí se pasaba horas y horas completamente solo, oyendo música hasta que se quedaba dormido" (Bryce, 1995: 602)- Manongo actúa. siguiendo esta dirección, del mismo modo que el homb¡e religioso, porque "desea vivir en el "centro del mundo>; dicho de otro modo: en lo reqf' (Eliade, 1973: 52). Con esto Manongo definitivamente redistribuye los espacios, poniendo una frontera espacial que separa el afuera informe y caótico del adcnt¡o orden¿do, encerrando en la casa./iglesia el tiempo que para él no ha pasado. El ritual DenÍo de la ya explícita generación del espacio sagrado en No me esperen en en lugar de expandirse, se ejecuta en forma de espiral que pafe Aáril, la cosmogonía, de afuera hacia adentro. En otras palabras, Manongo cornienza a const¡uif un cosmos sacro que en principio involucra a sus amigos de adolescencia, en un espacio que abarca muchas casas en lugares varios, para luego centrarse en la casa./iglesia que es Vill¿ Puntos Suspensivos, y finalmente reducir ese espacio al Axis mun¿i qtre es el bar, lugar en que muere. La selección de ese último sitio como santuario de su culto a Te¡e se hace propicia por ser una construcción consciente que pfetende repfoducir ritualmente la ce¡emonia que tiene su origen en La Violeta primera, "porque fue en el viejo San Juan, en Puefo Rico, donde por pri¡nera vez en su vida descubrió el camino que llevaba a la ensoñación" (Bryce, 1995: 5 I 7). Manongo reconstruye en la villa el espacio físico de ese bar primario, pues lo considera "requisito indispensable" (518) para que el ritual de la aparición de Tere se lleve a cabo. El proceso que Manongo califica de "ensoñación" contiene en sí la combinación del espacio con una selección musical de tema amoroso, una cantidad siempre excesiva de alcohol oporto, bebida en la que al final de la novela se -siempre y algunas citas literarias. En principio, "la ensoñación" disuelve el venenoimplicaba la participacíón de los amigos. Estas intervenciones 339 [...] tenían que ser exactas y tan respetables como las de los payasos shakcsperianos. Tenían que anclar el drama en la normalidad y, a la inversa, debían elevar por su fuerza la rareza de todas las escenas subsecuentes que, en el caso de Manongo, eran sus andanzas canallas de prófugo del amor. Cuando no se respetaban estas reglas, lo que era ilusión se convertía en sueño. Y nadie como Manongo sabía hasta qué punto un sueño puede ser incluso una pesadilla, pero también hasta qué punto un sueño no es jamás una ilusión... (520). Este estricto sistema de reglas debe mantenerse, como se ve en la cita, para que la ilusión que señala la aparición de la Tere del recuerdo provenga de la memoria -la dispuesta de modo debe estar La ambientación cita- y no de la fantasía --{el sueño. un la apariencia de adquiera tal que la apertura de la memoria Pfoceso mediúmnico, de la lucha de es una manifestación en realidad desligado de la consciencia, cuando pretensión anhela lo sagrado. Esta de Manongo por pernanecer dentro del espacio En cuanto al que los dioses. envuelve a lo misterioso conjugar en el rito el esiadio de es muy onírico que visión, cuyo carácter "la carácter de la apa¡ición, Jung comenta probable, debe ser vista como un producto anímico inintencionado, es decir carente fin consciente" (1989: 104). Sin embargo, más adelante' "la ensoñación" se devela como una práctica planeada y, por tanto, volitiva. Manongo niega la de un arbitra¡iedad del rito: si su aparicirin es gratuita, se aleja de lo sagrado para acercarse a la locura: ¿Lo estaba sorprendiendo una ensoñación sin haberla Preparado él? ¿Lejos de toda Violeta, de un fa¡olito con luz de candil, de aquella temperatura de invemadero suave? ¿Sin ventiladol perezoso ni mozo perfecto? ¿Sin oporto' y sólo con la calefacción cenÍal de su departamento? Imposible. Ni que me estuviera YolYiendo loco (564). La consciencia del ritual lo separa de la visión para acerca¡lo a la noción de misa en los términos en que Jung la analiza, ya que "la misa [...] es un producto del espíritu y un proceso manifiestamente consciente y espiritual. [...] es una forma anificial diferenciadísima. [...] En la misa hasta la divinidad aparece expresada, representada y cubierta con las vestiduras de la más bell¿r humanidad' (104)La Tere que se muestra en el ritual es ,rna aparición benéfica, desligada de los aspectos negativos de la Tere real ya que, como señala el texto mismo, "una de las reglas jamás escritas era que en ella [a Tere imaginaria], a diferencia de los sueños, no había pregunas ni respuestas" (520). Esta aparición de la amada permite a Manongo huir del desamparo del mundo profano al adentrarse en el ámbito de lo sagrado por medio del ritual. Como indica Josetxo Beriain 340 \r continuum espacio-lemporal, gu.e determina los bordeslímites de la experiencia del objeto: "lo sag¡ado". En relación al espacio. estos bordes pueden ser permanentes en el caso del templo 1...1El tiempo tarnbién jtega un papel delimitador desde que ios rituales tienen un bien definido comienzo, desarrollo y final [...] que se articula en un "espacio experiencia" en el que se ritualiza una tradición, un saber acumulado, es deciq se hace un pasado presente y, a su vez, esa ritualizacióD proyecta un "hoñzonle de expectativas" como haciendo el futuro p¡esente en la forma de "salud" para el grupo en cuestión un ritual tiene lugar en (1990: 49). El ri¡ual de '^la ensoñación" se ¡ealiza en principio con la panicipación del grupo de amigos, con lo que Manongo aspira a esa "salud" colectiva que es pa¡a él la inse¡ción en el espacio sag¡ado, ia disolución del paso dei tiempo y, por ende, la deñnitiva permanencia grupal en la etema adolescencia. Pero el rito colectivizado no llega a feliz término; la "falta de fe" del grupo deriva en la ruptu¡a de "la ensoñación", "siempre antes de que sus arnigos le cedieran el paso a Tere entro las bocanadas de su propio humo" (519). A parti¡ de ese momento el ritual será individual. Pasado un tiempo, Manongo confiesa haber perdido la facultad de "la ensoñación", hasta el momento l¡nal en que retorna la aparición de la Tere imaginada, que "de golpe reaparecía hoy más intensa y real que nunca y como para siempre" (607). En esta escena hnal, de nuevo puede establecerse el paralelismo de este ritual con la misa, puesto que se hace simbólico del sacrificio que conforma el basamento primigenio de ésta. En tales orígenes, "el sacerdote es al mismo tiempo sacrificador y sacrificadd' (Jung, 1989: 16). Por medio dei autosacrificio, el sacerdote prctende emular a Cristo. En la evolución de este ritual, el autosacriñcio se transforma en "dar una cosa que me pertenece. Todo lo que me pertenece tiene el sello de 'ser mío', esto es de una sutil identidad con mi yo" (Jung, 1989: 94). Por taDto, inicialmente Manongo ofrenda a su dios particular, que sería la Tere deificada, dádivas que se implican directamente con su identidad prefigurada por la noción de la etema adolescencia: la música de tema amoroso, la literalura que reñere a la amistad y al amor perpetuos, la edificación del templo que es la Villa Puntos Suspensivos, la reconstrucción del Couotry Club, el consumo de la butifar¡a que recuerda las despedidas en la estación, entre otras. Pero todas esas ofrendas no aseguran la presencia de la amada, por lo que el sacrificio final es la ent¡ega de sí mismo, la fundición definitiva del ofrendante con la deidad. La Violeta es el lugar del ritual que se conviete linalmente en el lugar del sacrihcio. Por medio del autosacrificio, Manongo se convierte a sí mismo en hierofonía. Dada [a pretensión creciente del personaje de acogene al espacio de lo 341 sagrado, su último obstáculo es su propia corporalidad' elemento del que ha despojado a la amada desde su ausencia. Beriain apunta que "los rituales (acrificiales han tenido el objeto de hacer al fiel y a su Dios comulgar en la misma came co¡J' la finalidad de establecer entre ellos vínculos de parentesco" (1990: 52). El proceso que se verifica en la novela es inverso: Manongo no vivífica a su deidad con el rito, sino que se descamaliza a sí mismo para que el parentesco no se realice en esta esfera cósmica terrenal sino en la supraterrenal. La etema búsqueda de Manongo por su identidad se cierra con esta dádiva final, pues "el poder sacrificarse a sí mismo indica que uno se posee a sí rnismo" (Jung, 1989:96) La Tere que apafece preserva ciertos signos de la Tere original' signos que Manongo reconoce; pero a su vez muesra algunas diferencias ----es más alta' la voz es distinta. Esto indica la disimilitud entre ambas: la última es la que ha permanecido siempre en el espacio profano, "tan poco hecha y tan nada apta para el amor imposible pero materializable aunque fuera a ratos que él le había propuesto a lo largo de toda una vida" (Bryce, 1995: 607): la primera es la Tere que Manongo ha ido creando ya desde antes del primer encuentro, la que responde a su percepción del amor y que, como Doña Inés, viene a dar la salvación a su amado. 4. La muerte En sus reflexiones en tomo a la noción de la muerte y su relación con el hombre' Edgar Morin estipula que "la muerte es [... ] una especie de vida que prolonga, de una forma u otra, la vida individual. Según esta perspectiva, la muerte no es una "idea", sino antes bien una 'imagen' [...] una metáfora de la vida' un mito si se quiere" (Morin, 1974: 26). Esta formulación de la muerte la aleja de Ia tradición que la liga a ta idea de fin, de la que la contemporaneidad se distancia cada vez más ante el fortalecimiento de la aspiración cristiana de una "ot¡a vida" o la asimilación de la creencia oriental de la transmigración. Dcntro de esta formulación de la muerte como continuidad encontramos una de tas posibles explicaciones del sentido de la muerte del personaje bryceano. Ésta podría relacionarse con el aspecto ya antes reseñado de la c¡eciente detención del tiempo sagrado a medida que se fragmenta en segmentos cada vez menores. Recuérdese al respecto la cita extraída de la página 478 de la novela' en la que se aprecia cómo Manongo, en cada rctomo a los recuerdos, percibe con mayor detalle las situaciones, elaborando las remembranzas en tomo a espacios de tiempo más reducidos en cada ocasión. Esto nos lleva a pensar que en esa ascendente descomposición del tiempo mítico aumenta Ia presencia del persotaie in illo tempore, hasta el momento final en que la atomización es tal que no puede retomar a la heterogeneidad del tiempo profano. 342 Esta interpretación se cor¡obo¡a en Ia recurrencia del tgxto a la escena de la muene de José Arcadio Buendía en Cien qños d¿ soledad. El personaje garcÍamarquiano r¡oñaba cada noche con que avanzaba por una cadena de cuaftos semejantes hasta que su viejo cnemigo aparecÍa desde la muene para señalarle el momento en que debía retroceder, hasta el día en que José Arcadio permanece etemamcnte en una habitación intermedia en la casa del sueño. La referencia a la novela de Gzrcía Mi4rquez introduce el paralelismo entre ambas situaciones, pucs Manongo, en estas últimas páginas de No me esperen en abril, tras invocar la imagen de la Tere de lajuventud a través del ¡ito dc "la ensoñación", queda estacionado en el tiempo conjurado, En ninguna de las dos escenas vemos realmente la muerte dc los personajes, sino una detención definitiva, un dejar de a'ranzar y por tanto una negación absoluta al paso del tiempo, a la vuelta a la irreversibilidad del tiempo profano. José Arcadio Buendía se establece en un espacio "creyendo que era el cua¡to real"1. Manongo dice a la imagcn de Tere que "nunca en su vida sc había sentjdo tan joven, ni tan fuefe, d tan requetebién" (6ll). Si el ámbito de Io sagrado es el del bien. el orden, la prolección, ambos personajes se instaian definitivamente en é1, en el "inmenso y definitivo biencstar" (6II), "porque la muerte es la negación final del tiempo y 'el placer quiere la etemidad"' (Marcuse, 1989:213). Otra aproximación se asoma cuando conside¡amos la muene de Manongo como suicidio. Como apunta €l plopio Morin. "el suicidio, ruptura supremar es la suprema y dcsesperada reconciliación con el mundo" (1974 49). Más adelante acota: "La afirmación individual cobra su ext¡ema v'ictoria, que al mismo liempo es iremediable desastre. Allí donde la individualidad se desprende de todo vínculo, allí donde aparece solitaria y radiante también se alza, como un sol, la muene" (50). Durante toda la novela cl personaje ha permanecido en constante contiontación con su medio. Manongo, como ocurre con la mayoría de los personajes bryceanos, se presenta como un ser inadecuado en cuanto a los requerimientos de Ia colec¡ividad en que se halla inmerso. De esta manera, el suicidio surgiría como la suspensión deliberada de la lucha mantenida con su entomo, en un inlento finai por conservar su diferencia y logr¿r la acaptación de los miembros de su pasado de que su identidad debe ser definida decididamente por la expresión "como nadie es asl'. Pero la percepción más generalizada del suicidio lo enlaza a la idea romántica, donde es considerado como el ciene del círculo de las ilusiones. Tenemos en el Wenher de Goethe el ejemplo paradigmático. El joven Werther ¡ecurre a1 suicidio como vía que expurgue una vida plena de sufrimientos y desdichas. La posibilidad de cumplir sus deseos de unirse a la persona amada es negada por el rechazo que obtiene :l Recüérdese la cita de Eliade en que se eslablece que religioso como e¡ único real. 343 el espacio sag¡ado es percibido por el hombrr de ésta y pot el hecho de que está casada. No obstante, para Leo Lowenthal la muene de Werther es provocada por un estado depresivo no sólo originado por el desprecio de Carlota, sino también por la frustración que le produce el no sentirse aceptado, el no encajar en la sociedad de pequeños aristócratas de la que ansía formar parte. Sea por la primera causa o por la conjunción de ambas, el héroe resuelve quitarse la vida luego de que la novela lo muestra como un ser atomentado y angustiado, incapaz de continuar con una vida plagada de dolor. Pero en No me esperen en abril la muerte del personaje está Por completo despojada de ese sentido de Íagicidad indispensable en la literatura ¡om¡íntica. Si bien puede deci$e que Manongo muere por amor, no hay señales en el texto que co¡roboren que es una acción asumida como fatalidad. Más aún, el suicidio se eufemiza cuando no es él mismo quien coloca el cianuro en la copa de oporto sino la imagen de Tere provocada por "la ensoñación". Esto más bien valida la interpretación que señalamos anteriormente en cuanto a que la muerte es la forma de ingresar definitivamente al cosmos sagrado. Manongo no muere inmerso en un ámbito d¡amático, ¡ecriminando a la amada su ausencia, sino más bien en la laxitud del bienestar, pues dice a la imagen de Tere "quiero que sepas lo feliz que he sido siempre y lo agradecid<.r que te estoy..." (608). Más productiva que esta potencial parodia de la literatura romántica es la ¡ecurrencia a la concepción de la muerte como obstáculo final que se extrae del amor cortés. Hemos hecho antes referencia a la invitación que hace la venión de Bédier del Roman de Tristan e Iseo, invitación que inicia con la pregunta: "Señores, ¿os agradaría oír un hermoso cuento de amo¡ y de muerte?". Amor y muerte están ligados inemisiblemente en el T,'israt puesto que, siempre en lucha por la p¡olongación de la pasión a través de la imposición de pruebas que alejen a los amantes de la consumación definitiva, la muele los une definitivamente, pero en un sentido más profundo los separa para siempre de Ia experiencia amorosa vital, de la satisfacción. Rougemont suma a lo anterior una idea que nos retoma a los orígenes del amor cortés como método de enscñanza de la caballería. Para este autor, la muerte de Tristán "es una victoria del ideal conés sobre la robusta tradición céltica que afirmaba el orgullo de vivir Es una manera de purificación de lo que en el deseo subsistía de espontáneo, animal y activo" ( 1986: 47). Nuevamente, el amor cortés se aleja de la brutalidad en medio de la cual surge, esta vez Para instituir otra forma de perfeccionamiento del joven caballero, que lo lleva al intencionado progreso hacia la muerte, pero hacia una muefte de amor, hacia una muerte volunta¡ia ¿l término de una serie de pruebas de las cuales Trist¡ín saldrá purificado; hacia una muerte que sea transfiguración y no azar brutal [...] Y la pasión ha tenido sólo un papel de prueba 144 purificadora, diríamos casi de penitencia al servicio de esa muerte que Íansfigura (Rougemont, 1986: 47). Como Tristán, Manongo ha ido salvando un camino plagado de pruebas, aquí en busca de la hazaña de configurar su propia identidad. Podemos pensar a partir de esto que la muene aparece en la novela como elaborada en dos niveles la muerte física del personaje y la muefte psíquica, del mundo interior. El hecho físico carece de relevancia; en la novela no presenciamos el "último suspiro" de Manongo. Lo que adquiere importancia es la muerte simbólica, no la detención de los signos vitales sino la intem:pción de los aspectos vivenciales que ligan la existencia al plano profano, el cese de la duración temporal. Con todas estas configu¡aciones simbólicas, el personaje protagonista de No me esperen en aáril dispone sus relaciones con el universo de forma análoga a la del hombre religioso por excelencia, aun cuando modifica Ia noción del absoluto primigenio, estadio de los dioses, para consagrar en la figura de la amada la benévola posibilidad de restaurar el orden en un mundo que es desde el principio expresado como caótico y hostil. Esta "religión del amor" contemporánea, cuyos orígenes hemos rastreado en la aparición del amor cortés en la Edad Media, se potencia cuando, como lo expresa Eliade, "[t]oda crisis existencial pone de nueyo sobre el tapete a la vez la realidad del Mundo y la presencia del hombre en el mundo: la crisis existencial es, a fin de cuentas, 'religiosa', puesto que, en los niveles arcaicos de cultu¡a, el ser se confunde con lo sagrado" (1973: 176). El culto a la dama coloca a la amada en el estadio de lo supruterrenal, en una metafísica pa¡a la cual la ausencia de aquélla no repofa el fin del ptoceso amoroso sino que lo incrementa hasta permitir una construcción dife¡ente de lo real como un espacio opuesto a las crisis extemas e intemas del individuo, que permite dotar la existencia de este último de un sentido, distante de las contingencias de lo no espiritual, de lo profano. El amor se hace apertura a wa incipit víta nova m6s benévola que la que ofrece el mundo que le sirve de entomo al sujeto. Bibliografra k amo. Barcelona: Gedisa. Balrín, Susana (1997). kt utopía amorosa. B\enos Aires: A¡iel. Barthes, Roland. (1993). Fragmentos de un d.iscurso amoroso. México: Siglo xxr. Bataille, Georges (1985). El erotismo. Ba¡celona: Tusquets. Béjar, Helena (1993). lzt cultura del yo. Mad¡id: Alianza. Beriain, Jotetxo (1990). Representacíones colectivas y proyecto de modernídad. Barcelona: Anthropos. Alberoni, Francesco (1997). 345 B¡uckne¡, Pascal y Alain Finkielkraut (199'7). El nuevo desorden amoroso. Barcelona: Anagrama. Brycc Echenique. Alf¡edo ( 1995). No me esperen en abril. Barcelona: Anagrama. Bumey, Piene (1978). El amor. Barcelona: Oikos-tau. Bustillo, C¿nmen (1995l. El ente de papel. Caracas: Vadell Hermanos. (.1997). La aventuftr metaliccíonql. Caracas: Equinoccio, Ediciones de la Unive¡sidad Simón Bolívar. 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