EL COMPONENTE PRAGMÁTICO DEL HONOR EN LA COMEDIA

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EL COMPONENTE PRAGMÁTICO DEL HONOR EN LA COMEDIA
EL COMPONENTE PRAGMÁTICO DEL HONOR EN LA COMEDIA DE LOS
SIGLOS DE ORO: ENTRE LA DEFERENCIA Y EL PORTE
Miguel Ángel Zamorano (UFRJ)
En esta comunicación exploro el significado de honor y honra en la literatura y,
sobre todo, en la comedia de los Siglos de Oro.Propongo que este par de conceptos, al
consistir en un valor asociado a la persona, posee un componente de carácter pragmático
que marca el trato interpersonal. No es sólo, por tanto, un elemento de significación
representativo de la cultura y de la persona que habla, sino también un rasgo que orienta
el modo como los personajes participan de un diálogo. Introduzco las nociones de
deferencia y porte (Goffman,2003, 2009, 2011) para mostrar que a través de estas dos
estrategias comunicativas los personajes ponen de relieve ante el otro el papel que
ocupan en la jerarquía social y abren expectativas sobre cómo deben tratárseles.
Distingamos, en primer lugar, el significado de uso de estos dos términos, honor
y honra. Como recogen las acepciones de los diccionarios Tesoro de la Lengua
Española, de Covarrubias (1611), y de Autoridades (1726), coinciden en algunas de sus
significaciones y se separan en otras. Así:
HONOR: Vale lo mesmo que honra (Cov.) # Honra con esplendor y publicidad.
Viene del latino honor, honoris [...] Se toma muchas veces por reputación y
lustre de una familia, acción a otra cosa [...] Se toma asimismo por obsequio,
aplauso o celebridad de alguna cosa [...] Se toma también por la honestidad y
recato en las mujeres [...] Se toma asimismo por dignidad: como el honor de un
empleo (Dicc. Aut.)
HONRA:Responde al nombre latino honor; vale reverencia, cortesía que se
hace a la virtud, a la potestad, algunas veces se hace al dinero [...] Restitución de
honra, cosa grave y dificultosa de hacer; remítolo a los señores sumistas y
escritores de casos [...] Honrado, el que está bien reputado y merece que por su
virtud y buenas partes se le haga honra y reverencia [...] Honrilla, la vana
presunción de algunos necios que ponen la honra en impertinencias, y estos son
los que andan inquiriendo si el otro le tocó en la honra o no, por no nada (Cov.) #
Reverencia, acatamiento y adoración que se hace a la virtud, autoridad o mayoría
de algunas personas. Viene del latín honor, honoris que significa lo mismo [...]
Significa también pundonor, estimación y buena fama que se halla en el sujeto y
1
debe conservar [...] Se toma también por la integridad virginal en las mujeres [...]
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Vale también merced o gracia que se hace o recibe (Dicc. Aut.)
Las dos entradas indican el común origen de ambos términos, el vocablo latino
honor. Y ambas recogen la importancia del valor asociado a la persona, tanto público
(honor) cuanto privado (honra), por razones de origen, nacimiento, pertenencia a
estamento social, ocupación o cargo y desempeño. Sebastián de Covarrubias equipara
honor a honra. Sin embargo, el Diccionario de Autoridades matiza que el honor se
identifica como el atributo distintivo de un linaje, la “reputación y lustre de una
familia”. En este caso, prevé su transmisión mecánica entre generaciones,
constituyéndose en un atributo no perentorio. La honra, sin embargo, tanto el Tesoro de
Covarrubias como el Diccionario de Autoridades, lo relacionan con el libre albedrío,
con la capacidad de obrar de múltiples formas, cuyo examen se observa tanto para su
promoción cuanto para su protección, tanto de la persona propia como de la ajena. En
tanto que valor vinculado al desempeño, la honra se percibe como virtud adquirida,
refrendada por los otros con expresiones y gestos cuando procede. Ambas acepciones
coinciden en que poseen consecuencias que transcienden al agente que las origina. Lope
de Vega lo expresa en su comedia Los comendadores de Córdoba:
VEINTICUATRO:
RODRIGO:
¿Sabes qué es honra?
Sé que es una cosa
que no la tiene el hombre.
VEINTICUATRO:
Bien has dicho.
Honra es aquello que consiste en otro.
Ningún hombre es honrado por sí mismo,
Que del otro recibe la honra un hombre.
RODRIGO:
Ser virtuoso un hombre y tener méritos
No es ser honrado, pero dar las causas
Para que los que trata le den honra.
Este breve intercambio sobre la noción de honra contiene dos componentes
decisivos. El primero vincula el agente a la acción, el personaje a sus actos conscientes
1
Citamos por el Diccionario Crítico e Histórico de la práctica escénica en los teatros de los Siglos de
Oro, del portal Parnaseo, de la Universidad de Valencia, consulta disponible on line.
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y voluntarios (“dar las causas”), lo que conlleva la responsabilidad de decidir. Así, “ser
virtuoso y tener méritos” no son propiedades inmanentes al sujeto en razón de su origen,
sino atributos derivados de la conformación del carácter con la acción en un medio
dado. Una de las observaciones de Juan María Marín (2006), en su edición de Peribáñez
y el Comendador de Ocaña, resalta que en esta obra de Lope, la idea por la cual la
virtud es consecuencia del nacimiento se tambalea, al desmitificar la creencia que
equipara nobleza de carácter con nobleza de sangre y platear un conflicto entre castas:
Si del texto (Peribáñez) no se desprende una crítica a la nobleza, al menos sí se
ponía en entredicho la validez, por sí sola, de la nobleza de sangre. Era necesario
que esta fuera acompañada de la nobleza de carácter […] ya que en el siglo XVII
se va abriendo paso la idea de que es necesario este otro tipo de nobleza y de
honor. Una cierta fobia al carácter aristocrático basado solamente en la sangre o
en el nacimiento da paso a una apología de la nobleza ganada o adquirida por el
propio esfuerzo. (Marín, 2006, p. 35)
Ciertamente, esta idea, conocida como La tesis del doble nacimiento, ya se encuentra
divulgada en un texto de 1575, el Examen de ingenios, de Huarte de San Juan, en el que
podemos leer:
Tienen los hombre dos géneros de nacimiento: el uno es natural, en el cual todos
son iguales; y el otro, espiritual. Cuando el hombre hace algún hecho heroico o
alguna extraña virtud o hazaña, entonces nace de nuevo, y cobra mejores padres,
y pierde el ser que antes tenía: ayer se llamaba hijo de Pedro y nieto de Sancho;
ahora se llama hijo de sus obras (de donde tuvo origen el refrán castellano que
dice cada uno es hijo de sus obras). Y porque las buenas y virtuosas llama la
divina escritura algo, y a los vicios y pecados, nada, compuso este nombre,
hijosdalgo; que quería decir ahora: “descendiente del que hizo alguna extraña
virtud por donde mereció ser premiado del rey o de la república, él y todos sus
descendientes para siempre jamás”. La ley de la Partida dice que hijodalgo
quiere decir hijo de bienes. Y si entiende de bienes temporales, no tiene razón:
porque hay infinitos hijosdalgo pobre, e infinitos ricos que no son hijosdalgo.
Pero si quiere decir hijo de bienes que llamamos virtudes, tiene la mesma
significación que dijimos (Huarte de San Juan, ed. de Guillermo Serés, 1989, pp.
553-554).
Pero más allá de vincular un elevado sentido del honor a la limpieza de sangre
de un grupo social, como el de los cristianos viejos, y de que la honra se asocie
progresivamente con los actos y hazañas de la persona (creando una zona de paso y
facilitando la movilidad social entre castas, estamentos y nuevos ricos sin abolengo), la
supervivencia de este par recuerda la necesidad de perpetuar la desigualdad de un orden,
que tiene su fundamento en la concepción religiosa, como recuerda Carrasco Martínez:
Era el orden divino, y por tanto inmutable, el responsable del puesto que a cada
uno le tocaba desempeñar en una sociedad armónica que atribuía más relieve a
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unas funciones que a otras. De ello se derivaba también un orden moral, con
derechos y deberes específicos, con recompensas, recursos y hasta enemigos.
Con el tiempo, el modelo se amplió con argumentos laicos, recuperados de los
autores grecolatinos, pero no perdió su esencia ni su capacidad operativa para
defender la desigualdad (Carrasco, 2000, p. 15)
La tendencia a la movilidad, recogida en la cita de María Marín, y en los
tratadistas Huarte de San Juan y otros historiadores (Maravall, 1972; Carrasco, 2000;
Domínguez Ortíz, 2012), encuentra su contrapeso en la tendencia al estatismo, una
especie de determinismo social de raíz biológica que, según Carrasco Martínez:
Frustró muchas expectativas de movilidad y obligó a no pocos a buscar espacios
más abiertos donde las trabas a la promoción no fueran insalvables. Por eso
América, horizonte promisorio de oportunidades para los esforzados, se convirtió
en destino de algunos, asfixiados por las limitaciones de la sociedad peninsular.
(Carrasco, 2000, p. 20-21).
En segundo lugar, la honra, como expresa Lope a través de Veinticuatro, “es
aquello que consiste en otro”. Como tal se proyecta sobre un individuo y conforma su
fachada, lo que hoy llamaríamos su imagen social (Goffman, 2003, 2009, 2011). La
capacidad y el poder de asignar ese valor no se hallan en la propia persona, por muchos
méritos que considere haber hecho. Los lazos que unen un caballero con el entorno
pasan por la opinión de quienes constituyen su medio ambiente. Este valor inmaterial se
sujeta a una doble elaboración: por un lado, el personajetrata de producir los signos de
estatus que lo identifican como una persona de determinado rango y cualidad (u otra
variante es que otro personaje lo haga en su lugar); por otro, esto ha de reforzarse y
reconocerse continuamente en cada interacción, que debeescenificarun comportamiento
ritualizado mediante la deferencia y el porte, a través de signos verbales y no verbales,
o sea, con gestos, palabras, objetos y distintivos de ostentación y poder. Estos
conceptos, Erwing Goffman los define al estudiar el componente ceremonial del trato
interpersonal:
El componente ceremonial del comportamiento concreto tiene por lo menos dos
elementos básicos, la deferencia y el porte. La deferencia es definida como la
apreciación que un individuo muestra sobre otro. Con porte me refiero al
elemento del comportamiento ceremonial del individuo típicamente comunicado
a través de la postura, vestuario y aspecto, que sirve para expresar a aquellos, en
la presencia inmediata, que él es una persona de ciertas cualidades deseables o
indeseables (Goffman, 2003:77-78).
Quién está llamado a sancionar, en última instancia, este sistema de calidades
socio-personales y los protocolos de interacción en la comedia es el rey, como autoridad
máxima, cuyos actos performativos realizan lo que dice en el momento de decirlo. A
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falta del rey, las leyes de vasallaje se activan, ya que, como indican diversos
historiadores, se está produciendoen la sociedad española del siglo XVII “una
refeudalización de la sociedad que hace que millares de campesinos pasen de la
jurisdicción real a la jurisdicción señorial” (Diez Borque, 1976:178). Sobre este sistema
ideológico, Cantalapiedra escribía:
El vasallo recibe su honor en virtud de una fidelidad-honra aportada a su señor. En tanto
que objetos de valor, a más honra otorgada al señor, en defensa o conquista de tierras o
cualquier otra clase de servicio, más honor, tierra, soldadas, cargos, recibe en
contrapartida el vasallo” (Cantalapiedra, 1995:8).
En el parlamento citado de Los Comendadores de Córdoba,Veinticuatroafirma
que ser honrado equivale a “dar las causas para que los que trata le den honra”, señala,
pues, un principio del comportamiento interpersonal que actúa como norma y pauta de
conducta. Pero, como sabemos, en la comedia, del conjunto de personas que hablan en
ella no todos sus integrantes se preocupan en igual medida por esta norma. A algunos
este principio del comportamiento interpersonal les obsesiona y lo incorporan en su
actuación verbal porque se mueven dentro de la esfera regulada por el honor/honra, que
como recuerda Gutiérrez-Nieto: “al ser el rango social un bien limitado, los aspirantes al
mismo entran en competencia y procuran, a través de la infamia o la afrenta, deshacerse
de competidores” (op. cit. Cantalapiedra, 1995, p. 24), mientras que otros, ajenos a ese
principio, no pudiendo sin embargo ignorarlo, se burlan de él, por general quienes están
excluidos de este bien. Quienes lo respetan pasan el mensaje que pertenecen a un grupo
de privilegiados, cuyo mundo, sentimental y de valores, va a ser tratado con preferencia
en la comedia.Entre quienes son excluidos por ese sistema, algunos aspiran a
incorporarse a él, como los villanos y labradores ricos de Lope.Estos tendrán al honor y
a la honra como componentes simbólicos de gran estima, siendo fundamental, además,
como un marcador de distinción identitario. Las palabras de Pedro Crespo, prototipo del
aldeano rico, astuto y orgulloso, lo atestiguan en El Alcalde de Zalamea en su primer
choque, al final de la primera jornada, con Don Lope de Figueroa, todo un general de
Felipe II:
CRESPO: A quién se atreviera
a un átomo de mi honor,
por vida también del cielo,
que también le ahorcara yo.
DON LOPE: ¿Sabéis que estáis obligado
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a sufrir por ser quien sois,
estas cargas?
CRESPO: Con mi hacienda,
pero con mi fama, no;
al Rey, la hacienda y la vida
se ha de dar; pero el honor
es patrimonio del alma,
y el alma sólo es de Dios. (2001, p.105)
Cabríaconsiderar, por tanto, quelos diálogos de la comediaescenifican papeles
sociales,aunque lo que a primera vista parecen, gracias a un mimetismo entre las
nociones de persona y personaje y su latente correlación referencial,papeles sociales,no
son más que funciones dramáticas,circunstancia que obedece menos a la observación de
una realidad empírica que a lade una convención artística y que generan, por ello,
expectativas ligadas al género y al modo de producirlo y escenificarlo. A través de estas
figuras, vinculadas a una estereotipada esquematización de personajes, se distribuye un
determinado capital simbólico que permite al espectador entender el mensaje que la
comedia pasa sobre su mundo: su estructuración vertical como un orden natural ligado a
una cosmovisión religiosa que lo ampara y justifica. Distribución que se organiza, por
tanto,teniendo muy presente una escala de diferencias, detrás de las cuales habría grados
de poder y tendría en el modelo de la pirámide su forma estándar.
Ahora bien, el hecho de que el honor y la hornasean dos nociones abstractas,
problematiza, por un lado, su comprensión y definición y, por otro, nos lleva a
preguntarnos cómo se hacen visibles, de manera que resulte funcional y operativoen las
relaciones interpersonales y, finalmente, nos fuerza a considerar con qué propósito esto
se comunica en el sistema ideológico que la comedia transpone. Es decir, si damos por
cierto, como parece, que se trata de un par de nociones que pautan el modo como las
personas habían de tratarse, resulta imprescindible averiguar los factores sociocomunicativos que entran en juego para administrar y conducir cada uno de estos
encuentros. Dos de dichos factores se manifestarían a travésde la deferencia yel porte.
Tomando como punto de partida las definiciones de estos conceptos acuñadas por
Goffman, sostenemos aquí queconstituyen estrategias enunciativas de la comedia
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barroca del XVII al servicio de la relación interpersonal; modos convencionales para
hacer visible y comunicar al otro el rango de la persona y las bases racionales de lo que
puede esperarse de cada interacción en virtud del género, edad, posición, etc. Con ello
se podrá advertir que la motivación teatral de escenas es un juego que se apoya en un
conjunto de supuestos culturales que de una u otra forma van siendo explorados y
colocados en el diálogo mediante indicios que se recuperan y aparecen integrados en las
réplicas posteriores, haciendo valer el principio pragmático de que la acción dialogada
progresa en alguna dirección atendiendo a los papeles sociales de los comunicadores,
siendo estos supuestos los que proveen de sentido a los intercambios y a la totalidad de
la escena cuando se segmenta para su comprensión funcional.
El significado y la función del honor en la comedia de los Siglos de Oro
muestra, por tanto, básicamente la procedencia de dos fuentes: por un lado, la existencia
social de diversas calidades de persona derivadas del nacimiento, estamento, cargo y
méritos; por otro, la representación del punto de honra se ajusta a las restricciones
marcadas por convenciones en los diferentes subtipos de género. Tanto el honor como
la honra representan un medio por el cual la comedia barroca dramatiza la identidad, sus
valores y posiciones. A través de sus tramas y esquemas de personajes crea escalas para
proyectar en sus mundos imaginarios la importancia que tienen los miembros que lo
componen, mientras que, por otro lado, posibilita que cada personaje experimente en su
fuero interno esa cuestión tan resbaladiza y la disponga en sus comportamientos. El
honor y la honra actúan, por tanto, como un divisor de personas: todos quieren poseerlo
porque cada uno quiere ser más que el otro y piensa que eso se consigue acumulando
esa cualidad distintiva; al tiempo que todo aquel que lo posee evita perderlo para no
caer en desgracia de cara a la opinión ajena. Pero el honor también es un agrupador de
personas, que permite que se reconozcan unas a otras, como pertenecientes a la misma
especie. No obstante, el reconocimiento por sí sólo no basta, hace falta verbalizarlo y
poner en circulación los signos convencionales que comunican la importancia del otro y
el respeto que infunde, porque la insuficiente muestra de un discurso ceremonial
adulatorio puede ser motivo de ofensa por omisión. Ilustra esta circunstancia un caso
ejemplar que encontramos enLazarillo de Tormes, cuando Lázaro narra su peripecia con
el tercer amo, el escudero pobre. Lo primero que el lector descubre sobre este escudero
es que se vio forzado a dejar su tierra por un lance aparentemente anodino: no
descubrirse al cruzarse con un caballero vecino, esto es, no quitarse el sombrero en
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señal de saludo. Lo cierto es que en el diálogo que Lázaro mantiene con su nuevo amo
salen a relucir detalles sobre los antecedentes entre estos dos vecinos que entraron en
agria disputa por ese, aparentemente, banal acontecimiento. A Lázaro, llegado el
momento, le parece normal que su actual amo sufriera la cólera del otro, pues:
Si él era lo que decís y tenía más que vos, ¿no errábades en no quitárselo
primero, pues decís que él también os lo quitaba? (2004, p.106)
A lo que el amo responde:
Sí es, y sí tiene, y también me lo quitaba él a mí; mas, de cuantas veces yo se le
quitaba primero, no fuera malo comedirse él alguna y ganarme por la mano.
(2004, p.106)
La lógica de Lázaro advierte que el amo, siendo hidalgo, es menos que el vecino
con el que se enemistó, que era caballero: “si él era lo que decís y tenía más que vos”,
por eso encuentra razonable que su amo se quite primero el sombrero y que después de
ese gesto espere su equivalente. Tener más título, más grandeza, más señorío, parece
indicar una pauta de la relación interpersonal. Lo que ocurre es que la relación
interpersonal también forma parte de una apreciación subjetiva del modo como el
intercambio de gestos debe administrarse. Por ejemplo, al escudero no le parece justo
que sea él quien siempre deba descubrirse primero, por esa razón afirma: “no fuera malo
comedirse él alguna y ganarme por la mano”, esto es, que el otro tuviese la gentileza de
anticiparse alguna vez en el gesto de quitarse el sombrero. Hecho que motivó en uno de
estos encuentros que el escudero, que siempre se descubría primero, no lo hiciese y
esperase a que, al menos una vez, el caballero tomara la iniciativa. No hacerlo supuso el
inicio del conflicto al entender el caballero que su vecino el escudero le había faltado al
respeto al no descubrirse a su paso. Lo que esto indica también es la finura sicológica
con que estas cuestiones eran sentidas por los varones que cargaban a sus espaldas el
punto de honra y la manutención de un estatus y que recuerdan hoy una estúpida e
infantil riña de colegio. De hecho, el escudero, en el diálogo con Lázaro, lo disculpa
por no entender lo más importante que la persona posee:
Eres mochacho y no sientes las cosas de la honra, en que el día de hoy está todo
el caudal de los hombres de bien. Pues hágote saber que yo soy, como ves, un
escudero; más, ¡Vótote a Dios! Si al conde topo en la calle y no me quita muy
bien quitado del todo el bonete, que otra vez que venga me sepa yo entrar en una
casa, fingiendo yo en ella algún negocio, o atravesar otra calle, si la hay, antes
que llegue a mí, por no quitárselo. Que un hidalgo no debe a otro que a Dios y al
rey nada, ni es justo, siendo hombre de bien, se descuide un punto de tener en
mucho su persona. (2004, p. 107).
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No hay que descuidar en nada el tener en mucho a la persona, porque en ello
estaba “todo el caudal de los hombres de bien”. Por eso, a juicio del orgulloso escudero,
que se tiene por hidalgo, es preferible hacerse el distraído y evitar el cruce con el conde,
que humillarse haciéndole una reverencia. En buena parte de la literatura y el teatro del
Siglo de Oro abundan testimonios y circunstancias como la descrita. La apreciación con
que se siente y se presenta la persona ante los otros tiene consecuencia en los modos de
acción interpersonales, como vemos y comprobamos en diversas situaciones, donde se
manifiesta desde el fuero de cada sujeto ficcional estas sutiles aprehensiones.
Constituye una estrategia enunciativa de la mayoría de las obras del teatro
aurisecular aclarar la cuestión tácita del quién eres tú en relación con la del quién soy
yo. Ese reconocimiento no persigue más fin pragmático, estéticoo ideológico,que el de
comunicar en la comedia el orden del mundo, mostrando la lucha encarnizada por
acceder y mantener el preciado bien social del honor,que otorgaba a la persona y a su
prole una indiscutible posición de privilegio. Al especificar, cada situación dramática,
quién manda aquí,se colocan las bases de sentido implícitas de cada interacción, y se
activan los códigos de circulación de signos y las reglas del juego a seguir.
Entenderemos, a partir de esto, la deferencia como una forma convencional de conducta
verbal, con su correspondiente componente de ceremonia, promovida habitualmente
entre personas de linaje y estatus, y que tiene como modo de actuación el elogio
exaltado de las cualidades del otro, con el fin de obtener de él alguna clase de favor o de
reforzar el vínculo interpersonal;mientras que el porte, consistiría en una estrategia de
ostentación de símbolos del poder, tales como el vestido, los adornos, los objetos, la
forma de hablar, asociados y confundidos con el cuerpo, y que dejaría claro a los otros
quién es la persona que habla y como había de tratársele.Transgredir este código, al
poner en duda el caudal de valor acumulado por el individuo, es la forma más directa de
motivar el conflicto y, con ello, volver algo más transparente al sistema ideológico en
que se sustenta el orden social.
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