Piris, 12 junio13

Transcripción

Piris, 12 junio13
TRIBUNA ABIERTA
Obama y el mito de la seguridad
CEIPAZ, 12 de junio 2013
El feudalismo europeo nació porque los pequeños propietarios de
tierras y ganado no podían defenderse por sí solos de las incursiones
de los pueblos agresores (normandos, vikingos, etc.) y necesitaban a
alguien que les protegiese con las armas. Para ello acudían a los
grandes señores, ya que entonces ni siquiera los reyes disponían de
fuerzas suficientes para proteger a todos sus súbditos. El "vasallo",
que así era llamado, no obedecía directamente al rey sino que lo
hacia a través de su señor feudal, con quien quedaba "enfeudado". A
cambio de una cierta seguridad (como la de ser acogido tras los
muros del castillo cuando una hueste enemiga arrasaba sus campos),
el siervo quedaba sometido a una dura condición pues, como escribía
un jurisconsulto de la época, "su señor puede tomar todo lo que tiene
y ponerlo en prisión, con razón o sin ella. No tiene que responder de
su conducta sino ante Dios".
El régimen feudal exigía de las clases inferiores tan duros sacrificios y
les relegaba a tan vil condición que su abolición fue el objetivo
principal de las primeras grandes revoluciones. Lo que los siervos y
villanos de aquella época no acababan de entender era que la
seguridad proporcionada por su señor no era, ni podía ser jamás,
absoluta; peor aún, era un pretexto más para someterlos y explotar su
trabajo y sus recursos en beneficio propio. En siglos posteriores, el
monopolio de la artillería puso en manos de los reyes una fuerza
militar imbatible, el poder feudal fue sometido y se concentró en las
manos del monarca absoluto ("el Estado soy yo"); pero tampoco ese
nuevo poder era capaz de garantizar la seguridad total de los
ciudadanos.
Incluso antes de aparecer el feudalismo, era el mito de la seguridad el
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que permitía a las faraones erigirse en dioses humanos que con su
simple presencia y sus elaborados rituales aseguraban al pueblo que
el Nilo seguiría regando periódicamente las feraces tierras que sus
súbditos cultivaban, para beneficio de él y sus cortesanos. Asirios,
caldeos y otros pueblos de la antigüedad, ante las incertidumbres de
una vida cotidiana a menudo incierta y amenazada por el hambre, las
enfermedades, guerras y catástrofes, y donde la simple subsistencia
nunca estaba asegurada de un día para otro, también inventaron
dioses, cultos y castas sacerdotales que les hacían sentirse seguros
ante una naturaleza que les superaba y que no sabían cómo gestionar
y, sobre todo, ante la angustia de la muerte inevitable.
El mito de la seguridad ha subsistido al paso de los siglos y es lo que
ha llevado a Obama a afirmar recientemente que le es imposible
garantizar a la vez a sus compatriotas "el 100% de seguridad y el
100% de privacidad". Digamos que con esta última palabra ha
pretendido aludir al derecho de cualquier persona a gozar de un área
de intimidad inviolable y a no ser espiado, así como los demás
derechos elementales del ciudadano, entre los que figura el poder
recurrir ante un sistema judicial democráticamente garantizado, que
evite el encarcelamiento arbitrario de las personas como ahora ocurre
en Guantánamo.
Obama está haciendo frente a una marea de opinión adversa
suscitada por la difusión de los variados y complejos sistemas
estatales dedicados en EE.UU. a escudriñar las actividades privadas
de los ciudadanos (correos, teléfonos, fotografías, desplazamientos,
etc.), así como las cada vez más refinadas tecnologías que permiten
controlar, registrar y analizar sistemáticamente la vida de cualquier
persona, aunque no sea sospechosa de nada.
Han naufragado lamentablemente aquellas promesas electorales
anunciadas por Obama, para introducir cambios radicales en la
política seguida por su antecesor en la Casa Blanca, que tanto ha
restringido las libertades personales del pueblo estadounidense. Lo
más reprobable de su declaración es la insinuación de que podría
aspirarse a un alto grado de seguridad siempre que, a cambio, se
sacrificasen los más elementales derechos del ciudadano. Obama
debería recordar que es imposible que ningún Gobierno sea capaz de
garantizar la seguridad de sus ciudadanos, y debería explicarlo así a
su pueblo. Y que la pérdida de libertades y derechos humanos que
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forzosamente se les impone, engañándoles con el mito de la
seguridad, les conducirá en último término a perder a la vez seguridad
y libertad.
Un pueblo obsesionado por alcanzar la seguridad absoluta es un
pueblo condenado a la esclavitud mental, a la sumisión irracional; es
un pueblo que concede a sus gobernantes libertad, también absoluta,
para someterlo. Nunca más debería ser necesario repetir la conocida
sentencia: "Más vale morir de pie que vivir de rodillas".
*Alberto Piris es General de Artillería en la Reserva
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