CONFLUENCIA DE LA IMAGEN Y LA PALABRA
Transcripción
CONFLUENCIA DE LA IMAGEN Y LA PALABRA
CONFLUENCIA DE LA IMAGEN Y LA PALABRA CONFLUENCIA DE LA IMAGEN Y LA PALABRA José M. Morales Folguera, Reyes Escalera Pérez, Francisco J. Talavera Esteso, eds. UNIVERSITAT DE VALÈNCIA DIRECCIÓN RAFAEL GARCÍA MAHÍQUES (UNIVERSITAT DE VALÈNCIA) RAFAEL ZAFRA MOLINA (UNIVERSIDAD DE NAVARRA) CONSEJO EDITORIAL BEATRIZ ANTÓN MARTÍNEZ (UNIVERSIDAD DE VALLADOLID), ANTONIO BERNAT VISTARINI (UNIVERSITAT DE LES ILLES BALEARS), PEDRO CAMPA (UNIVERSITY OF TENNESEE AT CHATANOOGA), JAIME CUADRIELLO (UNAM - MÉXICO), JOHN T. CULL (COLLEGE OF THE HOLY CROSS - WORCESTER), PEDRO GERMANO LEAL (UNIVERSIDADE FEDERAL DO RIO GRANDE DO NORTE - NATAL), DAVID GRAHAM (CONCORDIA UNIVERSITY - MONTREAL), VÍCTOR MÍNGUEZ CORNELLES (UNIVERSITAT JAUME I), JESÚS UREÑA BRACERO (UNIVERSIDAD DE EXTREMADURA). SECRETARÍA SERGI DOMÈNECH GARCÍA (UNIVERSITAT DE VALÈNCIA). ASESORES CIENTÍFICOS IGNACIO ARELLANO AYUSO (UNIVERSIDAD DE NAVARRA), CHRISTIAN BOUZY (UNIVERSITÉ BLAISE PASCAL), CÉSAR CHAPARRO (UNIVERSIDAD DE EXTREMADURA), PETER DALY (MCGILL UNIVERSITY), AURORA EGIDO (UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA), JUAN FRANCISCO ESTEBAN LORENTE (UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA), JESÚS Mª GONZÁLEZ DE ZÁRATE (UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO), VÍCTOR INFANTES DE MIGUEL (UNIVERSIDAD COMPLUTENSE), GIUSEPPINA LEDDA (UNIVERSITÀ DI CAGLIARI), SAGRARIO LÓPEZ POZA (UNIVERSIDADE DE A CORUÑA), JOSÉ MANUEL LÓPEZ VÁZQUEZ (UNIVERSIDAD DE SANTIAGO DE COMPOSTELA), ISABEL MATEO GÓMEZ (CSIC), JOSÉ MIGUEL MORALES FOLGUERA (UNIVERSIDAD DE MÁLAGA), ALFREDO J. MORALES MARTÍNEZ (UNIVERSIDAD DE SEVILLA), PILAR PEDRAZA (UNIVERSITAT DE VALÈNCIA), FERNANDO R. DE LA FLOR (UNIVERSIDAD DE SALAMANCA), BÁRBARA SKINFILL (EL COLEGIO DE MICHOACÁN). © Los autores, 2015 © De esta edición: Universitat de València, 2015 Coordinación editorial: Rafael García Mahíques Diseño y maquetación: Celso Hernández de la Figuera Cubierta: Imagen: André Félibien, Tapisseries du Roy, Amsterdam, ca. 1700, emb. 39. Diseño y composición: Celso Hernández de la Figuera ISBN: 978-84-370-9665-0 Depósito legal: V-1787-2015 Impresión: Guada Impresores, S.L. Índice Presentación. .....................................................................................................7 Seducidos con la emblemática, Juan Francisco Esteban Lorente............................9 Charta Lusoria, Víctor Infantes.............................................................................29 La educación de la Virgen como modelo iconográfico y como modelo social, Antonio Aguayo Cobo, María Dolores Corral Fernández.........................45 El discurso retorico de Luz del Evangelio ante la sombra reformista, Monserrat Georgina Aizpuru Cruces..........................................................59 Propuesta de identificación del túmulo de Felipe IV en Pamplona, Mª Adelaida Allo Manero..............................................................................67 Emblemática nas exéquias da infanta portuguesa Maria Francisca Dorotea no Arraial De Minas de Paracatu, Brasil (1771), Rubem Amaral Jr.......................77 «Hieroglificos y empresas» en la Descripción de la traza y ornato de la Custodia hispalense de Juan de Arfe, Patricia Andrés González...................................91 Emblemática en el Sferisterio: tradición alegórico-emblemática del Pallone Col Bracciale, José Javier Azanza López......................................................... 103 El cuerpo como emblema: ensayo de inventario a las formas no verbales de comunicación, Agustí Barceló Cortés........................................................ 119 Joan Miró. Hermenéutica de un «Paisaje catalán», Roberta Bogoni..................... 127 Sirenas victorianas o la recreación de la iconografía clásica en la pintura de Sir Edward Burne-Jones y John William Waterhouse, Leticia Bravo Banderas..... 137 El tema del encuentro entre Abrán y Melquisedec, Francisco de Paula Cots Morató....................................................................................................... 153 Historieta arcana. Huellas del pensamiento barroco español en las Empresas Morales de Juan de Borja, Juan Carlos Cruz Suárez..................................... 167 Emblemática para los cautivos del corso. La fiesta pro-borbónica en el nacimiento de Luis I, celebrada por cristianos cautivos en Mequínez, María José Cuesta García de Leonardo................................................................ 177 San Juan en Patmos y el barco como símbolo de la esperanza cercana en la salvación, Sergi Doménech García............................................................... 187 San Luis Obispo. Imágenes valencianas de un santo apropiado, Andrés Felici Castell........................................................................................................ 199 El Bautismo según el Pontifical de la curia romana y su representación icónica, Pascual Gallart Pineda............................................................................... 213 Índice 6 El símbolo del espejo en la obra de Saavedra Fajardo, Idea de un príncipe político christiano representada en cien empresas, María del Carmen García Estradé..... 225 La adoración del Trono de Gracia, Rafael García Mahíques................................ 241 Lujuria y venganza desesperada. Salomé y Electra, Esther García-Portugués...... 253 Representaciones de Caín matando a Abel durante la edad moderna: aproximación a un tipo iconográfico, Cristina Igual Castelló.............................. 269 «Parida y donzella, ¿cómo pudo ser? El que nació de ella, bien lo pudo hacer».Emblemas para glosar la maternidad virginal de María, Carme López Calderón.................................................................................................... 279 Dictionnaire des symboles, emblèmes & attributs (París, 1897) de Maurice Pillard Verneuil: el simbolismo dispuesto a la ornamentación Art Nouveau, Fátima López Pérez......................................................................................... 293 El neoestoicismo como filosofía de vida para tiempos de tribulación: Goya, los desastres de la guerra y el Theatro Moral de la Vida Humana, José Manuel B. López Vázquez.......................................................................................... 305 La empresa LX de las Empresas Morales. ¿Y por qué un caracol?, Alejandro Martínez Sobrino....................................................................................... 321 Biblioteca selecta, pintura espiritual, dominio cultural: los libros de emblemas y la pintura decorativa en las Misiones Jesuíticas de la américa portuguesa (siglos xvi-xviii), Renata Maria de Almeida Martins................................... 329 La medalla expresionista alemana y... ¿la pervivencia de la tradición?, Antonio Mechó González......................................................................................... 339 «Con el buril y con la pluma»: a representação moral do pecado nos emblemas de André Baião, Filipa Medeiros........................................................................ 353 La sombra de Cristo. Corporalidad y sentidos en el ámbito celestial, Mª Elvira Mocholí Martínez...................................................................................... 363 El texto y la ilustración: la emblemática en los libros nupciales boloñeses del xvii, Emilia Montaner................................................................................. 375 La pintura emblemática de la Divina Pastora en América, Francisco Montes González..................................................................................................... 387 El sol eclipsado. La imagen festiva de Carlos II en Italia, José Miguel Morales Folguera..................................................................................................... 403 «Juicio y sentencia de Cristo». Texto e imagen de una pintura devocional en Écija, Alfredo J. Morales............................................................................. 429 La entrada del rey en Portugal de Jacinto Cordeiro: entre la relación poética y la literatura dramática, Antonio Rivero Machina............................................. 443 «Cruzados del arco iris»: una suerte de emblema musical periodístico, Luis Robledo Estaire.......................................................................................... 451 El disparate del elefante: la sátira teriomórfica y la actualidad del Barroco, Luis Vives-Ferrándiz Sánchez............................................................................ 459 EL BAUTISMO SEGÚN EL PONTIFICAL DE LA CURIA ROMANA Y SU REPRESENTACIÓN ICÓNICA Pascual Gallart Pineda Universitat de València Es te artículo pretende reconstruir el ritual del bautismo solemne de adultos según se practicaba en la baja Edad Media en la Iglesia latina, el cual se administraba durante la vigilia de Pascua. Para ello se tomará como referencia el «Ordo qualiter agendum sit in sabbato sancto» del Pontifical de la curia romana, libro litúrgico compilado en el siglo xiii, y se analizarán los ritos que lo componen así como las imágenes que los representan, que serán explicadas a partir, tanto de las indicaciones de las rúbricas presentes en aquél, como de la teología y de la liturgia. INTRODUCCIÓN En los primeros siglos de nuestra era la iniciación cristiana era una potestad episcopal. San Ignacio de Antioquía, a principios de la segunda centuria, en su carta Ad Smyrnaeos afirmará: «Non licet sine episcopo neque baptizare»1 (Ign., Sm.; PG V, 714). Un siglo más tarde, Hipólito en su Tradición Apostólica se pronunciará en los mismos términos, aunque especifica que aquél era ayudado por presbíteros y diáconos. Los primeros llevaban a cabo las renuncias a Satanás y las unciones con los óleos del exorcismo y de acción de gracias, mientras que los segundos guiaban a los candidatos en sus desplazamientos e, incluso, bajaban con ellos a la piscina. No obstante, en torno a los siglos v-vi dos fenómenos provocarían que los prelados empezasen a delegar esta facultad en los presbíteros. El primero de ellos fue la cristianización masiva de Occidente, que trajo consigo el aumento de las parroquias rurales, imposibilitando que aquéllos pudiesen presidir el bautismo en toda su diócesis durante la vigilia pascual. Este hecho tuvo como consecuencia la proliferación 1. No es lícito bautizar sin el obispo. 213 Pascual Gallart Pineda 214 de decisiones conciliares o escritos que delimitaban las atribuciones litúrgicas tanto de unos como de otros. En este sentido debe interpretarse la carta que el papa Inocencio I envió a Decencio de Gubbio en el 416, donde manifiesta: «De consignandis vero infantibus manifestum est, non ab alio quam ab episcopo fieri licere. Nam presbyteri, licet secundi sint sacerdotes, pontificatus tamen apicem non habent. Hoc autem pontificium solis deberi episcopis, ut vel consignent, vel Paracletum Spiritum tradant, non solum consuetudo ecclesiastica demonstrat, verum et illa lectio Actuum Apostolorum, quae asserit Petrum et Ioannem esse directos, qui iam baptizatis traderent Spiritum Sanctum (cf. Act 8, 14-17)»2 (215 Dz 98). En la misma epístola permitía a los sacerdotes realizar la unción postbautismal siempre que el aceite hubiese sido consagrado por el obispo, especificando, además, que: «non tamen frontem ex eodem oleo signare, quod solis debetur episcopis, cum tradunt Spiritum Paracletum»3 (215 Dz 98). El segundo acontecimiento fue la generalización del bautismo «quam primum» de los párvulos, consecuencia de la alta mortalidad infantil. Así pues, ahora se van a producir diferencias en la práctica bautismal según se celebrase en la ciudad o en el campo. En el primer caso, al ser lugar de residencia episcopal, la unidad que caracterizaba la iniciación cristiana se mantuvo más allá del siglo v, ya que durante la vigilia de Pascua el obispo administraba a los adultos el bautismo, la confirmación y la primera eucaristía. En estos momentos se consideraba adultos a los que ya tenían uso de razón y que, por tanto, podían responder por sí mismos a las renuncias a Satanás y a la profesión de fe. Esta edad solía fijarse en torno a los siete años. En el campo, por el contrario, el sacerdote podía administrar el bautismo y la primera eucaristía, no así la confirmación que en la Iglesia latina siempre fue facultad episcopal. Esta situación ocasionó, desde el punto de vista litúrgico, el resquebrajamiento de la unidad existente en la iniciación cristiana, pero también la creación de dos entidades territoriales distintas, la ciudad y el campo, donde se seguían ritos algo diferentes. Asimismo, durante los siglos vii-viii, los sacerdotes del ámbito rural consiguieron una mayor autonomía y unas prerrogativas litúrgicas que no alcanzaron los del urbano (Palazzo, 2000: 46). Seguidamente se abordará el estudio del ritual del bautismo de adultos según aparece en el Ordo del Sábado Santo, relacionándolo con tipos iconográficos que ilustran los diferentes ritos que lo integran. 2. En cuanto a la consignación de los niños está claro que no la puede hacer nadie más que el obispo. En efecto, aunque los presbíteros sean sacerdotes de segundo orden, no tienen su grado más alto, que es el pontificado. Que este ministerio, el de consignar y el de dar el Espíritu Paráclito, sólo compete a los obispos, lo demuestra, no sólo la costumbre de la Iglesia, sino también aquel pasaje de los Hechos de los Apóstoles donde se dice que Pedro y Juan fueron enviados a dar el Espíritu Santo a los que ya habían sido bautizados (Hch 8,14-17). 3. No es en la frente donde los deben marcar, ya que esto está reservado al prelado cuando da el Espíritu Paráclito. El bautismo según el Pontifical de la curia romana EL BAUTISMO EN LA VIGILIA DE PASCUA SEGÚN EL PONTIFICAL DE LA CURIA ROMANA En este ritual, que se iniciaba al amanecer, los ritos que lo integraban se desarrollaban en el siguiente orden: Bendición del fuego y del incienso La ceremonia comenzaba con la sacralización del fuego. Las oraciones pronunciadas para este fin comparaban su llama con la de la zarza en la que Yahvé se presentó a Moisés. De él se encendía una vela, aunque las rúbricas no dan ninguna indicación de que se trate del «cirio pascual» o «cera de la resurrección». A continuación se procedía a la bendición del incienso que sería utilizado en la celebración. Bendición del cirio pascual Si la capital miniada del manuscrito de Hugues de Jumièges [fig. 1] presenta una imagen conceptual de carácter genérico que no puede ser identificada con un momento conFig. 1.- Hugues de Jumièges, Bendición del cirio pascreto del ritual, las iluminaciones de cual, Libro litúrgico, Latin 13765, fol. B, ss. xi-xii, BnF. un rollo, realizado en la ciudad italiana de Fondi durante el segundo cuarto del siglo xii, muestran tres momentos de este rito: el encendido del cirio, su incensación y, por último, la bendición propiamente dicha. En el primer caso el iluminador ha representado a un acólito que procede a prender este blandón, utilizando para ello la vela que, probablemente, había sido encendida en el fuego recién bendecido. En la segunda ilustración [fig. 2], un ministro que se encuentra sobre el púlpito, posiblemente un diácono, inciensa el cirio pascual. En el tercer caso [fig. 3], se observa al obispo realizando con su mano derecha la señal de la cruz. En las dos últimas imágenes éste aparece sentado en su cátedra, como especifican las rúbricas: «Interim, dum cereus benedicitur, pontifex[...] ascendit adornatam sedem»4 (Goullet, 2004: 296). Las velas destinadas al culto, y especialmente este cirio, debían ser elaborados con cera de abeja, no sólo porque ésta ensuciaba menos, también por ser considerada imagen del cuerpo del Salvador, ya que una vez refinada adopta el color blanco, símbolo de pureza. A esto se unían las creencias sobre la castidad de estos insectos. Además, la colmena, organizada de una forma tan rigurosa, era vista en el medievo como una metáfora de las comunidades monásticas. 4. Mientras se bendice el cirio, el pontífice sube a su cátedra adornada. 215 Pascual Gallart Pineda 216 Fig. 2.- Incensación del cirio pascual, Rollo, Nouvelle acquisition latine 710, 1136, BnF. Fig. 3.- Bendición del cirio pascual, Rollo, Nouvelle acquisition latine 710, 1136, BnF. Cristo se presentó a sí mismo en términos lumínicos: «Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no camina a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12). Quizás, por estas referencias, los tres componentes del cirio pascual se convirtieron en una alusión a Él, como apuntaba Santiago de la Vorágine: «En las candelas hay tres elementos, a saber, la cera, la mecha y la llama, que responden a otros que se daban en Cristo: su cuerpo, su alma y su divinidad. La cera producida por las abejas [...] sin mezclas, simboliza el cuerpo de Cristo, su carne, nacida de María sin concupiscencia, como las abejas que elaboran la cera sin mezclas; la mecha de su interior alude a su alma escondida en su carne, y la llama simboliza su divinidad» (Vorágine, 2008: 162). Este cirio pascual siempre gozó de un puesto destacado en la iluminación litúrgica, por su valor simbólico y por su tamaño, que variaba considerablemente de un lugar a otro. Baste citar, como ejemplo, que a mediados del siglo xv el de la parroquia de Bruyères-le-Châtel era de seis libras, mientras que el de la catedral de Auxerre estaba alrededor de 50, una verdadera columna de cera, (Vincent, 2006: 141-142), de cuya envergadura dejan constancia los dos tipos referidos anteriormente [figs. 2 y 3]. Vincent relaciona el cirio que se bendecía en la vigilia de Pascua con el de los funerales, y por ello alude a la costumbre, atestiguada a partir de la segunda mitad del siglo xiv, de colocar una vela entre El bautismo según el Pontifical de la curia romana las manos del agonizante, el «cirio de los moribundos». Esta tradición fue plasmada por Vrancke van der Stockt en la escena sobre la unción de enfermos de su Tríptico de la Redención: la Crucifixión, del museo del Prado, donde una mujer parece estar esperando a que el sacerdote termine de administrar el sacramento al desahuciado, para colocarle entre las manos la vela que ella sostiene. Este detalle aparecerá en muchas representaciones de la dormición de la Virgen, como se observa en el cuadro de Petrus Christus, de la Timken Gallerie de San Diego. Cuando en los oficios fúnebres el féretro sea depositado en el interior del templo, se le rodeará de luces, como muestran las ilustraciones de los siglos xiv y xv, y en algunos lugares también se exigirá la presencia del cirio pascual, el cual, según algunos documentos, debía permanecer encendido desde que el difunto salía de su casa hasta el final de la misa de réquiem. Será precisamente éste el que permita vincular las velas de los funerales con la lux perpetua (Vincent, 2006: 300). Ritos prebautismales Finalizada la bendición del cirio, acaecida en la catedral, los ministros se dirigían a la fuente bautismal, donde un sacerdote realizaba el rito del Effeta sobre cada candidato, les preguntaba individualmente si renunciaban a Satanás y, seguidamente, los ungía en el pecho y en medio de los hombros. Tras imponerles las manos recitaba el Credo. En el bautismo de los recién nacidos algunos de estos ritos tenían lugar en la puerta de la iglesia, como se aprecia en el folio 162 de las Horas al uso parisiense, iluminadas hacia 1380 por el Maestro del paramento de Narbona (BnF, Nouvelle acquisition latine 3093). En la Iglesia latina estas unciones tenían una función exorcística, ahuyentar al Maligno, pero también pretendían fortalecer al candidato y prepararlo para el combate, ya que la piscina, en la que entraría a continuación, representaba el lugar donde iba a librarse la lucha entre el pecado y la gracia y, de la misma forma que Cristo resucitó victorioso de entre los muertos, el neófito saldrá del agua triunfante sobre el pecado. Bendición de la piscina bautismal El obispo, acompañado por el clero, se dirigía a la fuente para proceder a su sacralización. Las oraciones declamadas comparaban su agua con las del Diluvio, que provocaron a la vez el fin de los vicios y el origen de las virtudes. Cuando la plegaria aludía a la que brota de los cuatro ríos del Paraíso, tomaba un poco de la fuente y la repartía en cuatro partes del baptisterio, y cuando recitaba: Descendat in hanc plenitudinem fontis virtus spiritus sancti5 (Goullet, 2004: 304), sumergía el cirio y soplaba sobre ella tres veces para concederle la virtud regeneradora. Tras sacarlo, rociaba con este agua todo el lugar, momento representado por Giovanni di Benedetto en el folio 224v de las 5. Que descienda en la plenitud de este agua el poder del Espíritu Santo. 217 Pascual Gallart Pineda 218 Horas al uso de los frailes menores [fig. 4], donde el oficiante situado ante la piscina lleva en su mano derecha un hisopo con el que parece estar asperjando el edificio. Finalmente, derramaba crisma en el interior de la fuente y con la mano lo distribuía en forma de cruz. Esta bendición se introdujo muy pronto en el ritual de la iniciación cristiana. Aparece ya en la TA de Hipólito, por la creencia de que no es el agua la que purifica sino el Paráclito que la habita tras su sacralización, como escribía Tertuliano a finales del siglo II: «Supervenit enim statim spiritus de coeli, et aquis superest, sanctificans eas de semetipso, et ita sancFig. 4.- Giovanni di Benedetto, Bendición de la fuente tificatae vim sanctificandi combibunt»6 bautismal, Horas al uso de los frailes menores, Latin 757, (Tert., bapt. 4; PL I, 1204). fol. 224v, 1385-1390, BnF. Para Teodoro de Mopsuestia, la fuente simbolizaba el seno materno que, fecundado por la semilla del Espíritu, engendra nuevas vidas, frente al pecado de Adán que había sembrado la muerte. En este sentido fertilizante debería interpretarse la introducción del cirio o el derramamiento del crisma en el agua, aunque algunos veían en el primero una alusión a Cristo bajando al Jordán, si bien en este acontecimiento, como defendía Pedro Lombardo, no fue Dios Hijo quien quedó santificado por las aguas, sino éstas al contacto con Él. Para algunos teólogos, el agua bautismal era purificadora, fecundadora y regeneradora. Le atribuían la primera cualidad porque limpiaba el pecado, constituyendo en este sentido el Diluvio su prefiguración. Se la consideraba fecundadora, por ser el preámbulo de una nueva vida, lo que la ponía en relación con las fuentes que fecundan el paraíso. Al ser regeneradora, se enumeran como antecedentes de ella las curaciones del ciego de Siloé (Jn 9,1-11) o del paralítico de Betsaida (Jn 5,2-9). 6. El Espíritu baja del cielo, se detiene sobre las aguas que santifica con su presencia y así éstas se impregnan a su vez del poder de santificar. El bautismo según el Pontifical de la curia romana La ablución bautismal Concluidas las bendiciones se iniciaba la protestatio fidei, expresada por la triple interrogación del celebrante y la consiguiente triple confesión del fiel.Tras proferir cada respuesta, el obispo lo sumergía en el agua mientras pronunciaba la fórmula: Et ego te baptizo in nomine patris, et filii, et spiritus sancti, la cual san Ambrosio vinculaba con las negaciones de Pedro: «triplicis interrogationis et immersionis exemplum in trina responsione Petri extitisse»7 (Ps. Ambr., sacr. 2, 7; PL XVI, 429). Esta invocación trinitaria en la que se confería el bautismo ha quedado puesta de manifiesto en el folio 154 de las Horas de Margarita de Orleans [fig. 5], en cuya orla han sido representados, en el interior de tres medallones, Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, mientras que la escena central reproduce el bautismo de unos jóvenes a manos de los apóstoles Pedro y Pablo. Como este sacramento se administraba conjuntamente por inmersión e infusión, el bautizando debía bajar a la piscina desnudo y desprovisto de amuletos, joyas y adornos, como recoge ya la TA (Hipólito, 2006: 36), por la creencia de que el demonio podía esconderse en ellos. A esta desnudez pronto se la revestirá del simbolismo pertinente: desprenderse de los vestidos significará abandonar la vida pasada y asimilarse a Cristo en la cruz. Precisamente los candidatos de la escena anterior se están desnudando para poder entrar a la fuente o vistiendo tras su salida. A la piscina se accedía por la parte Fig. 5.- Maestro de Margarita de Orleans, San Peoccidental y se la atravesaba en direcdro y san Pablo bautizando, Horas de Margarita de ción a la oriental, donde se encontraba Orleans, Latin 1156B, fol. 154, c. 1430, BnF. el ministro que iniciaba la profesión de fe. Normalmente, los bautizandos respondían a estas preguntas y pronunciaban la adhesión a Cristo mirando hacia levante, lugar de la luz, para evocar, en palabras de Cirilo de Jerusalén, que estaban llamados a regresar al Paraíso, establecido por Dios allí. Algunos vieron en este recorrido de oeste a este una alusión al paso del pueblo hebreo por el mar Rojo en busca de la tierra prometida. 7. «Surgió el ejemplo de la triple interrogación e inmersión en las tres respuestas de Pedro» 219 Pascual Gallart Pineda 220 Si en los primeros siglos la protestatio fidei constituía el núcleo de la celebración bautismal, la introducción en la Galia, durante el siglo viii, de la fórmula Ego te baptizo, convertirá a la ablución en el acto central, hasta el punto de constituir por sí sola la condición necesaria para la validez del rito y desplazar a aquélla a un segundo plano (Palazzo, 2000: 84). La importancia iconográfica del baño frente a la confesión de fe, podría ser explicada con las siguientes palabras de Le Goff: «La piedad se expresa, en primer lugar, por mediación de la imagen, después a través del discurso. Muchas veces, las imágenes preceden a los desarrollos que proponen los clérigos. Es decir, la imagen aporta a los fieles la intuición de lo que acabará precisándose posteriormente con los razonamientos» (Le Goff, 2003: 54). En el contexto de la visualidad artística o de la imagen pedagógica resultaba más fácil plasmar el rito de la ablución, lo que quizás llevase a los artistas a representar el bautismo utilizando siempre el mismo tipo iconográfico, con ligeras variantes, que no era otro que el esquema compositivo de Cristo en el Jordán. El poder de la imagen podría haber desplazado a un puesto secundario un rito como el de la profesión de fe, que en origen se le había dotado de una importancia teológica de primer orden. La inmersión, que significaba la participación del fiel en el misterio pascual del Hijo de Dios, representaba la muerte al pecado y la resurrección a la vida eterna. Este simbolismo fue desarrollado en los siglos IV-V, como evidencian las palabras de Cirilo de Jerusalén: «Postea ad sanctam divini baptismatis piscinam deductiestis, uti Christus a cruce ad positum coram sepulcrum. Et interrogatus est unusquisque, utrum crederet in nomen Patris, et Filii, et Spiritus sancti [...], ac demersi estis tertio in acquam, rursumque emersistis; alque hic in imagine et in symbolo triduanam Christi significastis sepulturam».8 (Cyr.H., Myst. 2; PG XXXIII, 1079). El ritual de este sacramento se vinculó con la Pascua de varias formas. En primer lugar, repitiendo las inmersiones tres veces, rememoración de los tres días que Jesús permaneció en la sepultura, como acaba de ser visto. En segundo lugar, se observa en el hecho de administrarlo durante la vigilia de Pascua, como apuntaba san Basilio Magno: «Quid autem majorem habere potest cum baptismate cognationem, quam dies Paschatis? Haec enim dies monumentum est resurrectionis: baptisma vero vis est atque facultas resurgendi. Itaque in resurrectionis die suscipiamus resurrectionis gratiam»9 (Basil., Hom. 13; PG XXXI, 423-426). La estructura del baptisterio también remite al misterio pascual, evocado tanto en los tres escalones para bajar a la piscina y otros tantos para subir, en recuerdo de la muerte, sepultura y resurrección de Dios, como en la forma cruciforme de algunas de estas fuentes. 8. Después fuisteis conducidos a la santa piscina del divino bautismo, igual que Cristo fue bajado de la cruz al sepulcro. E interrogado cada uno si creía en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo [...] y por tres veces fuisteis sumergidos en el agua, y de ella salisteis aludiendo a los tres días de la sepultura de Cristo. 9. ¿Qué día puede ser más normal para el bautismo que el de Pascua? En él se conmemora la resurrección, y el bautismo es una energía con vistas a ella. Así, el día de la resurrección asumimos la gracia de la resurrección. El bautismo según el Pontifical de la curia romana Ritos postbautismales Tras el baño bautismal, un sacerdote ungía con el crisma la cabeza de los neófitos y les hacía entrega de la vestidura blanca y de un cirio, ritos que serán analizados seguidamente. La unción crismal Esta unción, que realizaba el sacerdote en la cabeza, era diferente de la signación con el crisma que efectuaba el obispo tras la imposición de las manos, de la que Inocencio I, a principios del siglo v, dijo que debía hacerse en la frente para distinguirla de la anterior. Los primeros testimonios de este rito, que proceden del siglo iii, lo vinculan a la unción practicada sobre los sacerdotes y reyes del Antiguo Testamento. Por este motivo, como en el ceremonial hebreo, se realizaba sobre la cabeza y por el significado que encerraba, en algunas iglesias orientales se llegó incluso a coronar al neófito. Este es el momento escogido Fig. 6.- Roger van der Weyden, Retablo de los siete sacrapor Van der Weyden en su Retablo de mentos, c. 1452- 1455, Museo Real de Amberes. los siete sacramentos [fig. 6]. El sacerdote sostiene en su mano izquierda la crismera y en la derecha un pequeño pincel con el que aplica el ungüento en la cabeza del recién nacido, el cual es llevado en brazos por uno de sus padrinos. La escena es coronada por un ángel portador de la siguiente filacteria: «Omnes in aqua et pneumate baptizati in morte Christi vere sunt renati»10 (Panofsky, 1998: 524), texto inspirado en la epístola de san Pablo a los romanos (Rm 6,3).11 El ángel viste de blanco porque desde los primeros siglos del cristianismo este color gozó 10.«Todos los bautizados en el agua y el espíritu han renacido verdaderamente en la muerte de Cristo». 11.¿No sabéis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús, lo hemos sido con la representación y en virtud de su muerte? 221 Pascual Gallart Pineda 222 de gran prestigio, siendo para muchos Padres el de mayor dignidad, por ello quedó reservado para las fiestas más solemnes, entre ellas la de Pascua, como afirmaba Inocencio III: «Albis indumentis igitur utendum est [...] in resurrectronis, propter angelum testem et nuntium resurrectionis, qui apparuit stola candida coopertus»12 (De Sacro altaris misterio II, 65; PL CCXVII, 799-800). Como en la Iglesia antigua la iniciación cristiana tenía lugar en la vigilia de Pascua, el color blanco quedó también vinculado a las celebraciones bautismales y, por tanto, a los neófitos, tema que va a ser abordado a continuación. La vestidura blanca Según san Pablo, el bautismo establece vínculos estrechos entre el neófito y Dios Hijo: «Pues todos los que habéis sido bautizados en Cristo estáis revestidos de Él» (Ga 3,27). Posiblemente esta metáfora, y otras que aparecen en sus epístolas, inspirasen el rito de la vestición con una túnica blanca. Las primeras alusiones proceden de Oriente, se remontan a la narración que Eusebio realizó de la conversión de Constantino el Grande, acaecida a principios del siglo IV. Si a mediados de esa centuria hay constancia de su uso en las iglesias sirias, en la segunda mitad ya se encuentra atestiguado en Roma, Milán y África. El Ordo Romanus XI alude a esta prenda pero no recoge ninguna fórmula, la cual sí se pronunciaba en la liturgia galicana, como demuestra el misal de Bobio: «Accipe vestem candidam et immaculatam quam perferas ante tribunal Christi»,13 de donde pasaría al Gelasiano del siglo VIII y al Ordo Romanus 50, y de éste al Pontifical romano-germánico y al de los papas del siglo XII, respectivamente (Righetti, 1956: 708). Estas fórmulas la consideraban imagen tanto de la pureza interior como de la vida eterna conseguidas con este sacramento, ya que para muchos Padres representaba la resurrección del cuerpo, al evocar tanto la apariencia de Cristo tras su transfiguración,14 así como la de los ángeles y la de los rescatados del Apocalipsis. En la sociedad medieval, todas las clases y órdenes se podían reconocer por su traje. «El enamorado llevaba la cifra de su dama; el compañero de armas o de religión, el signo de su hermandad; el súbdito, los colores y armas de su señor» (Huizinga, 2005: 14). En este contexto es fácilmente comprensible que los neófitos usasen el vestido albo durante la octava de Pascua, al menos en la misa. De ahí proviene también la costumbre, vigente en algunas diócesis, de que los fieles acudiesen a recibir la primera comunión ataviados de este color, al constituir ésta un aniversario bautismal. Esta prenda aparece representada en el bautismo de Abgar [fig. 7], donde junto a la piscina, en cuyo interior se encuentra el rey de Edesa, se observa un personaje que 12. Así pues, deben usarse vestiduras blancas [...] en la resurrección porque el ángel que fue testigo y mensajero de la misma apareció cubierto con una estola blanca. 13. «Recibe este vestido blanco e inmaculado y llévalo ante el tribunal de Cristo». 14. Los evangelistas cuando refieren este acontecimiento señalan que los vestidos de Cristo se volvieron: «blancos como la luz» (Mt 17,2); «de un blanco deslumbrador» (Mc 9,3); «de una blancura resplandeciente» (Lc 9,29). El bautismo según el Pontifical de la curia romana sostiene entre sus manos una tela albar, esperando la salida del monarca para ofrecérsela. 223 Entrega del cirio encendido Este rito, que se origina en el siglo xi, ya viene recogido en el pontifical de los papas de la centuria siguiente. Si en el bautismo de los párvulos esta vela se ofrendaba a los padrinos, en el de adultos se entregaba al neófito, como se desprende de la rúbrica: «Postea dat ei candelam, dicens: Accipe lampadem irreprehensibilem; custodi baptismum tuum, ut, cum dominus venerit ad nuptias, possis Fig. 7.- Bautismo de Abgar, Leyenda de Abgar de Edesa, occurrere ei in aula celesti»15 (Goullet, Latin 2688, fol. 94, finales s. xiii, BnF. 2004: 308). Según Juan Beleth, con esta entrega se indicaba que Cristo ilumina a todo bautizado y que cada uno tiene la misión de propagar la luz de la fe. (Rationale divinorum officiorum, 107; PL CCII, 111). Una referencia a este cirio se observa en la escena marginal del folio 166 de unas Horas al uso parisiense (Maestro del paramento de Narbona, Nouvelle acquisition latine 3093, BnF), donde un sacerdote procede a verter el agua sobre el recién nacido que está en brazos de sus padrinos. Tras el ministro, un acólito porta entre sus manos un cirio encendido, en espera de que llegase el momento de entregárselo a aquéllos. El simbolismo de la luz como emanación de Dios no es una creación del cristianismo. En la Antigua Ley hay varios episodios que lo evidencian, como la zarza ardiendo que contempla Moisés, la columna de luz que guía a los hebreos por la noche en su marcha por el desierto o el carro de fuego del profeta Elías. En diversos pasajes del Nuevo Testamento se vincula la luz a Cristo: «Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no camina a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12). Por tanto, no sorprende que los Padres, griegos fundamentalmente, se refiriesen al bautismo con el nombre de «iluminación», al día en que éste se administraba como «fiesta de las luces» y al rito en sí, «esplendor de las almas, victoria sobre las tinieblas o apertura de los ojos de la fe». Una vez bautizados, los neófitos eran confirmados por el obispo. Seguidamente daba comienzo la misa, constituyendo ésta la primera ocasión en la que oraban junto al resto de fieles y recibían la comunión. 15. «Seguidamente le entrega un cirio diciendo: Recibe esta vela sin reproche, conserva tu bautismo de modo que, cuando el Señor venga para las bodas, puedas conducirte delante de Él en el palacio celeste». Pascual Gallart Pineda CONCLUSIÓN 224 En la antigüedad cristiana, los actuales sacramentos del bautismo, confirmación y primera eucaristía, se administraban en el transcurso de la misma ceremonia. A partir del siglo V, esta unidad empezará a resquebrajarse en el occidente europeo al verse el prelado en la necesidad de delegar ciertas facultades en los presbíteros. Así pues, éstos celebrarán el bautismo y la primera eucaristía, mientras que la confirmación, en la Iglesia latina, siempre será potestad episcopal. Sólo en la iniciación cristiana de adultos, que acontecía normalmente durante la vigilia del Sábado Santo, pervivirá el ritual practicado en los primeros siglos, en el que el prelado confería simultáneamente los tres sacramentos. El presente artículo ha abordado el estudio del ritual del bautismo de adultos según se practicaba en la baja Edad Media y ha analizado las representaciones icónicas del mismo, a partir de la teología y de la liturgia. BIBLIOGRAFÍA Ambrosio, san, «De Sacramentis 2», PL XVI, 423-430. Basilio Magno, san, «Homilia 13», PG XXXI, 423-444. Beleth, J., «Rationale divinorum officiorum», PL CCII, 13-166. Borobio, D. [2009]. La iniciación cristiana, Salamanca, Sígueme. Cabié, R. [1992]. «La iniciación cristiana», en A. G. Martimort, La Iglesia en oración, Barcelona, Herder, 572-665. Cirilo de Jerusalén, «Cathequesis mystagogica 2», PG XXXIII, 1075-1084. Goullet, M. y otros [2004]. Le pontifical de la curie romaine au xiii siècle, París, Cerf. Hipólito. [2006]. «La Tradición Apostólica de san Hipólito», en J. Urdeix (dir.), La Didajé / La Tradición Apostólica, Barcelona, Centre de Pastoral Litúrgica, 23-49. Huizinga, J. [2005]. El otoño de la Edad Media, Madrid, Alianza. Ignacio de Antioquía, san, «Epistola ad Smyrnaeos», PG V, 707-718. Inocencio I, «Epistola Si instituta ecclesiastica ad Decentium episc. Eugubinum», Denzinger, H. y Schönmetzer, A., Enchiridion symbolorum, 215 Dz 98. Inocencio III, «De sacro altaris mysterio II», PL CCXVII, 773-840. Le Goff, J. [2003]. En busca de la Edad Media, Barcelona, Paidós. Oñatibia, I. [2011]. Bautismo y Confirmación, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos. Palazzo, É. [2000]. Liturgie et société au Moyen Âge, París, Aubier. Panofsky, E. [1998]. Los primitivos flamencos, Madrid, Cátedra. Righetti, M. [1956]. Historia de la liturgia, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos. Tertuliano, «De Baptismo», PL I, 1197-1224. Vincent, C. [2006]. Fiat Lux. Lumière et luminaires dans la vie religieuse du xiiie au xvie siècle, París, Cerf. Vorágine, S. de la [2008]. La leyenda dorada I, Madrid, Alianza.