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PAPA FRANCISCO*
Dios está con nosotros
y Dios se fía aún de nosotros
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Este encuentro nuestro tiene lugar en el clima espiritual
del Adviento, que se hace más intenso por la Novena de la
Santa Navidad, que estamos viviendo en estos días y que nos
conduce a las fiestas navideñas. Por ello, hoy desearía reflexionar con vosotros sobre el Nacimiento de Jesús, fiesta de la
confianza y de la esperanza, que supera la incertidumbre y el
pesimismo. Y la razón de nuestra esperanza es esta: Dios está
con nosotros y Dios se fía aún de nosotros. Pero pensad bien
en esto: Dios está con nosotros y Dios se fía aún de nosotros.
Es generoso este Dios Padre. Él viene a habitar con los hombres, elige la tierra como morada suya para estar junto al hombre y hacerse encontrar allí donde el hombre pasa sus días en
la alegría y en el dolor. Por lo tanto, la tierra ya no es solo un
«valle de lágrimas», sino el lugar donde Dios mismo puso su
tienda, es el lugar del encuentro de Dios con el hombre, de la
solidaridad de Dios con los hombres.
Dios quiso compartir nuestra condición humana hasta el
punto de hacerse una cosa sola con nosotros en la persona de
Jesús, que es verdadero hombre y verdadero Dios. Pero hay
algo aún más sorprendente. La presencia de Dios en medio
de la humanidad no se realiza en un mundo ideal, idílico, sino
en este mundo real, marcado por muchas cosas buenas y
malas, marcado por divisiones, maldad, pobreza, prepotencias
y guerras. Él eligió habitar nuestra historia así como es, con
*
Audiencia general, 18 de diciembre de 2013.
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Tiempo de Adviento
todo el peso de sus límites y de sus dramas. Actuando así demostró de modo insuperable su inclinación misericordiosa y
llena de amor hacia las creaturas humanas. Él es el Dios-connosotros; Jesús es Dios-con-nosotros. ¿Creéis vosotros esto?
Hagamos juntos esta profesión: Jesús es Dios-con-nosotros.
Jesús es Dios-con-nosotros desde siempre y para siempre con
nosotros en los sufrimientos y en los dolores de la historia. El
nacimiento de Jesús es la manifestación de que Dios «tomó
partido» de una vez para siempre de la parte del hombre, para
salvarnos, para levantarnos del polvo de nuestras miserias, de
nuestras dificultades, de nuestros pecados.
De aquí viene el gran «regalo» del Niño de Belén: Él nos
trae una energía espiritual, una energía que nos ayuda a no
hundirnos en nuestras fatigas, en nuestras desesperaciones,
en nuestras tristezas, porque es una energía que caldea y
transforma el corazón. El nacimiento de Jesús, en efecto, nos
trae la buena noticia de que somos amados inmensamente
y singularmente por Dios, y este amor no solo nos lo da a
conocer, sino que nos lo dona, nos lo comunica.
De la contemplación gozosa del misterio del Hijo de Dios
nacido por nosotros, podemos sacar dos consideraciones.
La primera es que si en Navidad Dios se revela no como
uno que está en lo alto y que domina el universo, sino como
Aquel que se abaja, desciende sobre la tierra pequeño y
pobre, significa que para ser semejantes a Él no debemos
ponernos sobre los demás, sino, es más, abajarnos, ponernos
al servicio, hacernos pequeños con los pequeños y pobres
con los pobres. Pero es algo feo cuando se ve a un cristiano
que no quiere abajarse, que no quiere servir. Un cristiano
que se da de importante por todos lados, es feo: ese no es
cristiano, ese es pagano. El cristiano sirve, se abaja. Obremos de manera que estos hermanos y hermanas nuestros no
se sientan nunca solos.
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Papa Francisco
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La segunda consecuencia: si Dios, por medio de Jesús, se
implicó con el hombre hasta el punto de hacerse como uno de
nosotros, quiere decir que cualquier cosa que hagamos a un
hermano o a una hermana la habremos hecho a Él. Nos lo recordó Jesús mismo: quien haya alimentado, acogido, visitado,
amado a uno de los más pequeños y de los más pobres entre
los hombres, lo habrá hecho al Hijo de Dios.
Encomendémonos a la maternal intercesión de María,
Madre de Jesús y nuestra, para que nos ayude en esta Santa
Navidad, ya cercana, a reconocer en el rostro de nuestro
prójimo, especialmente de las personas más débiles y marginadas, la imagen del Hijo de Dios hecho hombre.
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I
HASTA EL DÍA 16 DE DICIEMBRE
I SEMANA DE ADVIENTO
DOMINGO
Año I
PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías
6,1-13
Vocación de Isaías
El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre
un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo.
Junto a él estaban los serafines, cada uno con seis alas: con
dos alas se cubrían el rostro, con dos el cuerpo, con dos volaban, y se gritaban uno a otro diciendo:
«¡Santo, santo, santo es el Señor del universo,
llena está la tierra de su gloria!».
Temblaban las jambas y los umbrales al clamor de su voz,
y el templo estaba lleno de humo. Yo dije:
«¡Ay de mí, estoy perdido!
Yo, hombre de labios impuros,
que habito en medio de gente de labios impuros,
he visto con mis ojos al Rey, Señor del universo».
Uno de los seres de fuego voló hacia mí con un ascua en
la mano, que había tomado del altar con unas tenazas; la aplicó
a mi boca y me dijo:
«Al tocar esto tus labios,
ha desaparecido tu culpa,
está perdonado tu pecado».
Entonces escuché la voz del Señor, que decía: «¿A quién
enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?». Contesté: «Aquí estoy,
mándame».
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I semana de Adviento
Él me dijo: «Ve y di a esta gente:
“Por más que escuchéis no entenderéis,
por más que miréis, no comprenderéis”.
Embota el corazón de esta gente,
endurece su oído, ciega sus ojos:
que sus ojos no vean,
que sus oídos no oigan,
que su corazón no entienda,
que no se convierta y sane».
Pregunté: «¿Hasta cuándo, Señor?».
Me respondió:
«Hasta que las ciudades
queden devastadas y despobladas,
las casas sin gente, los campos yermos.
Porque el Señor alejará a los hombres,
y crecerá el abandono en el país.
Y si aún quedara una décima parte,
también sería exterminada.
Como una encina o un roble
que, al talarlos, solo dejan un tocón.
Ese tocón será semilla santa».
RESPONSORIO
cf. Ex 3,7; 4,13; Sal 80,2
R. Perdóname, Señor: mira la opresión de tu pueblo y envía
al que te propones mandar; * ven a salvarnos, como lo has
prometido.
V. Pastor de Israel, escucha, tú que guías a José como a un
rebaño, tú que te sientas sobre querubines;
R. ven a salvarnos, como lo has prometido.
SEGUNDA LECTURA
De los «Sermones» de san Elredo, abad
(Sermón 1 sobre la venida del Señor: PL 195, 209-210)
El Adviento nos recuerda las dos venidas del Señor
Este tiempo nos recuerda las dos venidas del Señor. Debéis saber, carísimos hermanos, que este santo tiempo que
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llamamos Adviento del Señor, nos recuerda dos cosas: por
eso nuestro gozo debe referirse a estos dos acontecimientos, porque doble es también la utilidad que deben reportarnos.
Este tiempo nos recuerda las dos venidas del Señor, a
saber: aquella dulcísima venida por la que el más bello de los
hombres (Sal 45,3) y el deseado de todas las naciones (Ag
2,8 Vulg.), es decir, el Hijo de Dios, manifestó a este mundo
su presencia visible en la carne, presencia largamente esperada
y ardientemente deseada por todos los padres: es la venida por
la que vino a salvar a los pecadores. La segunda venida – que
hemos de esperar aún con inquebrantable esperanza y recordar
frecuentemente con lágrimas – es aquella en la que nuestro
Señor, que primero vino oculto en la carne, vendrá manifiesto
en su gloria, como de él cantamos en el Salmo: Vendrá Dios
abiertamente, esto es, el día del juicio, cuando aparecerá para
juzgar (Sal 50,3).
De su primera venida se percataron solo unos pocos justos;
en la segunda se manifestará abiertamente a justos y réprobos,
como claramente lo insinúa el Profeta cuando dice: Y verán
los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios (cf. Is
52,10). Propiamente hablando, el día que dentro de poco celebraremos en memoria de su nacimiento nos lo presenta nacido, es decir, que nos recuerda más bien el día y la hora en
que vino a este mundo; en cambio este tiempo que celebramos
como preparación para la Navidad, nos recuerda al Deseado,
esto es, el gran deseo de los santos padres que vivieron antes
de su venida.
Con muy buen acuerdo ha dispuesto en consecuencia la
Iglesia que en este tiempo se lean las palabras y se traigan a
colación los deseos de quienes precedieron la primera venida
del Señor. Y este su deseo no lo celebramos solamente un día,
sino durante un tiempo más bien largo, pues es un hecho de
experiencia que si sufre alguna dilación la consecución de lo
que ardientemente deseamos, una vez conseguido nos resulta
doblemente agradable.
A nosotros nos corresponde, carísimos hermanos, seguir los ejemplos de los santos padres y recordar sus deseos, para así inflamar nuestras almas en el amor y el
deseo de Cristo. Pues debéis saber, hermanos, que la cele-
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bración de este tiempo fue establecida para hacernos reflexionar sobre el ferviente deseo de nuestros santos padres en relación con la primera venida de nuestro Señor, y
para que aprendamos, a ejemplo suyo, a desear ardientemente su segunda venida.
Debemos considerar los innumerables beneficios que
nuestro Señor nos hizo con su primera venida, y que está dispuesto a concedérnoslos aún mayores con su segunda venida.
Dicha consideración ha de movernos a amar mucho su primera venida y a desear mucho la segunda. Y si no tenemos la
conciencia tan tranquila como para atrevernos a desear su venida, debemos al menos temerla, y que este temor nos mueva
a corregirnos de nuestros vicios: de modo que si aquí no podemos evitar el temor, al menos que, cuando venga, no tengamos miedo y nos encuentre tranquilos.
RESPONSORIO
cf. Jr 31,10
R. Escuchad, pueblos, la palabra del Señor, anunciadla en las
islas más lejanas * y decid: Vendrá nuestro Salvador.
V. Anunciad y difundid la noticia, hablad y gritad;
R. y decid: Vendrá nuestro Salvador.
EVANGELIO (A)
 Del evangelio según san Mateo
E
24,37-44
Estad preparados
n aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando
venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo
de Noé. En los días antes del diluvio, la gente
comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban
esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando
menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo
mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a
otra la dejarán. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué
día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño
de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela
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y no dejaría que abrieran un boquete en su casa. Por eso, estad
también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».
TERCERA LECTURA (A)
Del «Comentario sobre el evangelio de Mateo»
de san Pascasio Radberto, abad
(Libro 2, cap. 24: PL 120, 799-800)
A la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre
Velad, porque no conocéis el día ni la hora (Mt 25,13).
Siendo una recomendación que a todos afecta, la expresa
como si solamente se refiriera a los hombres de aquel entonces. Es lo que ocurre con muchos otros pasajes que
leemos en las Escrituras. Y de tal modo atañe a todos lo así
expresado, que a cada uno le llega el último día y para cada
cual es el fin del mundo el momento mismo de su muerte.
Por eso es necesario que cada uno parta de este mundo tal
cual ha de ser juzgado aquel día. En consecuencia, todo
hombre debe cuidar de no dejarse seducir ni abandonar la
vigilancia, no sea que el día de la venida del Señor lo encuentre desprevenido.
Y aquel día encontrará desprevenido a quien hallare desprevenido el último día de su vida. Pienso que los apóstoles
estaban convencidos de que el Señor no iba a presentarse en
sus días para el juicio final; y sin embargo, ¿quién dudará de
que ellos se cuidaron de no dejarse seducir, de que no abandonaron la vigilancia y de que observaron todo lo que a todos
fue recomendado, para que el Señor los hallara preparados?
Por esta razón, debemos tener siempre presente una doble venida de Cristo: una, cuando aparezca de nuevo y hayamos de
dar cuenta de todos nuestros actos; otra diaria, cuando a todas
horas visita nuestras conciencias y viene a nosotros, para que
cuando viniere, nos encuentre preparados.
¿De qué me sirve, en efecto, conocer el día del juicio si
soy consciente de mis muchos pecados?, ¿conocer si viene
o cuándo viene el Señor, si antes no viniere a mi alma y retornare a mi espíritu?, ¿si antes no vive Cristo en mí y me
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habla? Solo entonces será su venida un bien para mí, si primero Cristo vive en mí y yo vivo en Cristo. Y solo entonces
vendrá a mí, como en una segunda venida, cuando, muerto
para el mundo, pueda en cierto modo hacer mía aquella expresión: El mundo está crucificado para mí, y yo para el
mundo (Gal 6,14).
Considera asimismo estas palabras de Cristo: Porque
muchos vendrán usando mi nombre (Mt 24,5). Solo el anticristo y sus secuaces se arrogan falsamente el nombre de
Cristo, pero sin las obras de Cristo, sin sus palabras de verdad, sin su sabiduría. En ninguna parte de la Escritura hallarás que el Señor haya usado esta expresión y haya dicho:
Yo soy el Cristo. Le bastaba mostrar con su doctrina y sus
milagros lo que era realmente, pues las obras del Padre que
realizaba, la doctrina que enseñaba y su poder gritaban: Yo
soy el Cristo con más eficacia que si mil voces lo pregonaran. Cristo, que yo sepa, jamás se atribuyó verbalmente este
título: lo hizo realizando las obras del Padre y enseñando la
ley del amor. En cambio, los falsos cristos, careciendo de
esta ley del amor, proclamaban de palabra ser lo que no
eran.
RESPONSORIO
Hch 17,30-31; 14,16
R. Pasando por alto aquellos tiempos de ignorancia, * Dios
anuncia ahora en todas partes a todos los humanos que se
conviertan. Porque tiene señalado un día en que juzgará el
universo con justicia, por medio del hombre a quien él ha
designado; y ha dado a todos la garantía de esto, resucitándolo de entre los muertos.
V. En las generaciones pasadas, permitió que cada pueblo anduviera por su camino.
R. Dios anuncia ahora en todas partes a todos los humanos
que se conviertan. Porque tiene señalado un día en que juzgará el universo con justicia, por medio del hombre a quien
él ha designado; y ha dado a todos la garantía de esto, resucitándolo de entre los muertos.
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 Del evangelio según san Marcos
13,33-37
EVANGELIO (B)
Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!
E
n aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Estad
atentos, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de
viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea,
encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga
inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a
vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!».
TERCERA LECTURA (B)
De los «Sermones» de san Agustín, obispo
(Sermón 18, 1-2: CCL 61, 245-246)
A Dios no le gusta condenar, sino salvar
Viene nuestro Dios, y no está en silencio (Sal 50,3). Cristo,
el Señor, Dios nuestro e Hijo de Dios, en su primera venida
se presentó veladamente, pero en su segunda venida aparecerá
manifiestamente. Al presentarse veladamente, solo se dio a
conocer a sus siervos; cuando aparezca manifiestamente, se
dará a conocer a buenos y malos. Al presentarse veladamente,
vino para ser juzgado; cuando aparezca manifiestamente, vendrá para juzgar. Finalmente, cuando era juzgado guardó silencio, y de este su silencio había predicho el profeta: Como
cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador,
enmudecía y no abría la boca (Is 53,7).
Pero viene nuestro Dios, y no callará. Guardó silencio
cuando era juzgado, pero no lo guardará cuando venga para
juzgar. En realidad, ni aun ahora guarda silencio si hay quien
le escuche; pero se dijo: Entonces no callará, cuando reconozcan su voz incluso los que ahora la desprecian. Actualmente, cuando se recitan los mandamientos de Dios, hay
quienes se echan a reír. Y como, de momento, lo que Dios ha
prometido no es visible ni se comprueba el cumplimiento de
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sus amenazas, se hace burla de sus preceptos. Por ahora, incluso los malos disfrutan de lo que el mundo llama felicidad:
en tanto que la llamada infelicidad de este mundo la sufren
incluso los buenos.
Los hombres que creen en las realidades presentes, pero
no en las futuras, observan que los bienes y los males de la
vida presente son participados indistintamente por buenos y
malos. Si anhelan las riquezas, ven que entre los ricos los hay
pésimos y los hay hombres de bien. Y si sienten pánico ante
la pobreza y las miserias de este mundo, observan asimismo
que en estas miserias se debaten no solo los buenos, sino también los malos. Y se dicen para sus adentros que Dios no se
ocupa ni gobierna las cosas humanas, sino que las ha completamente abandonado al azar en el profundo abismo de este
mundo, ni se preocupa en absoluto de nosotros. Y de ahí pasan
a desdeñar los mandamientos, al no ver manifestación alguna
del juicio.
Pero aun ahora debe cada cual reflexionar que, cuando
Dios quiere, ve y condena sin dilación, y, cuando quiere, usa
de paciencia. Y ¿por qué así? Pues porque si al presente jamás
ejerciera su poder judicial, se llegaría a la conclusión de que
Dios no existe; y si todo lo juzgara ahora, no reservaría nada
para el juicio final. La razón de diferir muchas cosas hasta el
juicio final y de juzgar otras enseguida, es para que aquellos
a quienes se les concede una tregua teman y se conviertan.
Pues a Dios no le gusta condenar, sino salvar; por eso usa de
paciencia con los malos, para hacer de los malos buenos.
Dice el Apóstol, que Dios revela su reprobación de toda
impiedad (Rm 1,18), y que Dios pagará a cada uno según sus
obras (Rm 2,6). Y al despectivo lo amonesta, lo corrige y le
dice: ¿O es que desprecias el tesoro de su bondad, tolerancia
y paciencia? (Rm 2,4). Porque es bueno contigo, porque es
tolerante, porque te hace merced de su paciencia, porque te
da largas y no te quita de en medio, desprecias y tienes en nada
el juicio de Dios, ignorando que esa bondad de Dios es para
empujarte a la conversión. Con la dureza de tu corazón
impenitente te estás almacenando castigos para el día del
castigo cuando se revelará el justo juicio de Dios pagando a
cada uno según sus obras (Rm 2,4-6).
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RESPONSORIO
Is 30,18; Hb 9,28
R. El Señor espera el momento de apiadarse, se pone en pie
para compadecerse; porque el Señor es un Dios de la
justicia: * dichosos los que esperan en él.
V. Aparecerá para salvar a los que lo esperan;
R. dichosos los que esperan en él.
EVANGELIO (C)
 Del evangelio según san Lucas
E
21,25-28.34-36
Se acerca vuestra liberación
n aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y
en la tierra angustia de las gentes, perplejas por
el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres
por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al
mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas. Entonces
verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y
gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.
Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de
la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá
como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad,
pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar
de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el
Hijo del hombre».
TERCERA LECTURA (C)
De los «Sermones» de san Bernardo, abad
(Sermón 4, En el Adviento del Señor, 1, 3-4:
Opera omnia, ed. cisterc., 4, [1966], 182-185)
El don del Adviento
Justo es, hermanos, que celebréis con toda devoción el
Adviento del Señor, deleitados por tanta consolación, asombrados por tanta dignación, inflamados con tanta dilección.
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I semana de Adviento
Pero no penséis únicamente en la primera venida, cuando
el Señor viene a buscar y a salvar lo que estaba perdido,
sino también en la segunda, cuando volverá y nos llevará
consigo. ¡Ojalá hagáis objeto de vuestras continuas meditaciones estas dos venidas, rumiando en vuestros corazones
cuánto nos dio en la primera y cuánto nos ha prometido en
la segunda!
Ha llegado el momento, hermanos, de que el juicio empiece por la casa de Dios (1Pe 4,17). Pero ¿Cuál será el final
de los que no han obedecido al evangelio de Dios? ¿Cuál será
el juicio a que serán sometidos los que en este juicio no resucitan? Porque quienes se muestran reacios a dejarse juzgar por
el juicio presente, en el que el jefe del mundo este es echado
fuera, que esperen o, mejor, que teman al Juez quien, juntamente con su jefe, los arrojará también a ellos fuera. En cambio nosotros, si nos sometemos ya ahora a un justo juicio,
aguardemos seguros un Salvador: el Señor Jesucristo. Él
transformará nuestra condición humilde, según el modelo
de su condición gloriosa (Flp 3,20-21). Entonces los justos
brillarán, de modo que puedan ver tanto los doctos como
los indoctos: brillarán como el sol en el Reino de su Padre
(Mt 13,43).
Cuando venga el Salvador transformará nuestra condición
humilde, según el modelo de su condición gloriosa, a condición sin embargo de que nuestro corazón esté previamente
transformado y configurado a la humildad de su corazón. Por
eso decía también: Aprended de mí, que soy manso y humilde
de corazón (Mt 11,29). Considera atentamente en estas palabras que existen dos tipos de humildad: la del conocimiento y
la de la voluntad, llamada aquí humildad del corazón. Mediante la primera conocemos lo poco que somos, y la aprendemos por nosotros mismos y a través de nuestra propia
debilidad; mediante la segunda pisoteamos la gloria del
mundo, y la aprendemos de aquel que se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo (Flp 2,7); que buscado para
proclamarlo rey, huye; buscado para ser cubierto de ultrajes y
condenado al ignominioso suplicio de la cruz, voluntariamente se ofreció a sí mismo.
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Domingo
RESPONSORIO
Lc 21,34-36; Dt 32,35
R. Aquel día caerá como un lazo sobre todo los habitantes de
la tierra. * Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo
que podáis escapar de todo lo que está por suceder.
V. El día de su ruina se acerca, y se precipita su destino.
R. Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder.
Año II
PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías
1,1-18
Lamentación sobre Jerusalén
Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén, en tiempos de Ozías, Jotán, Ajaz y Ezequías, reyes
de Judá.
Oíd, cielos, escucha tierra,
que habla el Señor:
«Hijos he criado y educado,
y ellos se han rebelado contra mí.
El buey conoce a su amo,
y el asno el pesebre de su dueño;
Israel no me conoce,
mi pueblo no comprende».
¡Ay, gente pecadora,
pueblo cargado de culpas,
raza malvada,
hijos corrompidos!
Han abandonado al Señor,
han despreciado al santo de Israel,
le han vuelto la espalda.
¿Dónde podré golpearos todavía,
si os seguís rebelando?
La cabeza está herida,
el corazón extenuado,
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I semana de Adviento
de la planta del pie a la cabeza
no queda parte ilesa:
heridas y contusiones,
llagas abiertas,
no limpiadas ni vendadas
ni aliviadas con aceite.
Vuestro país está devastado,
vuestras ciudades incendiadas,
vuestros campos los devoran extranjeros,
ante vuestros ojos.
¡Hay desolación como en una catástrofe
causada por enemigos!
Sión ha quedado
como cabaña de viñedo,
como choza de melonar,
como ciudad sitiada.
Si el Señor del universo
no nos hubiera dejado un resto,
seríamos como Sodoma,
nos pareceríamos a Gomorra.
Oíd la palabra del Señor,
príncipes de Sodoma,
escucha la enseñanza de nuestro Dios,
pueblo de Gomorra.
«¿Qué me importa la abundancia de vuestros sacrificios?
– dice el Señor –.
Estoy harto de holocaustos de carneros,
de grasa de cebones;
la sangre de toros, de corderos y chivos
no me agrada.
Cuando venís a visitarme,
¿quién pide algo de vuestras manos
para que vengáis a pisar mis atrios?
No me traigáis más inútiles ofrendas,
son para mí como incienso execrable.
Novilunios, sábados y reuniones sagradas:
no soporto iniquidad y solemne asamblea.
Vuestros novilunios y solemnidades
los detesto;
se me han vuelto una carga
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Domingo
que no soporto más.
Cuando extendéis las manos
me cubro los ojos;
aunque multipliquéis las plegarias,
no os escucharé.
Vuestras manos están llenas de sangre.
Lavaos, purificaos, apartad de mi vista
vuestras malas acciones.
Dejad de hacer el mal,
aprended a hacer el bien.
Buscad la justicia,
socorred al oprimido,
proteged el derecho del huérfano,
defended a la viuda.
Venid entonces, y discutiremos
– dice el Señor –.
Aunque vuestros pecados sean como escarlata,
quedarán blancos como nieve;
aunque sean rojos como la púrpura,
quedarán como lana».
RESPONSORIO
Is 1,16.18.17
R. Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas
acciones. * Aunque vuestros pecados sean como escarlata,
quedarán blancos como nieve.
V. Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien. Buscad la
justicia.
R. Aunque vuestros pecados sean como escarlata, quedarán
blancos como nieve.
SEGUNDA LECTURA
De las «Catequesis» de san Cirilo de Jerusalén, obispo
(Catequesis 15, 1-3: PG 33, 870-874)
Las dos venidas de Cristo
Anunciamos la venida de Cristo, pero no una sola, sino
también una segunda, mucho más magnífica que la anterior.
La primera se realizó en el sufrimiento, la segunda, en cambio,
traerá consigo la corona del reino. Pues en nuestro Señor
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I semana de Adviento
Jesucristo casi todo presenta una doble dimensión. Doble fue
su nacimiento: uno, de Dios, antes de todos los siglos; otro,
de la Virgen, en la plenitud de los tiempos. Doble su venida:
una en la oscuridad y calladamente, como lluvia sobre el
césped; la segunda, en el esplendor de su gloria, que se realizará en el futuro.
En la primera venida fue envuelto en pañales y recostado
en un pesebre; en la segunda aparecerá vestido de luz. En la
primera sufrió la cruz, pasando por encima de su ignominia;
en la segunda vendrá lleno de poder y de gloria, rodeado de
todos los ángeles.
Por lo tanto, no nos detengamos solo en la primera venida,
sino esperemos ansiosamente la segunda. Y así como en la
primera dijimos: Bendito el que viene en nombre del Señor
(Mt 21,9), en la segunda repetiremos lo mismo cuando, junto
con los ángeles, salgamos a su encuentro y lo aclamemos adorándolo y diciendo de nuevo: Bendito el que viene en nombre
del Señor.
Vendrá el Salvador no para ser nuevamente juzgado, sino
para convocar a juicio a quienes lo juzgaron a él. El que la
primera vez se calló mientras era juzgado dirá entonces a los
malvados que durante la crucifixión lo insultaron: Esto hicisteis y callé (Sal 50,21).
En aquel tiempo vino para cumplir un designio de amor,
enseñando y persuadiendo a los hombres con dulzura; pero al
final de los tiempos – lo quieran o no – necesariamente tendrán que someterse a su reinado.
De estas dos venidas habla el profeta Malaquías: Pronto
entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis
(Ml 3,1a). Esto lo dice de su primera venida. Y de la otra dice:
El mensajero de la alianza que vosotros deseáis: he aquí que
viene – dice el Señor de los ejércitos –. ¿Quién podrá resistir
el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca?
Será como un fuego de fundidor, como lejía de lavandero: se
sentará como un fundidor que refina la plata (Ml 3,1b-3).
Pablo, en su carta a Tito, nos habla también de las dos venidas con estas palabras: Dios ha hecho aparecer a la vista
de todos los hombres la gracia que nos trae la salud; y nos
enseña a vivir con sensatez, justicia y religiosidad en esta
vida, desechando la impiedad y las ambiciones del mundo, y
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Domingo
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aguardando la feliz esperanza y la manifestación de la gloria
del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo (Tt 2,11-13).
Mira cómo nos muestra la primera venida, por la cual da gracias, y la segunda, que esperamos.
Por eso la fe que hemos recibido por tradición nos enseña
a creer en aquel que subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre. Y de nuevo vendrá con gloria, para juzgar a
vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.
Vendrá, por tanto, nuestro Señor Jesucristo desde el cielo,
vendrá glorioso en el último día. Y entonces será la consumación de este mundo, y este mundo, que fue creado al principio,
será totalmente renovado.
RESPONSORIO
cf. Sal 49,3; 80,2; 24,7.9
R. He aquí que veo venir a lo lejos el poder de Dios y una
niebla que cubre toda la tierra. * Id a su encuentro y preguntadle: * «Dinos si tú eres el que esperamos, * el que ha
de reinar en el pueblo de Israel».
V. Plebeyos y nobles, ricos y pobres,
R. id a su encuentro y preguntadle:
V. Pastor de Israel, escucha, tú que guías a José como a un
rebaño:
R. Dinos si tú eres el que esperamos.
V. ¡Portones!, alzad los dinteles, levantaos puertas antiguas:
va a entrar el Rey de la gloria,
R. el que ha de reinar en el pueblo de Israel.
V. He aquí que veo venir a lo lejos el poder de Dios y una
niebla que cubre toda la tierra: * Id a su encuentro y preguntadle: * «Dinos si tú eres el que esperamos, * el que ha
de reinar en el pueblo de Israel».
EVANGELIO Y TERCERA LECTURA (pp. 30ss)
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I semana de Adviento
LUNES
Año I
PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías
7,1-17
El signo del Enmanuel
Cuando reinaba en Judá Ajaz, hijo de Jotán, hijo de Ozías,
subieron a atacar Jerusalén Rasín, rey de Siria, y Pécaj, hijo
de Romelías, rey de Israel, pero no lograron conquistarla. Se
lo comunicaron a la casa de David: «Los arameos han acampado en Efraín», y se agitó su corazón y el corazón del pueblo
como se agitan los árboles del bosque con el viento. Entonces
el Señor dijo a Isaías: «Ve al encuentro de Ajaz, con tu hijo
Sear Yasub, hacia el extremo del canal de la alberca de arriba,
junto a la calzada del campo del batanero y dile: “Conserva
la calma, no temas y que tu corazón no desfallezca ante esos
dos restos de tizones humeantes: la ira ardiente de Rasín y
Siria, y del hijo de Romelías. Porque, aunque Siria y Efraín y
el hijo de Romelías tramen tu ruina, diciendo: ‘Marchemos
contra Judá, aterroricémosla, entremos en ella y pongamos
como rey al hijo de Tabeel’, así ha dicho el Señor:
‘Ni ocurrirá ni se cumplirá:
Damasco es capital de Siria, y a la cabeza de Damasco está
Rasín. (Dentro de sesenta y cinco años, Efraín, destruido,
dejará de ser un pueblo). Samaría es capital de Efraín, y a la
cabeza de Samaría está el hijo de Romelías. Si no creéis no
subsistiréis’”».
El Señor volvió a hablar a Ajaz y le dijo:
«Pide un signo al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo
o en lo alto del cielo».
Respondió Ajaz: «No lo pido, no quiero tentar al Señor».
Entonces dijo Isaías: «Escucha, casa de David: ¿no os
basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios?
Pues el Señor, por su cuenta, os dará un signo. Mirad: la
virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre
Enmanuel.
Comerá requesón con miel, para que aprenda a rechazar
el mal y a escoger el bien.

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