Ch`Averias
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Ch`Averias
Ch’Averias Prologo Mi Discusión póstuma con el Dr. José L. Bonet (en su visita poco antes de su fallecimiento) - Te pasás los días al cuete... tenés que escribir la historia de Gonzales Chaves... - Y porqué no escribís vos la de Pehuajó... - Vos sabés muy bien que a esta altura tengo más de chavero que de médico... - Sí, me acuerdo bien del doctorcito que se nos agregó al pueblo allá por el 50. - Andate a la mierda, usá la memoria para escribir la historia de Chaves, mirá que va desapareciendo tu generación... - Poco se va a perder... - No, en serio, es tiempo de emprender esa tarea. Vos tenés muchos testimonios de los "pioneros" - Si me habrán pegado corridas a la hora de la siesta, por robarles fruta de la quinta... A la gente le importa poco y nada estos relatos, a la mayoría le fastidian... - Pero hay que hacerlo, vos podes hacerlo con seriedad y documentación... - Mirá, Doctor, aquí estamos todos emparentados, si llego a escribir la verdad histórica, sobre todo en política, me echan del pueblo. Además es una misión imposible, si tres personas presencian un hecho puntual, relatarán tres versiones distintas, al otro día habrá diez, y años después... - Estás equivocado, para eso está la documentación... - ¡Qué documentación! Vos que has participado en tantas Asambleas, sabés muy bien que pocas veces las actas se confeccionan con lo realmente acontecido, cuando no se escriben mucho después, o ya están confeccionadas de antemano y sólo se firman, sin leerlas mucho. - Pero vos sabés leer entre renglones. - Pero eso ya no es historia, sino interpretación histórica del color del cristal con que se mira... - Sos tan porfiado en esto... como eras como paciente... - Por eso sobrevivo... Ahí llega Alejo Sayas a buscarte... - Bueno, Chau, hasta pronto. Haceme caso, hay que escribir la historia de Chaves. Fue la última vez que nos vimos. Yo sé, porque me enseñaron los indígenas, que los que fueron... siguen siendo, todavía seguimos discutiendo en otra dimensión, pero llegamos a una especie de acuerdo: En mi homenaje bohemio al amigo y maestro les endilgaré a los chaveros que se molesten en leerlo, este cuento largo o novela corta, muy parecida a la realidad histórica, o viceversa. Pasó o pudo haber pasado en los años del génesis del Partido. Tiempos de trabajos, esperanzas, ambiciones, la política y el amor integrando a los "argentinos que descendemos de los barcos" y a los argentinos que hacía 10.000 años habían llegado a pie desde Alaska a estas pampas. El Dr. José L. Bonet, en la Escuela de Adultos de los Estibadores y Trabajadores Rurales, en 1975. Año 191... Cierta madrugada, partían de "las afueras del Azul", algunos jinetes con tropillas y cargueros, hacia "El Chillar" donde se les incorporó un carruaje liviano, tirado por yeguas cuyo conductor, de edad madura, era el dirigente tácito del grupo. Lo acompañaba su sobrino-nieto, procedente de Río Negro, que iría a caballo con ellos, cortando por campos del partido de Juárez, rumbeaban certeramente hacia un establecimiento rural, en el nuevo partido de Gonzales Chaves. Adormilado por el traqueteo del carro, cavilaba el conductor: ¡Cuantas veces había dirigido grupos similares, por esas llanuras ancestrales! Claro, que entonces él no era "el capataz Don Porfirio", como lo nombraban estos muchachos, sino como seguían haciéndolo en la intimidad los pocos viejos compañeros que le quedaban: "Inalonco"(capitanejo) Catrimay. Entonces él galopaba en el oscuro tapado, como todavía podían hacerlo ellos y ... Apartó al instante la visión que surgió en su mente. Aquel último entrevero, cuando el chumbo del "huinca milicu" destrozó su rodilla... Respiró fuerte y desechó el recuerdo ¡Fueron otros tiempos! Por suerte que aún era respetado y útil para su gente. Con estos mozos (la cría de "Los hermanos que se fueron"), y los pocos viejos sobrevivientes, se ganaban la vida duramente. Arreos de hacienda, comparsas de esquila, cuadrillas de trilladora, como a la que iban a trabajar a Chaves ahora. Bien pensado, tanto no habían cambiado las cosas. Aún seguían galopando en grupo, durmiendo al aire libre sobre el apero, y él, como siempre, ladino y lenguaraz, defendiendo los intereses de todos, negociando con los patrones, con la diplomacia de los "antiguos", aprendida de Don Juan Guor (el zorro). Llegaron "los pampas azuleros", dirían los "huincas chaveros". A él le tocaría concertar con el contratista de la trilladora y el encargado de la estancia, buscando las ventajas para los suyos. Tareas en lo posible de a caballo, o conductores para los rastrines, los carros pajeros y aguateros, apilar bolsas en "pilotes trilladora", ajustar el alquiler de la caballada que le facilitaban al contratista. Él oficiaría de cocinero y capataz de su gente, cuidando que sus mozos no hicieran alguna "macana" al juntarse con tanto criollo pícaro, tanto turco y gringo de toda clase. ¡No fueran a quedar mal! Tanto les había costado acreditarse, vencer el recelo prejuicioso que se les tenía. Y ésta era la primera vez que venían a esta estancia. A poco de estar trabajando se perdieron algunos medios días por unas lloviznas intermitentes. Durante este ocio forzoso, trabaron relación con los peones criollos, con los que salieron a peludiar y correr avestruces, al potrero grande del pajonal, y estuvieron chupando y jugando al truco en el campamento. Por ellos se enteró don Porfirio que en marzo habría elecciones, que el dueño de la estancia, apasionado radical, era candidato a concejal. Charlando con ellos se impuso de todos los pormenores de la política chavera. La última tarde de llovizna se ausentó don Porfirio al pueblo, en su jardinera, según dijo, a comprar tabaco y una muda de ropa en la tienda. Desde la mañana siguiente, en que volvió del pueblo bien temprano, no dejó de ostentar sobre sus grenchas renegridas, una flamante boina blanca. El patrón tuvo una grata impresión cuando advirtió esto. De ahí en más, entraron ambos en pláticas políticas, "descubriendo" mutuas coincidencias. Abreviando el relato, diremos que de estos "parlamentos", don Porfirio obtuvo unos días de licencia paga para toda la comparsa, que en cuatro o cinco tandas, para no interrumpir la cosecha, irían al Azul, a buscar las libretas, para hacer el cambio de domicilio antes del comicio. Por indicación de él, que se decía sobrino, que tenía el documento en quedaría en el establecimiento, en celeridad viajarían por tren desde ferviente radical, todos votarían al Partido, menos su Río Negro, y junto a él cuidaría la caballada, que garantía del regreso de los otros ya que para mayor Chaves, combinando vía Tandil. Naturalmente pasajes y hotel por cuenta de la estancia. Como la cosecha terminaría en el establecimiento a mediados de febrero, la gente permanecería hasta las votaciones, que eran en marzo, percibiendo el jornal que tenían arreglado y entonces recién liquidarían el total, para tener seguridad que no habría deserciones; eso sí, algo se les anticiparía a los que precisaran. Toda la maniobra estaría finalizada a tiempo para que asistieran a la visita que haría a la estancia el caudillo radical (por comodidad lo llamaremos "Don Domingo"). Le presentarían a don Porfirio, y éste le entregaría las libretas para que se las llevara a gestionar un pronto cambio de domicilio valiéndose de su correligionario el jefe del Registro Civil. Todo se ejecutó tal lo planeado; los mozos visitaron a sus familias, dejándoles dinero del anticipo y volvieron contentos del Azul, trayendo una partida de matras y fajas, tejidas por las mujeres. Oportunamente asistieron encabezados por Don Porfirio al "Banquete Proselitista" que se sirvió en el casco de la estancia, con una nutrida concurrencia del Pueblo y campaña vecina, entre la que los astutos viejos de la comparsa negociaron a buen precio los tejidos pampas. Luciendo la boina blanca, Don Porfirio fue presentado a Don Domingo, a quien en privado entregó las libretas, y subió al palco improvisado en una chata playa, permaneciendo todo el acto al lado del Patrón y del Caudillo. Su presencia y la de su gente, obligó al "periodista-personero" de Don Domingo a modificar la pieza oratoria, que pensaba repetir dado el éxito que alcanzó en la colonia agrícola donde la estrenó al comienzo de la gira. En ella fustigaba severamente "la desidia de los nativos, reacios a imitar el esfuerzo denodado de los inmigrantes". Más experto en "agachadas" que el mismísimo Teru-Teru, cambió el contenido por un: "Rindamos homenaje a los hijos de aquella pampa indómita, que ayer con sus lanzas y su sangre contribuyeron a nuestra independencia y hoy aportaban sus broncíneos músculos al esfuerzo fecundo y daban un ejemplo de civismo, uniéndose a la ciudadanía, en defensa de los derechos electorales conculcados por el fraude oficialista". Al día siguiente de la fiesta, les dieron asueto, aprovechando el capitanejo para ausentarse. Estas ausencias misteriosas se repetirían algunas veces más. También comenzaron las ausencias subrepticias de su sobrino, pero como finalizada ya la cosecha no hacían más que comer, dormir y cazar avestruces, mientras corrían los jornales esperando la elección, no llamaron la atención de nadie. En uno de esos días, encabezados por el mayordomo de la estancia y toda la peonada, partieron bien montados y aperados a un "mitin partidario" hacia una pequeña localidad de la zona. Después de los discursos, se les sirvió en el corralón del Comité un asado con cuero, abundantemente "regado". Llegó el patrón en su automóvil, junto a Don Porfirio tocado con su boina blanca, y Don Domingo le entregó las libretas ya diligenciadas, y le indicó al viejo que las guardara personalmente y no se las diera a la gente hasta que fueran a votar, para evitar cualquier picardía de los conservadores. A alguna distancia de la estancia había una "esquina de campo", a la que había ido el sobrino en su primera ausencia con otros dos compañeros, y uno de los criollos de la estancia, que fue el promotor de la iniciativa, a presenciar unas carreras cuadreras. En su segunda visita, había ido solo, más que nada para darle un galope a su caballo que estaba algo pesadón con el buen potrero y poco trabajo. A medio camino del boliche, se topó con una muchacha cubierta con un gran sombrero de trapo, que montando un petizo maceta, casi le obstruía el paso, arreando unas ovejas y lecheras por la calle estrecha. Como marchaban en la misma dirección tuvo que poner su pingo al tranco, por un trecho a la par del petizo. Pese a la natural timidez de ambos, tuvieron casi obligatoriamente que cambiar algunas frases. La chica, con la cara ruborizada, se sacó el sombrero de trapo, que instintivamente intuía le quedaba grotesco. Y el muchacho se quedó auténticamente "apampado" ante la catarata de rizos rubios que cayó sobre los hombros de la joven. De a poco se animaron a conversar, y así supo que ella había ido a buscar la majada a un potrerito cercano, y la llevaba a la chacra que estaba atrás de la loma, porque terminada la cosecha ya tenían el rastrojo disponible para soltarlas. Él le dijo donde trabajaba y de donde era, y después la chica le pidió que se separaran porque su padre era muy severo, y si la llegaba a ver conversando con un forastero la iba a reprender. A partir de ese encuentro, se multiplicaron las ausencias del sobrino, y aunque en algunas no sucedió, en otras se encontró con la muchacha, ya sea en el camino o junto al alambrado de la chacra lindera al mismo. Así nació naturalmente una mutua atracción entre ellos, y como también por estas pampas Cupido suele cumplir su trabajo, los jóvenes se enamoraron. Pese a toda la desconfiada vigilancia a que tenía sometida a su hija, desde antes que dejara de ser niña, el "Belga" o "Ruso", su padre, no se percató de nada. No sucedió esto con la madre (llamémosla doña Rosa), una sagaz criolla, bastante menor que el viejo chacarero, con quien había contraído uno de esos matrimonios, antaño tan comunes, arreglados por los mayores. Ya enterada de la novedad, comenzó a apañar a su hija, con la que eran muy compinches para soportar la monótona soledad de la chacra, ya que "Ruso" casi un ermitaño, no consentía visitas, y poco solían ir al pueblo. Ella apoyaba a su hija, pues no permitiría que la niña corriera la suerte suya, que la separaran del hombre de su elección y la unieran a quien tendría planeado el chacarero, seguro otro gringo de la colonia de Cascallares. Tampoco "se chupaba el dedo" el capitanejo de lo que le pasaba al muchacho, y hábilmente logró que éste le confiara los pormenores de su romance y su desconsuelo porque se aproximaba el día que partiría de regreso. El astuto tío tranquilizó a su sobrino-nieto, y le aseguró que él arreglaría todo. Esa noche, contemplando las brasas del fogón, mientras tomaba sus últimos mates, sonreía a solas el viejo. ¡Cómo se repetía la vida! Recordaba las tretas que tuvo que idear hacía muchísimos años, para ayudar a su finado hermano, el abuelo del muchacho, en aquel rescate de la cautiva rubia, la abuela, de los toldos de "los crudos" de Pincen, "pal lado de Puan". Corrió el tiempo, se casó el finado con la ex cautiva, vivieron felices y llegó a tener el grado de sargento de baquianos en el ejército, y cuando se retiró adquirió una chacra en el valle del Río Negro. Al morir le quedó a una hija, madre de su sobrino, actual propietario por fallecimiento de sus progenitores. Don Porfirio concertó, por medio del muchacho y la chica una visita a Doña Rosa, para lograrla maniobró de esta manera: Averiguaron la marca de tabaco que fumaba el colono en su pipa, y también doña Rosa comenzó a pedir a su marido que las llevara al pueblo, a comprar ropa de mujeres. El "Ruso" como de costumbre, no se negaba, pero demoraba la ida al pueblo. Días después apareció por la chacra en un carromato un viejo cetrino, de nariz aguileña, tal vez un turco, que dijo ser mercachifle y andaba vendiendo ropa barata. Fue atendido de forma hosca, por el dueño que estuvo a punto de echarlo. Pero como el seudo comerciante le ofreció un paquete de tabaco (justo su marca favorita) a un precio bastante menor que el habitual, cambió de idea pensando que así se evitaría llevar las mujeres al pueblo y como la edad del buhonero no despertaba sus celos, lo mandó hasta el rancho a que enseñara su mercheria a las mujeres y él siguió en el corral, curando unas ovejas sarnosas. Después se acercaría a las casas a pagarle el gasto. Trabaron así conocimiento Doña Rosa, la muchacha y Don Porfirio, y dio éste seguridad de las intenciones del joven, que quería establecerse en el valle en una chacra herencia de su madre. Como concluyeron que no había ni que pensar en obtener el consentimiento del colono, que las tenía a ambas prácticamente secuestradas, y el único porvenir que le aguardaba a la chica era "descascarriar ovejas y ordeñar lecheras", acordaron seguir al pie de la letra las instrucciones del taimado tío. Vino el Ruso, pagó las pocas pilchitas que compró su esposa, y como el gasto fue poco, no rezongó tanto. Menos aún porque "el Turco" le aceptó unas docenas de huevos como parte del importe. De la chacra partió el carromato hacia la estancia vecina, de la que dependía el lote que arrendaba el Ruso y pertenecía al Juez de Paz, y caudillo conservador. (por comodidad del relato, lo llamaremos "Don Fernando") que por una de esas paradojas de la política chavera era hermano de "Don Domingo", el caudillo radical, con el que a pesar de ser socios en múltiples negocios, mantenían una inveterada discrepancia política. En la avenida arbolada de la entrada, cambió el conductor del carro, la boina blanca, por otra colorada, y una vez recibido por "Don Fernando", hablaron reservadamente por largo rato. Don Porfirio le dijo que trabajando en el campo del concejal opositor, se vio obligado a entregar "las papeletas" de su gente, pero que él no simpatizaba con "los peludos" y creyó su deber avisarle. Podía Don Fernando preguntar por "el Azul", que ellos siempre habían seguido a los colorados, desde los tiempos de Juan Manuel. Además le traía las libretas para que se las guardara hasta después del Comicio, así no podrían votar a los radicales. Después las retiraría para devolverlas a su gente, que ya se ausentarían. Y como tenían ahora el domicilio en Chaves, quedarían a su disposición para cuando los precisara, con solo mandarle a avisar en el boliche del Vasco en Chillar. Él le traería la gente a votar o a lo que fuera. Eso sí, le pedía que guardara todo en secreto, porque no quería perder la cosecha del año que viene, pues el concejal, a pesar de ser radical, era muy buen patrón. Luego le dijo que se veía obligado a pedir su ayuda en su carácter de Juez de Paz, por un problema familiar que pasó a relatarle. El capitanejo y el caudillo, después de sondearse con disimulo, llegaron a la conclusión de que en astucias y camándulas ambos se empardaban, y simpatizaron mutuamente. -Así que Domingo me quiere madrugar, con los cambios de domicilio- dijo el juez. -Bueno, le vamos a dar un "contragarrote" en esta cuadrera electoral. Con Don Fernando se sintió Don Porfirio más a gusto que con Don Domingo y sus pomposas poses de tribuno. El estilo paternalista del caudillo conservador le recordaba el de los antiguos "loncos" (caciques) de su gente, y juntos planearon la estrategia para las ya inminentes elecciones y el problema de los enamorados. Don Fernando propuso que como los alambrados del Ruso "estaban a la miseria" a causa de las ovejas sarnosas y de todos modos ya tenía decidido hacerlos nuevos, pero lo venía demorando porque la cosecha tenía ocupados a todos los trabajadores, y además la campaña electoral le quitaba tiempo, ocuparía al sobrino enamorado, que vendría a vivir a su estancia y empezaría a deshacer el alambrado viejo. Él le "pediría amistosamente" al Ruso que cuidara que las ovejas no se pasaran a la estancia. Éste seguramente para ahorrarse un peón pondría a la hija a cuidar la majada en los claros que se formarían en el cerco y ahí tendrían oportunidad de encontrarse con el mozo. Más tarde, debían pedirle permiso al colono para formalizar las relaciones. Como el Gringo se negaría rotundamente, la muchacha ayudada por su madre se refugiaría en la estancia. Don Fernando intervendría como Juez de Paz, y ya que la chica contaba con el consentimiento de la madre y tenía edad, los autorizaría. De a poco convencería al Ruso que no tendría más remedio que aceptar el hecho consumado, más cuando supiera que tendría un nieto. Acordaron finalizar todo para el día de las elecciones. Don Porfirio volvió a la estancia del Concejal, previo cambio de boina, pidió hablara con el patrón y le manifestó que su sobrino, como no podía votar, no consideraba justo estar cobrando los jornales y quería retirarse a hacer una changa de alambrador que consiguió, para ganar unos pesos para el pasaje a Río Negro. Se quedó admirado el estanciero de la rectitud del mozo y tuvo que insistir mucho, para que cuando se fue, "con su licencia", le aceptara con la paga del trabajo realmente realizado, una extra como bonificación que le alcanzaría para gastos de viaje. Otras veces más visitó el carro del mercachifle la chacra del Ruso, que lo recibió con algo menos de hostilidad ya que le permitiría pagar el gasto con huevos, triperos salados y quesos. Con su rusticidad característica, tomaba el paquete de tabaco y dejaba al supuesto "Turco" en la cocina, arreglando los pormenores del trato con Doña Rosa y él se iba sin despedirse a continuar la tarea en que lo había encontrado la visita. Bien aprovecharon los complotados el tiempo en que quedaron a solas, ya que la muchacha también estaba en el campo cuidando el alambrado. Doña Rosa estaba más que harta de la vida monótona de la chacra y de su "marido impuesto". Añoraba la juventud tan divertida que le cortara su matrimonio no deseado. Don Porfirio, cansado de prolongar su viudez solitaria.... en fin, como decía un proverbio de "los antiguos" la mujer es leñita de cardo, el hombre es fuego, curuv(el viento) es gualicho y sopla. Todo quedo ajustado y convenido y esperando su ejecución. La víspera de la elección, había pagado el patrón a la gente de Don Porfirio y éstos se habían retirado con toda su caballada, muy contentos; dando alaridos y vivas al caudillo se dirigieron al pueblo entre la polvareda, que tapaba la jardinera del cabecilla. Acamparon en una quinta cercana al pueblo, por la "laguna de Patas Largas", que el Partido Radical había arrendado por dos días de pastoreo, para las tropillas. También les mandarían comida y bebida en abundancia, diciéndoles que no se desparramaran por el Pueblo, pues la policía, dominada por los conservadores, podría detenerlos para que no votaran. Y llegó el día esperado... hermoso día de verano tardío de marzo. Los mozos a media mañana, dirigidos por los viejos se encaminaron al Comité Radical donde debían esperar hasta después del asado del mediodía en que llegaría Don Porfirio con las libretas, para ir a votar, y después mandar a reemplazar a los dos que se quedaron en la quinta con él, cuidando la caballada. Partió temprano Don Fernando, a llevar al "Ruso" en el automóvil al pueblo, para que votara .. en las municipales en la mesa de extranjeros pues él le había tramitado la inscripción. Apenas partió Don Fernando con el "Ruso", Don Porfirio fue a buscar a la chacra a la madre y a la hija, quedando escondidas en la casa, habitación del Juez, donde las esperaba el muchacho, y se quedó el tío, guardando la jardinera en uno de los galpones. En el comité conservador, los lugartenientes de Don Fernando retuvieron al "Ruso", no dejándolo votar temprano y volverse como quería, diciéndole que después del asado saldrían por tandas del Comité por pedido de Don Fernando, y sus pedidos "son órdenes". Como el agricultor, a quien maldito lo que le importaban los comicios, seguía insistiendo, le dieron su cédula para que fuera a votar solo, pero si pasaba algo no se hacían responsables. Votó sin inconvenientes, y a pocas cuadras de la mesa de extranjeros lo llevó detenido el comisario (conservador). Ante su protesta de que él era de la gente de Don Fernando, el funcionario le dijo que cuando terminara la elección, consultaría a Don Fernando, mientras debía permanecer en la cocina de la guardia, donde podía churrasquear y matear con la tropa (abundantemente provista por gentileza política), que se conformara porque si seguía protestando lo metería al calabozo. Cercano el mediodía, en el comité radical, cunde la alarma, porque al no traer las libretas, los azuleros no podían ir a votar. Mandan a la quinta varios dirigentes. Pero allí solo están los dos caballerizos, que informan que Don Porfirio salió en la Villalonga para el comité a llevar las libretas, hace unas horas. Lo buscan los radicales por todo el pueblo y no aparece. Alguien informa que se vio el carruaje en el corralón de la Comisaría. Va un grupo de "Caracterizados Vecinos" a hablar con el comisario. Este los recibe amablemente, les dice que no sabe nada, hasta los hace pasar a ver el corralón y los calabozos, y para corroborar su prescindencia les muestra que el único detenido es un hombre de Don Fernando, que estaba "perturbando el acto eleccionario" y él mismo lo trajo preventivamente a la Comisaría, porque el individuo ya había sufragado; sinó no hubiera podido detenerlo en día de elecciones. Realizaría averiguaciones de paradero y los tendría informados. Otro informante dice que creyó ver al carromato en el camino a la estancia de Don Fernando. Entonces empiezan a alborotarse fingidamente los pampas y encabezados por los viejos, piden armas para ir a atacar la estancia del Juez y algunos radicales exaltados los apoyan y se ofrecen a ir con ellos. Tiene que intervenir enérgicamente Don Domingo para calmar los ánimos y hacerlos desistir del asalto a la estancia de su hermano. Les dijo que era imposible la intervención de Fernando, que temprano habían cambiado un saludo de cortesía en ocasión que se cruzaron cuando traía al "Ruso" a votar. En estos vaivenes llegó la hora del cierre del acto electoral, sin que votaran los azuleros. Don Domingo, para descomprimir el ambiente, les propuso que se podían marchar a sus pagos, y que sólo quedaran algunos, que él se comprometía a encontrar a Don Porfirio sano y salvo. La gente no se quiso marchar y decidieron esperar en la quinta hasta la mañana siguiente. Se les llevó abundante asado y bebida, y hasta un par de músicos para tenerlos entretenidos. En ese tiempo el resultado del escrutinio tardaba casi un mes, pues se enviaban las urnas por tren a La Plata, así que los candidatos solían anticiparse a festejar el triunfo, que ambos rivales se adjudicaban Casi dos horas después del cierre de las urnas, por la calle que de lo de Don Fernando conducía al pueblo, Don Porfirio, con la gorra colorada venía trotando en su carruaje. El perspicaz personaje, con los últimos destellos del sol, noto que en dirección contraria se le acercaba el automóvil del caudillo radical. Detuvo el carruaje, se encasquetó la boina blanca y se bajó al medio de la calle, moviendo los brazos exageradamente. Cuando se le apareó "Don Domingo", le contó atropelladamente con voz entrecortada por la indignación, que al salir de la quinta esa mañana a llevar las libretas al comité, lo asaltaron dos desconocidos con armas de fuego, lo ataron, le quitaron las libretas y 40$ que tenía. Uno subió al carro y lo llevaron con la cabeza tapada con un poncho grueso a un lugar donde estuvo hasta hacía muy poco, cuando lo volvieron a traer, lo desataron y le destaparon la cara, le devolvieron las libretas, pero no el dinero que le sacaron. Después, lo abandonaron en su carro y se alejaron montados en sus caballos, y antes de irse tiraron varios tiros de revolver al aire, asustándole las yeguas. Estaba muy indignado, no tanto porque se le quedaron con los $40, sino porque no habían podido votar por la U.C.R. No sabía dónde lo habían tenido secuestrado, que iba a volver con su gente y les iba a resultar fácil seguir las huellas de la Villalonga cuando fuera de día, y si Don Domingo les daba armas de fuego, iban a castigar a los fraudulentos. Don Domingo lo tranquilizó, le dijo que no valía la pena, que le agradecía todas las molestias, que volviera con su gente al Azul, que él iba a presentar una denuncia a la Justicia Electoral, que probablemente conseguiría anular los comicios. Don Porfirio dijo que en caso de que se volviera a votar vendrían todos a apoyarlo sin pedir nada a cambio, que le avisara a Chillar. Le volvió a agradecer Don Domingo, y le ofreció $20 que dijo que era todo el efectivo que tenía encima, para indemnizarlo "por ahora" de los 40 que le habían robado. Pero de ninguna manera quiso aceptarlos, diciendo que con gusto contribuía él con esa suma para el Partido. Y que ya se iba para tranquilizar a su gente y preparar todo para partir al día siguiente; que le diera saludos a su patrón y le reservara el trabajo para la cosecha siguiente. Cuando al fin Don Porfirio azuzó las yeguas y se perdió de vista, Don Domingo suspiró aliviado, y volvió al pueblo sin llegar a la estancia de su hermano, pensando que el viejo decía la verdad, porque no quiso aceptarle los 20$ con que lo tanteó. - Esta es una jugada de Fernando, no cabe duda - pensó. Don Fernando se quedó esperando que Don Domingo le reprochara la maniobra, para poder reprocharle a su vez los cambios de domicilio, pero al fin nada se comentaron entre ellos, pues ambos sabían que el resultado que vendría de La Plata sería el consabido: los radi cales habrían ganado los concejales y el intendente local, pero los conservadores el gobernador y los diputados provinciales. Así ambos hermanos conservaban su poder. En la quinta de la laguna se preparaba la partida del grupo sin mucha prisa. Saboreando un costillar de potro con sus íntimos camaradas, Don Porfirio les relataba sus peripecias, despertando sus pullas y risas. Uno de los pampas viejos le dijo con cómica solemnidad fingida: "Hermano, desde ahora no serás mas Inalonco Catrimay, te llamaremos EPULONCO (el Dos Cabezas, ser de la mitología indígena) porque vas a precisar dos cabezas: una cabeza para ponerte colú-gorra (gorra colorada), otra cabeza para liu-gorra (gorra blanca)". Partía la caravana para sus pagos, y a la media legua, los alcanzó el auto de "Don Fernando", manejado por el chofer. El "Nuevo Epulonco" dejó la jardinera encomendada al más viejo, y se despidió de todos, quedando convenidos para reunirse en Chillar dentro de unos meses, cuando regresaría Don Porfirio para salir todos juntos a la esquila grande. Se alejó en el coche, donde venían su sobrino, la gringuita y Doña Rosa. El conductor los dejó en Tres Arroyos en una fonda frente a la estación. Anduvieron de muchas compras; valijas, calzado, ropas y hasta se le realizó a Doña Rosa su más soñado deseo: Don Porfirio le compró un fonógrafo con varios discos. Visitaron la peluquería y salieron rejuvenecidos. Dos días después tomaban el tren a Bahía Blanca y Río Negro, donde se instalaría la joven pareja y pasarían un tiempo con ellos los maduros. Repatingado en el mullido asiento del vagón de Primera Clase, empilchado a lo "ganadero rico", con Doña Rosa no menos emperifollada a su lado, y la parejita de enamorados arrullándose en otro asiento cercano, pensaba Don Porfirio: ¡Sí que cambian los tiempos! Ahora las cautivas se roban en "El Pata de Fierro". Cuando el comisario soltó al "Ruso", y éste se percató de la fuga de su familia, fue a hacerle la denuncia al Juez de Paz. Éste lo tuvo los primeros días llevándolo en su auto en fingidas pesquisas, y búsquedas, durante las que poco a poco fue haciendo resignar al colono. Más cuando le habló de instalarlo en otro campo de su propiedad en el partido vecino, cerca de la colonia de su origen, donde podría encontrar una compañera entre su gente con la que se entenderían mejor. Lo habilitaría como encargado a porcentaje sobre muchas más hectáreas que la chacra de Chaves, también se podía llevar su majada. Don Fernando, que no daba puntada sin nudo pensó que así se libraba de la sarna y le quedaba la estancia sin chacareros, pues pensaba dedicar ese establecimiento solo a la ganadería. Así terminaron todos con felicidad y por esta vez, Gnechén (dios de los pampas) no vio perturbada su obra por el malicioso "Gualichu". Osvaldo Furlani Noviembre 2002